15 de enero de 2022

Michael Löwy: “El pesimismo de la razón nos advierte sobre la gravedad de la situación, el peligro creciente de la catástrofe ecológica y el gran poder de nuestros adversarios, los neofascistas y los neoliberales” (1)

El sociólogo y filósofo Michael Löwy (1938), nacido en San Pablo, Brasil, pero con algo más de medio siglo de estadía en París, Francia, es uno de los más intransigentes intelectuales de la generación que comenzó a producir sus trabajos teóricos en la década del ‘60. Es autor de decenas de ensayos, traducidos a más de veinte idiomas, versando especialmente sobre las obras de personalidades que influyeron en su formación y pensamiento, entre ellos Karl Marx, Max Weber, Rosa Luxemburg, León Trotsky, György Lukács, Antonio Gramsci, Walter Benjamin, José Carlos Mariátegui, Lucien Goldmann y Ernesto Guevara. Actualmente es director de investigación emérito en el Centre National de la Recherche Scientifique (Centro Nacional de Investigación Científica) y fue profesor en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales). Ha sido profesor visitante en diversas universidades, ha participado desde sus inicios en el Foro Social Mundial, y es conferenciante del Institut International de Recherches et de Formation (Instituto Internacional para la Investigación y la Formación) en Ámsterdam, Países Bajos. Además, forma parte del consejo de redacción de revistas como “Archives de Sciences Sociales des Religions”, “Actuel Marx”, “ContreTemps”, “Écologie et Politique” y “Herramienta”. Destacado impulsor del ecosocialismo anticapitalista, es coautor junto al psicoanalista y escritor estadounidense Joel Kovel (1936-2018) del Manifiesto Ecosocialista Internacional, un documento en el cual, entre muchos otros conceptos e ideas, se asegura que “si el capitalismo sigue siendo el orden social dominante, lo mejor que podemos prever son condiciones climáticas insoportables, una intensificación de las crisis sociales y la difusión de formas cada vez más bárbaras de la dominación de clase, como enfrentamientos entre potencias imperialistas o entre estas últimas y el conjunto de las regiones del Sur, por el control de los recursos decrecientes del mundo. En el peor de los casos, la vida humana puede que no sobreviva”. Lo que sigue a continuación es la primera parte de un compendio de las partes más salientes de las entrevistas que concediera a José Miguel Ahumada, Sabrina Fernandes y Marc Berdet, las que fueron publicadas respectivamente en las revistas “Heterodoxia” nº 5 (septiembre de 2020), “Jacobin Brasil” nº 2 (abril de 2021) y “Acta Poética” vol. 42 nº 2 (julio-diciembre de 2021).
 

Me gustaría comenzar con un pequeño debate sobre cómo se plantea la cuestión de las fronteras en el contexto específico del siglo XXI. Parece que los cambios climáticos evidencian a veces el carácter artificial de las fronteras entre los países. Sin embargo, otras veces muestran lo importantes que son en relación con la disputa geopolítica sobre los posibles rumbos del planeta.
 
De hecho, la crisis ecológica y el cambio climático no conocen fronteras. Por eso el internacionalismo, la organización de un movimiento planetario contra la oligarquía fósil y, en última instancia, contra el sistema capitalista -que es, como reconoce el Papa Francisco, intrínsecamente perverso- son más decisivos que nunca. Esto no impide que las potencias capitalistas, en tanto promueven la globalización neoliberal, estimulada activamente por el Banco Mundial, el FMI y la Organización Mundial del Comercio -todos comprometidos con la industria fósil y el ecocidio- disputen los distintos sectores del mercado mundial e intenten imponer su hegemonía imperial. La verdad es que asistimos a un fenómeno nuevo, el “nacional-liberalismo”, que proclama un nacionalismo agresivo y un neoliberalismo brutal a la vez, lo que no es para nada contradictorio. A pesar de que las fronteras sean cada vez más artificiales, los distintos gobiernos de las potencias imperialistas intentan, por todos los medios, construir muros, barreras con alambres de púas electrificados, e instalan patrullas policiales para impedir el acceso de los inmigrantes desesperados que intentan escapar de sus países para sobrevivir. ¿No había explicado Marx que el sistema capitalista no puede existir sin formas de dominación violentas y bárbaras?
 
Los estudios serios sobre la historia del liberalismo prueban su relación con los sistemas más perversos, como la esclavitud. ¿Será que lo que vivimos hoy es un modo de capitalismo que busca garantizar las ganancias sin importar los medios a los que tenga que recurrir? Lo cual valdría tanto para los gobiernos que muestran alguna preocupación por los derechos humanos como para gobiernos que parecen adquirir rasgos cada vez más autoritarios. ¿Es esta la tendencia de esta década?
 
Efectivamente, a los capitalistas, a la oligarquía financiera, a los grandes industriales y al agronegocio sólo les interesa garantizar sus ganancias. El resto son detalles sin mucha importancia. Si el gobierno garantiza una agenda económica neoliberal contará con el apoyo -activo en algunos sectores, pasivo en otros- de las clases dominantes. Nada de esto es nuevo. El capitalismo puede adaptarse a casi todo: esclavitud, trabajo “libre”, democracia parlamentaria, fascismo, dictadura militar, gobiernos liberales, socialdemócratas, nacionalistas o autoritarios. Lo esencial es que se garantice la tasa de ganancia y la acumulación del capital.
 
Las grandes potencias poseen una doctrina imperialista que concibe a sus propias fronteras como impenetrables, pero a las de los otros países como blancos a ser penetrados o demolidos. ¿Cómo se manifiesta esto en la construcción de la resistencia en los países periféricos?
 
Las intervenciones imperialistas se multiplicaron en las últimas décadas, tanto en América Latina como en Medio Oriente. Tenemos que combatir estas intervenciones que obedecen exclusivamente a los intereses económicos y geopolíticos de esas potencias, en especial los Estados Unidos, sin que eso nos lleve a apoyar los regímenes dictatoriales que se encuentran en conflicto con el imperio, en particular en Medio Oriente.
 
¿Podría comentar cómo la colonización sigue siendo un factor central en la reproducción económica, cultural y militar de América Latina? Hay regiones ricas en bienes naturales que parecen ser muy vulnerables a la dominación extranjera, especialmente cuando existen relaciones de opresión históricas. Pienso, por ejemplo, en las mineras canadienses y en el rol destructivo que tienen en nuestra región. Actúan también de forma contradictoria en Canadá, que es un símbolo del desarrollo aunque sigue expropiando territorios a los pueblos originarios del norte.
 
José Carlos Mariátegui, el genial fundador del marxismo latinoamericano, advirtió en 1928: si no hay una alternativa socialista indoamericana (hoy diríamos afroindoamericana), los países de América Latina están condenados a ser semicolonias del imperio norteamericano. Es lo que vemos hasta el día de hoy, bajo formas “modernizadas”: para retomar la famosa imagen de Eduardo Galeano, las venas de nuestra América siguen abiertas, y nuestras economías siguen sometidas a los imperativos del mercado mundial, controlado por Nueva York, Londres, Berlín, etc. Y no se trata solamente del pillaje de nuestras riquezas naturales: se trata de la destrucción sistemática del medioambiente, de los bosques y las selvas, del envenenamiento de los ríos. El caso de la multinacional petrolera Chevron en Ecuador, que dejó un inmenso territorio completamente contaminado y destruido, es sólo un ejemplo entre muchos. Todo esto sucedió, bien entendido, con la complicidad activa de los varios gobiernos neoliberales que se sucedieron en América Latina durante las últimas décadas. Marx había previsto, en “El capital”, que el “progreso” capitalista es un progreso sobre la ruina de dos fuentes de riqueza: la tierra y el trabajador. América Latina es un bello ejemplo de esa regla.
 
Cuando se declaró la pandemia de coronavirus, se habló mucho en los grandes medios sobre una “nueva normalidad”, en la que las personas se sentirían más conectadas y revisarían sus posturas frente a la muerte y al sufrimiento. Sin embargo, el sistema parece haberse adaptado una vez más. ¿Es posible que un gran acontecimiento global funcione como catalizador de un cambio civilizatorio sin que este sea consecuencia directa de una campaña ecosocialista?
 
No puedo prever si habrá o no acontecimientos catalizadores en el futuro. Pero no podemos esperar a una catástrofe o epidemia para luchar por un cambio civilizatorio. Necesitamos comenzar ya mismo a popularizar nuestro programa ecosocialista. Es muy importante difundir conferencias, panfletos, libros y multiplicar las iniciativas en las redes sociales para explicar nuestra propuesta, la imposibilidad de un “capitalismo verde” y la necesidad de una transición ecológica revolucionaria. Mientras tanto, el principal punto de partida son las luchas socioecológicas concretas que se enfrentan con la lógica del sistema. La tarea de los ecosocialistas es participar de estas luchas, apoyarlas, ayudarlas, organizarlas e integrar en ellas la propuesta ecosocialista.
 
Si lo “normal” era parte del problema y la “nueva normalidad” es más de lo mismo, especialmente cuando consideramos el enriquecimiento del que se beneficiaron los multimillonarios durante los períodos más duros que enfrentó la población mundial, ¿qué medidas inmediatas serían útiles para unir las demandas generales y desafiar ese orden que vuelve a imponerse?
 
En efecto, las clases dominantes, apenas la pandemia se los permita, intentarán retomar la normalidad de los negocios, volver a lo mismo de siempre, al paraíso de los explotadores, en el que una decena de multimillonarios posee el equivalente de la riqueza de la mitad de la humanidad. Elaborar un programa de reivindicaciones es una tarea colectiva, no puedo dar una respuesta concreta. Pero creo que un programa de este tipo debería incluir, entre otros objetivos, una profunda reforma fiscal que termine con los escandalosos privilegios de una ínfima minoría de oligarcas; una reforma agraria radical, con criterios ecológicos, que favorezca la agricultura campesina y orgánica contra el agronegocio ecocida y la reducción de la jornada laboral, sin disminución del salario, como solución al dramático crecimiento del desempleo.
 
Frente a todo esto, ¿es posible mantener “el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad”? Mientras la metodología liberal promueve la búsqueda del “lado bueno de las cosas”, es fácil para nosotros desanimarnos con las derrotas. ¿Qué habría que decirle a alguien que se siente desanimado políticamente en este momento?
 
Las derrotas, como las victorias, forman parte de la historia del socialismo y de las luchas sociales. El pesimismo de la razón nos advierte sobre la gravedad de la situación, el peligro creciente de la catástrofe ecológica y el gran poder de nuestros adversarios, los neofascistas y los neoliberales (¡o los dos al mismo tiempo!). Pero también hay señales de esperanza: el socialismo nunca tuvo tantos partidarios y simpatizantes en Estados Unidos y en Inglaterra como hoy. La movilización de la juventud contra el cambio climático, inspirada por Greta Thunberg, logró el apoyo de millones de personas en todo el mundo. Obviamente, no hay ninguna garantía de que el ecosocialismo vencerá, ni de que la humanidad logrará escapar a la catástrofe. Esta es una apuesta en la cual se nos va la vida, en términos individuales y colectivos. Si los revolucionarios sólo se movilizaran cuando están seguros de la victoria, nunca habría habido una revolución. Entonces, se trata del optimismo de la voluntad. Como decía Brecht, quien lucha, puede perder; quien no lucha, ya perdió.
 
Creo que uno de los grandes méritos de la dialéctica marxista, especialmente en la interpretación del marxismo humanista, es romper con una visión dualista, según la cual los problemas estaría solamente en el individuo, que debería transformar su propia micro realidad, o totalmente localizados en la estructura, al punto de negar la agencia de los individuos. Aun así, siento que todavía es difícil transmitir nuestros esfuerzos de politización, sobre todo porque la doctrina neoliberal hace recaer la responsabilidad simplemente sobre el individuo y algunos grupos socialistas niegan la importancia de la agencia y de la libertad individuales. ¿La conciencia ecológica puede ser un terreno fértil para unir estos campos de batalla?
 
En los escritos del joven Marx encontramos una concepción dialéctica humanista que rompe tanto con el individualismo liberal como con el organicismo conservador. En efecto, la lucha socioecológica es un buen ejemplo de la necesidad de una visión marxista dialéctica de la agencia individual y colectiva. Eso se traduce en dos niveles: uno es la complementariedad entre las iniciativas individuales, por ejemplo, la alimentación vegetariana, y las transformaciones estructurales como el fin de los subsidios a la industria de la carne, o la defensa de las selvas contra le expansión destructora de la ganadería. Para los ecosocialistas no se trata de oponer una iniciativa a otra, sino de ganar a los vegetarianos para las luchas sociales. Las movilizaciones socioecológicas y un posible proceso revolucionario de transición al ecosocialismo no son posibles sin que un gran número de individuos se unan a ese combate colectivo. Sin duda esa lucha exige una amplia coalición social de fuerzas: trabajadores del campo y de la ciudad (de ambos sexos), juventud rebelde, comunidades indígenas, comunidades cristianas, población negra, mujeres, intelectuales, artistas y mucho más. Pero estos grupos o estas clases están compuestos de individuos, cada uno con su historia, su cultura, su conciencia. Su motivación puede ser cristiana, socialista, ecológica, feminista o una convergencia de todas. Puede ser también resultado de una experiencia directa de destrucción ambiental. En la primera línea de combate ecológico se encuentran las víctimas directas de los desastres provocados por la voracidad destructora del capitalismo: comunidades indígenas, mujeres, movimientos, campesinos. Pero también en este caso son individuos los que encarnan el combate. Individuos que muchas veces pagan con sus vidas ese compromiso.
 
Recientemente me topé con algunos análisis sobre el “ecofascismo”, que me recuerda a ciertos elementos del movimiento ambiental más misántropo, especialmente de fines del siglo XX. Incluye desde debates que culpan al ser humano como especie, en vez de al conjunto del modo de producción y al patrón “civilizatorio”, hasta discusiones alarmistas sobre el crecimiento poblacional y el miedo a los refugiados. En el fondo, me pregunto si las conclusiones de tales movimientos y personas no se conforman con una salida fácil, que parte al mismo tiempo de una respuesta equivocada. ¿Enfrentamos el riesgo de que la lucha ambiental sea cooptada, no solamente por los ecocapitalistas y sus soluciones de mercado, sino también por los conservadores de la extrema derecha?
 
Sin duda, ese peligro existe. Hay ecologistas fundamentalistas que denuncian a la especie humana como responsable por la catástrofe ecológica. Otros, sin ir más lejos, piensan que el problema principal es el exceso de población. Unos pocos llegan al extremo de proponer una especie de dictadura ecológica, idea con la que especuló un filósofo ecologista del siglo pasado, Hans Jonas. Pero son pocos los que representan un verdadero “ecofascismo”: se trata, al menos por el momento, de un fenómeno marginal. La extrema derecha “fascistizante”, en Europa por ejemplo, insiste en que la ecología no interesa, en que el verdadero problema son los refugiados y los inmigrantes. Manifiestan un odio exacerbado hacia figuras como Greta Thunberg, a la que algunos acusan de ser una peligrosa “hechicera”, una comunista, una enemiga de la civilización occidental, etc. Los principales representantes del neofascismo del siglo XXI son fanáticamente antiecológicos, niegan el peligro del cambio climático. Lo que están haciendo es, simplemente, acelerar al máximo el tren suicida de la civilización capitalista industrial en dirección al abismo del cambio climático. Por su parte, los “razonables”, los capitalistas “ecológicos”, proponen pintar de verde la locomotora.
 
Varios capitalistas intervinieron en los debates como el Green New Deal para garantizar que cualquier proyecto de ley aprobado en ese sentido sea favorable a sus inversiones. ¿Cuál es la magnitud del desafío que enfrentamos a la hora de poner la ecología en el centro del debate si los mismos capitalistas mueven todo su aparato para avanzar un paso más en la mercantilización de la naturaleza? La financiarización de la naturaleza es una realidad en el mercado global.
 
De hecho, hace muchos años que existe un “capitalismo verde” que está interesado en el mercado de las energías renovables, y gobiernos que proponen políticas de “desarrollo sustentables”. Hasta el Fondo Monetario Internacional jura que promoverá una economía ecológica. ¿Cuál es el resultado de todo esto? ¡Nada! O peor: a medida que los discursos se vuelven cada vez más verdes, el cielo se vuelve cada vez más gris… Las emisiones de gases fósiles no solo no disminuyeron, sino que continúan aumentando, y los científicos, cada vez más preocupados, hacen sonar señales de alarma. Bajo el pretexto de “proteger” la naturaleza, se desarrollan políticas de privatización de las selvas y los bosques. Se desarrollan enormes mercados de derechos de emisión, que son un negocio óptimo para los bancos y las empresas, pero pésimo para el medioambiente. El capitalismo no puede existir sin una expansión ilimitada, sin el productivismo y el consumismo, y depende, hace dos siglos, de las energías fósiles. Sólo una batalla socioecológica intransigente puede hacerlo retroceder, en un primer momento, antes de superarlo con otro modo de producción, o mejor, con otro modo de vida.
 
En esta última década han emergido un ciclo de crisis y tensiones en diferentes dimensiones del capitalismo. Así, observamos una crisis ecológica, una erosión del sistema democrático, un estancamiento secular de las economías capitalistas antes dinámicas y hoy una pandemia que no sólo está costando la vida a miles de personas sino que abre la puerta para una nueva crisis económica global. A grandes rasgos, ¿Qué desafíos tiene la izquierda frente a este nuevo escenario?
 
La discusión ya ha empezado: ¿cómo será “el día después” cuando se logre superar la pandemia del Coronavirus? Si dependiera de nuestros gobiernos y de las élites dominantes, el “día después” sería una copia idéntica del “día antes”: negocios como de costumbre. Es decir, la vuelta al neoliberalismo, al “crecimiento del PIB”, a la acumulación del capital y la ganancia y, por supuesto, el alegre retorno de las preciosas energías fósiles, carbón, petróleo, para alimentar la máquina capitalista. Para enfrentar la crisis económica existe una solución clásica, mil veces utilizada: privatizar las ganancias y socializar las pérdidas. Son las clases populares las que deberán pagar los costos de la crisis. Con esto se garantiza el PIB, pero también, dentro de 20 o 30 años, la catástrofe ecológica. La única esperanza es la movilización de todos los prisioneros de la “jaula de hierro” capitalista, la juventud, las mujeres, los indígenas, los trabajadores de la ciudad y el campo, para romper las cadenas del sistema.