Osvaldo Soriano
fue uno de los escritores más importantes de la literatura argentina durante el
último cuarto del siglo XX. Con una prosa colmada de desparpajo y dinamismo, estableció
desde su primer libro un pacto con los lectores que lo convertiría en el autor
argentino vivo más popular y más leído de su época. Sus novelas “A sus plantas rendido un león”, “Cuarteles
de invierno”, “No habrá más penas ni olvido” y “Triste, solitario y final” fueron
publicadas en veinte países y traducidas a los idiomas alemán, checo, danés, francés,
griego, hebreo, holandés, húngaro, inglés, italiano, noruego, polaco, portugués,
ruso y sueco. A un par de días de
cumplirse los 25 años de su fallecimiento, se reproducen a continuación
fragmentos de los artículos publicados en el suplemento “Radar” del diario
“Página/12” del 28 de enero de 2007. Sus autores son Luis Gusmán (1944), escritor,
periodista y psicoanalista argentino que ha publicado, entre otras obras, las
novelas “El frasquito”, “En el corazón de junio”, “Hotel Edén”, “De dobles y
bastardos”, “Los muertos no mienten” y “Hasta que te conocí”; los libros de
cuentos “La muerte prometida” y “Lo más oscuro del río”; y los tomos de ensayos
“La ficción calculada”, “Epitafios. El derecho a la muerte escrita” y “Un
sujeto incierto”. Andrew
Graham-Yooll (1944-2019), quien fuera un escritor y periodista argentino que ejerció
el periodismo en numerosos medios, entre ellos el “Buenos Aires Herald”, “La
Prensa”, “Página/12”, “Noticias” y “Perfil” (Argentina); “Tiempo” y “Cambio 16”
(España); “The Daily Telegraph” y “The Guardian” (Inglaterra); y “The New York
Times”, “Newsweek” y “Miami Herald” (Estados Unidos). Fue autor de una vasta
obra ensayística que comprende, entre otros títulos “Ocupación y reconquista,
1806-1807. A 200 años de las invasiones inglesas”, “Arthur Koestler. Periodismo y política”,
“Rosas visto por los ingleses” y “Tiempo de violencia. Argentina 1972-73”. Y Rodrigo
Fresán (1963), escritor, traductor y periodista argentino autor, entre otros
libros, de las novelas “Esperanto”, “El fondo del cielo”, “La parte inventada”,
“La parte soñada” y “La parte recordada”; y de los libros de cuentos “Vidas de
santos”, “Trabajos manuales” y “La velocidad de las cosas”. Escribe
regularmente para el diario argentino “Página/12” y publica textos de crítica
literaria en la revista “Letras Libres” y en el suplemento cultural del
periódico “ABC”, ambos medios españoles.
EL ARTE DE CONTAR LA POLÍTICA
Luis Gusmán
Como siempre, trato de diferenciar el destino que corren los libros de sus tribulaciones y su circulación en el mercado, ya sea por una omisión de circulación o por un exceso de la misma. Ninguna de estas dos contingencias significan, en principio, un valor en sí mismo. Tengo la idea de que durante los años del Proceso, la literatura eligió distintos maneras para contarse. Primero, un estilo elíptico y alusivo, en el que me incluyo; segundo otro más alegórico. Otros escritores como el caso de Puig -quien fue el que narró más contemporáneamente los hechos que estaban sucediendo en el país, como se puede leer en sus novelas “Pubis angelical” o “El beso de la mujer araña”- se “ampararon” en un género. Por supuesto no me refiero a una “intencionalidad” de su escritura ni a su performance; otro modo fue apelar a una subjetividad que ignoraba o interpretaba los hechos desde esa misma subjetividad; otro procedimiento eligió una escritura más referencial, donde creo se ubicaba la literatura de Soriano.
Mucho se ha escrito de los escritores y el exilio, los que se fueron y los que se quedaron, con lo cual ha habido múltiples opiniones transformadas en versiones que funcionaron desde cierto punto de vista moral. Estaban los que defendían la pertenencia supuestamente otorgada por el hecho de haberse quedado, estaban los que hacían una épica de haberse marchado. Por supuesto, en la mayoría de los casos y para muchos se trató de una cuestión de supervivencia ya que su vida se vio amenazada; y en otros casos, otros que vieron su existencia amenazada. Estas cuestiones ponen en juego la relación entre el cuerpo y la escritura. No era lo mismo escribir desde el exilio que desde el sitio donde cada uno estaba. Quiero decir, que siempre es necesario un análisis de los textos capaz de articular la producción de cómo se escribió en aquellos años: lo que se escribió “entre líneas”, lo que se desechó, los cambios de léxico, las elipsis, las metáforas. Dejando de lado por supuesto la sospecha mezquina, y el narcisismo de las pequeñas diferencias.
La obra de Soriano después de “Triste, solitario y final” se ubicó en esas coordenadas. En “No habrá más penas ni olvido” y “Cuarteles de invierno”, donde, a mi modo de ver, predomina un estilo que apela muy fuertemente al punto de vista del autor -citando a Nabokov se podría decir que destila el veneno del mensaje-, por lo tanto su ideología se filtra claramente en la narración mostrando el aspecto más moralizante de la moraleja. Por supuesto que no era lo mismo escribir mientras sucedían los hechos políticos y el horror producido por el terrorismo de Estado que narrar esos mismos hechos con cierta distancia temporal. Creo que a partir de esa distancia temporal -esa temporalidad incluye el levantamiento de la censura externa con el advenimiento de la democracia- literatura y política comienzan a separarse como géneros diferentes. Por un lado se impusieron las investigaciones, los ensayos, las crónicas sobre el Proceso; y por otro lado la literatura, se ocupe de la política o de la cuadratura del círculo, recuperó su singularidad. Por supuesto, ejemplos espurios siempre se encuentran. Lo cual me parece bastante lógico. Creo que la obra de Soriano se “produjo” en ese estado de lengua.
“A sus plantas rendido un león” y “Una sombra ya pronto serás” -su título por metonimia da ya la idea de cierto borramiento, lo mismo sucede con “La hora sin sombra”- funcionan como bisagra en los libros del autor. Es en “El ojo de la patria” que el “género del espionaje” le permite encontrar -según declaraciones del propio Soriano- la articulación entre la historia y la actualidad. La trama de “El ojo…”, cuando el autor buscando en el cementerio de Père Lachaise la tumba del escritor Raymond Roussel -para destrabar la escritura de “A sus plantas...”- se encuentra con la tumba del espía argentino Julie Carrié, enterrado a pocos metros del escritor francés, me remite a muchos de mis temas preferidos: los epitafios, las lápidas, las identidades cambiadas, y el culto político a los muertos.
De sus libros, “Cuentos de los años felices” es donde, a mi parecer, el autor encuentra su mejor registro: la crónica de pueblo, los viajes del padre y los viajes con él, los recuerdos de infancia que, como nos recuerda un libro de Graham Greene, “siempre se trata de una infancia perdida”. Creo que en la evocación de ese mundo, el lector de Soriano encuentra lo más feliz de este escritor.
Andrew Graham-Yooll
La versión fílmica de su novela “No habrá más penas ni olvido” se mostró en el Institute of Contemporary Arts, como parte del Festival de Cine en Londres, y por un tiempo Soriano se convirtió en lo mejor de la escritura latinoamericana. Digo por un tiempo, porque no entiendo por qué no tiene más difusión en el mundo. La novela en inglés, que es en el idioma en que la leí, apareció como “Funny dirty little war” (Graciosa sucia pequeña guerra), editada por Readers International, un sello corajudo formado por un matrimonio heroico, norteamericanos residentes en Inglaterra que publicaban con fondos propios un pequeño catálogo de títulos que a ellos les parecía lo mejor de América latina, Africa y Asia, por lo general autores censurados o exiliados. En el circuito del exilio y entre simpatizantes del norte de Europa, la película y la novela tuvieron una buena aceptación. La crítica, principalmente en inglés, celebró la invención del autor y también esa sensación de desamparo que transmite Soriano, su mezcla de ironía y crítica frente a la violencia al voleo casi sin razón (si bien tenía explicación de quienes la justificaban) que marcó la primera mitad de los años ’70.
Hubo una época en que se tradujo bastante de Soriano a otros idiomas. Norman Thomas di Giovanni, el traductor de Jorge Luis Borges, que se había propuesto como meta traducir solamente autores rioplatenses al inglés, se entusiasmó con Soriano y así fue como leí varios textos del marplatense en inglés. Circulaba un extracto en borrador en inglés de “Una sombra ya pronto serás”, pero no sé si se publicó. La crítica y estudiosa del teatro argentino Jean Graham-Jones celebra la escritura de Soriano por lo visual y teatral y la evidencia de su admiración está en su libro “Exorcising history. Argentine theater under dictatorship” (Exorcizando la historia. El teatro argentino bajo la dictadura), editado por la Universidad de Brucknell en 2000. La autora cita a Soriano en una opinión que considera fundamental para entender la época: “Cada día nosotros los argentinos nos esforzamos para no hacer del horror una religión, también para no olvidar lo que sucedió”. Es una observación admirable por lo civilizada.
Lo que hay que celebrar en la escritura de Soriano es su habilidad en el uso de la ironía, que no parece tan común en el castellano y en muchos casos puede tornarse en expresión peyorativa. Soriano logra mantenerla dentro del humor y a la vez afinar su crítica. Quizás sea este aspecto de su escritura lo que hace divertidas sus crónicas sobre el fútbol aun para quienes, como yo, no entendemos la necesidad de apasionarse hasta la apoplejía por 20 (o 22) tipos que corren tras una pelota simulando una cacería por barras bravas muertos de hambre. Su habilidad en el uso de la ironía se refleja hasta en la escritura dramática, y la evidencia puede resumirse en un ensayo, “Vivir con la inflación”, que publicó en 1989 en la revista “Nueva Sociedad” y que, en versión inglesa, dio la vuelta al mundo (“Living with inflation”, Duke University Press).
Recuerdos personales de Soriano tengo pocos, siendo los más las memorias literarias, de leerlo. Nos vimos en los comienzos en 1995 como parte del fallido grupo en la Asociación para el Periodismo Independiente, pero luego enfermó (Soriano primero, la Asociación después). El recuerdo se nutre de lo escrito y leído. Tendríamos que hacer algo para alentar su lectura a nivel internacional.
Rodrigo Fresán
Semanas atrás, a propósito de la muerte de William Styron, me preguntaba cuándo es que muere realmente un escritor: ¿cuándo deja de escribir, cuando deja de publicar, cuando deja este mundo o cuando deja de ser leído? Supongo que la respuesta correcta es todas: los escritores mueren de a poco pero nunca del todo e incluso la última posibilidad no es el fin del camino porque han sido muchos los que, redescubiertos o descubiertos, han vuelto de la tumba para vivir más felices que nunca o, por lo menos, para hacer tan dichosos a los lectores. No hay mejor homenaje para un escritor que seguir leyéndolo por más que ya no escriba y por más que ya se haya leído todo lo que se escribió.
Me parece que son muy pocos los escritores que acceden a ese privilegio y que, generosos, te dan esa oportunidad de reencontrarte con ellos, como si el tiempo no pasara; porque hay contados libros y autores para los que el tiempo no pasa. Y, última página, Marlowe le pregunta a Soriano si no tenía otra cosa mejor que hacer y le dice que “Durante los días que estuvimos juntos me pregunté quién es usted, qué busca aquí”. Soriano le pregunta al detective si ya lo averiguó y Marlowe responde: “No, pero me gustaría saberlo”. Por suerte quien firma esto y los miles de lectores de Soriano -a diferencia de Marlowe- siempre lo supimos y seguimos sabiéndolo y seguimos leyéndolo y releyéndolo con la certeza compartida de que sabíamos quién era y qué era aquello que buscaba y que había encontrado.