La
palabra "cultura" ingresó en el vocabulario moderno como una
declaración de intenciones, como el nombre de una misión que aún era preciso
emprender. El concepto era tanto un eslogan como un llamado a la acción, y
suponía una división entre los educadores (relativamente escasos) llamados a
cultivar las almas y los educandos (los numerosos sujetos que debían ser
cultivados), así como el encuentro que debía tener lugar entre ellos. Hoy, la
cultura ya no tiene un "populacho" que ilustrar y ennoblecer, sino
clientes que seducir. En contraste con la ilustración, ahora la función de la
cultura no consiste en satisfacer necesidades existentes sino en crear
necesidades nuevas mientras se mantienen aquellas que ya están afianzadas o
permanentemente insatisfechas. Su objetivo principal es evitar el sentimiento
de satisfacción en sus súbditos y pupilos, hoy transformados en clientes, y en
particular contrarrestar su completa y definitiva gratificación, lo que no
dejaría espacio para nuevos antojos y necesidades que satisfacer. Este es sólo
un aspecto de lo que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925) llama
"modernidad líquida". Sin abandonar nunca buena parte de los postulados de Karl
Marx (1818-1883) y muy influido por Antonio Gramsci (1891-1937) y
Sigmund Freud (1856-1939), su prolífica obra abarca un amplio abanico de temas,
desde la historia del movimiento obrero inglés hasta las relaciones entre la
modernidad, la burocracia, la racionalidad imperante y la exclusión social. Lo
que sigue es la primera parte de un compendio editado de entrevistas que Bauman concedió a Justo
Barranco (suplemento "Mg Magazine" del diario "La Vanguardia", 2 de febrero de
2014); a Juan Fernández (diario “El Periódico”, 9 de febrero de 2014), a Alfonso
Armada (diario "ABC", 25 de febrero de 2014); a Marina Artusa (diario "Clarín",
6 de julio de 2014); a Wlodek Goldkorn (revista "Ñ" nº 613, 27 de junio de 2015),
y a Jorge Fontevecchia (diario "Perfil", 9 de agosto de 2015).
Sus aportes son relevantes en relación con la categoría de "liquidez". Lo que usted ha llamado "modernidad líquida" es el eje de casi todos sus ensayos. ¿Puede describir brevemente esta noción?
Sus aportes son relevantes en relación con la categoría de "liquidez". Lo que usted ha llamado "modernidad líquida" es el eje de casi todos sus ensayos. ¿Puede describir brevemente esta noción?
La liquidez es metafórica, por supuesto.
Se justifica porque poco puede mantener su forma por mucho tiempo debido a que
aún el estímulo más pequeño, un cambio en la dirección del viento, la moda o lo
que fuera, puede cambiar la situación. Complementando la cuestión de liquidez
con otra metáfora: el interregno. El interregno fue planteado por Titus Livius
en la Roma Antigua. El primer rey legendario de Roma fue Rómulo, que reinó treinta y siete años, que era el promedio de vida de la gente común en ese momento, lo que
significa que cuando murió había muy poca gente que recordaba a Roma sin Rómulo.
Consideraban la presencia de Rómulo, quien daba órdenes y establecía reglas,
como un estado natural del mundo. Entonces, luego de su muerte hubo una gran
confusión. La única fuente de sabiduría desapareció. Aprendieron maneras de
vivir la vida, ya que no había una autoridad suprema, pero los nuevos no habían
sido anunciados aún. Este es el estado de interregno. En tiempos modernos,
Antonio Gramsci, el gran filósofo italiano, actualizó la idea. Ya no lo
conectaba a la muerte de un rey y otro sin nombrar aún, sino que era una
situación en la cual las viejas costumbres ya no funcionaban, eran poco
fiables, pero la nueva situación, más efectiva, más adecuada, no se ha
inventado todavía. Estamos en un estado de interregno. Un estado de interregno
es líquido porque no hay continuidad. La discontinuidad es tan frecuente como
la continuidad, por lo cual no se puede confiar en que lo que pasó ayer pasará
mañana del mismo modo. Estamos viviendo en otra condición de incertidumbre
continua, permanente. Me gusta decir que la incertidumbre es la única certeza
que tenemos.
Nada
es sólido.
Sí, lo que significa que la vida, en
otras condiciones de modernidad líquida o interregno, es un experimento
constante. Todo puede suceder, pero nada puede ocurrir con certeza absoluta.
¿Qué aspecto de la vida moderna le hace perder el sueño últimamente?
Bueno, trato de
simplificar y de encontrar un denominador común en lo que pienso y en lo que
digo porque vivimos en un mundo problemático y lo que subyace en común en todas
las manifestaciones de los inconvenientes de estos tiempos es la fluidez, la
liquidez actual que se refleja en nuestros sentimientos, en el conocimiento de
nosotros mismos. Elegí llamar "modernidad líquida" a la creciente convicción de
que el cambio es lo único permanente y la incerteza la única certeza. La vida
moderna puede adquirir diversas formas, pero lo que las une a todas es
precisamente esa fragilidad, esa temporalidad, la vulnerabilidad y la inclinación
al cambio constante.
¿Seguimos dominados por la incertidumbre?
La incertidumbre
es nuestro estado mental que está regido por ideas como "no sé lo que va a
suceder", "no puedo planificar un futuro". El segundo sentimiento es el de
impotencia, porque aun cuando sepamos qué es lo que debemos hacer, no estamos
seguros de que eso vaya a ser efectivo: "no tengo los recursos, los medios",
"no tengo el poder suficiente para encarar el desafío". El tercer elemento, que
es el más dañino psicológicamente, es el que afecta la autoestima. Uno se
siente un perdedor: "no puedo mantenerme a flote, me hundo", "los demás son los
exitosos". En este estado anímico de inestabilidad, maníaco, esquizofrénico, el
hombre está desesperado buscando una solución mágica. Uno se vuelve agresivo,
brutal en la relación con los demás. Usamos los avances tecnológicos que,
teóricamente deberían ayudarnos a extender nuestras fronteras, en sentido
contrario. Los utilizamos para volvernos herméticos, para cerrarnos en lo que
llamo "cámaras de eco", un espacio donde lo único que se escucha son ecos
de nuestras voces, o para encerrarnos en un "hall de los espejos" donde sólo se
refleja nuestra propia imagen y nada más.
¿Cómo
se entiende hoy, cuando todos parecen pertenecer a un segmento o nicho en
particular, el esnobismo? ¿Cree que está decayendo el concepto de elite? ¿La
hipersegmentación es una forma de resignificar el esnobismo?
Hace aproximadamente treinta años,
Bourdieu, el gran sociólogo francés, escribió "La distinción", y lo que señaló es
que el gusto por las artes, por la belleza y demás es un instrumento de la
diferenciación de clases. La élite establece y protege su superioridad
enorgulleciéndose por su exclusivo reconocimiento de tipos de arte sublime.
Ahora esto se terminó. La denominada élite cultural contemporánea no se
distingue por sus especialidades, sino por su naturaleza omnívora. Sentirse
cómodos en cualquier lado, en todas las culturas, yendo a la ópera, a
conciertos pop, a galerías de arte medieval y disfrutando de Georgia O'Keeffe o
quien sea, y, a la vez, sin atarse a ninguno de ellos, siendo capaces de
moverse. Y el esnobismo, si se aplica a condiciones contemporáneas, consiste
precisamente en rechazar la selectividad, ser abierto a todo, considerar que
todo es interesante.
Pero
en su libro "La cultura en el mundo de la modernidad líquida" usted vuelve a la
propuesta de distinción de Bourdieu en el mundo actual. ¿Qué significa la
cultura en el mundo actual?
La cultura ha cambiado su carácter.
Desde el principio, tuve bastantes sospechas en relación con la que era, por
aquel entonces, la idea dominante de cultura. La cultura es un sistema cerrado,
una estructura dada en la que tienes que entrar de alguna manera. Durante mucho
tiempo, las culturas no fueron sistemas cerrados; sus fronteras estaban
abiertas, interactuaban, había un montón de influencias mutuas, había
hibridación por todos lados y, sobre todo, no existía un sistema cultural. Un
sistema cultural, la idea misma de sistema, implica, sugiere la coherencia, la
falta de contradicción interna. Pero, como Michel Foucault ya señaló en su idea
de información discursiva, las culturas apoyan mutuamente, lógicamente,
enunciados contradictorios. La presencia de contradicciones es la vida de la
cultura, no es una anormalidad. La contradicción dentro de un sistema es potencialmente
perturbadora. En el caso de la cultura, la contradicción, la ambigüedad, las
alternativas, la ambivalencia son el camino de la existencia; esa es la esencia
de la cultura. Hoy, aun siendo una realidad sin fronteras, sólida, fija, la
cultura puede ser vista como una colección de prescripciones y proscripciones,
recomendaciones y prohibiciones, ¿no? La cultura de hoy es una colección de
proposiciones, y, al igual que otras cosas como el poder, no actúa a través de
la coacción, a través de la imposición de sanciones a causa de un
comportamiento anormal, sino a través de la tentación, a través de la
atracción, a través de la seducción. Podemos ser seducidos por ésta o aquélla
proposición, podemos rechazarla; tenemos una enorme variedad de elección,
podemos tomar de ella lo que nos parezca.
¿Cómo
relaciona los conceptos de "habitus", capital cultural y redes sociales definidos
por Bourdieu?
El capital cultural, según Bourdieu, era
una imagen fija que mostraba las realidades de este estado sólido de la
modernidad. El capital cultural más o menos se fijaba, se heredaba, se
recolectaba del ambiente, del capital cultural de la comunidad territorial.
Dónde nacía, en qué parte de la ciudad, por ejemplo, eso decidía qué clase de
capital cultural uno cargaba. Pero la misma idea de vecindario ha cambiado
desde entonces hasta un punto irreconocible. Una creencia, al menos la
tradicional, es que el vecindario es el área donde vivimos. Recuerde que, según
George Herbert Mead, el vecindario es el área que contiene a los otros
importantes, los otros significativos, la gente contra la cual uno se mide y
quienes son capaces de reconocernos o rechazarnos. Todo esto se ha expandido
hasta un punto irreconocible porque tenemos computadoras, y contactarnos con
personas que viven en Nueva Zelanda o en Hawai y conectarnos con nuestro vecino
es igual de sencillo. Así que, ¿dónde está su capital cultural? ¿Qué tan fijo
se encuentra? ¿A qué área territorial se encuentra ligado? Debemos repensar
eso. No sé por cuánto tiempo se mantendrá la división, pero por ahora dividimos
nuestras vidas entre estar conectados y desconectados. Estamos desconectados
cuando caminamos por la calle o vamos a la oficina, cuando estamos en una
reunión con el jefe y sus subordinados, cuando enviamos a los hijos a la
escuela. Estando desconectado, todavía existen las viejas reglas: el capital
cultural en el sentido corriente, el "habitus" limitado por el espacio. De
acuerdo a ciertos estudios recientes, una persona promedio pasa muchas horas por día no en compañía de otros seres humanos, sino en compañía de
pantallas. Pantallas grandes, pantallas pequeñas, pantallas de tamaño medio,
pero pantallas. El mundo es el globo, y está a sus pies. Usted puede moverse de
un capital cultural a otro, de un círculo cultural a otro, de un conjunto de
proscripciones a otro y así sucesivamente. Así que las redes sociales existen
trascendiendo el campo del "habitus" y el volumen del capital cultural.
¿Dónde lo pasamos mejor, "online" u "offline"?
Hoy vivimos simultáneamente en dos mundos paralelos y diferentes. Uno, creado por la tecnología "online", nos permite transcurrir horas frente a una pantalla. Por otro lado tenemos una vida normal. La otra mitad del día consciente la pasamos en el mundo que, en oposición al mundo "online", llamo "offline". Según las últimas investigaciones estadísticas, en promedio, cada uno de nosotros pasa siete horas y media delante de la pantalla. Y, paradojalmente, el peligro que yace allí es la propensión de la mayor parte de los internautas a hacer del mundo "online" una zona ausente de conflictos. Cuando uno camina por la calle en Buenos Aires, en Río de Janeiro, en Venecia o en Roma, no se puede evitar encontrarse con la diversidad de las personas. Uno debe negociar la cohabitación con esa gente de distinto color de piel, de diferentes religiones, diferentes idiomas. No se puede evitar. Pero sí se puede esquivar en Internet. Ahí hay una solución mágica a nuestros problemas. Uno oprime el botón "borrar" y las sensaciones desagradables desaparecen. Estamos en proceso de liquidez ayudada por el desarrollo de esta tecnología. Estamos olvidando lentamente, o nunca lo hemos aprendido, el arte del diálogo. Entre los daños más analizados y teóricamente más nocivos de la vida "online" están la dispersión de la atención, el deterioro de la capacidad de escuchar y de la facultad de comprender, que llevan al empobrecimiento de la capacidad de dialogar, una forma de comunicación de vital importancia en el mundo "offline".
Si nos sentimos cómodos conectados, ¿para qué nos
haría falta recuperar el diálogo?
El futuro de nuestra cohabitación en la vida moderna se basa en el desarrollo del arte del diálogo. El diálogo implica una intención real de comprendernos mutuamente para vivir juntos en paz, aun gracias a nuestras diferencias y no a pesar de ellas. Hay que transformar esa coexistencia llena de problemas en cooperación, lo que se revelará en un enriquecimiento mutuo. Yo puedo aprovechar su experiencia inaccesible para mí y usted puede tomar algún aspecto de mi conocimiento que le sea útil. En un mundo de diáspora, globalizado, el arte del diálogo es crucial. La diasporización es un hecho. Estoy seguro de que Buenos Aires es una colección de diversas diásporas. En Londres hay setenta diásporas diversas: étnicas, ideológicas, religiosas, que viven una al lado de la otra. Transformar esta coexistencia en cooperación es el desafío más importante de nuestro tiempo. Diálogo significa exponer las propias ideas aun asumiendo el riesgo de que en el transcurso de la conversación se compruebe que uno estaba equivocado y que el otro tenía razón.
¿La vida "online" es un refugio o un consuelo a esa falta de diálogo?
Hallamos un sustituto a nuestra sociabilidad en Internet y eso hace más fácil no resolver los problemas de la diversidad. Es un modo infantil de esquivar vivir en la diversidad. Hay otra fuerza que actúa en contra y es el cambio de situación en la regulación del mercado del trabajo. Los antiguos lugares de trabajo eran ámbitos que propiciaban la solidaridad entre las personas. Eran estables. Eso cambió hoy con los contratos breves y precarios. Las condiciones inestables, fluctuantes y sin perspectivas de carrera no favorecen la solidaridad sino la competencia. Estos dos factores no incentivan a la gente para el diálogo. Soy una persona ya mayor y creo que me voy a morir sin ver este problema resuelto.