EN VERANO
Blas Sewald
Argentina (1954)
Después de caminar largo tiempo sin rumbo definido, el hombre se detuvo junto a un arroyo, en lo que pareció ser su objetivo en ese momento. Saliéndose del polvoriento camino, se asomó a la morosa corriente y al ver su propia imagen reflejada en el agua cristalina, se sintió sumamente sosegado y un terrible cansancio se abatió sobre él al punto que casi no pudo mantenerse de pié. En su cabeza, todo estaba admirablemente desordenado; el verano había llegado y le había traído también a él -como a Rimbaud- la horripilante risa de los idiotas. Estaba preocupado, abatido; reflexionaba amargamente y las ideas se retorcían confusas en su cabeza como un montón de lombrices en la lata de un pescador. El hombre sobrepasaba claramente lo que de manera habitual se admite como la mitad de la vida. Había vivido mucho y mal, redondeando una historia colmada de desastres fortuitos que parecían haber sido sincronizados por algún dios colérico esmerado en brindarle el máximo de infortunios. Su cuerpo acusaba no pocas cicatrices -internas, casi todas ellas- poniendo de manifiesto que la vida ya había emitido su dictamen (desfavorable, por cierto). Pensó en su mujer, tan cerca y tan lejos a la vez. Un verdadero enigma su mujer. La última ilusión de un hombre sin ilusiones. Sin dudas, él había perdido el juicio cuando creyó por un momento que lo único que faltaba entre ellos era la verdad. Porque, ¿cuál era la verdad? La de él, la de ella, ¿la de quién? ¿Quién tenía la verdad? Pensar en todo aquello lo ponía de mal humor, peor aún que cuando estaba de mal humor. La tragedia de su matrimonio no era que ella siempre diese una solución equivocada a sus necesidades. No, la tragedia -una palabra demasiado grandiosa para un infortunio tan vulgar como el suyo- era que no estaba al alcance de ella darle una solución apropiada. Un tema complejo, definitivamente, el de las mujeres. Se decía para sí que no existía ni una en un millón que quisiera saber realmente que verdad hay en un hombre. Claro que se debió haber hablado, por supuesto, pero no se hizo. Como tantas otras cosas que tampoco se hicieron. Por negligencia, por apatía, por desinterés, vaya uno a saber. Seguramente por cobardía, pensaba con disgusto, como aquella tan postergada higienización del alma que se prometía algún día encarar. El la amaba y amándola creyó encontrarse, por eso ahora se sentía tan perdido. No quería rogar ni exigir, no por orgullo, sino porque en el amor no se debe rogar ni tampoco exigir. El amor -como decía Hesse- tiene que tener la fuerza suficiente para llegar por sí mismo a la certeza. Pero ahora… ¿qué quedaba de aquel amor, de aquel voluptuoso sacrificio del juicio? Años hacía -demasiados- que ella estaba sin estar. El podía mirarla pero no verla, escucharla pero no oírla, tocarla pero no sentirla. Nunca creyó que algo así podría pasar, pero pasaba. ¿Qué clase de vida era esta? Comprobó con desazón que Susan Sontag tenía razón: todo matrimonio es una utopía fracasada. Extrayendo fuerzas desde lo más profundo de su ser, ensayó una sonrisa de burla y volvió a observar su imagen en el agua. Sabía que un cobarde jamás debe aspirar a tener razón. Ahora, recién ahora, entendía muchas cosas, pero -como era previsible- ya era demasiado tarde. Necesitaba ser, pero nadie le daba la oportunidad porque el mundo completo lo había derrotado, porque como él muy bien lo sabía, en esta tierra no hay lugar para cobardes. En el teatro de la efímera felicidad las localidades estaban agotadas y él se había quedado afuera, mirando la luna embelesado. Dicho esto, el hombre advirtió que estaba llorando, solo, en medio de aquel silencio apenas alterado por el rumor de la corriente. Se dejó caer lentamente en el polvo del camino, para esperar. Ignoraba que era lo que esperaba ni para que lo hacía, pero le pareció que no había otra cosa que hacer.
COINCIDENCIAS
Diego Muñoz Valenzuela
Chile (1956)
El afamado escritor se puso el sombrero de periodista y escribió la crónica acerca del ensayo del colega que lo entrevistó en televisión la semana recién pasada. Cuando envió el texto por correo electrónico, se puso el sombrero de editor y redactó el informe que aprobaba el volumen de relatos de su mejor amigo, compañero de universidad. Bebió un expreso admirando la factura de su último libro, publicado en la misma editorial donde trabajaba. Se dispuso a leer una docena de originales del concurso donde era jurado y reconoció la mano de un camarada: dejó su cuento en el montón de los buenos. Le llegó un correo anunciando que lo invitaban a un congreso en Colombia: la compañía era inmejorable, todos eran compinches; confirmó que asistiría. Descargó una elogiosa crítica de su libro y concluyó que estaba al debe con el autor. Después pensó qué haría con el dinero del premio mayor: el fallo debía estar por anunciarse. Por fin se aprestó a escribir algunas páginas de la obra que lo consagraría definitivamente, pero ya era tarde y su agenda estaba plagada de reuniones.
DOMINGO
Ruy Berrotarán
Argentina (1967)
Abrió la heladera. Observó que había comida y bebidas, al menos para pasar esa noche. Después miró a su alrededor, la única habitación, completamente en desorden. Sabía que quedaba un poco de coca, y marihuana en la cigarrera de metal. Serviría para dormir, cuando llegara el momento. Tenía también asuntos pendientes en los que podría pensar, un par de libros en los anaqueles y varias películas para elegir. Y sus discos de jazz y de Leonard Cohen, y hasta una mujer, supuso, si quisiera tenerla. Era cuestión de una llamada. Pensó que no debería preocuparse tanto. Después de todo, sólo era un domingo más. Luego volvió a cerrar la ventana, abandonando la idea de tirarse.
FILOSOFIA DE LA CEBOLLA
Julia Otxoa
España (1953)
Aquel filósofo tenía por cabeza una dorada cebolla y sus escritos naufragaban siempre en un llanto irremediable que inundaba hasta el último rincón de la ciudad. Sin embargo, era venerado como mensajero de los dioses, ya que estando la ciudad levantada en una zona de feroces sequías, los libros del filósofo eran gozosa lluvia de llanto recogida en cubos y cisternas que hacían posible la vida en la ciudad, abasteciéndola con bellísimas perlas de tristeza con las que cocer los alimentos, asearse o regar los inmensos sembrados de cebollas que rodeaban la ciudad.
LOS CERDOS
Alvaro Menen Desleal
El Salvador (1932-2000)
El primero que encontró el papel fue el barbero. Lo halló tirado sobre el alcor, cerca del viejo molino. Recogió la hoja, que el viento y la lluvia parecían haber respetado, y leyó los gruesos caracteres dibujados con caligrafía enérgica. De allí bajó, ya con forma de cerdo. El hecho alarmó a la mujer del barbero, quien subió luego al alcor acompañada por su suegra. Encontraron el papel, lo leyeron y comenzaron a dar pequeños gruñidos: ¡Coin! ¡Coin! El maestro de la escuela se dio cuenta del asunto, y subió; también bajo corriendo y dando de gruñidos. Después fue el policía, quien llegó al pueblo con su gorra de uniforme trabada entre las grandes y peludas orejas. Más tarde, el carpintero, el molinero, la modista, el boticario, cuatro niños, once niñas, el inspector sanitario, etcétera. El último fue el cura, y su caso el mas patético: la negra sotana no alcanzaba a cubrir la cola rizada, que flotaba como una bandera a medida que el animal corría por las calles de la aldea, perseguido ya por millares de cerdos. Apenas se salvaron unos cuantos campesinos viejos y analfabetos. La hoja de papel amarillento quedó sobre el alcor. Funcionarios de la capital del Estado, delegados de la Universidad, científicos y periodistas extranjeros y curiosos de los pueblos vecinos, se mantienen a prudente distancia sin atreverse a leer el texto mágico. De vez en cuando lo hace algún desaprensivo, sin que los oficiales del ejercito federal puedan impedirlo; entonces corre otro cerdo colina abajo, hasta llegar a las calles del pueblo, que es hoy una inmensa porqueriza.
CRONICA RIOJANA
Francisco Squeo Acuña
Argentina (1938-2006)
En la tarde fuerte del otoño, los sapos vienen a enterrarse en mi espalda y ofrecen su canción acuática. Al anochecer, las serpientes llegan a dormir en mis orejas. Una espiral de vidalas abre la mañana; es la hora en que me saco los ojos y voy a la huerta, pongo mi gordo corazón en la sartén del sol y con tu nombre comienzo a derretir el valor de la realidad.
PACIENTE
Pablo Melicchio
Argentina (1969)
La voz que emergía desde el portero eléctrico era contundente: hoy no era su turno.
- No puede ser, señorita -refutaba el anciano, enérgico y discutidor como siempre y la conversación llegaba a su fin tras un corte abrupto.
Tocó nuevamente el timbre.
- Sí...
- Ventiere, señorita, Ventiere.
- No, hoy no era su turno, señor, ya se lo dije, y además el doctor está operando en el hospital, hoy atendió sólo por la mañana -sentenció la voz aparatosa.
Su mujer, aferrada al bastón, lo contemplaba silenciosa y acostumbrada. El le sostuvo una mirada llena de bronca y comenzó a buscar el papelito celeste que le diera el mes pasado la misma secretaria que ahora quería confundirlo. Buscó en los bolsillos del saco, del pantalón, en la billetera... Mientras el hombre, embarcado en la empresa de hallar el turno extraviado, revisaba hoja por hoja el documento de identidad, su mujer era tomada por las imágenes de la última consulta. La pausa eterna del doctor Funes leyendo los análisis, el diagnóstico, el avance de la enfermedad, el miedo, el desoriente...
- Hoy no era... -dijo la mujer, mascullando, y comenzó a descender los cuatro escalones de la puerta del edificio mientras su marido continuaba buscando el papelito con el turno, nuevamente en el bolsillo interno del saco, como un mago que ahora sí se disponía a sacar el naipe escondido.
La anciana, con esfuerzo, alcanzó la vereda, se apoyó contra la pared y se quedó esperando, paciente, cada día más paciente.
EDIPO, INVENTOR DEL COMPLEJO DE...
César Bruto
Argentina (1905-1984)
Cuando siento que alguien se queja porque gana poco sueldo y aumentan los presios, o porque se queda sin trabajo y lo van a desalojar, enseguida se me ocurre consolarlo, disiendole:
- Mientras no le pase lo que le paso a edipO, puede considerarse dichoso.
Y enseguida le cuento la siguiente historia, tal cual la conto un autor antiguo llamado sofocleS... Al naser, edipO vino al mundO con una curiosa trajedia griega ordenada por los dioseS: tenia que matar a su padre y casarse con su madre. ¿Que te parese? Durante muchos anios, el muchacho vibio con un matrimonio de otro paix, creyendo que era hijo de ellos, pero cuando supo que tenia que matar a su padre resolvio escaparse para no cometer el crimen... !Es desir, fue a parar presisamente a su patria, ques adonde vibian sus padres lejitimos! Cuando iba por el camino se peleo con un caballerO y le ronpio mortalmente la cabesa; despues siguio lo mas canpante y llego a lantigua siudá de tebaS, siudá questaba dominada por la efinjE, o sea un mostruO con alas de pajaro, cara y pechos de mugeR y el resto de leoN... (Esas eran bestias y no las que se ven haora!) Resulta que la efinjE proponia asertijos y adivinansas, y el que no asertaba moria, y cuando el edipO se aserco para intervenir en aquella audision de preguntas y respuestas, la efinjE le pregunto: "¿Cual es el bicho que camina primero con 4 patas, despues con 2 patas y a la final en 3 patas?" Entonses el edipO penso durante 30 segundos, y despues contesto:
- Ese bicho es el honbre, que cuando es chico camina en 4 patas, despues anda en 2, y cuando es viejo usa baston, o sea la tersera pata... Al ser derrotada, la efinjE se murio de rabia y el edipO gano el premio ofresido al ganador: !casarse con la reina, que habia enviudado resientemente! ¿Se dan cuenta como se viene preparando el bodrio? Se caso el edipO, tuvo 4 hijos (2 machitos y 2 chancletas), y todo anduvo tranquilo y felis hasta que un dia se descubrio la trajedia: !edipO sentero de quel caballero que mato en el camino era su padre, que la reina viuda era su madre y que el venia a ser padre y hermano de sus hijos al mismo tienpo! Entonses, la reina tanbien sufrio una conmosion violenta y se haorco en el palasiO; el edipO se pincho anbos ojos y salio a pedir limosna; los hijos se pelearon por el trono bacantE; las 2 hijas fueron desgrasiadas hasta desir basta, y la cosa termino con la muerte de todos, no quedando ni uno solo de la familia edipO para creser y multiplicarse como corresponde... !Esas son desgrasias para lamentar, y no el conplejo de andarse quejando porque sube la carne, sube el pan, sube la leche y suben los hueboS! !Mientras uno no mate al padre ni se case con su vieja, puede desir que todo marcha sobre rieles, y viba la pepA!
BITACORA ALTERNATIVA
Daniel Salvo
Perú (1967)
Hace miles de años, éramos los dueños de estas tierras, hasta que llegaron los invasores y nos las quitaron. Tuvimos que adaptarnos, esperando el momento de la venganza. Algunos olvidaron nuestro verdadero origen. Otros mantuvimos el recuerdo. Hasta que por fin, en este Año del Señor de 1492, retornamos a las tierras que un día fueron nuestras, para recobrarlas y vengarnos...
SALTAR
Alex Jamieson
Estados Unidos (1983)
Vio que el tren se acercaba y saltó a las vías. Siempre había tenido miedo de que alguien la empujara adrede o de caerse involuntariamente. O voluntariamente. Ese día se había levantado especialmente enérgica y escéptica al mismo tiempo pero con ganas de experimentar sensaciones nuevas. Le daba miedo pensar que un día tendría el temple de dar ese salto que tanto la atraía. Cuando viajaba en tren, le molestaba detenerse durante horas sólo algunas estaciones después de haber subido porque alguien había logrado lo que ella no. ¿Cómo lo habría hecho? ¿Tomando impulso y carrera? ¿Blandamente, desmoronándose por el borde? Como si nada, un saltito de nada. Ver que viene el tren y saltar. Dura un segundo y está en el foso rodeada de papeles, botellas plásticas, metal. Llega a ver también el asombro de dos pasajeros cuando deja apoyados el bolso del gimnasio y la cartera en el andén, como si fuera a volver pronto para buscarlos. Vio que el tren se acercaba.