Zygmunt
Bauman ha visto desfilar el fascismo, el nazismo, la Segunda Guerra Mundial, las
felonías cometidas por el estalinismo en nombre del socialismo, la proclamación
de la sociedad del bienestar como respuesta protectora ante la amenaza del sistema
socialista y a las exigencias de la población trabajadora, y la discreta
instauración de un sistema económico que, en las últimas tres décadas, ha ido
agrandando la brecha que separa a una minoría acaudalada, cada vez más rica,
del grueso de la población, cada día más precaria. "Para las mentes sensatas -afirma-
no hay misterio alguno en el espectacular crecimiento del fundamentalismo. Es
todo menos desconcertante o inesperado. Heridos por la experiencia del
abandono, los hombres y mujeres de nuestra época sospechan que son las piezas
del juego de otro". Para el autor de "Collateral damage. Social
inequalities in a global age" (Daños colaterales. Desigualdades sociales en la
era global) y "Globalization. The human consequences" (La globalización. Consecuencias
humanas), las sociedades actuales parecen estar embotadas, han perdido la
sensibilidad moral. Los individuos se habitúan a presenciar el sufrimiento
trágico de los más desposeídos y sólo se abocan a sus respectivos intereses
egoístas. Hasta tal punto llega esa ceguera que, a la hora de las elecciones
para las responsabilidades políticas, no son capaces de ver que vuelven a
elegir a los mismos corruptos que les están robando dinero, oportunidades y
esperanzas. La posmodernidad depuso a la diosa razón e instaló un individualismo
excluyente y el placer en su trono, alimentados por el consumo material a como
de lugar. Para finalizar, la quinta y última parte del compendio editado de
algunas entrevistas que Bauman concedió últimamente a los diarios "La
Vanguardia", "El Periódico" y "ABC" (de España), y "Clarín"
y "Perfil" (de Argentina).
Vivir en un mundo líquido, ¿qué significa exactamente?
Vivir en un mundo líquido, ¿qué significa exactamente?
Modernidad
significa modernización obsesiva, adictiva, compulsiva. Modernización significa
no aceptar las cosas como son, sino cambiarlas en algo que consideramos que es
mejor. Lo modernizamos todo. Tomas tus regulaciones, tus relaciones, tus
objetos y tratas de modernizarlos. No viven demasiado tiempo. Eso es el mundo
líquido. Nada encuentra una forma definida que dure mucho tiempo. Hay que decir
que fundir lo sólido, hacerlo líquido y moldearlo de nuevo era una preocupación
de la modernidad desde el principio, pero el objetivo era otro.
Arbitrariamente, pero creo que de forma útil, fijo el inicio de la modernidad
en el año 1755 en el terremoto de Lisboa, al que siguió un incendio que
destruyó lo que quedaba y luego un tsunami que se lo llevó todo al mar.
¿Por qué en ese terremoto?
Fue
una catástrofe enorme, no sólo material sino también intelectual. La gente
pensaba hasta entonces que Dios lo había creado todo, que había creado la
naturaleza y había puesto leyes. Pero de repente ve que la naturaleza es ciega,
indiferente, hostil a los humanos. No puedes confiar en ella. Hay que poner el
mundo bajo la administración humana. Reemplazar lo que hay por lo que puedes
diseñar. Así, Rousseau, Voltaire o Holbach vieron que el antiguo régimen no
funcionaba y decidieron que había que fundirlo y rehacerlo de nuevo en el molde
de la racionalidad. La diferencia con el mundo de hoy es que no lo hacían
porque no les gustara lo sólido, sino, al revés, porque creían que el régimen
que había no era suficientemente sólido. Querían construir algo resistente para
siempre que sustituyera lo oxidado. Era el tiempo de la modernidad sólida. El
tiempo de las grandes fábricas empleando a miles de trabajadores en enormes
edificios de ladrillo, fortalezas que iban a durar tanto como las catedrales
góticas. Sin embargo, la historia decidió un camino muy diferente.
¿Se hizo “líquida”?
Sí.
Hoy la mayor preocupación de nuestra vida social e individual es cómo prevenir
que las cosas se queden fijas, que sean tan sólidas que no puedan cambiar en el
futuro. No creemos que haya soluciones definitivas y no sólo eso: no nos
gustan. Por ejemplo: la crisis que tienen muchos hombres al cumplir ccuarenta
años. Les paraliza el miedo de que las cosas ya no sean como antes. Y lo que
más miedo les causa es tener una identidad aferrada a ellos. Un traje que no te
puedes quitar. Estamos acostumbrados a un tiempo veloz, seguros de que las
cosas no van a durar mucho, de que van a aparecer nuevas oportunidades que van
a devaluar las existentes. Y sucede en todos los aspectos de la vida. Hace dos
años la gente hacía enormes colas por la noche por el iPhone 5 y ahora mismo
las hace por el 6. Puedo garantizar que en dos años aparecerá el 7 y millones
de iPhone 6 serán lanzados a la basura. Y eso que es así con los objetos
materiales funciona igual con las relaciones con la gente y con la propia
relación que tenemos con nosotros mismos, cómo nos evaluamos, qué imagen
tenemos de nuestra persona, qué ambición permitimos que nos guíe. Todo cambia
de un momento a otro, somos conscientes de que somos cambiables y por lo tanto
tenemos miedo de fijar nada para siempre.
¿Cuáles cree que son los efectos de esta
nueva situación en la gente?
Hace
unos años la gente joven iba a trabajar para Ford o Fiat como aprendiz y podía
acabar estando allí los siguientes cuarenta años si no se emborrachaba o moría
antes. Hoy los jóvenes que no han perdido la ambición tras tener amargas
experiencias laborales sueñan con ir a Silicon Valley. Es la meca de las
ambiciones de todo hombre joven, la punta de lanza de la innovación, del
progreso. ¿Sabe cuál es la media de un trabajador en una empresa de Silicon
Valley? Ocho meses. El sociólogo Richard Sennett calculó hace unos años que el
trabajador medio cambiaría de empresa once veces durante su vida. Hoy esa
cantidad es incluso mayor. Las generaciones que emergen de las universidades en
grandes cantidades están todavía buscando empleo. Y si lo encuentran, no tiene
nada que ver con sus habilidades y sus expectativas. Están empleados en
trabajos basura, temporales, sin seguridad, sin recorrido laboral. Así que la
manera principal en la que nos conectamos al mundo, que es nuestra profesión,
nuestro trabajo, es fluida, líquida. Estamos conectados sólo por agua. Y no
puedes estar conectado por eso, produce inundaciones, fugas…
¿Por eso dice que hemos pasado del
proletariado al precariado?
Hace
no mucho el precariado era la condición de vagabundos, "homeless", mendigos.
Ahora marca la naturaleza de la vida de gente que hace cincuenta años estaba
bien instalada. Gente de clase media. Menos el 1% que está arriba del todo,
nadie puede sentirse hoy seguro. Todos pueden perder los logros conseguidos
durante su vida sin previo aviso. No hace tantos años, siete, el crédito y los
bancos se hundieron y la gente empezó a ser desahuciada de sus casas y sus
trabajos. Antes de eso, los optimistas hablaban de orgía del consumo, la gente
pensaba que podía gastar dinero que no tenía porque las cosas serían mejores
cada vez y también sus ingresos, pero todo eso se ha hundido. Las consecuencias
son hoy los recortes, la austeridad, el alto nivel de desempleo y, sobre todo, la
devastación emocional y mental de muchos jóvenes que entran ahora al mercado de
trabajo y sienten que no son bienvenidos, que no pueden añadir nada al
bienestar de la sociedad sino que son una carga. No saben qué va a pasar, pero
ni sabiéndolo serían capaces de prevenirlo. Ser un sobrante, un desecho, es una
condición aún de una minoría, pero impacta no sólo en los empobrecidos sino
también en cada vez mayores sectores de las clases medias, que son la base
social de nuestras sociedades democráticas modernas. Están atribuladas.
¿Van a desaparecer las clases medias?
Estamos
en un interregno. La palabra se usó por primera vez en la historia de la
antigua Roma. Gramsci actualizó la idea de interregno para definir una
situación en la que los viejos modos de hacer las cosas ya no funcionan, pero
las formas de resolver los problemas de una nueva manera efectiva aún no
existen o no las conocemos. Y nosotros estamos así. Los gobiernos viven
atrapados entre dos presiones imposibles de reconciliar: la del electorado y la
de los mercados. Tienen miedo a que si no actúan como la Bolsa y el capital
viajero quieren, las Bolsa quebrará y el dinero se irá a otro país. No se trata
sólo de que pueda haber corrupción y estupidez entre nuestros políticos, sino
que esta situación les hace impotentes. Y por eso la gente busca
desesperadamente nuevas formas de hacer política.
¿Cómo los indignados?
Es
un buen ejemplo. Si el gobierno no cumple, vamos a la plaza pública. Pero es un
buen intento que no trae mucho resultado. Estamos buscando. Intentando crear
alternativas practicables para cumplir con las necesidades colectivas. El
interregno por definición es transitorio. Yo creo que no viviré para ver el
nuevo arreglo, pero otros buscarán estas alternativas. Porque este periodo de
suspensión en el que muchas cosas van mal y tenemos pocas ideas para
solucionarlas no es eternamente concebible.
¿No nos habremos hecho ya demasiado
líquidos?
Los
cambios van y vienen. Mucha gente está hoy convencida de que ya hay
alternativas, pero que son invisibles porque aún están muy dispersas. Benjamin
Barber ha publicado el libro "Si los alcaldes gobernaran el mundo" en el que
dice que los estados están acabados, que fueron una buena herramienta para la
separación, la independencia y la autonomía, pero que en nuestros tiempos de
interdependencia deben ser reemplazados. Que las instituciones locales son
capaces de enfrentarse a los problemas mucho mejor, tienen la dimensión
adecuada para ver y experimentar su colectividad como una totalidad. Pueden
llevar a cabo luchas mucho más efectivas para mejorar las escuelas, la sanidad,
el empleo, el paisaje. Pide una especie de Parlamento mundial de alcaldes de
las grandes ciudades. Nada demasiado utópico, porque el 70% de la población
vive en ciudades. Un Parlamento donde la gente hable y comparta experiencias
que son enormemente similares. Y los cambios pueden estar ya aquí. Mi tesis,
cuando estudiaba, fue sobre los movimientos obreros en Gran Bretaña. Indagué en
los archivos del siglo XIX y los diarios. Para mi sorpresa, descubrí que hasta
1875 no se mencionaba que estaba teniendo lugar una revolución industrial,
había sólo informaciones dispersas. Que alguien había construido una fábrica,
que el techo de una fábrica se hundió… Para nosotros es obvio que estaban en el
corazón de una revolución, para ellos no.
¿Cuáles son las consecuencias de una autoridad que se encuentra ahora
en manos de la seducción, el "glamour" y la belleza?
Probablemente sea
algo que se ve en todos lados, el cambio de la naturaleza de la política. La
política es una serie de oportunidades fotográficas. Usted dice seducción, "glamour"
y belleza. Si lo reducimos a los problemas básicos, usted no puede imaginarse
un candidato a presidente que gane las elecciones si es obeso, desagradable,
que balbucea en vez de hablar con claridad. Todo es una cuestión de presencia.
La presencia reemplaza a la sustancia, la política se transforma en un juego de
la impresión que se causa. Esa es una consecuencia extremadamente importante de
este cambio en la naturaleza de la autoridad. No puedo recordar quién dijo que
el amor que se basa en la belleza, como la belleza, se termina rápido. Eso
también aplica al terrible abismo de nuestra política. Si me preguntan por las
consecuencias, mi respuesta sería que la consecuencia es la volatilidad de la
política y la disolución de la confianza en las instituciones políticas ya
establecidas. La gente no confía en que los gobiernos puedan cumplir con lo que
prometen.
Política líquida.
Y por ende están
constantemente buscando un cambio. Quizás otro haga las cosas mejor. La
familiaridad de los políticos es su mayor desastre, ya que lo familiar se está
tornando aburrido en nuestro moderno mundo líquido. La gente necesita de nuevas
atracciones.
¿Qué piensa sobre el rol de los intelectuales en distintas formas?
Es un rol
tremendamente importante. Describo todo eso en mis escritos, por ejemplo en "Legisladores
e intérpretes", el primer libro de la serie dedicada al análisis de la modernidad.
Los intelectuales, cuando nació la posición, fueron definidos como legisladores
y luego fue resumida en 1899 en la nueva palabra "intelectual". Simplemente
otorgaban la información, la introducían y establecían por medios legislativos
el estilo de vida que se consideraba apropiado, digno de la humanidad. Eso
cambió. Los intelectuales no son más legisladores, ya no declaran un veredicto
sobre cómo debemos vivir. Sólo tratan de explicar, pero este acto es crucial
porque la experiencia individual, por más brillante que sea el individuo, es en
cierta medida limitada al itinerario individual de la vida. Muchas de las
condiciones que determinan el destino del individuo están escondidas, tapadas,
no contempladas por la división del individuo.
¿Todavía existen los intelectuales orgánicos? ¿O los intelectuales
específicos, como dijo Gramsci?
La idea de Gramsci
de intelectuales orgánicos estaba ajustada a la práctica de las clases
sociales. Las clases eran, a su vez, fuerzas políticas en potencia. Ahora bien,
la gran pregunta es si las categorías de las personas dentro de la sociedad
contemporánea todavía responden a la definición de clase como campo político en
potencia. Tradicionalmente, la sociedad se encontraba dividida en clases altas,
clases medias y clases bajas o clases trabajadoras. Según Guy Standing, un
brillante sociólogo, las clases medias se están disolviendo lentamente, siendo
reemplazadas por lo que se llama la clase precarizada. El término precarización
proviene del francés "précarité": inestabilidad. La clase media no está
sólidamente establecida, no está orientada al futuro, no son audaces, no
experimentan. Lo que distingue a la clase precarizada es su falta de confianza
en sí misma. Ya no están seguros de sí mismos, de la estabilidad, de la
posición en la sociedad, de la duración de sus logros, de sus logros en
general. También los distingue su miedo disipado e inespecífico. El miedo a
perder, de perderlo todo. Pueden perder a su pareja, pueden perder su trabajo,
pueden perder su fortuna en la Bolsa de Valores, pueden perder todo aquello por
lo que trabajaron. Lo que define al precarizado como una clase son estos
temores comunes a todos los miembros de la clase. No se unen entre sí. Cada uno
sufre por su cuenta. Y esta clase de sufrimiento no los lleva a unirse, a
desarrollar solidaridad con sus pares. Al contrario: los ubica como
competidores. Compiten por el mismo trabajo, por las mismas oportunidades de
sobrevivir el próximo round de austeridad, el próximo round de economías, por
lo cual hay pocas probabilidades de transformar esta categoría de población en
una clase social. Y lo mismo se aplica a las clases bajas, las cuales ahora han
sido renombradas. Usted conoce la noción de clase marginal, que es muy
diferente de la clase baja. La clase baja se encuentra en el extremo inferior
de la escalera, pero, al menos, está en la escalera, sólo son un conjunto de
solitarios abandonados, privados y despojados, que viven con dolor, sufriendo.
¿Qué ha cambiado?
Cuando
era joven todos mis contemporáneos en la izquierda, la derecha o el centro
coincidían en un punto: si ganamos el gobierno o hacemos una revolución,
sabemos qué hacer y cómo lo haremos mediante el poder del Estado. Ahora nadie
cree que el gobierno puede hacer nada. Los gobiernos son vistos como
instituciones que nunca cumplen sus promesas. Es un grave problema. Porque
significa que aunque sepamos cómo crear una sociedad más humana -y por ahora
hemos abandonado la esperanza de poder diseñarla-, la gran pregunta, para la
que no tengo respuesta, es quién va a convertirla en realidad.
¿Qué significa la muerte para usted?
Escribí acerca de
ello en "Mortalidad e inmortalidad, dos estrategias de vida". Pensaba en la
inmortalidad, soñaba con la inmortalidad, soñaba con dejar un rastro en el
mundo, dejar el rastro atrás de mí, vivir la vida de tal manera que no
desapareciera junto con el polvo. Ahora, cada uno determina la estrategia de
vida, de qué forma quiere vivir.
¿Y en su caso?
Es una larga
historia, un libro entero. La pregunta es qué tipo de estrategia seguir. Estas
cambian con el tiempo. El conocimiento de que tenemos que morir, que es
irreparable, inherente a las especies humanas, lo destruye el enfoque moderno.
Ya no tenemos miedo a la muerte, sino que tememos ser parias, les tememos a la
enfermedad, a la contaminación, a la polución, al terrorismo, a los ladrones o
lo que sea. De modo que destruimos la idea de una completa desaparición dentro
de una serie de amenazas. La ventaja de ello es que estamos tan ocupados
luchando y alejando todos estos peligros que nos olvidamos por completo de su
futilidad porque vamos morir de todas formas.