Zygmunt Bauman: “Estamos viviendo en una condición de incertidumbre continua, permanente. La incertidumbre es la única certeza que tenemos”.
El 9 de enero de hace ocho
años fallecía en Leeds, Inglaterra, el gran sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico de origen judío Zygmunt Bauman (1925-2017).
Gracias a su extensa obra, referida a problemáticas tales como la segmentación
social, el consumismo, la burocracia, los distintos factores sociales,
culturales y económicos, la globalización, las redes sociales y los amplios
cambios en la naturaleza de las sociedades contemporáneas y sus efectos en las
comunidades y los individuos, se convirtió en uno de los principales referentes
en los debates sociopolíticos desde los años ’50 del siglo pasado. Desarrolló
el concepto de “modernidad líquida” para referirse a la fluidez conque se
producen los cambios en las relaciones humanas, las que convierten en inestables
y caóticas a las sociedades modernas. Para Bauman, esas relaciones se han
vuelto temporales, superficiales, basadas en los intereses personales y dejando
de lado el compromiso para con los otros.
Entre sus numerosos
ensayos sobre estos temas pueden mencionarse “Liquid love. On the frailty of human
bonds” (Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos), “Postmodernity
and its discontents” (La postmodernidad y sus descontentos), “Modernity and
ambivalence” (Modernidad y ambivalencia), “Work, consumerism and the new poor”
(Trabajo, consumismo y los nuevos pobres), “Globalization: the human consequences”
(La globalización: consecuencias humanas), “The individualized society” (La
sociedad individualizada), “Collateral damage. Social inequalities in a global
age” (Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global), “Wasted lives.
modernity and its outcasts” (Vidas desperdiciadas: La modernidad y sus parias),
“Consuming life” (Vida de consumo) y “Does the richness of the few benefit us all?”
(¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?).
En agosto de 2015, Bauman
fue entrevistado por el periodista y empresario de medios argentinos Jorge
Fontevecchia, con quien mantuvo con extensa charla que se convertiría en el
último reportaje extenso que el filósofo concedería en su vida. El mismo fue
reproducido en el diario “Perfil” el día de su fallecimiento. Fragmentos del
mismo pueden leerse a continuación.
Sus aportes son relevantes
en relación con la categoría de “liquidez”. Lo que usted ha llamado “modernidad
líquida” es el eje de casi todos sus ensayos. ¿Puede describir brevemente esta
noción?
La liquidez es metafórica,
por supuesto. Se justifica porque poco puede mantener su forma por mucho tiempo
debido a que aún el estímulo más pequeño, un cambio en la dirección del viento,
la moda o lo que fuera, puede cambiar la situación. Complementando la cuestión
de liquidez con otra metáfora: el interregno. El interregno fue planteado por
Titus Livius en la Roma Antigua. El primer rey legendario de Roma fue Rómulo,
que reinó treinta y siete años, que era el promedio de vida de la gente común
en ese momento, lo que significa que cuando murió había muy poca gente que
recordaba a Roma sin Rómulo. Consideraban la presencia de Rómulo, quien daba
órdenes y establecía reglas, como un estado natural del mundo. Entonces, luego
de su muerte hubo una gran confusión. La única fuente de sabiduría desapareció.
Aprendieron maneras de vivir la vida, ya que no había una autoridad suprema,
pero los nuevos no habían sido anunciados aún. Este es el estado de interregno.
En tiempos modernos, Antonio Gramsci, el gran filósofo italiano, actualizó la
idea. Ya no lo conectaba a la muerte de un rey y otro sin nombrar aún, sino que
era una situación en la cual las viejas costumbres ya no funcionaban, eran poco
fiables, pero la nueva situación, más efectiva, más adecuada, no se ha inventado
todavía. Estamos en un estado de interregno. Un estado de interregno es líquido
porque no hay continuidad. La discontinuidad es tan frecuente como la
continuidad, por lo cual no se puede confiar en que lo que pasó ayer pasará
mañana del mismo modo. Estamos viviendo en otra condición de incertidumbre
continua, permanente. Me gusta decir que la incertidumbre es la única certeza
que tenemos.
Nada es sólido.
Sí, lo que significa que
la vida, en otras condiciones de modernidad líquida o interregno, es un
experimento constante. Todo puede suceder, pero nada puede ocurrir con certeza
absoluta.
¿Por qué los individuos
cooperan voluntariamente compartiendo información acerca de su vida personal,
hábitos de consumo, relaciones a través de las redes sociales?
Es asombroso para mí.
Todos los servicios secretos de la modernidad sólida, la CIA, la KGB, la Stasi,
no son capaces de juntar tanta información sobre nosotros como la que
voluntariamente les ofrecemos. Las sociedades totalitarias eran usualmente
sociedades pobres, ya que gastaban mucho dinero para que los espías recaudaran
información, tenían que pagar por esto. Nosotros estamos brindando nuestra
información personal, por la cual no sólo no tienen que pagarnos, sino que
estamos nosotros pagando el privilegio de ser espiados. Es asombroso cómo ha
cambiado la mentalidad a lo largo de mi vida. Ahora la gente provee información
de manera voluntaria.
¿Por qué?
Me lo explico a mí mismo
por el hecho de que uno de los mayores temores en la época contemporánea, que
atormenta a las personas, que causa pesadillas, es el miedo a ser excluido,
abandonado, a quedarse solo, ser dejado en la oscuridad. Mark Zuckerberg
capitalizó sobre este miedo 50.000 millones de dólares. Creó Facebook, y
Facebook significa que nunca estás solo. Se puede contactar con personas las veinticuatro
horas del día, los siete días de la semana. Eso aplica también a esta pregunta
que plantea, ya que el precio que se paga por eso es que cada momento que se
pasa en Facebook es registrado, de la misma manera en que es registrado cuando
se usa un teléfono celular. En algún lugar, en un gran banco de datos eso está
siendo registrado.
Ese es el precio.
Estamos dispuestos a
sacrificarnos para escapar a la amenaza de ser abandonados, excluidos; para ser
reconocidos. Estamos viviendo a través de esto no como un acto de esclavitud o
represión sino, por el contrario, como un acto que hace posible que nos
liberemos. Ahora tenemos la posibilidad de estar constantemente en compañía,
podemos dejar de temer a ser abandonados.
En la modernidad líquida,
¿la identidad se define a partir de la creación de redes y de la interacción?
¿De máscaras? ¿Cuáles serían las consecuencias de esto?
La identidad no es algo
que uno construye de una vez y para siempre ya que pertenece de manera
simultánea a distintos círculos, y cada uno de ellos posee su propia demanda.
No es una cuestión de elección, es una cuestión de necesidad. Más que
identidad, es un proceso de identificación porque éste nunca termina. La
persona es guiada de manera simultánea por el deseo de autodeterminación y, por
otro lado, es guiada simultáneamente por el deseo de no construir una
identificación demasiado inalterable ya que las circunstancias podrían cambiar,
podría encontrarse bajo condiciones diferentes y, por consiguiente, querrá
ajustar su identidad a esas nuevas condiciones, nuevas oportunidades, nuevas
promesas. Pero si la identidad previa es demasiado inalterable, la persona
queda fijada y ya no podrá hacerlo. Por lo tanto, hay un miedo a la fijación y
al deseo de dejar sus opciones abiertas al futuro que transforma el proceso de
la identidad con el proceso de identificación.
¿Esa sobreproducción de
máscaras genera angustia existencial?
No sé a qué se refiere con
sobreproducción. El conflicto básico es entre dos valores que son
equitativamente deseados, pero muy difíciles de reconciliar. Uno de los valores
es la estabilidad, la seguridad y la certeza; el otro valor es la libertad. La
libertad de poder experimentar, cambiar algo en la vida, mejorarla, criticar la
condición alcanzada y querer modificarla. Ambos valores son necesarios porque
la seguridad sin libertad es simple esclavitud, y la libertad sin seguridad es
absoluto caos, la imposibilidad de hacer algo. La libertad absoluta es una pesadilla.
Por lo que se necesita de ambas, pero la pregunta es cómo reconciliarlas, cuál
es la medida, cuánta seguridad y cuánta libertad.
La edición de “Modernidad
líquida”, cuando usted tenía setenta y cinco años, le trajo gran reconocimiento
mundial. ¿De qué forma usted piensa que se percibe la vejez en la modernidad
líquida? ¿Individuos portadores de sabiduría? ¿Un problema demográfico causado
por el envejecimiento de la población?
Usted me presenta alternativas
con algo de oposición que, de hecho, son complementarias. Estas no son
alternativas: ambas están presentes.
¿Qué significa la muerte
para usted?
Escribí acerca de ello en “Mortalidad
e inmortalidad, dos estrategias de vida”. Pensaba en la inmortalidad, soñaba
con la inmortalidad, soñaba con dejar un rastro en el mundo, dejar el rastro
atrás de mí, vivir la vida de tal manera que no desapareciera junto con el
polvo. Ahora, cada uno determina la estrategia de vida, de qué forma quiere
vivir.
¿Y en su caso?
Es una larga historia, el
libro entero. La pregunta es qué tipo de estrategia seguir. Estas cambian con
el tiempo. El conocimiento de que tenemos que morir, que es irreparable,
inherente a las especies humanas, lo destruye el enfoque moderno. Ya no tenemos
miedo a la muerte, sino que tememos ser parias, les tememos a la enfermedad, a
la contaminación, a la polución, al terrorismo, a los ladrones o lo que sea. De
modo que destruimos la idea de una completa desaparición dentro de una serie de
amenazas. La ventaja de ello es que estamos tan ocupados luchando y alejando
todos estos peligros que nos olvidamos por completo de su futilidad porque en
la muerte ya estamos preparados para morir de todas formas.
¿Usted es ateo?
La eterna presencia de la
religión en la vida de los seres humanos deriva, entre otras cosas, del hecho
de que nunca podremos responder al interrogante sobre si Dios existe o no. Por
definición, Dios es una expresión de nuestra insuficiencia, de nuestra
ignorancia. Por lo tanto, Dios es incognoscible. Nosotros, los seres humanos,
no importa cuán inteligentes seamos, somos incapaces de comprender ese
misterio. Dios es un misterio. Y Dios morirá. Dios es una creación social, fue
creado por la humanidad por esta certeza de que hay un límite para nuestro
entendimiento, lo que no comprendemos es la nada misma. No se puede imaginar la
nada. Cuando se imagina la nada, incluso cuando uno imagina su propio funeral,
no es que lo comprende, pues siempre en su imagen, en su imaginación, es esa
persona que imagina. Uno está presente en su funeral, está con su cámara, con
fotógrafo y todo. Es suficiente... la nada es inimaginable. El mundo sin mi
presencia también es inimaginable. Y el otro límite para nuestro entendimiento
es el infinito, es el fin de nuestro entendimiento. Nuestra evolución nos creó
para vivir en un espacio cerrado, en un espacio confinado, no en un espacio
infinito. Eso escapa a nuestro entendimiento. Por lo tanto, es un sentimiento
de carencia, de insuficiencia. No somos completamente autosuficientes. Algo hay
a nuestro alrededor, es probablemente una gran influencia sobre nuestras vidas,
y no sólo no podemos controlarlo, no podemos siquiera visualizarlo. Esa es mi
respuesta. Entonces, Dios nació con la especie, que era consciente de su
mortalidad. Y, finalmente, Dios morirá, no de la manera que dijo Nietzsche, que
es muerte, sino junto con la humanidad.
¿Existe una relación entre
pensamiento y velocidad por la cual los medios de comunicación inmediatos estén
obligados a ser superficiales?
El término surfear. No
leer, no caminar, ni siquiera correr, ni siquiera nadar, sino surfear. Surfear
significa deslizarse sobre una superficie. En internet uno no está parado, está
surfeando de un sitio web al otro, perseguido siempre por la idea de que puede
haber uno, que no ha visitado, con algunos tesoros ocultos, así que cambia tan
rápido como puede. Nuestra paciencia ha sido socavada simplemente porque es tan
sencillo moverse de un sitio web al otro. Yo lo encuentro incluso en mi propio
uso de internet: muy pocas veces leo el artículo completo porque tengo poco
tiempo disponible, siempre estoy apurado. Estudio un problema, necesito
recolectar información de un sitio web, así que trato de desarrollar este
difícil arte de surfear, tomando fragmentos en el camino de aquí a allá, los
cuales, a la larga, creo que vuelven nuestro conocimiento muy superficial.
¿La pérdida de la memoria
cambiará nuestra mente?
Sí. Antes, el esfuerzo de
aprender a largo plazo, de asimilar conocimientos y mantenerlos allí tenía un
valor de supervivencia. Ya no es más porque la información está disponible en
cualquier momento.
Si perdemos la memoria y
también perdemos la paciencia, ¿surgirá un nuevo ser humano?
Muchas personas, cuando no
encuentran en menos de un minuto su respuesta en un sitio web, ya abandonan la
idea, se vuelven furiosas. La paciencia es muy limitada hoy en día, los lapsos
de atención se vuelven más y más limitados.
¿Qué piensa sobre el rol
de los intelectuales en distintas formas?
Es un rol tremendamente
importante. Describo todo eso en mis escritos, por ejemplo, en “Legisladores e
intérpretes”, el primer libro de la serie dedicada al análisis de la
modernidad. Los intelectuales, cuando nació la posición, fueron definidos como
legisladores y luego fue resumida en 1899 en la nueva palabra “intelectual”.
Simplemente otorgaban la información, la introducían y establecían por medios
legislativos el estilo de vida que se consideraba apropiado, digno de la
humanidad. Eso cambió. Los intelectuales no son más legisladores, ya no
declaran un veredicto sobre cómo debemos vivir. Sólo tratan de explicar, pero
este acto es crucial porque la experiencia individual, por más brillante que
sea el individuo, es en cierta medida limitada al itinerario individual de la
vida. Muchas de las condiciones que determinan el destino del individuo están
escondidas, tapadas, no contempladas por la división del individuo.
¿Todavía existen los
intelectuales orgánicos? ¿O los intelectuales específicos, como dijo Gramsci?
La idea de Gramsci de
intelectuales orgánicos estaba ajustada a la práctica de las clases sociales.
Las clases eran, a su vez, fuerzas políticas en potencia. Ahora bien, la gran
pregunta es si las categorías de las personas dentro de la sociedad
contemporánea todavía responden a la definición de clase como campo político en
potencia. Tradicionalmente, la sociedad se encontraba dividida en clases altas,
clases medias y clases bajas o clases trabajadoras. Según Guy Standing, un
brillante sociólogo, las clases medias se están disolviendo lentamente, siendo
reemplazadas por lo que se llama la clase precarizada. El término precarización
proviene del francés “précarité”, inestabilidad. La clase media no está
sólidamente establecida, no está orientada al futuro, no son audaces, no
experimentan. Lo que distingue a la clase precarizada es su falta de confianza
en sí misma. Ya no están seguros de sí mismos, de la estabilidad, de la
posición en la sociedad, de la duración de sus logros, de sus logros en
general. También los distingue su miedo disipado e inespecífico. El miedo a
perder, de perderlo todo. Pueden perder a su pareja, pueden perder su trabajo,
pueden perder su fortuna en la Bolsa de Valores, pueden perder todo aquello por
lo que trabajaron. Lo que define al precarizado como una clase son estos
temores comunes a todos los miembros de la clase. No se unen entre sí. Cada uno
sufre por su cuenta. Y esta clase de sufrimiento no los lleva a unirse, a
desarrollar solidaridad con sus pares. Al contrario: los ubica como
competidores. Compiten por el mismo trabajo, por las mismas oportunidades de
sobrevivir el próximo round de austeridad, el próximo round de economías, por
lo cual hay pocas probabilidades de transformar esta categoría de población en una
clase social. Y lo mismo se aplica a las clases bajas, las cuales ahora han
sido renombradas. Usted conoce la noción de clase marginal, que es muy
diferente de la clase baja. La clase baja se encuentra en el extremo inferior
de la escalera, pero, al menos, está en la escalera, sólo son un conjunto de
solitarios abandonados, privados y despojados, que viven con dolor, sufriendo.