23 de octubre de 2018

Certezas, dilemas e intuiciones. Un ensayo controversial (XIII) 3º parte. Bosquejo ontológico

Conceptos (como elogio de la lectura)
5. Sobre ciencia, filosofía e historia

Alfonso Reyes (1889-1959), ensayista, crítico, poeta y narrador mexicano, autor de una voluminosa obra y promotor de la fundación de instituciones dedicadas a la difusión del conocimiento, escribió en uno de sus ensayos que “entrar en la interpretación de un hombre es cosa que requiere delicadeza y piedad. Si se entra en tal interpretación armado con una filosofía hostil a la que inspiró la vida y la obra de aquel hombre, se incurre en un error crítico evidente y se comete, además, un desacato”. Tal apreciación es perfectamente aplicable a las numerosas y heterogéneas -antagónicas o partidarias- apreciaciones que se han hecho sobre Lev Davidovich Bronstein, aquel hijo de campesinos nacido en un pequeño pueblo del sur ucraniano, en el entonces Imperio Ruso y que, con el correr de los años, se iba a convertir en uno de los máximos dirigentes de la Revolución Rusa de octubre de 1917, aquella que el antes citado historiador inglés Eric Hobsbawm definió como “un acontecimiento crucial que originó el movimiento revolucionario de mayor alcance que ha conocido la historia moderna”.
Trotsky fue uno de los más importantes teóricos del siglo XX, especialmente con su teoría de la “revolución permanente”. Pero también realizó importantes aportes en el terreno político y diplomático así como en el campo económico. Como periodista e historiador, fue reconocido -incluso por sus enemigos- como uno de los más grandes escritores políticos del siglo XX. Analizó cada uno de los procesos revolucionarios que presenció: la revolución alemana de 1923, la revolución china de 1923-1925, la revolución española de 1931-1939 y la Segunda Guerra Mundial. También se destacó por sus aportes en el terreno del arte y la cultura, campos en los que dejó una vasta obra. Escribió sobre filosofía, literatura, psicología, ética, religión y la situación de la mujer y la juventud entre muchos otros temas. Sin embargo, como él reconociera en la última etapa de su vida, su tarea más indispensable fue la construcción, primero, de la Oposición de Izquierda Internacional y luego, muy particularmente, de la IV Internacional. Durante estos años, coincidentes con su forzado exilio, Trotsky analizó y teorizó sobre los más importantes fenómenos de la época: las relaciones interimperialistas, su vinculación con la economía y la lucha de clases, el surgimiento del fascismo, la política estalinista de los "frentes populares", los regímenes bonapartistas "sui generis" en las semicolonias latinoamericanas así como las tendencias profundas hacia la revolución y contrarrevolución en la U.R.S.S., entre otros.


Así, la relación entre Trotsky y la historia trasciende los rótulos, los partidismos, los sectarismos, para anclarse fuertemente en una visión de la historia como teatro y del teatro como historia. Es la historia presentada como una evolución orgánica que va de lo general-estructural a lo específico-coyuntural, desarrollándose en el escenario cuasi teatral de la vida humana. Sus dotes en este ámbito fueron admitidas aun por prestigiosos historiadores que no concordaron con él como revolucionario, desde Edward P. Thompson (1924-1993) en “The making of the english working class” (La formación de la clase obrera en Inglaterra) y Perry Anderson (1938) en “Arguments within english marxism” (Consideraciones sobre el marxismo occidental), hasta un nutrido número de analistas que escribieron artículos sobre él en medios periodísticos como “Times Literary Supplement”, “New Left Review” o “Past & Present”. Desde luego, su concepción antideterminista y antidogmática de la historia y su rechazo de todo automatismo economicista fueron motivo de ásperas polémicas con historiadores rusos contemporáneos a él como Nikolai Pokrovsky (1865-1930) y Nikolai A. Rozhkov (1868-1927), figuras clave de la historiografía marxista soviética, para quienes Trotsky sustentaba sus tesis en una concepción idealista que se apartaba de los factores objetivos de la revolución.
En 1850 Engels publicó “Der deutsche bauernkrieg” (La guerra de los campesinos en Alemania), obra en la que trazó un paralelismo entre la revolución alemana de 1525 y la revolución de 1848, analizando las diferencias entre ambas. El protagonista histórico de Engels era la guerra de clases. Trotsky tomó como modelo la historiografía de Engels y la desarrolló para crear un enfoque historiográfico propio, particular. Manteniendo a la clase obrera como protagonista central, la articuló con el papel del partido marxista y de los revolucionarios socialistas. Así, si los estudios históricos de Engels apuntaban a reforzar el concepto de la guerra de clases como motor de la historia, develando la tendencia histórica de la sociedad clasista, para Trotsky la historia explica el presente y contribuye a definir el accionar futuro: “El marxismo no es el puntero de un maestro elevándose por encima de la historia, sino un análisis social de los caminos y medios del proceso histórico que está llevándose a cabo”.
Esta técnica recibió críticas de, por ejemplo, el historiador estadounidense Louis Reichenthal Gottschalk (1899-1975), para quien habría en Trotsky un conflicto entre el historiador y el sociólogo, perceptible a través del frecuente recurso a lo que él llama “la necesidad objetiva” de generalizar. Gottschalk se apoya esencialmente en el empleo que hace Trotsky de las analogías históricas, y en particular a las referencias a la Revolución Francesa, las que encuentra como argumentos forzados. Lo propio hizo el historiador británico Isaac Deutscher (1907-1967) cuando afirmó que esas recurrencias eran totalmente “oscuras” porque convertían “una analogía histórica en una consigna política”. Para Deutscher, Trotsky “se identificaba a sí mismo con la Historia en un sentido dramático”. El historiador francés Pierre Broué (1926-2005), en cambio, consideraba que Trotsky fue un historiador que, como revolucionario y no como sociólogo, reflexionó en una perspectiva histórica, buscando precedentes en la historia, queriendo descubrir y verificar en la acción de las leyes del desarrollo histórico. “Trotsky es el hombre que compara, identifica, distingue, evalúa, proyecta, porque no quiere recomenzar eternamente la historia desde el principio, porque es un hombre de acción comprometido en la transformación del mundo. Trotsky quiere hacer de la historia, a través del estudio del pasado, una herramienta de la comprensión del presente para su transformación. Esto es probablemente lo que le reprochen sus críticos atados a la representación de un ‘acontecimiento único’, y para quienes el ejercicio de la profesión de historiador no es, sin duda, más que un medio de ganarse la vida. Esta constatación no bastará para hacer de Trotsky un miembro de la Academia de Ciencias Históricas con título póstumo, pero al menos tendrá el mérito de subrayar la importancia de la historia escrita para los hombres que tienen la ambición de hacer historia sin más”.


Trotsky aportó hasta el momento de su asesinato la última contribución decisiva a la teoría marxista, tal vez sólo comparable con las contribuciones realizadas por filósofos de la talla de György Lukács, Antonio Gramsci o Herbert Marcuse. Sus interpretaciones acerca de la historia rusa tuvieron como matriz la concepción materialista histórica del devenir social. Sostuvo que el curso de la historia estaba determinado por leyes internas generales y para ello expuso su ley del “desarrollo desigual y combinado”, el instrumento de análisis social por el que dilucidó las características peculiares del desenvolvimiento de Rusia y la clave para explicar por qué era el proletariado y no la burguesía la clase portadora del cambio revolucionario. Al percibir que las transformaciones en las bases económicas de la sociedad no bastaban para explicar la dinámica del proceso de la Revolución Rusa, se centró en los cambios experimentados en la psicología de las clases sociales a efectos de comprender la evolución de la conciencia del proletariado. Como historiador marxista que era, proclamó que “el motor de la historia es la lucha de clases” y sobre ese fondo estudió el papel de los partidos y de los actores políticos. El alcance del factor individual en los acontecimientos siempre depende de las condiciones históricas, de manera tal que un individuo sólo podrá ejercer una influencia decisiva en las acciones cuando intervenga en el “punto culminante” de una larga evolución que contenga todos los factores objetivos del proceso.
“No sabemos nada del mundo excepto lo que se nos da a través de la experiencia -escribió-. Esto es correcto si no se entiende la experiencia en el sentido de testimonio directo de nuestros cinco sentidos individuales. Si reducimos la cuestión a la experiencia en el estrecho sentido empírico, entonces nos es imposible llegar a ningún juicio sobre el origen de las especies o, menos aún, sobre la formación de la corteza terrestre. Decir que la base de todo es la experiencia significa decir mucho o no decir absolutamente nada. La experiencia es la interrelación activa entre el sujeto y el objeto. Analizarla fuera de esta categoría, es decir, fuera del medio material objetivo del investigador, que se le contrapone y que desde otro punto de vista es parte de este medio, significa disolver la experiencia en una unidad informe donde no hay ni objeto ni sujeto sino sólo la mística fórmula de la experiencia”. Así, para Trotsky la dialéctica “no es una ficción ni una mística, sino una ciencia de las formas de nuestro pensamiento en la medida en que éste no se limita a los problemas cotidianos de la vida y trata de llegar a una comprensión de procesos más profundos y complicados”.
Dice el antes aludido filósofo y sociólogo alemán Herbert Marcuse en su “Vernunft und revolution” (Razón y revolución) que “para la lógica dialéctica, el ser es un proceso que evoluciona a través de contradicciones que determinan el contenido y el desarrollo de toda la realidad”. Esta lógica era para Hegel la que determinaba el proceso del pensamiento, la estructura de la razón; la filosofía de la historia expone ese contenido histórico de la razón. “O sea -acota Marcuse- , que el contenido de la razón es el mismo contenido de la historia, aunque al decir contenido no nos referimos a la miscelánea de los hechos históricos, sino a lo que hace de la historia una totalidad racional, las leyes y tendencias a las que apuntan los hechos y de las que reciben su significación”. Esta hipótesis hegeliana, que distingue al método filosófico de abordar la historia de cualquier otro método, no implica que la historia tenga un fin definido. “El carácter teleológico de la historia (si es que tiene tal carácter) sólo puede ser la conclusión de un estudio empírico de la historia y no una presunción a priori”. Hegel afirmaba que “en la historia el pensamiento tiene que estar subordinado a lo dado, a las realidades de hecho; esto constituye su base y su guía. En consecuencia, “tenemos que tomar a la historia tal como es. Tenemos que proceder históricamente, empíricamente”.


Continúa Marcuse: “Las leyes de la historia tienen que ser demostradas en y a partir de los hechos; hasta aquí el método hegeliano es un método empírico. Pero estas leyes sólo pueden ser conocidas si la investigación encuentra primero la orientación de la teoría adecuada. Los hechos en sí mismos no revelan nada; sólo responden a preguntas teóricas adecuadas. La verdadera objetividad científica requiere la aplicación de categorías sólidas que organicen los datos en su significado efectivo, y no una recepción pasiva de los hechos dados”. Y Hegel: “Aun el historiógrafo corriente e imparcial, que cree y profesa mantener una actitud simplemente receptiva, sometiéndose sólo a los datos de que dispone, no es en modo alguno pasivo en lo que se refiere a sus actividades de pensamiento. Trae consigo sus categorías y considera los fenómenos exclusivamente a través de ellas”. Pero, se pregunta el autor de “Triebstruktur und gesellschaft” (Eros y civilización), ¿cómo reconocer las categorías sólidas y la teoría adecuada? “De esto es la filosofía la que decide. Ella elabora las categorías generales que dirigen la investigación en los distintos campos especializados. Su validez en estos campos, sin embargo, tiene que ser verificada por los hechos, y esta verificación se obtiene cuando los hechos dados son comprendidos por la teoría de modo tal que aparezcan regulados por leyes definidas y como momentos de tendencias definidas, que expliquen su secuencia y su interdependencia. Es la filosofía la que le da a la historiografía sus categorías generales, y éstas son idénticas a los conceptos básicos de la dialéctica”.
Hegel sostiene que el sujeto o fuerza motor de la historia es el espíritu. Naturalmente, el hombre es también parte de la naturaleza, y sus impulsos y tendencias naturales desempeñan un papel material en la historia, porque, como ser natural, se encuentra confinado dentro de condiciones particulares: ha nacido en un lugar y tiempo determinado, es miembro de una u otra nación, está ligado al destino de la totalidad particular a la que pertenece. “La filosofía de la historia de Hegel hace mucho más justicia al papel desempeñado por estas tendencias e impulsos que muchas historiografías empíricas”, concluye Marcuse. “La primera mirada a la historia nos convence de que las acciones de los hombres provienen de sus necesidades, sus pasiones, sus caracteres y sus talentos y nos induce a pensar que dichas necesidades, pasiones e intereses son el único resorte de la acción, las causas eficientes en este despliegue de actividades”. Explicar la historia significa, pues, describir las pasiones de la humanidad, su genio y sus poderes activos.
Para Althusser la doctrina marxista presenta la notable particularidad de estar constituida por dos disciplinas distintas, unidas una a la otra por razones históricas y teóricas, pero en realidad distintas una de la otra, por cuanto tienen distintos objetos. En su ensayo “Matérialisme historique et matérialisme dialectique” (Materialismo histórico y materialismo dialéctico), hace un nítido distingo entre el materialismo histórico, o ciencia de la historia, y el materialismo dialéctico, o filosofía marxista, una distinción que ha sido confirmada, según Althusser, por la tradición marxista. Para el autor de “Lire le capital” (Para leer ‘El capital’), el materialismo histórico tiene por objeto los modos de producción que han surgido y que surgirán en la historia. Estudia su estructura, su constitución y las formas de transición que permiten el paso de un modo de producción a otro. “El materialismo, por tanto, no se refiere solamente al modo de producción capitalista, sino a todos los modos de producción, a quienes proporciona una teoría general. El propio Marx lo señala para condenar la interpretación de un crítico que consideraba que la nueva teoría de la historia concernía solamente a la sociedad capitalista y no a las formaciones sociales de la antigüedad (Atenas y Roma) y de la Edad Media: el materialismo histórico se refiere tanto a la antigüedad y al medioevo como al mundo moderno. Y podemos añadir que concierne igualmente a las sociedades primitivas, a todos los modos de producción existentes en la historia”. Mientras tanto, el materialismo dialéctico es una nueva filosofía, una disciplina teórica producto de “la situación excepcional de Marx en la historia del saber humano”.


La versión marxista basada en la “Dialektik der Natur” (Dialéctica de la Naturaleza) de Engels, suponía que la dialéctica existía tanto en la vida social e histórica del hombre como en la naturaleza. Trotsky aceptó la definición de Engels de materialismo dialéctico e intentó explicitar algunas leyes y relaciones generales entre naturaleza e historia humana. “La dialéctica constituye el fundamento de la concepción marxista del mundo, el método fundamental de análisis marxista. El segundo componente más importante del marxismo es el materialismo histórico, es decir, la aplicación de la dialéctica materialista a la estructura de la sociedad humana y su desarrollo histórico. Sería erróneo disolver al materialismo histórico en el materialismo dialéctico, del que no es más que una aplicación. Se puede decir con total justificación que el darwinismo es una explicación brillante -aunque no haya sido elaborada filosóficamente hasta el final- de la dialéctica materialista a la cuestión del desarrollo del mundo orgánico. El materialismo histórico entra dentro de la misma categoría. Es una aplicación de la dialéctica materialista a una parte distinta, aunque enorme, del universo”.
Es decir, si bien el materialismo dialéctico abarca tanto al materialismo histórico como a posibles desarrollos en otros campos, como el de las ciencias naturales, ello no significa que haya una identidad entre ellos, esto es, que la dialéctica funcione en dichos campos de la misma manera. Trotsky hizo un distingo entre la dialéctica objetiva (aquella aplicable a las ciencias naturales) y dialéctica subjetiva (la correspondiente a la acción y conciencia humanas). Ambas serían partes diferenciadas de una unidad que no está dada sólo por una casual aparición temporal sino porque marcan un desarrollo histórico concreto. Su conclusión fue que era necesario marcar las diferencias existentes entre ambas para evitar una visión mecánica que considere la relación entre la naturaleza y la sociedad humana como un mero juego de espejos: “La dialéctica subjetiva debe por esto ser una parte distintiva de la dialéctica objetiva, con sus propias formas especiales y regularidades”. Planteó así que, para que haya un movimiento de una a otra, tienen que fortalecerse algunos factores y debilitarse otros, tal como ocurrió con el paso del feudalismo al capitalismo y, el que preveía con el mismo criterio, del capitalismo al socialismo. Fue la comprensión de esa dialéctica a la vez espacial y temporal del curso de la historia que hizo que escribiera que “la historia no se repite”. Cada nuevo acontecimiento histórico estaba condicionado por la totalidad de la historia anterior y por su entorno.


Fue Trotsky quien analizó ya en aquellos años la economía mundial como un conjunto interdependiente: “Unificando en un sistema de dependencias y de contradicciones, países y continentes que han alcanzado grados diferentes de evolución, aproximando los diversos niveles de su desenvolvimiento y alejándolos inmediatamente después, oponiendo implacablemente todos los países entre sí, la economía mundial se ha convertido en una realidad poderosa que domina la de los diversos países y continentes”. Al tomar la economía mundial como punto de partida, y utilizando copiosamente la dialéctica del materialismo histórico, alejado de todo mecanicismo economicista y de cierto internacionalismo abstracto, advirtió con claridad el papel que ocupa cada una de las partes en la dinámica general. Como parte de un método en donde se interrelacionan las tendencias económicas, la lucha de clases y la relación entre Estados, sus análisis contemplaron la relación entre los distintos países imperialistas, entre éstos y los países del llamado Tercer Mundo, entre la economía capitalista mundial y el creciente avance de la hegemonía norteamericana con respecto a las otras potencias imperialistas. La fuerza de este método quedó demostrada en el hecho de que hoy, tanto sus múltiples análisis como sus formulaciones y definiciones representan un valiosísimo material para la interpretación de la actual crisis capitalista y su posible dinámica.
En los tiempos que corren, un considerable conjunto de prácticas sociales, declaraciones políticas y campañas mediáticas recurren cada vez más a la ideología fascista. Impulsado por el capital concentrado y ganando cada vez más aceptación en amplios sectores de la sociedad, el discurso fascista busca aglutinar las frustraciones en una propuesta simplista pero efectiva, que desvía el odio desde los problemas reales (la desigualdad social, la corrupción, la deuda externa, la desocupación, la inseguridad, la inflación, el narcotráfico) hacia un enemigo más fácil de enfrentar (los inmigrantes, los pueblos originarios, los musulmanes, los trotskistas, los anarquistas). Mientras la ciencia política tiende a analizar este fenómeno como un marco ideológico o simplemente como un sistema de gobierno que busca prescindir de la representación electoral a partir de un organicismo del Estado, el empresariado, los sindicatos y las fuerzas de seguridad, en un sentido más teórico debe caracterizárselo como un modo de funcionamiento institucional, una mirada ésta que siempre ha resultado ser la más productiva en tanto tiene mayor potencial para analizar críticamente el presente político. De allí la relevancia de las obras de Trotsky.