27 de enero de 2022

Luis Gusmán, Andrew Graham-Yooll, Rodrigo Fresán. Recordando a Osvaldo Soriano

Osvaldo Soriano fue uno de los escritores más importantes de la literatura argentina durante el último cuarto del siglo XX. Con una prosa colmada de desparpajo y dinamismo, estableció desde su primer libro un pacto con los lectores que lo convertiría en el autor argentino vivo más popular y más leído de su época. Sus novelas “A sus plantas rendido un león”, “Cuarteles de invierno”, “No habrá más penas ni olvido” y “Triste, solitario y final” fueron publicadas en veinte países y traducidas a los idiomas alemán, checo, danés, francés, griego, hebreo, holandés, húngaro, inglés, italiano, noruego, polaco, portugués, ruso y sueco. A un par de días de cumplirse los 25 años de su fallecimiento, se reproducen a continuación fragmentos de los artículos publicados en el suplemento “Radar” del diario “Página/12” del 28 de enero de 2007. Sus autores son Luis Gusmán (1944), escritor, periodista y psicoanalista argentino que ha publicado, entre otras obras, las novelas “El frasquito”, “En el corazón de junio”, “Hotel Edén”, “De dobles y bastardos”, “Los muertos no mienten” y “Hasta que te conocí”; los libros de cuentos “La muerte prometida” y “Lo más oscuro del río”; y los tomos de ensayos “La ficción calculada”, “Epitafios. El derecho a la muerte escrita” y “Un sujeto incierto”. Andrew Graham-Yooll (1944-2019), quien fuera un escritor y periodista argentino que ejerció el periodismo en numerosos medios, entre ellos el “Buenos Aires Herald”, “La Prensa”, “Página/12”, “Noticias” y “Perfil” (Argentina); “Tiempo” y “Cambio 16” (España); “The Daily Telegraph” y “The Guardian” (Inglaterra); y “The New York Times”, “Newsweek” y “Miami Herald” (Estados Unidos). Fue autor de una vasta obra ensayística que comprende, entre otros títulos “Ocupación y reconquista, 1806-1807. A 200 años de las invasiones inglesas”, “Arthur Koestler. Periodismo y política”, “Rosas visto por los ingleses” y “Tiempo de violencia. Argentina 1972-73”. Y Rodrigo Fresán (1963), escritor, traductor y periodista argentino autor, entre otros libros, de las novelas “Esperanto”, “El fondo del cielo”, “La parte inventada”, “La parte soñada” y “La parte recordada”; y de los libros de cuentos “Vidas de santos”, “Trabajos manuales” y “La velocidad de las cosas”. Escribe regularmente para el diario argentino “Página/12” y publica textos de crítica literaria en la revista “Letras Libres” y en el suplemento cultural del periódico “ABC”, ambos medios españoles.

EL ARTE DE CONTAR LA POLÍTICA
Luis Gusmán
 
Allá por enero de 1973, después de algunos años de im-publicación, mi texto “El frasquito” encontró la posibilidad de transformarse en libro. En la tapa que había ilustrado Carlos Boccardo, entre otras imágenes, como una especie de ilustración dentro de la ilustración, estaba la tapa de una novela de David Goodis “Viernes 13”. La tapa pertenecía a la colección “Cobalto” que entonces y desde hacía muchos años venía publicando las novelas policiales de la mayoría de los autores de lo que se conoce como novela negra. Creo que mi primera conversación con Soriano giró acerca de esos autores ya que fue él -cuando trabajaba para “La Opinión”- quien escribió el primer comentario sobre “El frasquito” cuando se publicó. Fue por ese tiempo que me dio a leer el original de “Triste solitario y final”. Evidentemente esa primera corriente de simpatía fue rebasada por las diferencias estéticas y las posiciones ante la literatura que por los años setenta -y al menos para mí, y creo que también para otros escritores- excedían alguna vanidad personal. Esa fue toda mi relación con Soriano.
Como siempre, trato de diferenciar el destino que corren los libros de sus tribulaciones y su circulación en el mercado, ya sea por una omisión de circulación o por un exceso de la misma. Ninguna de estas dos contingencias significan, en principio, un valor en sí mismo. Tengo la idea de que durante los años del Proceso, la literatura eligió distintos maneras para contarse. Primero, un estilo elíptico y alusivo, en el que me incluyo; segundo otro más alegórico. Otros escritores como el caso de Puig -quien fue el que narró más contemporáneamente los hechos que estaban sucediendo en el país, como se puede leer en sus novelas “Pubis angelical” o “El beso de la mujer araña”- se “ampararon” en un género. Por supuesto no me refiero a una “intencionalidad” de su escritura ni a su performance; otro modo fue apelar a una subjetividad que ignoraba o interpretaba los hechos desde esa misma subjetividad; otro procedimiento eligió una escritura más referencial, donde creo se ubicaba la literatura de Soriano.
Mucho se ha escrito de los escritores y el exilio, los que se fueron y los que se quedaron, con lo cual ha habido múltiples opiniones transformadas en versiones que funcionaron desde cierto punto de vista moral. Estaban los que defendían la pertenencia supuestamente otorgada por el hecho de haberse quedado, estaban los que hacían una épica de haberse marchado. Por supuesto, en la mayoría de los casos y para muchos se trató de una cuestión de supervivencia ya que su vida se vio amenazada; y en otros casos, otros que vieron su existencia amenazada. Estas cuestiones ponen en juego la relación entre el cuerpo y la escritura. No era lo mismo escribir desde el exilio que desde el sitio donde cada uno estaba. Quiero decir, que siempre es necesario un análisis de los textos capaz de articular la producción de cómo se escribió en aquellos años: lo que se escribió “entre líneas”, lo que se desechó, los cambios de léxico, las elipsis, las metáforas. Dejando de lado por supuesto la sospecha mezquina, y el narcisismo de las pequeñas diferencias.
La obra de Soriano después de “Triste, solitario y final” se ubicó en esas coordenadas. En “No habrá más penas ni olvido” y “Cuarteles de invierno”, donde, a mi modo de ver, predomina un estilo que apela muy fuertemente al punto de vista del autor -citando a Nabokov se podría decir que destila el veneno del mensaje-, por lo tanto su ideología se filtra claramente en la narración mostrando el aspecto más moralizante de la moraleja. Por supuesto que no era lo mismo escribir mientras sucedían los hechos políticos y el horror producido por el terrorismo de Estado que narrar esos mismos hechos con cierta distancia temporal. Creo que a partir de esa distancia temporal -esa temporalidad incluye el levantamiento de la censura externa con el advenimiento de la democracia- literatura y política comienzan a separarse como géneros diferentes. Por un lado se impusieron las investigaciones, los ensayos, las crónicas sobre el Proceso; y por otro lado la literatura, se ocupe de la política o de la cuadratura del círculo, recuperó su singularidad. Por supuesto, ejemplos espurios siempre se encuentran. Lo cual me parece bastante lógico. Creo que la obra de Soriano se “produjo” en ese estado de lengua.
“A sus plantas rendido un león” y “Una sombra ya pronto serás” -su título por metonimia da ya la idea de cierto borramiento, lo mismo sucede con “La hora sin sombra”- funcionan como bisagra en los libros del autor. Es en “El ojo de la patria” que el “género del espionaje” le permite encontrar -según declaraciones del propio Soriano- la articulación entre la historia y la actualidad. La trama de “El ojo…”, cuando el autor buscando en el cementerio de Père Lachaise la tumba del escritor Raymond Roussel -para destrabar la escritura de “A sus plantas...”- se encuentra con la tumba del espía argentino Julie Carrié, enterrado a pocos metros del escritor francés, me remite a muchos de mis temas preferidos: los epitafios, las lápidas, las identidades cambiadas, y el culto político a los muertos.
De sus libros, “Cuentos de los años felices” es donde, a mi parecer, el autor encuentra su mejor registro: la crónica de pueblo, los viajes del padre y los viajes con él, los recuerdos de infancia que, como nos recuerda un libro de Graham Greene, “siempre se trata de una infancia perdida”. Creo que en la evocación de ese mundo, el lector de Soriano encuentra lo más feliz de este escritor.
 
SORIANO LEÍDO EN INGLÉS
Andrew Graham-Yooll
 
Algunas veces estos recuerdos son incómodos. La razón, en este caso, es que creo haber leído más de Osvaldo Soriano en inglés que en su original. Quizás por pasar tanto tiempo fuera del país. No fue el caso de “Triste, solitario y final”, que me lo regaló en Buenos Aires una periodista norteamericana de Associated Press, Susan Linnée. Si no lo había leído, dijo ella, vigilante de mi formación literaria, debía hacerlo de inmediato. Eso hice, y a los dos días salimos (ella insistía en conocer de inmediato a toda persona que le parecía interesante) en busca de Soriano. No sé si fue en la redacción de “La Opinión” o dónde, pero la primera conversación no tenía nada que ver con libros sino con cumpleaños: Soriano había nacido el Día de Reyes, 6 de enero de 1943, y yo el 5 de enero del año siguiente. Perdimos algún tiempo tratando de decidir si era un año mayor que yo, o si había que aclarar que en realidad me llevaba un año menos un día, dato que se alteraba en años bisiestos. Pavada de debate. Nuestro contacto posterior fue en el exilio, cuando lo llamé de Londres con una consulta respecto de un dato para la revista “Index on Censorship”. La renovación del contacto fue por vía del pasado. Luego del saludo, me preguntó: “¿Te acordás cuando discutíamos lo del cumpleaños? Qué boludez, ¿no? Habría que escribir algo sobre eso”.
La versión fílmica de su novela “No habrá más penas ni olvido” se mostró en el Institute of Contemporary Arts, como parte del Festival de Cine en Londres, y por un tiempo Soriano se convirtió en lo mejor de la escritura latinoamericana. Digo por un tiempo, porque no entiendo por qué no tiene más difusión en el mundo. La novela en inglés, que es en el idioma en que la leí, apareció como “Funny dirty little war” (Graciosa sucia pequeña guerra), editada por Readers International, un sello corajudo formado por un matrimonio heroico, norteamericanos residentes en Inglaterra que publicaban con fondos propios un pequeño catálogo de títulos que a ellos les parecía lo mejor de América latina, Africa y Asia, por lo general autores censurados o exiliados. En el circuito del exilio y entre simpatizantes del norte de Europa, la película y la novela tuvieron una buena aceptación. La crítica, principalmente en inglés, celebró la invención del autor y también esa sensación de desamparo que transmite Soriano, su mezcla de ironía y crítica frente a la violencia al voleo casi sin razón (si bien tenía explicación de quienes la justificaban) que marcó la primera mitad de los años ’70.
Hubo una época en que se tradujo bastante de Soriano a otros idiomas. Norman 
Thomas di Giovanni, el traductor de Jorge Luis Borges, que se había propuesto como meta traducir solamente autores rioplatenses al inglés, se entusiasmó con Soriano y así fue como leí varios textos del marplatense en inglés. Circulaba un extracto en borrador en inglés de “Una sombra ya pronto serás”, pero no sé si se publicó. La crítica y estudiosa del teatro argentino Jean Graham-Jones celebra la escritura de Soriano por lo visual y teatral y la evidencia de su admiración está en su libro “Exorcising history. Argentine theater under dictatorship” (Exorcizando la historia. El teatro argentino bajo la dictadura), editado por la Universidad de Brucknell en 2000. La autora cita a Soriano en una opinión que considera fundamental para entender la época: “Cada día nosotros los argentinos nos esforzamos para no hacer del horror una religión, también para no olvidar lo que sucedió”. Es una observación admirable por lo civilizada.
Lo que hay que celebrar en la escritura de Soriano es su habilidad en el uso de la ironía, que no parece tan común en el castellano y en muchos casos puede tornarse en expresión peyorativa. Soriano logra mantenerla dentro del humor y a la vez afinar su crítica. Quizás sea este aspecto de su escritura lo que hace divertidas sus crónicas sobre el fútbol aun para quienes, como yo, no entendemos la necesidad de apasionarse hasta la apoplejía por 20 (o 22) tipos que corren tras una pelota simulando una cacería por barras bravas muertos de hambre. Su habilidad en el uso de la ironía se refleja hasta en la escritura dramática, y la evidencia puede resumirse en un ensayo, “Vivir con la inflación”, que publicó en 1989 en la revista “Nueva Sociedad” y que, en versión inglesa, dio la vuelta al mundo (“Living with inflation”, Duke University Press).
Recuerdos personales de Soriano tengo pocos, siendo los más las memorias literarias, de leerlo. Nos vimos en los comienzos en 1995 como parte del fallido grupo en la Asociación para el Periodismo Independiente, pero luego enfermó (Soriano primero, la Asociación después). El recuerdo se nutre de lo escrito y leído. Tendríamos que hacer algo para alentar su lectura a nivel internacional.
 
FELIZ, ACOMPAÑADO Y (CONTINUARÁ)
Rodrigo Fresán
 
Hace unos días leí un muy buen libro de la escritora norteamericana Francine Prose titulado “Reading like a writer. A guide for people who love books and for those who want to write them” (Como lee un buen escritor. Una guía para todos aquellos que aman los libros y para los que quieren escribirlos). La tesis del libro -fácil de enunciar pero no tan sencilla de demostrar; y lo interesante es que Prose lo consigue- es que los escritores no sólo son diferentes (o no son “exactamente personas” como, impreciso, precisó Fitzgerald) sino que además, también, leen diferente. Y que empiezan a leer diferente incluso antes de ser escritores. Es decir, para Prose (gran apellido para alguien de su profesión) la vocación de escribir libros propios no sólo se inicia con la lectura de los libros de los otros (nada nuevo) sino que, además (y esto es lo novedoso) lo que en realidad se busca es culminar la obra y la vida emulando, por escrito, aquel modo intenso y casi alucinado con que leímos durante los primeros capítulos de la novela de nuestra existencia. Lo que se necesita -aquello con lo que se sueña- es la preservación o, al menos, la recuperación de ese estado mágico y extático en el que leíamos como si cada palabra fuera la primera o la última y tanto una como otra fueran La Verdad.
Qué decir frente a la renovada certeza de que los escritores pasan y los libros quedan. Y, cuando uno ha tenido la suerte de conocer a ese escritor, y haber escrito sobre la obra de ese escritor, de haber estudiado sus crónicas, de haber conversado con ese escritor que siempre te preguntaba qué estabas escribiendo y cómo iba tu vida, y de hasta haber escrito un relato sobre el fin de la vida de ese escritor, qué más se puede agregar. Poco y nada, y lo que uno diga o pueda llegar a decir importa nada y poco. Entonces ir hasta la biblioteca y buscar y encontrar ese ejemplar de “Triste, solitario y final” que sigue siendo el mismo que yo leí, recién regresado a la Argentina en 1979 y leer -releer, súper-leer- aquello de “Amanece con un cielo muy rojo, como de fuego, aunque el viento sea fresco y húmedo y el horizonte una bruma gris. Los dos hombres han salido a cubierta y son dos caras distintas las que miran hacia la costa, oculta tras la niebla”. Y seguir leyendo, seguir hasta el final, feliz y bien acompañado. Me pasó lo mismo hace cinco años y, seguro, me volverá a pasar dentro de cinco, de diez, de veinte. La diferencia es que cada vez lo leo mejor, que cada vez lo leeré mejor, “de una manera completamente nueva”, que es la misma manera en que lo leí cuando yo ya era un lector que quería ser escritor y que quería escribir algo que le produjese a otros lo que eso que estaba leyendo le producía a él.
Semanas atrás, a propósito de la muerte de William Styron, me preguntaba cuándo es que muere realmente un escritor: ¿cuándo deja de escribir, cuando deja de publicar, cuando deja este mundo o cuando deja de ser leído? Supongo que la respuesta correcta es todas: los escritores mueren de a poco pero nunca del todo e incluso la última posibilidad no es el fin del camino porque han sido muchos los que, redescubiertos o descubiertos, han vuelto de la tumba para vivir más felices que nunca o, por lo menos, para hacer tan dichosos a los lectores. No hay mejor homenaje para un escritor que seguir leyéndolo por más que ya no escriba y por más que ya se haya leído todo lo que se escribió.
Me parece que son muy pocos los escritores que acceden a ese privilegio y que, generosos, te dan esa oportunidad de reencontrarte con ellos, como si el tiempo no pasara; porque hay contados libros y autores para los que el tiempo no pasa. Y, última página, Marlowe le pregunta a Soriano si no tenía otra cosa mejor que hacer y le dice que “Durante los días que estuvimos juntos me pregunté quién es usted, qué busca aquí”. Soriano le pregunta al detective si ya lo averiguó y Marlowe responde: “No, pero me gustaría saberlo”. Por suerte quien firma esto y los miles de lectores de Soriano -a diferencia de Marlowe- siempre lo supimos y seguimos sabiéndolo y seguimos leyéndolo y releyéndolo con la certeza compartida de que sabíamos quién era y qué era  aquello que buscaba y que había encontrado.