4) Observaciones y advertencias
Allá por 1969 el economista e historiador belga Ernest Mandel (1923-1995) publicaba “Faschismus” (El fascismo), ensayo en el que decía que “el fascismo no es simplemente una nueva etapa del proceso por el que el ejecutivo del Estado burgués se convierte en más fuerte e independiente cada vez. No es sólo la ‘dictadura abierta del capital monopolista’, es una forma especial del ‘ejecutivo fuerte’ y de la ‘dictadura abierta’, caracterizada por la completa destrucción de todas las organizaciones de la clase obrera -incluso de las más moderadas- y sin duda alguna de la socialdemocracia. El fascismo intenta evitar físicamente toda forma de autodefensa de parte de los trabajadores organizados mediante su atomización absoluta. Argüir que la socialdemocracia prepara el terreno al fascismo para declarar que ambos son aliados y desterrar toda posibilidad de unidad con ella contra el fascismo es erróneo. Justo lo contrario. Si la socialdemocracia, con su práctica de colaboración de clases y su identificación con la democracia parlamentaria en bancarrota, socavó la lucha de clases de los trabajadores y preparó de hecho la toma del poder por los fascistas, ésta marca el fin de la socialdemocracia”.
Eran años en los que buena parte de Latinoamérica (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Haití, Nicaragua, Paraguay, Uruguay) era gobernada por dictaduras cívico-militares. La derrota de los poderes del Eje había obligado a muchos latinoamericanos de extrema derecha a distanciarse, al menos retóricamente, del fascismo. Sin embargo abrazaron los valores neoliberales y fueron apoyados por la derecha católica que dogmatizaba la iniciativa individual y afirmaba que el gobierno tenía que proteger dicha iniciativa aún por la fuerza si fuese necesario. Todos esos gobiernos de facto ejercieron un tipo específico de autoritarismo que para muchos analistas, desde sus respectivos puntos de vista, podían ser vinculados a la categoría de fascistas.
Así, por ejemplo, el sociólogo ecuatoriano Agustín Cueva (1937-1992) afirmaba en su ensayo “Elementos y niveles de conceptualización del fascismo” que “dentro de la unidad que constituye el fascismo hay obviamente margen para la diversidad ello por una razón más que no cabe olvidar: el desarrollo dialéctico de la historia, determinado por la lucha de clases, hace que nunca se den superestructuras ‘químicamente’ puras, cristalizadas de una vez por todas. Se trata siempre de procesos en que diversos elementos se combinan de manera compleja, produciendo ciertamente rupturas de orden cualitativo sin las cuales sería imposible hablar siquiera de distintas formas de Estado, pero abriendo al mismo tiempo un abanico de gradaciones y matices”.
Por su parte el economista y sociólogo brasileño Ruy Mauro Marini (1932-1997) en “Las fuentes externas del fascismo”, una exposición que realizó en un seminario organizado en la Universidad Nacional Autónoma de México en julio de 1978, explicó que “un Estado de contrainsurgencia es el Estado corporativo de la burguesía monopólica y las Fuerzas Armadas, independientemente de la forma que asuma ese Estado, es decir, independientemente del régimen político vigente. Dicho Estado presenta similitudes formales con el Estado fascista, así como con otros tipos de Estado capitalista, pero su especificidad está en su peculiar esencia corporativa y en la estructura y funcionamiento que de allí se generan. Llamarlo fascista no nos hace avanzar un paso en la comprensión de su significado”.
También el sociólogo chileno Marcos Roitman (1955) se expresó sobre este tema en
“Por la razón o la fuerza. Historia y memoria de los golpes de Estado, dictaduras y resistencias en América Latina”, ensayo en el que sostuvo que “el fascismo en América Latina ha estado presente bajo formas diferentes. Se sintetiza en la xenofobia, homofobia, racismo, odio articulado sobre la represión, la violencia y la persecución política. Es el rechazo a la vida”. Y otro tanto hizo el escritor argentino Julio Cortázar (1914-1984) en su trabajo titulado “Los lobos de los hombres”, en el cual sostuvo que “en el mundo capitalista es banal repetir que una inmensa mayoría de la humanidad vive alienada, es decir vejada por sus explotadores en el plano económico y por sus gobiernos en el plano político. Nuestras sociedades son las que hacen del hombre, de eso que se llama un ciudadano, un ovillo de frustraciones, complejos e insatisfacciones, que llegado el día serán los alicientes del fascismo”. Para el autor de la emblemática novela “Rayuela”, el fascismo “representa el salvoconducto para lo peor del animal humano”.
Desde una posición algo divergente, el sociólogo argentino Atilio Borón (1943) manifestó en su ensayo “El fascismo como categoría histórica: en torno al problema de las dictaduras en América Latina” que “el ‘Estado militar’ es la alternativa histórica al fascismo, la ‘solución actual’ que genera la nueva fase del desarrollo capitalista en la periferia. Refleja otro tipo de crisis económica, política e ideológica para otra alianza de clases dominantes en una nueva modalidad de acumulación. Existe, claro está, un ‘aire de familia’ entre el fascismo y estos regímenes dado que ambos son formas reaccionarias de excepción del Estado capitalista y expresan la contrarrevolución burguesa que pretende resolver una crisis orgánica en distintos momentos. Pero ahí se acaba su semejanza”.
En 1976, un año fatídico para la Argentina, el dirigente político salvadoreño Schafik Handal (1930-2006) escribió “El fascismo en América Latina”, un artículo que apareció en julio de ese año en la revista “Latinskaya America”, la única publicación científica en español que se publica en Rusia, en la que se analizan temas económicos, políticos, sociales y culturales de América Latina. Allí, describió las características del fascismo imperante por entonces y sostuvo que la “característica de la actividad fascista en el campo ideológico es la supremacía de lo emotivo por encima de lo racional, es esfuerzo por crear estados de ánimos e incluso apasionamiento colectivo en vez de convicción, aprovechando para ello toda clase de motivos capaces de enervar a las masas, especialmente aquellos que permiten inflar el chovinismo. Así pues, el fascismo asoma cabeza en nuestra América Latina vistiendo ropajes y empuñando un látigo ya conocidos. Este hecho ha confundido a algunos en el movimiento popular latinoamericano, al punto de mostrarse renuentes a aceptar la presencia del fascismo en ninguno de nuestros países”.
Al año siguiente, el sociólogo y economista brasileño Theotônio dos Santos (1936-2018) publicaba en la “Revista Mexicana de Sociología” vol. 39, nº 1 el artículo “Socialismo y fascismo en América Latina hoy”. En él se refirió a las dictaduras que gobernaban tanto en Brasil como en Argentina y, entre otras cosas, expresó: “La historia política reciente del subcontinente latinoamericano está marcada por la decadencia o debilitamiento de las corrientes nacionalistas y democráticas burguesas y por una radicalización política que tiende a poner frente a frente regímenes de fuerza con creciente contenido fascista y movimientos populares revolucionarios de progresiva tendencia socialista. La constatación de la existencia de esas tendencias se puede verificar cuando analizamos el proceso de lucha de clases en el continente después de la Revolución Cubana y observamos que este llegó a agudizarse en ciertos momentos, en los cuales se manifestó de manera cada vez más abierta la polarización que señalamos. En 1964 se conformó un enfrentamiento entre, de un lado, una alianza de fuerzas populares expresada por las centrales obrera, campesina y estudiantil, y del otro lado la movilización de la derecha en torno a un movimiento ‘por la familia, por Dios y por la propiedad’, y la conspiración militar derechista, todo lo cual fue apoyado y articulado por un comando militar dirigido por el propio Jefe del Estado Mayor del ejército y por la CIA. La ideología fascista quedaba instalada en el poder combinada, y hasta subordinada, a fuerzas conservadoras con matices liberales autoritarios”.
Agregó más adelante: “El caso brasileño era el presagio de nuevos acontecimientos que indicarían la existencia de una tendencia histórica. En todos ellos interviene la mano brasileña, base de apoyo continental de una corriente política autoritaria que se sumaba a los organizadores internacionales de esta ola represiva: la CIA y el Pentágono. Tal proceso tiene su primera culminación en el golpe de Estado de 1976 en Argentina, que busca imponer el camino del Estado autoritario conservador pero que cuenta con una corriente fascista muy activa la cual parece adquirir la hegemonía en ciertas circunstancias. La victoria de estos golpes fascistas en América Latina, el crecimiento de movimientos fascistas en Europa y América del Norte, la derechización de los partidos conservadores y la elaboración de una estrategia global del imperialismo de inspiración golpista, son el resultado de la crisis general del capitalismo contemporáneo. La amenaza del fascismo se ha convertido en el problema político fundamental de América Latina”.
Ya en el presente siglo, la editorial francesa Le Temps des Cerises publicó en su colección “Penser le monde” un ensayo de Samir Amin (1931-2018) titulado “Le retour du fascisme dans le capitalisme contemporain” (El retorno del fascismo en el capitalismo contemporáneo), el cual fue reproducido en el nº 320 de la revista española “El Viejo Topo” de septiembre de 2014. En él, el economista egipcio-francés puntualizó: “El fascismo es una respuesta política particular a los desafíos a los que puede verse confrontada la gestión de la sociedad capitalista en determinadas circunstancias. Los poderes políticos que es posible calificar a ciencia cierta de fascistas han ocupado el primer plano de la escena y han ejercido el poder en varios países europeos, en particular durante la década de 1930 y hasta 1945. La diversidad de las sociedades que han sido sus víctimas -una sociedad capitalista desarrollada aquí, una menos desarrollada y dominada allí; una asociada a una guerra victoriosa, otra producto de una derrota- nos impide confundirlas”.
Más acá en el tiempo, a comienzos de 2021 Verso Books publicó un artículo de Toni Negri (1933-2023) llamado “A 21st. century fascist” (Un fascista del siglo XXI), en el cual el filósofo italiano hizo referencia al gobierno de extrema derecha llevado adelante por Jair Bolsonaro (1955) en Brasil. Allí sostuvo que “las actuales conversiones fascistizantes de la clase dirigente capitalista (no de toda, por el momento) parecen de hecho determinadas por la necesidad de sostener con una mayor fuerza, con todos los medios del Estado, constrictivamente, un desarrollo más neoliberal de la profunda crisis. Es importante subrayar esta usual deformidad: la fuerza del autoritarismo es convocada para sostener la crisis del liberalismo. Ahora bien, según esta perspectiva, el fascismo parece presentarse (aunque no solamente) como la fase dura del neoliberalismo, como una fuerte recuperación del soberanismo, como la inversión del slogan ‘primero el mercado, después el Estado’ en los puntos donde el desarrollo choca con dificultades máximas, o donde sus dispositivos se quiebran, o mejor, donde enfrenta fuertes resistencias”.
Ese mismo año el historiador y profesor universitario argentino Federico Finchelstein (1975) lanzó su libro “Breve historia de la mentira fascista”. En él manifestó que “el político típico miente, pero no cree sus propias mentiras. Mientras que los fascistas creen en sus mentiras o creen incluso que cuando lo que están diciendo no es correcto, eso que están diciendo está al servicio de una verdad revelada. Lo que para los fascistas es la verdad, para el resto de nosotros es una mentira, en el sentido de que lo que para el resto de nosotros constituye la verdad, es decir, aquello que puede ser probado con datos, con hechos para los fascistas, no necesariamente eso es verdad. Es decir, lo que es la verdad empírica es una verdad para ellos parcial, una verdad menor con respecto a lo que ellos piensan que es la verdad revelada. Por eso el fascismo se presenta como un culto, como una religión política, y cuando ellos hablan de verdad, están hablando de una verdad que no necesita ser probada y que incluso cuando es una verdad que está desmentida por los hechos, los fascistas deciden no sólo ignorar los hechos, sino tratar de cambiarlos para adaptarlos a la verdad, a la verdad revelada que ellos plantean”.
“Como esa concepción fascista de la verdad -añadió- en realidad se relaciona con todo aquello que el líder piensa, al líder fascista se le atribuyen y se atribuye a sí mismo condiciones de tipo divino. Y en ese caso, todo lo que dice se presenta como verdad revelada. En ese marco, todos aquellos que no están de acuerdo o que son identificados por esa verdad revelada como enemigos o traidores, son justamente presentados como grandes mentirosos. Entonces lo que vemos es un ejercicio terrible de proyección, según el cual a los enemigos se les atribuyen todas las características que en realidad definen al propio ser fascista”.
En el prólogo del libro “La extrema derecha en América Latina” aparecido en agosto de 2023, el sociólogo argentino Daniel Feierstein (1967) consideró: “Si los conceptos sirven para dar cuenta de elementos estructurales comunes en objetos claramente diferentes, la memoria recupera esos elementos estructurales para iluminar el presente con las experiencias del pasado. Sin ese sentido, la pregunta de fondo no sería qué tan parecidas son estas nuevas derechas a las derechas fascistas del siglo XX (es obvio que no pueden ser idénticas, en parte porque ninguna derecha fascista fue idéntica a la otra y en parte porque no son equivalentes las condiciones de la segunda y tercera décadas del siglo XXI que las existentes un siglo antes)”. Y concluyó: “Insisto: utilizar el mismo concepto para experiencias diferentes no significa plantear que son idénticas. Simplemente constituye una señal de alerta para ejercer la capacidad humana de la memoria: utilizar los aprendizajes del pasado para lidiar con problemas del presente”.
La realización de la Conferencia de Acción Política Conservadora, organizada por la Unión Conservadora Estadounidense el pasado 24 de febrero en Washington, llevó al Licenciado en Psicología cubano Omar Stainer (1984) a publicar en el Portal de Noticias de América Latina y el Caribe NODAL, el artículo “¿Fascismo en América Latina?”. Allí opinó que “a juzgar por sus cien años, el fascismo podría ser visto como un anciano que ha dejado atrás su ímpetu juvenil o que sólo está en las fotos y los libros de historia. Sin embargo, si alguna virtud puede achacársele, es su capacidad para nacer cada día, en lugares distantes, entre personas distintas. ¿Cómo es posible eso? ¿Cuánto más vivirá? ¿Ha mutado o es idéntico al de Mussolini o Hitler? ¿Tiene presencia en América Latina? ¿Existe una crisis en América Latina capaz de generar un malestar lo suficientemente significativo para que derive en conductas de odio mediante movilizaciones reaccionarias, y además logre que grupos sociales se aglutinen alrededor de una ideología común, y logren imponer su voluntad al resto? Escribir sobre el fascismo es complicado, tanto como responder a cada una de esos interrogantes. Pero para que el fascismo viva, deben existir los fascistas”.
Y consideró que el fascismo “capta adeptos por su capacidad para reconducir el malestar social creciente. Nada genera más odio que un malestar entronizado de tal manera que resulte insuperable y aniquile cualquier expectativa positiva de mejora. La principal lección que dejó la conferencia es que la derecha y su variante extrema avanzan en su articulación, y tienen representantes en América Latina. De hecho, está por verse el estrago que hará en un país clave para la integración regional como Argentina”. Se refería al sociópata presidente argentino que, una vez más, pronunció uno de sus habituales altisonantes y desatinados discursos en el que, entre otros desvaríos, afirmó que el ecologismo plantea la lucha del hombre contra la naturaleza, que no hay que dejarse llevar por los cantos de sirena de la justicia social, que promover el libre comercio es promover la paz y que los monopolios trajeron reducción de la pobreza y bienestar. Nada más, está todo dicho.