Hobsbawm,
escribió extensamente sobre una gran variedad de temas, pero se centró
especialmente en el análisis de lo que denominó la "revolución dual", donde
incluía los cambios llevados por las simultáneas Revolución Francesa y
Revolución Industrial. Jamás renegó del Partido Comunista, y aunque esquivó y
demoró sus críticas al estalinismo, no obstante criticó duramente las
intervenciones de la Unión Soviética en Hungría (1956) y en Checoslovaquia
(1968). Inevitablemente, su filiación política produjo una incomodidad
constante en el mundo académico anglosajón, lo que no impidió sus trabajos se
convirtiesen tempranamente en manuales universitarios. Atacado durante la
Guerra Fría por el macartismo, en 1948 publicó su primer libro, "Labour's turning
point" (Trabajadores, un punto de inflexión), al que seguirían "Primitive rebels.
Studies in archaic forms of social movement in the 19th and 20th centuries" (Rebeldes
primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en
los siglos XIX y XX), "Labouring men"
(Trabajadores) y "Bandits" (Bandidos), cuyos títulos revelan su interés por los sectores marginados y las clases subalternas. Pero los libros más conocidos por el público en general fueron "The age of revolution. Europe. 1789-1848" (La era de la revolución. Europa. 1798-1848), "The age of capital. 1848-1875" (La era del capital. 1848-1875), "The age of empire. 1875-1914" (La era del imperio. 1875-1914) y "The age of extremes. The short twentieth century. 1914-1991" (La era de los extremos. El corto siglo XX. 1914-1991). Lo que sigue es la tercera parte del compilado de entrevistas a Hobsbawm, "uno de los historiadores más influyentes del siglo XX" tal como lo definió el diario británico "The Guardian" en el
(Trabajadores) y "Bandits" (Bandidos), cuyos títulos revelan su interés por los sectores marginados y las clases subalternas. Pero los libros más conocidos por el público en general fueron "The age of revolution. Europe. 1789-1848" (La era de la revolución. Europa. 1798-1848), "The age of capital. 1848-1875" (La era del capital. 1848-1875), "The age of empire. 1875-1914" (La era del imperio. 1875-1914) y "The age of extremes. The short twentieth century. 1914-1991" (La era de los extremos. El corto siglo XX. 1914-1991). Lo que sigue es la tercera parte del compilado de entrevistas a Hobsbawm, "uno de los historiadores más influyentes del siglo XX" tal como lo definió el diario británico "The Guardian" en el
obituario publicado el 1 de octubre de
2012.
¿Cómo podría uno convencer a los económicamente
fuertes para que ayudasen a los económicamente débiles? ¿Cómo podría arreglárselas
para que los primeros pusiesen sus propios intereses en segundo término? La
motivación no puede continuar debiéndose principalmente a intereses materiales;
debemos cambiar la conciencia de la gente.
Que hoy no
se puede reconstruir a partir de los intereses materiales. Verdaderamente, no
creo que nadie pudiese hacerlo.
Esto parece probar que usted no es un marxista
suficientemente ortodoxo, pero creo que tiene razón.
Naturalmente,
cualquier ideal sin una base material es irrelevante. Pero el hombre es un ser
consciente y por tanto todas las cosas, incluso los intereses materiales, se expresan
a través de la conciencia humana, mediante las ideas. No pienso que se pueda
analizar a la gente de una manera puramente conductista, como si reaccionase "automáticamente",
dependiendo de si su renta real sube o baja. La gente no es así, gracias a
Dios, aunque hay un intento de convertirla en esa clase de ente. Actualmente
los materialistas deterministas se dedican a la publicidad.
Los estilos de vida ya no dependen simplemente
de los ingresos. La gente puede tener ingresos relativamente similares y al
mismo tiempo estilos de vida totalmente diferentes. Por esta razón se necesita
una estrategia diferenciada, una estrategia capaz de dirigirse a gentes con
diferentes estilos de vida y, al propio tiempo, de ganarlas para algún tipo de
acción política. Muchas veces los partidos fracasan en esto. Estas enormes "cocinas"
políticas encuentran que su capacidad de integración se debilita cada vez más.
Me temo
que debo discrepar de usted en este punto. Usted dice que se opone al
sentimentalismo de la tradición y a mirar el pasado. Muy bien. Sin embargo,
pienso que hoy en día uno de los puntos más importantes es que en Gran Bretaña
la gente está buscando una cierta seguridad moral, y parte de esta seguridad
moral es la idea de que el mundo no está compuesto simplemente por individuos
que sólo se preocupan por el "número uno" y están inmersos en una lucha
constante unos contra otros. Pienso que uno de los problemas de la izquierda
es que ha dejado de buscar los antiguos buenos tiempos, que en cierta forma es
la búsqueda de una sociedad buena, de lo correcto. Uno de los rasgos más
acusados del movimiento comunista en Italia, por ejemplo, es que ha aprendido a
habérselas con la transición de un antiguo proletariado a una nueva sociedad.
Uno de los grandes logros del PCI es que todos los italianos lo ven como el único
partido honesto y honorable.
Porque combatió contra el fascismo...
En parte
por eso, y en parte porque no se ha corrompido. La gente habla de él como del
único partido incorruptible, y a este respecto de alguna manera ha comprendido
la necesidad de ejercer un atractivo moral. No se trata de un atractivo
puramente individual. Con escasas excepciones, hemos dejado esto a los demás;
hemos dejado el patriotismo a los demás. La izquierda teme excederse de alguna
manera. Tiene miedo. Pienso que debemos encontrar nuevas bases para la
solidaridad sin por ello abandonar las antiguas.
Tengo la impresión de que la gente cada vez es
más consciente de que la izquierda no puede representar adecuadamente sus
intereses, y no puede satisfacerlos. Es ilusorio pensar que la clásica
política de pleno empleo keynesiana, que durante décadas ha sido la base de la
política económica socialista, sea capaz de combatir la actual tasa de
desempleo, teniendo que vérselas con los altos tipos de interés
estadounidenses, el mercado del eurodólar y lo que está sucediendo en el
mercado internacional de capital. Hay tantos factores determinantes de ámbito
internacional que la política nacional pierde toda efectividad. Mi conclusión
ante todo ello es que si no se llega a una europeización de la política, sino
que se continúa alimentando la ilusión de que es posible superar los problemas
dentro del antiguo Estado-Nación, la credibilidad disminuirá cada vez más
porque la gente empezará a sentir que la izquierda sólo se limita a hablar y
que en realidad no está adecuadamente preparada para influir en política.
Me temo
que no estoy de acuerdo con lo que dice. Personalmente, no siento un gran
entusiasmo por Europa en sí misma. Pero lo que usted dice se apoya en que
actualmente ningún país, a excepción de Estados Unidos, puede definir su
política económica de manera autónoma. Para muchos países europeos, y también
para muchos países del mundo es imposible cualquier política nacional. Y en
ausencia de una política mundial la única posibilidad es combinar a nivel supranacional.
Dada la actual situación, esto debe hacerse a nivel europeo. Una moneda
estandarizada sería una cosa útil. Económicamente, por tanto, es ciertamente
algo útil y necesario, y en términos políticos podría también facilitar un
extremadamente deseable sentido de entendimiento recíproco entre los diversos
movimientos nacionales de la izquierda. Por otra parte, naturalmente la derecha
europea también saldría fortalecida.
Para la izquierda británica parece ser
especialmente difícil emprender una senda europeizante. ¿Podemos achacarlo a
la generalizada tradición anticontinental en el Reino Unido, o se debe a alguna
otra razón?
A mi
entender esto se debe a la tradición histórica. Con ello quiero decir que
históricamente nuestra grandeza dependió de nuestra separación de Europa. Los
vínculos europeos sólo han sido importantes para nosotros, en términos
económicos, a mediados del siglo XIX aproximadamente, época en la que
exportábamos maquinaria, tecnología, etc. al continente europeo en la primera
fase de su industrialización, hasta que a su vez éste empezó a competir con
nosotros. La base de la economía británica tenía su centro en el mercado de
ultramar, y sigue siendo así, y esto tuvo un enorme peso en la tradición. Por
otra parte, también es cierto que la CEE no parece ser especialmente
beneficiosa para el Reino Unido. Sólo si uno reconoce cuan débil es la
auténtica situación económica del país, se pueden entender los verdaderos
argumentos en favor de la integración en la Comunidad. Y hasta la década de los
sesenta, quizás la de los setenta, se negaba -o cuando menos se subestimaba- la
debilidad fundamental de la economía británica.
Pero, después de todo, la victoria de los británicos
-y también del movimiento obrero- sobre Hitler al final fue posible solamente
porque no estaban muy orientados hacia el continente europeo.
Ciertamente
no quisiera subestimar la fuerza de esta actitud estrecha y ofuscada del
movimiento obrero británico. Puedo recordar mi época en el ejército británico,
en 1940, cuando yo, el intelectual, me dije: "Muchacho, las cosas se ponen
feas". Cada compañía tenía, no sé, pongamos unas cuatro ametralladoras, y eso
era todo. Y de alguna manera se suponía que defendíamos las costas británicas.
Yo dije: "¿Cómo podremos hacerlo?", pero los otros soldados no veían problema
alguno. Su actitud era "simplemente vamos a hacerlo". A ninguno se le pasaba
por la cabeza la idea de que todo aquello pudiese acabar en una derrota, y eso
me causó una gran impresión.
No podían concebir la idea de que Hitler pudiese
cruzar el canal.
Era
perfectamente obvio que era capaz de cruzarlo, pero simplemente no se les
ocurrió que el equilibrio del poder en Europa era tal que una victoria
británica, en la práctica, parecía completamente indiscutible.
En un estudio sobre la clase obrera británica usted
escribió que la experiencia directa de la vida de los trabajadores en Gran
Bretaña es más local que nacional. Esto nos lleva a un problema muy importante como
lo es el rápido declive de los socialdemócratas en las grandes ciudades donde
hay una enorme proliferación de la industria de servicios y donde los antiguos
distritos de la clase obrera han sido casi totalmente destruidos. Para usted,
como historiador de las formaciones de clase, ¿hay que culpar a las
organizaciones regionales del partido? ¿El cambio sociológico ha desempeñado
un papel importante? ¿Es una mezcla de ambas cosas? ¿Podemos discernir una
tendencia general? ¿Qué sentido le encuentra usted a esto ante la
experiencia británica?
No pienso
que sea un fenómeno exclusivamente alemán, sino que es bastante general. Las
ciudades se han desindustrializado y sigue aumentando el número de empleos terciarios,
bien remunerados, en la "sociedad de los dos tercios". En Nueva York y en
Londres más que en ningún otro lugar. Mi esposa es maestra de una escuela
primaria en una comunidad lumpen. Estas dos clases opuestas viven a una
distancia de medio kilómetro, y apenas saben nada una de la otra.
Usted siempre ha concedido un importante papel
en el escenario socialista al concepto de libertad. En 1956, cuando las tropas
soviéticas entraron en Hungría, usted elevó su protesta. Ahora ha adoptado una
postura muy pragmática en favor del voto táctico. Si a estos dos factores
añadimos el de su continuada militancia en el Partido Comunista, uno no puede
dejar de preguntarse por qué sigue usted en el partido.
Su
pregunta tiene dos mitades. La respuesta a la primera parte, el porqué he
propugnado un giro hacia el "voto táctico", es bien simple: creo que cuando un gobierno
es reaccionario y verdaderamente existe el peligro de un poderoso radicalismo
de derechas capaz de debilitar al movimiento obrero en su conjunto y a todos
los movimientos progresistas, me parece que la tarea política más importante debe
ser la de derrotar a ese gobierno. La segunda parte, por qué sigo militando en
el Partido Comunista, es algo que yo también me pregunto algunas veces. Sobre
todo durante un tiempo después de 1956 no fue nada fácil. El partido británico
es pequeño, y no es tan dogmático como otros, pues de otra manera me habrían
expulsado. Pero se ha debilitado tanto que no pueden, o quizá no quieren,
aunque esto no es muy importante. En fin, su pregunta me devuelve a Alemania.
Mi despertar político se produjo mientras estudiaba en la escuela secundaria en
Berlín, entre 1931 y 1933. La primera organización en la que ingresé fue un
pequeño grupo, que en aquella época se llamaba Sozialistischer Schülerbund y
que era una sección del KPD. Esto ocurría en las peores épocas del sectarismo.
Pero cuando siempre se ha estado comprometido, desde los quince años, y se ha
pasado por la escuela del antifascismo en los años treinta y cuarenta, uno se
siente reacio a renunciar a su pasado. Yo no quiero renegar de mis camaradas
que decidieron dedicar sus vidas a una gran causa aun cuando actuasen de manera
errónea. Mucha gente que ha abandonado los partidos comunistas, por ejemplo en
Francia, ha cambiado su postura y se ha convertido en anticomunista. Yo no
deseo frecuentar tales compañías. Políticamente quizá no sea muy importante hoy
en día pertenecer al Partido Comunista británico, aunque como partido haya
contribuido mucho al movimiento obrero del país. Es un partido pequeño, pero
no una secta: un partido pequeño que fue sinónimo de lo mejor del movimiento
obrero británico. Quizá ahora esto tampoco sea particularmente importante. El
tipo de actividades políticas que llevo a cabo actualmente no dependen de si
milito o no en el Partido Comunista. Sin embargo, no deseo renegar de mi
generación y de la generación anterior, que dedicaron su vida a la emancipación
de la humanidad y que fueron asesinados por ello, a veces incluso por sus
propios correligionarios. Pienso que es importante aceptar que esta era -y
sigue siendo- una gran causa. Quizá ahora esta causa no se lleve a cabo tal
como lo imaginábamos entonces, cuando todavía creíamos en la revolución
mundial. Pero de nosotros no se podrá decir que ya no creemos en la
emancipación de la humanidad.
Quisiera pasar a otro punto de esta
conversación. En una entrevista usted señala que la motivación principal para
convertirse en historiador fue su curiosidad por saber cómo se forma "el
espíritu de los tiempos". Revisando su enorme producción intelectual, es
indudable que el marxismo tiene un rol central en su entendimiento de los
tiempos históricos. Sin embargo, con el derrumbe de las experiencias
socialistas también se cuestiona al marxismo como método de análisis. ¿Qué
piensa usted de este cuestionamiento?
Me parece que tenemos que
repensar el marxismo que nosotros conocimos; incluso algunas cosas que el
propio Marx escribió. Por ejemplo, las tesis sobre Feuerbach es algo que
tenemos que repensar seriamente, y modificar.