Alberto Manguel (1948) es escritor,
traductor, editor, crítico literario y colaborador habitual de importantes
diarios y revistas. De nacionalidad argentino-canadiense, escribe
generalmente en inglés aunque también lo hace en francés y español. Ha publicado, entre
otras, las novelas "Stevenson under the palm tres" (Stevenson bajo las
palmeras), "Un amant très vétilleux" (El amante extremadamente puntilloso),
"El regreso" y "Todos los hombres son mentirosos"; y los ensayos "Into the looking
glass wood" (En el bosque del espejo), "Nuevo elogio de la locura" y "Vicios
solitarios. Lecturas, relecturas y otras cuestiones éticas". Además, durante algo más
de veinte años, ha editado una gran cantidad de antologías literarias de una extensa
variedad de temas. Pero quizá sea más conocido por su actividad como escritor
de no-ficción gracias a "The dictionary of imaginary places" (El
diccionario de lugares imaginarios) -que escribió en coautoría con el escritor
e historiador italiano Gianni Guadalupi (1943)- y, sobre todo, por "A
history of reading" (Una historia de la lectura), una obra casi enciclopédica
que cuenta cómo ha sido la lectura a lo largo de la Historia, desde las
tablillas de arcilla hasta los tomos impresos y las licencias de lectura
electrónica. Editado originalmente en inglés en 1996 y traducido al español dos
años después, fue reeditada el año pasado, hecho que motivó la charla que
mantuvo con Héctor Pavón para el nº 553 de la revista "Ñ" aparecida el 3 de
mayo de 2014. En ella el gran ensayista analiza el crítico momento del ritual
de los libros y cuenta también detalles de la embolia que sufriera un par de
semanas antes del fin del año 2013, episodio que lo llevó a reflexionar sobre
la relación entre el pensamiento y el lenguaje.
Borges -en
una muy conocida declaración de principios- decía que se enorgullecía más de lo
que había leído que de lo que había escrito. ¿Cómo se calificaría usted como
lector?
Si la práctica sirve para algo, creo ser un buen
lector, ya que van a ser más de sesenta años que practico este ejercicio.
¿Cuándo se
concibió el Manguel lector? ¿Qué pasaba en su vida en ese momento?
Tenía tres o cuatro años cuando aprendí a leer.
Antes, no había pasado nada, o al menos nada que pudiera poner en palabras.
Después de ese momento, todo.
Uno de sus
trabajos clave en su vida intelectual ha sido el de lector para Denoél,
Gallimard y Les Lettres Nouvelles en París, y para Calder & Boyars en
Londres. ¿Qué características tiene ese trabajo de lector para las editoriales
en la actualidad?
Hoy casi no existe el trabajo de lector en una
editorial. En las buenas que logran sobrevivir, el lector es ahora -casi
siempre- el editor, que justifica el sacrificio que su oficio implica diciendo
que al menos se da el gusto de publicar lo que quiere. Pero en los grandes
grupos editoriales, los que deciden son la contaduría y el departamento de
ventas, y basan su juicio no en la calidad literaria de un texto si no en el
vaticinio de buenas ventas. No son lectores, son ineficaces adivinos que
deciden publicar un libro porque el autor ha tenido la valentía de imitar a Dan
Brown. Ciertamente no es el prestigio intelectual el que los lleva a elegir un
título.
Usted
participó del ritual de leerle a Borges cuando estaba ciego ¿Qué aprendió
leyéndole?
Borges se hacía leer textos no para descubrirlos
por primera vez sino para analizarlos. Cuando quedó ciego, decidió no escribir
más prosa porque decía que para escribir prosa necesitaba "ver la mano
escribir". Pero, después de un tiempo, se le ocurrieron varios cuentos (que constituirían "El
informe de Brodie") y antes de empezar a redactarlos, como buen artesano, quiso
estudiar cómo los grandes cuentistas que él admiraba habían construido sus
relatos. El elegía un cuento (de Kipling, por ejemplo) y yo empezaba a
leérselo, pero al cabo de unas pocas líneas me interrumpía para hacer un
comentario sobre el estilo, la estructura, el ritmo. Hacía los comentarios para
sí mismo, pero claro, yo aprendía escuchándolo.
Esa
actividad pareciera haber sido de sesiones infinitas. ¿Tenía algo de
Scheherezade en las "Mil y una noches"?
Sólo en el sentido que me salvó la vida. De otra
manera, hubiera podido acabar siendo dentista o abogado.
Usted
escribió: "Aprendí pronto que la lectura es acumulativa y que avanza por
progresión geométrica; cada lectura se construye sobre lo que el lector ha
leído antes". Es una idea que comparto pero no podría constatar. Me da la
impresión de que la lectura hoy es fragmentaria y apurada y que no relaciona,
precisamente, con posibles lecturas previas. ¿Cree que el contexto ha cambiado
y que la lectura hoy se concibe de otro modo?
No. Cada lectura que hacemos (de un texto
electrónico, por ejemplo) es una lectura que ya ha pasado por muchas manos. Un
texto electrónico no es nunca enteramente nuestro: alguien lo ha elegido,
alguien lo ha copiado, alguien lo ha subido a la red, alguien ha decidido en
qué contexto es presentado ("Cuerpo de mujer" de Pablo Neruda, presentado en un
sitio dedicado a la literatura chilena no es el mismo texto, aunque las
palabras no cambien, presentado en un sitio porno). A través de esa multitud de
lectores que nos preceden tenemos que abrirnos nuestro propio camino, leyendo
un tomito de Austral (colección de literatura de la década del '60) o una novela "on-line".
Ha vivido
en culturas, lugares y lenguas diferentes. ¿Qué es lo que más valora de esa
diversidad a veces elegida, a veces no?
No tener que juzgar una lengua superior a otra o
una cultura más importante que otra, no sentirme obligado a someterme a ninguna
nacionalidad, no tener que jurar lealtad a ninguna bandera y a ningún equipo de
fútbol, no tener que reconocer a ningún político como una autoridad absoluta.
Mi héroe es el Capitán Nemo.
La
pregunta sobre qué es la lectura, ¿es válida hoy? ¿Tenemos respuestas distintas
de acuerdo a cada época?
Cada época responde a su manera, con el
vocabulario que tiene a mano. La pregunta no tiene una respuesta definitiva.
Los neurocirujanos dicen que si supiésemos qué es la lectura, sabríamos qué es
pensar.
Ha escrito
que el actor más importante en el hecho libresco -el lector- no tiene su
historia. ¿Eso ha cambiado? ¿El lector manda, es protagonista? Como pregunta
Denis Diderot y que usted cita en el epígrafe de su libro: ¿el lector es el
amo?
Eso no ha cambiado. Desde el momento en que se
inventó la escritura, el lector es el protagonista principal. La escritura no
pudo inventarse sin inventar la lectura primero, ya que no puede establecerse
un código de escritura sin antes establecer cómo será descifrado. Y el lector
sigue decidiendo qué es un texto: el autor no puede hacer más que resignarse.
Aunque imagino que muchos autores quisieran poder susurrar al oído de sus
lectores: "¡Qué bueno! ¡Esto es un clásico!".
¿Sus
libros favoritos se mantienen en el tiempo o los va cambiando con el paso de
los años? ¿Cómo se vuelven favoritos?
Son como los enamoramientos: algunos duran toda
la vida, como los libros de "Alicia...", otros se descubren tarde, como
Dante, otros nos apasionaron un día pero ya no nos hacen sentir más que un poco
de vergüenza por haberlos querido tanto.
¿Confiesa
que no leería a un autor en particular?
No. Pero me bastan dos párrafos para saber si
quiero seguir.
¿Qué libro
importante, conocido, recomendado no soportó o no terminó de leer?
Son muchos. Entre los
contemporáneos, "Metafísica de los tubos" de Amelie Nothomb, "Plataforma" de
Michel Houellebecq, "2666" de Roberto Bolaño, la interminable trilogía
de Stieg Larsson...
Y respecto
de los libros que usted escribió, ¿qué clase de lector es en relación a ellos?
Inexistente. Mis libros no están alojados en mi
biblioteca.
¿El
traductor puede ser un lector de calidad, ideal?
Un traductor es un lector ideal porque tiene que
leer mucho más allá de lo que el autor sabe que puso en el texto. Un traductor
es alguien capaz de anatomizar un texto y volver a reconstruirlo sin las
cicatrices visibles del monstruo de Frankenstein.
¿Lee en
tablets, iPad, kindles…? ¿Qué tipo de experiencias le aporta la lectura en
soportes digitales?
No. No he tenido la necesidad de hacerlo.
¿Cree que
estos soportes ayudarán a difundir y a multiplicar la lectura?
Pueden hacerlo, pero ningún soporte, por sí
mismo, puede volvernos más inteligentes, más curiosos, menos crédulos.
¿La
lectura sana y salva?
Puede. Salvó por un tiempo a Haroldo Conti en la
prisión de sus torturadores militares, salvó a Dostoievsky en su campo de
detención en Siberia, salvó a Robinson Crusoe en su isla. También puede
perdernos. La lectura condujo a Madame Bovary a su suicidio y al asesino de
John Lennon a cometer su crimen.
Hace pocos
días publicó en "The New York Times" un artículo donde contó en primera persona
su internación por una embolia cerebral que sufrió. ¿Cuánto lo ha cambiado el
trance que padeció?
Me he vuelto más cauteloso, más consciente de
esa criatura frágilmente milagrosa que es nuestro cerebro, más cansado, más
contento de poder seguir leyendo.
¿Ahora
siente que ha cambiado la relación entre pensamientos y lenguaje en su
interior?
Bueno, cambiado no, soy más consciente del
proceso.
¿Qué leyó
durante el tiempo de la internación?
"Don Quijote". Pienso que para el hospital
necesitamos un libro cuyo recorrido ya conocemos, cuyas sorpresas son
consoladoras y cuyo autor es un viejo amigo.
¿Alguien
ofició de lector durante su internación?
No. Afortunadamente no perdí nunca la capacidad
de leer. Y cuando no podía leer por estar enredado en tubos y alambres, me
recitaba cosas que sé de memoria, cosas buenas y cosas muy malas, porque la
biblioteca que llevamos en la cabeza es una de las más generosas que conozco.