El
sociólogo y filósofo Michael Löwy (1938), nacido en San Pablo, Brasil, pero con
algo más de medio siglo de estadía en París, Francia, es uno de los más
intransigentes intelectuales de la generación que comenzó a producir sus
trabajos teóricos en la década del ‘60. Es autor de decenas de ensayos,
traducidos a más de veinte idiomas, versando especialmente sobre las obras de personalidades
que influyeron en su formación y pensamiento, entre ellos Karl Marx, Max Weber,
Rosa Luxemburg, León Trotsky, György Lukács, Antonio Gramsci, Walter Benjamin, José
Carlos Mariátegui, Lucien Goldmann y Ernesto Guevara. Actualmente es director
de investigación emérito en el Centre National de la Recherche Scientifique
(Centro Nacional de Investigación Científica) y fue profesor en la École des
Hautes Études en Sciences Sociales (Escuela de Altos Estudios en Ciencias
Sociales). Ha sido profesor visitante en diversas universidades, ha participado
desde sus inicios en el Foro Social Mundial, y es conferenciante del Institut
International de Recherches et de Formation (Instituto Internacional para la
Investigación y la Formación) en Ámsterdam, Países Bajos. Además, forma parte
del consejo de redacción de revistas como “Archives de Sciences Sociales des Religions”,
“Actuel Marx”, “ContreTemps”, “Écologie et Politique” y “Herramienta”. Destacado
impulsor del ecosocialismo anticapitalista, es coautor junto al psicoanalista y
escritor estadounidense Joel Kovel (1936-2018) del Manifiesto Ecosocialista
Internacional, un documento en el cual, entre muchos otros conceptos e ideas, se
asegura que “si el capitalismo sigue siendo el orden social dominante, lo mejor
que podemos prever son condiciones climáticas insoportables, una
intensificación de las crisis sociales y la difusión de formas cada vez más
bárbaras de la dominación de clase, como enfrentamientos entre potencias
imperialistas o entre estas últimas y el conjunto de las regiones del Sur, por
el control de los recursos decrecientes del mundo. En el peor de los casos, la
vida humana puede que no sobreviva”. Lo que sigue a continuación es la primera
parte de un compendio de las partes más salientes de las entrevistas que
concediera a José Miguel Ahumada, Sabrina Fernandes y Marc Berdet, las que
fueron publicadas respectivamente en las revistas “Heterodoxia” nº 5
(septiembre de 2020), “Jacobin Brasil” nº 2 (abril de 2021) y “Acta Poética”
vol. 42 nº 2 (julio-diciembre de 2021).
Me gustaría comenzar con un pequeño debate sobre
cómo se plantea la cuestión de las fronteras en el contexto específico del
siglo XXI. Parece que los cambios climáticos evidencian a veces el carácter
artificial de las fronteras entre los países. Sin embargo, otras veces muestran
lo importantes que son en relación con la disputa geopolítica sobre los
posibles rumbos del planeta.
De hecho,
la crisis ecológica y el cambio climático no conocen fronteras. Por eso el
internacionalismo, la organización de un movimiento planetario contra la
oligarquía fósil y, en última instancia, contra el sistema capitalista -que es,
como reconoce el Papa Francisco, intrínsecamente perverso- son más decisivos
que nunca. Esto no impide que las potencias capitalistas, en tanto promueven la
globalización neoliberal, estimulada activamente por el Banco Mundial, el FMI y
la Organización Mundial del Comercio -todos comprometidos con la industria
fósil y el ecocidio- disputen los distintos sectores del mercado mundial e
intenten imponer su hegemonía imperial. La verdad es que asistimos a un
fenómeno nuevo, el “nacional-liberalismo”, que proclama un nacionalismo
agresivo y un neoliberalismo brutal a la vez, lo que no es para nada
contradictorio. A pesar de que las fronteras sean cada vez más artificiales,
los distintos gobiernos de las potencias imperialistas intentan, por todos los
medios, construir muros, barreras con alambres de púas electrificados, e
instalan patrullas policiales para impedir el acceso de los inmigrantes
desesperados que intentan escapar de sus países para sobrevivir. ¿No había
explicado Marx que el sistema capitalista no puede existir sin formas de
dominación violentas y bárbaras?
Los estudios serios sobre la historia del
liberalismo prueban su relación con los sistemas más perversos, como la
esclavitud. ¿Será que lo que vivimos hoy es un modo de capitalismo que busca
garantizar las ganancias sin importar los medios a los que tenga que recurrir?
Lo cual valdría tanto para los gobiernos que muestran alguna preocupación por
los derechos humanos como para gobiernos que parecen adquirir rasgos cada vez
más autoritarios. ¿Es esta la tendencia de esta década?
Efectivamente,
a los capitalistas, a la oligarquía financiera, a los grandes industriales y al
agronegocio sólo les interesa garantizar sus ganancias. El resto son detalles
sin mucha importancia. Si el gobierno garantiza una agenda económica neoliberal
contará con el apoyo -activo en algunos sectores, pasivo en otros- de las
clases dominantes. Nada de esto es nuevo. El capitalismo puede adaptarse a casi
todo: esclavitud, trabajo “libre”, democracia parlamentaria, fascismo,
dictadura militar, gobiernos liberales, socialdemócratas, nacionalistas o
autoritarios. Lo esencial es que se garantice la tasa de ganancia y la
acumulación del capital.
Las grandes potencias poseen una doctrina
imperialista que concibe a sus propias fronteras como impenetrables, pero a las
de los otros países como blancos a ser penetrados o demolidos. ¿Cómo se
manifiesta esto en la construcción de la resistencia en los países periféricos?
Las
intervenciones imperialistas se multiplicaron en las últimas décadas, tanto en
América Latina como en Medio Oriente. Tenemos que combatir estas intervenciones
que obedecen exclusivamente a los intereses económicos y geopolíticos de esas
potencias, en especial los Estados Unidos, sin que eso nos lleve a apoyar los
regímenes dictatoriales que se encuentran en conflicto con el imperio, en
particular en Medio Oriente.
¿Podría comentar cómo la colonización sigue
siendo un factor central en la reproducción económica, cultural y militar de
América Latina? Hay regiones ricas en bienes naturales que parecen ser muy
vulnerables a la dominación extranjera, especialmente cuando existen relaciones
de opresión históricas. Pienso, por ejemplo, en las mineras canadienses y en el
rol destructivo que tienen en nuestra región. Actúan también de forma
contradictoria en Canadá, que es un símbolo del desarrollo aunque sigue
expropiando territorios a los pueblos originarios del norte.
José
Carlos Mariátegui, el genial fundador del marxismo latinoamericano, advirtió en
1928: si no hay una alternativa socialista indoamericana (hoy diríamos
afroindoamericana), los países de América Latina están condenados a ser
semicolonias del imperio norteamericano. Es lo que vemos hasta el día de hoy,
bajo formas “modernizadas”: para retomar la famosa imagen de Eduardo Galeano,
las venas de nuestra América siguen abiertas, y nuestras economías siguen
sometidas a los imperativos del mercado mundial, controlado por Nueva York,
Londres, Berlín, etc. Y no se trata solamente del pillaje de nuestras riquezas
naturales: se trata de la destrucción sistemática del medioambiente, de los
bosques y las selvas, del envenenamiento de los ríos. El caso de la
multinacional petrolera Chevron en Ecuador, que dejó un inmenso territorio
completamente contaminado y destruido, es sólo un ejemplo entre muchos. Todo
esto sucedió, bien entendido, con la complicidad activa de los varios gobiernos
neoliberales que se sucedieron en América Latina durante las últimas décadas.
Marx había previsto, en “El capital”, que el “progreso” capitalista es un
progreso sobre la ruina de dos fuentes de riqueza: la tierra y el trabajador.
América Latina es un bello ejemplo de esa regla.
Cuando se declaró la pandemia de coronavirus, se
habló mucho en los grandes medios sobre una “nueva normalidad”, en la que las
personas se sentirían más conectadas y revisarían sus posturas frente a la
muerte y al sufrimiento. Sin embargo, el sistema parece haberse adaptado una
vez más. ¿Es posible que un gran acontecimiento global funcione como
catalizador de un cambio civilizatorio sin que este sea consecuencia directa de
una campaña ecosocialista?
No puedo
prever si habrá o no acontecimientos catalizadores en el futuro. Pero no
podemos esperar a una catástrofe o epidemia para luchar por un cambio
civilizatorio. Necesitamos comenzar ya mismo a popularizar nuestro programa
ecosocialista. Es muy importante difundir conferencias, panfletos, libros y
multiplicar las iniciativas en las redes sociales para explicar nuestra
propuesta, la imposibilidad de un “capitalismo verde” y la necesidad de una
transición ecológica revolucionaria. Mientras tanto, el principal punto de
partida son las luchas socioecológicas concretas que se enfrentan con la lógica
del sistema. La tarea de los ecosocialistas es participar de estas luchas,
apoyarlas, ayudarlas, organizarlas e integrar en ellas la propuesta
ecosocialista.
Si lo “normal” era parte del problema y la
“nueva normalidad” es más de lo mismo, especialmente cuando consideramos el
enriquecimiento del que se beneficiaron los multimillonarios durante los
períodos más duros que enfrentó la población mundial, ¿qué medidas inmediatas
serían útiles para unir las demandas generales y desafiar ese orden que vuelve
a imponerse?
En efecto,
las clases dominantes, apenas la pandemia se los permita, intentarán retomar la
normalidad de los negocios, volver a lo mismo de siempre, al paraíso de los
explotadores, en el que una decena de multimillonarios posee el equivalente de
la riqueza de la mitad de la humanidad. Elaborar un programa de
reivindicaciones es una tarea colectiva, no puedo dar una respuesta concreta.
Pero creo que un programa de este tipo debería incluir, entre otros objetivos,
una profunda reforma fiscal que termine con los escandalosos privilegios de una
ínfima minoría de oligarcas; una reforma agraria radical, con criterios
ecológicos, que favorezca la agricultura campesina y orgánica contra el
agronegocio ecocida y la reducción de la jornada laboral, sin disminución del
salario, como solución al dramático crecimiento del desempleo.
Frente a todo esto, ¿es posible mantener “el
pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad”? Mientras la metodología
liberal promueve la búsqueda del “lado bueno de las cosas”, es fácil para
nosotros desanimarnos con las derrotas. ¿Qué habría que decirle a alguien que
se siente desanimado políticamente en este momento?
Las
derrotas, como las victorias, forman parte de la historia del socialismo y de
las luchas sociales. El pesimismo de la razón nos advierte sobre la gravedad de
la situación, el peligro creciente de la catástrofe ecológica y el gran poder
de nuestros adversarios, los neofascistas y los neoliberales (¡o los dos al
mismo tiempo!). Pero también hay señales de esperanza: el socialismo nunca tuvo
tantos partidarios y simpatizantes en Estados Unidos y en Inglaterra como hoy.
La movilización de la juventud contra el cambio climático, inspirada por Greta
Thunberg, logró el apoyo de millones de personas en todo el mundo. Obviamente,
no hay ninguna garantía de que el ecosocialismo vencerá, ni de que la humanidad
logrará escapar a la catástrofe. Esta es una apuesta en la cual se nos va la
vida, en términos individuales y colectivos. Si los revolucionarios sólo se
movilizaran cuando están seguros de la victoria, nunca habría habido una
revolución. Entonces, se trata del optimismo de la voluntad. Como decía Brecht,
quien lucha, puede perder; quien no lucha, ya perdió.
Creo que uno de los grandes méritos de la
dialéctica marxista, especialmente en la interpretación del marxismo humanista,
es romper con una visión dualista, según la cual los problemas estaría
solamente en el individuo, que debería transformar su propia micro realidad, o
totalmente localizados en la estructura, al punto de negar la agencia de los
individuos. Aun así, siento que todavía es difícil transmitir nuestros
esfuerzos de politización, sobre todo porque la doctrina neoliberal hace recaer
la responsabilidad simplemente sobre el individuo y algunos grupos socialistas
niegan la importancia de la agencia y de la libertad individuales. ¿La
conciencia ecológica puede ser un terreno fértil para unir estos campos de
batalla?
En los
escritos del joven Marx encontramos una concepción dialéctica humanista que
rompe tanto con el individualismo liberal como con el organicismo conservador.
En efecto, la lucha socioecológica es un buen ejemplo de la necesidad de una
visión marxista dialéctica de la agencia individual y colectiva. Eso se traduce
en dos niveles: uno es la complementariedad entre las iniciativas individuales,
por ejemplo, la alimentación vegetariana, y las transformaciones estructurales
como el fin de los subsidios a la industria de la carne, o la defensa de las
selvas contra le expansión destructora de la ganadería. Para los ecosocialistas
no se trata de oponer una iniciativa a otra, sino de ganar a los vegetarianos
para las luchas sociales. Las movilizaciones socioecológicas y un posible
proceso revolucionario de transición al ecosocialismo no son posibles sin que
un gran número de individuos se unan a ese combate colectivo. Sin duda esa
lucha exige una amplia coalición social de fuerzas: trabajadores del campo y de
la ciudad (de ambos sexos), juventud rebelde, comunidades indígenas,
comunidades cristianas, población negra, mujeres, intelectuales, artistas y
mucho más. Pero estos grupos o estas clases están compuestos de individuos,
cada uno con su historia, su cultura, su conciencia. Su motivación puede ser
cristiana, socialista, ecológica, feminista o una convergencia de todas. Puede
ser también resultado de una experiencia directa de destrucción ambiental. En
la primera línea de combate ecológico se encuentran las víctimas directas de
los desastres provocados por la voracidad destructora del capitalismo:
comunidades indígenas, mujeres, movimientos, campesinos. Pero también en este
caso son individuos los que encarnan el combate. Individuos que muchas veces
pagan con sus vidas ese compromiso.
Recientemente me topé con algunos análisis sobre
el “ecofascismo”, que me recuerda a ciertos elementos del movimiento ambiental
más misántropo, especialmente de fines del siglo XX. Incluye desde debates que
culpan al ser humano como especie, en vez de al conjunto del modo de producción
y al patrón “civilizatorio”, hasta discusiones alarmistas sobre el crecimiento
poblacional y el miedo a los refugiados. En el fondo, me pregunto si las
conclusiones de tales movimientos y personas no se conforman con una salida
fácil, que parte al mismo tiempo de una respuesta equivocada. ¿Enfrentamos el
riesgo de que la lucha ambiental sea cooptada, no solamente por los
ecocapitalistas y sus soluciones de mercado, sino también por los conservadores
de la extrema derecha?
Sin duda,
ese peligro existe. Hay ecologistas fundamentalistas que denuncian a la especie
humana como responsable por la catástrofe ecológica. Otros, sin ir más lejos,
piensan que el problema principal es el exceso de población. Unos pocos llegan
al extremo de proponer una especie de dictadura ecológica, idea con la que
especuló un filósofo ecologista del siglo pasado, Hans Jonas. Pero son pocos
los que representan un verdadero “ecofascismo”: se trata, al menos por el
momento, de un fenómeno marginal. La extrema derecha “fascistizante”, en Europa
por ejemplo, insiste en que la ecología no interesa, en que el verdadero
problema son los refugiados y los inmigrantes. Manifiestan un odio exacerbado
hacia figuras como Greta Thunberg, a la que algunos acusan de ser una peligrosa
“hechicera”, una comunista, una enemiga de la civilización occidental, etc. Los
principales representantes del neofascismo del siglo XXI son fanáticamente
antiecológicos, niegan el peligro del cambio climático. Lo que están haciendo
es, simplemente, acelerar al máximo el tren suicida de la civilización
capitalista industrial en dirección al abismo del cambio climático. Por su
parte, los “razonables”, los capitalistas “ecológicos”, proponen pintar de
verde la locomotora.
Varios capitalistas intervinieron en los debates
como el Green New Deal para garantizar que cualquier proyecto de ley aprobado
en ese sentido sea favorable a sus inversiones. ¿Cuál es la magnitud del
desafío que enfrentamos a la hora de poner la ecología en el centro del debate
si los mismos capitalistas mueven todo su aparato para avanzar un paso más en
la mercantilización de la naturaleza? La financiarización de la naturaleza es
una realidad en el mercado global.
De hecho,
hace muchos años que existe un “capitalismo verde” que está interesado en el
mercado de las energías renovables, y gobiernos que proponen políticas de
“desarrollo sustentables”. Hasta el Fondo Monetario Internacional jura que
promoverá una economía ecológica. ¿Cuál es el resultado de todo esto? ¡Nada! O
peor: a medida que los discursos se vuelven cada vez más verdes, el cielo se
vuelve cada vez más gris… Las emisiones de gases fósiles no solo no
disminuyeron, sino que continúan aumentando, y los científicos, cada vez más
preocupados, hacen sonar señales de alarma. Bajo el pretexto de “proteger” la
naturaleza, se desarrollan políticas de privatización de las selvas y los
bosques. Se desarrollan enormes mercados de derechos de emisión, que son un
negocio óptimo para los bancos y las empresas, pero pésimo para el
medioambiente. El capitalismo no puede existir sin una expansión ilimitada, sin
el productivismo y el consumismo, y depende, hace dos siglos, de las energías
fósiles. Sólo una batalla socioecológica intransigente puede hacerlo
retroceder, en un primer momento, antes de superarlo con otro modo de
producción, o mejor, con otro modo de vida.
En esta última década han emergido un ciclo de
crisis y tensiones en diferentes dimensiones del capitalismo. Así, observamos
una crisis ecológica, una erosión del sistema democrático, un estancamiento
secular de las economías capitalistas antes dinámicas y hoy una pandemia que no
sólo está costando la vida a miles de personas sino que abre la puerta para una
nueva crisis económica global. A grandes rasgos, ¿Qué desafíos tiene la
izquierda frente a este nuevo escenario?
La
discusión ya ha empezado: ¿cómo será “el día después” cuando se logre superar
la pandemia del Coronavirus? Si dependiera de nuestros gobiernos y de las
élites dominantes, el “día después” sería una copia idéntica del “día antes”:
negocios como de costumbre. Es decir, la vuelta al neoliberalismo, al
“crecimiento del PIB”, a la acumulación del capital y la ganancia y, por
supuesto, el alegre retorno de las preciosas energías fósiles, carbón,
petróleo, para alimentar la máquina capitalista. Para enfrentar la crisis
económica existe una solución clásica, mil veces utilizada: privatizar las
ganancias y socializar las pérdidas. Son las clases populares las que deberán
pagar los costos de la crisis. Con esto se garantiza el PIB, pero también, dentro
de 20 o 30 años, la catástrofe ecológica. La única esperanza es la movilización
de todos los prisioneros de la “jaula de hierro” capitalista, la juventud, las
mujeres, los indígenas, los trabajadores de la ciudad y el campo, para romper
las cadenas del sistema.