Durante
el primer cuarto del siglo XIX el filósofo idealista objetivo alemán Karl
Christian Krause (1781-1832) escribió las que serían sus dos obras
fundamentales: "Urbild der Menschheit" (Ideal de la Humanidad) y "Vorlesungen
über das system der Philosophie" (Lecciones acerca del sistema de la Filosofía).
Ambas contribuirían años después en la formación e ideología política de Leandro
N. Alem (1842-1896) e Hipólito Yrigoyen (1852-1933), fundador, el
primero, y la figura más relevante, el segundo, del partido político argentino Unión
Cívica Radical. Las ideas de Krause, formadas a partir de retazos de las
diversas escuelas de la filosofía clásica alemana, proponían una mística
nacional, una espiritualización de la política y el inmanentismo del Estado en
pos de lograr una alianza universal de la humanidad en una comunidad pacífica
de naciones. Para Yrigoyen, el krausismo constituyó tanto una posición
filosófica como una posición política, un punto de referencia teórico que le
permitió fijar su posición crítica frente al positivismo en auge. Cuando
alcanzó la jefatura del partido en 1904, Yrigoyen propuso la intransigencia,
negando legitimidad a los gobiernos elegidos a través del fraude electoral, e
impuso la línea abstencionista y revolucionaria, una opción que venía madurando
desde los episodios insurreccionales de 1890. Se propuso de esa manera
representar a una clase social, la pequeña burguesía, que carecía de fuerza
propia como para imponer el curso político de sus intereses ante el paternalismo
ilustrado de la oligarquía dominante desde 1862. Pero existía, además, una
fuerza no aprovechada ni organizada hasta ese momento, el descontento popular contra
el régimen dominante, aristocratizado, desdeñoso, al tiempo que urbano y culto.
Yrigoyen interpretó ese descontento, difuso pero latente, e inició una política
popular aunque sin clausurar completamente la etapa precedente, dejando
abiertas las puertas a las viejas y nuevas corrientes liberales. Esta
identificación de la política con un movimiento nacional y popular concebía el
sufragio universal como el único medio legítimo para poner de manifiesto esa manifestación
de manera orgánica, el instrumento que daría a luz el verdadero
regeneracionismo argentino. Tras años de revueltas y discusiones se consiguió
promulgar la ley 8.871, sancionada por el Congreso de la Nación
Argentina el 10 de febrero de 1912, la que estableció
el voto universal, secreto y obligatorio para los
ciudadanos argentinos varones, nativos
o naturalizados, mayores de dieciocho años de edad, habitantes de la Nación
y que estuvieran inscriptos en el padrón electoral. Cuatro años más tarde,
Yrigoyen llegó al gobierno tras vencer en las primeras elecciones
presidenciales bajo el imperio de la nueva ley. A partir de entonces es que
puede decirse que se inició la participación en el poder de los sectores
medios, sin que ello significase la total exclusión de elementos vinculados a
los sectores oligárquicos. Su política, considerada reformista, proponía
terminar con la inmoralidad administrativa y distribuir de modo más equitativo
la riqueza proveniente del exitoso modelo agroexportador, cuyas bases no fueron
cuestionadas. Impulsor de una política de corte nacionalista, fomentó la
creación de YPF y defendió los intereses del país en el plano internacional. Se
negó a integrar la flamante Liga de Naciones y retiró la delegación argentina
cuando consideró que la institución se convertía en un instrumento funcional a
las potencias que triunfaron en la Primera Guerra Mundial. Su política obrera
fue conciliadora. Permitió la realización de huelgas e intervino a favor
de los trabajadores en conflictos con la patronal. También intentó poner en
marcha medidas tendientes a mejorar las condiciones de vida de los
trabajadores. Pese a todo, no logró evitar páginas oscuras durante su gestión,
como las feroces represiones llevadas a cabo durante Semana Trágica, las
huelgas de la Patagonia y el conflicto de La Forestal. En 1922 volvió a
triunfar en las elecciones la Unión Cívica
Radical, esta vez de la mano de Marcelo T. de Alvear (1868-1942) quien, a
pesar de ser un exponente cercano al conservadorismo, estrechó las relaciones
con los sindicatos y trató de fortalecer el rol del radicalismo como
vehículo de las causas populares. En ese sentido, logró algunos éxitos en la
legislación laboral como la creación de una caja de jubilaciones para los
empleados bancarios, una ley que obligaba a pagar los salarios en dinero y no
en bienes, otra destinada a proteger a las mujeres y los niños que trabajaban
en fábricas y una más que ponía fin al trabajo nocturno de los panaderos. Al
término de su mandato se produjo el retorno de Yrigoyen al poder, quien alcanzó
a reglamentar la jornada laboral de ocho horas antes de que la Gran
Depresión de
1929 afectara dramáticamente la economía, no sólo
de Argentina sino de buena parte del mundo occidental. 1930 fue un año crucial:
en las elecciones parlamentarias la Unión Cívica Radical perdió
estrepitosamente en la ciudad de Buenos Aires frente al Partido Socialista
Independiente y al Partido Socialista original, Yrigoyen firmó el
indulto al militante anarquista Simón Radowitzky (1891-1956) y lo deportó
al Uruguay, e intentó implementar una política de nacionalización de los
hidrocarburos. Fue demasiado. El 6 de septiembre de 1930 se produjo el primer
golpe de Estado de la época constitucional encabezado por el ejército
y respaldado por las oligarquías feudales que gobernaban algunas provincias, por
las élites conservadoras y, como no podía ser de otra manera, por la siempre
fluctuante clase media, la misma que había sido clave para su llegada al poder.
Como quiera que fuese, la Unión Cívica Radical fue el primer partido que
representó a la población que había estado excluida del juego político y social
desde la Organización Nacional: los criollos, los inmigrantes y sus hijos, las
clases media y baja; en definitiva, el radicalismo fue el primer partido de
masas de América Latina, un lugar que conservaría hasta la llegada del
peronismo. Justamente sobre la política obrera de los gobiernos radicales de
Yrigoyen y Alvear se ocupa el historiador estadounidense Joel Horowitz (1949 en
su obra "Argentina’s Radical Party and popular mobilization. 1916-1930" (El
radicalismo y el movimiento popular. 1916-1930). Graduado en Historia en la University
of California, Berkeley, y doctorado en la University of Pennsylvania, Horowitz
es autor de varios ensayos sobre la historia de Argentina en la primera mitad
del siglo XX. Entre ellos pueden mencionarse "Bosses and clients: municipal employment
in the Buenos Aires of the radicals. 1916-1930" (Patrones y clientes: el empleo
municipal en el Buenos Aires de los primeros gobiernos radicales. 1916-1930) y
"Argentine Unions, the State and the rise of Perón. 1930-1945" (Los sindicatos,
el Estado y el surgimiento de Perón. 1930-1946). También escribió numerosos
artículos que han sido publicados en revistas académicas como "Desarrollo
Económico", "Journal of Latin American Studies" e "Hispanic American
Historical Review", entre otras. Su interés por el radicalismo, el peronismo y
la vinculación de ambos partidos con el sindicalismo y la clase obrera surgió
tras haber vivido en la Argentina en los convulsionados años '70, antes del
golpe militar. Señala, con firmeza, que "es apasionante tratar de entender al
peronismo; sigue siendo un misterio. No sólo los dirigentes gremiales no
reconocen la influencia de los radicales en el modelo sindical -dice-. En parte
es porque los peronistas creen que ellos son algo diferente. Perón siempre
afirmó haber recogido las banderas de Yrigoyen que los radicales habían
abandonado. Estos habían comprendido el papel de los sindicatos como un puente
hacia los trabajadores. Perón llevó esas tácticas mucho más lejos que Yrigoyen
y creía en la eficacia de insertar al sindicalismo en las estructuras
estatales. Así, sólo con Perón la clase obrera se incorporó plenamente a la
sociedad". Horowitz, quien desde 1989 es profesor de Historia en la St. Bonaventure
University de Nueva York, habló sobre estos temas en la entrevista que le
realizó Inés Hayes. La misma fue publicada en la revista "Ñ" nº 619 del 8 de
agosto de 2015.
¿Cuáles fueron las herramientas teóricas
y prácticas que utilizó el radicalismo para crear su estilo político, novedoso
en toda América Latina?
Los
radicales eran más pragmáticos que teóricos aunque sí tenían ideales, como el
del nacionalismo o un determinado concepto de democracia y la construcción de
que ellos la representaban. Lo novedoso fue lo que se denominó "obrerismo": la táctica
de incluir a la clase trabajadora en la sociedad usando los sindicatos como un
puente a la clase obrera y también creando una imagen de Yrigoyen casi como un
santo, que quería a todos los argentinos y al mismo tiempo era ascética.
¿Cómo construía la UCR poder popular más
allá del otorgamiento de puestos de trabajo que "se usaban como herramienta
política"?
A
despecho de los mitos que sostienen lo contrario, la empleomanía y las
sinecuras no comenzaron ni terminaron con los radicales. El otorgamiento de
puestos de trabajo contribuía a abastecer de trabajadores el aparato electoral
del radicalismo, pero es difícil atribuirle mucho más que eso. Tanto
personalistas como antipersonalistas usaban el patronazgo, pero solamente los
personalistas tenían popularidad, por qué: Yrigoyen contribuyó a producir una
imagen de sí mismo como una figura solícita y casi santa. Su preocupación por
la gente común era auténtica y la estrategia denominada "obrerismo" tuvo
efectos concretos. Su mensaje era que el partido e Yrigoyen se preocupaban por
las clases populares y también, suyo fue gran parte del mérito de haber
establecido elecciones limpias en la Argentina.
¿Sobre qué pilares se conformaron los
planes económicos de los gobiernos radicales, signados por la Primera Guerra
Mundial, la Revolución Rusa y la antesala de la crisis del '30?
Los
radicales no tenían mucha suerte con la economía. Al mismo tiempo, no me parece
que tuvieran ideas muy desarrolladas sobre lo que querían hacer con ella. Su
idea era la de profundizar el modelo exportador que existía. Durante la segunda
presidencia de Yrigoyen trataban de estrechar las relaciones con Inglaterra, al
mismo tiempo que la economía estaba cambiando con la entrada de
multinacionales, muchos de ellas estadounidenses. Su respuesta a la inflación
de la Primera Guerra no fue sistemática sino una serie de tácticas para
sobrevivir a la crisis.
Al referirse al ocaso de la UCR usted
afirma que una de las razones fue que los radicales descuidaron la construcción
de "burocracias eficientes", algo que sí pudo lograr el peronismo, ¿a qué se
debió esa situación?
Los
radicales tenían un estilo muy personalista, especialmente durante la
presidencia de Yrigoyen: él quería todo en sus propias manos. Por ejemplo,
nunca quiso una relación formal con los sindicatos y ellos tenían que hablar
con él o con alguno de sus seguidores más cercanos. El Departamento Nacional
del Trabajo nunca tuvo los empleados necesarios. En su segunda presidencia,
Yrigoyen no era el mismo que antes, estaba demasiado viejo para hacer todo por
sí mismo; los problemas eran mayores. Y Perón quería una relación legal con los
sindicatos, en parte para controlarlos y en parte para ayudarlos, entonces
necesitaba una burocracia mucho más grande. Detrás de su personalismo, había un
Estado bastante fuerte.
Si bien la relación de los radicales con
el movimiento obrero fue un gran paso adelante porque "permitía a muchos
trabajadores sentir que formaban parte de la sociedad", durante el radicalismo
tuvieron hechos como la Patagonia Rebelde y la Semana trágica. ¿Cómo se
reconfiguró la relación entre la UCR y el movimiento obrero luego de estos
acontecimientos?
La
relación con el movimiento obrero seguía más o menos en la misma pista después
de 1919 (el año de la Semana trágica) hasta mediados de 1921 cuando la presión
política de las fuerzas más conservadoras sobre Yrigoyen era demasiada. Había
una ola de huelgas, especialmente un paro en el puerto de Buenos Aires.
Después, los radicales abandonaron el apoyo para las huelgas y comenzaron a
buscar ayudar a sindicatos que usaban otras formas de conseguir mejoras para
sus afiliados como la Unión Ferroviaria. Trataron de mostrar que todos los
argentinos eran iguales, cosa muy importante y en algunos sentidos
revolucionaria.
Usted escribe: "Perón siempre afirmó
haber recogido las banderas de Yrigoyen que los radicales abandonaron. Aunque
esta afirmación podría considerarse una muestra de retórica política vacía, hay
bastante de cierto en ella", ¿qué hay de cierto?
Muchas
de las tácticas de Perón reflejaban las de los radicales quienes habían
comprendido la importancia de la clase obrera y el papel posible de los
sindicatos, como un puente hacia los trabajadores. La ayuda que se les prestara
podía redundar en apoyo popular, y los vínculos con los sindicatos, legitimar
esa popularidad. Perón llevó esas tácticas mucho más lejos que Yrigoyen. El
escenario que se le presentaba era muy diferente, porque el país había
cambiado. La industrialización estaba en una etapa más avanzada que en la
década de 1920 y muchos más obreros podían votar. En su uso de la caridad
personal y el intento de aparecer como una personalidad piadosa, Yrigoyen era
un claro antecedente del papel que desempeñó Eva Perón por medio de su
fundación. Además, el personalismo de Yrigoyen, su habilidad de crear una
vinculación personal con un gran sector de la población, fue un modelo para
Perón.
El estilo de Yrigoyen, que negaba
legitimidad a la oposición, continuó o se profundizó durante los dos primeros
gobiernos de Perón, ¿cómo puede caracterizarse esta forma de hacer política en
la actualidad argentina y qué perjuicios conlleva para construir una verdadera
democracia?
Creo
que este estilo de Yrigoyen puede llamarse ahora el estilo argentino. Existía
con mucha fuerza hasta por lo menos 1983. Y ahora vuelve otra vez. Hay bastante
gente de ambos lados del mundo político que dice que a los otros les falta
legitimidad. Es un estilo malísimo porque la democracia necesita partidos de
oposición fuertes con verdaderas posibilidades de cambio. Si no existe, hay
demasiada posibilidad de soberbia y corrupción y grandes grupos de la población
se sienten excluidos de la sociedad.