16 de febrero de 2014

Evocando a Ingmar Bergman (1). El alma humana (Rodolfo Rabanal)

En el año 1950, en un artículo de la revista "Cahiers du Cinéma", un joven crítico llamado Jean-Luc Godard (1930) escribía: "El cine no es un oficio. Es un arte. No es un equipo. Se está siempre solo, tanto sobre el plató como ante la página en blanco. Y para Bergman estar solo es hacerse preguntas. Y hacer films es contestarlas. Es imposible ser más clásicamente romántico". Años más tarde, el propio Ingmar Bergman (1918-2007) consideraría que el director de "Le mépris" (El desprecio) no estaba hablando tanto de él como de sí mismo, pero aún así la frase resume de manera notable el método de trabajo del cineasta sueco. La obra de Bergman, compuesta por sesenta películas y otras tantas obras teatrales, se prestó siempre a todo tipo de interpretaciones, pero lo concreto es que toda ella fue una constante interrogación sobre el sentido de la vida, la inestabilidad de las relaciones humanas, el amor y la muerte, preocupaciones existencialistas y religiosas del autor a las que abordó con un tono metafísico, gran destreza narrativa, una mirada gélida y mucha fuerza plástica, al límite del expresionismo.
Nacido en Upsala, hijo de un pastor protestante, en su libro de memorias "Laterna magica" (Linterna mágica) publicado en 1988, recordaría la relación con sus padres marcada por una estricta educación, severos conceptos religiosos, sentimientos de culpa, pecado y redención, castigos y desavenencias que marcarían su infancia y adolescencia. Pero también el hallazgo del cine: "Lo que yo más deseaba en el mundo era un cinematógrafo. Cuando tenía nueve años fui al cine por primera vez y vi una película que trataba de un caballo; creo que se titulaba ‘Belleza negra’ y estaba basada en un famoso libro infantil. La pasaban en el cine Sture y nosotros estábamos en la primera fila del anfiteatro. Para mí ése fue el principio. Se apoderó de mí una fiebre que no desaparecía. Las sombras silentes volvían sus pálidos rostros hacia mí y hablaban con voces inaudibles a mis más íntimos sentimientos". Un año después, cuando su hermano recibió como regalo de Navidad una cámara, se la cambió por su preciada colección de soldaditos de plomo. Pronto encontraría refugio en los mundos imaginarios que le proporcionaban ese proyector (la "linterna mágica", según describe en sus memorias) y un teatro de marionetas.
Tras cursar el bachillerato en una escuela privada de Estocolmo, el inquieto Bergman estudió en la Universidad de la capital sueca en donde se licenció en Letras e Historia del Arte con una tesis sobre el dramaturgo August Strindberg (1849-1912). Fui allí donde comenzó su relación con el teatro, escribiendo textos y dirigiendo obras, tanto propias o del autor de "Fröken Julie" (La señorita Julia) como de Jean-Baptiste Poquelin, Molière (1622-1673), Henrik Ibsen (1906-1828) o Tennessee Williams (1911-1983), entre otros. Mientras tanto había estallado la Segunda Guerra Mundial y, a pesar de que Suecia se mantuvo neutral, se encontraba rodeada de países ocupados por los nazis. La angustia se extendió entre la población y, en los ambientes bohemios e intelectuales, artísticamente la misma desembocó en las corrientes existencialistas. La neutralidad condujo a ese grupo a la introspección y al debate acerca de cuestiones como el origen del mal o las formas bajo las que éste se manifestaba en la condición humana. Dos pensadores, el danés Søren Kierkegaard (1813-1855) y el francés Jean Paul Sartre (1905-1980) ejercerían una notable influencia, y ella se pondría de manifiesto en la obra posterior de Bergman aunque, con el correr de los años, iría tomando distancia de ellos sin por eso abandonar su postura inconformista.
En 1942, la representación teatral estudiantil de su obra "Kaspers död" (La muerte de Gaspar) fue vista por Carl Anders Dymling (1898-1961) productor de la Svensk Filmindustri, quien lo contrató para el departamento de guiones de la compañía, lugar en el que trabajaría durante los dos años siguientes. Ya en 1944, la misma productora produjo una película a partir de su novela corta "Hets" (Tortura) que dirigió Alf Sjöberg (1903-1980), por entonces el director más prestigioso del país. Bergman sería su ayudante de dirección y tendría la oportunidad de dirigir sus primeras escenas, las últimas del film. Un año después, dirigiría su primera película, "Kris" (Crisis), una realización con resonancias profundamente existencialistas, surgida de un guión propio sobre una obra del dramaturgo danés Leck Fischer (1904-1956). Aunque la película no resultó un éxito sí significó el inicio de la vasta y prolífica carrera de Bergman como director cinematográfico. A partir de entonces filmaría una película tras otra, sin solución de continuidad. Conformó una familia artística que integraron prodigiosos actores y actrices a los que acudió una y otra vez. Todos ellos supieron de sus neurosis y de su mal carácter, de sus arranques de furia y de su inestabilidad emocional, pero comprendieron también que no había nadie como Bergman que pudiera extraer de sus rostros -los rostros fueron un elemento clave de su cine- sus misterios más insondables.
En la autobiografía citada, Bergman escribió: "Intuyo un ocaso que no tiene nada que ver con la muerte, sino con la extinción. A veces sueño que se me caen los dientes y escupo pedazos amarillos carcomidos. Me retiro antes que mis actores o mis colaboradores vislumbren al monstruo y los invada el asco o la compasión. He visto a demasiados colegas morir en la pista del circo como payasos cansados, aburridos de su propio aburrimiento, silbados o abucheados o cortésmente silenciados, apartados de los focos". Veinte años después, el 30 de julio de 2007, Bergman abandonaba finalmente el circo de este mundo. Unos pocos días más tarde, el diario "Página/12" dedicó buena parte de su suplemento "Radar" a recordar su obra. El narrador y periodista argentino Rodolfo Rabanal (1940) fue uno de los que colaboró para tal fin. Nacido en Buenos Aires y actualmente radicado en Punta del Este, Uruguay, es autor de una notable producción novelística caracterizada por su exquisito acabado formal y su excelente aprovechamiento de las situaciones más imaginativas y absurdas.
Rabanal ha ejercido durante muchos años el periodismo en sus más diversas facetas: corresponsal en el extranjero, jefe de redacción y articulista en diferentes medios gráficos de difusión nacional e internacional como las revistas "Primera Plana", "Panorama", "La Semana" y "El Periodista"; y en diarios como "Clarín", "La Opinión" y "La Nación". En su faceta de escritor ha alcanzado un notable prestigio merced a la publicación de las novelas "El apartado", "Un día perfecto", "En otra parte", "El pasajero", "El factor sentimental", "La vida brillante", "Cita en Marruecos", "La mujer rusa", "El héroe sin nombre", "El roce de Dante" y "La vida privada". Además ha cultivado con singular acierto la narrativa breve, género al que ha aportado las colecciones de cuentos "No vayas a Génova en invierno" y "Los peligros de la dicha", y los destinados al público infantil reunidos en "Noche de Gondwana". Es autor también del libro de ensayos "La costa bárbara". Su artículo sobre Bergman se tituló "El alma humana".

¿Cómo apostar por una sola de las obras de Bergman sin sentir que se traiciona al resto? ¿Cómo saber, en mi caso, si efectivamente hay una que yo prefiera sobre las otras? Cada una de las películas de Ingmar Bergman fueron y son para mí, todavía, capítulos diversos de un copioso libro de imágenes urdido sobre el deleite y la pasión -enigmática, reveladora- de representar el pensamiento y los conflictos del espíritu en estado vivo. Por eso, más que de un film en particular, llevo conmigo el registro, seguramente imperfecto pero genuino, de una serie de imágenes, secuencias y hasta escenas completas de su obra como si esa galería constituyera una sola e interminable película capaz de regenerarse a sí misma sin un principio ni un fin definitivo.
En cualquier momento, y bajo el efecto de algún estímulo o referencia ocasional que desate el recuerdo, reaparecen Bibi Andersson y Liv Ullmann confrontadas en el aire leve, transparente y nocturno de "Persona". Pero asimismo el pintor Johan Borg en una secuencia del amanecer en "La hora del Lobo". Y Liv Ullmann otra vez, y en el mismo film, lavándose en una tina de madera bajo un rayo de sol. Y luego, el oscuro contorno de Erland Josephson, uno de sus actores predilectos, acercándose al perfil inmejorable de Bibi Andersson en "Pasión", ¿cómo superar ese encantamiento erótico, desprovisto de todo énfasis, limpio de cualquier innecesidad?


O si no, aquellos estremecidos y sombríos momentos de "Gritos y susurros", cuando Ingrid Thulin se corta con un cristal roto, mientras tiene lugar la tremenda agonía de Harriet Andersson en la medialuz de un espacio rojizo donde va ganando terreno la sombra de la muerte. Y entonces se ve a la opulenta nodriza Kari Sylwan, semidesnuda, acunando a la muerta, o a la casi muerta, algo que sus hermanas -las que susurran en pasillos y rincones- son visiblemente incapaces de hacer. Tiendo a creer que nunca el cine alcanzó, ni osó alcanzar, por lo menos en ese terreno de una densa "materialidad espiritual", semejante altura, semejante "rareza", porque en esa magnífica secuencia se nos presenta a La Piedad encarnada en un acto de consolación extrema, de abrigo final, hecho con la propia carne y la propia piel, desafiando el horror, la indiferencia, el dolor mismo y, naturalmente, el misterio.
Qué lejos estamos con Bergman del cine "interesante", "no aburrido", del cine hecho para el olvido inmediato que hoy nos impone la marea alta del entretenimiento que desdeña el arte. En ese sentido podríamos asimilar la muerte de Bergman a una de las clausuras estéticas del siglo XX, a uno de sus adioses más significativos. En un registro acaso demasiado personal (pero que seguramente comparto con muchos), Bergman es también el cine Lorraine y la calle Corrientes de mi juventud, cuando ir al cine no era sólo una diversión sino también un culto, un aprendizaje, una aventura.


Como ocurre con todo artista valioso, la visión de Bergman contribuyó a darle forma y contorno a nuestra propia visión de la realidad, a nuestra propia percepción de la fantasía, incrementando la potencia de la imaginación para mejor descubrir la sutil complejidad del mundo interior de las personas en el mundo palpable de las apariencias. He citado unas pocas imágenes pertenecientes a cuatro películas porque sospecho que son las que suelo tener más presentes. ¿Definirá esta elección una preferencia o será la síntesis de un homenaje espontáneo? Un lector anónimo deslizó días pasados en un diario de Buenos Aires su escueta opinión sobre la muerte de Bergman: "El alma humana está de duelo -dijo-, ya no tiene quien la filme". Es verdad.