En 1685, un tal Edward Lloyd (1648-1713) abrió una taberna en Tower Street cerca del Támesis, en Londres. En 1691, su hijo trasladó el establecimiento al nº 16 de Lombard Street, muy cerca del Stock Exchange (Bolsa de Valores). Allí se reunían habitualmente mercaderes, marinos, armadores, corredores de bolsa y abogados, llegando a ser su lugar predilecto de reunión hasta el punto de que, para algunos, se convirtió en su propia oficina.
Era corriente que los banqueros financiasen las expediciones marítimas de los comerciantes, actividades éstas que estaban expuestas a la piratería y a los peligros del mar. Se estipulaba que, en caso de que el barco se hundiera, los banqueros no podían exigir devolución del préstamo. En cambio, cuando el barco llegaba felizmente a puerto, el comerciante pagaba una determinada suma al banquero, en concepto de prima por el riesgo que éste había corrido.
En el Lloyd's Coffee, comerciantes y banqueros londinenses se reunían para negociar. Los financieros que ofrecían contratos de seguros escribían su nombre bajo la cantidad específica del riesgo que aceptaban cubrir a cambio de cierto pago o prima. A estos agentes se les llegó a conocer como "underwriters" (suscriptores), pues suscribían el contrato firmando al pie de la página. El Café funcionó hasta 1726, cuando ya eran famosos los seguros allí pactados y, en 1769, Lloyd's se convirtió en una comunidad formal de aseguradores cuando se fundó el New Lloyd's Coffee House en Popes Head Alley.
Hasta allí llegó el supersticioso y prevenido Napoleón Bonaparte (1769-1821) casi medio siglo más tarde. A punto de invadir Austria, el irascible corso contrató el 21 de mayo de 1813 un seguro de vida por valor de 50.000 libras esterlinas. La póliza cubría el riesgo de "morir en batalla o caer prisionero". Unos meses después, sus tropas fueron derrotados en la Batalla de las Naciones, transcurrida entre el 16 y el 19 de octubre de aquel año en Leipzig, en lo que se constituyó en una de las grandes y raras derrotas de Napoleón. Al año siguiente fue instalado contra su voluntad en la isla de Elba, y para entonces nadie recordaba el contrato; menos que nadie, por supuesto, los ingleses. De todos modos, Bonaparte fue uno de los primeros clientes célebres del seguro. Muchos años después, en 1966, la opulenta actriz británica Elizabeth Taylor (1932-2011) traspuso los umbrales de Lloyd's en Londres, para cubrir una de las regiones más notables de su anatomía: sus senos. Pagó por protegerlos la misma cantidad que Napoleón por su vida; jamás dijo, en cambio, contra qué riesgos los aseguraba.
En el Río de la Plata, la historia del seguro está, naturalmente, vinculada a España. Entre los años 1561 y 1740 existió entre ésta y sus colonias un sistema de flotas y galeones que imposibilitaba a las últimas mantener cualquier tipo de comercio con terceras naciones, inclusive directamente entre las propias colonias españolas, obligándolas a comerciar y, dado el caso, asegurar solamente con España. En 1789, en un informe enviado a ese país por el virrey Nicolás del Campo (1725-1803) -más conocido como Virrey Loreto- sobre el estado del comercio, se decía textualmente en relación a los seguros: "No se conoce ninguna casa y todas en la remesa de sus caudales recurren a España; siendo difícil que según la actual constitución de este comercio, se establezca este giro, porque además de no haber casas suficientemente acaudaladas para ello, concurre la circunstancia de que en Europa se corren pólizas por un tanto por ciento muy proporcionado a los riesgos actuales". De este informe se deduce que la actividad del seguro era perfectamente conocida en el Río de la Plata pero por sus requisitos y circunstancias especiales era imposible desarrollarlo localmente.
Pronto, la administración colonial del Virreinato dio lugar a la creación de la primera compañía de seguros del Río de la Plata y su inspirador no fue otro que el por entonces joven abogado Manuel Belgrano (1770-1820). La empresa se llamó "La Confianza". Su capital fue suscripto por un número limitado de accionistas y se emitieron cuatrocientas acciones de 1.000 pesos fuertes cada una y con una duración de cinco años, fecha esta última a partir de la cual se distribuirían las utilidades. La aseguradora operó con normalidad según se desprende de los documentos de las juntas de accionistas hasta el año 1802, desconociéndose su destino posterior ya que no existe documento alguno que lo acredite.
En la Memoria titulada "Medios generales de fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio de un país agricultor" presentada el 15 de junio de 1796 al Real Consulado de Buenos Aires -del cual era Secretario- Belgrano sostenía la necesidad de dignificar los métodos comerciales, elevando el concepto y la misión de quienes lo ejerciesen, y formulaba como conclusión la necesidad de fundar una Escuela de Comercio y establecer una Compañía de Seguros Marítimos y Terrestres. A partir de esa iniciativa, el comerciante local y terrateniente Julián del Molino Torres logró aunar la voluntad y el capital de "vecinos destacados", y el 7 de noviembre de 1796 quedó constituida la compañía de seguros "La Confianza", primera aseguradora de capitales netamente criollos.
Belgrano ya había demostrado una especial inquietud por la economía política en la Universidad de Salamanca, donde se matriculó como abogado en 1792, teniendo como maestro a Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), un jurista asturiano especializado en la materia. Además fue miembro de la "Sociedad de Economía Política" y participó activamente en la escuela de Pedro Rodríguez de Campomanes (1723-1802), el economista español más relevante en esa época.
Luego de la desaparición de "La Confianza", no se tiene conocimiento sobre la existencia de otros documentos o aseguradoras hasta que el 15 de diciembre de 1810 se publicó en el periódico "El Correo del Comercio" un artículo titulado "De los Seguros", cuyo autor -Belgrano- se encontraba por entonces al frente del ejército en el Paraguay. En el artículo definía el contrato de seguro, sus partes y condiciones, como así también su instrumentación por medio de la póliza y los distintos riesgos a los que se podía aplicar. Además efectuaba un análisis histórico social desde su origen hasta alcanzar el actual desarrollo de su época. Analizaba también su funcionamiento en general, incursionando también en el tema de los cálculos técnicos y el costo del seguro.
Los avatares de la incipiente nación fueron llevando a Belgrano por otros rumbos. Las diversas campañas militares y misiones diplomáticas lo apartaron de sus iniciales inquietudes. Con amargura se quejaba en su autobiografía de que muchas de sus propuestas presentadas con el objeto de fomentar la agricultura, la industria y el comercio no fuesen aprobadas en su momento. "Otros varios objetos de utilidad y necesidad promoví que poco más o menos tuvieron el mismo resultado, y tocará al que escriba la historia consular dar una razón de ellos; diré yo, por lo que hace a mi propósito, que desde el principio de 1794 hasta julio de 1806 pasé mi tiempo en igual destino, haciendo esfuerzos impotentes a favor del bien público; pues todos o escollaban en el gobierno de Buenos Aires o en la Corte o entre los mismos comerciantes, individuos que componían este cuerpo, para quienes no había más razón, ni más justa, ni más utilidad, ni más necesidad que su interés mercantil; cualquier cosa que chocase con él, encontraba un veto sin que hubiese recurso para atacarlo".
Recién en 1859, la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, apartada por entonces de la Confederación, sancionó el Código de Comercio con una amplia regulación del seguro. Pronto se fundó la primera compañía argentina de seguros y, para 1864, ya existían ocho compañías nacionales, autorizándose en 1865 la primera agencia de una compañía extranjera. "De hoy en adelante el comercio está seguro y tranquilo y si sólo aseguraba sus capitales de los peligros que tiene la navegación, podrá hacerlo ahora de los salvajes, y sabrá que mediante una prima sobre el valor de los artículos está libre de una pérdida que antes era segura e inevitable". Quienes suscribían esta advertencia eran Domingo Ferrer y Fernando Roubard dos aseguradores porteños empeñados en salvar del ataque de los malones a las carretas que en 1867 hacían el viaje al Norte pasando por Rosario. Lejos habían quedado los días del precursor Manuel Belgrano.