29 de enero de 2022

Rememorando al inmortal Osvaldo Soriano

En el día de la fecha, cuando se cumple el 25º aniversario del paso de Osvaldo Soriano a la eternidad literaria argentina, un lugar donde está y continuará estando, vale la pena recordar algunos acontecimientos y anécdotas de su vida.
En el mes de noviembre de 1991, dentro del programa “Encuentro con escritores” organizado por la Secretaría de Extensión Universitaria y el Centro de Estudiantes de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), cuatro escritores fueron invitados a participar del ciclo llamado “Conversaciones en Puán”: Adolfo Bioy Casares (1914-1999), Rodolfo Fogwill (1941-2010), César Aira (1949) y Osvaldo Soriano (1943-1997).
El autor de “Triste, solitario y final”, “El ojo de la patria” y “Cuentos de los años felices” -por citar sólo algunas de sus obras- dio su charla el 11 de noviembre ante unos cuatrocientos estudiantes quienes lo interrogaron acerca de las influencias en su obra, sus actividades de periodista y escritor, su entorno, costumbres, técnicas y temática, y también le pidieron su opinión acerca de su propio éxito editorial y sobre la situación del país por aquellos días. Previamente, las periodistas y escritoras Telma Luzzani (1951) e Hinde Pomeraniec (1961) -quienes participaron en la organización del ciclo- se encargaron de entrevistarlo. Esta última, por entonces docente de la cátedra de Teoría Literaria III en la citada facultad, narró tiempo después en “Final del formulario”, un artículo aparecido en el suplemento “Radar” del diario “Página/12” el 11 de marzo de 2007: “Esa tarde de noviembre en que Soriano habló en Puán nos encontramos en un bar, frente a la facultad, un rato antes del encuentro público. Allí estábamos las dos periodistas y docentes que íbamos a entrevistarlo, tratando de calmar sus nervios frente a lo que imaginaba una suerte de pelotón de fusilamiento intelectual. ‘¿Vos estás segura de lo que vas a hacer?’, me había dicho cuando lo llamé. Él, por su parte, estaba seguro de que lo esperaba un mal momento y no terminaba de creer que su presentación había despertado gran interés en la colectividad universitaria. Se fue serenando mientras rumiaba su chicle de nicotina, asistente inevitable de esos días para conjurar la adicción. Tímido y ansioso recorrió los pasillos de la facultad con gran curiosidad. En el aula lo esperaba una pequeña multitud de unos cientos. La entrevista fue un encanto, porque él era un gran entrevistado, que daba títulos todo el tiempo y buscaba guiños con el público siempre. ‘Yo camino por la cornisa de la literatura’, dijo ese día, cuando se declaró un autor en sintonía con el momento político y social”.


Aquel día Soriano, entre muchísimas otras cosas, contó: “Yo empecé a leer ficción muy tarde: a los 19 o 20 años. Hasta esa edad había cursado estudios técnicos; mi padre era empleado de Obras Sanitarias. ‘Soy leyenda’ de Richard Matheson debe ser el primer libro que leí en mi vida, cuando llegué a Tandil y me conecté con un grupo de teatro. Alguien me alcanzó este libro. De allí en más fui un ávido lector de cualquier cosa que caía en mis manos; podía pasar de Dostoievski a Balzac y de éste a Hammett. Tenía un amigo que me alcanzaba libros de ciencia ficción. Yo los leía y pedía más, y él me hacía trampa a veces, me sacaba de la ciencia ficción, y me traía, por ejemplo, ‘Los hermanos Karamazov’, con los que me pasé meses viviendo. Creo que uno o dos años después debo haber borroneado algún intento de cuento. Yo no hacía todavía periodismo; estaba en una época difícil, de transición y trabajaba en una fábrica de autos. Era sereno. En ese tiempo, por la característica del trabajo, tenía mucho tiempo a la noche. Por esa época hice el gran descubrimiento de Cortázar, y hasta me tomé el atrevimiento de mandarle unas líneas. Lo notable fue haber recibido una carta de respuesta con un cuento suyo original y firmado. Eso fue muy fuerte para mí, y entonces escribí algo sin duda muy influido por lo fantástico de Cortázar. Eran cuentos horrorosos. Uno de ellos se publicó en el diario de Tandil. Yo jugaba al fútbol en Cipolletti y dejé cuando llegué a Tandil. Para alguien que quiere escribir el periodismo es una buena salida, y yo empecé obviamente con el periodismo deportivo, que es el que conocía. El periodismo fue una buena iniciación, pero me convencí tanto de que iba a ser un buen periodista que me olvidé de los cuentos. Pensaba que nunca iba a poder ser un buen cuentista. Dejé de escribir ficción muchos años hasta que vine a Buenos Aires y se cruzó en mi vida la lectura de Raymond Chandler. Los mitos personales no resueltos, los fantasmas de la niñez y quizá todo eso en aquel momento de mi vida dio como resultado ‘Triste, solitario y final’, que había escrito para mí, no para publicar. Lo hizo publicar Marcelo Pichon Rivière. Yo todavía ahí no pensaba en términos de edición”.
Además, contó Hinde Pomeraniec, Soriano habló de otros escritores: “Las grandes novelas de Simenon fueron para mí un momento de descubrimiento; ver cómo se podía escribir despojadamente los grandes temas sin énfasis. Yo lloré como un chico cuando murieron dos escritores: Simenon y Graham Greene. Yo hubiera querido escribir ‘El fin de la aventura’ y no hubiera escrito nunca más. Estaba en París cuando murió Simenon. Venía caminando una tarde y vi que los bares empezaban a cerrar. Llego a casa y mi mujer me dice: ‘murió Simenon’. Yo me puse a llorar. El noticiero de la noche en Francia ese día abrió con Simenon, mostró los bares cerrando en señal de duelo por la muerte del último gran escritor popular. Simenon era una suerte de gran mito de los países de lengua francesa”.



También recordó: “Yo leía noches enteras a James Hadley Chase cuando era periodista en provincias y me tenía que ir a dormir a las 7 de la noche, por ejemplo, en Santiago del Estero. Hace poco lo volví a leer y sigo pensando que es un maestro; él introdujo el suspenso de una manera que sin duda lo ha sacado de la historieta”. Y agregó luego: “Lo más dramático que le puede suceder a un escritor es empantanarse. Conozco a algunos que se empantanaron durante diez años. A Juan Rulfo le duró el resto de su vida. Yo esto no lo quería aceptar, lo negaba, pero no hay duda de que siempre planea sobre el escritor el temor de que lo que ha escrito ayer o el mes pasado sea lo último de su vida. Un escritor que jamás se empantanaba era Cortázar”.
Pasó luego a referirse a la situación social que sobrellevaba el país en aquel tiempo: “Este nuevo orden interno que tenemos me desconcierta mucho. Es como si ya no tuviéramos ni capacidad de discutirlo. Como si hubiera una aplanadora que avanza y avanza y no deja que uno se oponga. Estamos en una tormenta social porque se están operando cambios de conducta que ya no son políticos ni macroeconómicos. Hay una cierta desfachatez en no considerar valores que nosotros teníamos heredados de otros tiempos, de los tiempos en los que el mundo estaba muy dividido pero era más claro”.
El 29 de enero de 2017, fecha en la que se cumplían veinte años de la muerte de Osvaldo Soriano, el multifacético Juan Forn (1959-2021) -escritor, periodista, editor, traductor y asesor literario- publicó en el diario “Página/12” un artículo titulado “A la hora del juicio”, en el cual, entre otras cosas, señaló: “Es curioso ver panorámicamente su obra hoy: si se invierte la cronología de sus libros, el resultado adquiere una elocuencia inesperada, como mirar por un largavista al revés y, al ver de lejos lo cercano, descubrir algo que era apenas discernible cuando lo teníamos frente a nuestras narices. Imaginemos su debut con una novela autobiográfica llamada ‘La hora sin sombra’, y ‘El ojo de la patria’ como paso siguiente: el ajuste de cuentas con la version Billiken de la historia argentina. Luego llega la hora de la aventura: ‘Una sombra ya pronto serás’ (o la aventura de estar en el camino por las rutas argentinas) y ‘A sus plantas rendido un león’ (la aventura pura en el lugar más exótico posible: África). Llega entonces la hora de someter el peronismo y los años ‘70 a la mirada de la comedia bufa y su sutil contraparte, la épica de los pequeños perdedores: las magistrales ‘No habrá más penas ni olvido’ y ‘Cuarteles de invierno’. Para desembocar en esa lección crepuscular que es ‘Triste, solitario y final’. Hay mucho de despedida en ‘Triste solitario y final’ (y en más de un sentido era el fin de una época), así como puede verse a ‘La hora sin sombra’ como la novela de iniciación donde un joven cuenta la historia de sus padres y, al mismo tiempo, su propia historia aprendiendo el oficio de escribir, contando historias”.
Y concluyó: Digo esto porque, con la muerte de Soriano, su obra quedó raramente redonda, como concluida naturalmente. Entre novela y novela, Soriano publicaba siempre un libro de piezas periodísticas (el laboratorio que usaba para ir desentrañando sus ficciones). Tardaba cuatro años para cada novela así que el libro de crónicas salía entre medio, a los dos años. Pero esa última vez lo sacó más rápido: menos de un año después de ‘La hora sin sombra’, salió ‘Piratas, fantasmas y dinosaurios’. Se veía nítidamente ahí que estaba por mudar de piel otra vez, literariamente hablando. Le quedaban sólo meses antes de morirse. Soriano ni sospechaba que se estaba muriendo; ese cambio de piel era sereno y sin impaciencia, y era una idea extraordinaria: usar al Míster Peregrino Fernández, un argentino que fue jugador y después se vuelve técnico de fútbol, primero en la Argentina de la década trágica, después en la Europa de la Segunda Guerra, y por fin en la Argentina peronista. Una lástima que no pudiera terminarlo (se refiere a ‘Memorias del Míster Peregrino Fernández y otros relatos de fútbol’, libro aparecido póstumamente en 1997), pero a la hora del juicio no hace diferencia: lo que sí llegó a terminar en vida es más que suficiente para que algún día le reconozcan a Soriano el lugar que ocupa en la literatura argentina”.


En diciembre de 1994 Soriano publicó un artículo en el diario “Página/12” -periódico del que fue colaborador desde 1987- bajo el título “El desprecio”, un texto que, a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación, tiene una notable vigencia. En el expresó: “De todos los racismos el peor es el cotidiano, el chiquito que no culpabiliza. El que piensa, como le escuché decir una madrugada a un conductor de radio: ‘Yo no soy racista, sólo digo primero nosotros, después ellos’. Ellos no votan, no tiene voz ni ley que los ampare. Pobres primero, negros después. Ahí están como esclavos en fábricas de barrios y suburbios. Bolivianos, peruanos, cabecitas. La Asamblea del Año XIII ya pasó y ellos ni siquiera saben que alguna vez los esclavos fueron liberados también en Buenos Aires.
Afuera se dice cualquier cosa de los argentinos, menos que seamos cordiales o democráticos. Para no desentonar, a veces nos comportamos como fieras. Nada de trasladar al barrio gente que viene de las villas. Que se vuelvan al Norte. Que se jodan si son pobres. No tienen tarjeta de crédito. Y encima admiran a quienes los desprecian. Vienen a robarnos, a quitarnos el trabajo, a violar a nuestras mujeres. A inquietar nuestra conciencia de pequeños propietarios, taxistas, quiosqueros, honestos comerciantes. Alguien podría pensar que somos grandes cabrones que descargan su impotencia en el más infeliz. De ningún modo. Un general de Pinochet dijo una vez a la televisión francesa que no era cierto que la raza blanca se preservara en Chile y la Argentina. ‘Sólo en Chile’, adujo, porque los argentinos son ‘casi todos hijos de italianos’.
Frases al azar: ‘Contra los bolitas no tengo nada pero que se vuelvan a su casa’. ‘Yo tengo un amigo judío’. ‘Qué racista, si yo escucho a Guerrero Marthineitz’. ‘Los uruguayos son buena gente, lástima que nos manden sólo a los ladrones’. Naturalmente, los peruanos son estafadores, los chilenos punguistas, los bolivianos coqueros y analfabetos. Ah, ¡qué suerte ser argentino! ¡Qué bueno ser rubio y de ojos celestes! Igualitos a Menem. Igualitos a Dios. Dios me perdone, cito a Sartre: ‘Hay una repugnancia hacia el judío como hay una repugnancia hacia el chino o el negro en ciertas colectividades. Y esa repulsión no nace del cuerpo, ya que muy bien puede uno amar a una judía si ignora su raza: se comunica al cuerpo por el espíritu. Es un compromiso del alma, pero tan profundo y total que se extiende a lo fisiológico, como en el caso de la histeria’.
¿Qué reclama un racista? Casi nada: que exista otro más débil que él. Le pueden quitar todo a un valiente argentino, menos la nacionalidad. Y si el único orgullo imperdible es ése, ¿por qué no esgrimirlo como un mérito, como una amenaza? Fatalidad o bendición, la condición nacional conoce una sola manera de alzarse por sobre su pequeñez: ser propietario. Y eso es lo que no pueden lograr los indocumentados, los colados que trabajan por cincuenta pesos y el plato de sopa. Esa gente, que no es gente para el que la explota, sirve de ejemplo: cuanto peor le va, más consuela a los desdichados que tienen derecho a votar.
Sobre la clase alta, y como reflejo sobre la clase media, opera el miedo al otro, el que es diferente a sus sueños. La ilusión de casi todo argentino de a pie, si es que todavía le quedan ilusiones, es salir en la tele y figurar en la revista ‘Caras’. No hay negros ahí, a no ser Pelé o Ricky Maravilla. Está Palito, claro, pero cuánto hace que Palito es un triunfador blanco como la leche. El ansia del pequeño propietario de llegar a las páginas de ‘Caras’ es proporcional al miedo de terminar en una villa. Ese miedo, que resume tantos otros, enciende una súbita pasión por la ecología en los barrios que temen el arribo de los villeros expulsados por la modernidad menemista.
La histeria racista es más vieja que las naciones. Cuentos de gallegos y chistes de judíos son la medida expresable de nuestra xenofobia. A veces hay sorpresas: la moda de detestar a los peruanos parece irreconciliable con el espíritu chauvinista si tenemos en cuenta que Perú debe ser el único país del continente donde no se detesta a los argentinos. Más aún: les debemos misiles, pertrechos y una inquebrantable solidaridad durante la guerra. Pero, claro, unos tipos se roban unas líneas de teléfonos, alguna cartera, uno que otro televisor y nosotros, que nunca robamos nada, decidimos que todos los peruanos, menos Mario Vargas Llosa que se hizo español, son unos canallas. Ahora son los bolivianos. En una de ésas ni hablan castellano. Trabajan de sol a sol y más. Llega la policía y ¿a quién se lleva? A ellos. Los que siempre violan la ley son los negros. De golpe, ‘Germinal’ de Zola vuelve a adecuarse a una época que no es la de esa novela. En los alrededores de canchas, estaciones y colegios hay pintadas que injurian a uruguayos, coreanos, paraguayos, bolivianos y peruanos. Muchos boliches a los que van los chicos rechazan a los de piel oscura. Debe ser una emocionante manera de sentirse superior, argentino hasta la muerte”.


Evidentemente, Soriano supo detentar una pluma certera que inspiraba sonrisas y, al mismo tiempo, profundas reflexiones. Una pluma que se extraña todos los días. Hoy, cada vez más críticos de todo el mundo se conmueven por esa capacidad de captar los matices de la cultura popular y descubren en su “irreverencia y la desmitificación de la historia” una crítica social encubierta.
El historiador, filó
sofo y escritor Osvaldo Bayer (1927-2018) dijo alguna vez que Soriano había sido “un descubridor de sombras, arlequines, figurones, galanes, pero también de soñadores que patean constantemente al egoísmo y meten goles en el cielo. Por su parte, la escritora Angélica Gorodischer (1928) escribió: “Cosa rara esto de los recuerdos de los amigos que se han ido. Si una los quiso, los quiso de veras, los quiso mucho, hermanos que fueron, le da rabia que se les hayan adelantado. No hace falta estar pensando en ellos porque están siempre ahí, del otro lado en la mesa del café o del costado de la pared en la vereda del sol o en casa de alguien cuando una ve luz y sube. Ahí están, y se ríen con una o le dicen a una ‘che, no seas boba no hagas esa macana’. Entonces, para qué va a andar una fijando el recuerdo si fluye esa presencia como fluye el aire y una la respira como quien respira aire. Y es bienhechor. Y por más que se embronque y patalee, contra eso la Señora Muerte no puede hacer nada, nada pero nada”.

27 de enero de 2022

Luis Gusmán, Andrew Graham-Yooll, Rodrigo Fresán. Recordando a Osvaldo Soriano

Osvaldo Soriano fue uno de los escritores más importantes de la literatura argentina durante el último cuarto del siglo XX. Con una prosa colmada de desparpajo y dinamismo, estableció desde su primer libro un pacto con los lectores que lo convertiría en el autor argentino vivo más popular y más leído de su época. Sus novelas “A sus plantas rendido un león”, “Cuarteles de invierno”, “No habrá más penas ni olvido” y “Triste, solitario y final” fueron publicadas en veinte países y traducidas a los idiomas alemán, checo, danés, francés, griego, hebreo, holandés, húngaro, inglés, italiano, noruego, polaco, portugués, ruso y sueco. A un par de días de cumplirse los 25 años de su fallecimiento, se reproducen a continuación fragmentos de los artículos publicados en el suplemento “Radar” del diario “Página/12” del 28 de enero de 2007. Sus autores son Luis Gusmán (1944), escritor, periodista y psicoanalista argentino que ha publicado, entre otras obras, las novelas “El frasquito”, “En el corazón de junio”, “Hotel Edén”, “De dobles y bastardos”, “Los muertos no mienten” y “Hasta que te conocí”; los libros de cuentos “La muerte prometida” y “Lo más oscuro del río”; y los tomos de ensayos “La ficción calculada”, “Epitafios. El derecho a la muerte escrita” y “Un sujeto incierto”. Andrew Graham-Yooll (1944-2019), quien fuera un escritor y periodista argentino que ejerció el periodismo en numerosos medios, entre ellos el “Buenos Aires Herald”, “La Prensa”, “Página/12”, “Noticias” y “Perfil” (Argentina); “Tiempo” y “Cambio 16” (España); “The Daily Telegraph” y “The Guardian” (Inglaterra); y “The New York Times”, “Newsweek” y “Miami Herald” (Estados Unidos). Fue autor de una vasta obra ensayística que comprende, entre otros títulos “Ocupación y reconquista, 1806-1807. A 200 años de las invasiones inglesas”, “Arthur Koestler. Periodismo y política”, “Rosas visto por los ingleses” y “Tiempo de violencia. Argentina 1972-73”. Y Rodrigo Fresán (1963), escritor, traductor y periodista argentino autor, entre otros libros, de las novelas “Esperanto”, “El fondo del cielo”, “La parte inventada”, “La parte soñada” y “La parte recordada”; y de los libros de cuentos “Vidas de santos”, “Trabajos manuales” y “La velocidad de las cosas”. Escribe regularmente para el diario argentino “Página/12” y publica textos de crítica literaria en la revista “Letras Libres” y en el suplemento cultural del periódico “ABC”, ambos medios españoles.

EL ARTE DE CONTAR LA POLÍTICA
Luis Gusmán
 
Allá por enero de 1973, después de algunos años de im-publicación, mi texto “El frasquito” encontró la posibilidad de transformarse en libro. En la tapa que había ilustrado Carlos Boccardo, entre otras imágenes, como una especie de ilustración dentro de la ilustración, estaba la tapa de una novela de David Goodis “Viernes 13”. La tapa pertenecía a la colección “Cobalto” que entonces y desde hacía muchos años venía publicando las novelas policiales de la mayoría de los autores de lo que se conoce como novela negra. Creo que mi primera conversación con Soriano giró acerca de esos autores ya que fue él -cuando trabajaba para “La Opinión”- quien escribió el primer comentario sobre “El frasquito” cuando se publicó. Fue por ese tiempo que me dio a leer el original de “Triste solitario y final”. Evidentemente esa primera corriente de simpatía fue rebasada por las diferencias estéticas y las posiciones ante la literatura que por los años setenta -y al menos para mí, y creo que también para otros escritores- excedían alguna vanidad personal. Esa fue toda mi relación con Soriano.
Como siempre, trato de diferenciar el destino que corren los libros de sus tribulaciones y su circulación en el mercado, ya sea por una omisión de circulación o por un exceso de la misma. Ninguna de estas dos contingencias significan, en principio, un valor en sí mismo. Tengo la idea de que durante los años del Proceso, la literatura eligió distintos maneras para contarse. Primero, un estilo elíptico y alusivo, en el que me incluyo; segundo otro más alegórico. Otros escritores como el caso de Puig -quien fue el que narró más contemporáneamente los hechos que estaban sucediendo en el país, como se puede leer en sus novelas “Pubis angelical” o “El beso de la mujer araña”- se “ampararon” en un género. Por supuesto no me refiero a una “intencionalidad” de su escritura ni a su performance; otro modo fue apelar a una subjetividad que ignoraba o interpretaba los hechos desde esa misma subjetividad; otro procedimiento eligió una escritura más referencial, donde creo se ubicaba la literatura de Soriano.
Mucho se ha escrito de los escritores y el exilio, los que se fueron y los que se quedaron, con lo cual ha habido múltiples opiniones transformadas en versiones que funcionaron desde cierto punto de vista moral. Estaban los que defendían la pertenencia supuestamente otorgada por el hecho de haberse quedado, estaban los que hacían una épica de haberse marchado. Por supuesto, en la mayoría de los casos y para muchos se trató de una cuestión de supervivencia ya que su vida se vio amenazada; y en otros casos, otros que vieron su existencia amenazada. Estas cuestiones ponen en juego la relación entre el cuerpo y la escritura. No era lo mismo escribir desde el exilio que desde el sitio donde cada uno estaba. Quiero decir, que siempre es necesario un análisis de los textos capaz de articular la producción de cómo se escribió en aquellos años: lo que se escribió “entre líneas”, lo que se desechó, los cambios de léxico, las elipsis, las metáforas. Dejando de lado por supuesto la sospecha mezquina, y el narcisismo de las pequeñas diferencias.
La obra de Soriano después de “Triste, solitario y final” se ubicó en esas coordenadas. En “No habrá más penas ni olvido” y “Cuarteles de invierno”, donde, a mi modo de ver, predomina un estilo que apela muy fuertemente al punto de vista del autor -citando a Nabokov se podría decir que destila el veneno del mensaje-, por lo tanto su ideología se filtra claramente en la narración mostrando el aspecto más moralizante de la moraleja. Por supuesto que no era lo mismo escribir mientras sucedían los hechos políticos y el horror producido por el terrorismo de Estado que narrar esos mismos hechos con cierta distancia temporal. Creo que a partir de esa distancia temporal -esa temporalidad incluye el levantamiento de la censura externa con el advenimiento de la democracia- literatura y política comienzan a separarse como géneros diferentes. Por un lado se impusieron las investigaciones, los ensayos, las crónicas sobre el Proceso; y por otro lado la literatura, se ocupe de la política o de la cuadratura del círculo, recuperó su singularidad. Por supuesto, ejemplos espurios siempre se encuentran. Lo cual me parece bastante lógico. Creo que la obra de Soriano se “produjo” en ese estado de lengua.
“A sus plantas rendido un león” y “Una sombra ya pronto serás” -su título por metonimia da ya la idea de cierto borramiento, lo mismo sucede con “La hora sin sombra”- funcionan como bisagra en los libros del autor. Es en “El ojo de la patria” que el “género del espionaje” le permite encontrar -según declaraciones del propio Soriano- la articulación entre la historia y la actualidad. La trama de “El ojo…”, cuando el autor buscando en el cementerio de Père Lachaise la tumba del escritor Raymond Roussel -para destrabar la escritura de “A sus plantas...”- se encuentra con la tumba del espía argentino Julie Carrié, enterrado a pocos metros del escritor francés, me remite a muchos de mis temas preferidos: los epitafios, las lápidas, las identidades cambiadas, y el culto político a los muertos.
De sus libros, “Cuentos de los años felices” es donde, a mi parecer, el autor encuentra su mejor registro: la crónica de pueblo, los viajes del padre y los viajes con él, los recuerdos de infancia que, como nos recuerda un libro de Graham Greene, “siempre se trata de una infancia perdida”. Creo que en la evocación de ese mundo, el lector de Soriano encuentra lo más feliz de este escritor.
 
SORIANO LEÍDO EN INGLÉS
Andrew Graham-Yooll
 
Algunas veces estos recuerdos son incómodos. La razón, en este caso, es que creo haber leído más de Osvaldo Soriano en inglés que en su original. Quizás por pasar tanto tiempo fuera del país. No fue el caso de “Triste, solitario y final”, que me lo regaló en Buenos Aires una periodista norteamericana de Associated Press, Susan Linnée. Si no lo había leído, dijo ella, vigilante de mi formación literaria, debía hacerlo de inmediato. Eso hice, y a los dos días salimos (ella insistía en conocer de inmediato a toda persona que le parecía interesante) en busca de Soriano. No sé si fue en la redacción de “La Opinión” o dónde, pero la primera conversación no tenía nada que ver con libros sino con cumpleaños: Soriano había nacido el Día de Reyes, 6 de enero de 1943, y yo el 5 de enero del año siguiente. Perdimos algún tiempo tratando de decidir si era un año mayor que yo, o si había que aclarar que en realidad me llevaba un año menos un día, dato que se alteraba en años bisiestos. Pavada de debate. Nuestro contacto posterior fue en el exilio, cuando lo llamé de Londres con una consulta respecto de un dato para la revista “Index on Censorship”. La renovación del contacto fue por vía del pasado. Luego del saludo, me preguntó: “¿Te acordás cuando discutíamos lo del cumpleaños? Qué boludez, ¿no? Habría que escribir algo sobre eso”.
La versión fílmica de su novela “No habrá más penas ni olvido” se mostró en el Institute of Contemporary Arts, como parte del Festival de Cine en Londres, y por un tiempo Soriano se convirtió en lo mejor de la escritura latinoamericana. Digo por un tiempo, porque no entiendo por qué no tiene más difusión en el mundo. La novela en inglés, que es en el idioma en que la leí, apareció como “Funny dirty little war” (Graciosa sucia pequeña guerra), editada por Readers International, un sello corajudo formado por un matrimonio heroico, norteamericanos residentes en Inglaterra que publicaban con fondos propios un pequeño catálogo de títulos que a ellos les parecía lo mejor de América latina, Africa y Asia, por lo general autores censurados o exiliados. En el circuito del exilio y entre simpatizantes del norte de Europa, la película y la novela tuvieron una buena aceptación. La crítica, principalmente en inglés, celebró la invención del autor y también esa sensación de desamparo que transmite Soriano, su mezcla de ironía y crítica frente a la violencia al voleo casi sin razón (si bien tenía explicación de quienes la justificaban) que marcó la primera mitad de los años ’70.
Hubo una época en que se tradujo bastante de Soriano a otros idiomas. Norman 
Thomas di Giovanni, el traductor de Jorge Luis Borges, que se había propuesto como meta traducir solamente autores rioplatenses al inglés, se entusiasmó con Soriano y así fue como leí varios textos del marplatense en inglés. Circulaba un extracto en borrador en inglés de “Una sombra ya pronto serás”, pero no sé si se publicó. La crítica y estudiosa del teatro argentino Jean Graham-Jones celebra la escritura de Soriano por lo visual y teatral y la evidencia de su admiración está en su libro “Exorcising history. Argentine theater under dictatorship” (Exorcizando la historia. El teatro argentino bajo la dictadura), editado por la Universidad de Brucknell en 2000. La autora cita a Soriano en una opinión que considera fundamental para entender la época: “Cada día nosotros los argentinos nos esforzamos para no hacer del horror una religión, también para no olvidar lo que sucedió”. Es una observación admirable por lo civilizada.
Lo que hay que celebrar en la escritura de Soriano es su habilidad en el uso de la ironía, que no parece tan común en el castellano y en muchos casos puede tornarse en expresión peyorativa. Soriano logra mantenerla dentro del humor y a la vez afinar su crítica. Quizás sea este aspecto de su escritura lo que hace divertidas sus crónicas sobre el fútbol aun para quienes, como yo, no entendemos la necesidad de apasionarse hasta la apoplejía por 20 (o 22) tipos que corren tras una pelota simulando una cacería por barras bravas muertos de hambre. Su habilidad en el uso de la ironía se refleja hasta en la escritura dramática, y la evidencia puede resumirse en un ensayo, “Vivir con la inflación”, que publicó en 1989 en la revista “Nueva Sociedad” y que, en versión inglesa, dio la vuelta al mundo (“Living with inflation”, Duke University Press).
Recuerdos personales de Soriano tengo pocos, siendo los más las memorias literarias, de leerlo. Nos vimos en los comienzos en 1995 como parte del fallido grupo en la Asociación para el Periodismo Independiente, pero luego enfermó (Soriano primero, la Asociación después). El recuerdo se nutre de lo escrito y leído. Tendríamos que hacer algo para alentar su lectura a nivel internacional.
 
FELIZ, ACOMPAÑADO Y (CONTINUARÁ)
Rodrigo Fresán
 
Hace unos días leí un muy buen libro de la escritora norteamericana Francine Prose titulado “Reading like a writer. A guide for people who love books and for those who want to write them” (Como lee un buen escritor. Una guía para todos aquellos que aman los libros y para los que quieren escribirlos). La tesis del libro -fácil de enunciar pero no tan sencilla de demostrar; y lo interesante es que Prose lo consigue- es que los escritores no sólo son diferentes (o no son “exactamente personas” como, impreciso, precisó Fitzgerald) sino que además, también, leen diferente. Y que empiezan a leer diferente incluso antes de ser escritores. Es decir, para Prose (gran apellido para alguien de su profesión) la vocación de escribir libros propios no sólo se inicia con la lectura de los libros de los otros (nada nuevo) sino que, además (y esto es lo novedoso) lo que en realidad se busca es culminar la obra y la vida emulando, por escrito, aquel modo intenso y casi alucinado con que leímos durante los primeros capítulos de la novela de nuestra existencia. Lo que se necesita -aquello con lo que se sueña- es la preservación o, al menos, la recuperación de ese estado mágico y extático en el que leíamos como si cada palabra fuera la primera o la última y tanto una como otra fueran La Verdad.
Qué decir frente a la renovada certeza de que los escritores pasan y los libros quedan. Y, cuando uno ha tenido la suerte de conocer a ese escritor, y haber escrito sobre la obra de ese escritor, de haber estudiado sus crónicas, de haber conversado con ese escritor que siempre te preguntaba qué estabas escribiendo y cómo iba tu vida, y de hasta haber escrito un relato sobre el fin de la vida de ese escritor, qué más se puede agregar. Poco y nada, y lo que uno diga o pueda llegar a decir importa nada y poco. Entonces ir hasta la biblioteca y buscar y encontrar ese ejemplar de “Triste, solitario y final” que sigue siendo el mismo que yo leí, recién regresado a la Argentina en 1979 y leer -releer, súper-leer- aquello de “Amanece con un cielo muy rojo, como de fuego, aunque el viento sea fresco y húmedo y el horizonte una bruma gris. Los dos hombres han salido a cubierta y son dos caras distintas las que miran hacia la costa, oculta tras la niebla”. Y seguir leyendo, seguir hasta el final, feliz y bien acompañado. Me pasó lo mismo hace cinco años y, seguro, me volverá a pasar dentro de cinco, de diez, de veinte. La diferencia es que cada vez lo leo mejor, que cada vez lo leeré mejor, “de una manera completamente nueva”, que es la misma manera en que lo leí cuando yo ya era un lector que quería ser escritor y que quería escribir algo que le produjese a otros lo que eso que estaba leyendo le producía a él.
Semanas atrás, a propósito de la muerte de William Styron, me preguntaba cuándo es que muere realmente un escritor: ¿cuándo deja de escribir, cuando deja de publicar, cuando deja este mundo o cuando deja de ser leído? Supongo que la respuesta correcta es todas: los escritores mueren de a poco pero nunca del todo e incluso la última posibilidad no es el fin del camino porque han sido muchos los que, redescubiertos o descubiertos, han vuelto de la tumba para vivir más felices que nunca o, por lo menos, para hacer tan dichosos a los lectores. No hay mejor homenaje para un escritor que seguir leyéndolo por más que ya no escriba y por más que ya se haya leído todo lo que se escribió.
Me parece que son muy pocos los escritores que acceden a ese privilegio y que, generosos, te dan esa oportunidad de reencontrarte con ellos, como si el tiempo no pasara; porque hay contados libros y autores para los que el tiempo no pasa. Y, última página, Marlowe le pregunta a Soriano si no tenía otra cosa mejor que hacer y le dice que “Durante los días que estuvimos juntos me pregunté quién es usted, qué busca aquí”. Soriano le pregunta al detective si ya lo averiguó y Marlowe responde: “No, pero me gustaría saberlo”. Por suerte quien firma esto y los miles de lectores de Soriano -a diferencia de Marlowe- siempre lo supimos y seguimos sabiéndolo y seguimos leyéndolo y releyéndolo con la certeza compartida de que sabíamos quién era y qué era  aquello que buscaba y que había encontrado.

25 de enero de 2022

Bioy Casares, Puig, Soriano. Distancias y proximidades

Osvaldo Soriano (1943-1997) fue uno de los escritores más importantes de la literatura argentina durante el último cuarto del siglo XX. Nacido en Mar del Plata, debido al oficio de su padre -quien trabajaba en la empresa estatal Obras Sanitarias-, vivió en varias ciudades de distintas provincias hasta que se asentó en Tandil. Allí pasó su juventud desempeñándose como obrero de planta en la Metalúrgica Tandil. Con algo más de veinte años comenzó a interesarse en la literatura, tanto en su lectura como en su escritura. Fue así que, durante la década del ‘60 comenzó escribir en “El Eco” y “Actividades”, ambos periódicos de Tandil.
La calidad de sus artículos hizo que pronto comenzara a colaborar con diarios y revistas de Buenos Aires, ciudad a la que se mudaría en abril de 1969. Allí formó parte de las redacciones de revistas como “Primera Plana”, “Panorama” y “Semana gráfica”, y diarios como “Noticias” y “La Opinión”. En 1973 publicó su primera novela: “Triste, solitario y final”, la que se convertiría en uno de los libros más vendidos del año. A esta le siguió “No habrá más penas ni olvido”, novela publicada cuando él se encontraba exiliado en París debido a la dictadura militar que se había instalado en el país en 1976.
Durante ese período colaboró con importantes diarios de Europa como “Le Monde” de Francia, “Il Manifesto” de Italia y “El País” de España. También publicó “Cuarteles de invierno”, la cual fue considerada la mejor novela extranjera de 1981 en Italia, y “Artistas, locos y criminales”, una recopilación de sus artículos escritos en “La Opinión” en la década del ‘70. Con el regreso de la democracia se instaló nuevamente en Buenos Aires. Allí formó parte de la redacción del diario “Página/12” y publicó, sucesivamente, “Rebeldes, soñadores y fugitivos”, una colección de los artículos que escribió durante su exilio para la prensa europea, las novelas “Una sombra ya pronto serás” y “El ojo de la patria”, la colección de relatos “Cuentos de los años felices”, la novela “La hora sin sombra” y una selección de artículos, cuentos y semblanzas llamada “Piratas, fantasmas y dinosaurios”.
Ya desde mediados de los años ’80, a pesar de la opinión no muy favorable de parte de la crítica y la academia, sus libros comenzaron a ser de los más vendidos en Argentina. Todos ellos se convirtieron invariablemente en éxitos de venta. Sin embargo, puede decirse que su obra ha quedado en la periferia del canon literario, algo similar a lo que les ocurrió, por distintas razones (la mayoría de las veces, políticas), a escritores como Leopoldo Lugones (1874-1938), Horacio Quiroga (1878-1937), Roberto Arlt (1900-1942), Leopoldo Marechal (1900-1970), Ernesto Sabato (1911-2011), Rodolfo Walsh (1927-1977) y Roberto Fontanarrosa (1944-2007), por citar sólo a algunos ejemplos. Se conoce como canon literario al conjunto de las obras clásicas que forman parte de la alta cultura y que, gracias a su originalidad o su calidad, han logrado trascender las épocas y las fronteras, resultando universales y siempre vigentes. Pero se debe tener en cuenta que quienes lo establecen lo hacen de acuerdo a sus gustos personales, sus intereses, los cuales no están libres de las tradiciones y las tendencias predominantes en cada época.
En el caso específico de Soriano, la polémica en el ámbito literario-intelectual gira en torno a quienes lo reivindican y quienes lo menosprecian. Esta división se asienta en los antagonismos existentes entre la literatura popular y la de élite, entre escritores populares y escritores aristocráticos o, si quiere, entre quienes establecen cuáles son la baja y la alta cultura, interpretaciones todas ellas indudablemente arbitrarias. En su artículo “Canónica, regulatoria y transgresiva” el escritor y crítico literario Noé Jitrik (1928)​​ puntualiza que “hay que empezar por reconocer en primer lugar que no hay un sólo canon, que en muchos tramos de la historia literaria los cánones que han sido obedecidos no estaban ni siquiera escritos y que, unos u otros, no han permanecido incólumes en el transcurso histórico; en segundo lugar, escritos o no, los cánones tienen una fuente que los emite y vigila su cumplimiento pero, también, hay que admitir que tales fuentes se han ido desplazando”.
Por su parte el escritor y periodista Tomás Eloy Martínez (1934-2010) decía en “El canon argentino” que “el canon confiere cierta seguridad a los lectores, les permite saber dónde están parados, cómo es la realidad a la que pertenecen, cuáles son los textos que no deben ignorar. Un canon argentino basado sobre tal principio no podría excluir a Borges, Bioy Casares, Cortázar, Bianco y Manuel Puig”. Pero entendía que, ya entrados en el siglo XXI, debía incluirse también a autores como Juan Gelman, Néstor Perlongher, Ricardo Piglia, Juan Martini, Juan José Saer, Andrés Rivera, Eduardo Belgrano Rawson, Héctor Tizón, Olga Orozco y, por supuesto, a Osvaldo Soriano.
En sendos artículos aparecidos en el suplemento “Radar” del diario “Página/12” el 28 de enero de 2007 (un día antes de que se cumpliese el 10º aniversario del fallecimiento de Soriano), la escritora, guionista y traductora Esther Cross (1961) y el escritor, crítico literario y periodista Rogelio Demarchi (1961) se ocuparon de vincular al escritor marplatense con dos de los integrantes del canon tradicional: Adolfo Bioy Casares 
(1914-1999) y Manuel Puig (1932-1990). Dichos textos se reproducen a continuación.
 
SORIANO Y BIOY: CAMPEONES DESPAREJOS
Esther Cross
 
Cuando tenía veintiséis, colaboré con Grillo della Paolera en la edición de “Bioy Casares a la hora de escribir”. Era un libro sobre escribir, era un libro sobre leer. Fui con Grillo varias veces a lo de Bioy. Le entregábamos los borradores, que volvían llenos de marcas, comentarios y correcciones. Bioy era un escritor riguroso y detallista, Bioy era un lector experto. La edición de ese libro de entrevistas fue para mí como un taller intensivo. En uno de esos encuentros, Bioy habló muy bien de un libro. Era “A sus plantas rendido un león”. Estábamos sentados en su escritorio. Al hablar del libro arqueó las cejas, con ese gesto de asombro que ponía siempre al hablar de los libros que le gustaban. Me gustaría acordarme de lo que dijo, pero no puedo.
Me acuerdo, en cambio, de que al otro día salí corriendo a buscarlo, un poco por curiosidad y otro poco porque me apuraba a leer lo que Bioy y Grillo nombraban. Me compré la novela en la librería -que ya no existe- de una galería -que tampoco existe- que quedaba a la vuelta de mi casa -que ya no es ésa-. La leí de un tirón y desde el principio me pareció absolutamente natural haber llegado a ese libro a través de Bioy. No era difícil entender por qué le había gustado.
Para empezar, ya desde las primeras páginas había un desfile de lo mejor de las lecturas de la infancia: un país lejano, un personaje solitario y su amor imposible, animales que enloquecen, revoluciones y malentendidos, drogas que incitan a la angustia o la melancolía, aviones que despegan y se incendian como si nada y, planeando sobre todo, un héroe a contramano y su aventura. Pero eso, que era tanto, no era nada comparado con el resto. Bioy decía que si uno habla como argentino debe escribir como argentino y la novela de Soriano era la novela de un argentino que escribía como un argentino.
Entre los párrafos de “Bioy  Casares a la hora de escribir”, que yo tipeaba en la máquina portátil cada día, había uno que decía que cada tanto la vida “nos da una visión momentánea de algo que quiebra el orden de la realidad” y a mí me parecía que Soriano -y ésa era su vuelta de tuerca respecto de Bioy- escribía historias que pasaban en una realidad en la que el orden ya se había quebrado. Y había más pero era lo de menos. La verdad es que pienso casi todo esto ahora -igual que cuando armo una historia respetable pero falseada porque quiero contar un sueño-. Ese año leí a Soriano con la misma curiosidad con que leí libros de Stendhal, Bianco y otros escritores que Bioy y Grillo nombraban cuando apagábamos el grabador o en medio de una entrevista. Bioy y Grillo hablaban de libros todo el tiempo. Su entusiasmo era contagioso. Bioy había nombrado un libro buenísimo, se notaba además que Grillo lo conocía y ahora yo también tenía la suerte de conocerlo.
Pasaron unos años antes de que me enterara de que Soriano dividía las aguas entre los escritores de mi generación, que empecé a conocer entonces. Tanto empeño en atacarlo me parecía casi un despropósito y hasta me resultaba increíble. Si decía que había llegado a “A sus plantas...” por un comentario de Bioy, me miraban de costado porque en ese momento me enteré, además, de que Bioy también tenía sus rivales y allegados y que entre los de uno y los del otro no siempre se formaban equipos compatibles. La situación era un poco confusa pero no me parecía tan raro. Yo soy de ese tipo de personas que siempre llega un poco tarde a las fiestas y reuniones. Y ésta no era una excepción. Se notaba que había llegado con demora a algo que había empezado hacía bastante tiempo. En ese fuego cruzado de escritores que cruzaban escritores y me hacían entenderlos de manera diferente, seguía con las lecturas. En la lectura de sus libros parecían tan alejados de tanta discusión que al mismo tiempo los unía. Nuestros campeones desparejos. Los libros siempre enseñan algo que no puede explicarse tan fácil. Los libros y las cosas que pasan entre ellos.
 
SORIANO Y PUIG: LAS PARALELAS QUE SE TOCAN
Rogelio Demarchi
 
Las novelas de Soriano pueden leerse como una respuesta a las novelas de Puig: no porque impugnan los elementos utilizados por Puig, sino porque los interroga y les modifica su significación representándolos en función de características que Puig no tuvo en cuenta. Ningún escritor produce su obra en el vacío, sino dentro de un sistema cultural, asignándole valores tanto a lo clásico como a lo novedoso. Y Puig era la novedad cuando Soriano escribía su primera novela. “La traición de Rita Hayworth” (1968), “Boquitas pintadas” (1969) y “The Buenos Aires affair” (1973), ¿qué novedades marca la crítica en ellas? Uso de subgéneros marginales con una perspectiva fílmica, lo que tiende a anular el narrador tradicional de la novela; diálogos insignificantes entre los personajes; conversión del título en una cita.
En 1973 se publica la primera novela de Soriano, “Triste, solitario y final”, comenzando esta serie de interrogaciones: el título también cita pero no remite a lo que Hollywood consagra sino a lo que margina: de la superestrella (Hayworth) a una frase de una novela de Raymond Chandler, escritor maltratado por la industria del cine (es famosa la pelea de Chandler con Hitchcock por la adaptación de la novela de Patricia Highsmith “Extraños en un tren”; ganó Hitchcock).
El subgénero marginal a rescatar no es uno, sino dos: en lugar del melodrama romántico, la novela negra y el gag de los grandes cómicos; de la Hayworth, entonces, a la dupla Laurel y Hardy más el detective Marlowe. La mezcla, inaudita desde todo punto de vista, da lugar a un realismo absurdo cuya función es reflotar la tradición de la picaresca.
El pícaro es un antihéroe, un marginal que representa a una “clase” que, solidaridad mediante, busca formular su propia alternativa; no es un delincuente, pero en sus aventuras intenta el ascenso social por medios algo fraudulentos. En la construcción del relato picaresco, se utiliza la caricatura como elemento satírico y/o la hipérbole característica del grotesco. Así, la narración es una crítica a la sociedad. Ese es el horizonte de Soriano, aun cuando parta de subgéneros totalmente alejados de la picaresca, como el policial, la novela de espías o el relato de aventuras. Soriano mezcla para inventar un híbrido con el que reactualiza la tradición picaresca.
Además, el pícaro que inventa no está intelectual ni psicológicamente capacitado para entender los conflictos que, en un momento determinado, lo envuelven y lo arrastran como una “bola de nieve” cuesta abajo; es una especie de David que no tiene ni piedra ni honda ni Dios para enfrentar a ese Goliat que lo apremia... Entonces la narración desacelera para contarnos cómo ese pícaro David, de todos modos, para defenderse inventa un arma con los materiales -siempre desatinados- que tiene a su alcance.
En “La traición de Rita Hayworth”, Toto, el alter ego de Puig, se relaciona afectivamente con los melodramas del cine. En “Triste, solitario y final”, el alter ego de Soriano se llama Soriano y prefiere los tortazos de crema del Gordo y el Flaco a los sufrimientos de las grandes divas. La diferencia va de lo psicológico a lo político: no es lo mismo que el niño idealice a una “femme fatale” que a un par de cómicos, y Laurel y Hardy -según las crónicas del periodista Soriano- hacían reír destruyendo la propiedad y burlando a la autoridad, dos valores fundamentales para el capitalismo.
Para el Toto de “La traición...” no hay nada más importante que la butaca del cine, los cartones en los que pinta sus películas preferidas y su colección de avisos de estrenos. Para el Soriano de “Triste...” querer escribir un libro sobre el Gordo y el Flaco, viajar para visitar la tumba del Flaco (como si se tratara de un familiar) y, ya que estamos, pasear por Sunset Boulevard, entrar a los estudios de la Fox, robarle la billetera a Dick Van Dyke, pelear con John Wayne, ser besado por Jane Fonda, convertir en un pandemonio la entrega de los Oscar y secuestrar a Charles Chaplin. Por eso, si Toto elige como grandes películas a “El gran Ziegfeld”, “Sangre y arena” o “Cuéntame tu vida”, Soriano prefiere “Los bandoleros”.
Contra la constante deriva de la realidad cotidiana en fantasía regulada por un imaginario colonizado por el cine que se deja leer en las novelas de Puig,
“Triste...” resulta el camino contrario: el ingreso en la realidad cotidiana de la poderosa industria del máximo prototipo de la novela negra -Philip Marlowe, creación de Chandler-, por obra y gracia de un cómico primero y un argentino después (Laurel y “Soriano”). “No habrá más penas ni olvido” (1978) y “Cuarteles de invierno” (1980) permiten ampliar el inventario.
Las dos primeras novelas de Puig transcurren en Coronel Vallejos durante el primer peronismo; el díptico de Soriano, en Colonia Vela, pero se trata del peronismo y la dictadura militar de los ‘70. Si el imaginario social de Coronel Vallejos remite a la clase alta a través de las revistas “de sociedad” y a Hollywood por las películas y las revistas “del corazón”, en Colonia Vela señala hacia lo político y lo popular (del peronismo histórico a los conservadores aliados a la dictadura militar, del lenguaje del tango y los refranes populares al heroísmo del boxeo y la resistencia política).
En los títulos, las segundas novelas de ambos disputan la figura de Gardel: Puig recorta un verso de “Rubias de New York”, un fox-trot que lo presenta como
“cantante internacional” (“Boquitas pintadas”); Soriano toma “Mi Buenos Aires querido”, en serie con el Gardel canonizado, tanguero, sentimentaloide y barrial a lo Carriego (“No habrá más penas ni olvido”). En las terceras, mientras Puig titula con un inglés entendible para darle un aire de misterioso glamour, Soriano opta por el refranero popular.
Tercera y última etapa del inventario:
“El beso de la mujer araña” (1976) de Puig y “A sus plantas rendido un león” (1986) de Soriano. En “El beso...”, para evadir la realidad carcelaria, Molina le cuenta películas a Valentín. En “A sus plantas...”, en los bellos jardines de Luxemburgo, una ugandesa le cuenta a Quomo, Marx completo, libro por libro, y lo convierte en el comandante de la primera revolución africana triunfante.
“Pubis angelical” (1979) de Puig y “El ojo de la patria” (1992) de Soriano. En
“Pubis...” Ana tiene delirios onírico-cinematográficos; en uno de ellos, una joven, gracias al implante de un dispositivo electrónico, supera la era atómica y vive la era polar. En “El ojo...”, el dispositivo electrónico se llama chip y es implantado en el cadáver de un prócer de la Patria para que nos explique en qué punto de la Historia se torció nuestro rumbo.
En “La hora sin sombra” (1995), Soriano vuelve sobre “La traición...”, donde el padre de Toto se parecía a un galán de la época y el niño con su madre -en plenos años ’40- iban todas las semanas al cine a ver los estrenos. En “La hora...”, en la época del General Ramírez (año 1943), el padre del protagonista es el encargado de supervisar que las estrellas de la Paramount se vean en los cines de la provincia “como Dios manda”.
El inventario -creo- no deja lugar a dudas.

17 de enero de 2022

Michael Löwy: “El pesimismo de la razón nos advierte sobre la gravedad de la situación, el peligro creciente de la catástrofe ecológica y el gran poder de nuestros adversarios, los neofascistas y los neoliberales” (3)

Numerosos son los intelectuales cuyas obras contribuyeron a la formación teórica de Michael Löwy. Ello se ve reflejado en los numerosos ensayos que escribió, como por ejemplo “Walter Benjamin: avertissement d’incendie. Une lecture des thèses sur le concept d’histoire” (Walter Benjamin: aviso de incendio. Una lectura de las tesis sobre el concepto de historia), “Max Weber et les paradoxes de la modernité” (Max Weber y las paradojas de la modernidad), “La théorie de la révolution chez le jeune Marx” (La teoría de la revolución en el joven Marx), “Rosa Luxemburg, l'étincelle incendiaire” (Rosa Luxemburg, la chispa incendiaria), “Franz Kafka, rêveur insoumis” (Franz Kafka, soñador insumiso), “La pensée de ‘Che’ Guevara” (El pensamiento del Che Guevara), “Pour une sociologie des intellectuels révolutionnaires. L'évolution politique de György Lukacs” (Por una sociología de los intelectuales revolucionarios. La evolución política de György Lukacs) y “Kafka, Welles, Benjamin. Éloge du pessimisme culturel” (Kafka, Welles, Benjamin. Elogio del pesimismo cultural). También es autor de ensayos en los que profundizó con una mirada crítica en la historia, la sociología y la filosofía, entre ellos “Rédemption et utopie: le judaïsme libertaire en Europe centrale. Une étude d'affinité élective” (Redención y utopía: el judaísmo libertario en Europa Central. Un estudio de afinidad electiva), “Dialectique et révolution. Essais de sociologie et d'histoire du marxisme” (Dialéctica y revolución. Ensayos de sociología e historia del marxismo), “Patries ou planète? Nationalismes et internationalismes de Marx à nos jours” (¿Patrias o planeta? Nacionalismos e internacionalismos de Marx a nuestros días), “La guerre des dieux. Religion et politique en Amérique Latine” (Guerra de dioses. Religión y política en América Latina) y “Écosocialisme. L'alternative radicale à la catastrophe écologique capitaliste” (Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista). En esta última obra, Löwy explica que el movimiento ecosocialista tiene como objetivo detener y revertir el desastroso proceso de calentamiento global en particular, el ecocidio capitalista en general y construir una alternativa radical a la práctica y al sistema capitalista. El ecosocialismo redefine la ruta y el objetivo del socialismo dentro de un marco ecológico y democrático. Para finalizar, a renglón seguido puede leerse la tercera y última parte de la recopilación editada de las entrevistas realizadas por José Miguel Ahumada, Sabrina Fernandes y Marc Berdet, las que fueron publicadas respectivamente en las revistas “Heterodoxia” nº 5 (septiembre de 2020), “Jacobin Brasil” nº 2 (abril de 2021) y “Acta Poética” vol. 42 nº 2 (julio-diciembre de 2021).
 

Usted ha encontrado una alianza entre Weber y Marx que provee una caja de herramienta muy fértil para hacer una crítica más amplia del capitalismo. Esto en el sentido de que el fundamento del capitalismo, si bien es la explotación, generaría también un conjunto de efectos mucho más amplios. Irradiará otras esferas, como el desencanto del mundo, la mecanización, la alienación, la cosificación, etc. ¿Cuáles serían las conexiones entre Marx y Weber, considerando que cualquiera que haya tomado un curso de sociología sabe que lo primero que se hace convencionalmente es establecer un quiebre entre ambos consignando a Weber como “el Marx de la burguesía”? ¿Dónde encontró estos nexos para hacer una crítica al capitalismo?
 
Lo primero es que hay varios pasajes en Max Weber en que se refiere a la crítica marxista en términos positivos. Weber es un personaje muy extraño, casi esquizofrénico, porque, por un lado, en cuanto burgués -el mismo se declara burgués-, admira al capitalismo como el sistema económico más eficaz y racional de todos los puntos de vista. En esto parece hacer una apología al capitalismo. Pero al mismo tiempo, como intelectual, como profesor de la elite académica alemana, tiene una repulsión al capitalismo. Entonces, es un personaje ambivalente. Uno tiene que verlo en los dos aspectos. A mí me interesa el aspecto crítico, aunque el apologético también exista, y allí -en el aspecto crítico- hay algunas coincidencias con Marx. Existen pasajes muy sorprendentes en que se refiere a cómo los párrocos protestantes trataron de convencer a los obreros amenazándolos con que si no trabajan para el capitalista se irían al infierno, que sirvieron para someter a los trabajadores a la explotación del capitalista: “como dicen los marxistas -dice a su vez Weber-, sacarles la plusvalía”. Hay citas así en Weber, en que directamente retoma la tesis marxista de la explotación asumiéndola, aunque no sea su argumento principal. Otros argumentos críticos de Weber no son idénticos a los de Marx pero son complementarios. En resumen, yo veo una complementariedad en el aspecto crítico y una contradicción en el aspecto apologético. Weber es apologético cuando en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” dice que el origen del capitalismo es la ética protestante. Es decir, cuando ve el origen del capitalismo en el ascetismo del empresario (el ahorro, la inversión en la empresa) como indicador de su decisión para ir al paraíso, para la salvación eterna, mientras considera al trabajo, como un deber moral. Allí está siendo apologético, pues los capitalistas al explicar el origen de su fortuna dicen: “trabajé mucho”, “ahorré”, “no gasté mi dinero como esos pobres que viven tomando cerveza e invertí en mi empresa y así es como me hice millonario”. Ese es el auto discurso apologético del capitalismo. Aquello va en directa contraposición con Marx, quien demuestra en “El capital” que el origen del capital es la acumulación primitiva, es decir, la expropiación violenta de los campesinos, las guerras coloniales, el tráfico de esclavos y la conquista. El argumento apologético de Weber es una visión idílica del capitalista como alguien que trabaja muchísimo, ahorra, etc. Esa es una mistificación. Allí hay una contradicción con Marx. Sin embargo, en el aspecto crítico hay una complementariedad en la misma idea de “jaula de hierro”. Cuando se lee las últimas páginas de “La ética protestante…”, se encuentra un verdadero “manifiesto anticapitalista”. Es algo muy raro. Él dice que en el capitalismo los individuos son totalmente maniatados por el sistema. No hay ningún espacio de libertad. El individuo es determinado en su vida tanto económica como socialmente, está determinado por esas reglas impersonales del capital. Es como si el individuo estuviera encerrado en una jaula de hierro. Así visto, el capitalismo es la negación de la libertad humana en tanto se erige como un sistema de dominación total e impersonal: una esclavitud sin amo. Está el capitalista, por supuesto, pero tampoco es que tenga control sobre el capital; es únicamente un funcionario del capital, como decía Marx. El capital determina la vida de todos con sus reglas de hierro, que son las reglas del mercado y punto. No hay libertad allí para los individuos y todos estamos encerrados en una jaula de hierro. Es una crítica muy dura. No es contradictoria con lo que dice Marx, quien dice algo parecido pero formulado de una forma distinta. Por ello es que, como trato de sugerir en mi libro “La jaula de hierro. Max Weber y el marxismo weberiano”, existe toda una corriente dentro del marxismo: los marxistas weberianos, que empiezan con Lukács, la Escuela de Frankfurt, Merleau-Ponty, Gramsci incluso, y varios otros.
 
¿A Gramsci también lo incluye en esa tradición?
 
Gramsci tomó a Weber por otro lado. En los “Cuadernos de la cárcel” cita a Weber para decir, curiosamente, que las ideas sí tienen un papel determinante en la historia, y aceptó la idea de que la ética protestante tuvo un rol clave en el surgimiento del capitalismo. Y él utiliza eso en contra del economicismo del marxismo oficial, que niega el papel de las ideas y afirma la determinación económica de la realidad social. Gramsci dice no, las ideas son fundamentales para nosotros también. Las ideas socialistas tienen que ganar la hegemonía. Así, él le da un papel muy importante a la ética y a las ideas, y eso Gramsci lo toma de su lectura de Weber. Ahora, no diría que Gramsci era un marxista weberiano, pero era parte de esa utilización de Weber que va muchas veces en contra de la lectura del mismo Weber que hacen los marxistas.
 
Weber relaciona burocracia con capitalismo. Hoy se tiende a pensar la burocracia como un asunto estrictamente estatal y la libertad como lo propio del capitalismo. La burocracia es el Estado y el capitalismo es libre emprendimiento, competencia. Mientras que, en Weber, capitalismo y burocracia van de la mano.
 
La dominación más adecuada al capital es, como decía Weber, la dominación burocrático-racional. Las dos son inseparables.
 
Volviendo al tema de Benjamin, él también realiza una crítica a la idea de que el socialismo y la izquierda caminan al ritmo de la historia. La historia se desplegaría en una línea de progreso, donde la izquierda está llamada a seguir en esa línea, algo que se ve en clásicamente en Kautsky y en toda esa tradición anclada en la idea de progreso y de determinismo económico. Usted ha escrito bastante, no solamente criticando esa idea de progreso en la izquierda, sino también reivindicando unas tradiciones críticas a la sociedad moderna, pero en nombre de ideas pre-capitalistas, que es la idea, finalmente, del romanticismo. ¿Cuáles serían, de acuerdo a usted, los principales elementos de un romanticismo que podría transformarse en un elemento fértil para una izquierda actual?
 
El romanticismo, tal como yo lo entiendo, no es sólo una escuela literaria, es una visión del mundo que surge en el siglo XVIII con Jean Jacques Rousseau y que continúa hasta hoy. Y su característica distintiva es que es una crítica a la civilización industrial capitalista moderna, en nombre de valores del pasado pre-capitalista. Pero eso puede tomar varias formas. Una de ellas es regresiva. Es decir, buscar la restauración del pasado, de las sociedades feudales, de la monarquía, del poder de la iglesia, del poder de los propietarios de tierra feudales. Todo eso es romanticismo reaccionario, que quiere restaurar el pasado. Ahora, hay otro tipo de romanticismo que yo llamo romanticismo utópico o revolucionario, que no quiere volver al pasado, pero quiere dar una vuelta por el pasado en dirección al futuro utópico. Es decir, utilizar esta referencia del pasado, esa nostalgia del pasado, pero proyectándola en una utopía de futuro. Y eso lo encontramos incluso en Marx y Engels -quienes no fueron románticos-, cuando hablan del comunismo primitivo, por ejemplo, en lo relativo a la confederación iroquesa en América del Norte. Ellos decían: ¡miren, esos hombres eran libres, iguales, vivían sin propiedad privada, sin Estado! Comparemos esos hombres y mujeres del comunismo primitivo con el pobre esclavo del capital de hoy. Ahora, obviamente el comunismo moderno no es una vuelta al comunismo primitivo, pero retoma esos elementos que se perdieron con el “progreso”. Esta idea va a ser desarrollada de varias formas en el romanticismo revolucionario o incluso con el marxismo romántico en el siglo XX. Para dar un ejemplo latinoamericano muy conocido, está José Carlos Mariátegui, que habla del comunismo incaico, que de hecho fue muy criticado por eso, pero es un concepto importante. Incluso aparece en Rosa Luxemburgo, en su libro “Introducción a la economía política”. Mariátegui sostiene que esas tradiciones comunitarias indígenas se mantienen hasta hoy y pueden ser un punto de apoyo para la lucha comunista revolucionaria del futuro. Entonces, no se trata de volver al Tahuantinsuyo -el imperio Inca- sino partir de esas tradiciones comunitarias indígenas para desarrollar el movimiento socialista moderno entre los campesinos, obreros, etc. Aquella perspectiva es muy interesante. En esa misma línea, una de las críticas de los románticos al capitalismo es en nombre de la naturaleza: los románticos tienen una relación muy fuerte con la naturaleza espiritual, religiosa a veces, estética y ven al capitalismo como una fuerza destructora de los paisajes, de la naturaleza, de los animales, etc. Esa crítica me parece uno de los elementos más actuales del romanticismo hoy, cuando lo vemos con la crisis ecológica derivada de la destrucción capitalista. Por tanto, ese momento “ecológico” del romanticismo me parece también muy vigente. Ahora, quiero decir una palabra sobre Weber, porque él tiene entre sus contradicciones también un aspecto romántico. Como dije, es un personaje muy contradictorio, tiene un aspecto moderno y un aspecto romántico. El aspecto romántico se ve en las últimas páginas de “La ética protestante”, cuando dice que se perdió con la modernidad capitalista la capacidad humana universal que representaba por ejemplo Fausto, esto es, el hombre universal que es un filósofo, un artista, un científico, todo al mismo tiempo. Esa universalidad humana del pasado se perdió, porque el capitalismo divide y racionaliza todo: todos son especialistas. Dice Weber, entonces, que quizás van a venir nuevos profetas que permitirán volver a los valores antiguos que se perdieron. Es un discurso totalmente romántico. Weber es, en general, un romántico resignado, es decir, alguien que dice: el capitalismo no me gusta, pero está ahí y no hay salida. Y ahí está la contradicción principal con Marx. Para Marx no podemos resignarnos al capitalismo, sino que existe la posibilidad y la necesidad de luchar para su abolición. Y Weber no creía en eso.
 
Weber pesimista…
 
Sí, pesimista y anti socialista, porque él decía que el socialismo va a sustituir el capitalismo privado por un capitalismo burocrático de Estado. Y Weber rechazaba el socialismo.
 
Pareciera que aquí hay dos tipos de crítica románticas. Por un lado, en el caso de Weber, la idea de que el capitalismo genera un sujeto fracturado o especializado, a partir del cual se deriva una reivindicación de una idea de individuo más orgánico y, por otro lado, la idea de que la acumulación capitalista desarticula los lazos de los sujetos con la naturaleza y con la comunidad misma. Esas dos críticas parecen estar articuladas en lo que usted ha reivindicado en los últimos textos, la idea del ecosocialismo. Al parecer esta idea estaría anclada en estas dos críticas al capitalismo, la mercantilización de la tierra, por un lado, y la pérdida de control del proceso productivo. ¿Cuáles serían los principales elementos del proyecto ecosocialista?
 
Creo que se puede construir una genealogía romántica del ecosocialismo, es decir, en la historia del romanticismo vemos varios pensadores que han desarrollado una crítica de tipo romántico al capitalismo desde el ángulo de la destrucción de la naturaleza, como se observa en la obra de Morris o Benjamin, y varios otros. Ahora, eso no significa que el ecosocialismo necesariamente tiene una forma romántica. Puede tenerla o no. Pero el tema es que esa dimensión romántica vuelve una y otra vez, incluso en alguien que no reivindica el romanticismo como Naomi Klein, por ejemplo. Si leemos su libro “Esto lo cambia todo”, vemos la gran admiración que ella tiene por los indígenas, sobre todo en Canadá y Estados Unidos. Ellos están en la primera línea de la resistencia a los oleoductos, a las multinacionales del petróleo, etc., en nombre de su relación con la naturaleza, con los ríos, con los bosques, etc. Una relación que es humana, que es espiritual, que tiene varios aspectos, pero que hace que ellos se opongan de manera activa y que muchas veces logran bloquear esos desarrollos destructores. Klein explica que esa relación con la naturaleza, esa espiritualidad, es ancestral. Aquello hace referencia a un momento romántico de la crítica. Pero bueno, el ecosocialismo es una propuesta de repensar el socialismo, el comunismo o el marxismo, si se quiere, a la luz de la crisis ecológica. Es decir, partimos de la idea de que la cuestión ecológica es clave ahora y va a ser mucho más en los próximos años; es una cuestión decisiva desde el punto de vista económico, social, político, humano, etc., y que el socialismo y el marxismo deben asumir esto como un tema central, no un punto más en un programa. Es algo esencial: o logramos derrotar al capitalismo y establecer un proceso de transición hacia el ecosocialismo o el capitalismo va a llevar a una catástrofe sin precedentes en la historia de la humanidad. Aquello es una cuestión fundamental que implica una nueva concepción del socialismo, en la cual no se trata solo de una apropiación colectiva de los medios de producción -que es obviamente una condición fundamental-, sino de una transformación de todo el aparato productivo, del modo de consumo, del modo de transporte, etc.. Es un cambio del paradigma de civilización, lo que implica, obviamente, un proyecto de transformación muy radical, muy amplio que abarca otra concepción del individuo, de la comunidad, de la producción, del consumo, donde la expropiación es un aspecto, pero es solo un primer paso, no el último.
 
Allí también hay una crítica a la idea del progreso, a la idea de que el objetivo no es tanto acelerar la locomotora, sino poner un freno de mano.
 
Sí claro. Aquella es una frase de Benjamin sobre Marx, quien pensaba que la revolución es la locomotora de la historia. Benjamin pensaba que, quizás, es más bien la humanidad la que pone el freno al tren. Creo que aquello es muy acertado: somos todos pasajeros del tren de la civilización capitalista y ese tren nos está llevando a un abismo. El acto emancipador es entonces frenarlo, esa es la tarea revolucionaria. Y efectivamente hay que romper con esa ilusión del progreso: que la historia lleva necesariamente al socialismo, que el capitalismo va a derrumbarse víctima de sus contradicciones o que el socialismo es inevitablemente la próxima etapa de la evolución de los modos de producción, etc. Hay varias variantes de ese discurso, pero en el fondo son una ilusión que la historia ha probado en el pasado y en el presente. En particular la ilusión de que el desarrollo de las fuerzas productivas nos lleva al socialismo. Es al revés, las fuerzas productivas capitalistas nos están llevando a la catástrofe.

16 de enero de 2022

Michael Löwy: “El pesimismo de la razón nos advierte sobre la gravedad de la situación, el peligro creciente de la catástrofe ecológica y el gran poder de nuestros adversarios, los neofascistas y los neoliberales” (2)

En el “Manifiesto Ecosocialista Internacional”, publicado en septiembre de 2001, puede leerse: “La humanidad se enfrenta hoy a una elección crucial: ecosocialismo o barbarie. No tenemos necesidad de más pruebas de la barbarie del capitalismo, sistema parasitario que explota a la humanidad y a la naturaleza por igual. Su único motor es el imperativo de la ganancia y, por tanto, la necesidad de crecimiento infinito. Crea productos inútilmente, despilfarrando los recursos limitados del medio ambiente y devolviéndole tan sólo toxinas y contaminantes. Bajo el capitalismo, la única medida de éxito es el aumento de las ventas cada día, cada semana, cada año, implicando la creación de enormes cantidades de productos que son directamente nocivos para los humanos y para la naturaleza, mercancías que sólo pueden ser producidas propagando las enfermedades, destruyendo los bosques que producen el oxígeno que respiramos, demoliendo ecosistemas y empleando nuestra agua, nuestro aire y nuestra tierra como cloacas para deshacerse de los desechos industriales”. El filósofo y sociólogo franco-brasileño Michael Löwy, uno de sus autores, es una de las grandes figuras del pensamiento
ecosocialista y participa desde hace varias décadas en los debates sobre el tema tanto en Europa como en América Latina. En un artículo publicado en numerosos medios de prensa en septiembre de 2013 bajo el título “¿Qué es el ecosocialismo?”, afirma que la “el crecimiento exponencial de agresiones contra el medioambiente y la amenaza creciente de una ruptura del equilibrio ecológico configura un escenario catastrófico que pone en cuestión la supervivencia misma de la vida humana. Estamos confrontados con una crisis de civilización que exige algunos cambios radicales”. Por esta razón propone una reorganización del conjunto de modos de producción basada en criterios exteriores al mercado capitalista que contemple las necesidades reales de la población y la defensa del equilibrio ecológico. Para ello es necesario encarar una economía de transición al socialismo ecológico, en la cual la propia población -y no las “leyes de mercado” o un buró político autoritario- decida, en un proceso de planificación democrática, las prioridades y las inversiones. Esta transición conduciría no sólo a un nuevo modo de producción y a una sociedad más igualitaria, más solidaria y más democrática, sino también a un modo de vida alternativo, una nueva civilización ecosocialista más allá del reino del dinero y de la producción al infinito de mercancías inútiles. A continuación la segunda parte de un resumen editado de las entrevistas que concediera a José Miguel Ahumada (“Heterodoxia” nº 5 - septiembre/2020), a Sabrina Fernandes (“Jacobin Brasil” nº 2 - abril/2021) y a Marc Berdet (“Acta Poética” vol. 42 nº 2 - julio-diciembre/2021).
 

Después de su tesis de doctorado sobre la formación intelectual de Karl Marx, hizo una tesis de habilitación sobre el desarrollo intelectual de Gyorgy Lúkacs del romanticismo al bolchevismo. Esta suerte de sociología de los intelectuales lo llevó al Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS) y, finalmente, a un laboratorio de sociología de las religiones. Esto puede parecer curioso, pero esto que usted considera, en efecto, cada vez más -apoyado por su encuentro en 1979 con la obra de Walter Benjamin- que el romanticismo y la religión, lejos de ser ideologías de evasión fuera de la realidad, pueden también ser portadores de una crítica fecunda del capitalismo. ¿Podríamos considerar el descubrimiento del romanticismo como un giro en su pensamiento?
 
Entré al CNRS con un proyecto sobre Karl Mannheim y la sociología del conocimiento. Esto dio lugar en 1980 a una publicación, también de inspiración goldmanniana: “Paisajes del laberinto. Por una sociología crítica del conocimiento” que tuvo poco eco en Francia -con excepción de las feministas como Christine Delphi, la fundadora del Movimiento de Liberación de las Mujeres interesadas por la idea del pensamiento socialmente “situado”-, pero que tuvo, por el contrario, algunos años más tarde, un gran éxito en Brasil con el título “Las aventuras de Karl Marx contra el Barón Münchhausen”. Este título simpático es una polémica contra el positivismo de Durkheim según la cual el científico social puede abstraerse de sus propios prejuicios. Comparé esto con una aventura célebre de Münchhausen quien, caído con su caballo en una ciénaga peligrosa, ya hundido a la mitad, cuando tiene la idea genial de zafarse del lodo tirándose de los cabellos. Mi interés por el romanticismo anticapitalista data de mi tesis de doctorado sobre Lukács. Traté de utilizar este concepto para comprender sus escritos de juventud y su evolución hacia el marxismo. Efectivamente, fue un giro en mi pensamiento.
 
Después de eso, todo se acelera: publica, siempre en la tradición de Lucien Goldmann y de Max Weber, sobre Walter Benjamin, el Che Guevara, Rosa Luxemburgo, Franz Kafka, sobre el marxismo en sus relaciones con el surrealismo y el anarquismo, y aún más, para la edición de una colección de textos sobre la sociología en sus relaciones con la religión, ya sea desde un punto de vista disidente, insólito o literario. ¿Cuál es el hilo conductor de todo esto? ¿Cuáles son, todavía, las obras por venir o aquello que le hubiera gustado realizar?
 
Mi problema es haber tratado demasiados autores, en lugar de especializarme sobre uno solo, como lo quiere la venerable tradición universitaria. Uno de mis amigos, el lamentablemente fallecido Carlos Nelson Coutinho, politólogo brasileño eminente, marxista gramsciano, decía con una ironía amigable que en mi panteón privado llegan constantemente nuevas divinidades: Benjamin, Kafka, José Carlos Mariátegui, E. P. Thompson, etc., sin que los antiguos Marx, Goldmann, Lukács, Rosa Luxemburgo, Trotsky, Breton sean destronados. Resultado: el templo está bastante saturado. También he tratado demasiados temas diferentes y disonantes. Podríamos, quizás, encontrar un hilo conductor, con un poco de buena voluntad: el marxismo humanista como método, y la revolución como telón de fondo musical del conjunto.
 
Más recientemente, se ha interesado en un pensamiento ecologista capaz de “jalar el freno de emergencia” y detener la locomotora infernal del capitalismo industrial. Encuentra en Benjamin, quien utiliza esta imagen contra Marx, una inspiración para pensar una alternativa al “progresismo” compartido tanto por la derecha como por la izquierda, y lo compara con Mariátegui por su “comunismo inca”, que se inspira en las comunidades tradicionales. ¿Mete a Benjamin en el mismo barco (o tren) que Kafka y Welles? ¿Por qué? ¿Con quién es necesario todavía “organizar el pesimismo” frente a la catástrofe que nos amenaza?
 
En un pequeño libro reciente, “Kafka, Welles, Benjamin. Elogio del pesimismo cultural”, comparo “El proceso” de Kafka, la adaptación de Orson Welles y los escritos de Benjamin bajo un ángulo que yo llamo “el pesimismo revolucionario”. Eso no significa una resignación pasiva sino, de acuerdo con Benjamin, tratar de “organizar el pesimismo” para luchar contra la amenaza del “pessimum”, esto es, las pésimas condiciones para la supervivencia. Actualmente, esta amenaza toma dos formas principales: el neofascismo y la catástrofe ecológica. Una de las razones de la impresionante actualidad de Walter Benjamin en 2021, es el hecho que él ha sido uno de los tres raros marxistas de su época que han desarrollado estas intuiciones anticipándose a la ecología. Desde 1928, en su libro “Calle de sentido único”, Benjamin denuncia la idea de la dominación de la naturaleza como un discurso “imperialista”. Se refiere a las prácticas de las culturas pre-modernas para criticar la avaricia destructora de la sociedad burguesa en su relación con la naturaleza: “Desde los más antiguos usos de los pueblos parece alcanzarnos como una amonestación a evitar el gesto de codicia al aceptar lo que tan abundantemente recibimos de la naturaleza”. Se debería “mostrar un profundo respeto” por la “tierra que nos nutre”. Si un día “la sociedad, como consecuencia de la necesidad y la avidez, se degenera hasta el punto de que los frutos, a fin de ponerlos en el mercado ventajosamente, los arranque inmaduros, y cada plato, sólo para hartarse, deba vaciarlo, su tierra se empobrecerá y el campo dará malas cosechas”. Parecería que ese día ya llegó. Como vemos en esta cita, Benjamin consideraba a las sociedades arcaicas como aquellas con una mayor armonía entre los seres humanos y la naturaleza. En el “Libro de los pasajes” se opone, de nuevo, bajo la forma más enérgica a las prácticas de “dominación” o “explotación” de la naturaleza causada por la sociedad moderna. Hace un homenaje a Bachoffen, por haber mostrado que la “concepción asesina” de la explotación de la naturaleza -concepción capitalista-moderna, predominante a partir del siglo XIX- no existía en las sociedades matriarcales del pasado, donde la naturaleza era percibida como una madre generosa. No se trata, para Benjamin -ni por cierto para Engels o Élisée Reclus, quienes también se interesan en el comunismo primitivo- de regresar a un pasado prehistórico, sino de proponer la perspectiva de una nueva armonía entre la sociedad y el ambiente natural. Ciertamente, la alegoría de la revolución como freno de emergencia del tren de la historia, no fue pensada por Benjamin en relación con la ecología, pero ésta adquiere, actualmente, una nueva significación: todos nosotros somos pasajeros del tren suicida de la civilización capitalista-industrial moderna, que corre a una velocidad creciente hacia el abismo: el cambio climático, la catástrofe ecológica. La revolución socioecológica es el único freno capaz de detener esta carrera ecocida y necropolítica.
 
Walter Benjamin también escribió que “tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo si éste vence”. Como otros, y en particular Antonio Gramsci, él es, en la actualidad, objeto de tentativas de apropiación de lo más inquietantes -e imaginamos ya una ecología reaccionaria que reclama el texto que acaba de citar-. Una publicación como el “Frankfurter Allgemeine Zeitung” legitima, en la actualidad, una lectura conservadora de algunos de sus textos y no se ofusca porque la extrema derecha pueda apropiárselos. Pero Benjamin ha luchado siempre contra el pensamiento burgués y el fascismo, y se suicidó tratando de huir de este último. ¿Qué responder a tales apropiaciones?
 
Asistimos ahora a un alza espectacular de gobiernos de tipo neoliberal-fascista. Este neofascismo es diferente al fascismo clásico entre otras cosas por su adhesión al neoliberalismo, pero comparte, y no en menor medida, su racismo, su nacionalismo reaccionario, su autoritarismo, su odio por el extranjero. Ahora bien, Walter Benjamin es uno de los pensadores marxistas que mejor puede ayudarnos a comprender este fenómeno. Es aún más una razón de su actualidad en el siglo XXI. Antifascista coherente, fue de los primeros, desde 1930, en denunciar las ideologías fascistas en Alemania. En su “Tesis sobre filosofía de la historia” encontramos una crítica acérrima de las ilusiones de la izquierda -prisionera de la ideología del progreso lineal- que conciernen al fascismo, el cual parece considerar como una excepción a la norma del progreso, una regresión inexplicable, un paréntesis en el camino hacia adelante de la humanidad. Dos ejemplos permiten ilustrar lo que Benjamin quiere decir. Para la socialdemocracia, el fascismo era “un vestigio del pasado, anacrónico y premoderno”. Karl Kautsky, en sus escritos de los años ‘20, explicaba que el fascismo es posible en un país semiagrario como Italia, pero que no podría jamás instalarse en una nación moderna e industrializada como Alemania. En cuanto al movimiento comunista oficial, estaliniano, estaba convencido de que la victoria de Hitler en 1933 era efímera: una cuestión de algunas semanas o algunos meses, antes de que el régimen nazi fuera borrado por las fuerzas obreras y progresistas bajo la dirección ilustrada del Partido Comunista de Alemania. Benjamin había captado perfectamente la modernidad del fascismo, su relación íntima con la sociedad industrial-capitalista contemporánea. De ahí su crítica, en la “Tesis VIII”, contra ellos, los mismos que se sorprenden de que el fascismo sea, aún, posible en el siglo XX, ciegos por la ilusión de que el progreso científico, industrial y técnico sea incompatible con la barbarie social y política. Es necesaria, observa Benjamin, en una de sus notas preparatorias a las “Tesis”, una teoría de la historia a partir de la cual el fascismo pueda ser descubierto. Sólo una concepción sin ilusiones progresistas puede dar cuenta de un fenómeno como el fascismo, profundamente enraizado en el “progreso” industrial y técnico moderno, que no era posible en últimos términos más que en el siglo XX, así como, agregaremos nosotros, en el siglo XXI. La comprensión de que el fascismo puede triunfar en los países más “civilizados” y que “el progreso” no hará que desaparezca automáticamente, permitirá, piensa Benjamin, mejorar nuestra posición en la lucha antifascista. Una lucha en la que el objetivo último es el de producir “el verdadero estado de excepción”, es decir, la abolición de la dominación, la sociedad sin clases.
 
Como sabe, el neoliberalismo no es sólo un régimen de crecimiento, sino también una forma de comprender la realidad social. En lo relacionado a esta forma de comprensión social, el mercado ha sido la matriz más importante a partir de la cual el neoliberalismo ha leído la sociedad y ha intentado moldearla, impregnando las diversas dimensiones políticas, culturales y sociales. Así, comprender el uso de la idea de mercado cobra una importancia clave para la crítica de la hegemonía actual. A partir de su propuesta de un marxismo-weberiano, ¿cómo entiende usted el mercado?
 
En las sociedades capitalistas neoliberales que vivimos, el mercado efectivamente domina la totalidad de la vida económica, social y política, en una especie de totalitarismo del mercado. Incluso más, hay algo que mis amigos de la Teología de la Liberación le llaman una “idolatría del mercado”, es decir, un fenómeno donde mercado se ha transformado en una especie de divinidad todopoderosa, objeto de una religión fanática y una divinidad como aquellas de la antigüedad, que exigen sacrificios humanos. Marx tiene un texto muy interesante de 1847, “Miseria de la filosofía”, que dice que hemos llegado a una época en que todo aquello que se intercambiaba entre los seres humanos o se le entregaba generosamente, como la amistad, el amor, el respeto, la dignidad, todo eso se ha transformado en mercancía. Todo aquello ahora es llevado al mercado, vendido y comprado por su precio. Es el tiempo, como decía Marx, de la “banalidad universal”. Es, así, el tiempo de mercantilización total. De hecho, aquella mercantilización es mucho más intensa hoy que en la época de Marx.
 
Usted analiza el mercado desde una posición muy interesante, que es vincularla a una especie de religión, lo que nos recuerda los análisis de Walter Benjamin sobre el capitalismo como religión y que usted también ha investigado al respecto y profundizado en esa línea. Esto es relevante porque, a primera vista, suena muy extraño vincular un orden económico tan secular y racionalizante como el capitalismo con la idea de la religión. ¿Cómo se vincula algo tan “profano” como la economía con algo tan “sagrado” como la religión? ¿Qué nexos identifica?
 
Hay dos maneras de plantear aquello, que son un poco distintas, pero tienen afinidades. Una es desde la Teología de la Liberación, con la idea de la idolatría del mercado. Allí, en esa tradición, hay un planteamiento que me parece muy sugerente, que incluso se apoya en el análisis de Marx sobre el fetichismo de la mercancía. Porque, ¿qué nos dice Marx? El fetiche es un ídolo, un ídolo fabricado por los seres humanos. Ellos lo fabrican (con piedras, maderas, etc., poco importa) y después lo transforman en una divinidad, se le adora, se le ofrecen sacrificios, etc. En este sentido, el fetichismo es en efecto una religión. Entonces, cuando Marx habla del fetichismo de la mercancía, se refiere a la transformación de la mercancía en un ídolo. De esta forma, los teólogos de la liberación han conectado la crítica de Marx del fetichismo de la mercancía con la crítica de los profetas bíblicos, como Amós o Isaías a la idolatría. Ahora bien, la problemática de Benjamin es un poco distinta. En ese fragmento, que es un texto muy hermético y oscuro -que Benjamin no publicó, sino que escribió para sí mismo- hay ideas interesantes aunque no muy desarrolladas. Él comienza con Weber y su idea, que desarrolla en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, de que el capitalismo surge a partir de la religión. Toma esa tesis weberiana pero va más lejos y sostiene que el capitalismo no sólo tiene su origen en una religión sino que es él mismo una religión. ¿Quiénes son las divinidades de esa religión? Él no lo dice, pero sugiere al oro y el dinero. Hay que recordar que Benjamin no era marxista en esa época, era más bien anarquista, y realiza una crítica a los billetes de dinero de la banca que los ve como objetos de un culto religioso. Lo anterior es uno de los aspectos de su crítica. La otra enfatiza otro elemento. Benjamin ve la religión capitalista no como poseedora de una teología ni nada de eso, sino sólo como una práctica, como un culto. Y ese culto se traduce en las prácticas habituales de los capitalistas. Por ejemplo, sus prácticas en la bolsa de valores serían una especie de ritual religioso. Pero lo más interesante, dice Benjamin, es que es una religión de la desesperación total, pues no hay salida para los pobres. Si son pobres, es por su propia culpa. Desde el punto de vista de la religión capitalista, son pecadores. Ellos son culpables de su miseria. Es una religión que lleva a la humanidad a la casa de la desesperación, una imagen astrológica. Una religión que cierra todas las salidas y esa es la condición humana en el capitalismo, según Benjamin. Pero lo anterior es sólo sugerido. No está desarrollado. Es un fragmento que escribió para sí mismo. Y la mitad del fragmento es la bibliografía, por lo que hay que leer dichas referencias para intentar reconstruir su crítica.