Buscando evitar la
decadencia, la humillación a la que tanto temía y que reaparecía una y otra vez
en su obra como una pesadilla recurrente, Bergman se recluyó en su isla de Fårö,
al norte de la isla de Gotland, en el Mar Báltico, donde fundó su propio cine y
proyectaba sus películas favoritas a sus vecinos. Rodeado de sus libros y
películas, siguió escribiendo con el frenesí de siempre -guiones, piezas
teatrales, memorias- y en la última década incluso se permitió dirigir dos
films para la TV que pueden considerarse el compendio de su pensamiento
artístico, una conmovedora reflexión sobre sus eternas pasiones.
En "Saraband"
-realizada en 2003- una pieza de cámara para dos personajes que queda como su
largometraje final, Bergman, con su voluntad demiúrgica incólume, decidió
volver sobre el matrimonio de "Escenas de la vida conyugal" y provocar un
reencuentro. Sin embargo nunca fue un sentimental y tampoco estaba dispuesto a
ceder al final de su vida: el paso del tiempo nunca lo enterneció ni lo puso
melancólico. En todo caso lo hizo volver a la pregunta que lo había obsesionado
durante sus últimos años. Si en los años '60 parecía interrogarse
obsesivamente por la existencia de Dios, en la siguiente década no dejó de
preguntarse por la naturaleza del amor. ¿Existe realmente? ¿Cómo se manifiesta?
¿Tiene algo de espiritual o es una expresión puramente física? Otras preguntas
cruciales se sumaron en "Saraband", la película de un hombre tan sensible como
intransigente, que se casó cinco veces y tuvo nueve descendientes: ¿Un hijo
puede amar realmente a su padre? ¿De qué manera? ¿Por qué?
El caso de
su anteúltimo film, "Larmar och gör sig till" (En presencia de un payaso) fue
distinto. Aquí continuaba la exploración de ese misterioso haz de luz plagado
de fantasmas que descubrió en su infancia, aquello que él denominaba la "linterna
mágica", recorriendo sus recuerdos familiares y su infancia plagada de
pesadillas y terrores nocturnos, oscurecida por la sombra del severo pastor
protestante que fue su padre, pero que siempre nutrió de imágenes y de materia
dramática a casi toda su obra. "Vivo continuamente dentro de mi sueño y hago
visitas a la realidad", escribió. Y desde esa tenue frontera entre ficción y
realidad, entre el sueño y la vigilia que siempre dominó su obra, se cuestionó
no solamente a sí mismo y sus fantasmas, sino que también interpeló a Dios con
la furia del ateo que alguna vez fue creyente.
Siempre
dijo que el teatro, las bambalinas, eran su "verdadero hogar" y que allí fue
feliz, aunque imaginaba que la Muerte lo acechaba obstinadamente, detrás de las
cortinas de un escenario, disfrazada con la máscara cruel de un payaso. La
creación artística e intelectual de Ingmar Bergman, considerada en su conjunto,
no se halla exenta en ningún momento de la aureola de duda existencial que le rodeó
siempre a sí mismo. Es notorio el hecho de que en la mayor parte de su filmografía
sus personajes recorrieran caminos que los condujesen hacia sí mismos, hacia su
propia alma, hacia su propia conciencia. Eran recorridos íntimos, enigmáticos,
sobrecargados por un denso dramatismo. La transmisión de esos estados de
conflicto interno de sus personajes, originaron historias angustiosas y
lacerantes, como pocos directores de cine han podido comunicar, y este fue el
mayor logro del director sueco.
Guillermo
Saccomanno (1948) trabajó como guionista de historietas a partir de 1972 cuando
se incorporó a la editorial Columba de Buenos Aires, lo que sería el comienzo
de una carrera que lo llevaría a colaborar con editoriales españolas, inglesas,
italianas y norteamericanas hasta que, en 1979, publicó un libro de poemas: "Partida
de caza". En 1984 se inició en la narrativa con la aparición de la novela "Prohibido
escupir sangre" y, dos años después, con su libro de cuentos "Situación de
peligro". A partir de entonces compaginó la historieta y la literatura.
Sucesivamente fueron apareciendo "Bajo bandera", "Animales domésticos", "Situación
de peligro" y "La indiferencia del mundo" (cuentos); "Roberto y Eva. Historias
de un amor argentino", "El buen dolor", "La lengua del malón", "77", "El pibe", "El
oficinista" y "Cámara Gesell" (novelas).
Radicado desde 1989 en Villa Gesell, una pequeña localidad costera de la
provincia de Buenos Aires, Saccomanno ha escrito también el tomo de ensayos "Historia
de la historieta argentina" y la obra de no ficción titulada "Un maestro". Sus
relatos fueron traducidos a diversos idiomas y adaptados al cine y la
televisión. Actualmente coordina un taller de narrativa y es colaborador del diario "Página/12", periódico en el cual publicó el 5 de agosto de 2007 -en su suplemento "Radar"- el artículo "Dios",
en homenaje al director cinematográfico Ingmar Bergman.
Casado con
una tendera de moda, un hombre de negocios oculta su homosexualidad en el
matrimonio. Frecuenta una puta, se desgarra y se analiza. En tanto, su mujer se
acuesta con su psiquiatra. El hombre asesina a la puta. Después, la
investigación policial. Resumidísima, ésta es la trama de "De la vida de las
marionetas" (1980). Es una película atípica de Bergman: entrevera lo documental
con el "thriller". Arranca con colores furiosos y continúa en blanco y negro,
compuesta por testimonios, diferentes puntos de vista. Nadie es dueño de la
verdad. Al salir del cine, me costaba encajar en la realidad. Era, creo, la
época de la dictadura. Había una normalidad en la calle. Pero era para
desconfiarle. El espectador que yo era antes de la película no era el mismo
después de haberla visto. Pero no tenía a quién contárselo. Estaba solo. ¿Quién
tira de los hilos?, me preguntaba.
La
relación con la fe, como la que se tiene con una película, es de orden
personal, secreto e intransferible. (Una digresión: ¿es casual que los cines
de antes, auténticas catedrales, se hayan transformado en templos de las más
diversas corrientes evangelizadoras en el país en que se asesinaron a los curas
que proponían la liberación del dolor?). Podría justificar este sentimiento
religioso que me inspira el cine en el galpón parroquial donde las seriales
alborotaban al piberío. Si asistías a misa los curas te recompensaban la fe con
una entrada para el cine de la iglesia. Los pibes gritábamos, reíamos, nos
quedábamos mudos de espanto frente a las seriales de aventuras. Después, cuando
comentábamos la película yo tenía la impresión de que cada uno había visto una
distinta.
Lo mismo pasaba, a fines de los '60 y en los '70 con las películas de
Bergman. Después de cada uno de sus estrenos, muchas veces censurados por la
dictadura de turno, sus films eran el pretexto para discusiones secantes: mucho
café, polera y cigarrillos negros. Como a la salida del cine parroquial, me daba
la impresión de que cada uno había visto una película distinta.
Tal vez
estas meditaciones deberían empezar de otro modo. Por ejemplo, así: cuando me
enteré de la muerte de Bergman pensé en Dios. Cada una de sus películas (y
creo, con más devoción que petulancia, haber visto buena parte de su
producción) me transmitía una inquietud que duraba varios días y, con el
tiempo, se depositaba en mi memoria con la intensidad de lo vivido. Nada más
lejos de su cine que la bajada de línea. No hay en ninguna de sus películas una
sola frase que afirme la existencia de Dios y que le reste trascendencia a la
distinción entre culpa y responsabilidad. Bergman siempre pregunta. Nunca
declama. Interroga. En principio, a sí mismo. Asumiendo el riesgo, nos confiesa
su desesperación, un vacío que si debe tener un nombre es el de Dios. Planteada
su pregunta, estamos más solos que nunca.
Temor y
temblor del dinamarqués Soren Kierkegaard (1813-1855), existencialista pionero, que se centra en la terrible prueba de fe que Dios le impone a Abraham: el
sacrificio de su hijo Isaac. Este pasaje bíblico dispara en Kierkegaard un ensayo
donde, por encima de su convicción teológica, se anima a formular todas y cada
una de las preguntas que habrán de atormentar al padre en su camino a la montaña
donde debe acuchillar al hijo. ¿De qué Dios hablamos?, se pregunta uno. ¿De qué
padre? Y en esencia, ¿de qué clase de fe? Si algo exige la vida espiritual es
compromiso con el amor en esta tierra, un compromiso solidario con el prójimo y
su dolor.
Hay afinidades entre Kierkegaard y Bergman. Kierkegaard era hijo de
un pastor. Su padre le selló el destino imponiéndole el estudio de la teología
como el ejercicio del dogma. El padre de Bergman también era pastor. La
relación entre ambos fue dramática. Bergman habría de recordar los castigos del
padre. Y cómo, una vez, retobándose, le pegó una paliza al padre y después
escapó. En su juventud, Bergman pasó un período en Alemania y no fue ajeno a
las vibraciones del nazismo. Todavía hoy muchos compatriotas no le perdonan ese
pecado de juventud y lo aprovechan para descalificarlo. No obstante, ahí hay
una obra, "El huevo de la serpiente", que contesta todo reproche.
En los '80
Bergman litigó con las autoridades suecas negándose a pagar impuestos. Se
trasladó entonces a Alemania, donde filmó, además de "El huevo de la serpiente", "De la vida de las marionetas". (Otra digresión: no es desatinado arriesgar que
Bergman es quien precede y habilita con estos ejemplos el cine de Fassbinder.)
Hay alrededor de veinticinco años de distancia entre aquella tarde en que entré
solo a un cine de Corrientes a ver "De la vida de las marionetas" y esta línea.
Un sentimiento de rareza en el mundo.
Los
títeres juegan también un alegórico rol importante en "Fanny y Alexander". La
historia de esos dos chicos y su descubrimiento de las tensiones entre juego y
pérdida, placer y castigo, vida y muerte, podía ser la de mi hermana y la mía,
pero también la de todos los chicos del mundo. Han pasado los años, nuestros
padres han muerto. Mi hermana tiene una relación con la fe y yo otra. Mi
hermana visita sus tumbas. Yo prefiero creer en Dios de otra forma. Un último
recuerdo ahora: antes de morir, entre sus libros, mi padre tenía "La linterna
mágica", las memorias de Bergman.
¿Qué Dios
mueve los hilos pidiéndoles a los hombres ser sus embajadores haciéndose
sacerdotes o curadores psi del alma atormentada? ¿Quién se cree el psiquiatra
que analiza al asesino de la puta? ¿Quién se cree el temible pastor padrastro
de los hermanitos Fanny y Alexander, tan parecido a Von Wernich? ¿Existirá
Dios? Si no hay Dios, ¿a quién adjudicarle nuestras miserias y vergüenzas?
Bergman tiene un mensaje (término desacreditado si lo hay): no tenemos otra
alternativa que hacernos cargo de la desesperación que produce la responsabilidad.
El
desesperado es un enfermo de muerte, escribió Kierkegaard. Bergman era uno y
tenía conciencia de su mal, lo que no le impidió vivir ochenta y siete años para contarlo. Tampoco me
da vergüenza confesarlo públicamente: como cada tanto necesito volver a Kierkegaard,
también necesito volver a Bergman. Es decir, volver a Dios.