Bauman
comenzó su carrera académica en 1954 ejerciendo como profesor en la Universidad de Varsovia.
Cuando en 1968 se vio forzado a abandonar su país natal por tener serias
desavenencias con el gobierno, emigró a Israel, donde se incorporó a la Universidad
de Tel Aviv. Luego, en 1971, se radicó en Inglaterra, país en el que enseñó en la
Escuela de Ciencias Políticas y Económicas de Londres y, más adelante,
en la Universidad de Leeds. Desde
entonces Bauman escribió y publicó prácticamente toda su obra en inglés, su
tercer idioma, y su reputación en el campo de la sociología creció
exponencialmente a medida que iba dando a conocer sus trabajos. El primero de
ellos lo publicó en 1957: "Zagadnienia centralizmu demokratycznego w
pracach Lenina" (Aspectos del centralismo democrático en las obras de Lenin). A
éste le seguirían "Socjalizm brytyjski. Źródła, filozofia, doktryna polityczna" (Socialismo
británico. Fuentes, filosofía, doctrina política) y "Klasa, ruch, elita. Studium
socjologiczne dziejów angielskiego ruchu robotniczego" (Clase, movimiento, élite. Un estudio sociológico sobre
la historia del movimiento obrero británico). Más adelante aparecerían, entre
otros, "Spoleczeństwo w ktorym żyjemy" (La sociedad en la que vivimos), "Socialism,
the active utopia" (Socialismo, la utopía activa) e "Idee, ideały, ideologie" (Ideas,
ideales, ideologías). Para Bauman, la ética no existe para ciertos campos del quehacer
humano. Los grandes grupos económicos y los funcionarios políticos, por
ejemplo, prescinden de todo compromiso moral. Hacen y deshacen a su antojo,
guiados siempre por sus propios intereses, sin importarles en absoluto las
consecuencias que su comportamiento pueda traer aparejado para la ciudadanía. Lo que sigue es la tercera parte del resumen de entrevistas concedidas por el sociólogo polaco a lo largo del último año en la que desmitifica
aquella idea de que la mejor manera de ayudar a los pobres a salir de su
miseria es permitir que los ricos sean aún más ricos, una creencia generalizada
que entra en flagrante contradicción con el resultado de numerosas
investigaciones, con la lógica y con los resultados de la experiencia diaria
que demuestran el indefendible y apabullante crecimiento de la desigualdad
social y la brecha cada vez mayor entre la élite de los pobres y el resto de la
sociedad.
En "¿La riqueza de unos pocos nos
beneficia a todos?" dice que el sistema económico vigente potencia y
perpetúa la desigualdad, y que está pauperizando la clase media. ¿Es su
obra un intento de demostrar que la mano invisible no funciona, que el mercado
no es tan sabio como presume?
Es
interesante lo que plantea sobre el papel de la mano invisible, pero hay que
tener en cuenta que Adam Smith lo escribió en un contexto muy diferente. Lo que
ha pasado recientemente, en los últimos cuarenta años, desde los años '70 del
siglo pasado, es que la mutua dependencia entre empleadores y empleados se ha
roto de forma unilateral. Hasta entonces los empleados, los trabajadores,
dependían de sus jefes para poder vivir. Pero al mismo tiempo los jefes
también dependían de sus empleados. Era una dependencia mutua. Y en las ciudades
donde se levantaban las grandes fábricas una gran parte de la población era una
especie de ejército de reserva de trabajadores. Hablando de este "ejército de
reserva", listo para volver al servicio, ocupar los puestos de trabajo cuando
fuera necesario, los "generales" encargados de ese ejército de reserva se
preocupaban del estado, de las circunstancias en las que vivían esos
desempleados. Cierto que no estaban en servicio de momento, pero podrían
necesitarlos. De ahí que hubiera un servicio social, una serie de atenciones,
educación, alojamiento... Sobre todo después de la Gran Depresión, con el
desempleo masivo, y especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, se creó el estado
de bienestar. Lo que sin embargo me gustaría resaltar es que la introducción
del estado de bienestar no fue fruto de una decisión partidista, había un
consenso general en la opinión pública, entre la izquierda y la derecha, porque
la mayoría estaba de acuerdo en que o bien mantenías a tu población en buen
estado o bien serías derrotado en la próxima guerra o en la próxima batalla
comercial con otros países. De tal manera que la mano invisible del mercado
podía funcionar a favor de controlar las fuerzas en presencia. De
hecho, entre los años '40 y '70 la desigualdad se redujo en toda Europa. Eso
cambió a raíz de las políticas económicas que se empezaron a poner en práctica
en los años '70, como la desregulación, la privatización, subcontratando
obligaciones del Estado en el mercado (como proporcionar pensiones, educación,
servicios sanitarios y prestaciones por el estilo). ¿Y por qué ocurrió esto?
Porque los jefes, los propietarios del capital, los dueños de las empresas,
vieron que ya no entraba dentro de sus necesidades e intereses ocuparse de los
vecinos, de los locales, de los habitantes de su país. Se sintieron libres para
ir donde quisieran a buscar mano de obra, donde no tuvieran que preocuparse de
las pensiones o la seguridad social de los trabajadores, y donde habría huelgas
para defender los salarios y los derechos consolidados de los empleados. Se
dieron cuenta además de que era fácil hacer negocios, porque todos los datos
los tenían en sus ordenadores portátiles, en sus teléfonos inteligentes, y se
llevaron el trabajo a otra parte. De tal forma que se creó una dependencia unilateral.
Los indígenas, la gente que vive en los viejos países, todavía dependen de los
dueños del capital para conseguir un trabajo, pero los jefes ya no dependen de
esos trabajadores. De tal modo que la mano invisible del mercado empezó a
funcionar de otra manera.
¿Es decir, que al final mis padres
tenían razón cuando me dijeron que siempre habrá pobres y ricos?
Bueno,
no tiene necesariamente que ser así, aunque me temo que la desigualdad está
entre nosotros para quedarse. El problema es si la cuestión de la desigualdad
está bajo control y si podemos aplicar medidas para mitigar estas diferencias
entre el "modus vivendi" de ricos y pobres. Y los datos nos dicen que la
distancia entre pobres y ricos está agrandándose a un ritmo sin precedentes.
Las ochenta y cinco personas más ricas del mundo poseen una riqueza que
equivale a la que suman las cuatro mil millones de personas más pobres del
mundo. Es increíble. El 90% de toda la riqueza producida en el mundo
después de la gran crisis que se inició en 2007, con el colapso del crédito y
la amenaza de desaparición de bancos si no eran recapitalizados con el dinero
de los que pagan impuestos, se la han apropiado el 1% de las personas más ricas
de la Tierra. Y no sólo los pobres, los proletarios, ni tampoco la clase alta, también
la clase media que no sólo ha visto cómo disminuían sus ingresos sino también
sus perspectivas de mejora. El nuevo fenómeno que tenemos ante nosotros es
precisamente la desaparición del futuro para esta clase media, de sus
expectativas de progresar. Incluso el trabajo es un bien que se ha instalado en
el terreno de la incertidumbre, seguirá desapareciendo. Puedes haber
estado trabajando treinta, cuarenta años para una empresa, y de repente se
produce una fusión, y enseguida corta la mano de obra sobrante. Suben las
acciones de la nueva firma y tú te encuentras sin empleo en una sociedad donde
los mayores de cincuenta años no tienen la menor esperanza de volver a
conseguir un trabajo.
Pero al mismo tiempo se sigue
insistiendo en que es necesario reformar el mercado de trabajo y aumentar la desregulación
porque dicen que es la única manera de conseguir que haya más trabajo...
Eso
es absolutamente falso. Forma parte de una leyenda, de una falsedad que ha sido
introducida en la mente del público: que si los ricos se hacen más ricos eso
será beneficioso para todos. Y no es así, no ha ocurrido.
¿Es una quimera?
Nunca
ocurrió. La mayor parte de la economía hoy es puramente monetaria. El
dinero trae más dinero. Todas las transacciones que se producen en la Bolsa, en
el Mercado de Valores, y que afectan a la vida de personas como usted, no
tienen el menor interés en la economía, en las condiciones de vida que afectan
a gente como usted, que no son capitalistas, que no juegan en la Bolsa. Hay un
creciente golfo de separación entre los que juegan a la Bolsa, entre el mundo
de las altas finanzas, y la gente que hace cosas, los empleados que sirven a la
mayor parte de la población. La naturaleza del juego ha cambiado por completo,
y eso no es algo que haya ocurrido de repente y de lo que nos hemos dado cuenta
de la noche a la mañana. La desigualdad ha estado entre nosotros desde el
comienzo de la especie humana. Pero ese no es el problema, el problema es el
carácter diferente que está adoptado, y lo peor es que no hay hoy día forma de
controlarla, de mantenerla a raya.
¿Y qué ocurre entonces con los
políticos? ¿Están al servicio de los trabajadores, de la población en general,
o son asalariados de las grandes finanzas?
Ellos
se mueven en una doble obediencia. Desde 1648, tras la paz de Westfalia en
donde se creó un nuevo orden político en el centro de Europa, un concepto de
soberanía basado en que los gobernantes de cada territorio tenían la capacidad
de decir a la población bajo su mando en qué dios deberían creer, arrancó el
periodo de construcción de nuevos Estados, en los que la religión era
sustituida por la Nación. Resultó muy bien en cuanto a la independencia
territorial de los Estados, la habilidad de promover el autogobierno de un
territorio. Pero ahora las reglas del juego han cambiado por completo. Porque
vivimos en la interdependencia, no en el de la independencia. Formalmente,
nominalmente, los Estados siguen siendo soberanos en lo que concierne a su
territorio, pero en la realidad ya no lo son. El problema no es que los políticos
sean corruptos; algunos lo son, pero no todos lo son. El problema no es que
sean estúpidos; algunos de ellos lo son, pero no todos. El problema no es que
sean miopes; algunos de ellos lo son, pero no todos. El problema fundamental,
al que todos ellos tienen que hacer frente, sean corruptos, estúpidos o miopes
o no suficientemente sabios, es que están sometidos a una doble
obediencia. Por una parte, son los gobernantes de un territorio concreto,
y los ciudadanos de ese territorio les eligieron precisamente para que
gobernaran, por lo que están obligados a escuchar a su electorado. Tienen que
tener en cuenta lo que su electorado les demanda. E incluso deben prometerles
que trabajarán para ellos, que satisfarán sus necesidades. Sin embargo, lo que
a menudo se ven obligados a hacer es que tienen que mirar en otra dirección:
cuáles serán las consecuencias de sus decisiones en el mercado global o, como
esta de moda decir hoy día, la reacción de los inversores globales. En otras
palabras, la libre circulación, emancipada de todo tipo de control
político, del mercado financiero. Los viernes deciden cómo mejorar la
situación del país y para ello adoptan una serie de medidas, pero el fin de
semana no pueden conciliar el sueño, porque temen que el lunes, cuando vuelvan
a abrir las bolsas, un nuevo cataclismo en los mercados puede llevar al traste
con todos sus planes, con un nuevo colapso del Estado que ponga en fuga a los
capitales.
¿Cuán acertados o erróneos eran los
análisis de Marx? ¿Le resultan todavía útiles para usted?
Algunas
de los vaticinios de Marx no se produjeron, en parte por la
influencia de sus propias predicciones. Por ejemplo la profecía de que habría una
catástrofe. Marx habló de la pauperización del proletariado y que eso llevaría
al proletariado a las calles y desencadenarían una revolución. Creo que la
gente inteligente entre los dueños de los recursos escuchó atentamente y tomó
medidas. En el siglo XIX, en Inglaterra, se adoptaron medidas para mejorar las
condiciones de los obreros, sus pensiones, el derecho a afiliarse a sindicatos
y a declararse en huelga para defender sus derechos. Todo ello estaba orientado
a mejorar las condiciones de vida de la clase obrera. Se acabó incrustando
en la mentalidad de la gente la necesidad de mejorar las condiciones de vida y
de trabajo dentro del propio sistema capitalista, sin cuestionar el propio
sistema. Entonces llegó la revolución bolchevique, que partía de la idea de que
todos somos iguales, lo cual no es cierto, pero es lo que la gente creía, o
quería creer. Y se logró que dejara de haber desempleo, eso es cierto. Se
proporcionó educación para todos, lo que también era verdad. Y había sanidad
gratuita para todos. Y eso también era verdad. Al otro lado del Telón de Acero,
la gente veía lo que había y tomaba precauciones. En respuesta a esas
realidades hay que contar el New Deal del presidente Franklin Roosevelt, el
estado de bienestar en buena parte de Europa... Ahora, con el colapso del
bloque soviético, no hay alternativa, el capitalismo se ha quedado solo en el
campo de batalla, sin enemigos a la vista, hasta el punto de que muchos
gobiernos buscan ávidamente nuevos enemigos para mantener la vigilancia y la unidad
de la población. Pero lo cierto es que no hay un sistema alternativo, y
desafortunadamente no hay nada que constriña, que limite algo que es endémico a
un sistema que está basado en la competencia: la codicia, la codicia, que
pretender sobreponerse, derrotar a los otros, y la escasa sensibilidad hacia el
destino de los desafortunados, de las víctimas causadas por tu propia
actividad. Es una nueva situación, que surgió tras la caída del Muro de
Berlín. Por primera vez en ciento cincuenta años las predicciones de Marx
podrían hacerse realidad, no sólo en lo que se refiere al proletariado, sino a
la clase media, que ha visto cómo se ha ido deteriorando, pauperizando, su
nivel de vida, perdiendo tanto su nivel de ingresos como su percepción de la
seguridad, la quiebra de su sentimiento de pertenencia, de formar parte de una
comunidad, de contar con instituciones que se preocupen de ellos cuando sufran
una desgracia individual. El temor a que se reduzcan o directamente se supriman
las prestaciones de desempleo, o a tener que trabajar más años para disfrutar
de sus pensiones. De repente, el suelo ha empezado a temblar bajo nuestros
pies. De ahí, de esa inquietud, han surgido movimientos que buscan de manera
febril nuevas formas de participar en política, porque han perdido por completo
la fe en las instituciones políticas establecidas. Lo cierto es que el sistema
ha dejado de cumplir sus promesas, de cumplir con sus obligaciones.