30 de septiembre de 2013

Horacio Tarcus: "Marx quizás no tenga la hegemonía que tuvo en el siglo pasado, pero va a seguir pesando en el siglo XXI" (4)

La obra "Marx en la Argentina" de Horacio Tarcus rastrea la recepción de Marx y sus ideas en la Argentina del siglo XIX. El "Lucifer moderno", tal como se lo llamó a Marx en un principio, apareció en la prensa liberal argentina de principios de 1870 vinculado con la "barbarie" y la "violencia" de las multitudes enfervorizadas. No obstante ello, veinte años después su figura devino en el "Prometeo del proletariado" que se apropiaba de la ciencia burguesa para ponerla al servicio de la redención social. En el lapso que va de 1890 a la primera década del siglo XX, el pensamiento de Marx se expandió más allá de los locales obreros, ingresó en los ámbitos intelectuales y académicos; rebasó la prensa socialista para ser difundido y discutido en revistas científicas y en las aulas universitarias. Sobre esos avatares habla Tarcus en esta cuarta y última parte de la serie de entrevistas que concedió a diversos medios periodísticos durante el mes de septiembre del corriente año.


Muchas de las cosas que vemos en el libro, nos hacen pensar en un tiempo muy rico para la cultura argentina. Una base temprana y activa para la cultura socialista en el país. ¿Qué pasó después?

Estoy preparando una segunda parte del libro, entronco en 1910 y llego a 1983. Podría mostrar la riqueza de los marxismos argentinos y las lecturas que de Marx hicieron algunos no marxistas o no socialistas. Cómo leyeron a Marx los sociólogos, académicos, filósofos, los liberales, los católicos y además todas las familias de las izquierdas, sigo en esa tónica. Ernesto Palacio lee a Marx, Scalabrini Ortíz…

Incluso los círculos católicos, que toman su terminología para despistar, confundir…

Exactamente. Y el nacionalismo de los años '30 toma mucho de su simbología, de los métodos de intervención pública, de la utilización de banderas… con su impronta tomada de los nacionalismos europeos. Pero sí, lo que hay en este período es la perdida de la hegemonía respecto de la clase obrera.

Aunque habrá habido un mayor auge todavía con el impacto de la Revolución Rusa…

Sí, es enorme ese impacto. Allí se centra la primera parte del libro. La Revolución Rusa va impactar sobre anarquistas y sindicalistas, y de algún modo el Partido Comunista va a intentar con su pequeña estructura capitalizar ese hecho. Es muy interesante ver cómo los anarquistas empiezan a leer a Marx vía la Revolución Rusa. Todavía en clave anarquista, en el '18, el '20, el '23. Hasta el ascenso del peronismo hay una disputa entre un anarquismo residual y un sindicalismo que se hace cada vez más fuerte, entre el socialismo y el comunismo, que han crecido enormemente en el seno de la clase obrera. Pero el momento de quiebre es el '45, no hay duda.

Imagino también un momento clave en la derrota de la Guerra Civil española…

Es una derrota pero no una debacle moral o pérdida de ascendiente sobre la clase obrera.

Es cierto, además el franquismo significó para la Argentina recibir a un sinfín de publicadores e intelectuales que ya no tenían nada que hacer en España.

Argentina y México se beneficiaron con ese exilio. Y eso es algo a documentar, las revistas y publicaciones que nacieron en ese período. O el fascismo italiano, que expulsó nada menos que a un Rodolfo Mondolfo, una figura clave en el marxismo argentino. Es un poco el Gramsci argentino, que lee a Marx en clave historicista. Y sin embargo su vínculo con los gramscianos argentinos en prácticamente nulo. El primer artículo que publica José Aricó es contra Mondolfo.

Hay varios temas en el libro que son trasladables a la actualidad, debates internos en el marxismo que siguen vigentes. El liderazgo, relacionado con el culto a la personalidad; el proteccionismo, sobre el que hay muchas ambigüedades, y la estatización de actividades y recursos, por ejemplo. Son temas sin solución…

Estoy de acuerdo. Cuando hacemos historia, estamos precavidos del anacronismo, que sería el pecado más grave para un historiador, pero al mismo tiempo la voluntad de exhumar viejos diarios y figuras olvidadas tiene que ver con que esos debates, de algún modo, siguen estando abiertos. El liderazgo dentro del partido, los conflictos del liderazgo intelectual frente al liderazgo obrero, la cuestión de intelectuales como Justo, que dice, yo no soy intelectual. Hay un anti-intelectualismo propio de los intelectuales. ¿Es posible fundar una política emancipatoria, de resistencia, sin una creencia tan firme? Benjamin dice: nada corrompió más al movimiento obrero alemán que creer que la historia estaba de su parte. Ahora, ¿es posible semejante mística, semejante heroísmo y compromiso colectivo sin una creencia tan fuerte? Son preguntas abiertas.

Los movimientos sociales en la actualidad no tienen esa firmeza teórica avalando sus creencias. ¿Es un impedimento para su avance?

Creo que no. Los movimientos sociales se han reinventado según demandas mucho más específicas adonde la relación con lo utópico está presente de modo productivo. Han venido a ocupar cierta escena vacante que dejó la vieja izquierda. El tema es cuando esos movimientos entienden que la demanda sobre el Estado es insuficiente y se proponen hacer política sosteniendo algún ideal de sociedad. Si nosotros queremos una sociedad con vínculos más horizontales tenemos que empezar por gestar instituciones más horizontales, más asambleísticas. En ese sentido tienen un elemento libertario que es oxigenante. Ahora, cuando se tiene un movimiento fundado en esa lógica anticipatoria y se quiere jugar en el terreno político, donde uno se encuentra con organizaciones verticalistas, aceitadas, está en desventaja. La lógica del leninismo, aunque hoy está cuestionada, tiene una razón de ser. Cuando él dice: si nos enfrentamos a un estado eficiente, jerarquizado, estructurado, militarizado, que funciona como una maquinaria, tenemos que confrontarlo con otra maquinaria eficiente. El anhelo anticipatorio, es una ilusión de los anarquistas, dice Lenin. Es instrumental, porque hay que confrontar con algo muy poderoso si tenemos verdadera vocación de poder. Los militantes de los '70 tomaron esa idea, que hoy está en cuestión. Hoy los caminos son otros. Cómo gestar herramientas políticas nuevas que respeten la lógica de los movimientos sociales es el gran interrogante. Los viejos textos no nos dicen mucho. Nos vemos obligados a leerlos, porque son ricos e iluminadores, pero allí no hay respuestas. Hay preguntas, exploraciones y caminos que quizás no nos llevaron a ningún lado, pero que conviene estudiar para no repetir errores y, en todo caso, poder inventar de la manera más libre que se pueda.

¿Marx seguirá estando en el centro de este debate, tiene asegurado su lugar como el gran pensador de la izquierda?

Marx ha vuelto, contra cualquier pronóstico que se pudiera haber hecho en el '89 o en el '95. A diferencia de otros teóricos marxistas, mantiene una distancia de los fracasos del siglo XX. Pero ha vuelto de otro modo. Más utópico, más autonomista…

¿Recontextualizado?

Sí, porque el Marx que conocimos en el siglo XX es un Marx leído desde el prisma del leninismo. Una lectura muy potente y exitosa que se derrumba del modo que ya sabemos. Al haberse roto esa matriz, hay un montón de acercamientos posibles y las apropiaciones de Marx son todavía múltiples. Ya no hay un canon tan fuerte como el del marxismo-leninismo y tampoco hay un centro de la revolución como fueron Moscú para los comunistas, París para los trotskistas, La Habana para los guevaristas o Pekín para los maoístas. Hay algo de auspicioso en esto. Marx quizás no tenga la hegemonía que tuvo en el siglo pasado, pero va a seguir pesando en el siglo XXI.

¿Se necesitan esos malos lectores de los que habla Harold Bloom?

Claro, hacen falta malos lectores para contrapesar tanta ortodoxia y tanto canon. Más allá de la cuestión política, el gran impacto de este libro está en la circulación de las noticias, de las ideas, que viajaban, hace ciento cincuenta años, a una velocidad increíble. Hoy, aunque todo es instantáneo, ni de cerca hay aquél nivel de debate.

Tardaban dos meses las ideas en viajar. Pero llegaban, se traducían, se publicaban.

Y no es sólo un tema de velocidad. La publicación del "Manifiesto Comunista" tenía un impacto político, era un folleto subversivo, y hoy lo edita el diario "Clarín" en forma masiva, sin que esto sea una crítica al diario.

¿Eso quiere decir que perdió su impacto?

Es relativo, porque uno no puede controlar los efectos que pueda tener una edición de semejante masividad. Sin duda hay una neutralización, El "Manifiesto" se transforma en un clásico al lado de "El príncipe" de Maquiavelo. Hay un efecto de neutralización que tiene que ver con la emergencia de la cultura de masas. Yo me entrevisto con muchos militantes y les pregunto cómo llegaron ellos al marxismo, a la izquierda. Y me hablan de un librero, un compañero, una huelga en la fábrica, una biblioteca popular en el barrio, un libro, normalmente son todas estas cosas, pero allí suele aparecer el "Manifiesto Comunista". Y quizás esta masificación sirva como texto iniciático para las nuevas generaciones. Lenin se lee poco, pero Trotsky sigue estando aquí. "Mi vida", ¿no? Él es el gran derrotado político pero representa un triunfo moral de algún modo. Son textos vivos, todavía nos hablan; no nos dan fórmulas, pero pueden aportar a los movimientos emancipatorios.

Un día recibió un correo electrónico de Mario Bunge…

Sí. Debe ser un error, pensé. El viejo epistemólogo había leído "Marx en la Argentina" con absoluto detenimiento y me hacía varios comentarios. Me decía que el principal mérito del libro era haber podido estudiar un período sobre el cual hay tan escasa documentación. Le respondí que fueron años de acumular documentos, de viajar por distintas partes del mundo, y de armar un rompecabezas que nunca se termina de armar. Pero nos tocó hacer historia intelectual e historia política en la Argentina, donde no hay archivos o los archivos existentes están en pésimo estado.

Pero Horacio Tarcus no es sólo un archivista sino un historiador con el peso que esta palabra tiene en la tradición marxista...

Yo fui el típico pibe que juntó figuritas, que juntó estampillas, hijo único obsesivo, con un padre que tenía una biblioteca y que me estimuló en la lectura inclusive de revistas. Él dibujaba, llegó a ilustrar páginas de Columba. O sea que me crié en un medio donde los textos tienen un valor. Hoy me siento como uno de los últimos exponentes de la tradición ilustrada que ama el libro, lo reproduce, lo rescata, intenta socializarlo. Digamos, que creen en su función educadora. Además, está el plus que tiene el archivo. Pensemos que hay organizaciones, hay corrientes políticas que se han matado por preservar documentos, que se han formado grupos armados para rescatar archivos o para quemarlos. Siempre tuve ciertas aptitudes para reunir, pedir el número que faltaba, hurgar en bibliotecas de viejo. Y empecé a juntar en una época en que la única forma de hacer un balance de la izquierda argentina, de lo que estaba pasando en ese momento, era armar una biblioteca, una hemeroteca y un archivo propios. Como por entonces alguna gente se empezaba a desprender de cosas, y yo las recibía, entonces el archivo fue de algún modo creciendo solo. Hubo un tiempo en que parte del archivo se enterró, en una quinta en el Gran Buenos Aires. El traslado lo hice el 24 de marzo de 1976. Un amigo y yo con varios bolsos nos fuimos en tren hasta Ituzaingó, hicimos el pozo, lo envolvimos con varios celofanes, lo pusimos en cajas de cartón y lo desenterramos en el año 80. Una locura total, una imprudencia absoluta, sólo lo puede hacer alguien que cree en el valor y en la vida que hay en esa letra impresa.

Era una apuesta al futuro también.

Indudablemente, a que eso iba a tener un sentido, que se iba a rescatar, que iba a servir, y lo guardé contra cualquier norma elemental de seguridad.

¿Mejoró la cuestión de la preservación de los archivos en el país?

Hay una mayor conciencia pública que tiene que ver con la circulación de un discurso acerca de la memoria. Hay esfuerzos puntuales en algunas instituciones, pero todavía no son políticas públicas. El año pasado estuve en un remate donde se había dividido en decenas de lotes la correspondencia de Leónidas Barletta. Ingenuamente fui con unos pesos que estaban en la caja del CeDInCI, pensando que iba a poder comprar buena parte de esas piezas. El coleccionista de Roberto Arlt compró las cartas de Barletta con Arlt, el coleccionista de Victoria Ocampo compró las cartas con Victoria Ocampo. Y así hasta el infinito. Lo que pude comprar fueron unas cartas de Barletta con la madre y una novia de Roberto Arlt; como los nombres no eran conocidos, no las compró ningún coleccionista privado. Ahora están a la consulta en el CeDInCI. Ahí no hay Estado que se anticipe y diga: "Señor, no remate; el Estado compra". Tenemos un discurso sobre la memoria, la tradición y el archivo. Lo que no tenemos son políticas de archivo. Hoy se habla de una modernización del Archivo General de la Nación; hay un proyecto en curso y parece que hay un dinero que se está por ejecutar. Ojalá que no sean los tiempos lentos del Estado y que esto se empiece a mover.