31 de agosto de 2014

Tristan Tzara y el Dadaísmo. Poesía latente, aliento existencial y dimensión humana (4)

A pesar de su, por entonces, tenue inquietud por las preocupaciones sociales mucho más arraigadas en la realidad cotidiana de su tiempo y su aproximación a la ideología marxista, Tzara no confiaba en la politización del arte. En su "Manifeste l'art prolétarien" (Manifiesto del arte proletario), firmado conjuntamente con algunos dadaístas y otros artistas, afirmaba que "el arte no puede representar a ninguna clase social", y que el proletariado y la burguesía eran "estados que debían ser superados". Respecto al arte proletariado, señalaba específicamente que éste no era consciente de sostener la enferma cultura burguesa y su conservador gusto artístico, lo que llevaba a sus cultores a despreciar un nuevo arte. Por eso afirmaba que el arte debía "despertar las fuerzas creadoras del hombre", a la vez que actuar sobre el conjunto de la cultura. Para Tzara la solución al problema consistía en acabar con la dominación burguesa, la tiranía de sus valores y de los mecanismos del pensamiento existentes que le servían de base a su dominio. Agregaba que ya existía otra clase de hombres: los dadaístas y un tipo de hombres nuevos que se estaba creando por todas partes. De todos modos no puede considerarse a Tzara un artista políticamente revolucionario. Sólo se limitó en aquella época a frecuentar a un grupo de estudiantes rumanos comunistas entre los que estaba Ana Pauker (1893-1960), quien más tarde sería una de los activistas más prominentes del Partido Comunista Rumano. Como reconocería años después, "nuestro combate fue dirigido sobre todo contra la guerra, contra la sociedad y contra la burguesía, pero sin entrar en el detalle del marxismo".
Al finalizar la Primera Guerra Mundial, Tzara era el principal promotor del Dadaísmo, pero, en ese período, también aparecieron los primeros cambios. Aduciendo diferencias irreconciliables con Tzara, Ball dejó el grupo. A su vez, el artista rumano comenzó a entablar contactos con destacados pioneros del Surrealismo como André Breton (1896-1966), Louis Aragon (1897-1982) y Philippe Soupault (1897-1990), quienes lo invitaron a colaborar en las páginas de la revista "Littérature", órgano portavoz de dicho movimiento. Al año siguiente, 1920, Tzara fijó su residencia en París, ciudad en la que viviría hasta el final de su vida. Allí dio a la imprenta nuevas colecciones de poemas, realizó conjuntamente con otros dadaístas las revistas "Dada Augrandair", "Bulletin Dada" y "Dadaphone", y se relacionó con reconocidos escritores como la estadounidense Gertrude Stein (1874-1946) y el francés Jean Cocteau (1889-1963) entre otros. También profundizó su amistad con el pintor francés Francis Picabia (1879-1953), a quien había conocido en Suiza el año anterior y en cuya casa se instaló.
En "Littérature" publicaban sus trabajos los surrealistas más destacados del momento y el nombre de Tzara apare­ció en el índice a partir del quinto número. En agosto de 1921, cuando apareció el vigésimo número, ya pudo verse cómo la revista se deslizaba sutilmente hacia la rebelión dadaísta. Para Breton y los surrealistas la preocupación primordial consistía en pro­fundizar el pensamiento y la expresión de Arthur Rimbaud (1854-1891), des­cubrir a Isidore Ducasse (1846-1870), conocido como Conde de Lautréamont, y realizar las primeras pruebas de escritura automática. El propio autor del "Manifeste du surréalisme" (Manifiesto surrealista) diría, anticipando las tensiones entre él y Tzara, que "la ver­dad es que en 'Littérature' como en las revistas Dadá propiamente dichas, los textos dadaístas y los textos surrea­listas se alternan continuamente... El dadaísmo y el surrealismo no pueden concebirse más que correlativamente, como dos olas que de modo sucesivo se cubren una a otra".
La actividad de Tzara fue intensa por entonces. Presentó su "Dada manifeste sur l'amour faible et l'amour amer" (Manifiesto Dadá sobre el amor débil y el amor amargo) y tres obras teatrales: "Première aventure céleste de Monsieur Antipyrine" (La primera aventura celeste del señor Antipirina), "Deuxième aventure céleste de Monsieur Antipyrine" (La segunda aventura celeste del señor Antipirina) y "Le coeur à gaz" (El corazón a gas). También prologó catálogos de Picabia, de Georges Ribemont-Dessaignes (1884-1974) y de Man Ray (1890-1976), y realizó varias conferencias sobre el Dadaísmo en Francia y Alemania. En París, por ejemplo, lo hizo en la Université Populaire fundada en 1848 por el matemático Eugène Lionnet (1805-1884) frente a trabajadores industriales como un gesto de solidaridad con la clase obrera ante la difícil situación que atravesaba. En Weimar en cambio, participó en el Congreso Internacional Constructivista junto a Kurt Schwitters (1887-1948), el pintor y escultor alemán que en disidencia con el grupo dadaísta de Berlín había fundado uno propio en Hannover. Fue a raíz de este congreso que la Staatliche Bauhaus creada por el arquitecto alemán Walter Gropius (1883-1969) dedicaría un volumen de su publicación "Bauhausbücher" a Tzara.
Mientras tanto se fueron haciendo patentes las desavenencias entre el omnímodo protagonismo de Tzara y el creciente carisma de Breton quien, en un artículo de febrero de 1922 en "Le Journal de Peuple", calificó al artista rumano como "un impostor ávido de publicidad". La contienda se había iniciado. En junio, Tzara y Picabia también se enfrentaron entre sí ("Tristán Tzara es un idiota virgen", afirmó el pintor francés), y hasta Vinea, su antiguo compañero de andanzas de la época de "Simbolul", escribió un artículo para el periódico rumano "Adevarul" afirmando que el movimiento Dadá se había agotado. La ruptura con el Surrealismo fue inevitable, sobre todo después del escándalo que se produjo el 6 de julio del año 1923 cuando Tzara presentó su obra "El corazón de gas"” en el Théâtre Michel de París. Durante la representación llevada adelante por una serie de artistas respaldando a Tzara entre los que estaban Sonia Delaunay (1885-1979), René Crevel (1900-1935) y Pierre de Massot (1900-1969) entre otros. La velada terminó en una verdadera batalla, pero esta vez no entre dadaístas y burgueses, sino entre los partidarios de Tzara y los de Breton.
Georges Hugnet (1906-1974), pintor, poeta e historiador francés, lo recuerda en "L'aventure Dada. 1916-1922" (La aventura Dadá. 1916-1922): "Me acuerdo de esa velada -escribió- cuyo fin estuvo señalado por un escándalo que casi se convirtió en carnicería. Cuando llegó el momento de representar ‘El corazón a gas’, los cantores, colocados ante los decorados de Cranovsky, fueron violentamente interrumpidos. Desde la platea llegaban airadas protestas. Y de pronto, intermedio inesperado, Breton saltó al escenario y atacó a los cantores, quienes, embutidos en trajes de Sonia Delaunay, de cartón rígido, intentaron inútilmente protegerse de los golpes y huir a pasos pequeños. Sin ningún miramiento Breton abofeteó a Crevel y, de un bastonazo, le rompió un brazo a Pierre de Massot. Recuperado de su estupor, el público reaccionó. El implacable atacante fue derribado despiadadamente. Aragon y Peret se unieron a él y los tres fueron apaleados, arrastrados y expulsados a la fuerza, con las ropas hechas jirones". El movimiento Dadá terminaba como había empezado, con escándalo y provocación.


De todos modos, ya en mayo de 1922, el movimiento Dada había organizado su propio funeral. El acto principal tuvo lugar en Weimar, donde los dadaístas asistieron a una fiesta de la escuela de arte Bauhaus en la que Tzara proclamó la naturaleza evasiva de su arte: "Dadá es inútil, como todo lo demás en la vida Dadá. Es un microbio virgen que penetra con la insistencia del aire en todos los espacios que la razón ha dejado de llenar con palabras y convenciones. Dadá prevé su muerte y se ríe". Sin embargo, en 1924, Tzara todavía presentó otra obra de teatro suya, "Mouchoir de nuages" (Pañuelo de nubes), y publicó en un volumen sus "Sept manifestes Dada" (Siete manifiestos Dadá), obra que fuera recibida con entusiasmo por el sociólogo, crítico literario y filósofo marxista francés Henri Lefebvre (1901-1991) con quien entablaría amistad. Mientras tanto, otros muchos dadaístas continuaron reivindicando al movimiento individualmente, entre ellos Johannes Baader (1875-1955), Alfred Grünwald (1884-1951), Raoul Hausmann (1886-1971), Hannah Höch (1889-1978) y Max Ernst (1891-1976), por citar sólo algunos. Tzara mantuvo correspondencia con ellos y participó en sus publicaciones, además de firmar algunos de sus manifiestos. En Rumania, el trabajo de Tzara fue recuperado por las revistas "Contimporanul" e "Integral", dirigidas por un titubeante Vinea e Ilarie Voronca (1903-1946) respectivamente. En una entrevista de 1927 Tzara expresó su oposición a la adopción por parte del grupo surrealista del comunismo y agregó que él había optado por una "revolución permanente" personal, que preservara "la santidad del ego". Mientras tanto se abocaba a la escritura de una de sus mayores obras: "L'homme aproximatif" (El hombre aproximado), la que comenzó en 1925 y se publicaría en 1931.
En 1929 se amigó con Breton, una reconciliación que duraría hasta 1935, año de su definitiva ruptura con la filosofía vital de la que había sido vidente y partero. Los años que corren entre la primera y la última separación fueron, sin embargo, los de mayor profundidad creadora en la vida de Tzara. A ellos pertenecen los mejores títulos de su profuso catálogo, que incluye casi treinta volúmenes de poemas e infinidad de notas críticas, ensayos, manifiestos, conferencias y prólogos. Fue una etapa en la que fusionó sus ideas literarias y políticas, combinando una visión humanista con las tesis comunistas. Tzara abandonó los símbolos del pasado y, al igual que los psicólogos Sigmund Freud (1856-1939) y Wilhelm Reich (1897-1957), describió la violencia como un medio natural de expresión humana. "Essai sur la situation de la poésie" (Ensayo sobre la situación de la poesía) -publicado en la revista surrealista "Le Surréalisme au service de la révolution"-, "Le Surréalisme et l’après-guerre" (El Surrealismo y la posguerra) y "Midis gagnés" (Mediodías ganados), son acaso algunas de sus obras más logradas en ese sentido.
Su evolución como hombre lo llevaría entonces a dar el paso hacia la política; si su primer desencuentro con Breton fue producto de su anarquía ("si la ausencia de sistema es todavía un sistema, por lo menos es el más simpático"), el segundo fue producto de su madurez. Tzara eligió quedarse solo. El otrora "enfant terrible" dividió su tiempo entre la devoción por el Partido Comunista, el estudio de la literatura francesa medieval -sobre todo, y con singular acierto, sobre la vida y obra de François Villon (1431-1463) y de François Rabelais (1494-1553)-, y los "tipos extraños, judíos de barba blanca, alemanes que trazan teorías elípticas, astrónomos, mujeres con trajes de noche como planetarios brillantes" que visitaban su casa, donde la iluminación brotaba de libros entreabiertos de cara a la pared.
Tuvo tiempo también de residir en España entre 1934 y 1936, donde fue nombrado secretario del Comité para la Defensa de la Cultura Española, en el marco del Congreso Internacional de Intelectuales Antifascistas y, tras el estallido de la Guerra Civil, apoyar abiertamente a las fuerzas republicanas. Luego, durante la Segunda Guerra Mundial, se refugió en el sur de Francia y participó de forma clandestina -pero muy activa- en la Resistencia, ejerciendo labores de enlace entre los distintos intelectuales que se opusieron a la ocupación alemana. En diciembre de 1944, cinco meses después de la liberación de París, contribuyó con varios artículos en el periódico procomunista "L'Éternelle Revue" que editaba Jean Paul Sartre (1905-1980) y, en agosto de 1960, firmó junto a otros intelectuales el "Manifeste des 121" (Manifiesto de los 121) en contra de la ocupación francesa de Argelia.


El 24 de diciembre de 1968, en ocasión de cumplirse el quinto aniversario de su muerte, la revista argentina "Primera Plana" publicó una nota recordatoria. "El anciano que agonizaba bajo la carpa de oxígeno, en París, durante la Nochebuena de 1963, estaba terminando allí la tercera etapa de su vida; la había iniciado en 1937, cuando la Guerra Civil española lo enfrentó, de golpe, con los rigores del compromiso. Murió esa noche, antes de la llegada de la Navidad. Nadie pudo decir entonces que Tristan Tzara había perdido su tiempo. Asociado a perpetuidad al nacimiento de Dadá -ese padre del surrealismo y abuelo de toda la anarquía del siglo-, Tzara fue mucho más que un agitador e hizo cada cosa en el momento oportuno. Quizá ninguno de sus contemporáneos podría ser su par en ese aspecto: arquetipo del guerrillero cultural a los veinte años, demostró ser un creador de primera magnitud cuando pasó los treinta y accedió a la militancia política una década después, en la edad de la razón, esa frontera otoñal con la sabiduría. Hasta el apogeo de la crítica existencialista, en la segunda posguerra, se daba por sentado que el breve lustro de vida orgánica de Dadá no había servido básicamente más que para engendrar el Surrealismo. La realidad los desmintió: los renovados brotes nihilistas de la década del '60, el pensamiento estructuralista, son las señales de que el espíritu de Dadá, lejos de volver al polvo junto con su cuerpo, quedó clavado como un indicador de tránsito en la cultura y del arte del siglo XX". Contaron su amigos que, en los últimos años de su vida, Tzara se había vuelto melancólico y vagaba por los cafés de la Rive Gauche buscando a alguien que quisiera jugar con él un partido de damas. Seguramente sería otro método para investigar una ilusión sin descuidar la trivialidad de la vida.