En el año
1950, en un artículo de la revista "Cahiers du Cinéma", un joven crítico llamado
Jean-Luc Godard (1930) escribía: "El cine no es un oficio. Es un arte. No es un
equipo. Se está siempre solo, tanto sobre el plató como ante la página en
blanco. Y para Bergman estar solo es hacerse preguntas. Y hacer films es
contestarlas. Es imposible ser más clásicamente romántico". Años más tarde, el
propio Ingmar Bergman (1918-2007) consideraría que el director de "Le mépris" (El
desprecio) no estaba hablando tanto de él como de sí mismo, pero aún así
la frase resume de manera notable el método de trabajo del cineasta sueco. La
obra de Bergman, compuesta por sesenta películas y otras tantas obras
teatrales, se prestó siempre a todo tipo de interpretaciones, pero lo concreto
es que toda ella fue una constante interrogación sobre el sentido de la vida, la
inestabilidad de las relaciones humanas, el amor y la muerte, preocupaciones
existencialistas y religiosas del autor a las que abordó con un tono
metafísico, gran destreza narrativa, una mirada gélida y mucha fuerza plástica,
al límite del expresionismo.
Nacido en
Upsala, hijo de un pastor protestante, en su libro de memorias "Laterna magica" (Linterna
mágica) publicado en 1988, recordaría la relación con sus padres marcada por una
estricta educación, severos conceptos religiosos, sentimientos de culpa, pecado
y redención, castigos y desavenencias que marcarían su infancia y adolescencia.
Pero también el hallazgo del cine: "Lo que yo más deseaba en el mundo era un
cinematógrafo. Cuando tenía nueve años fui al cine por primera vez y vi una
película que trataba de un caballo; creo que se titulaba ‘Belleza negra’ y
estaba basada en un famoso libro infantil. La pasaban en el cine Sture y
nosotros estábamos en la primera fila del anfiteatro. Para mí ése fue el
principio. Se apoderó de mí una fiebre que no desaparecía. Las sombras silentes
volvían sus pálidos rostros hacia mí y hablaban con voces inaudibles a mis más
íntimos sentimientos". Un año después, cuando su hermano recibió como regalo de
Navidad una cámara, se la cambió por su preciada colección de soldaditos de
plomo. Pronto encontraría refugio en los mundos imaginarios que le
proporcionaban ese proyector (la "linterna mágica", según describe en sus
memorias) y un teatro de marionetas.
Tras
cursar el bachillerato en una escuela privada de Estocolmo, el inquieto Bergman
estudió en la Universidad de la capital sueca en donde se licenció en Letras e
Historia del Arte con una tesis sobre el dramaturgo August Strindberg (1849-1912).
Fui allí donde comenzó su relación con el teatro, escribiendo textos y
dirigiendo obras, tanto propias o del autor de "Fröken Julie" (La señorita
Julia) como de Jean-Baptiste Poquelin, Molière (1622-1673), Henrik Ibsen
(1906-1828) o Tennessee Williams (1911-1983), entre otros. Mientras tanto había
estallado la Segunda Guerra Mundial y, a pesar de que Suecia se mantuvo
neutral, se encontraba rodeada de países ocupados por los nazis. La angustia se
extendió entre la población y, en los ambientes bohemios e intelectuales, artísticamente
la misma desembocó en las corrientes existencialistas. La neutralidad condujo a
ese grupo a la introspección y al debate acerca de cuestiones como el origen
del mal o las formas bajo las que éste se manifestaba en la condición humana.
Dos pensadores, el danés Søren Kierkegaard (1813-1855) y el
francés Jean Paul Sartre (1905-1980) ejercerían una notable influencia, y ella
se pondría de manifiesto en la obra posterior de Bergman aunque, con el correr
de los años, iría tomando distancia de ellos sin por eso abandonar su postura
inconformista.
En 1942, la
representación teatral estudiantil de su obra "Kaspers död" (La muerte de Gaspar)
fue vista por Carl Anders Dymling (1898-1961) productor de la Svensk
Filmindustri, quien lo contrató para el departamento de guiones de la compañía,
lugar en el que trabajaría durante los dos años siguientes. Ya en 1944, la
misma productora produjo una película a partir de su novela corta "Hets" (Tortura)
que dirigió Alf Sjöberg (1903-1980), por entonces el director más
prestigioso del país. Bergman sería su ayudante de dirección y tendría la
oportunidad de dirigir sus primeras escenas, las últimas del film. Un año
después, dirigiría su primera película, "Kris" (Crisis), una realización con resonancias
profundamente existencialistas, surgida de un guión propio sobre una obra del
dramaturgo danés Leck Fischer (1904-1956). Aunque la película no resultó
un éxito sí significó el inicio de la vasta y prolífica carrera de Bergman como
director cinematográfico. A partir de entonces filmaría una película tras otra,
sin solución de continuidad. Conformó una familia artística que integraron
prodigiosos actores y actrices a los que acudió una y otra vez. Todos ellos
supieron de sus neurosis y de su mal carácter, de sus arranques de furia y de
su inestabilidad emocional, pero comprendieron también que no había nadie como
Bergman que pudiera extraer de sus rostros -los rostros fueron un elemento
clave de su cine- sus misterios más insondables.
En la autobiografía
citada, Bergman escribió: "Intuyo un ocaso que no tiene nada que ver con la
muerte, sino con la extinción. A veces sueño que se me caen los dientes y
escupo pedazos amarillos carcomidos. Me retiro antes que mis actores o mis
colaboradores vislumbren al monstruo y los invada el asco o la compasión. He
visto a demasiados colegas morir en la pista del circo como payasos cansados,
aburridos de su propio aburrimiento, silbados o abucheados o cortésmente silenciados,
apartados de los focos". Veinte años después, el 30 de julio de 2007, Bergman abandonaba
finalmente el circo de este mundo. Unos pocos días más tarde, el diario
"Página/12" dedicó buena parte de su suplemento "Radar" a
recordar su obra. El narrador y periodista argentino Rodolfo Rabanal (1940) fue
uno de los que colaboró para tal fin. Nacido en Buenos Aires y actualmente
radicado en Punta del Este, Uruguay, es autor de una notable producción
novelística caracterizada por su exquisito acabado formal y su excelente
aprovechamiento de las situaciones más imaginativas y absurdas.
Rabanal ha
ejercido durante muchos años el periodismo en sus más diversas facetas: corresponsal
en el extranjero, jefe de redacción y articulista en diferentes medios gráficos
de difusión nacional e internacional como las revistas "Primera Plana", "Panorama", "La Semana" y "El Periodista"; y en diarios como "Clarín", "La Opinión" y "La
Nación". En su faceta de escritor ha alcanzado un notable prestigio merced a la
publicación de las novelas "El apartado", "Un día perfecto", "En otra
parte", "El pasajero", "El factor sentimental", "La vida brillante", "Cita
en Marruecos", "La mujer rusa", "El héroe sin nombre", "El roce de Dante" y "La vida
privada". Además ha cultivado con singular acierto la narrativa breve, género al
que ha aportado las colecciones de cuentos "No vayas a Génova en invierno" y "Los
peligros de la dicha", y los destinados al público infantil reunidos en "Noche
de Gondwana". Es autor también del libro de ensayos "La costa bárbara". Su
artículo sobre Bergman se tituló "El alma humana".
¿Cómo
apostar por una sola de las obras de Bergman sin sentir que se traiciona al
resto? ¿Cómo saber, en mi caso, si efectivamente hay una que yo prefiera sobre
las otras? Cada una de las películas de Ingmar Bergman fueron y son para mí,
todavía, capítulos diversos de un copioso libro de imágenes urdido sobre el deleite
y la pasión -enigmática, reveladora- de representar el pensamiento y los conflictos
del espíritu en estado vivo. Por eso, más que de un film en particular, llevo
conmigo el registro, seguramente imperfecto pero genuino, de una serie de
imágenes, secuencias y hasta escenas completas de su obra como si esa galería
constituyera una sola e interminable película capaz de regenerarse a sí misma
sin un principio ni un fin definitivo.
En
cualquier momento, y bajo el efecto de algún estímulo o referencia ocasional que
desate el recuerdo, reaparecen Bibi Andersson y Liv Ullmann confrontadas en el
aire leve, transparente y nocturno de "Persona". Pero asimismo el pintor Johan Borg
en una secuencia del amanecer en "La hora del Lobo". Y Liv Ullmann otra vez, y en
el mismo film, lavándose en una tina de madera bajo un rayo de sol. Y luego, el
oscuro contorno de Erland Josephson, uno de sus actores predilectos, acercándose
al perfil inmejorable de Bibi Andersson en "Pasión", ¿cómo superar ese encantamiento
erótico, desprovisto de todo énfasis, limpio de cualquier innecesidad?
O si no,
aquellos estremecidos y sombríos momentos de "Gritos y susurros", cuando Ingrid
Thulin se corta con un cristal roto, mientras tiene lugar la tremenda agonía de
Harriet Andersson en la medialuz de un espacio rojizo donde va ganando terreno
la sombra de la muerte. Y entonces se ve a la opulenta nodriza Kari Sylwan,
semidesnuda, acunando a la muerta, o a la casi muerta, algo que sus hermanas
-las que susurran en pasillos y rincones- son visiblemente incapaces de hacer.
Tiendo a creer que nunca el cine alcanzó, ni osó alcanzar, por lo menos en ese
terreno de una densa "materialidad espiritual", semejante altura, semejante
"rareza", porque en esa magnífica secuencia se nos presenta a La Piedad
encarnada en un acto de consolación extrema, de abrigo final, hecho con la
propia carne y la propia piel, desafiando el horror, la indiferencia, el dolor
mismo y, naturalmente, el misterio.
Qué lejos estamos con Bergman del cine "interesante",
"no aburrido", del cine hecho para el olvido inmediato que hoy nos impone la
marea alta del entretenimiento que desdeña el arte. En ese sentido podríamos
asimilar la muerte de Bergman a una de
las clausuras estéticas del siglo XX, a uno de sus adioses más significativos.
En un registro acaso demasiado personal (pero que seguramente comparto con
muchos), Bergman es también el cine Lorraine y la calle Corrientes de mi
juventud, cuando ir al cine no era sólo una diversión sino también un culto, un
aprendizaje, una aventura.
Como
ocurre con todo artista valioso, la visión de Bergman contribuyó a darle forma
y contorno a nuestra propia visión de la realidad, a nuestra propia percepción
de la fantasía, incrementando la potencia de la imaginación para mejor
descubrir la sutil complejidad del mundo interior de las personas en el mundo
palpable de las apariencias. He citado unas pocas imágenes pertenecientes a
cuatro películas porque sospecho que son las que suelo tener más presentes. ¿Definirá
esta elección una preferencia o será la síntesis de un homenaje espontáneo? Un
lector anónimo deslizó días pasados en un diario de Buenos Aires su escueta
opinión sobre la muerte de Bergman: "El alma humana está de duelo -dijo-, ya no
tiene quien la filme". Es verdad.