Elvio Gandolfo (1947). Nacido en San Rafael, Mendoza, a muy corta edad se trasladó a Rosario, donde dirigió con su padre la revista literaria "El Lagrimal Trifurca". Luego fue colaborador de la revista "El Péndulo" y escribió notas culturales en distintos semanarios y diarios de Montevideo y Buenos Aires, ciudades en donde reside alternadamente. Ha realizado numerosas traducciones, entre otras de William Shakespeare (1564-1616), Pierre Choderlos de Laclos (1741-1803), Henry James (1843-1916) y Tennessee Williams (1911-1983); y compilado varias antologías de géneros como el relato policial, la ciencia ficción y el suspenso. Es autor de varios poemarios, de tomos de ensayos y de crónicas, de las novelas "Boomerang" y "Ómnibus", y de los libros de cuentos "La reina de las nieves", "Caminando alrededor", "Sin creer en nada", "Rete Carótida", "Dos mujeres", "Ferrocarriles Argentinos", "Cuando Lidia vivía se quería morir" y "The book of writers". En el artículo "Releyendo a Bioy", publicado en el nº 570 de la revista "Ñ" el 30 de agosto de 2014, Gandolfo se pregunta qué libros atesoramos de un autor y por qué, y evoca sus encuentros con Bioy Casares y sus razones para elegir ciertos relatos.
Cuando voy a fijarme en la biblioteca qué es lo que guardé de Adolfo Bioy Casares para releer de su narrativa, hay dos libros: "La trama celeste" en edición de Alianza, y "El héroe de las mujeres" en reedición de Emecé (la abro, y se desencuaderna de inmediato). Cuando les leo el índice, me doy cuenta del motivo para guardarlos: en "La trama celeste", muy poco original en la elección, siempre admiré "En memoria de Paulina", el relato donde mejor ejerció el arte de la prestidigitación a pleno, no sólo para contar el tema del amor engañado por sí mismo, sino también por la mezcla rigurosa, no esforzada, del espacio y el tiempo. Es un clásico a secas. Veo que en el mismo libro incluye dos cuentos muy citados, "La trama celeste" y "El perjurio de la nieve". Pero ambos me siguen pareciendo menores en relación a "En memoria de Paulina".
En "La trama…", mientras uno lee, admira el cruce de referencias, la construcción de un mundo paralelo, otro. Pero cuando termina me desilusiona un poco el cuento dividido en un trayecto de ida y otro de vuelta, en especial si son historias de fantasía o ciencia ficción. Hasta la mitad avanza en una dirección, de allí en adelante recorre el camino al revés, como un recurso autoral, mecánico, más que generado por los personajes. En "El perjurio…", en su cuidadosa construcción de un misterio policial mezclado con lo fantástico, reaparece el orgullo excesivo del armado (el cruce de voces narrativas, por ejemplo), de la técnica. No sé qué pensé cuando lo leí por primera vez, pero ahora no puedo dejar de advertir la huella fuerte de las novelas-problema inglesas que Bioy y Borges tienen que haber leído mientras dirigían la colección de policiales "El séptimo círculo".
"El héroe de las mujeres" incluye otro texto disfrutable: "Una guerra perdida". Breve, irónico, con una distancia difícil de mantener: el tono del mujeriego (o "langa") resignado a ser asediado no por otros hombres sino por un curso de fijación de médanos, con el latido de los textos al parecer nimios por la extensión, que reinician su magia en la lectura ("Continuidad de los parques" de Cortázar, "El predicador y la isoca" de Hebe Uhart). Pero al ver el índice recuerdo que también lo guardé por "Lo desconocido atrae a la juventud" y su "efecto Rosario". Es un cuento con uso sereno de lo arcaico; a la ciudad le llaman "el Rosario". Al joven protagonista su encuentro con esa ciudad lejana en el tiempo (tranvías, mafia provinciana y lecherías) le permite crecer, con ayuda sobrenatural y femenina.
Al pensar en esta nota, y al ver "El lado de la sombra" a buen precio en la sólida edición de Tusquets, lo compré. Sobre todo para releer "Cavar un foso". Ahí Bioy parece hacer resonar una cuerda oculta de "El séptimo círculo": sus pocos títulos de "serie negra". El cuento es una especie de homenaje a las dos grandes novelas de James Cain ("El cartero llama dos veces", "Pacto de sangre"). Hay una pareja que ama y odia, un crimen violento por el eterno dinero, autos y carreteras, y final de destino fatal, aquí indicado por Bioy, más que expuesto.
No guardé ninguna novela. Como todos, oí hablar de la fama de "La invención de Morel". Cuando hice un extenso inventario de "La novela nueva en Argentina" en 1968, incluí a Bioy por él. Reconocía que ese libro de los años '40 encajaba bien en la difusión posterior general del "nouveau roman" francés (lo sigo pensando). Pero el último párrafo comenzaba: "La novela extrae su virtud y su defecto de su carácter cerrado, circular". Hace unas semanas la vi reeditada en una colección de bolsillo "del centenario" cuyas tapas parecen afiches circenses. Confieso (término del periodismo que me encanta porque sugiere mucho más de lo que dice) que me resultó impenetrable. La abandoné después de cuarenta páginas. Había leído en cambio con asombro, después de aquel balance, "Plan de evasión": con parámetros semejantes (universo cerrado, personaje central tipo "doctor loco"), era más existencial y angustiosa.
Con rubor reconozco que leí "El sueño de los héroes" hace apenas un par de años, después de un tiempo largo en la biblioteca (en edición de La Nación). Con rapidez digo que me pareció por cierto la chance de su gran novela, arruinada por un final de cuento trabajoso. Leí sin tropiezos "Diario de la guerra del cerdo" y "Dormir al sol", pero supe ya entonces, al cerrarlas, que no volvería a abrirlas. Es un mecanismo o manía de mi forma de leer que me permite mantener la cantidad de libros bajo control, con sangrías constantes, mediante venta o canje. Una vez más, confieso que sufrí una distracción. Guardo también, desde hace años, "Un campeón desparejo", que siempre me sorprende. Es una novela tan delgada que le cuesta tener lomo. Despliega sin embargo un recorrido de Buenos Aires minucioso y múltiple, con uso de esa "lengua popular" que Bioy reconstruye con pasión de arqueólogo. Los recorridos son abundantes porque el protagonista es "taximetrero". Hay un truco fantástico menor (un líquido que multiplica la fuerza), y sobre todo una historia de amor perdido que se frustra porque el hombre que la busca, al encontrarla hace lo que no debe, y la pierde del todo.
Las dos veces en que me crucé con Bioy Casares fueron en los años de su vejez. Una vez lo vi avanzar paso a paso por la Feria del libro, acompañado por una enfermera vestida con elegancia. Me llamaron la atención sus zapatos a la vez finísimos (como escritor, los consideré de inmediato italianos) y gastadísimos. La segunda vez fue en Montevideo, en la que tal vez haya sido su última visita a la ciudad. Intercambiamos algunas frases en un sitio incomodísimo, lleno de gente. Yo había ido no a entrevistarlo sino a darle algunas puntas a una entrevistadora poco conocedora de su obra. El encuentro inalterable fue posterior. Bioy ya se veía endeble, cuidadoso en los movimientos, pero entero. A poca distancia del diario donde yo trabajaba, en una calle lateral, un cine había sido reemplazado por un templo evangelista. Ahí estaba Bioy erguido, atento, con una libretita en la mano. Lo observé sin que me viera, copiando la inextricable frase promocional: "Asamblea general de milagros".
Ese es otro plano de él que me ha hecho guardar algunos libros más: "Descanso de caminantes" (supuestos "diarios íntimos", más bien colección de hechos pequeños y docenas de citas de libros o "tomadas del natural"), "La otra aventura" (ensayos) y "Palabra de Bioy" (una distendida, extensa y jugosa entrevista con Sergio López), cuya foto de tapa (en blanco y negro, apoyado en un bastón) me trae de inmediato a la memoria el Bioy que pasó por Montevideo.