30 de diciembre de 2009

Entremeses literarios (LXXXVIII)

BAJO UNA MARIPOSA...
Marosa Di Giorgio
Uruguay (1932-2004)

Bajó una mariposa a un lugar oscuro; al parecer, de hermosos colores; no se distinguía bien. La niña más chica creyó que era una muñeca rarísima y la pidió; los otros niños dijeron:
- Bajo las alas hay un hombre.
Yo dije:
- Sí, su cuerpo parece un hombrecito.
Pero, ellos aclararon que era un hombre de tamaño natural. Me arrodillé y vi. Era verdad lo que decían los niños. ¿Cómo cabía un hombre de tamaño normal bajo las alitas? Llamamos a un vecino. Trajo una pinza. Sacó las alas. Y un hombre alto se irguió y se marchó. Y esto que parece casi increíble, luego fue pintado prodigiosamente en una caja.



JUDITH
César Bruto

Argentina (1905-1984)

Cuando uno piensa en esta muger -lo mismo quen dalilA, salomE y otras muchas vanpiresas historicas-, enseguida se acuerda del viejO viscachA cuando le aconsejaba a uno de los martinS fierroS (juniors): "El honbre no debe creer / ni en lagrimas de muger / ni en la renguera del perro". Y hay que suponer que, si el jeneral holoferneS hubiera leido el llibro de hernandeS, a lo mejor no se hubiese confiado tanto el dia que se presento' en su canpamento aquella seniora tan hermosisimamente libre, tan perfumadamente justa y tan elegantemente soberana... A lo mejor, de ahi viene la conosida frase que dice "Se aparesio' la viuda", porque la juditH era una joben viuda y estansiera de betuliA, antigua siuda' a la cual el mensionado jeneraL de los egersitos asirioS habia sitiado con el sano proposito de invadirla y alsarse con el santO y la limosna... Y cuenta la historia que una noche, -!sienpre la historia se hase de noche!-, la juditH se puso las pilchas mas descotadas, se volco' ensima los mas olorosos perfumes orientales, y con tales armamentos fue a golpear en el canpamento del terrible holoferneS justo a la hora de senar...
- Buenas noches y buen provecho... -saludo' la visitanta desde la puerta.
- Si le gusta... -le contesto' con voz castrense el invasor-, !Beba alguna cosa y sientese a comer alegremente junto conmigo!
La hermosa, elegante, coqueta y perfumada juditH no se hiso repetir la invitasion, y con tanta habilida' enpeso a difundir sus perfumes, coqueterias, elegansias y hermosuras que a los 5 minutos el pobre holoferneS estaba loco de amor hasta los huesos...
- !Pedime lo que quieras, negra -le murmuraba en uno de los oidos a la vanpiresa-, que yo sabre' conplaserte!
- Me gustaria venirte a visitar con frecuensia, mi militarsito lindo...
- !Podes venir todas las noches, preciosa! Haora mismo voy a dar la orden de que te degen entrar y salir sienpre que vos tengas' ganas, y que nadies te detenga en el camino!...
En una palabra: ya estaba frito el desdichado. Porque poco a poco la juditH se fue tomando confiansa, iba y venia por el canpamento como si fuera su propia casa; comia en la carpa del jeneralisimo en gejE del alto comando, y anbos se daban unas francachelas y fiestas sobre las cuales mas vale correr una discreta cortina para no entrar en detalles. Y, confiansa va y confiansa viene, una noche quel holoferneS se quedo dormido la delicada juditH le corto'
la cabesa a la altura de la nueS de adaN y de un solo tajo, lo cual en medio de todo no dejaba de ser una groseria y una falta deducasion hasia el duenio de la casa! Disen que la juditH vibio hasta los 105 anios deda', pero eso no justifica lo que hiso, ni mucho menos.



EL PERRO DE CORAZON
René Char
Francia (1907-1988)

En la noche del tres al cuatro de mayo de 1968 el rayo al que tan a menudo yo había mirado con envidia en el cielo me estalló dentro de la cabeza, ofreciéndome, sobre un fondo de tinieblas mías propias, el rostro aéreo del relámpago tomado de la tormenta más material que cupiese imaginar. Creí que la muerte venía, pero una muerte en la que, colmado por una comprensión sin precedentes, me quedase un paso que dar antes de adormecerme, antes de ser devuelto en dispersión al universo de siempre. El perro de corazón no había gemido. El rayo y la sangre, lo aprendí, son una y la misma cosa.


CUENTO DE HORROR
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)

La señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre ingleses) resolvió matar a su marido, no por nada sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo:
- Thaddeus, voy a matarte.
- Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz.
- ¿Cuándo he bromeado yo?
- Nunca, es verdad.
- ¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio?
- ¿Y cómo me matarás? -siguió riendo Thaddeus Smithson.
- Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos.
El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sisema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.



POLVILLO DE ELITROS
Wilfredo Machado
Venezuela (1956)

Yo cazaba mariposas en el bosque cuando la vi salir de la espesura. La muchacha alada percibió mi presencia. Entonces, voló hacia mí, mirándome a los ojos. Debí desmayarme. Cuando recuperé el conocimiento, estaba sobre mí. Desenroscó una larga lengua en forma de espiral y la introdujo en mi boca. Libó mi néctar con fruición y yo perdí la conciencia varias veces, jadeando entre aleteos tornasolados. No sé cuanto duró aquello. Cuando terminó, se fue volando de nuevo y se perdió entre las copas de los árboles, dejándome allí, exhausto y feliz, cubierto mi cuerpo desnudo de un dorado polvillo de élitros.


EL REY DE LA HELADERA
Jean Pierre Planque
Francia (1951)

Soy Melzar Rahmdi, el Rey de la Heladera. Soy quien cuida la plata cuando Jordi sale. Me pagan para eso. Bien, digo pago, pero… No quiero decir nada contra Jordi, pero es un poco insuficiente... En realidad, el reparto depende de lo que él traiga de sus expediciones nocturnas. Regla número uno: cerrar. Número dos: esperar que consiga lo más posible. Número tres: sobre todo, no ponerlo nervioso. Tengo la escopeta recortada bien asegurada entre los dedos del pie. Y los ojos atentos. ¡Ni pensar en picotear la comida de Jordi! Veo la puerta de la cocina en el visor, con el pasillo delante, como en una serie televisiva. La cocina está a oscuras, el pasillo iluminado. Tengo un paquete de cigarrillos a mano. Nada de alcohol. Malo para los reflejos… El alcohol está en la heladera, al fresco. Es para la fiesta. Cuando Jordi vuelva. En fin, no siempre… Sólo cuando está satisfecho de su noche. Lo que es decir prácticamente nunca. Pero es mi compadre... Casi como mi hermano. Sin exagerar, sentiría mucho que no regresara algún día. Mejor no pensar en eso. ¡Trae mala suerte! Acomodo el almohadón que puse bajo mis nalgas. Me duele el culo, como quien dice. Voy a fumarme uno. Tengo la impresión de que esta noche va a ser tranquila. No como la última, con el mocoso y su historia del gato… La vida es difícil en los suburbios. Ya no me acuerdo quien lo dijo, pero es cierto. La miseria por todos lados. Los comerciantes se dejan matar por tres euros. No se encuentra más nada para comer. A partir de las seis de la tarde, todo está cerrado. En las terrazas de los cafés, te arrancan la hamburguesa de la garganta, te arrebatan el vaso de cerveza o el paquete de puchos. El fulano salta sobre una moto robada y ¡adiós! Ayer a la noche, como siempre, vigilaba la heladera de Jordi. No sabía por qué, pero tenía como un presentimiento. El había salido por negocios, como suele decir. Deambulé un poco por su casa. Sí, mi compadre tiene una que heredó de su familia. El no vive en un departamento subsidiado por el Estado, pero a pesar de eso no es un privilegiado. La última vez que lo llamé así, fue para morirse de risa. Me encajó una que me hizo escupir sangre. Enseguida me habló de su padre y su madre, de su exilio y su vida acá. Se habían matado trabajando por él. ¡Los imbéciles! Pero me cuidé bien de decirle que habían sido unos tontos. No tenía ganas de que me diera otra, pero de todos modos… ¿de qué les sirvió, a sus viejos, trabajar toda la vida para unos patrones? Se dejaron joder, sí. Su casa es pequeña. De hecho, está en la otra punta de un complejo de viviendas subsidiadas, rodeado por otras viviendas idénticas. Bien, deambulé, como decía, revisando a izquierda y derecha las habitaciones de arriba, sin tocar nada. De todas formas, no había qué meterse en el bolsillo. Jordi sabe esconder bien todo lo que tenga algún valor. Y delante de la heladera, normalmente, estoy yo, con la escopeta recortada. Por la ventana, miré hacia afuera. La calle mal iluminada, la reja mal cerrada, el jardín invadido por el pasto. Fue entonces que las vi. Dos siluetas que se desplazaban entre los arbustos. Hacia la escalinata… Hice honor a mi puesto. Sentado delante de la heladera, la escopeta entre las piernas, tranquilo. Decidí no arriesgarme, esperar. Cuando los vi moverse en la entrada, hice lo mío. Alguien se puso a chillar. Le había acertado de lleno. Entonces una voz juvenil gritó:
- ¡Señor, señor! Mi amiga está herida, tiene sangre en todo el cuerpo... Solo queríamos leche para nuestro gato.
Trece, catorce años, pensé. La cagaron. A su edad, yo estaba todavía en lo de mamá, aguardando días mejores… Esperé el regreso de Jordi.



PROYECTO DE TRAMPA PARA RINOCERONTE
Rosalba Campra

Argentina (1947)

El rinoceronte es un animal probablemente mitológico que las leyendas sitúan en las tierras bajas de Elbor. Según las descripciones de los viajeros, su talla corresponde más o menos a la de nuestro unicornio doméstico, pero a diferencia de éste su cuerpo está cubierto de placas escamosas y su cuerno carece de propiedades mágicas, así que no se comprende por cuáles razones habría que armar trampas para cazarlo.


ANALISIS
Sergio Gaut vel Hartman

Argentina (1947)

- De orina no -dijo la empleada del laboratorio. El tipo, demacrado y pálido, miró desconcertado a la mujer.
- ¿De orina no? -repitió.
- ¿Hablo en valaco, yo? Aquí dice "hemograma", "uremia", "glucemia", "colesterol". Son todos exámenes de sangre, ¿comprende? Le extraen sangre y listo.
- ¿Y ahora que hago con el pis que traje? -dijo el tipo.
La empleada enarcó las cejas. Al principio pareció que no agregaría nada, pero luego hizo un gesto de asco y escupió.
- Póngase un émbolo en el culo y absorba la meada. ¿Qué quiere que le diga?
- No se burle. Esto representa una seria complicación para mí.
- Ah, ¿sí?
- Sí, porque por este pis le pagué trescientos euros a Laurentii Ivanchuk, el hombre más sano del mundo.
- ¿Compró pis para hacerse el análisis? -La expresión de la mujer pasó del sarcasmo a la estupefacción-. ¿Se da cuenta de lo que dice o sólo es idiota?
- Me gusta que mis análisis salgan perfectos.
- Mire qué bien. El señor trae pis ajeno para que los análisis le salgan perfectos. ¿Y cómo se las va a arreglar con la sangre?
Vlad Tepes dio un salto portentoso y con un movimiento económico hincó los dientes en el cuello de la empleada, extrajo del bolsillo unos elegantes tubitos y los llenó.
- Intuyo que usted es una chica sana. Los análisis de sangre también saldrán perfectos.



PERSONAJE
María Cristina Ramos

Argentina (1952)

El actor deja la escena, deja al público, deja el decorado, se desprende del teatro y camina por las calles, desnudo de toda apariencia. Entra en su casa. Entonces, lo invade el personaje que más conoce. El que desde hace tanto lo enajena.


REALIDAD TOTAL
Juan Andrés Calzadilla Arreza

Venezuela (1959)

Habituado a contemplar el Show del Crimen Vivo en un televisorcito desvaído y mate, corrió a comprar un Multipluritrón Personic cuando recibió las prestaciones. Decían que no podía ser más real. Alzó él mismo la enorme caja y vació el aparato gris plutonio. Siguió los pasos del manual y apostó su cuerpo a la butaca, echando su resto de días como en un tapete, caída la tarde. Apretó el control y la imagen se esparció desde un diamante lumínico. Era la hora del Show. La boca de la pistola lucía un negro texturado, avanzaba en una azul penumbra, las columnas hiperfónicas exhalaban el jadeo de la víctima invisible. Un fogonazo descomunal lo irrumpió dolorosamente. Cayó sobre la alfombra con un tiro en la nuca.