17 de enero de 2022

Michael Löwy: “El pesimismo de la razón nos advierte sobre la gravedad de la situación, el peligro creciente de la catástrofe ecológica y el gran poder de nuestros adversarios, los neofascistas y los neoliberales” (3)

Numerosos son los intelectuales cuyas obras contribuyeron a la formación teórica de Michael Löwy. Ello se ve reflejado en los numerosos ensayos que escribió, como por ejemplo “Walter Benjamin: avertissement d’incendie. Une lecture des thèses sur le concept d’histoire” (Walter Benjamin: aviso de incendio. Una lectura de las tesis sobre el concepto de historia), “Max Weber et les paradoxes de la modernité” (Max Weber y las paradojas de la modernidad), “La théorie de la révolution chez le jeune Marx” (La teoría de la revolución en el joven Marx), “Rosa Luxemburg, l'étincelle incendiaire” (Rosa Luxemburg, la chispa incendiaria), “Franz Kafka, rêveur insoumis” (Franz Kafka, soñador insumiso), “La pensée de ‘Che’ Guevara” (El pensamiento del Che Guevara), “Pour une sociologie des intellectuels révolutionnaires. L'évolution politique de György Lukacs” (Por una sociología de los intelectuales revolucionarios. La evolución política de György Lukacs) y “Kafka, Welles, Benjamin. Éloge du pessimisme culturel” (Kafka, Welles, Benjamin. Elogio del pesimismo cultural). También es autor de ensayos en los que profundizó con una mirada crítica en la historia, la sociología y la filosofía, entre ellos “Rédemption et utopie: le judaïsme libertaire en Europe centrale. Une étude d'affinité élective” (Redención y utopía: el judaísmo libertario en Europa Central. Un estudio de afinidad electiva), “Dialectique et révolution. Essais de sociologie et d'histoire du marxisme” (Dialéctica y revolución. Ensayos de sociología e historia del marxismo), “Patries ou planète? Nationalismes et internationalismes de Marx à nos jours” (¿Patrias o planeta? Nacionalismos e internacionalismos de Marx a nuestros días), “La guerre des dieux. Religion et politique en Amérique Latine” (Guerra de dioses. Religión y política en América Latina) y “Écosocialisme. L'alternative radicale à la catastrophe écologique capitaliste” (Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista). En esta última obra, Löwy explica que el movimiento ecosocialista tiene como objetivo detener y revertir el desastroso proceso de calentamiento global en particular, el ecocidio capitalista en general y construir una alternativa radical a la práctica y al sistema capitalista. El ecosocialismo redefine la ruta y el objetivo del socialismo dentro de un marco ecológico y democrático. Para finalizar, a renglón seguido puede leerse la tercera y última parte de la recopilación editada de las entrevistas realizadas por José Miguel Ahumada, Sabrina Fernandes y Marc Berdet, las que fueron publicadas respectivamente en las revistas “Heterodoxia” nº 5 (septiembre de 2020), “Jacobin Brasil” nº 2 (abril de 2021) y “Acta Poética” vol. 42 nº 2 (julio-diciembre de 2021).
 

Usted ha encontrado una alianza entre Weber y Marx que provee una caja de herramienta muy fértil para hacer una crítica más amplia del capitalismo. Esto en el sentido de que el fundamento del capitalismo, si bien es la explotación, generaría también un conjunto de efectos mucho más amplios. Irradiará otras esferas, como el desencanto del mundo, la mecanización, la alienación, la cosificación, etc. ¿Cuáles serían las conexiones entre Marx y Weber, considerando que cualquiera que haya tomado un curso de sociología sabe que lo primero que se hace convencionalmente es establecer un quiebre entre ambos consignando a Weber como “el Marx de la burguesía”? ¿Dónde encontró estos nexos para hacer una crítica al capitalismo?
 
Lo primero es que hay varios pasajes en Max Weber en que se refiere a la crítica marxista en términos positivos. Weber es un personaje muy extraño, casi esquizofrénico, porque, por un lado, en cuanto burgués -el mismo se declara burgués-, admira al capitalismo como el sistema económico más eficaz y racional de todos los puntos de vista. En esto parece hacer una apología al capitalismo. Pero al mismo tiempo, como intelectual, como profesor de la elite académica alemana, tiene una repulsión al capitalismo. Entonces, es un personaje ambivalente. Uno tiene que verlo en los dos aspectos. A mí me interesa el aspecto crítico, aunque el apologético también exista, y allí -en el aspecto crítico- hay algunas coincidencias con Marx. Existen pasajes muy sorprendentes en que se refiere a cómo los párrocos protestantes trataron de convencer a los obreros amenazándolos con que si no trabajan para el capitalista se irían al infierno, que sirvieron para someter a los trabajadores a la explotación del capitalista: “como dicen los marxistas -dice a su vez Weber-, sacarles la plusvalía”. Hay citas así en Weber, en que directamente retoma la tesis marxista de la explotación asumiéndola, aunque no sea su argumento principal. Otros argumentos críticos de Weber no son idénticos a los de Marx pero son complementarios. En resumen, yo veo una complementariedad en el aspecto crítico y una contradicción en el aspecto apologético. Weber es apologético cuando en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” dice que el origen del capitalismo es la ética protestante. Es decir, cuando ve el origen del capitalismo en el ascetismo del empresario (el ahorro, la inversión en la empresa) como indicador de su decisión para ir al paraíso, para la salvación eterna, mientras considera al trabajo, como un deber moral. Allí está siendo apologético, pues los capitalistas al explicar el origen de su fortuna dicen: “trabajé mucho”, “ahorré”, “no gasté mi dinero como esos pobres que viven tomando cerveza e invertí en mi empresa y así es como me hice millonario”. Ese es el auto discurso apologético del capitalismo. Aquello va en directa contraposición con Marx, quien demuestra en “El capital” que el origen del capital es la acumulación primitiva, es decir, la expropiación violenta de los campesinos, las guerras coloniales, el tráfico de esclavos y la conquista. El argumento apologético de Weber es una visión idílica del capitalista como alguien que trabaja muchísimo, ahorra, etc. Esa es una mistificación. Allí hay una contradicción con Marx. Sin embargo, en el aspecto crítico hay una complementariedad en la misma idea de “jaula de hierro”. Cuando se lee las últimas páginas de “La ética protestante…”, se encuentra un verdadero “manifiesto anticapitalista”. Es algo muy raro. Él dice que en el capitalismo los individuos son totalmente maniatados por el sistema. No hay ningún espacio de libertad. El individuo es determinado en su vida tanto económica como socialmente, está determinado por esas reglas impersonales del capital. Es como si el individuo estuviera encerrado en una jaula de hierro. Así visto, el capitalismo es la negación de la libertad humana en tanto se erige como un sistema de dominación total e impersonal: una esclavitud sin amo. Está el capitalista, por supuesto, pero tampoco es que tenga control sobre el capital; es únicamente un funcionario del capital, como decía Marx. El capital determina la vida de todos con sus reglas de hierro, que son las reglas del mercado y punto. No hay libertad allí para los individuos y todos estamos encerrados en una jaula de hierro. Es una crítica muy dura. No es contradictoria con lo que dice Marx, quien dice algo parecido pero formulado de una forma distinta. Por ello es que, como trato de sugerir en mi libro “La jaula de hierro. Max Weber y el marxismo weberiano”, existe toda una corriente dentro del marxismo: los marxistas weberianos, que empiezan con Lukács, la Escuela de Frankfurt, Merleau-Ponty, Gramsci incluso, y varios otros.
 
¿A Gramsci también lo incluye en esa tradición?
 
Gramsci tomó a Weber por otro lado. En los “Cuadernos de la cárcel” cita a Weber para decir, curiosamente, que las ideas sí tienen un papel determinante en la historia, y aceptó la idea de que la ética protestante tuvo un rol clave en el surgimiento del capitalismo. Y él utiliza eso en contra del economicismo del marxismo oficial, que niega el papel de las ideas y afirma la determinación económica de la realidad social. Gramsci dice no, las ideas son fundamentales para nosotros también. Las ideas socialistas tienen que ganar la hegemonía. Así, él le da un papel muy importante a la ética y a las ideas, y eso Gramsci lo toma de su lectura de Weber. Ahora, no diría que Gramsci era un marxista weberiano, pero era parte de esa utilización de Weber que va muchas veces en contra de la lectura del mismo Weber que hacen los marxistas.
 
Weber relaciona burocracia con capitalismo. Hoy se tiende a pensar la burocracia como un asunto estrictamente estatal y la libertad como lo propio del capitalismo. La burocracia es el Estado y el capitalismo es libre emprendimiento, competencia. Mientras que, en Weber, capitalismo y burocracia van de la mano.
 
La dominación más adecuada al capital es, como decía Weber, la dominación burocrático-racional. Las dos son inseparables.
 
Volviendo al tema de Benjamin, él también realiza una crítica a la idea de que el socialismo y la izquierda caminan al ritmo de la historia. La historia se desplegaría en una línea de progreso, donde la izquierda está llamada a seguir en esa línea, algo que se ve en clásicamente en Kautsky y en toda esa tradición anclada en la idea de progreso y de determinismo económico. Usted ha escrito bastante, no solamente criticando esa idea de progreso en la izquierda, sino también reivindicando unas tradiciones críticas a la sociedad moderna, pero en nombre de ideas pre-capitalistas, que es la idea, finalmente, del romanticismo. ¿Cuáles serían, de acuerdo a usted, los principales elementos de un romanticismo que podría transformarse en un elemento fértil para una izquierda actual?
 
El romanticismo, tal como yo lo entiendo, no es sólo una escuela literaria, es una visión del mundo que surge en el siglo XVIII con Jean Jacques Rousseau y que continúa hasta hoy. Y su característica distintiva es que es una crítica a la civilización industrial capitalista moderna, en nombre de valores del pasado pre-capitalista. Pero eso puede tomar varias formas. Una de ellas es regresiva. Es decir, buscar la restauración del pasado, de las sociedades feudales, de la monarquía, del poder de la iglesia, del poder de los propietarios de tierra feudales. Todo eso es romanticismo reaccionario, que quiere restaurar el pasado. Ahora, hay otro tipo de romanticismo que yo llamo romanticismo utópico o revolucionario, que no quiere volver al pasado, pero quiere dar una vuelta por el pasado en dirección al futuro utópico. Es decir, utilizar esta referencia del pasado, esa nostalgia del pasado, pero proyectándola en una utopía de futuro. Y eso lo encontramos incluso en Marx y Engels -quienes no fueron románticos-, cuando hablan del comunismo primitivo, por ejemplo, en lo relativo a la confederación iroquesa en América del Norte. Ellos decían: ¡miren, esos hombres eran libres, iguales, vivían sin propiedad privada, sin Estado! Comparemos esos hombres y mujeres del comunismo primitivo con el pobre esclavo del capital de hoy. Ahora, obviamente el comunismo moderno no es una vuelta al comunismo primitivo, pero retoma esos elementos que se perdieron con el “progreso”. Esta idea va a ser desarrollada de varias formas en el romanticismo revolucionario o incluso con el marxismo romántico en el siglo XX. Para dar un ejemplo latinoamericano muy conocido, está José Carlos Mariátegui, que habla del comunismo incaico, que de hecho fue muy criticado por eso, pero es un concepto importante. Incluso aparece en Rosa Luxemburgo, en su libro “Introducción a la economía política”. Mariátegui sostiene que esas tradiciones comunitarias indígenas se mantienen hasta hoy y pueden ser un punto de apoyo para la lucha comunista revolucionaria del futuro. Entonces, no se trata de volver al Tahuantinsuyo -el imperio Inca- sino partir de esas tradiciones comunitarias indígenas para desarrollar el movimiento socialista moderno entre los campesinos, obreros, etc. Aquella perspectiva es muy interesante. En esa misma línea, una de las críticas de los románticos al capitalismo es en nombre de la naturaleza: los románticos tienen una relación muy fuerte con la naturaleza espiritual, religiosa a veces, estética y ven al capitalismo como una fuerza destructora de los paisajes, de la naturaleza, de los animales, etc. Esa crítica me parece uno de los elementos más actuales del romanticismo hoy, cuando lo vemos con la crisis ecológica derivada de la destrucción capitalista. Por tanto, ese momento “ecológico” del romanticismo me parece también muy vigente. Ahora, quiero decir una palabra sobre Weber, porque él tiene entre sus contradicciones también un aspecto romántico. Como dije, es un personaje muy contradictorio, tiene un aspecto moderno y un aspecto romántico. El aspecto romántico se ve en las últimas páginas de “La ética protestante”, cuando dice que se perdió con la modernidad capitalista la capacidad humana universal que representaba por ejemplo Fausto, esto es, el hombre universal que es un filósofo, un artista, un científico, todo al mismo tiempo. Esa universalidad humana del pasado se perdió, porque el capitalismo divide y racionaliza todo: todos son especialistas. Dice Weber, entonces, que quizás van a venir nuevos profetas que permitirán volver a los valores antiguos que se perdieron. Es un discurso totalmente romántico. Weber es, en general, un romántico resignado, es decir, alguien que dice: el capitalismo no me gusta, pero está ahí y no hay salida. Y ahí está la contradicción principal con Marx. Para Marx no podemos resignarnos al capitalismo, sino que existe la posibilidad y la necesidad de luchar para su abolición. Y Weber no creía en eso.
 
Weber pesimista…
 
Sí, pesimista y anti socialista, porque él decía que el socialismo va a sustituir el capitalismo privado por un capitalismo burocrático de Estado. Y Weber rechazaba el socialismo.
 
Pareciera que aquí hay dos tipos de crítica románticas. Por un lado, en el caso de Weber, la idea de que el capitalismo genera un sujeto fracturado o especializado, a partir del cual se deriva una reivindicación de una idea de individuo más orgánico y, por otro lado, la idea de que la acumulación capitalista desarticula los lazos de los sujetos con la naturaleza y con la comunidad misma. Esas dos críticas parecen estar articuladas en lo que usted ha reivindicado en los últimos textos, la idea del ecosocialismo. Al parecer esta idea estaría anclada en estas dos críticas al capitalismo, la mercantilización de la tierra, por un lado, y la pérdida de control del proceso productivo. ¿Cuáles serían los principales elementos del proyecto ecosocialista?
 
Creo que se puede construir una genealogía romántica del ecosocialismo, es decir, en la historia del romanticismo vemos varios pensadores que han desarrollado una crítica de tipo romántico al capitalismo desde el ángulo de la destrucción de la naturaleza, como se observa en la obra de Morris o Benjamin, y varios otros. Ahora, eso no significa que el ecosocialismo necesariamente tiene una forma romántica. Puede tenerla o no. Pero el tema es que esa dimensión romántica vuelve una y otra vez, incluso en alguien que no reivindica el romanticismo como Naomi Klein, por ejemplo. Si leemos su libro “Esto lo cambia todo”, vemos la gran admiración que ella tiene por los indígenas, sobre todo en Canadá y Estados Unidos. Ellos están en la primera línea de la resistencia a los oleoductos, a las multinacionales del petróleo, etc., en nombre de su relación con la naturaleza, con los ríos, con los bosques, etc. Una relación que es humana, que es espiritual, que tiene varios aspectos, pero que hace que ellos se opongan de manera activa y que muchas veces logran bloquear esos desarrollos destructores. Klein explica que esa relación con la naturaleza, esa espiritualidad, es ancestral. Aquello hace referencia a un momento romántico de la crítica. Pero bueno, el ecosocialismo es una propuesta de repensar el socialismo, el comunismo o el marxismo, si se quiere, a la luz de la crisis ecológica. Es decir, partimos de la idea de que la cuestión ecológica es clave ahora y va a ser mucho más en los próximos años; es una cuestión decisiva desde el punto de vista económico, social, político, humano, etc., y que el socialismo y el marxismo deben asumir esto como un tema central, no un punto más en un programa. Es algo esencial: o logramos derrotar al capitalismo y establecer un proceso de transición hacia el ecosocialismo o el capitalismo va a llevar a una catástrofe sin precedentes en la historia de la humanidad. Aquello es una cuestión fundamental que implica una nueva concepción del socialismo, en la cual no se trata solo de una apropiación colectiva de los medios de producción -que es obviamente una condición fundamental-, sino de una transformación de todo el aparato productivo, del modo de consumo, del modo de transporte, etc.. Es un cambio del paradigma de civilización, lo que implica, obviamente, un proyecto de transformación muy radical, muy amplio que abarca otra concepción del individuo, de la comunidad, de la producción, del consumo, donde la expropiación es un aspecto, pero es solo un primer paso, no el último.
 
Allí también hay una crítica a la idea del progreso, a la idea de que el objetivo no es tanto acelerar la locomotora, sino poner un freno de mano.
 
Sí claro. Aquella es una frase de Benjamin sobre Marx, quien pensaba que la revolución es la locomotora de la historia. Benjamin pensaba que, quizás, es más bien la humanidad la que pone el freno al tren. Creo que aquello es muy acertado: somos todos pasajeros del tren de la civilización capitalista y ese tren nos está llevando a un abismo. El acto emancipador es entonces frenarlo, esa es la tarea revolucionaria. Y efectivamente hay que romper con esa ilusión del progreso: que la historia lleva necesariamente al socialismo, que el capitalismo va a derrumbarse víctima de sus contradicciones o que el socialismo es inevitablemente la próxima etapa de la evolución de los modos de producción, etc. Hay varias variantes de ese discurso, pero en el fondo son una ilusión que la historia ha probado en el pasado y en el presente. En particular la ilusión de que el desarrollo de las fuerzas productivas nos lleva al socialismo. Es al revés, las fuerzas productivas capitalistas nos están llevando a la catástrofe.