22 de noviembre de 2014

Miquel Bassols: "Cuando uno se detiene y escucha el malestar de cada persona se da cuenta muy pronto de que no hay un malestar igual a otro, que el malestar, el síntoma, el sufrimiento, es lo más singular que hay en cada sujeto" (3)

Hay psicoanálisis después de Freud, sin duda alguna. La invención del médico vienés rindió sus frutos: a lo largo del siglo XX, irrigó todo el campo intelectual de Occidente y también, aunque en menor medida, de Oriente. El psicoanálisis, hijo de la Ilustración, también formó parte de la escalada sin fin del progreso del conocimiento. Tras la muerte de su creador en 1939, surgieron casi al mismo tiempo los grandes trabajos que habrían de constituir las escuelas psicoanalíticas. Anna Freud (1895-1982) publicaba su libro "Das Ich und die abwehrmechanismen" (El yo y los mecanismos de defensa); Heinz Hartmann (1894-1970) lanzaba su "Ich-psychologie und anpassungsproblem" (La psicología del Yo y el problema de la adaptación); Carl Gustav Jung (1875-1961) hacía lo propio con su "Allgemeines zur komplextheorie" (Consideraciones generales sobre la teoría de los complejos); y Wilhelm Reich (1897-1957) con su "Die sexualität im kulturkampf" (La revolución sexual). Mientras tanto Melanie Klein (1882-1960) leía, en el Congreso de Lucerna, su primer escrito sobre el duelo: "Trauer und deren beziehung zu den manisch-depressiven zuständen" (El duelo y su relación con los estados maníaco-depresivos), y Jacques Lacan (1901-1981) introducía, en el Congreso de Marienband (1936), el concepto de estadio del espejo con su ensayo "Le stade du miroir comme formateur de la fonction du Je" (El estadio del espejo como formador de la función del Yo). El psicoanalista catalán Miquel Bassols, agudo analista e intelectual curioso, seguidor de la obra de este último, en el tercer tramo de la recopilación de entrevistas ubica en la ciencia, la religión y la violencia nuevos campos de acción para el terapeuta y revisa la importancia que han tenido en el pasado y en el futuro del psicoanálisis.


Hay una diferencia de abordaje en la problemática de la ciencia y la religión en Freud y Lacan. En su obra "El porvenir de una ilusión", Freud apuesta al progreso de la ciencia y la extinción de la religión. Sin embargo, Lacan tomó un recorrido distinto, plantea que la religión es inagotable, indestructible, y que puede haber cierta vertiente cientificista que intente sustituir a la religión. ¿Cómo lo interpreta usted?

Sí, Lacan situó muy bien a la ciencia, a la religión, a la magia y al psicoanálisis a partir de las cuatro causas aristotélicas. Pero es cierto que Freud partió de un horizonte cientificista para el psicoanálisis, intentando localizar el psicoanálisis en la ciencia de su tiempo. Pero estamos en un momento distinto. Por supuesto que, después de la enseñanza de Lacan, el psicoanálisis está en otro momento, pero la ciencia misma está en otro momento. Después de la Segunda Guerra Mundial, claramente, lo que se ha dado en llamar las tecnociencias (es una palabra que tal vez pueda discutirse pero que indica algo), indica que ha habido un cambio de lugares en el mismo discurso de la ciencia, y lo que era un deseo de saber, un deseo supuesto de saber, se ha convertido en un deseo de poder, fundamentalmente. Y es un tema de debate en la ciencia misma actual. Pero, sobre todo yo diría que lo propio de la tecnociencia es que ha producido nuevos objetos, que sí, han venido al lugar del objeto religioso. No sólo podemos decir que, como se ha comentado, la ciencia ha venido al lugar de la religión, a dar el lugar de un sujeto supuesto saber o de un sujeto supuesto creer , fundamentalmente sobre algunos asuntos vinculados directamente sobre la vida de los seres humanos, sino que la producción de nuevos sujetos por la tecnociencia, vamos a decirlo así, ha elevado algunos objetos a la dignidad de la cosa sagrada.

De lo divino...

La cosa divina. Uno de esos objetos, sin duda alguna hoy, es lo que las neurociencias han elevado el objeto más enigmático, que es el cerebro mismo. Y se puede hablar, yo diría, de la elevación del cerebro al objeto, al cénit, al cénit social que la ciencia está proponiendo actualmente. Hasta el punto de que se cae, en lo que algunos han llamado "la falacia mereológica", es decir, por ejemplo, que el cerebro piensa, o que el cerebro sabe, o que las células saben, o que la neurona sabe lo que hay que hacer. Y cuando no lo sabe muy bien hay que corregirla porque denota algún problema. Ahí está el efecto nuevo, un efecto más radical que el que podía haber en los tiempos de Freud, y es un efecto de sugestión, pero también de promoción de nuevos objetos que vienen a un lugar que antes ocupaba el objeto religioso, el objeto divino. Entonces hay una nueva creencia, hay una creencia nueva de la ciencia y hay una nueva creencia en la autoridad de la ciencia, que también está entrando en sus dificultades porque no hay sujeto que en un momento determinado no entre en crisis. Lo sabemos por el psicoanálisis precisamente, y creo que estamos en ese momento. Estamos en un momento muy interesante donde esos objetos están revelando su otra faz, detrás del semblante de objeto religioso; están haciendo aparecer efectos cada vez más difíciles de soportar por los seres mismos que hablan.

Pero hay un matiz en relación a la religión y a la ciencia que está en la conferencia de prensa del 29 de octubre de 1974 en el Centre Culturel Français de Roma, donde Lacan señala que la religión triunfará. Dice que la ciencia produce un real tan arrasador que hace más necesaria la religión como refugio de sentido.

Exacto. A más avance de la ciencia, más presión de la ciencia. Y lo mismo ocurre con el sentido religioso.

A finales de los '90 se empezó a hablar del retorno a la religión.

Exactamente, es un fenómeno conocido al que los individuos no son ajenos, se conoce muy bien. Y algunos además manejan, explícitamente, muy claramente, las dos referencias. Y es muy difícil, yo diría, mantener un ateísmo en el campo de la ciencia, a diferencia de lo que podía ocurrir en otros momentos, ese sería un tema para desarrollar. En todo caso, lo importante es en esta coyuntura cómo el psicoanálisis se maneja. Lacan decía que, si el psicoanálisis vencía en esta lucha por el sentido, se terminaba, iba a su extinción. Es muy interesante esa posición de Lacan, porque indica que en esa coyuntura donde ciencia y religión pueden anudarse de una manera cada vez más clara, el psicoanálisis es el discurso que puede hacer aparecer el sinsentido. El sinsentido que aparece en lo real. El real propio que elabora la experiencia analítica, y que finalmente a nosotros mismos nos plantea un problema, cómo manejar el saber distinto de la creencia. Es un tema clásico en la lógica, saber y creer. "Saber y creer" es un título de Hinttika, al que Lacan se refiere en su seminario en algún momento, y que implica que separando esos dos registros -que la ciencia a veces no puede separar, ni la religión- podamos hacer aparecer el real propio del inconsciente, del inconsciente que llamamos real, como aquello que escapa a la creencia y a la producción total de sentido. Es una tarea para el discurso analítico del siglo XXI.

Su texto para la Organización de las Naciones Unidas sobre la violencia contra las mujeres, tuvo un impacto muy favorable e importante en la Argentina. Lo han leído centros sobre la violencia de género y me interesa que pueda decir un poco más qué puede aportar el psicoanálisis para el tratamiento de estos fenómenos de violencia que tienen que ver más con la época actual, porque las formas de violencia han variado.

Es una epidemia.

Sí. La violencia familiar, la violencia escolar, la violencia contra las mujeres, dejando de lado lo criminal…

Es una epidemia. Además mi hipótesis es que es una epidemia que se contagia por identificación y que, según cómo se trate el problema, es lo que estamos verificando, según cómo se trate el problema, se aumenta la epidemia.

¿También por lo mediático?

Por lo mediático. Creo que hay un efecto de este tipo y según cómo se trate el problema aumenta el efecto epidémico. Al menos en España es lo que está ocurriendo ante la sorpresa de todos los dispositivos que se han puesto en marcha para tratar lo que ya se da como un efecto de epidemia, especialmente de la violencia contra las mujeres. ¿Qué es lo que el psicoanálisis debe decir y debe aportar para esta problemática? En primer lugar, yo sitúo siempre, y en el texto que presentamos en la ONU lo presentamos así. Hay tres lugares donde la segregación culturalmente se ha operado de la manera más drástica. Esos tres lugares son la infancia, la locura y lo femenino, o la femineidad. La femineidad como alteridad de un goce que no se puede localizar en los parámetros fálicos del universo global y masculino, en primer lugar. ¿Qué podemos decir del psicoanálisis, que es una experiencia precisamente singular en cada sujeto, de tratamiento de lo que es la segregación del goce más íntimo para cada uno? ¿Cómo situarse frente a eso que es lo más ignorado del goce propio, que es lo que hay de loco, de niño y de femenino en cada sujeto, que es segregado por estructura? Porque cuanto más se ignore esa zona fundamental del ser que habla, más aparece la violencia como respuesta a esa segregación. Y eso aparece en lo singular de cada caso, pero también aparece como Freud muy bien anticipó en "Psicología de las masas", como reducible a la psicología individual. En los términos de la psicología de las masas, eso aparece traducido en fenómenos de masa como fenómenos de violencia grupal que cada vez están siendo más notorios en distintas partes del mundo. En Europa por supuesto, en América, es un fenómeno que toma formas distintas según los lugares, pero que responde, sin duda, a una lógica de la segregación del goce como lo insoportable, lo no incluible dentro del principio del placer. Eso hay que desarrollarlo en la experiencia analítica distinguiendo principio de placer y goce. El goce como lo que está más allá del principio del placer. Pero lo que sí vemos, es que esos tres objetos, esos tres estatutos del sujeto reducidos a objeto, que son, la infancia, la femineidad y la locura, son objeto de la segregación en la violencia mayor, y lo siguen siendo. Incluso en las sociedades donde el estado del bienestar está supuestamente asegurado, estamos viendo el retorno feroz de esos fenómenos de segregación y violencia. El psicoanálisis lo que puede aportar, es precisamente una elaboración, una distinción clara entre principio de placer y goce, mostrando que la relación no es tan simple, y que el intento de desvictimizar esos lugares tiene también una contrapartida. Victimizarlos tiene otra. Pero la partida debe jugarse en otros términos. Seguramente va a ser un tema de un próximo encuentro, precisamente a partir de ese término crucial que debe saberse declinar a partir del psicoanálisis, que es el lugar de la víctima en las sociedades modernas, que toma lugares cada vez más trágicos, en efecto.

Es interesante que en la institución escolar donde la violencia es global y es epidémica, están estos tres términos: los niños, lo femenino -por el lado del encuentro con el otro sexo en los adolescentes-, y también estos fenómenos de locura que estallan.

Cada vez más frecuente. Además con el añadido de que se está patologizando este tipo de posiciones. En la clínica actual, sostenida por una orientación más biologicista, se está patologizando ciertas respuestas del sujeto, que tratadas de esta forma, no se retroalimentan de esta manera. Lo que vemos es que el efecto de diagnosticar de hiperactivo a un niño, lo destina muchas veces a una posición de segregación, que va a responder con violencia.

Sí, además la lectura del "bullying" es una lectura fantasmática de victimario y víctima, no responsabiliza y no lee eso como síntoma.

Toda la problemática es cómo sintomatizar, en el buen sentido de la palabra, no como un trastorno sino como un malestar del que el sujeto pueda hacerse responsable, sacarlo de esa posición de víctima y poder hacerlo responsable de su posición. Es en efecto algo que da otra salida a esos fenómenos cada vez más crecientes en el ámbito escolar y social.

¿El psicoanálisis tiene algún pecado confesable?

El primer pecado, el pecado original, fue Freud. Lacan hizo una lectura muy interesante de esta cuestión hablando en uno de sus primeros Seminarios de un Freud que dice sentirse culpable y que, en su famoso sueño sobre la inyección de Irma, pide perdón a la humanidad por haber descubierto el inconsciente, esa herida irreductible del ser que habla. Es un Freud que se siente en exceso responsable por haber descubierto un continente nada apacible, localizado precisamente en ese sueño en la garganta enferma de Irma. Si hablamos de pecados y de culpas confesadas del psicoanálisis, deberíamos empezar por ahí. Hay que conocer la historia del psicoanálisis para situar lo que Lacan llama el pecado original de Freud, del deseo de Freud que se situó también en la propia institución analítica en el lugar del padre. Y lo pagó a su manera. Si vamos a la acepción que tal vez tú querías evocar y con la que también me siento implicado, sin duda los analistas somos responsables del destino del inconsciente en el mundo contemporáneo. Y la primera cuestión es que los analistas debemos saber ser más claros. El pecado de los propios psicoanalistas ha sido muchas veces guardar un secreto que era un secreto para ellos mismos, encerrándose entonces en su propio discurso, en su propio lenguaje, un lenguaje impreciso.

"Creen comprender algo de psicoanálisis porque juegan con su argot", decía Freud en una entrevista en 1926.

Sí, el propio Freud fue ya muy sensible a esto. Cuando los psicoanalistas se comprenden demasiado bien entre ellos quiere decir que la cosa no va. Por eso siempre doy la bienvenida a aquel que viene y pregunta algo que se supone que todo el mundo sabe pero que una vez planteado nos damos cuenta de que no era así. Son los acuerdos tácitos que, por otra parte, son extensibles a toda comunidad de saber. La propia ciencia actual, como muy bien acaba de airear el último premio Nobel de Medicina, Randy Sheckman, sufre de esto. Ha puesto así en cuestión de manera muy radical el funcionamiento actual de la transmisión del saber en la ciencia, con sus publicaciones e investigaciones. Y ha mostrado que las referencias mutuas, las supuestas comprensiones de lo que se cita y lo que se utiliza como puntaje para progresar y subir en el "ranking" de la ciencia, son demasiadas veces acuerdos tácitos que llevan a ignorar los verdaderos descubrimientos, que se suelen producir al margen del circuito de las publicaciones más prestigiosas. Los analistas, por supuesto, no somos ajenos a esto y si puede haber una deriva es justamente ahí donde creemos comprender demasiado rápido lo que escuchamos y lo que leemos. Lacan decía que, de entrada, el analista debe saber poner en suspenso la comprensión, no comprender demasiado rápido lo que está escuchando del analizante. Bien, a veces a los analistas les ocurre eso mismo entre ellos. Es entonces cuando el discurso se cierra sobre sí mismo y deja de producir algo nuevo. La cuestión es, como decía Paul Valery : "con las palabras siempre gastadas de la tribu, crear un estilo". Precisamente la experiencia de la Escuela en Lacan debe servir para llevar al límite esa máxima, no quedarse sumergido en un lenguaje impreciso, creyendo que nos entendemos demasiado bien entre nosotros. Y especialmente cuando se trata de la pregunta sobre qué es un analista. Una escuela parte del siguiente presupuesto: no sabemos qué es un analista. Eso que supuestamente sería tan obvio del lado del saber, del saber profesional o universitario, debe ser una pregunta reinstalada cada vez en el centro de una escuela. Ese sería el primer antivirus para el pecado de comprender demasiado rápido. Una escuela debe ser el lugar por excelencia en el que poner en suspenso los acuerdos tácitos sobre lo que es el deseo del analista. Esa es la apuesta de cada día. Y no hay descanso en eso.