26 de febrero de 2025

Ricardo Forster: “Borges hubiera sentido un rechazo abrumador a un lenguaje tan soez, brutal y analfabeto como el que hoy habita en gran parte de la vida pública argentina”

El filósofo y escritor Ricardo Forster (1957) nació en la ciudad de Buenos Aires y se licenció y doctoró en Filosofía en la Universidad Nacional de Córdoba.
Actualmente es profesor e investigador de Historia de las Ideas en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y ha sido profesor invitado en universidades de Alemania, Brasil, Chile, Colombia, España, Estados Unidos, México, República Checa y Uruguay. De su copiosa obra pueden mencionarse los ensayos “El exilio de la palabra. Ensayo en torno a lo judío”, “El laberinto de las voces argentinas”, “Mesianismo, nihilismo y redención. De Abraham a Spinoza, de Marx a Benjamin”, “Crítica y sospecha. Los claroscuros de la cultura moderna”, “Por el desfiladero de la cultura y la barbarie”, “La anomalía argentina”, “El litigio por la democracia”, “La repetición argentina. Del kirchnerismo a la nueva derecha”, “Huellas que regresan. Sobre la naturaleza, la infancia, los viajes y los libros”, “Notas sobre la barbarie y la esperanza”, “La sociedad invernadero. El neoliberalismo entre las paradojas de la libertad, la fábrica de subjetividad, el neofascismo y la digitalización del mundo” y “La biblioteca infinita. Leer y desleer a Borges”. Precisamente sobre esta obra, recientemente publicada, se centra la entrevista que le realizó Oscar Ranzani para la edición del 14 de noviembre de 2024 del diario “Página12”. En ella el escritor no solo se refirió a la obra del autor de “Ficciones” sino que también lo hizo sobre los brutales ataques del actual gobierno nacional a la cultura.


En ese sentido, en otra entrevista aparecida unos meses antes en el mismo diario expresó: “La memoria es cada día más frágil. Vivimos en un presente continuo donde se bombardea la relación con el pasado y la memoria. Hay que romper el esquema que las extremas derechas están ofreciendo a la sociedad, que es algo horrible, pero que se trasviste como si fuera algo positivo porque se lo hace en nombre de la libertad”. Y concluyó: “La sociedad debe salir del desconcierto, de la desesperanza, de la pérdida de orientación y volver a nuclearse alrededor de centros de representación. El problema, y no solo en Argentina, es que le cuesta mucho al discurso progresista, democrático, popular, recobrar esa capacidad que tenía de interpelar de cara al futuro”.
 

Decís que leer a Borges es también un viaje hacia las lecturas de infancia. ¿Por qué sentiste eso?

Quizás porque Borges tiene una relación muy profunda con algunos de los escritores con los que yo recorrí también mi infancia, y muchos otros. Stevenson, que es un autor esencial para Borges porque en él la idea del doble tiene una relación directa con Jekyll y Hyde. Pero también su lectura atenta de un escritor hoy quizás olvidado en la tradición argentina pero muy importante, sobre todo para quienes estudiamos la primaria en la provincia de Buenos Aires, que fue Guillermo Enrique Hudson. Borges le presta mucha atención a Hudson, le dedica dos o tres ensayos, habla de su primera novela La tierra purpúrea. Pero también fue un lector apasionado de Mark Twain, de Jack London, de Dickens, autores que habitaron mi infancia y cuando los redescubrí con Borges era como hacer un viaje nostálgico hacia esas lecturas únicas y decisivas entre los ocho y los once años.

¿Por qué señalás que su escritura es el resultado de los libros leídos, y no de experiencias reales?

Porque él mismo lo ha señalado, pero también algunas críticas interesantes como la de Beatriz Sarlo o Alan Pauls. Más de un crítico de Borges ha señalado que Borges habitó su literatura como un modo de volver real, en términos de ficción, aquello que nunca experimentó. Borges dijo más de una vez que hubiera deseado ser un guerrero en las guerras civiles de la Independencia o atravesar aventuras por geografías indómitas. Y, sin embargo, su relación con el mundo fue la que los libros le depararon: sus viajes por las enciclopedias. Obviamente que Borges pasó su adolescencia en Ginebra, y su primera juventud en España, y después, en su madurez, ya ciego, viajó a distintas partes del planeta. Pero los viajes concretos que alimentaron su literatura fueron literarios. En ese sentido, Borges tuvo una vida “anodina”, común y corriente, para llamarla de alguna manera. La vida que despliega como escritor tiene que ver con esos legados, esas herencias y esas lecturas de autores que van desde Homero hasta Shakespeare, pasando por el Dante y algunos escritores claves de la tradición argentina como José Hernández, el propio Lugones, o sus conversaciones con Macedonio Fernández. Y a eso se agrega su descubrimiento de la poesía de Walt Whitman en Ginebra. O de filósofos como Schopenhauer y Nietzsche, que para él eran parte del campo de la literatura. En ese sentido, las aventuras de Borges son aventuras que se construyen en el mar de la ficción, no en la realidad de los cuerpos jugándose en la materialidad de la vida.

¿Por qué sentís que los libros de Borges son como un espejo que siempre nos está revelando otras cosas?

A lo largo de la vida, quien ha sido lector de Borges descubre que cada vez que vuelve a leer cuentos ya leídos muchas otras veces se topa con que hay otra dimensión, otra posibilidad de interpretación. Y, a su vez, Borges tiene esa capacidad de dejarnos pistas para que sigamos buscando nuevas significaciones y sentidos. Es como cuando él dice que, al abrir un tomo de una enciclopedia de forma azarosa, ir a una letra cualquiera y ver alguna de las entradas, cada una de esas entradas está al lado de otra, y lo llevan a mundos diferentes. Y que esos mundos diferentes no estaban antes de haber hecho ese viaje por la enciclopedia. Borges desplegó varias dimensiones.

¿Cómo cuáles?

Una es la narrativa: sus cuentos lo han hecho más famoso. Y otras dos fundamentales son el ensayo y la poesía. Si uno se mete en el ensayo de Borges hay discusiones sobre mil cuestiones diferentes: la lengua de los argentinos, su tradición, la cuestión de la mística, el gnosticismo, el lenguaje. Aparte, los ensayos de Borges están cargados de espíritus literarios, precisamente por eso son ensayos. Y su poética también tiene la forma de una narrativa. Uno toma los poemas de Borges y siempre está el camino hacia diversas historias. Borges tiene eso: al lector lo invita a que siga leyendo, a que siga imaginando, descubriendo nuevas perspectivas. Tomando en cuenta que juega con la idea de que todos los escritores son en realidad un escritor, y que la originalidad no es más que una forma del plagio o el plagio sería el corazón de la literatura. Porque, de un modo u otro, todos aquellos que construyen el camino de la ficción, de la literatura, de la poesía escriben sobre la escritura de otro. Borges mismo opera ese juego de múltiples espejos que hacen posible que su literatura nos lleve a otras literaturas, a otras referencias porque él una y otra vez está haciendo referencias a filósofos antiguos, a Shakespeare, a Schopenhauer o quien sea. Y cada una de esas referencias, algunas reales y otras absolutamente inventadas. O sea, Borges era un gran humorista y tramposo en ese sentido, y podía escribir un texto engañando al lector respecto a las fuentes supuestamente eruditas que sostenían la historia en ese texto. Eso es parte también del mundo fantástico de Borges.

¿Creés que con el tiempo logró revertirse esa idea de que era un autor para pocos por su característica aristocratizante y elitista?

Es interesante eso y yo lo marco en el libro: Borges escribió mucho, muy prolíficamente en revistas y diarios, que consideraríamos absolutamente anti elitista. Por ejemplo, en “Crítica” de Natalia Botana, el diario por excelencia de lo que se llamaba en esa época “el amarillismo”, pero también escribió en “El Hogar”, una revista para señoras de los años '20, '30, y ahí hizo crítica de cine, escribió sobre mil temas de la vida cotidiana, no tuvo problema en buscar que aquello que él quería decir encontrara el camino hacia lectores amplios. Es cierto que, durante mucho tiempo, se planteó la idea de un Borges de difícil acceso, que narrativamente requería una formación, que el lector tenía que acompañar ese viaje erudito que implicaba el texto borgeano. Algo de eso ha comenzado ya a correrse un poco. Sin embargo, vivimos en una época de un goce de la ignorancia, cuando una parte significativa de la sociedad goza con la ignorancia y juega en el interior de una neobarbarie. Dentro de ese goce de la ignorancia y de esa neobarbarie, Borges se queda del otro lado. Pero me parece que Borges hace mucho tiempo que ganó un lugar decisivo en la cultura del siglo XX, en la conformación de la cultura de los argentinos. Y también hoy puede ser leído a contrapelo.

¿Cómo sería eso?

Significa leerlo como un instrumento crítico de un mundo contemporáneo que cada vez más se achata, se simplifica, se convierte en analfabeto respecto a la complejidad de la creación cultural. Y Borges fue un gran creador cultural, alguien que jugó con cierto engaño y cierto gesto humorístico porque hizo trampas a la hora de mostrarse como más erudito de lo que él creía que era. En sus cuentos y en sus ensayos muchas veces hace un uso espurio, para llamarlo de alguna manera, sucio o lleno de cosas camaleónicas de lo que parecería ser una erudición descomunal. Cierta crítica académica, en algún momento, planteó que el saber borgeano era un saber de enciclopedias vacías. Borges se rió mucho de esto porque para él, el saber enciclopédico es el viaje del azar, de la oportunidad, la novedad, lo imprevisto. Y ese viaje lo puede hacer, obviamente con menos precauciones, alguien que no sabe que aquel que cree que es el portador de un saber especializado. Creo que hay una lectura ignorante de Borges, pero en el buen sentido del término: allí donde se ignora el saber borgeano, quizás Borges permite una lectura muy fresca y es muy interesante.

Una pregunta sobre el país: ¿En qué tipo de laberinto se encuentra la Argentina? ¿En el de Marechal por el que se sale por arriba o en el de Borges que no ofrece salvación por su estructura de pesadilla?

Me gustaría que la idea marechaliana que tantas veces hemos repetido, que del laberinto se sale por arriba, sea lo propio de este tiempo y que podamos salir de este laberinto de pesadilla. Sin embargo, hay mucho de verdad cuando Borges plantea que la estructura del laberinto se acompaña con la pesadilla porque estamos viviendo en un momento pesadillesco, donde una Argentina que quizás intuíamos pero no creíamos que fuera posible, se ha vuelto posible. Por lo menos para una parte significativa de nuestra sociedad que le ha dado aire y representación a una monstruosidad, algo espantoso, a una experiencia que es difícil calificarla de política porque la política es otra cosa. Pero sí una experiencia que nació de un gesto definitivo como es votar en elecciones democráticas por más del 50% a alguien que representa una mirada espantosa de la sociedad, que maneja un discurso y una práctica de la crueldad como solamente pudimos haberla visto en otro contexto y con otro nivel durante la dictadura, en el sentido en que se expresa la crueldad, el macartismo, el autoritarismo, la visión binaria, el dogmatismo radical, la injuria, el insulto. Están construyendo una naturalización de un lenguaje del odio, del rechazo absoluto a quien piensa diferente. Tenemos que repensar mucho. Para decirlo de otro modo: así como cuando uno lee a Borges, a Marechal o a otros grandes escritores o escritoras de la tradición argentina repiensa el pasado y discute el presente, creo que el presente que estamos viviendo nos obliga a repensar muchas cosas del pasado. Aquello que no vimos en el interior de la sociedad argentina, o que piadosamente creíamos olvidado o enterrado a partir de diciembre del '83. En ese sentido, Borges hubiera sentido un rechazo abrumador a un lenguaje tan soez, brutal y analfabeto como el que hoy habita gran parte de la vida pública argentina.

¿Qué pensás sobre el ataque del gobierno nacional a la cultura?

Estas derechas radicalizadas, neofascistas (aunque las definiciones son difíciles porque el fascismo histórico tuvo otras características, pero es cierto que hoy estamos frente a un autoritarismo muy brutal) han identificado a la creación cultural y a la diversidad cultural como enemiga. Está claro que estas derechas también entienden que la disputa es por la subjetividad y, por lo tanto, el centro nodal se juega en el interior también de los grandes modos culturales de construir sentido. Este gobierno va contra la cultura como diversidad, como cultura crítica. De la misma manera que el macrismo planteaba que había que eliminar el pensamiento crítico de la enseñanza porque era un pensamiento triste que impedía la creatividad, el mileísmo cree que hay que destruir la capacidad plural, diversa, contestataria y crítica de la cultura argentina. La cultura, en un sentido muy amplio del término, en nuestro país ha expresado justamente la potencia de la disidencia, de la rebeldía, de la imaginación crítica; ha sido transmisora de valores que reivindican el encuentro, lo común, lo compartido. Bueno, todo eso es antagónico a la idea salvaje de una sociedad anulada como sociedad y convertida en un gran mercado, donde el egoísmo, el narcisismo radical, la lucha de todos contra todos son los valores dominantes. En ese mundo la cultura no tiene lugar porque es una amenaza, porque esa cultura amenaza la univocidad. El gobierno de Milei es un gobierno absolutamente cerrado, totalitario, piensa que la vida tiene un solo registro y que ese registro es monetizable. Se escribe en lengua económica y la cultura escribe en la lengua de la cultura, que es la lengua de Borges.

¿Es ahí donde hay una expresión de por qué este gobierno ataca la cultura?

Sí, no solamente porque hay una tradición argentina de construir una relación entre la cultura, el Estado y lo público, que incluso han respetado casi todos los gobiernos de la democracia, con sus más y con sus menos, bajo la forma del pluralismo, la diversidad y la necesidad imperiosa de que los recursos públicos puedan habilitar a que la creatividad cultural no quede encerrada en una lógica mercantil. Este es un rasgo importantísimo de la cultura argentina que, a su vez, se ha podido desarrollar con autonomía de los intentos de imposición. Y lo hemos visto con la dictadura: en el interior de una dictadura feroz, el mundo del teatro, para nombrar uno, el de la música o el de la creación literaria fueron focos de la resistencia antidictatorial. Es un imposible lo que busca este fascismo de esta época, este totalitarismo de ultraliberal, como podríamos definirlo a Milei. Es imposible derrotar la potencia creativa de la cultura y más en una sociedad como la Argentina. Pero lo intentan sistemáticamente.

21 de febrero de 2025

Francis Scott Fitzgerald, en algún lugar del paraíso

Cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, surgió en Estados Unidos un conjunto de narradores desilusionados y rebeldes, fuertemente individualistas y tan apasionados y desenfrenados que la escritora estadounidense Gertrude Stein (1874-1946), quien residía en Francia desde 1903, los denominó “la generación perdida”. Entre ellos incluyó a Gertrude Stein (1874-1946), Sylvia Beach (1887-1962), Thomas S. Eliot (1888-1965), Jean Rhys (1890-1979), Henry Miller (1891-1980), Archibald MacLeish (1892-1982), Edward E. Cummings (1897-1962), Thomas Wolfe (1900-1938) y Lillian Hellman (1905-1984).
Gertrude Stein causó un gran impacto en la cultura del siglo XX, tanto por su personalidad como por su papel de mecenas de las artes y su propia producción literaria. En su casa parisina se reunían con frecuencia Ernest Hemingway (1899-1961), Sherwood Anderson (1876-1941), Sinclair Lewis (1885-1951), Thornton Wilder (1897-1975), John Dos Passos (1896-1970), Ezra Pound (1885-1972), Erskine Caldwell (1903-1987), William Faulkner (1897-1962), John Steinbeck (1902-1968), Ring Lardner (1885-1933), Nathanael West (1903-1940), James M. Cain (1892-1977) y Horace McCoy (1897-1955). Todos ellos también, miembros de la llamada “generación perdida”.
Además, acudía un joven de modales ampulosos y refinados de quien Hemingway dijo en “A moveable feast” (París era una fiesta, 1964): “Su talento era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa. Hubo un tiempo en que él no se entendía a sí mismo como no se entiende la mariposa, y no se daba cuenta cuando su talento estaba magullado o estropeado. Más tarde tomó conciencia de sus vulneradas alas y de cómo estaban hechas, y aprendió a pensar, pero no supo ya volar porque había perdido el amor al vuelo y no sabía hacer más que recordar los tiempos en que volaba sin esfuerzo”.
Se refería -claro está- a Francis Scott Fitzgerald, quien había nacido en Saint Paul, Minnesota, en el Medio Oeste norteamericano, el 24 de septiembre de 1896, en una familia de ascendencia irlandesa. Durante la infancia del futuro escritor se mudaron a Buffalo, en el estado de Nueva York. Allí realizó sus primeros estudios en dos escuelas católicas: la Holy Angels Convent School y la Nardin Academy. En 1908, cuando la familia regresó a Minnesota, asistió a la St. Paul Academy, escuela en la que, con tan solo trece años, escribió su primer cuento al que tituló “The Mystery of the Raymond MortGage” (El misterio de la hipoteca Raymond) el cual fue publicado en octubre de 1909 en la revista “Now and Then” de dicha escuela. Luego, en 1911, continuó sus estudios secundarios en la Newman School ubicada en Hackensack, Nueva Jersey. Después de graduarse en 1914, gracias a la ayuda económica de una tía pudo ir a estudiar a Princeton.


Entretanto la Primera Guerra Mundial iba, lenta y agotadoramente, finalizando. En el otoño de 1917, como segundo teniente en el Ejército Regular, hizo entrenamiento militar y, mientras escribía los fines de semana, sirvió como ayudante de campo en Alabama. Y entonces sucedió que un día, en un baile en Montgomery, conoció y se enamoró de la hija de un juez, Zelda Sayre (1900-1948), a la que definió como “la chica más linda de Alabama y Georgia” que tenía dieciocho años. Se comprometió con ella, pero el casamiento no se haría hasta que Scott -como familiarmente se lo llamaba- contara con los recursos imprescindibles para mantenerla.
Relevado de sus obligaciones militares, se fue a New York a buscar trabajo. Mientras se mantenía precariamente con el magro sueldo de una agencia de publicidad, en 1918 ofreció a la editorial “Charles Scribner's Sons” su primera novela, “The romantic egoist” (El egoísta romántico), que fue rechazada. Así también sucedió con los cuentos que enviaba a las revistas.
Aun tratando de ahorrar dinero no lograba progresar, por eso, previsoramente Zelda rompió el compromiso. “Fitzgerald pidió prestado a sus compañeros de estudio -dice la ensayista argentina Susana Cella (1954) en “Nota preliminar a algunas historias de la era del jazz” (1994)-, estuvo borracho tres semanas y luego se fue a su ciudad natal para reescribir la despreciada novela de un hombre muy joven, hecha de materiales muy heterogéneos, pero unificados por una voz muy particular, una voz que representaba la de su generación”.
La novela, ahora con el nombre de “This side of paradise” (A este lado del paraíso), fue publicada el 26 de marzo de 1920 y se convirtió en una de las más vendidas de ese año. Inmediatamente revistas como “Saturday Evening Post”, “Collier's Magazine” y “Esquire” demostraron un creciente interés por publicar los cuentos de Scott y se los pagaron muy bien. Este temprano éxito estuvo en directa relación con las expectativas, modos de actuar y proyectos de los jóvenes de entonces. “Tanto se conjugaba el mundo imaginario que Scott desplegaba en sus historias con lo que el público sentía y esperaba -continúa Cella- que el mismo Scott comenzó a creer que en realidad tenía la cualidad de representarlos y aun de fijar parámetros de conducta”. Años después, el propio Scott recordaría que seguía agradecido a aquella época porque “lo aburrió, lo halagó y le dio más dinero del que jamás había soñado, simplemente por decirle a la gente lo que sentía”.


Por fin se casó con Zelda en New York, el 3 de abril de 1920, en la rectoría de la Catedral de Saint Patrick. Comenzaba una nueva era y el matrimonio Fitzgerald -una sureña y un nacido en el medio oeste- entraban en ella juntos, al principio muy felices. Tuvieron una hija, Frances nacida en octubre de 1921. Posteriormente las insatisfacciones y desequilibrios psíquicos de Zelda, junto con las difíciles relaciones familiares, convertirían ese tiempo de éxito brillante en un profundo pozo de angustias y desesperación. Pero, por los años ‘20, Estados Unidos estaba, para Scott, en medio de una brillante juerga, por lo que había mucho para contar de esa aventura histórica. Así, apareció una nueva moral, fruto de las transformaciones económicas y sociales. El tradicional puritanismo perdía poco a poco su posición dominante. La ética de la producción con su valorización del ahorro y la privación a fin de acumular más capital para nuevas empresas, cedió paso a la ética del consumo que se necesitaba para expandir el mercado. La sociedad dejaba atrás sus tradiciones inglesas o escocesas mientras los hijos de los inmigrantes más recientes iban tomando posiciones en la vida nacional.
Por otra parte, el país perdió definitivamente todo carácter rural para ser esencialmente urbano y New York se convirtió en la ciudad más importante. En “Some sort of epic grandeur” (Alguna clase de grandeza épica), el ensayo que el profesor universitario Matthew Bruccoli (1931-2008) publicó en 1981, pormenorizó que “el principal interés de la generación de Fitzgerald no estaba en las luchas por las reivindicaciones sociales ni en la política nacional o internacional. Lo que aparecía con fuerza era la separación total respecto de la generación anterior. La vieja división entre liberales y conservadores importaba mucho menos que la de jóvenes y viejos. Los mayores estaban desacreditados por la guerra, la prohibición, los escándalos. Los jóvenes querían establecer sus propios parámetros de vida, donde el placer ocupaba un lugar fundamental. Hacían del hecho de decir la verdad una especie de principio básico, que podía excusar cualquier conducta, es decir, preferían la más cruel u obscena verdad a la hipocresía”.
En sus relatos, Fitzgerald acentuó las capacidades individuales y el sentido de la oportunidad, y sus historias tenían que ver con el modo en que los personajes triunfaban o fracasaban -a veces, contradictoriamente, las dos cosas- en el mundo, con sus amores o sus desajustes en medio de la vida. Su siguiente libro, “The beautiful and damned” (Hermosos y malditos, 1922), fue una novela de costumbres que narró las ansiedades y las disipaciones de una pareja de ricos en medio de una sociedad hedonista donde la belleza y la fortuna eran siempre demasiado fugaces. No resultó tan popular como la primera, pero su texto tuvo un gran éxito y con ellos pagó el estilo de vida extravagante y lujoso que llevaba con su esposa.


En 1924 los Fitzgerald dejaron su casa de Long Island y se mudaron a la Riviera francesa; no volvieron de forma permanente hasta 1931. En cinco meses terminó “The great Gatsby” (El gran Gatsby, 1925), una fábula sensible y satírica sobre la persecución del éxito y el colapso del “sueño americano”. Aunque está considerada como su obra maestra, se vendió mal, acelerando así la desintegración de su vida personal. A pesar del deslizamiento de Zelda hacia la esquizofrenia (estuvo hospitalizada periódicamente desde 1930 hasta su muerte en 1948) y de la suya en el alcoholismo, continuó escribiendo sobre todo para revistas. Su adicción a las bebidas alcohólicas llevó al periodista y crítico cultural estadounidense Henry L. Mencken (1880-1956) a decir en una carta que le envió a un amigo en 1934 que “el caso de F. Scott Fitzgerald se ha vuelto preocupante. Está bebiendo de un modo desenfrenado y se ha convertido en una molestia”.
Justamente hasta ese año, no apareció su cuarta novela, “Tender is the night” (Suave es la noche), un relato apenas disfrazado, casi confesional de su vida con Zelda. Su pobre acogida le condujo a su propia crisis, la que narró en los ensayos reunidos por el escritor y editor Edmund Wilson (1895-1972) con el título de “The crack up” (El derrumbe, 1945). Según el crítico literario Malcolm Cowley (1898-1989), “Fitzgerald fue un poeta que nunca terminó de aprender las reglas de la prosa. Su gramática andaba a los tumbos y su ortografía era sin lugar a dudas deficiente”. Fitzgerald se recuperó lo suficiente como para trabajar escribiendo guiones de cine en Hollywood durante 1937. Consiguió un contrato con la Metro Goldwyn Mayer, renovado por un año y con un incremento de sueldo. Bebía menos entonces y trabajó a conciencia pese a las decepciones que sufría. Durante los primeros dieciocho meses en Hollywood ganó 88.391 dólares con lo que canceló sus deudas. El guionista y escritor estadounidense Budd Schulberg (1914-2009) comentaría años después que “a diferencia de todos los famosos escritores del Este que llegaron a Hollywood para reponer fortunas perdidas y 'tomar el dinero y huir', Fitzgerald consideraba que las películas eran una forma de arte única del siglo XX que exigía tanta atención como sus novelas y obras de teatro”.
Sin embargo, al año siguiente las desavenencias en el trabajo y la reincidencia en la bebida fueron complicando las cosas. Esta experiencia le inspiró su última y más madura novela, “The last tycoon” (El último magnate, 1941), obra en la que contó los aspectos más miserables del mundillo de Hollywood. Aunque inconclusa por su muerte, la brillantez de esta novela impulsó a los críticos a revalorizar el talento de Fitzgerald y a reconocerle como uno de los mejores escritores estadounidenses del siglo XX. Su mujer, relativamente recuperada de sus afecciones psicofísicas, obtuvo permiso para salir de la clínica donde estaba internada. Fueron juntos a La Habana, pero él empezó a beber nuevamente. De nuevo en Hollywood no pudo encontrar trabajo y supo que no era bien visto.
Cayó en cama y aunque pretextó una tuberculosis, se sabía que la causa era el alcohol. El caso se complicó con un colapso nervioso tan fuerte que le paralizó por un tiempo ambos brazos. Poco después, sufrió un serio ataque al corazón. Por entonces se burlaba de sí mismo como un “escritorzuelo de Hollywood” a través del personaje de Pat Hobby en una secuencia de diecisiete historias cortas recolectadas más tarde como “The Pat Hobby stories” (Historias de Pat Hobby) que obtuvo muy buenas críticas. Cane mencionar que, de los más de ciento cincuenta cuentos que escribió a lo largo de su vida, escogió cuarenta y seis para reunirlos en cuatro libros: “Flappers and philosophers” (Transgresoras y filósofos, 1920), “Tales of the jazz age” (Cuentos de la era del jazz, 1922), “All the sad young men” (Todos los jóvenes tristes, 1926) y “Taps at reveille” (Toque de diana, 1935).


Para 1940 intentó recuperar su talento de antaño y se puso a trabajar plenamente, pero, cuatro días antes de Navidad, su corazón no resistió. 
Se dice que bebía al día más de doscientas cervezas. El 21 de diciembre de 1940, alcoholizado y totalmente exhausto, murió frente a su máquina de escribir en el apartamento de la columnista de chismes cinematográficos Sheila Graham (1904-1988) en Hollywood. Su esposa Zelda murió en un incendio en el centro de atención psiquiátrica de Highland en Asheville, North Carolina, en 1948. Ambos fueron enterrados en el Cementerio de Saint Mary, en Rockville, Maryland.
En un artículo aparecido en el diario “Página/12” el 13 de mayo de 2018, el escritor y periodista argentino Rodrigo Fresán (1963) relató que, al momento en que el escritor estadounidense Irwin Shaw (1913-1984), uno de los tantos discípulos de Francis Scott Fitzgerald, reconocía que en “su fantasma cuelga sobre todas nuestras máquinas de escribir”, ya estaba más que claro que su espectro “gozaba de mucha mejor salud y mayor fortuna que la que había gozado en vida y durante su paso por este valle de lágrimas”. Fitzgerald ganó una renovada popularidad en los años ‘50 y ’60, convirtiéndose en una figura romántica que encarnaba el espíritu de la Era del Jazz de los “locos años ’20” y parte de la “generación perdida”.
Si “El gran Gatsby” tuvo una mala recepción durante su vida, en la actualidad se la considera como una de las mejores novelas de la historia estadounidense al punto de que, al día de hoy, lleva vendidos millones de ejemplares y su lectura se promueve en distintas colegios y universidades del mundo. En los años 2011, 2013 y 2017, de la mano de la editora estadounidense Anne Margaret Daniel (1963), encargada del archivo del autor en la Princeton University, se publicaron respectivamente “My lost city. Personal essays” (Mi ciudad perdida. Ensayos autobiográficos), “Letters to his daughter” (Cartas a su hija) y “I'd die for you and other lost stories” (Moriría por ti y otras historias perdidas), una colección de dieciocho textos nunca publicados en formato libro.                                 

18 de febrero de 2025

El hartazgo de una persona común y corriente hastiado de las aporías y los embustes de un enajenado y sociópata presidente (2/2)

Por la tarde salió a hacer unas compras y, cuando el semáforo peatonal lo habilitó a cruzar la avenida, no hizo más que dar un par de pasos cuando por unos centímetros no lo atropelló un auto que, a alta velocidad, sin dudas había cruzado la otra avenida con el semáforo vehicular en rojo. Algunos peatones que venían detrás de él putearon indignados al conductor, quien seguramente no escuchó los insultos. Este episodio lo llevó a pensar en las irracionalidades que veía todos los días en los conductores de autos, camiones y colectivos que no respetaban las más elementales normas de tránsito. Semejante caos llevaba a muchos conductores a insultarse, a amenazarse e, inclusive, a agarrarse a trompadas en medio de la calle; una muestra, una más, pensó, del clima de violencia imperante en el país. Esto le recordó, mientras entraba en el supermercado, una sentencia que alguna vez había leído del filósofo Leontyev, quien decía que excluir la violencia de la vida humana equivaldría a eliminar un color en el espectro del arco iris. Tenía razón el ruso, pensó.
Cuando salió del supermercado, se cruzó con una vecina que había visto como casi lo atropellaba aquel auto. ¿Cómo está?, le preguntó ella. Bien, bien, no pasa nada, le respondió. ¡Sí, gracias a Dios no le pasó nada!, le dijo la vecina. Sí, sí, masculló él, hasta luego. Y siguió caminando hacia su casa al tiempo que trataba de recordar la inscripción que los soldados nazis llevaban en la hebilla del cinturón de sus uniformes. Gott… gott… ¿cómo era?, se preguntó. Se acordó que los nazis invocaban a Dios, pero no podía recordar la frase completa, así que cuando llegó a su casa, tras acomodar las cosas que había comprado, buscó en internet y allí la encontró: “Gott mit uns”, que significaba “Dios está con nosotros”. Bueno, pensó, tenía razón la vecina porque, aunque yo no sea nazi, Dios estuvo conmigo, ¡ja, ja!
Y, como una cosa lleva a la otra, no pudo dejar de relacionar el lema nazi con el eslogan de los fascistas “Dio, patria e familia”, “Dios, patria y familia”, el cual era usado en la actualidad por la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni. Entonces puteó por lo bajo cuando, al sentarse a cenar y prender la televisión, pudo ver al impresentable presidente argentino usando, una vez más, la misma consigna fascista. Se preguntó entonces si los argentinos, los jóvenes sobre todo eran conscientes de la manipulación idiotizante que practicaba sobre ellos el presidente. Si se daban cuenta de que cuando les prometía devolverles la libertad, lo único que hacía era imponerles conceptos abstractos sobre las facultades que poseían para actuar de acuerdo a sus propias voluntades, mientras él falsificaba falazmente la historia y los datos reales de la economía “libertaria”. Un asco, pensó, todo esto es una verdadera inmundicia. Y una vez más se preguntó: ¿Qué espera la sociedad argentina para reaccionar?
Esa noche, mientras lavaba los platos pensó en la cantidad de veces que había escuchado al trastornado presidente -cuya campaña electoral había sido financiada, entre otros, por un grupo empresario multinacional que era el mayor productor de acero en Argentina y por los dueños de la más grande cadena patagónica de supermercados- hablar del supremo “todopoderoso”. Que él era un enviado de Dios, que Dios le había encomendado la misión de ser presidente, que Dios era libertario y su sistema era el libre mercado, y hasta que había visto tres veces la resurrección de Cristo. Como si eso no fuera poco, también había escuchado a sus seguidores decir que efectivamente el presidente era un emisario de Dios porque lo habían visto en una “premonición”. Y otra vez puteó por lo bajo. Mejor me voy a acostar, se dijo, y eso es lo que hizo. Como siempre, tomó un libro de la mesa de luz y se puso a leer.
A la mañana siguiente, al leer los diarios digitales, vio que el presidente nuevamente había utilizado referencias bíblicas para sustentar sus políticas. ¿Citar pasajes de la Biblia para defender su aciaga gestión?, se preguntó. ¿Cuántos otros disparates hay que escucharle decir a este endemoniado sujeto? A renglón seguido buscó en internet y encontró párrafos del Evangelio de Lucas en los que Jesús le decía a los miembros de su “pequeño rebaño” que vendieran sus posesiones y le diesen limosna a los que pasaban necesidades, que no temieran ya que Dios les entregaría el reino del Cielo. Bueno, se dijo, para los poderosos de hoy en día su reino está en la Tierra. No necesitan ser dadivosos ni caritativos, su paraíso no es celestial, es terrenal. O acaso, pensó, el gobierno libertario no le está aplicando a los multimillonarios tasas impositivas más bajas que a ningún otro grupo social, ampliando cada vez más la desigualdad social. Es más, pensó, en sus pomposos discursos el presidente aseguraba que regular los monopolios, destruirle las ganancias, afectaría el crecimiento económico del país; que los grandes capitalistas eran los héroes de la historia del progreso de la humanidad; que eran benefactores sociales porque lejos de apropiarse de la riqueza ajena, contribuían al bienestar general, etc. etc. ¿Cómo terminará todo esto?, se preguntó, e irónicamente se respondió: sólo Dios lo sabe.
En medio de su hastío al escuchar semejantes idioteces, como si no fuera poco tuvo que prestar oídos a una senadora cordobesa que aseguraba que Dios se había hecho hombre, refiriéndose al presidente argentino, el que era guiado por las fuerzas del cielo en su lucha por la libertad. ¿Será posible que la gente acepte estos disparates con total naturalidad?, se preguntó. Dios, Dios, todos se la pasan hablando de Dios, respaldando sus actos en el “señor todopoderoso”. Fue cuando pensó que el farsante mandatario argentino no era el único que lo hacía. Seguro debe haber muchos más, se dijo, y se puso a buscar en internet. Así encontró frases que le confirmaron su parecer a la vez que lo indignaban. Por ejemplo, la del dictador español Francisco Franco quien, tras su victoria en la guerra civil, en un acto llevado a cabo en una iglesia de Madrid dijo que “por la gracia de Dios” había vencido con heroísmo a los enemigos de la verdad. “Señor Dios -continuó- préstame tu asistencia para conducir a este pueblo a la plena libertad del imperio, para gloria tuya y de la Iglesia. Señor: que todos los hombres conozcan a Jesús, que es Cristo, hijo de Dios vivo”.
Otro tanto había hecho Hitler en Alemania creando el movimiento “Deutsche Christen”, una organización de cristianos alemanes que se presentaban a sí mismos como “las S.S. de Cristo en lucha por la destrucción de los males físicos, sociales y espirituales”. Hacían referencia a la “Schutzstaffel”, la organización paramilitar que tenía como norma la aplicación del terror y el crimen como solución a los asuntos políticos. Unos años después, en Argentina, al poco tiempo de haber iniciado su segunda presidencia, el general Perón le pedía a Dios que para terminar con “los malos de adentro y con los malos de afuera, con los deshonestos y con los malvados”, no tuviera que emplear la represión aplicando “penas terribles”. Y en Paraguay, el dictador Alfredo Stroessner creaba una secta político-religiosa conocida como “Pueblo de Dios”, la que se autoproclamaba como católica, apostólica y paraguaya, y ante sus integrantes aseguraba que tenía “la misión divina” de ser presidente. Vaya, se dijo, cuántas coincidencias con el cretino presidente argentino.
Siguió buscando y encontró discursos de dos genocidas dictadores latinoamericanos durante los años ’70 del siglo XX: Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla. El chileno, con motivo del primer aniversario del golpe de Estado que lo había llevado al poder, proclamó: “¡Oh Dios todopoderoso, tú que por tu sabiduría infinita nos has ayudado a desenvainar la espada para que nuestra querida patria encuentre su libertad, yo te pido ante mis conciudadanos lo que tantas veces te pedí en el silencio de la noche: concédele hoy tu ayuda a este pueblo que, en la fe, busca su mejor destino”. Y el argentino, quien se consideraba un “soldado divino”, con respecto a los miles de desaparecidos durante su dictadura declaró que lo suyo había sido “una guerra justa, una guerra defensiva” porque estaba en juego “el futuro de la Argentina”, y que Dios nunca le había soltado la mano. “Me ha tocado transitar un tramo muy sinuoso, muy abrupto del camino, pero estas sinuosidades me están perfeccionando a los ojos de Dios, con vistas a mi salvación eterna”.
También encontró alusiones a la “sacrosanta deidad” en boca de sujetos como Alberto Fujimori en Perú, Jair Bolsonaro en Brasil, Nayib Bukele en El Salvador, Jeanine Áñez en Bolivia, Donald Trump en Estados Unidos, José Antonio Kast en Chile, Santiago Peña en Paraguay, Patricia Bullrich en Argentina… Vaya, vaya, se dijo, todos estos canallas despreciables se la pasan justificando sus aberraciones, sus barbaridades, respaldados por Dios. No estoy tan equivocado el pensar lo que pienso. Todo esto no es más que una descomunal falacia. ¿O estaré equivocado? ¿Qué es lo mío, negacionismo o ignorancia? Pues la verdad es que no lo sé, se respondió. De lo que sí estaba seguro era de que gran parte de las personas eran creyentes, ya fuese que practicasen el catolicismo, el judaísmo, el islamismo, el hinduismo o cualquier otra religión. Para todas ellas la idea de la existencia de un Dios era importante ya que les ayudaba a ordenar y encontrarle un sentido a sus vidas. En fin, se dijo, cada uno tendrá sus razones y sus argumentos para sostener sus pensamientos.
Esa tarde, mientras caminaba hacia el parque, vio unas cuantas personas durmiendo en la vereda recostadas sobre restos de colchones o simplemente sobre trapos sucios. Incluso vio a un par de mujeres con varios chicos a su alrededor, también tirados sobre la vereda, todos andrajosos y mugrientos. También vio a unos cuantos míseros cartoneros que arrastraban, cual bestias de carga, carros repletos de cosas que habían encontrado en los contenedores de basura para venderlas y poder sobrevivir. Qué bien que estamos, se dijo irónicamente, cada día un poco mejor. Cuando se sentó en un banco del parque, encendió un cigarrillo, abrió su bolso maletín y sacó el libro “Un mundo raro. Dos relatos mexicanos” de la escritora chilena Marcela Serrano, autora que le encantaba. Pero no pudo concentrarse en la lectura. Las imágenes de los chicos flacuchos y harapientos que había visto poco antes, se le aparecían en la mente con persistencia. Puteó por lo bajo y pensó que no había nada que hacerle, no podía sacarse esos pensamientos de la cabeza.
A todo esto, mientras regresaba a su casa, también recordó la cantidad de medidas controversiales que había tomado el lenguaraz presidente en los últimos tiempos: la eliminación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad; los cierres del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y del Instituto de Tecnología Industrial; la supresión de los tributos al Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales y de la entrega de medicamentos gratuitos a jubilados y pensionados; el retiro de la Argentina de la Organización Mundial de la Salud; la paralización de las obras públicas, ya fuesen viviendas, hospitales, escuelas, rutas, gasoductos, etc… Vaya, se dijo, todas estas medidas afectan a la ciencia, la cultura y la educación, y todas fueron hechas por decreto. ¿En vez de una democracia, no estaremos en una autocracia?
Como si fuera poco, pensó, mientras la indigencia en la Argentina está creciendo a un ritmo aún más alto que la pobreza, la mitad de los trabajadores están en condiciones de informalidad, la violencia de género está en aumento y casi un tercio de los argentinos ha sido víctima de un delito en el último año, este nefasto presidente dio un descabellado discurso en el Foro Económico Mundial en el cual criticó, entre otros grupos, a las personas trans, a las parejas gay y a los migrantes, acusó a las mujeres de querer ganar privilegios sobre los hombres, y vinculó a la homosexualidad con la pedofilia. También dijo que una ideología relacionada con la justicia social, el antirracismo, el feminismo interseccional, el ambientalismo, los derechos de las minorías, la igualdad económica y la inclusión, era una epidemia que había que curar y el cáncer que había que extirpar.
Y, poco tiempo después, promovió invertir en una criptomoneda que resultó ser una estafa multimillonaria. ¿Cuántas insensateces pueden tolerarse?, se preguntó. Sobre todo, cuando son realizadas por un dirigente indolente que es capaz de hacer cualquier cosa menos de sentir vergüenza, que permite la germinación de la impunidad, el avance de la inequidad y el uso exagerado del doble discurso. ¿El común de las personas tiene conciencia de ello?, volvió a preguntarse. Viendo la sumisión de las personas a las redes sociales que difundían noticias falsas, imágenes retocadas y datos no contrastados con la intención deliberada de engañar, inducir al error, manipular las decisiones personales, desprestigiar o enaltecer a una institución o persona con el propósito de obtener ganancias económicas o rédito político, la respuesta que le vino a la mente fue que no, ya que, dada la influencia de esos medios, era prácticamente imposible pensar que la gente tomase conciencia de la realidad.
Buscando una respuesta a las preguntas que se hacía recordó a Sarmiento, el docente y escritor que había gobernado el país unos ciento cincuenta años atrás promoviendo con ahínco la educación pública, gratuita y laica, quien alguna vez había escrito que las palabras argentino e ignorante se escribían con las mismas letras y que había que luchar para que no se transformaran en sinónimos. ¿Habremos vencido en esa lucha?, se preguntó él. Me parece que no, se respondió afligido. Si hay algo que hoy prolifera es el desconocimiento, la ineptitud, el olvido, la torpeza, la mala educación, la inconsciencia… Qué pedante suena de mi parte, se dijo inmediatamente. ¿Quién soy yo para opinar así? ¿Acaso soy un viejo ilustrado, una lumbrera? No, se dijo, creo que soy sensato, nada más.
Esa noche se puso a buscar en su biblioteca algún libro que lo hiciera pensar en otra cosa, pero vaya uno a saber por qué, eligió “El espíritu de la utopía” de Ernst Bloch. En él, el filósofo alemán afirmaba que había un imperativo categórico: echar por tierra todas las relaciones en las que el hombre fuese un ser humillado, esclavizado, abandonado, despreciable. Sí, es cierto, se dijo. Y probablemente esto suene hoy en día como una utopía, lo que lo llevó a preguntarse que había escrito Tomás Moro en “Utopía” su obra más famosa. Buscó ese libro la mañana siguiente y se puso a releerlo. Esa tarde, sentado en un banco del parque lo terminó. La isla de Utopía era una sociedad ideal en la cual el hombre aspiraba a su felicidad estableciendo, como una condición de la posibilidad de su realización, la propiedad común de los bienes en contraste con el sistema de propiedad privada y la relación conflictiva entre las sociedades. Y recordó que también Gramsci había escrito sobre el tema diciendo que la libertad no era una utopía porque era una aspiración primordial, porque toda la historia de los hombres era lucha y trabajo por suscitar instituciones sociales que garantizaran el máximo de libertad. En fin, se dijo, seré un utopista y lo seguiré siendo hasta el final de mis días.

17 de febrero de 2025

El hartazgo de una persona común y corriente hastiado de las aporías y los embustes de un enajenado y sociópata presidente (1/2)

El hombre, como todas las tardes, se sentó en un banco del parque cercano a su casa y se puso a leer. Siempre llevaba un par de libros, por lo general uno de cuentos y otro de ensayos. Tras leer varios cuentos breves de su admirada Gabriela Grünberg, se puso a hojear un ensayo de Eric Toussaint sobre la historia del neoliberalismo. Tras leer la introducción, pasó al capítulo que hablaba sobre el “dios” mercado, tal la adjetivación que irónicamente utilizó el autor para referirse al sistema de intercambio comercial basado en el “libre” juego de las grandes empresas sin la intervención del Estado, a lo que, en el sistema neoliberal predominante, hay que sumarle la especulación financiera.
Muy interesante, se dijo mientras cerraba el libro y encendía un cigarrillo. Pero, pensó, cuando el mercado maneja de forma exclusiva los procesos económicos con ausencia del Estado, ¿no ejerce una fuerte presión sobre las formas tradicionales de la democracia representativa?, se preguntó. Retomó la lectura del ensayo y encontró otras definiciones que lo afligieron: que el sistema capitalista de producción, a partir de la revolución informática, la globalización y la financiarización, tiene como característica preponderante la teoría política y económica del neoliberalismo de la mano de las grandes multinacionales; que tiene como principal objetivo la apropiación de los esenciales recursos estratégicos del mundo, sean estos naturales, materiales o energéticos; o que sus principales ideólogos y defensores aseguran que los mecanismos del libre mercado mejoran la eficiencia económica y la asignación de recursos, etc. Basta, se dijo. Cerró el libro y emprendió el regreso a su casa.
Mientras caminaba, pensó que la sensación que tenía tras leer los diarios o ver los noticieros en la televisión era la de que la política se iba degradando cada día más en la Argentina. El descontento y la desconfianza predominaban en la gran mayoría de los transeúntes entrevistados. Sin embargo, había algunos que opinaban que las medidas tomadas por el presidente eran necesarias, que había que tener confianza y esperar un tiempo para ver qué pasaba. Era evidente, por lo menos para él, que quienes así opinaban no eran conscientes del avance de la derecha en su versión más extrema a manos del mandatario liberal-libertario o anarco-capitalista o como sea que se definiese a sí mismo. Un gobernante que ostentaba un sadismo patológico muy peligroso, atacando a la cultura, a la salud pública, a las personas con discapacidad, al sistema de jubilaciones y pensiones, a los subsidios para los servicios públicos, a los planes sociales, a los comedores y merenderos comunitarios, al lenguaje inclusivo, a la diversidad de género… Un sujeto desequilibrado que hablaba con sus cuatro perros -sus hijos de cuatro patas- que eran producto de la clonación de uno que había fallecido hace algunos años, sobre el cual afirmaba que lo había conocido hace dos mil años en el Coliseo Romano cuando era un león y él era un gladiador. En aquel momento acordaron no luchar sino unirse para gobernar la Argentina.
¿Pero qué es esto?, se preguntó llegando a su casa. ¿Este tipo no es acaso una persona perturbada psicológicamente? Recordó haber leído en algunos medios comentarios de psicólogos que contaban que el tipo había tenido una infancia y una adolescencia muy difíciles ya que había sido víctima del desdén de su madre y del maltrato físico y psicológico de su padre, quien lo golpeaba frecuentemente y le decía que era una basura, que era un inútil que se iba a morir de hambre; y en el colegio privado en el que cursó la secundaria había sido víctima de agresiones físicas y verbales por parte de sus compañeros, por lo que su comportamiento disruptivo era producto de esa infeliz infancia. Esto lo llevó al descontrol emocional en su comportamiento, algo reflejado en sus conductas violentas contra terceros, sus gritos desaforados en los discursos, sus amenazas a los opositores, sus ostensibles contradicciones y sus ensañamientos descontrolados.
Mientras tomaba su habitual yogur, recordó que una gran cantidad de argentinos había festejado los desmesurados alaridos colmados de improperios y agresiones que el por entonces candidato presidencial, autodefinido como el topo que venía a destruir el Estado desde adentro, había vertido durante su campaña y que, ya siendo presidente, continuó difundiendo mediante las redes sociales. Y ninguno de ellos, ni los adultos ni los jóvenes, se sorprendió cuando el desequilibrado presidente consideró marxistas las teorías keynesianas o manipuladoras de la cultura las ideas gramscianas. ¿Alguno de ellos habrá leído alguna vez a Marx, a Keynes o a Gramsci?, se preguntó. Porque, según recordaba, para Marx el Estado no era más que un conjunto de instrumentos al servicio de la clase dominante, mientras que para Keynes era la herramienta necesaria para la ejecución de políticas públicas orientadas a lograr el pleno empleo y la estabilidad de los precios.
¿Este tipo critica a Gramsci?, volvió a preguntarse. ¿Su estrategia para generar el apoyo a su política usando desmedidamente las redes sociales no es acaso lo que el sociólogo italiano llamó en su momento el proceso de lucha por la hegemonía cultural sobre la sociedad civil? Claro, se dijo, hace un siglo el sociólogo y periodista italiano argumentaba que la clase dominante mantenía su poder no solo a través de la fuerza sino también mediante el control de las instituciones culturales y educativas, y ese método se desarrollaba mediante los medios de prensa tradicionales. Hoy existen las plataformas digitales cuya masividad sirve para, entre otras cosas, motivar y persuadir a la sociedad sobre determinadas cuestiones. Y el caricaturesco presidente parece que lo sabe, pensó. A lo mejor este majareta leyó a Bourdieu, se dijo irónicamente, y ejerce la violencia simbólica sobre las personas que no la distinguen y son inconscientes de su utilización como método de dominación.
Irritado, encendió la computadora y se puso a buscar artículos que hablasen sobre el tema. Fue así que encontró uno llamado “Fascismo y neofascismo. Una selección de textos para un debate indispensable”, en el cual una numerosa cantidad de sociólogos, escritores, profesores, economistas e historiadores mayoritariamente latinoamericanos volcaban sus opiniones sobre como el capitalismo actual se nutría de los principios y preceptos de la ideología fascista para intentar posicionar por todas las vías posibles el discurso de la supresión del otro, algo que, para ellos, se trataba de un proceso de actualización metodológica llamado neofascismo.
Pasando de artículo en artículo, encontró uno que le resultó interesante porque tenía mucho que ver con la actualidad argentina. Su autor, un profesor y escritor cubano llamado Abel Prieto Jiménez, bajo el título “Otro asalto a la razón, expresaba que en las redes sociales predominaba el intercambio emocional por sobre el diálogo. No se invitaba a la reflexión, al contrario, se conducía a sus usuarios a reaccionar con furia, rencor e indignación ante la lluvia incesante de mensajes que caía sobre ellos. A través de ellas se producía un perverso influjo en la zona irracional del ser humano, algo que el neofascismo había aprovechado con mucho éxito. Y concluía que era muy amargo saber que el nuevo fascismo se nutría de gente pobre, y más amargo aún era verificar que se nutría de adolescentes y de jóvenes.
Cuánta razón tiene este hombre, pensó, algo que también hizo cuando leyó el artículo “El odio” de Alí Ramón Rojas Olaya. En él, el escritor y filósofo venezolano describía al rencor, la ira, el odio, la venganza, el resentimiento, la hostilidad, la intriga, la cizaña y los celos como enfermedades del alma. Agregaba que la xenofobia, la misoginia, la homofobia, la segregación racial, el machismo, el sexismo, el racismo y el rechazo a los pobres eran todos síntomas de ese mal. Y añadía que quien odiaba, excretaba en las redes infoelectrónicas (para él mal llamadas sociales) todas sus miserias. Bailaba, se reía y celebraba la violencia. Vaya, se dijo al terminar de leer ese artículo, parece que está hablando específicamente de nuestro presidente, el que hace uso de una descomunal violencia verbal repartiendo insultos a diestra y siniestra. Ratas miserables, traidores, cobardes, imbéciles, degenerados fiscales, mogólicos, chantas, hijos de puta, culos sucios, pedazos de soretes, zurdos de mierda, etc. etc., son adjetivaciones que utiliza asiduamente.  
Bueno, se dijo, creo que por hoy ya es suficiente. Sin embargo, al recorrer el índice encontró un título que le llamó la atención porque lo llevó a pensar en las charlas que mantenía con sus amigos. “El fascismo y sus actuales expresiones en América Latina” se titulaba el artículo y su autor era un abogado chileno llamado Carlos Margotta Trincado. Tras recordar que el fascismo había sido un movimiento político autoritario y nacionalista surgido en la primera mitad del siglo XX, aseveraba que había mutado y había adaptado sus formas a lo largo del tiempo, y que, en la actualidad, en América Latina como en otras partes del mundo, se podían observar expresiones que compartían características ideológicas y prácticas con el fascismo histórico. Entre ellas mencionaba la exclusión de inmigrantes, de las minorías étnicas, de los movimientos feministas y de los promotores de los derechos de las comunidades de la diversidad sexual; la ejecución de políticas que benefician a las clases dominantes y atacan los derechos de los trabajadores y las minorías; el desprecio por las instituciones democráticas; la violencia estatal como medio para resolver conflictos y reprimir las protestas sociales; la instalación de un modelo económico que favorece a ciertos sectores empresariales y no hace más que aumentar la desigualdad y la concentración de la riqueza, y los discursos de odio y propaganda a través de las redes sociales y los medios de comunicación para atacar sistemáticamente a los opositores políticos difundiendo noticias falsas.
Apagó la computadora mientras se preguntaba si todos estos intelectuales habían pasado por la Argentina, porque todo lo que decían estaba incuestionablemente relacionado con la actualidad del país. Él sabía que el neofascismo se había posicionado como una opción política en diversos frentes, no sólo en los ámbitos gubernamentales, parlamentarios y judiciales, sino también en buena parte de la ciudadanía, la que, mediante la utilización de mecanismos ideológicos y culturales de manera cotidiana, había sido convencida de las presuntas bondades de ese modelo socio-económico. Con un discurso demagogo poblado de mensajes rudimentarios con una fuerte carga emotiva, el neofascismo había encontrado el terreno propicio para generar una tremenda regresión cultural e intelectual en distintos sectores de la sociedad.
Para él, si bien este era un fenómeno que actualmente proliferaba en muchas naciones del mundo, tal vez el ejemplo más emblemático era el que se estaba produciendo en la Argentina, país en el cual la crisis ética y cultural era más que evidente, y la incertidumbre, la violencia y la crueldad estaban cada día más extendidas. Después de cuatro años de un gobierno pseudo populista, dubitativo y vacilante, una pequeño-burguesía ignara, necia y filistea había votado para la presidencia a un candidato neoliberal de ultraderecha cuya campaña electoral se había basado en delirios y alucinaciones psicóticas, y que ni bien asumió el poder se convirtió en un desaforado sociópata.
De entre sus muchas lecturas sobre teorías económicas, recordó vagamente haber leído alguna vez que el anarco-capitalismo era una teoría muy minoritaria propugnada por fanáticos que proponían la eliminación total del Estado como solución a los problemas socioeconómicos. Una teoría basada en el individualismo extremo y un mercado libre sin restricciones, algo que ni siquiera era llevado adelante por las grandes potencias en el actual mundo globalizado, complejo y lleno de conflictos. No hay dudas, pensó, de que muchos de los políticos que manejan el Estado son corruptos y que dentro del sistema económico predominante las desigualdades sociales son enormes. En todo caso lo que habría que buscar era un remedio a esa cuestión, algo muy difícil, por cierto. Pero así y todo, la eliminación de la intervención estatal no haría más que generar mayores desigualdades y los grandes oligopolios se verían aún más libres de llevar adelante prácticas abusivas para aumentar sus ganancias con el visto bueno de los funcionarios anarco-capitalistas, acérrimos defensores del libre mercado que, en busca de mantener sus privilegios, soslayan problemas tales como la competencia desleal, la sobreexplotación de los recursos naturales no renovables, la contaminación ambiental, la explotación desmedida de la mano de obra, el menosprecio de los derechos humanos, la marginación de las clases más vulnerables, etc. etc.
A la mañana siguiente, mientras tomaba unos mates y leía las versiones digitales de los diarios, pudo ver que, una vez más, el grotesco presidente había citado en una conferencia a Friedrich von Hayek, uno de los principales exponentes de la Escuela Austríaca, una corriente de pensamiento que proponía que las decisiones económicas debían ser tomadas por los individuos y no por el Estado. Sus más destacados seguidores habían sido Ronald Reagan en Estados Unidos, para quien el Estado no era la solución sino el problema, y Margaret Thatcher en el Reino Unido, para quien el mercado era la única solución y no el Estado según ellos mismos afirmaron casi copiando sus discursos. El presidente argentino, devoto de esa escuela económica, parecía que no tenía en cuenta, o no le importaban, las declaraciones que el economista austríaco había hecho en su visita a una Latinoamérica que en el último cuarto del siglo XX estaba gobernada en varios de sus países por cruentas dictaduras. Así, por ejemplo, en 1977 había declarado, tras entrevistarse con el dictador Videla, que en determinadas circunstancias podía ser necesario sacrificar la democracia cuando esta no podía garantizar la libertad (del accionar del capital, claro); o en 1981 cuando, tras entrevistarse con el tirano Pinochet, declaró que un dictador podía gobernar de manera liberal y que su preferencia personal era una dictadura liberal y no un gobierno democrático donde todo liberalismo estuviese ausente.
¿Era eso lo que les esperaba a los argentinos? ¿Una dictadura ultra liberal que no respetase la democracia? ¿Qué se puede esperar para el futuro?, pensó mientras se indignaba al leer que había gente, muy poca es cierto pero la había, que opinaba que había que tener paciencia, que el ajuste era necesario, etc. etc., pero no decían una palabra sobre las personas que padecían graves enfermedades y se veían imposibilitados de continuar sus tratamientos dado que no podían pagar los medicamentos, ni del crecimiento descomunal de familias con hijos pequeños que concurrían a los comedores comunitarios y no podían ser alimentadas porque el gobierno no enviaba mercadería, ni de la cantidad de personas que buscaban restos de comidas en los contenedores de basura, ni de la multiplicación de gente que dormía en las calles porque ya no podía pagar sus alquileres. Y, si bien se habían realizado varias concentraciones frente al Congreso y la Casa Rosada, nada había cambiado.

12 de febrero de 2025

Filippo Marinetti: el futurismo, la guerra, el fascismo y el tango

El poeta y narrador italiano Aldo Palazzeschi (1885-1974) supo decir en 1914: “El Futurismo sólo podía nacer en Italia, país vuelto hacia el pasado de la manera más exclusiva y absoluta, y en el cual sólo tiene actualidad el pasado”. Estas palabras explican la aparición del extravagante e ingenioso Filippo Tommaso Marinetti y el movimiento futurista, aquel movimiento iniciador de las vanguardias europeas del siglo XX.
Marinetti nació en Alejandría, Egipto, el 22 de diciembre de 1876, segundo hijo de una familia italiana de ricos comerciantes. En 1899 se recibió de abogado en Genova, y a partir de 1902 publicó sus primeros libros en francés: “La conquéte des étoiles” (La conquista de las estrellas), “Gabriele D'Annunzio intime” (D'Annunzio íntimo), “La momie sanglante” (La momia sangrienta) y “La ville charnelle” (La ciudad carnal). En 1909 aparecieron, también en francés, los primeros textos futuristas: “Manifeste du futurisme” (Manifiesto del futurismo), “Tuons le clair de lune” (Matemos el claro de luna), “Poupées électriques” (Muñecas eléctricas) y “Mafarka le futuriste” (Mafarka el futurista).
En 1911 fue corresponsal de guerra en Libia y, a su regreso a Italia, organizó una exposición futurista viajera que recorrió diversas ciudades europeas. Partidario entusiasta de la participación italiana en la Primera Guerra Mundial, estuvo en sus campos de batalla y resultó herido en 1917. De ese período son sus obras en italiano “Guerra sola igiene del mondo” (La guerra única higiene del mundo) y “Come si seducono le donne” (Como se seduce a las mujeres).
El Futurismo fue un movimiento artístico que surgió en Italia mientras el Cubismo lo hacía en Francia. Se considera su fecha de nacimiento el 20 de febrero de 1909 cuando Marinetti publicó en el periódico parisiense “Le Figaro” el “Manifiesto Futurista”, proclamando el rechazo frontal al pasado y a la tradición, defendiendo un arte anti clasicista orientado hacia el futuro y que respondiese en sus formas expresivas al espíritu dinámico de la técnica moderna y de la sociedad masificada de las grandes ciudades. Postulando la exaltación de lo porvenir en abierta oposición a cualquier actitud de respeto y conservación del pasado, el Futurismo enaltecía la belleza de la velocidad, el peligro, el deporte, la guerra, la violencia, el militarismo, el patriotismo, el tecnicismo industrial, la adoración de la máquina y el desprecio a la mujer. Con este manojo de ideas “revolucionarias”, pretendió transformar no sólo al arte, sino también la vida entera del hombre.
Seguramente Marinetti no fue el inventor de las vanguardias, pero es innegable que se trata de su primer enunciador. Por esa razón se señala el día en que apareció el “Manifiesto Futurista” como el momento en que la vanguardia, como fenómeno característico de producción de arte en el siglo XX, nació de una manera explícita. La palabra “manifiesto”, que será infaltable en todo vanguardismo posterior, apunta al hecho de poner “de manifiesto” algo que antes sólo existió de forma larvada y potencial.
Textualmente escribió Marinetti en el “Manifiesto Futurista”: “Queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad. El coraje, la audacia y la rebeldía serán elementos esenciales de nuestra poesía. La literatura ha magnificado hasta hoy la inmovilidad del pensamiento, el éxtasis y el sueño, nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, la carrera, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo. Afirmamos que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un coche de carreras con su capó adornado con grandes tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo... un automóvil rugiente que parece que corre sobre la metralla es más bello que la Victoria de Samotracia. Queremos alabar al hombre que tiene el volante, cuya lanza ideal atraviesa la Tierra, lanzada ella misma por el circuito de su órbita”.


Luego añadió: “Hace falta que el poeta se prodigue con ardor, fausto y esplendor para aumentar el entusiástico fervor de los elementos primordiales. No hay belleza sino en la lucha. Ninguna obra de arte sin carácter agresivo puede ser considerada una obra maestra. La poesía ha de ser concebida como un asalto violento contra las fuerzas desconocidas, para reducirlas a postrarse delante del hombre. ¡Estamos sobre el promontorio más elevado de los siglos! ¿Por qué deberíamos protegernos si pretendemos derribar las misteriosas puertas del Imposible? El Tiempo y el Espacio morirán mañana. Vivimos ya en lo absoluto porque ya hemos creamos la eterna velocidad omnipresente”.
Y agregó más adelante: “Queremos glorificar la guerra -única higiene del mundo-, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las bellas ideas para las cuales se muere y el desprecio de la mujer. Queremos destruir los museos, las bibliotecas, las academias variadas y combatir el moralismo, el feminismo y todas las demás cobardías oportunistas y utilitarias. Cantaremos a las grandes multitudes que el trabajo agita, por el placer o por la revuelta: cantaremos a las mareas multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas; cantaremos al febril fervor nocturno de los arsenales y de los astilleros incendiados por violentas lunas eléctricas; a las estaciones ávidas devoradoras de serpientes que humean, en las fábricas colgadas en las nubes por los hilos de sus humaredas; en los puentes parecidos a gimnastas gigantes que salvan los ríos brillando al sol como cuchillos centelleantes; en los barcos de vapor aventureros que huelen el horizonte, en las locomotoras de pecho ancho que pisan los raíles como enormes caballos de acero embridados de tubos y al vuelo resbaladizo de los aviones cuya hélice cruje al viento como una bandera y parece que aplauda como una loca demasiado entusiasta”.
Y concluyó: “Es desde Italia donde lanzaremos al mundo este manifiesto nuestro de violencia atropelladora e incendiaria, con el cual fundamos hoy el ‘futurismo’, porque queremos liberar este país de su fétida gangrena de profesores, de arqueólogos, de cicerones y de anticuarios. Ya durante demasiado tiempo Italia ha sido un mercado de antiguallas. Nosotros queremos liberarla de los innumerables museos que la cubren toda de cementerios innumerables”.
“Es cierto que algunos elementos del futurismo estaban anunciados ya en elaboraciones más antiguas -aseveró el abogado y escritor argentino Blas Matamoro (1942) en 'La revolución futurista', un artículo de 1976-. En primer término, en las dificultosas profecías poéticas de Mallarmé, estudiado, traducido y censurado por Marinetti. Luego, en la propia Italia, a través de la 'estética de la máquina' propuesta por Mario Morasso, el verso libre defendido por Gian Pietro Lucini y la tarea precursora de la revista 'Leonardo', dirigida por Papini y Prezzolini entre 1903 y 1907. Pero es en la fecha antes citada que la vanguardia llena su partida de nacimiento”.
Si se piensa que el surgimiento histórico de las vanguardias se produce en la década de 1910 y extiende su acción de ruptura hasta 1930, se advierte que el mismo coincide con la culminación del ciclo capitalista signado por la proliferación de los monopolios y la máxima extensión de los imperios coloniales. “La gran concentración de materias primas en las metrópolis imperiales alimenta a la gran industria -continuó Matamoro-, que progresa con una velocidad antes desconocida. Se produce así, un marcado desfasaje entre el estado evolutivo de las artes, vinculado a los modelos clásicos, y la actualidad tecnológica. En esencia, lo que propone la vanguardia es una armonía entre arte y técnicas industriales, de manera que aquél no aparezca como el resto anacrónico de un pasado definitivamente cerrado”.
Para los futuristas, las artes debían romper con las bibliotecas, las academias, los museos y las ciudades históricas turísticamente conservadas. La literatura, por ejemplo, debía asimilar al psicoanálisis, la pintura al cine y la arquitectura al cemento, el acero y el cristal. Con “Parole in libertà” (Palabras en libertad), un manifiesto de la literatura futurista, Marinetti propuso la abolición de la sintaxis, de la puntuación, de los adjetivos y de los adverbios. En sucesivos manifiestos, también arremetió contra la pintura, la música, la escultura y el teatro. Y como broche oro, en 1925 redactó y publicó el manifiesto que le faltaba: “Manifesto degli intellettuale fascisti” (Manifiesto del intelectual fascista).
Marinetti había ingresado en 1919 en el grupo “Fasci di combattimento”, germen del futuro Partido Nacional Fascista, del que no se cansó de aclamar que era la extensión natural del Futurismo, sobre todo en su libro “Futurismo e fascismo” (Futurismo y fascismo) de 1924, y llegó a ser miembro de la Academia de Italia, fundada por los fascistas, a la vez que era designado poeta oficial del régimen de Benito Mussolini (1883-1945).


En 1926, el caudillo futurista realizó una gira de propaganda con su mujer -la pintora Benedetta Cappa (1897-1977)- por Argentina y Brasil. En la Argentina conoció al tango del que -en otro manifiesto, cuando no- denunció su “veneno reblandeciente”. Textualmente dijo Marinetti: “Este balanceo epidémico se difunde poco a poco en el mundo entero y amenaza pudrir a todas las razas, gelatinizándolas. Por eso nos vemos, una vez más, constreñidos a chocar contra la imbecilidad de la moda y a desviar la corriente ovina del snobismo... Deseos y espasmos mecanizados en los huesos y en los fracs que no pueden manifestar su sensibilidad... Parejas-moluscos, felinidad salvaje de la raza argentina, estúpidamente domesticada, drogada y empolvada... Poseer una mujer no es apretarse contra ella, sino penetrarla... ¿Una rodilla entre los muslos? Vamos, hacen falta dos... ¿Les parece muy divertido mirarse la boca, el uno al otro como dos dentistas alucinados?... ¿Apretarse? ¿Caer a plomo?... ¿Les parece muy divertido enarcarse desesperadamente el uno sobre el otro para descorchar la botella del espasmo, sin llegar nunca a él?... Cuentagotas del amor. Miniatura de las angustias sexuales. Almíbar del deseo. Lujuria al aire libre. Manos y pies de alcohólicos. Mímica del coito para el cine. Vals masturbado ¡puaj! ¡Abajo la diplomacia de la piel! ¡Viva la brutalidad de una posesión violenta y la bella furia de una danza muscular exaltante y fortificante!... Tango, tango a la deriva hasta el vómito. Tango, lentos y pacientes funerales del sexo muerto. Oh, no, ciertamente, no se trata de religión, de moral ni de pudor. Estas tres palabras, para nosotros, no tienen sentido. Nosotros gritamos ¡Abajo el tango en nombre de la Salud, de la Fuerza, de la Voluntad y de la Virilidad!”.
Sobre la visita de Marinetti a la Argentina, según contó el escritor y periodista argentino Roberto Alifano (1943) en un artículo aparecido en septiembre de 2019 en el diario español “El Imparcial”, cuando hacia principios de mayo de 1926 llegó a Buenos Aires la noticia de que llegaría al país, tras pasar por Río de Janeiro en el marco de una gira por Sudamérica para supuestamente difundir los principios del futurismo, se generó una sensación de incertidumbre y cierto espíritu de confrontación, ya que ni los escritores ni la prensa sabían bien si el que llegaría a Buenos Aires era el poeta futurista o el agitador fascista.
“Sin embargo -narró Alifano-, un mes antes de su arribo el propio Marinetti se encargó de aclararlo en una carta enviada al diario ‘La Nación’ y publicada con fecha 19 de junio de 1926. ‘No lo niego ni tengo por qué ocultarlo. A mi llegada a Buenos Aires -escribió Marinetti-, algunos diarios me presentaron bajo el aspecto de un hombre político enmascarado de poeta futurista, venido a América para enseñar el fascismo. Y en verdad soy un fascista sin carnet, amigo de Benito Mussolini y orgulloso de haber colaborado en la grandeza de la Italia de hoy. No tengo ningún encargo gubernamental y no hago política. Vivo como poeta futurista. Les aclaro, por lo tanto, que soy poeta esencialmente y al que recibirán será a este y no al político”.
Tres meses más tarde, cuando se concretó la visita, Marinetti tuvo un encuentro con los fundadores de la revista literaria “Martín Fierro”, por entonces el medio periodístico más representativo de la cultura hispanoamérica con una tirada de más de 20.000 ejemplares. En dicha reunión estuvieron Evar Méndez (1885-1955), Oliverio Girondo (1891-1967), Pablo Rojas Paz (1896-1956) y Ernesto Palacio (1900-1979), y también varios destacados colaboradores de la revista, entre ellos Macedonio Fernández (1874-1952), Oliverio Girondo (1891-1967), Jorge Luis Borges (1899-1986) y Carlos Mastronardi (1901-1976). Según escribió Alifano en el citado artículo, en una conversación que tuvo tiempo después en el café “Tortoni” con Borges y Mastronardi, ambos le contaron que el escritor italiano había pasado “momentos bastantes desagradables”, que se le había criticado “duro y sin piedad” y que se había ido “jurando no volver”.


No obstante, Marinetti regresaría a América del Sur en agosto de 1936 para participar en el XIV Congreso Internacional del PEN Club argentino que se realizó entre el 5 y el 15 de septiembre. Esta vez lo hizo acompañado por sus coterráneos escritores Mario Puccini (1887-1957) y Giuseppe Ungaretti (1888-1970). A la reunión internacional de “Poetas, Ensayistas y Novelistas” (PEN), que fue convocada por su presidente Carlos Ibarguren (1877-1956) y su vicepresidenta Victoria
  Ocampo (1890-1979), asistieron escritores procedentes de Europa, Asia y América, entre ellos el austríaco Stefan Zweig (1881-1942), el alemán Emil Ludwig (1881-1948), el francés Jacques Maritain (1882-1973), el español José Ortega y Gasset (1883-1955), el mexicano Alfonso Reyes (1889-1959), el polaco Jan Parandowski (1895-1978), el belga Henri Michaux (1899-1984) y la india Sophia Wadia (1901-1986). A lo largo de las sesiones hubo numerosas discusiones y enfrentamientos, y Marinetti volvió a pasarla mal tras defender la “libertad de expresión” que se vivía en la Italia del Duce y resaltar su postura belicista en contra de los principios pacifistas de la gran mayoría de los participantes.
Marinetti era ateo, pero a mediados de la década de 1930 aceptó la influencia de la Iglesia Católica en la sociedad italiana. El 21 de junio de 1931, en el periódico “Gazzetta del Popolo” proclamó que “Solo los artistas futuristas son capaces de expresar claramente los dogmas simultáneos de la fe católica, como la Santísima Trinidad, la Inmaculada Concepción y el Calvario de Cristo”. También se hizo presente -aunque fugazmente- en la aventura bélica de Etiopía en 1935 y renovó su higiénico amor por la guerra. Además, siguió escribiendo panfletos del tipo “La cucina futurista” (La cocina futurista) en el que proponía hacer una revolución a partir del cambio de los ingredientes gastronómicos y las maneras de comer; “Patriottismo insetticida” (Patriotismo insecticida), un ejemplo de la novela de síntesis, el nuevo género literario de su invención, y el ensayo autobiográfico “Una sensibilitá italiana nata in Egitto” (Una sensibilidad italiana nacida en Egipto).
Poco más adelante, cuando en noviembre de 1938 Mussolini anunció en el Ayuntamiento de Piazza Unità d'Italia de Trieste la puesta en vigencia de las “Leggi razziali” (Leyes raciales), un conjunto de medidas que discriminaba a los judíos italianos -tal como había hecho Adolf Hitler (1889-1945) en septiembre de 1935 al proclamar las “Nürnberger gesetze” (Leyes de Núremberg) contra los judíos alemanes-, Marinetti publicó en la edición del 11 de enero de 1939 de la revista “Futurist, Artecrazia” un artículo en el cual señaló que el futurismo era italiano y nacionalista, no extranjero, y aseguró que no había judíos en el futurismo.
Tras participar en la guerra ítalo-etíope de mediados de la década del ‘30, en 1942 se ofreció como voluntario de una fuerza expedicionaria italiana en el frente ruso, donde fue herido en Stalingrado. Siguió sirviendo en el Frente Oriental durante algunas semanas en el verano y el otoño de 1942. Luego, durante la “Resistenza partigiana” (Resistencia partisana), el movimiento armado surgido en 1943 de oposición al fascismo y a la invasión de Italia por los nazis, el éxito y el protagonismo de Marinetti decayeron casi totalmente. Finalmente murió prácticamente olvidado el 2 de diciembre de 1944 en Bellagio, Lombardía, al norte de Italia, víctima de un ataque cardíaco. Unos meses más tarde, el 28 de abril de 1945, su admirado Mussolini moría fusilado por un grupo de partisanos en la pequeña localidad de Villa Belmonte cuando intentaba huir a Suiza.