14 de octubre de 2023

Intervencionismo de Estados Unidos en Latinoamérica. Una secuencia nefasta

5º parte: La “guerra fría”

A fines de 1941 tanto Alemania como Italia cumplieron su pacto con Japón y le declararon la guerra a Estados Unidos. Esto marcó la entrada de la potencia militar más poderosa del mundo en la Segunda Guerra Mundial. Por la misma época le declararon la guerra al Eje conformado por Alemania, Italia y Japón países caribeños como Costa Rica, Cuba, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Panamá y República Dominicana. Entre 1942 y 1943 se unieron Brasil, México, Bolivia y Colombia, y en febrero de 1945 lo hicieron Argentina, Chile, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela.
La entrada de Estados Unidos implicó un gran cambio en la evolución de la guerra. Con su aporte de moderna tecnología armamentística y un gran número de soldados desempeñó un papel clave en la derrota de Alemania e Italia en Europa, sobre todo cuando en junio de 1944 lideró el desembarco en Normandía, que fue la operación militar más grande y compleja de la guerra. Luego, tras los letales bombardeos atómicos en Hiroshima y Nagasaki, también fue derrotado Japón. Entre los miembros más destacados del Ejército de los Estados Unidos suele mencionarse a los generales Douglas MacArthur (1880-1964) por su rol en el Frente del Pacífico, George Patton (1885-1945) por su desempeño en norte de África y Sicilia y Dwight Eisenhower (1890-1969) como comandante supremo en el frente de la Europa occidental.
El fin de la contienda marcó el comienzo de lo que se conoció como “Guerra Fría”, un término acuñado en 1945 por el escritor inglés George Orwell (1903-1950) en su ensayo “You and the atomic bomb” (Usted y la bomba atómica). El escritor, muy conocido por sus novelas “Animal farm” (Rebelión en la granja) y “Nineteen eighty-four” (1984), alertó en su ensayo sobre los peligros derivados de la energía nuclear que podía ser controlada por una elite política para beneficiarse de la situación derivada del temor a la destrucción total. “Es posible que estemos dirigiéndonos no a un desmoronamiento general sino a una época de una estabilidad tan horrorosa como los imperios esclavistas de la Antigüedad. Aún pocas personas han considerado sus implicaciones ideológicas, es decir, la clase de visión del mundo, la clase de creencias y la estructura social que prevalecerían en un Estado que fuera a la vez inconquistable y que estuviera en un estado permanente de guerra fría con sus vecinos”.


Dicha guerra enfrentó política, económica, social e ideológicamente a las dos superpotencias de la época, la Unión Soviética y los Estados Unidos, por la supremacía del mundo en general y por la influencia en América Latina en particular. Como medida preventiva Estados Unidos bajo el mando del presidente Harry Truman (1884-1972) crearía en 1949 una alianza militar llamada “Organización del Tratado del Atlántico Norte” (OTAN), con el objetivo de frenar la influencia soviética en Europa, a lo que la Unión Soviética respondería con la creación en 1955 del “Pacto de Varsovia”, un acuerdo de cooperación militar entre los Estados socialistas del bloque del Este impulsado por el líder soviético Nikita Jrushchov (1894-1971). La Guerra Fría culminaría con el desplome de la Unión Soviética en 1991 y el triunfo mundial del modelo capitalista, un modelo económico que emergería triunfal tanto como la cultura norteamericana.
Concluida la Segunda Guerra Mundial, en 1946 Estados Unidos inauguró en Panamá la “School of the Americas” (Escuela de las Américas) con el objetivo de entrenar a soldados latinoamericanos en técnicas de guerra y contrainsurgencia. Inicialmente llamada “Latin American Training Center” (Centro de Adiestramiento Latinoamericano) del Ejército de los EE.UU., allí se formarían muchos protagonistas de las venideras dictaduras militares como Roberto Viola (1924-1994) y Leopoldo Galtieri (1926-2003) de Argentina, Omar Torrijos (1929-1981) y Manuel Noriega (1934-2017) de Panamá, Manuel Contreras (1929-2015) de Chile, Gregorio Álvarez (1925-2016) de Uruguay, Efraín Ríos Montt (1926-2018) de Guatemala, Hugo Banzer (1926-2002) de Bolivia, Juan Melgar Castro (1930-1987) de Honduras, Roberto d'Aubuisson (1944-1992) de El Salvador y Vladimiro Montesinos (1945), Ollanta Humala (1962) de Perú y Luis Posada Carriles (1928-2018) de Venezuela.


Fue apodada años después por el diario panameño “La Prensa” la “Escuela de Asesinos” y por el ex presidente de Panamá Jorge Illueca (1918-2012) “base gringa para la desestabilización de América Latina”. En sus “Manuales de Entrenamiento”, partiendo de la premisa de que las organizaciones subversivas aprovechaban el descontento de la población y que, por consiguiente, la mayor parte de las insurrecciones eran apoyadas por elementos descontentos de esa sociedad ya que las actividades insurrectas como el sabotaje, la subversión, el espionaje, las incursiones y las emboscadas eran llevadas a cabo por los insurrectos desde el interior de la estructura de esas sociedades, recomendaban técnicas de interrogatorio como el secuestro, la tortura, la ejecución, el chantaje y el arresto tanto de los insurrectos como de sus familiares.
Al año siguiente, con la intención de neutralizar las tendencias de algunos países latinoamericanos que estaban tomando conciencia sobre la relación semicolonial que mantenían con Estados Unidos e intentaban nuevos marcos de autonomía relacionándose con otras potencias, desde Washington se organizó la “Meeting of Consultation of Ministers of Foreign Affairs” (Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores) en la que se pretendía alinear a todo el hemisferio sur en su propia estrategia. En su declaración inaugural se sostuvo que “todo atentado de un Estado no americano contra la integridad o la inviolabilidad del territorio, contra la soberanía o independencia política de un Estado americano, será considerado como un acto de agresión contra los Estados que firman esta Declaración. En el caso de que se ejecuten actos de agresión o de que haya razones para creer que se prepara una agresión por parte de un Estado no americano contra la integridad o la inviolabilidad del territorio, contra la soberanía o independencia política de un Estado americano, los Estados signatarios de la presente declaración consultarán entre sí para concertar las medidas que convenga tomar”. Así, Estados Unidos logró comprometer a todos los países americanos en su campo defensivo frente a la creciente tensión de la Guerra Fría.


Esta Declaración fue el antecedente del “Inter American Treaty of Reciprocal Assistance” (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca - TIAR), mediante el cual los países miembros (Argentina, Bahamas, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Trinidad y Tobago, Uruguay y Venezuela) se comprometieron a actuar colectivamente ante “cualquier hecho o situación que pueda poner en peligro la paz de América”. Luego, en 1948, conformó la “Organization of American States” (Organización de los Estados Americanos - OEA) con el objetivo de “trabajar para fortalecer la paz, la seguridad y la consolidación la democracia, promover los derechos humanos, apoyar el desarrollo social y económico favoreciendo el crecimiento sostenible en América”.
Sin embargo, a pesar de tan loables propósitos, en los años siguientes propició, con la participación de la “Central Intelligence Agency” (Agencia Central de Inteligencia - CIA) dirigida por el contralmirante Roscoe Hillenkoetter (1897-1982), el derrocamiento de gobiernos constitucionales en Cuba y Guatemala. En La Habana apoyó al general Fulgencio Batista (1901-1973) para derrocar a Carlos Prío Socarrás (1903-1977), y en Ciudad de Guatemala hizo lo mismo con el coronel Carlos Castillo Armas (1914-1957) para derrocar a Jacobo Árbenz (1913-1971). Ambos dictadores instalaron sangrientas tiranías signadas por la violencia y la represión. En el caso cubano, la equivocación de Prío Socarrás había sido su esfuerzo por establecer un nuevo orden social en Cuba combatiendo la corrupción política y económica. Si se tiene en cuenta que las empresas estadounidenses controlaban 95% de la inversión extranjera, esto resultó inaceptable. En cuanto a Árbenz, su pecado había sido la nacionalización de tierras de la empresa estadounidense United Fruit Company, algo también inadmisible para Estados Unidos.


Indudablemente, durante la primera mitad del siglo XX, el desarrollo de los países latinoamericanos estuvo fuertemente marcado por la presencia y el fortalecimiento de los Estados Unidos como un imperio capitalista, pues en estos años ejerció una hegemonía sin precedentes sobre el continente americano en medio del debilitamiento internacional de Europa. Mediante sus políticas intervencionistas se aseguraron la obtención de recursos naturales como el azúcar, el caucho, el cobre, la madera, el petróleo, la plata y el zinc. Además implementaron la industria pesada, conquistaron mercados de consumo y afianzaron el dominio sobre las transacciones financieras. En materia económica, la penetración del capital estadounidense se logró a través de la intervención de entidades como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), instituciones creadas poco antes del fin de la Segunda Guerra Mundial con el propósito de “mejorar el nivel de vida de los países miembros”, “alcanzar su estabilidad financiera”, “promover su desarrollo económico a largo plazo”, “favorecer el crecimiento equilibrado del comercio internacional”, “adoptar políticas que ayuden a sus miembros a resolver sus problemas de balanza de pagos” y “fomentar estrategias para reducir la pobreza”.
Por supuesto ninguno de estos meritorios objetivos detallados en sus cartas fundacionales se llevaron a cabo, todo lo contrario. A partir de la concesión de préstamos a los países latinoamericanos, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial formaron una dupla para poner en marcha las fórmulas de ajuste interviniendo directamente en la determinación de las políticas económicas de los países prestatarios. Estos préstamos fueron invariablemente signados por un carácter político y fueron acordados por las instituciones a condición de que los gobiernos nacionales adoptasen un programa de estabilización económica y de reformas de estructura económica de acuerdo con las exigencias del prestador. En una suerte de chantaje económico, el objetivo de estos préstamos consistió en mantener a las naciones deudoras en una sujeción que les impidiese embarcarse en una política económica nacional independiente.
Pero a pesar de que América Latina se convirtió en el laboratorio principal para las medidas económicas recetadas por el FMI, lo cual consolidó la hegemonía del dólar, así como su predominio financiero, diplomático y cultural, Estados Unidos no abandonó su intervencionismo en materia política y militar en la región. Sobre todo después del triunfo de la Revolución Cubana, uno de los eventos más importantes de la historia política de América Latina y el Caribe durante el siglo XX. El alzamiento llevado adelante por el “Movimiento 26 de Julio” encabezado por Fidel Castro (1926-2016)​, derrocó mediante la guerra de guerrillas urbanas y rurales al régimen dictatorial del antes mencionado Batista, un mandatario pro-norteamericano que había transformado a La Habana en un gran casino y prostíbulo para los hombres de negocios estadounidenses mientras, en las zonas rurales, la mayoría de los campesinos vivía en barracones con techo de guano y piso de tierra desprovistos de sanitarios, agua corriente y electricidad, y casi la mitad de los cubanos eran analfabetos.


El 1 de enero de 1959 las tropas revolucionarias comandadas, además de Fidel y su hermano Raúl Castro (1931), por Juan Almeida (1927-2009), Ernesto “Che” Guevara (1928-1967) y Camilo Cienfuegos (1932-1959), sellaron su triunfo. No fue necesario que pasase mucho tiempo para que el presidente norteamericano Dwight Eisenhower (1890-1969) autorizara la realización en gran escala de acciones encubiertas para derribar al gobierno revolucionario que había impulsado varias medidas de carácter socialista, algunas de las cuales, como la Ley de Reforma Agraria, afectaron a los intereses estadounidenses en la isla. Así, en abril de 1961, con John F. Kennedy (1917-1963) como nuevo presidente norteamericano, se produjo la invasión de Bahía de Cochinos, una operación militar de la CIA con mercenarios cubanos exiliados en Estados Unidos que buscaban derrocar a Fidel Castro. En menos de tres días los invasores fueron derrotados en Playa Girón.
Ante el fracaso de la invasión, cuatro meses después Kennedy impulsó la creación de un programa denominado “Alliance for Progress” (Alianza para el Progreso), cuyo objetivo general era “promover la democracia representativa” y “mejorar la vida de todos los habitantes del continente”, aunque su verdadera finalidad era prevenir la tentación revolucionaria y “profundizar en la integración económica de Latinoamérica” con la “ayuda externa” norteamericana. Esa ayuda se hizo palpable por primera vez el 7 de noviembre de ese mismo año cuando el ejército ecuatoriano derrocó con el apoyo de la CIA al presidente constitucional José M. Velasco Ibarra (1893-1979), quien se oponía a la política imperial de Estados Unidos, había intentado poner en marcha una reforma agraria y había estableciendo fuertes lazos de amistad con el gobierno revolucionario cubano.