Pablo De Santis (1963). Licenciado en Letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires, comenzó su carrera escribiendo guiones de historietas. Trabajó durante muchos años como periodista y escribiendo para la televisión. Es autor del libro de cuentos "Espacio puro de tormenta"; de las novelas "El palacio de la noche", "Desde el ojo del pez", "Enciclopedia en la hoguera", "El inventor de juegos", "Páginas mezcladas", "Filosofía y Letras", "La traducción", "El teatro de la memoria", "El calígrafo de Voltaire", "La sexta lámpara", "El enigma de París", "Los anticuarios", "Crímenes y jardines" y "Trasnoche"; y de los libros de ensayos "Rico Tipo y las chicas de Divito" y "La historieta en la edad de la razón". El artículo "Lo fantástico cotidiano" apareció en el nº 570 de la revista "Ñ" el 30 de agosto de 2014.
Desde la publicación de "La invención de Morel" en 1940 hasta sus últimos libros, escritos al filo del siglo y de su vida, Adolfo Bioy Casares se dedicó a imaginar cosas imposibles, y a hacernos creer esos prodigios. Este aspecto de la narración lo obsesionó más que ningún otro: cómo dar verosimilitud a lo fantástico. En diálogo con Fernando Sorrentino ("Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares"), Bioy esboza con claridad este rasgo de su estética: "Parecería que, con el tiempo, nosotros hemos comprendido que en la literatura fantástica la elocuencia se consigue restándole casi importancia al hecho fantástico y que éste aparezca un poco mezclado con la realidad y que pueda haber una duda hasta qué punto es fantástico o no. Porque, si no, el lector no nos acompaña en la credulidad; si siente que algo es completamente irreal entonces no puede leerlo".
Bioy escondió sus primeros seis libros con celo ejemplar, y es probable que ese celo estuviera justificado. Le toca a "La invención de Morel" inaugurar su literatura. En términos estrictos, no es una novela fantástica sino de ciencia ficción, porque tiene una máquina en su centro. Pero la ciencia ficción y lo fantástico no representan sólo causalidades diferentes, lógicas diferentes, sino también sensibilidades distintas. Y en cuanto a sensibilidad, "La invención de Morel" pertenece al universo de lo fantástico. Porque la ciencia ficción ha preferido siempre la sátira a la tragedia, el mañana al pasado, la sociedad al individuo. Y "La invención de Morel" nos habla de la tragedia, del pasado y del individuo. Su tema, como es habitual en la obra de Bioy, es la mujer perdida y, en definitiva, la soledad del héroe.
Recordemos su argumento: un fugitivo arriba a una isla poblada por desconocidos. El fugitivo es venezolano; los otros, canadienses de habla francesa. Al principio el náufrago se esconde, y en sus horas de espía llega a enamorarse de una mujer hermosa a la que sólo puede contemplar. Al cabo de un tiempo descubre que sus compañeros de aventura son proyecciones de una máquina inventada por Morel, dueño de la isla y también espectro. La idea de la máquina proyectora de fantasmas ya estaba en "El castillo de los Cárpatos" de Julio Verne, pero en el relato de Bioy la operación que asegura esa modesta inmortalidad icónica lleva a la irrealidad y a la muerte. El fugitivo decide repetir el mecanismo para reencontrarse con su amada en el paraíso cíclico de los fantasmas y escapar así de su soledad de náufrago. En los cuentos de fantasmas el muerto es uno solo, condenado a irrumpir en la sociedad de los hombres; aquí la única sociedad la forman los fantasmas, y la muerte es el pago para entrar en el club exclusivo de Morel.
"Plan de evasión" (1945), su siguiente novela, es una fábula sobre el idealismo filosófico. Allí Bioy vuelve a elegir una isla como escenario (la Isla del diablo, famoso penal de la Guyana francesa) para luego jugar con la posibilidad de una prisión experimental en la cual ciertos estímulos de la percepción bastarían para crear el simulacro de un mundo ilimitado. Una combinación de procedimientos neurológicos con disposiciones arquitectónicas facilitaría en los reclusos la ilusión de la libertad. Al enigma central de la misteriosa prisión, se le agrega el crimen. Es la más ardua de las novelas de Bioy, quien todavía no había alcanzado ese tono amable con el lector que es uno de los secretos de su encanto.
"El sueño de los héroes" (1954), la gran novela de Bioy, parece al principio una ficción costumbrista: la reconstrucción de un carnaval de 1927 que comienza en los confines de la ciudad y termina en los bosques de Palermo. Los hechos triviales de la vida del protagonista sólo son perturbados por un sueño; al final comprendemos que en ese sueño estaba la clave de la historia, y que lo que creímos un relato realista era, como en otras ficciones de Bioy, una historia fantástica sobre la provisoria postergación de lo inevitable. Pero aquí Bioy abandona ya los escenarios exóticos para instalar lo fantástico en un escenario reconocible. Lo popular y lo colectivo (desde la barra de muchachos hasta la multitud del carnaval) tienen en esta novela unas características infernales, como advertirá temprano el lector y tarde Emilio Gauna, el protagonista.
Sus novelas siguientes, "Diario de la guerra del cerdo" (1969) y "Dormir al sol" (1973), visitan la Buenos Aires contemporánea. Héroes a su pesar, los protagonistas son hombres comunes a los que les ocurren cosas extraordinarias. Al jubilado Isidoro Vidal le toca ser testigo de algunas escaramuzas de la "guerra del cerdo", que más que guerra es una cacería. Grupos de jóvenes persiguen y matan a los mayores con un odio que se parece a la indiferencia. Los hábitos de Vidal se ven conmovidos por dos acontecimientos: la amenaza cotidiana de la muerte y la inesperada llegada del amor.
En "Dormir al sol" el relojero Lucio Bordenave, vecino de Plaza Irlanda, trata de arrancar a su mujer del misterioso frenopático donde ha sido internada por el malévolo doctor Samaniego. Cuando regresa a su casa, la mujer está ausente, extraña, y es la perra de la casa la que parece conservar el alma de su esposa. Como en sus mejores cuentos, hay un maravilloso equilibrio entre lo cotidiano y lo fantástico.
Hubo que esperar hasta 1985 para que apareciera su siguiente novela: "La aventura de un fotógrafo en La Plata". Es una historia desconcertante, donde lo fantástico está apenas sugerido por una especie de "vampirismo psicológico". A diferencia de lo que había hecho en sus novelas anteriores y en sus relatos, Bioy apuesta más al tono que al argumento, que se demora en aparecer.
Lo fantástico, intermitente en sus novelas, ha estado presente en casi todos sus relatos. Ocupa un lugar central en su cuentística "El perjurio de la nieve" (1945), que apareció por primera vez en un breve volumen de la colección Cuadernos de la quimera que dirigía Eduardo Mallea. El narrador y un vanidoso poeta viajan a algún paraje de la Patagonia y allí oyen hablar de una casa donde viven unas hermosas muchachas de ascendencia nórdica. La casa está aislada: nadie sale de la propiedad. Sus habitantes, familia y servidumbre, viven encerrados en una rutina que se cumple con exactitud. El propósito de esa repetición es detener el tiempo, ya que una de las hermosas hijas está enferma. Pero una noche alguien visita la casa y rompe el hechizo. El tiempo se cuela por el desgarrón de la rutina, y la muchacha muere.
"El perjurio de la nieve" es una curiosa mezcla de fantástico y de policial. Porque Bioy funda el mecanismo de la verosimilitud en un desplazamiento: el lector estará menos atento al hecho fantástico en sí que a la búsqueda del culpable que ha profanado el cerco sagrado. Como si lo fantástico necesitara, para funcionar, de un narrador que se finge distraído del prodigio central y más atento a los asuntos humanos que lo rodean.
Adolfo Bioy Casares publicó varias colecciones de cuentos: "La trama celeste", "Guirnalda con amores", "El lado de la sombra", "El gran serafín", "Historias desaforadas", "El héroe de las mujeres", "Una muñeca rusa"... Hay una notable cantidad de monstruos, en general nacidos de experimentos; hay rarísimas máquinas filosóficas, como el "noúmeno"; hay algún ser de otro planeta; hay mundos paralelos; hay encuentros con el diablo; hay réplicas de mujeres perdidas; hay un hombre que ha sido "jibarizado" es decir, convertido en una miniatura. Hay fantasmas y no falta el fin del mundo. "La trama celeste", historia de un viaje a un mundo paralelo donde Cartago no ha sido destruida, y "En memoria de Paulina", un cuento de fantasmas, están entre sus mejores relatos, y entre los mejores de la literatura argentina.
Casi desconocidos para sus lectores han quedado sus últimos libros: "Una magia modesta" (1997) y "De un mundo a otro" (1998). Pasemos por alto la fallida novela "Un campeón desparejo" (1993). Una magia modesta contiene dos cuentos ("Ovidio" e "Irse") y muchos relatos de pocas líneas. Algunos de estos cuentos breves son lindísimos, como "El dueño de la biblioteca". En "Ovidio" e "Irse" se reitera una idea que está en otras historias: una serie de contratiempos y hechos aleatorios van revelando, si se los mira con perspectiva, la mano del destino. "De un mundo a otro" es una rarísima y disparatada novela de ciencia ficción. Una astronauta se embarca en un viaje hacia un planeta lejano; para no perderla, el narrador, que es periodista, decide formar parte de la expedición. El cohete, aclaremos, es argentino y en la ceremonia de la partida se ejecuta la Marcha de San Lorenzo. Los enamorados llegan a un planeta habitado por hombres pájaros, donde habrán de vivir una serie de aventuras y malentendidos.
En el libro "Borges" -monumento a una amistad y a la escritura convertida en obsesión- encontramos este diálogo: "Come en casa Borges. Borges: 'Estoy escribiendo un cuento fantástico'. Bioy: 'Yo también'. Borges: 'Es lo que se espera de nosotros'".