15 de marzo de 2020

Juan Sasturain: “Lo hermoso de la literatura es que es infinita. Y siempre te va a estar esperando, siempre está ahí. Un mundo infinito del cual podés entrar y salir todo el tiempo” (2)


“Soy escritor -dice Sasturain-, pero como tengo que vivir, terminé haciendo montones de cosas, crítica literaria, ficción, historietas, ensayos, crónica futboleras. Pero el gesto primero es la lectura. Y el segundo la escritura. Uno fue y sigue siendo lo que ha leído”. De su vasta obra pueden mencionarse las novelas “Manual de perdedores”, “Arena en los zapatos”, “Los sentidos del agua”, “Brooklin y medio”, “Los galochas”, “La lucha continúa”, “Pagaría por no verte” y “Dudoso Noriega”; los libros de cuentos “Zenitram”, “La mujer ducha”, “El día del arquero”, “Picado grueso” y “El caso Yotivenko”; y los guiones de historietas “El alma de la ciudad”, “La isla del guanaco” y “Diente por diente”, por citar sólo algunos de sus numerosos libros. Influido tanto por el ámbito académico como el periodístico, Sasturain supo crear una escritura que toma recursos de ambas partes. En ese sentido, declaró en una entrevista: “Cuando uno escribe en esos medios, va recortando un tipo de lector posible que puede ser diferente a aquel que es indeterminado cuando se escribe un texto que no va a ser publicado en lo inmediato. Durante muchísimo tiempo, he escrito con un lector predeterminado y eso va tanto desde una crónica periodística, como una novela”. A comienzos del año en curso, Sasturain fue nombrado director de la Biblioteca Nacional, un hecho que fue recibido con beneplácito por numerosos escritores y celebrado en el mundo de la cultura argentina. A renglón seguido, la segunda y última parte del extracto editado de las entrevistas que le hicieran Hernán Ronsino, Luciano Guiñazú, Ricardo Gotta y Mónica López Ocón para distintos medios periodísticos del país.


Juan, para pasar a otro momento, pienso en la mítica foto en el bar “La Academia”, donde están todos, los que fueron pensados como una generación que se incorporó escribiendo policial. La mayoría de los que están en esa foto empezaron escribiendo policiales. “Manual de perdedores” aparece después de la dictadura -aunque lo escribiste antes- y pensaba un paralelo con el momento en el que escribe Hammett durante la crisis del ‘30. ¿Pensás que hay algún tipo de relación o es pura casualidad que en medio de una crisis -del ‘30 en Estados Unidos o la dictadura acá- el policial negro aparezca como una forma de criticar lo que está pasando?

Siempre hay algo de eso. Lo que pasa es que esos vínculos nunca son mecánicos, no son causa y efecto. La novela policial vista desde ese momento era un realismo crítico, y nos referíamos al comienzo de cuando escribimos todas estas cosas, que fueron diez años antes del ‘88. A comienzos de los ‘70 fue el fenómeno.

Todo el proceso de la dictadura.

Claro, a fines de los ‘60 y principios de los ‘70 el policial negro comienza a funcionar.

¿Quiénes estaban en ese grupo? ¿Martini, Piglia, Manzur?

Sí, sobre todo Ricardo. Piglia, primero, porque hizo la serie negra de “Tiempo Contemporáneo”. Como teórico y como editor. Es la primera vez que, pese a que eran autores que se habían publicado largamente en la Argentina, se los releyó. A esos escritores que habían salido en cualquier colección, se los releyó en términos de valorización crítica. Primero, porque eran soberanos escritores -McCoy, Hammett-, y además su relato era una parte más del realismo norteamericano, de esa gran ola de narrativa norteamericana de los ‘20 y los ‘30.

Sobre “El último Hammett” hay algo del lenguaje que me parece central. En la introducción vos decís que te interesaba mantener el efecto de traducción. Es una gran decisión para resolver la manera de hacerlos hablar.

En general cuando escribo alterno mucho el relato indirecto pero tengo muchas escenas en lenguaje directo, cuando los personajes dialogan. Hammett es muy de escena, muy conductista, hay que encontrarle el tono. Yo quería escribir una novela que transcurriera en el año ‘53 en Estados Unidos. Si uno se dedica a confrontar las cosas va a ver, yo lo levanté de ahí, la pasé de primera a tercera, porque el texto de “Tulip” está escrito en primera, es un alter ego de Hammett, le puse Hammett al personaje y lo escribí en tercera. ¿Cómo encontrarle el espíritu, el ritmo interno, el clima de referencias y que no discorde? Me permitía el tono porque tené en cuenta que esas sesenta páginas de “Tulip” no tienen nada que ver con toda la narrativa de Hammett, si uno ha leído las cinco novelas y los setenta cuentos. Es lo último que intentó escribir, por eso está fechada en el ‘53, porque es el momento en el que él está escribiendo “Tulip”. El vuelve a escribir veinte años después de haber terminado “El hombre delgado” y nunca más había podido volver a escribir, veinte años pasaron. Tenía que escribir porque necesitaba guita. Ese es el tema sobre esas sesenta páginas, no puedo salir de ahí: una discusión sobre qué escribir y cómo escribir. A partir de ahí no era una novela de acción, era una novela reflexiva y de acción.

En el “Dudoso Noriega” también veo eso, en el prólogo dice algo así como: “no se puede decir todo”; sin embargo, son sistemas que intentan decirlo todo y poner todo lo que tiene el escritor para dar en el momento de la escritura. Es el signo distintivo de los textos, incluso los cuentos tuyos. Esto me lleva a algo que decís siempre, sobre pensar al escritor como un trabajador y no como alguien que está en otro lado, en una esfera diferente. Pienso en estas agrupaciones y colectivos que formaste y en los que participaste, siempre con esa idea de pensar al escritor como un trabajador, que tiene que definirse con los compañeros.

Eso es un poco una marca generacional, la compulsión a la respuesta, es la Argentina y la vida que nos tocó. El universo ideológico y las experiencias de vida que nos tocaron en la juventud son las que te marcan. De algún modo, los que crecimos en los ‘60 y ‘70, por adhesión o por rechazo, estamos marcados por las ideas de la época; por eso, buscarle un sentido a tu práctica, un sentido que trascendiera a tu mera expresión, estaba en el pensamiento común.

Esa idea está también cuando hablás de Oesterheld y Walsh, eran dos autores que hacían y que construían su oficio desde el hacer.

Ahí hay otra cosa, tiene que ver con lo que decías del trabajo. Tanto Héctor como Rodolfo, eran tipos que no tenían -o por lo menos a nivel aparente- una contradicción indisoluble entre el trabajo y su vocación artística, fueron haciendo su obra mientras trabajaban, trabajaron siempre en la industria editorial. ¿Cuántos poetas hay que fueron burócratas? Martínez Estrada que trabajó en el correo durante mil años mientras hacía su obra.

Juan L Ortiz.

También, o Mastronardi. Hay muchos que hicieron su obra con vocación literaria y tuvieron en paralelo una práctica de vida de trabajo. Si sos de clase alta, Borges te decía: “no cometas el error de ser periodista”, pero Olivari dice: “los mejores poemas los vas a escribir mientras lavás los pañales de tus hijos o puteado en la redacción”. Es decir, la tensión entre el trabajo para ganarse la guita y escribir es la misma que tenemos todos nosotros. En la práctica de estos dos, ves muy claro que no había esa diferenciación, que otros autores contemporáneos sí las tienen a su manera. Cuando Viñas escribe cosas por dinero, no la firma Viñas, firma Pedro Pago.

Policiales por encargo.

Exacto.

Es un gesto aristocrático.

No, no digamos aristocrático, es mucho, pero es un gesto. Cuando Roger Plá escribe un policial escribe con un pseudónimo. En estos dos casos, trabajan siempre desde un lugar que está entreverado, la producción “industrial y artística”, son indisolubles, para bien o para mal es así. Entonces, están “condicionados” comercialmente, en la artisticidad la forma está determinada por el soporte. ¿Cuánto tengo que escribir? Cinco páginas por semana, por ejemplo. La forma va a ser folletinesca porque tengo cinco páginas por semana, no tengo tiempo para escribir trescientas páginas por semana y publicarlas, tengo que publicar cinco por semana, las voy a tener que terminar. Eso se nota mucho en el trabajo de la gráfica, que el soporte es el que te determina. Pensá en los cuentistas norteamericanos. La gran narrativa norteamericana es impensable sin los medios gráficos, por ejemplo, el “New Yorker”. Tenés cuatro mil palabras, Salinger o Dorothy Parker las escribían y laburaban. En ese sentido, por eso, nosotros nos sentimos mucho más cerca de los yanquis, son más modernos, la estética es inseparable del soporte industrial. Y en las historietas o en la televisión ni hablar. En las tiras por ejemplo, hay que escribir un guión y tenés que escribir veintiséis minutos en tres segmentos de ocho, porque después van los avisos, “vos contame una buena historia”. El formato no es una limitación, es como en un soneto.

Es como el género, bajado más todavía al formato.

Esto existió siempre. “Miguel Ángel, por encargo, tenés que pintar a Cristo”, “Uh, otra vez a Cristo”. Lo que hay es esto, no podés pintar otra cosa. La idea del artista que crea desde nada, sin público es un invento romántico, que está bien pero es una época.

Si no hacés eso, ¿dónde estás? ¿Qué estás haciendo? Es un interrogante que tengo.

Pero es que siempre es así. Estos condicionamientos existieron absolutamente siempre, lo que pasa es que siempre se trabaja en los bordes y aparece un Tarantino y rompe el molde y hace otra cosa, o aparece un Oesterheld y donde todos escribieron unas historias pedorras le mete otras cosas y abre el campo. El artista siempre nace situado en un determinado contexto con determinadas condiciones. A partir de ahí algunos trascienden más allá. Por ejemplo, ¿cuántos cuadros del Renacimiento ves con el mismo tema? Porque era lo que se podía y había para pintar, algunos son unos genios y otros son copia, ¿o no? Y es un poco así. En las canciones, también.

¿De todos los trabajos que hiciste, te quedas con el de escritor?

Lo que tiene que ver con mis propios sueños es la escritura, por eso es lo que más disfruto. Soy escritor. Pero como tengo que vivir, terminé haciendo montones de cosas, crítica literaria, ficción, historietas, ensayos, crónica futboleras. Pero el gesto primero es la lectura. Y el segundo la escritura. Uno fue y sigue siendo lo que ha leído.

¿Qué leés?

Ahora estoy con los ingleses, Chesterton, Lewis, Lawrence, Durrell, Auden Alguno supone que soy fanático de los policiales porque he escrito y he tenido un programa sobre policiales. No, soy lector de autores no de géneros. Hemingway, Salinger, Kane. Lo hermoso de la literatura es que es infinita. Y siempre te va a estar esperando, siempre está ahí. Un mundo infinito del cual podés entrar y salir todo el tiempo. Esa sensación es una maravilla. Tenés tanto para descubrir, conocer, disfrutar. Y además está la oportunidad, siempre renovada. Es como cuando te encontrás con gente inteligente, sensible, querible: la comunicación no se agota en una charla. Por ejemplo, podés volver a leer a Onetti tres veces o más Lo leíste a los veinte y lo entendiste de un modo. Y luego de otro, porque estaba hablando de una experiencia que no era la tuya. Mirá Borges, un autor absoluto y determinante. Él es una literatura. Él es un mundo. Hemos tenido la suerte de tenerlo en nuestra lengua; los otros lo tienen que leer traducido. Una de las inteligencias de la literatura más poderosa del siglo. En un ejemplo maravilloso.

Con Bioy tenía también ese intercambio, ese diálogo del que hablabas. Y ahí fluían historias.

Borges tiene una cosa muy hermosa: que fue lector de escritores, un gran lector que te hace participar del placer de su lectura. Siempre dijo que no tenía cosas importantes que contar, que no le había pasado nada importante. Pero que había leído mucho. Un Henry Miller o un Norman Mailer hacen de su propia experiencia de vida el material de dónde sacan su narrativa. Jorge Luis Borges, no. Y tiene esa cosa tan hermosa del efecto multiplicador del tipo que te despierta, a través de su amor a lo que ha leído, su capacidad de lector inteligente, de iluminarlo. Y genera la curiosidad en el lector. Te lleva a leer a James Joyce, a Stevenson, a Chesterton, a partir del estímulo que te puede dar la lectura borgeana.

Tu narrativa no es borgeana sino más plantada en la experiencia.

No, puede tener mucha mayor marca de color local y de costumbrismo que la literatura borgeana, que tiene una intencionada estética por su concepción de la cultura y sus posiciones ideológicas. Todo lo que podía lindar con el costumbrismo, o tuviera referencia con el populismo, le provocaba escozor. Y nosotros pertenecemos a otra área de pensamiento. Pero soy absolutamente borgeano, a pesar de que las materias de las que escribo no tengan nada que ver con él. Uno mezcla Oesterheld con Borges y el Negro Fontanarrosa y trata de que funcione.

En esa ensalada bien condimentada, ¿cuál es el gusto que se destaca?

Lo que decanta de todo eso es que mi literatura, conscientemente, está hecha con palabras, no está hecha ni con argumentos ni con personas. Es una cuestión de lenguaje. Es mucho más importante el cómo que el qué. Un escritor se define por cómo escribe, más allá de qué habla. No hay temas grandes y temas chicos. Con temas grandes se puede escribir una tremenda pelotudez. Y con temas chicos se pueden hacer obras maestras. Depende de la mirada. Es tomar conciencia de que estás utilizando un instrumento que no es transparente, que es opaco y que hay que forzarlo cada vez para conseguir un efecto de persuasión, de veracidad. Como diría Roland Barthes es la diferencia entre un escribiente y un escritor. Un escribiente usa el lenguaje como si fuera transparente, predeterminado, como si fuera digital. Saludable y maravillosamente no es así. Las palabras están vivas. 

¿Qué función cumple o debería cumplir hoy una biblioteca nacional?

Es un tema en discusión, lo que no es una respuesta, es una descripción, sobre todo cuando uno no tiene experiencia de bibliotecólogo, sino de usuario como en mi caso. Mi experiencia es la del que ha generado su propia biblioteca. En mi relación con las bibliotecas, la más rica que tengo es con la mía. Pertenezco a una generación o soy un tipo de lector que tiende a armarse su biblioteca, lo que significa conservar los libros que leés. La separación conyugal es el enemigo número uno de las bibliotecas y, a cierta edad, casi todos hemos padecido el desguace de una biblioteca. Una biblioteca es el residuo histórico de nuestra biografía, porque en los libros ponemos muchas cosas. No puedo suponer que la relación que tengo con mi biblioteca sea distinta a la que tienen otros. La diferencia está en esta biblioteca, que no es mía, es una experiencia nueva. Por ejemplo, aquí lo que no tengo que contestar es si leí todos los libros.

Es una pregunta típica.

Sí, a todos los que somos juntadores de libros, alguien siempre nos mira como diciendo “no me vas a decir que te los leíste todos”. Uno dice, bueno, no todos, pero me gusta tenerlos. Si no los leí, los voy a leer, sé que los tengo. Es que mi biblioteca personal también tiene un criterio de biblioteca pública, y no porque le voy a prestar mis libros a cualquiera. Pero me hace sentir muy bien, cuando un amigo me pregunta, decir “sí de Oliverio Girondo tengo este, tengo aquel…”. Me gusta saber que los tengo y que pueden confiar en mí para buscar ciertas cosas. Venir a la Biblioteca Nacional es un poco cumplir el sueño del pibe: tengo todos los libros. Y esa es una sensación muy, pero muy hermosa. No puedo pensar una función en abstracto. Por eso me quedo en esa primera función de lo que para mí es una biblioteca.

¿Cuál es?

Una función de identidad. Yo, entre otras cosas, soy mi biblioteca. Cuando va gente a mi casa me siento orgulloso de tener los libros ahí. Es como mostrar a la familia. Es una extensión material de nuestra identidad. En el caso de la Biblioteca Nacional, yo soy hoy el administrador, pero el sentido de pertenencia es de todos nosotros. Seamos o no conscientes de esto, la biblioteca nos representa, es parte de nosotros, ya sea que la hayamos formado o la hayamos heredado, la hayamos elegido o nos haya tocado. Creo que si tiene que cumplir una función es subrayar ese lugar identitario. Esta biblioteca es el lugar en que están todos nuestros pensamientos, todo lo que hemos escrito, lo que hemos reflexionado, lo que hemos editado. Hay textos extranjeros que no han sido producidos intelectualmente aquí, pero sí materialmente. Aquí está nuestra escritura y nuestro trabajo. Me gusta pensar que es uno de los lugares donde podemos encontrar nuestra identidad, un buen espejo de todas nuestras contradicciones. Los lugares que ha ocupado la Biblioteca Nacional son un lindo revelador de nuestra historia, de nuestros avatares.

¿Cómo es la relación entre nuestra historia y los lugres materiales que ocupaste?

Da la casualidad o no, de que con este nombre u otro, la historia de esta biblioteca coincide con nuestra historia como nación o protonación. Es la historia de nuestra patria. Del Cabildo pasó a La Manzana de las Luces, de allí pasó, en la generación del '80, a tener su edificio propio en la calle México, que estaba pensado para la Lotería Nacional, pero Groussac logró arrebatárselo a Roca. Luego pasó a este extraño artefacto, a este edificio posmoderno y pospuesto. Como lugar material, es una hermosa seña de identidad de lo que es la historia de los argentinos. Si uno pasa de Moreno a De Angelis, -que no fue director de la biblioteca pero sí un intelectual del rosismo- o a Marcos Sastre o a José Mármol como representante de los proscriptos, saltás a la gestión de Hugo Wast, el nombre por el que se conoce a Martínez Zuviría, con un catolicismo ultramontano filonazi, pero un autor muy popular. Luego está todo el ciclo borgeano. Es todo el ciclo de nuestra intelectualidad y nuestras contradicciones. El libro de Horacio González sobre la Biblioteca Nacional es ejemplar en este sentido, porque es la historia de las discusiones que se dieron aquí dentro. Volviendo a tu pregunta inicial sobre cuál es la función de una biblioteca, creo que es poner delante de los argentinos un espejo muy verdadero, uno de los pocos espejos totalizadores de nuestra realidad. Acá está todo y es bueno que la gente lo sepa.

¿Y eso cómo se logra?

Hay que convertir la biblioteca en un espacio accesible, no en una foto ni en un monumento histórico. Estamos dentro de un monumento histórico, lo que es un orgullo y también una incomodidad. Hay que lograr que se pueda usar, que pueda ser percibido. Me gusta pensar que la tarea que tenemos algunos que ocasionalmente ocupamos estos lugares es abrir la puerta para ir a jugar. Es algo del pensamiento chino acompañar el devenir en vez de encorsetarlo.

¿Te preocupa encontrar el tiempo necesario para compatibilizar tu rol de director con el de escritor?

Antes que nada soy un lector. Y veo a la Biblioteca como un lugar para leer y para escribir. Borges, de hecho, leía y escribía mientras fue director. El fantasma de que uno necesita un tiempo y un espacio para escribir no se corresponde con la realidad. El tiempo libre no existe: siempre está lleno de algo. Y además uno logra escribir como sea cuando tiene el imperativo de hacerlo.