LA QUIMERA DEL ORO
Noemí Brown
Argentina (1945)
Ya
era tarde cuando bajamos de la higuera. El sol, a través del follaje, marcaba
medallones
dorados sobre el piso de tierra.
- Mirá, -le dije a mi hermano- monedas de oro.
Me puse a juntarlas una por una. El sol, que seguía cayendo, borraba el dibujo poco a poco.
- Dale, ayudame, pronto van a desaparecer todas.
Entonces se agachó dispuesto a juntar. Pero era tarde. El árbol ya era una mancha negra contra el suelo. Levantó los hombros y me miró con impotencia.
En ese momento, mamá nos llamó desde la casa.
- ¡Chicos, entren, está refrescando!
Mientras caminábamos hacia la cocina, él llevaba las manos vacías en los bolsillos, los míos tintineaban.
No todos pueden imaginar la felicidad, pensé. Y sentí lástima por mi hermano.
CÓRTAME EL NUDO,
GORDIANO
David Roas
España (1965)
Ismael
Godínez, lúcido aún, nota cómo su cuerpo se mece como un pelele colgado del
techo de la habitación, y se arrepiente de haber cedido a aquel estúpido arrebato.
Sus manos actúan de forma autónoma intentando detener la terrible opresión de
su cuello, mientras sus pulmones luchan por tragar un poco más de aire. De
pronto un pequeño halo de luz se cuela bajo la puerta. Ismael sabe que puede
llegar su salvación, pero no se atreve a moverse: ello aceleraría más su
estrangulamiento. Para llamar la atención, lanza unos gemidos sofocados. Al
otro lado de la puerta sus padres escuchan en silencio, felices de saber que
Ismael, por fin, ha traído a casa una amiguita.
LA COMIDA FAVORITA DE
BALZAC
Maeve Brennan
Irlanda (1917-1993)
Hay
una librería en la calle 48, no lejos de la Sexta Avenida, donde venden sobre
todo libros de bolsillo y libros viejos, saldos de los editores. Yo estaba allí
el otro día mirando. Era sábado y hacía fresco. La puerta estaba abierta a la
calle. Era la hora del almuerzo y los clientes eran ocasionales. La tarde era
lenta y la ciudad parecía amistosa y cansada… no se oían quejas. Ese humor de
siesta es muy notable en Nueva York y, en pleno centro, muy raro. Era una
ocasión misteriosa y alegre, como si a todos los ciudadanos les hubieran
repartido su dosis estacional de tiempo y hubieran descubierto que tenían
mucho, de sobra, mucho más tiempo del que nunca hubieran imaginado. En la
librería todo estaba en calma. Podría haber estado muy lejos, en una ciudad mucho
más antigua, recorriendo tiendas de anticuarios. El ritmo era concentrado y sin
prisa, mientras los clientes serpenteaban entre las obras de Henry James, Rex
Stout, Françoise Mallet-Joris, Iván Turguénev, Agatha Christie y el resto, más
y más nombres que iban apareciendo frente a mis ojos mientras seguía mirando.
Yo ya había recopilado todo lo que quería comprar -llevaba cinco libros bajo el
brazo- y estaba mirando otro, ahora no recuerdo el título, y leyendo una
descripción de la comida favorita de Balzac. Lo que más le gustaba al escritor
era pan simple cubierto de sardinas que había triturado para formar una pasta
que mezclaba con algo. ¿Qué era lo que Balzac mezclaba en su pasta de sardinas?
Estaba intentando descubrirlo, leyéndolo todo otra vez y pensando en lo
delicioso que sonaba, cuando mis oídos se vieron ofendidos por ásperas voces
que chirriaban justo al otro lado de la puerta; gente hacía comentarios sobre
los libros del escaparate.
- ¡Eh, Marilyn Monroe rebajada! -exclamó una voz masculina-. ¡De cinco dólares con setenta y cinco a un dólar noventa y dos!
Hubo graznidos de risas y luego una voz de mujer dijo -hablaba una vieja fastidiosa-:
- Espera hasta que llegue al dólar.
- ¡Demasiado! ¡Demasiado! ¡Un dólar es demasiado! -gritó el hombre y aquellos seres horribles entraron en tropel a la librería y yo cogí mis gafas para verlos de cerca. Crueldad, Estupidez y Ruido; eran tres, un hombre, una mujer y otro, pero no pude ver al tercero, pues quedaba oculto tras la alta y alargada estantería que todos estaban mirando y que les hacía tanta gracia. Pronunciaban los nombres y títulos en voz alta y hacían muchos chistes malos, estropeándole la atmósfera a todos los demás, de modo que pagué los libros que tenía bajo el brazo y salí.
Me fui a Le Steak de París y pedí sardinas y pan, pero cuando empecé a aplastar a las sardinas ya no recordaba qué era lo que les ponía Balzac. No importaba. Las sardinas con pan solo son muy buenas. Me dije que no valía la pena pensar en las hienas de la librería. Un día de estos, su capacidad para despertar violencia provocará a alguien que ya es violento -eso me dije-. Encontrarán la horma de sus zapatos. El tiempo les ajustará las cuentas. Nunca conocerán nada excepto el miserable sentimiento de envidia. Aprenderán, como el pastorcillo que gritaba que venía el lobo, pues todos esos que se empeñan en reírse los últimos acaban mal. No me importa. La pequeña librería está abierta hasta tarde y voy a volver este mismo anochecer a encontrar ese libro que estaba mirando y que describe la pasta de sardinas de Balzac. Antes de que caiga la noche sabré exactamente cuál era la comida favorita del maestro y también conoceré el sabor que tiene hoy.
LIMPIEZA
Beatriz Aloé
Argentina (1953)
Los
vidrios del tercero quedaron impecables y ella, bien muerta, tendida sobre la
vereda, con las piernas blancas y regordetas algo entreabiertas y un trapo gris
en una de sus manos. El limpia vidrios yacía algo más lejos.
Desde el balcón de enfrente me quedé pensando que los vidrios de casa estaban sucios y necesitaban una limpieza.
MEDIA NARANJA
Juana Ciudad Pizarro
España (1962)
Se
habían conocido por internet hacía ya dos años y ambos estaban convencidos de
estar hechos el uno para el otro. Y debía ser verdad, porque cuando por fin se
citaron para verse comprobaron, con sorpresa, que ya habían estado casados.
PINCELADAS
Juan Armando Epple
Chile (1946-2022)
El
joven artista Adolfo Hitler fue aceptado en la Academia de Bellas Artes de
Viena. En poco tiempo pasó del fatigoso ejercicio de la pintura figurativa a la
experimentación vanguardista que escandalizaba a sus maestros y entusiasmaba a
su generación.
En los años veinte se le vio frecuentando los cafés de Munich, ostentando el traje oscuro y la boina roja que habían puesto de moda sus congéneres de París. La social democracia llamó las elecciones parlamentarias y se inició una nueva era de reformas en el Reichstag.
En 1941 cumplió su sueño de visitar Francia. Hay una foto en que se le ve admirando la ciudad, trente a la torre de Eiffel.
TIEMPO DE AMOR
José J. Alfaro Calvo
España (1947)
El
tiempo no funciona cuando llega el amor.
Mañana te estuve contemplando durante dos horas seguidas. Ayer me compraré dos ojos de repuesto y así seguir mirándote.
HISTORIA DEL JOVEN
CELOSO
Henri Pierre Cami
Francia (1884-1958)
Había
una vez un joven que estaba muy celoso de una muchacha bastante voluble. Un día
le dijo:
- Tus ojos miran a todo el mundo.
Entonces, le arrancó los ojos.
Después le dijo:
- Con tus manos puedes hacer gestos de invitación.
Y le cortó las manos.
“Todavía puede hablar con otros”, pensó.
Y le extirpó la lengua.
Luego, para impedirle sonreír a los eventuales admiradores, le arrancó todos los dientes.
Por último, le cortó las piernas. “De este modo -se dijo- estaré más tranquilo”.
Solamente entonces pudo dejar sin vigilancia a la joven muchacha que amaba. “Ella es fea -pensaba-, pero al menos será mía hasta la muerte”.
Un día volvió a la casa y no encontró a la muchacha: había desaparecido, raptada por un exhibidor de fenómenos.
DE LAS APARIENCIAS
Julia Otxoa
España (1953)
Era
un hombre tan delgado que a menudo se lo llevaba el viento. Así que en
previsión de este tipo de catástrofes, se había llenado los bolsillos de
piedras. Pero la suerte no estaba de su lado. Ocurrió durante una de aquellas
noches en las que un fuerte viento no lograba llevárselo; el pobre hombre, loco
de contento, celebraba su dicha con los marineros por las tabernas del puerto.
Nunca fue tan feliz.
Al amanecer, caminaba completamente ebrio como un ángel frágil junto a los embarcaderos; dicen que debió resbalar y caer al mar mientras cantaba. De todas formas esta versión de los hechos nunca fue escuchada. La oficial fue la del suicidio, llenos de pesadas piedras sus bolsillos.
HABITACIÓN 35
André Breton
Francia (1896-1966)
Un
señor se presenta en un hotel y pide una habitación. Le dan la 35. Al bajar,
unos minutos después, y mientras devuelve la llave en la recepción, dice:
- Perdone, tengo muy mala memoria. Si no tiene inconveniente, cada vez que vuelva, yo le diré mi nombre: “Señor Delouit”, y usted me repetirá el número de mi habitación.
- Está bien, señor.
Poco después, se asoma a la oficina:
- Señor Delouit.
- Es la número 35.
- Gracias.
Un minuto más tarde, un hombre extraordinariamente agitado, con la ropa cubierta de barro, ensangrentado y casi sin aspecto humano, se dirige al conserje:
- Señor Delouit.
- ¿Cómo que “Señor Delouit”? No se burle de mí. El señor Delouit acaba de subir.
- Perdone, soy yo… Acabo de caerme por la ventana. ¿Cuál es el número de mi habitación, por favor?
Argentina (1945)
dorados sobre el piso de tierra.
- Mirá, -le dije a mi hermano- monedas de oro.
Me puse a juntarlas una por una. El sol, que seguía cayendo, borraba el dibujo poco a poco.
- Dale, ayudame, pronto van a desaparecer todas.
Entonces se agachó dispuesto a juntar. Pero era tarde. El árbol ya era una mancha negra contra el suelo. Levantó los hombros y me miró con impotencia.
En ese momento, mamá nos llamó desde la casa.
- ¡Chicos, entren, está refrescando!
Mientras caminábamos hacia la cocina, él llevaba las manos vacías en los bolsillos, los míos tintineaban.
No todos pueden imaginar la felicidad, pensé. Y sentí lástima por mi hermano.
David Roas
España (1965)
Maeve Brennan
Irlanda (1917-1993)
- ¡Eh, Marilyn Monroe rebajada! -exclamó una voz masculina-. ¡De cinco dólares con setenta y cinco a un dólar noventa y dos!
Hubo graznidos de risas y luego una voz de mujer dijo -hablaba una vieja fastidiosa-:
- Espera hasta que llegue al dólar.
- ¡Demasiado! ¡Demasiado! ¡Un dólar es demasiado! -gritó el hombre y aquellos seres horribles entraron en tropel a la librería y yo cogí mis gafas para verlos de cerca. Crueldad, Estupidez y Ruido; eran tres, un hombre, una mujer y otro, pero no pude ver al tercero, pues quedaba oculto tras la alta y alargada estantería que todos estaban mirando y que les hacía tanta gracia. Pronunciaban los nombres y títulos en voz alta y hacían muchos chistes malos, estropeándole la atmósfera a todos los demás, de modo que pagué los libros que tenía bajo el brazo y salí.
Me fui a Le Steak de París y pedí sardinas y pan, pero cuando empecé a aplastar a las sardinas ya no recordaba qué era lo que les ponía Balzac. No importaba. Las sardinas con pan solo son muy buenas. Me dije que no valía la pena pensar en las hienas de la librería. Un día de estos, su capacidad para despertar violencia provocará a alguien que ya es violento -eso me dije-. Encontrarán la horma de sus zapatos. El tiempo les ajustará las cuentas. Nunca conocerán nada excepto el miserable sentimiento de envidia. Aprenderán, como el pastorcillo que gritaba que venía el lobo, pues todos esos que se empeñan en reírse los últimos acaban mal. No me importa. La pequeña librería está abierta hasta tarde y voy a volver este mismo anochecer a encontrar ese libro que estaba mirando y que describe la pasta de sardinas de Balzac. Antes de que caiga la noche sabré exactamente cuál era la comida favorita del maestro y también conoceré el sabor que tiene hoy.
Beatriz Aloé
Argentina (1953)
Desde el balcón de enfrente me quedé pensando que los vidrios de casa estaban sucios y necesitaban una limpieza.
Juana Ciudad Pizarro
España (1962)
Juan Armando Epple
Chile (1946-2022)
En los años veinte se le vio frecuentando los cafés de Munich, ostentando el traje oscuro y la boina roja que habían puesto de moda sus congéneres de París. La social democracia llamó las elecciones parlamentarias y se inició una nueva era de reformas en el Reichstag.
En 1941 cumplió su sueño de visitar Francia. Hay una foto en que se le ve admirando la ciudad, trente a la torre de Eiffel.
José J. Alfaro Calvo
España (1947)
Mañana te estuve contemplando durante dos horas seguidas. Ayer me compraré dos ojos de repuesto y así seguir mirándote.
Henri Pierre Cami
Francia (1884-1958)
- Tus ojos miran a todo el mundo.
Entonces, le arrancó los ojos.
Después le dijo:
- Con tus manos puedes hacer gestos de invitación.
Y le cortó las manos.
“Todavía puede hablar con otros”, pensó.
Y le extirpó la lengua.
Luego, para impedirle sonreír a los eventuales admiradores, le arrancó todos los dientes.
Por último, le cortó las piernas. “De este modo -se dijo- estaré más tranquilo”.
Solamente entonces pudo dejar sin vigilancia a la joven muchacha que amaba. “Ella es fea -pensaba-, pero al menos será mía hasta la muerte”.
Un día volvió a la casa y no encontró a la muchacha: había desaparecido, raptada por un exhibidor de fenómenos.
Julia Otxoa
España (1953)
Al amanecer, caminaba completamente ebrio como un ángel frágil junto a los embarcaderos; dicen que debió resbalar y caer al mar mientras cantaba. De todas formas esta versión de los hechos nunca fue escuchada. La oficial fue la del suicidio, llenos de pesadas piedras sus bolsillos.
André Breton
Francia (1896-1966)
- Perdone, tengo muy mala memoria. Si no tiene inconveniente, cada vez que vuelva, yo le diré mi nombre: “Señor Delouit”, y usted me repetirá el número de mi habitación.
- Está bien, señor.
Poco después, se asoma a la oficina:
- Señor Delouit.
- Es la número 35.
- Gracias.
Un minuto más tarde, un hombre extraordinariamente agitado, con la ropa cubierta de barro, ensangrentado y casi sin aspecto humano, se dirige al conserje:
- Señor Delouit.
- ¿Cómo que “Señor Delouit”? No se burle de mí. El señor Delouit acaba de subir.
- Perdone, soy yo… Acabo de caerme por la ventana. ¿Cuál es el número de mi habitación, por favor?