El periodo más prolífico en la cinematografía de
Michelangelo Antonioni se desarrolló durante los años '60, década en la cual retrató
de manera casi compulsiva y crítica el aislamiento del sujeto moderno. A partir
de "L'avventura" (La aventura), film con el que consiguió su primer éxito
internacional, inició y consolidó un periplo por el universo de la
incomunicación del hombre en la sociedad en la que sobrevive, haciendo hincapié
en la esterilidad emocional de ese hombre en su inútil intento por afirmarse en
el naciente mundo tecnológico. Esta temática sería continuada en las
posteriores "La notte" (La noche), "L'eclisse" (El eclipse) e "Il deserto
rosso" (El desierto rojo) -su primera realización en color-, películas en
las que expuso al máximo su vena existencial aprovechando los recursos
cinematográficos para transmitir el vacío del alma, la inseguridad y la
tragedia interior de sus personajes, seres humanos deambulando sin rumbo fijo,
incapaces de superar su angustia, su decepción por la vida que llevan.
Efectivamente,
en los primeros años '60, Antonioni radicalizó su propio método: las acciones
del relato eran mínimas, los movimientos fueron casi eliminados y sus
personajes parecían estar bloqueados. Cobraron preeminencia las formas
arquitectónicas y las figuras abstractas, al punto que su cine rompió
definitivamente con uno de los elementos fundamentales de la poética
neorrealista: la posibilidad de hacer coincidir lo real con lo visible. A lo largo de dicha
época Antonioni, mediante el empleo de silencios melancólicos y miradas vacías
y la utilización de largos y morosos planos secuencia, llevó adelante una
crítica desde una doble perspectiva: por un lado, hacia la sociedad burguesa
que había abandonado sus valores culturales y sociales tradicionales y, por otro, hacia
el propio cine como discurso. En esos films propuso nuevas temáticas y planteó nuevas formas de utilizar tanto las técnicas cinematográficas como los
actores para desarrollar su particular visión de la vida. Mediante la discontinuidad del montaje y una meticulosa dirección actoral, Antonioni reflexionó
sobre su entorno, sobre la sociedad que lo sofocaba. Cada una de sus películas
son desencantos, están repletas de pesimismo, de acritud, de aislamiento, pero
también de rebelión ante la incomprensión de un mundo decadente y frágil.
Como un artista plástico que pasa de una técnica a
otra, después de haber probado el color Antonioni nunca más lo abandonó y pasó
a utilizarlo de forma cada vez más personal y expresiva. En "Blow up" (1966),
rodada en Londres, Antonioni volvió a tomarle el pulso a su tiempo con una historia en la que
apostó por sorprender al espectador con dos modelos de estructura: la acción
que se desarrollaba en la calle y la que surgía en el laboratorio fotográfico del
protagonista, de la cual emergía con fuerza la esencia misma del relato. Con
este film obtuvo la Palma de Oro del Festival de Cannes
y ese éxito
lo llevó luego a California para filmar "Zabriskie Point" (1970), en la que mostró los movimientos contraculturales que
se agitaban en la juventud universitaria de Estados Unidos hastiada de la
sociedad de consumo. Y con "Professione: reporter" (El reportero) -también
conocida como "The passenger" (El
pasajero)-, consiguió el que quizás sea su mayor film.
Rodado en el norte de Africa y en España, es una reflexión sobre la disolución
psicológica, histórica y social de la identidad. Paradójicamente, a partir de esta
película -cuyo último plano, por su complejidad técnica y riqueza semántica,
todavía sigue siendo objeto de estudio- el cine de Antonioni también comenzó a
desaparecer, un poco como el personaje central de la misma.
Luis Gusmán (1944) es, además de psicoanalista,
un narrador, ensayista y periodista argentino que se dio a
conocer a comienzos de los años '70 por medio de la publicación de El
frasquito, una novela que captó de inmediato la atención de críticos y lectores
para convertirse en una de las piezas míticas de la prosa argentina del último
tercio del siglo XX. En su opera prima mostró un afán rupturista y transgresor
que, al tiempo que se postulaba como un intento de renovación de la anquilosada
narrativa austral, ofrecía una lectura desinhibida y muy poco respetuosa de
ciertos tópicos del psicoanálisis que se habían asentado con fuerza no sólo en
la novela argentina contemporánea, sino en todas las esferas sociales y
culturales del país. Esa voluntad transgresora provocó la prohibición del
libro en Argentina, lo que a su vez contribuyó poderosamente a consolidar su valor
mítico. La aparición de esa obra fue contemporánea al nacimiento de la revista de literatura, crítica literaria, psicoanálisis y crítica de
la cultura "Literal", de cuyo comité de redacción formó parte, lo que se repetiría algunos
años más tarde con la revista "Sitio" (en los años '80) y con la revista "Conjetural" (desde entonces hasta la actualidad).
Eludiendo toda receta preestablecida para optar
en cada caso por la forma deseada, y progresando con idéntica fluidez por los
senderos del relato breve y la novela extensa, Gusmán ha ido publicando las
novelas "Brillos", "Cuerpo velado", "En el corazón de
junio", "La música de Frankie", "Villa", "Tennessee", "Hotel Edén", "Ni muerto has perdido tu
nombre", "El peletero" y "La casa del Dios oculto". También los
libros de cuentos "La muerte prometida", "Lo más oscuro del
río" y "De dobles y bastardos"; el relato autobiográfico
"La rueda de Virgilio", y los ensayos "La ficción
calculada" y "Epitafios: el derecho a la muerte escrita". Sus
artículos, que por su extensión y su registro se instalan en los límites entre
el ensayo de escritor, el artículo académico y la nota periodística, han
aparecido en medios gráficos como "La Nación", "Clarín", "Página/12" y "El Cronista Comercial".
Esa fecunda labor periodística, sumada al alcance y difusión de sus novelas, lo
ha convertido en una de las figuras más respetadas del pensamiento argentino
contemporáneo.
"Para Antonioni -escribió en el suplemento 'Radar' del diario 'Página/12' en su edición del 5 de agosto de 2007-, el problema de la modernidad no es que la tecnología o la vida urbana nos aíslan, sino que vivimos de acuerdo con preceptos morales que no supimos adaptar a nuestra nueva forma de vida. La imposibilidad de erradicar lo obsoleto de nuestra moralidad es aquello que produce el malestar de nuestro tiempo". El texto llevó el título de "Mi propio pasajero".
"Para Antonioni -escribió en el suplemento 'Radar' del diario 'Página/12' en su edición del 5 de agosto de 2007-, el problema de la modernidad no es que la tecnología o la vida urbana nos aíslan, sino que vivimos de acuerdo con preceptos morales que no supimos adaptar a nuestra nueva forma de vida. La imposibilidad de erradicar lo obsoleto de nuestra moralidad es aquello que produce el malestar de nuestro tiempo". El texto llevó el título de "Mi propio pasajero".
Michelangelo
Antonioni nació en Ferrara, también la tierra del escritor Giorgio Bassani, el
autor del libro "El jardín de los Finzi Contini" que fue llevado al cine por
Vittorio De Sica. En el cementerio judío de Ferrara también está enterrada
parte de la familia de los Contini. Ferrara, con sus calles de recovas y
faroles que anuncian la entrada a una Italia más distinguida y decadente que culmina
en la elegante Turín.
Antonioni
nos mostró ese mundo en el que la burguesía italiana quedaba encerrada en su
incomunicación, su soledad, su alienación. Es posible que "El desierto rojo" sea,
en ese sentido, su película más representativa.
Hay
rostros de actrices que uno relaciona a ciertos directores de cine. Anna Karina es
de Godard, Silvana Mangano le pertenece a Visconti, Monica Vitti era una cara
creada para Antonioni. ¿Quién no la recuerda en "El desierto rojo"? Pero no es el
rostro de esa mujer ni el desierto mismo la imagen que acude a mi memoria
cuando rememoro las películas de Antonioni. Es otro desierto, el africano y la
cara es la de un hombre, la de Jack Nicholson en "El pasajero". Aquí aparece el
tema de la identidad y de la muerte.
Para evocar otro desierto recuerdo lo que
decía Rimbaud: "Yo es otro". Antonioni trata de decir que uno siempre muere
como otro. Las cosas suceden de esta manera. En el corazón del desierto
africano, un reportero gráfico que está cubriendo una misión tiene como vecino
de cuarto a un hombre muy parecido a él. Podríamos decir que es casi su doble.
Un día, el reportero llega al hotel y se encuentra con su vecino muerto.
En la
muerte, Robertson y él se confunden aún más y parecen un mismo pasajero.
Basta un
sutil arreglo en su aspecto, un bigote, el cambio de la foto en el pasaporte y
el reportero toma la identidad del traficante de armas. Su destino se
trastrueca cuando comienza a seguir los pasos del otro a través de ciertos nombres
y direcciones que figuran en su agenda.
A partir
de ser el otro, el reportero, dado por muerto por su familia, se entera de
quién era para los otros, los que lo sobreviven.
Su
espectro recorre Europa y termina su peregrinar en Barcelona, fascinado y perdido
-con la misma fascinación de Antonioni por Gaudí-, huye por esos laberintos
modernistas. Finalmente encuentra su propia muerte siendo otro, en Almería.
Esta vez el escenario es la fachada de una plaza de toros y suenan de fondo los
acordes de una música española. En definitiva, el azar lo ha llevado hasta allí
y el pasajero no ha hecho otra cosa que viajar hacia su propia muerte, tomando
conciencia de su destino, de una única manera posible, como si fuera otro.