Hay
psicoanálisis después de Freud, sin duda alguna. La invención del médico vienés
rindió sus frutos: a lo largo del siglo XX, irrigó todo el campo intelectual de
Occidente y también, aunque en menor medida, de Oriente. El psicoanálisis, hijo
de la Ilustración, también formó parte de la escalada sin fin del progreso del
conocimiento. Tras la muerte de su creador en 1939, surgieron casi al mismo
tiempo los grandes trabajos que habrían de constituir las escuelas
psicoanalíticas. Anna
Freud (1895-1982) publicaba su libro "Das Ich und die abwehrmechanismen" (El
yo y los mecanismos de defensa); Heinz Hartmann (1894-1970)
lanzaba su "Ich-psychologie und anpassungsproblem" (La psicología del Yo y
el problema de la adaptación); Carl Gustav Jung (1875-1961) hacía lo
propio con su "Allgemeines zur komplextheorie" (Consideraciones generales
sobre la teoría de los complejos); y Wilhelm Reich (1897-1957) con su
"Die sexualität im kulturkampf" (La revolución sexual). Mientras tanto Melanie
Klein (1882-1960) leía, en
el Congreso de Lucerna, su primer escrito sobre el duelo: "Trauer und
deren beziehung zu den manisch-depressiven zuständen" (El duelo y
su relación con los estados maníaco-depresivos), y Jacques Lacan (1901-1981)
introducía, en el Congreso de Marienband (1936), el concepto
de estadio del espejo con
su ensayo "Le stade du miroir comme formateur de la fonction du Je" (El estadio
del espejo como formador de la función del Yo). El psicoanalista catalán Miquel
Bassols, agudo analista e intelectual curioso, seguidor de la obra de este
último, en el tercer tramo de la recopilación de entrevistas ubica en la
ciencia, la religión y la violencia nuevos campos de acción para el terapeuta y
revisa la importancia que han tenido en el pasado y en el futuro del
psicoanálisis.
Hay una
diferencia de abordaje en la problemática de la ciencia y la religión en Freud
y Lacan. En su obra "El porvenir de una ilusión", Freud apuesta al
progreso de la ciencia y la extinción de la religión. Sin embargo, Lacan tomó
un recorrido distinto, plantea que la religión es inagotable, indestructible, y
que puede haber cierta vertiente cientificista que intente sustituir a la
religión. ¿Cómo lo interpreta usted?
Sí, Lacan situó muy bien a la ciencia, a la
religión, a la magia y al psicoanálisis a partir de las cuatro causas
aristotélicas. Pero es cierto que Freud partió de un horizonte cientificista
para el psicoanálisis, intentando localizar el psicoanálisis en la ciencia de
su tiempo. Pero estamos en un momento distinto. Por supuesto que, después de la
enseñanza de Lacan, el psicoanálisis está en otro momento, pero la ciencia misma
está en otro momento. Después de la Segunda Guerra Mundial, claramente, lo que se ha
dado en llamar las tecnociencias (es una palabra que tal vez pueda discutirse pero que indica algo), indica que ha habido un cambio de lugares en el mismo
discurso de la ciencia, y lo que era un deseo de saber, un deseo supuesto de
saber, se ha convertido en un deseo de poder, fundamentalmente. Y es un tema de
debate en la ciencia misma actual. Pero, sobre todo yo diría que lo propio de
la tecnociencia es que ha producido nuevos objetos, que sí, han venido al lugar
del objeto religioso. No sólo podemos decir que, como se ha comentado, la
ciencia ha venido al lugar de la religión, a dar el lugar de un sujeto
supuesto saber o de un sujeto supuesto creer , fundamentalmente
sobre algunos asuntos vinculados directamente sobre la vida de los seres
humanos, sino que la producción de nuevos sujetos por la tecnociencia, vamos a
decirlo así, ha elevado algunos objetos a la dignidad de la cosa sagrada.
De lo
divino...
La cosa divina. Uno de esos objetos, sin duda
alguna hoy, es lo que las neurociencias han elevado el objeto más enigmático,
que es el cerebro mismo. Y se puede hablar, yo diría, de la elevación del
cerebro al objeto, al cénit, al cénit social que la ciencia está proponiendo
actualmente. Hasta el punto de que se cae, en lo que algunos han llamado "la
falacia mereológica", es decir, por ejemplo, que el cerebro piensa, o que el
cerebro sabe, o que las células saben, o que la neurona sabe lo que hay que
hacer. Y cuando no lo sabe muy bien hay que corregirla porque denota algún
problema. Ahí está el efecto nuevo, un efecto más radical que el que podía
haber en los tiempos de Freud, y es un efecto de sugestión, pero también de
promoción de nuevos objetos que vienen a un lugar que antes ocupaba el objeto
religioso, el objeto divino. Entonces hay una nueva creencia, hay una creencia
nueva de la ciencia y hay una nueva creencia en la autoridad de la ciencia, que
también está entrando en sus dificultades porque no hay sujeto que en un momento determinado no entre en crisis. Lo sabemos por el
psicoanálisis precisamente, y creo que estamos en ese momento. Estamos en un
momento muy interesante donde esos objetos están revelando su otra faz, detrás
del semblante de objeto religioso; están haciendo aparecer efectos cada vez más
difíciles de soportar por los seres mismos que hablan.
Pero hay
un matiz en relación a la religión y a la ciencia que está en la conferencia de
prensa del 29 de octubre de 1974 en el Centre Culturel Français de Roma, donde
Lacan señala que la religión triunfará. Dice que la ciencia produce un real tan
arrasador que hace más necesaria la religión como refugio de sentido.
Exacto. A más avance de la ciencia, más presión
de la ciencia. Y lo mismo ocurre con el sentido religioso.
A finales
de los '90 se empezó a hablar del retorno a la religión.
Exactamente, es un fenómeno conocido al que los
individuos no son ajenos, se conoce muy bien. Y algunos además manejan,
explícitamente, muy claramente, las dos referencias. Y es muy difícil, yo
diría, mantener un ateísmo en el campo de la ciencia, a diferencia de lo que
podía ocurrir en otros momentos, ese sería un tema para desarrollar. En todo
caso, lo importante es en esta coyuntura cómo el psicoanálisis se maneja. Lacan
decía que, si el psicoanálisis vencía en esta lucha por el sentido, se terminaba,
iba a su extinción. Es muy interesante esa posición de Lacan, porque indica que
en esa coyuntura donde ciencia y religión pueden anudarse de una manera cada
vez más clara, el psicoanálisis es el discurso que puede hacer aparecer el
sinsentido. El sinsentido que aparece en lo real. El real propio que elabora la
experiencia analítica, y que finalmente a nosotros mismos nos plantea un
problema, cómo manejar el saber distinto de la creencia. Es un tema clásico en
la lógica, saber y creer. "Saber y creer" es un título de Hinttika, al que
Lacan se refiere en su seminario en algún momento, y que implica que separando
esos dos registros -que la ciencia a veces no puede separar, ni la religión-
podamos hacer aparecer el real propio del inconsciente, del inconsciente que
llamamos real, como aquello que escapa a la creencia y a la producción total de
sentido. Es una tarea para el discurso analítico del siglo XXI.
Su texto
para la Organización de las Naciones Unidas sobre la violencia contra las
mujeres, tuvo un impacto muy favorable e importante en la Argentina. Lo han
leído centros sobre la violencia de género y me interesa que pueda decir un
poco más qué puede aportar el psicoanálisis para el tratamiento de estos
fenómenos de violencia que tienen que ver más con la época actual, porque las
formas de violencia han variado.
Es una epidemia.
Sí. La
violencia familiar, la violencia escolar, la violencia contra las mujeres,
dejando de lado lo criminal…
Es una epidemia. Además mi hipótesis es que es
una epidemia que se contagia por identificación y que, según cómo se trate el
problema, es lo que estamos verificando, según cómo se trate el problema, se
aumenta la epidemia.
¿También
por lo mediático?
Por lo mediático. Creo que hay un efecto de este
tipo y según cómo se trate el problema aumenta el efecto epidémico. Al menos en
España es lo que está ocurriendo ante la sorpresa de todos los dispositivos que
se han puesto en marcha para tratar lo que ya se da como un efecto de epidemia,
especialmente de la violencia contra las mujeres. ¿Qué es lo que el
psicoanálisis debe decir y debe aportar para esta problemática? En primer
lugar, yo sitúo siempre, y en el texto que presentamos en la ONU lo presentamos
así. Hay tres lugares donde la segregación culturalmente se ha operado de la
manera más drástica. Esos tres lugares son la infancia, la locura y lo
femenino, o la femineidad. La femineidad como alteridad de un goce que no se
puede localizar en los parámetros fálicos del universo global y masculino, en
primer lugar. ¿Qué podemos decir del psicoanálisis, que es una experiencia
precisamente singular en cada sujeto, de tratamiento de lo que es la
segregación del goce más íntimo para cada uno? ¿Cómo situarse frente a eso que
es lo más ignorado del goce propio, que es lo que hay de loco, de niño y de
femenino en cada sujeto, que es segregado por estructura? Porque cuanto más se
ignore esa zona fundamental del ser que habla, más aparece la violencia como
respuesta a esa segregación. Y eso aparece en lo singular de cada caso, pero también
aparece como Freud muy bien anticipó en "Psicología de las masas", como
reducible a la psicología individual. En los términos de la psicología de las
masas, eso aparece traducido en fenómenos de masa como fenómenos de violencia
grupal que cada vez están siendo más notorios en distintas partes del mundo. En
Europa por supuesto, en América, es un fenómeno que toma formas distintas según
los lugares, pero que responde, sin duda, a una lógica de la segregación del
goce como lo insoportable, lo no incluible dentro del principio del placer. Eso
hay que desarrollarlo en la experiencia analítica distinguiendo principio de
placer y goce. El goce como lo que está más allá del principio del placer. Pero
lo que sí vemos, es que esos tres objetos, esos tres estatutos del sujeto
reducidos a objeto, que son, la infancia, la femineidad y la locura, son objeto
de la segregación en la violencia mayor, y lo siguen siendo. Incluso en las
sociedades donde el estado del bienestar está supuestamente asegurado, estamos
viendo el retorno feroz de esos fenómenos de segregación y violencia. El
psicoanálisis lo que puede aportar, es precisamente una elaboración, una
distinción clara entre principio de placer y goce, mostrando que la relación no
es tan simple, y que el intento de desvictimizar esos lugares tiene también una
contrapartida. Victimizarlos tiene otra. Pero la partida debe jugarse en otros
términos. Seguramente va a ser un tema de un próximo encuentro, precisamente a
partir de ese término crucial que debe saberse declinar a partir del
psicoanálisis, que es el lugar de la víctima en las sociedades modernas, que
toma lugares cada vez más trágicos, en efecto.
Es
interesante que en la institución escolar donde la violencia es global y es
epidémica, están estos tres términos: los niños, lo femenino -por el lado del
encuentro con el otro sexo en los adolescentes-, y también estos fenómenos de
locura que estallan.
Cada vez más frecuente. Además con el añadido de
que se está patologizando este tipo de posiciones. En la clínica actual,
sostenida por una orientación más biologicista, se está patologizando ciertas
respuestas del sujeto, que tratadas de esta forma, no se retroalimentan de esta
manera. Lo que vemos es que el efecto de diagnosticar de hiperactivo a un niño,
lo destina muchas veces a una posición de segregación, que va a responder con
violencia.
Sí, además
la lectura del "bullying" es una lectura fantasmática de victimario y víctima,
no responsabiliza y no lee eso como síntoma.
Toda la problemática es cómo sintomatizar, en el
buen sentido de la palabra, no como un trastorno sino como un malestar del que
el sujeto pueda hacerse responsable, sacarlo de esa posición de víctima y poder
hacerlo responsable de su posición. Es en efecto algo que da otra salida a esos
fenómenos cada vez más crecientes en el ámbito escolar y social.
¿El
psicoanálisis tiene algún pecado confesable?
El primer pecado, el pecado original, fue Freud.
Lacan hizo una lectura muy interesante de esta cuestión hablando en uno de sus
primeros Seminarios de un Freud que dice sentirse culpable y que, en su famoso
sueño sobre la inyección de Irma, pide perdón a la humanidad por haber
descubierto el inconsciente, esa herida irreductible del ser que habla. Es un
Freud que se siente en exceso responsable por haber descubierto un continente
nada apacible, localizado precisamente en ese sueño en la garganta enferma de
Irma. Si hablamos de pecados y de culpas confesadas del psicoanálisis,
deberíamos empezar por ahí. Hay que conocer la historia del psicoanálisis para
situar lo que Lacan llama el pecado original de Freud, del deseo de Freud que
se situó también en la propia institución analítica en el lugar del padre. Y lo
pagó a su manera. Si vamos a la acepción que tal vez tú querías evocar y con la
que también me siento implicado, sin duda los analistas somos responsables del
destino del inconsciente en el mundo contemporáneo. Y la primera cuestión es
que los analistas debemos saber ser más claros. El pecado de los propios
psicoanalistas ha sido muchas veces guardar un secreto que era un secreto para
ellos mismos, encerrándose entonces en su propio discurso, en su propio
lenguaje, un lenguaje impreciso.
"Creen
comprender algo de psicoanálisis porque juegan con su argot", decía Freud en
una entrevista en 1926.
Sí, el propio Freud fue ya muy sensible a esto.
Cuando los psicoanalistas se comprenden demasiado bien entre ellos quiere decir
que la cosa no va. Por eso siempre doy la bienvenida a aquel que viene y
pregunta algo que se supone que todo el mundo sabe pero que una vez planteado
nos damos cuenta de que no era así. Son los acuerdos tácitos que, por otra
parte, son extensibles a toda comunidad de saber. La propia ciencia actual,
como muy bien acaba de airear el último premio Nobel de Medicina, Randy
Sheckman, sufre de esto. Ha puesto así en cuestión de manera muy radical el
funcionamiento actual de la transmisión del saber en la ciencia, con sus
publicaciones e investigaciones. Y ha mostrado que las referencias mutuas, las
supuestas comprensiones de lo que se cita y lo que se utiliza como puntaje para
progresar y subir en el "ranking" de la ciencia, son demasiadas veces acuerdos
tácitos que llevan a ignorar los verdaderos descubrimientos, que se suelen
producir al margen del circuito de las publicaciones más prestigiosas. Los
analistas, por supuesto, no somos ajenos a esto y si puede haber una deriva es
justamente ahí donde creemos comprender demasiado rápido lo que escuchamos y lo
que leemos. Lacan decía que, de entrada, el analista debe saber poner en
suspenso la comprensión, no comprender demasiado rápido lo que está escuchando
del analizante. Bien, a veces a los analistas les ocurre eso mismo entre ellos.
Es entonces cuando el discurso se cierra sobre sí mismo y deja de producir algo
nuevo. La cuestión es, como decía Paul Valery : "con las palabras siempre gastadas de la tribu, crear un estilo".
Precisamente la experiencia de la Escuela en Lacan debe servir para llevar al
límite esa máxima, no quedarse sumergido en un lenguaje impreciso, creyendo
que nos entendemos demasiado bien entre nosotros. Y especialmente cuando se
trata de la pregunta sobre qué es un analista. Una escuela parte del siguiente
presupuesto: no sabemos qué es un analista. Eso que supuestamente sería tan
obvio del lado del saber, del saber profesional o universitario, debe ser una
pregunta reinstalada cada vez en el centro de una escuela. Ese sería el primer
antivirus para el pecado de comprender demasiado rápido. Una escuela debe ser
el lugar por excelencia en el que poner en suspenso los acuerdos tácitos sobre
lo que es el deseo del analista. Esa es la apuesta de cada día. Y no hay
descanso en eso.