El
escritor uruguayo Mario Levrero (1940-2004) pasó la mayor parte de su vida en
Montevideo, con breves estadías en Colonia, Buenos Aires y París. Comenzó a
publicar en los años '70 y lo hizo de manera regular hasta el fin de sus días.
Durante bastante tiempo sus libros conocieron la fama del boca a boca en
algunos círculos, lo mismo que muchas anécdotas de este uruguayo de aspecto
descuidado que se ganaba la vida con publicaciones humorísticas, historietas,
la redacción de revistas de ingenio y crucigramas, productos todos ellos que
firmaba con alguno de sus muchos seudónimos (Tía Encarnación, Dr. Lavalleja
Bartleby, Sofanor Rigby, Crush Syndrome, entre otros). También coordinó
talleres literarios, y es probable que el desempeño en estas actividades postergara
su acceso al podio de los escritores, un lugar que jamás reclamó porque nunca
se consideró a sí mismo como tal. Levrero tenía una teoría, estrafalaria y
graciosa como muchas de las suyas: afirmaba que los libros, en la medida en que
el papel se amarillaba y envejecía, desarrollaban un hongo cuyas partículas, al
ser aspiradas durante la lectura, generaban una fuerte adicción. Así explicaba
su devoción por las novelas policiales de colecciones populares que adquiría en
ferias o librerías de viejo, las que se convertirían en la materia prima de su
formación como escritor. En otra, tomada de sus "Lecciones de geometría" que
publicó en la revista "Misia Dura", un suplemento semanal del diario "El Popular", el
punto era definido como un elefante que se aleja ya que, en el instante previo
a desaparecer, era un punto. En sus primeros libros narró experiencias kafkianas
o surrealistas, derivando luego hacia una temática signada por la angustia de
quien escribe para decir que no puede hacerlo o que lo hará sólo bajo
determinadas condiciones; una propuesta en la que convivían un absurdo y un
humor muy cercanos a la desesperación. Su obra comprende no pocos títulos: "La
ciudad", "París" y "El lugar" (novelas); "La máquina de pensar en
Gladys", "Todo el
tiempo", "Aguas salobres", "Los muertos", "Espacios libres", "El portero
y el otro", "Ya que estamos", "Los carros de fuego" (relatos); "Caza de
conejos", "Fauna", "Desplazamientos", "Dejen todo en mis manos", "El alma de
Gardel" (novelas breves), más el folletín paródico "Nick Carter se divierte
mientras el lector es asesinado y yo agonizo" y las columnas periodísticas reunidas
en los dos tomos de "Irrupciones". En la Argentina, la recepción de los textos de
Levrero se modificó sustancialmente a partir de la publicación en 2006 de "La
novela luminosa" y "El discurso vacío", dos obras que lograron que dejara de ser
un autor de culto para convertirse en uno de los más importantes escritores de
la región. Se habían cumplido dos años de su muerte. Luego aparecieron "Diario
de la beca", "Diario de un canalla" y "Burdeos, 1972", todas ellas en
formato de diario íntimo. A diez años de su muerte, la revista "Ñ" publicó en su
nº 584 (aparecido el 6 de diciembre de 2014), una larga charla que Pablo Silva
Olazábal mantuvo con el escritor uruguayo en septiembre de 2003, cuando Levrero
trabajaba en la confección de un texto que llevaba el provisorio nombre de "The Mario Levrero’s writing guide for dummies". Su idea era que esta guía de
escritura o "Manual para tontos" recogiera los consejos, ejercicios y
líneas de acción que empleaba en el taller literario virtual que llevaba
adelante con la escritora y filósofa uruguaya Gabriela Onetto (1963). El
proyecto era sistematizarlos en un libro con una redacción clara y accesible
para su difusión más allá del ámbito de los alumnos, para "aprovechar mientras
estoy en el mundo tridimensional". Por entonces Levrero iba recluyéndose más y
más, cercado por la sensación de que su tiempo se acababa (incluso llegó a
soñar con su epitafio y pidió a su familia que no lo dejaran solo en la fecha
soñada). Apenas unos meses más tarde, en agosto de 2004, Levrero dejaba el
mundo tridimensional, pero quedó esta última entrevista para que llegase a sus
lectores, tal como era su deseo.
¿Por qué
te decidiste a tener una experiencia de un taller, a estimular a alguien a la
creación?
La primera vez que se me ocurrió eso fue en
Buenos Aires. Fue cuando dejé de trabajar en una editorial como jefe de
redacción de revistas de entretenimientos. Entonces tenía necesidad de ganarme
la vida y entre otros recursos se me ocurrió hacer un taller literario. Para
ello me asocié con una amiga que era profesora de Literatura (Cristina Siscar)
y que tenía los títulos adecuados como para convocar gente con cierta seriedad.
Nos reunimos, preparamos unas consignas, de las más triviales, tipo taller
común. Hicimos un poco de propaganda, conseguimos cuatro o cinco alumnos y
empezamos a trabajar con eso. Entonces sobre la marcha me fui dando cuenta del
poco significado que tenían esas consignas. No tocaban las cosas esenciales.
¿Cuáles
eran esas consignas "tipo taller común"?
Eran formas de juegos a partir de la palabra,
con textos ajenos. Completar, seguir, imaginar. Siempre en función de la
palabra y no de lo que hay atrás de la palabra. No de lo que es la materia
prima de la literatura. Entre las consignas iniciales se me ocurrió poner
algunas basadas en experiencias, por ejemplo, relatos que pueden salir a partir
de un sueño. Enseguida vi que eso tenía mucho más resultado. Los textos eran
más ricos y coloridos porque las consignas eran más movilizadoras. Entonces se
me fue ocurriendo, en un proceso que no se dio enseguida sino a lo largo de
bastante tiempo, que debía eliminar las consignas que tenían que ver con la
palabra y trabajar con las consignas que yo iba rescatando de la experiencia
personal.
De tu
experiencia como creador.
Como escritor, sí.
¿Qué es lo
que se logra a partir de un sueño que no se logra con otro tipo de consigna?
Los sueños tienen imaginación, están compuestos
fundamentalmente de imágenes y son uno de los pocos vínculos que tiene alguna
gente para conectarse con el inconsciente, que es el depósito de la experiencia
personal más profunda y la materia prima esencial del arte, sea para la
literatura o para cualquier otra disciplina artística.
El arte
es...
El arte es hipnosis.
En otras
palabras…
El arte es crear una especie de máquina de hipnotizar a otra persona para
transmitirle vivencias o experiencias anímicas que no se traducen en hechos
perceptibles. Escribís una historia y la historia que escribís es como una
trampa que mantiene el interés del lector para que en ese estado vaya creyendo
lo que está leyendo y vaya bajando los niveles críticos de la conciencia.
Hablabas
de que al principio del taller las consignas eran desde la palabra. ¿Eso
dificultaría el contacto con el mundo interior?
Si trabajás a partir de la palabra se reduce
toda la estructura a un juego intelectual y terminás trabajando con las
herramientas del yo. Te perdés así las herramientas de todo el resto del ser,
que son mucho más contundentes.
En una de
las páginas de los talleres virtuales (en la web de Gabriela Onetto) señalás
que las consignas buscan profundizar el mundo interior, navegar el inconsciente
y ponernos en contacto con él.
Claro.
Y después,
cuando recibís el producto de la consigna de alguien que va a tu taller ¿cómo
hacés para evaluar si ha navegado o no en el inconsciente? ¿Tenés herramientas
para eso? ¿Tiene algo que ver con el psicoanálisis?
No, todo es intuitivo... No sé, vos te das
cuenta cuando una persona está hablando con su voz más verdadera, más profunda.
Eso da el estilo de la persona. El alumno que viene por primera vez al taller,
por lo general tiene la idea de que debe tratar de escribir como se debe
escribir. Todo el estilo personal está borrado, eliminado, y lo que recibís del
alumno son penosos esfuerzos por meterse en un estilo convencional que él cree
es lo mejor, lo ideal, porque lo recibió de distintas fuentes en las que él
depositó gran confianza. En algún momento de su vida estas fuentes confiables le
dijeron cómo se debe escribir. Todo esto no sirve para nada y hay que
destruirlo. Hay que conseguir que el alumno pueda expresarse con su propia voz,
su propio estilo. Vos te das cuenta cuando una persona está tratando de
conseguir una voz convencional o cuando está diciendo las cosas tal como las
siente.
Y ahí
entonces hacés una lectura de la estructura del relato, de las condicionantes
psíquicas de cada uno…
No, para nada. Nada de eso.
¿No las
mirás, por ejemplo, como si fueran devoluciones de una terapia?
No, nada que ver. A veces el taller tiene
efectos terapéuticos, pero son efectos secundarios que no son buscados por el
taller. Yo lo que busco es oír la voz verdadera del alumno. Cuando oigo que se
está expresando con el estilo que le calza, que tiene que ver con su manera de
ser, con su forma de pensar, de sentir, y que no se parece a nada que yo haya
oído, ya está. No me importan los contenidos. El tipo puede tener un contenido
marxista de Carlos Marx o marxista de Groucho Marx. No importa, no interesa
en absoluto. Somos únicos y a mí me interesa que sea él mismo.
¿Y cómo
podés convencer a otra persona que esa es la voz de él? A veces las personas
leen en el taller y no notan la diferencia. No se dan cuenta si es su voz o no.
Nadie se da cuenta.
¿Nadie se
da cuenta cuando lee con su propia voz? ¿Ni siquiera los que escuchan?
Es lo mismo. Tanto cuando escucha como cuando
lee, la gente todavía está muy encerrada en los contenidos. Juzga un texto por
los contenidos. A veces incluso por los sonidos, por la combinación de
palabras. Cuando alguien dice "me gustó mucho tu texto en la parte que decís
tal cosa", quiere decir que el texto no está bien, pero destaca algo que
sobresalió, algo que fue pensado o salió por casualidad con una forma
especialmente afortunada, que se despega del contexto y que en cierto modo es
un parche, una cosa fallida dentro del texto general. Entonces se rescata "al
menos" eso. La gente presta atención a los contenidos, a los argumentos, a las
afortunadas combinaciones de palabras, incluso a las ingeniosidades, que no
tienen nada que ver con la literatura. Lo único que importa en literatura es el
estilo. Una vez que se alcanzó eso se puede decir lo que quieras. Cualquier
narración, cualquier cosa que pongas va a estar bien, se va ajustar
perfectamente con lo que estás expresando. Puede ser algo desagradable, o nada
edificante, pero ése sos vos, un ser único. El estilo personal es imposible de
alcanzar con oficio. No hay oficio que lo pueda conseguir.
¿Y la
hipnosis sólo se logra cuando el texto está escrito con estilo personal? ¿O eso
es algo que se puede, digamos, simular o falsear? ¿El estilo personal está
vinculado a la hipnosis del arte?
En cierto modo sí porque… aclaro que esto de la
hipnosis del arte no es una idea mía, está sacado de un
libro, "Psicoanálisis del arte" de Charles Baudouin. Este autor va incluso
más allá: dice por ejemplo que, cuando mirás un cuadro, las formas del cuadro
obligan a los ojos a hacer un camino preestablecido. Los ojos se mueven y
siguen una serie de líneas y colores y sin que te des cuenta eso comienza a
provocarte un pequeño trance. Y en ese trance lo que uno recibe es algo que no
está en el cuadro sino en el alma del artista. O sea que la hipnosis permite
transmitir el contenido de un alma a otra alma, independientemente del tema del
cuadro. Siguiendo tu pregunta, me parece que si el texto está logrado, si está
narrado con el estilo personal, uno entra inevitablemente en ese tipo de
trance, que no es el trance habitual de quedarse dormido, aunque una vez me
dormí con unos relatos. Me dormí y hasta ronqué, pero después
pude comentar todos los pasajes. Dormido lo seguía escuchando.
¿Te
transporta, te hace imaginar lo que estás escuchando?
No. Es una captación especial. El trance se da
también cuando leés sin que nadie te hable. Es simplemente… a ver, una idea
contemporánea del trance es que cualquier forma de concentración es un trance.
Tu estás estudiando y te concentrás. Ahí ya entrás en cierta forma de trance.
Si ahora, hablando conmigo, me prestás gran atención, entonces también estás
entrando en cierta forma de trance. Hay un tipo de trance que es
específicamente artístico, literario, pictórico, que tiene por finalidad
suprimir la crítica intelectual. Entonces si vos estás creyendo lo que leés, lo
que ves, estás creyendo en la película cuando estás en el cine, si creés que
eso está sucediendo en la realidad -cuando es obvio que no-, estás en trance. La
obra atrapa tu atención de tal forma que el autor en ese momento, no se sabe
bien cómo, digamos que bajo cuerda, te trasmite contenidos de su alma que no es
posible ver en la obra porque no están ahí. Al menos no están explícitos. Yo
por ejemplo capto mucho de los alumnos a través de los textos porque estoy
tratando de captar al alumno en su totalidad, no en lo que me está diciendo,
que no me interesa, sino en una cantidad de pequeñas cosas que forman un todo
que es él, el alumno. Sus gestos, su voz, todo. ¿Entendés lo que estoy
diciendo? Me parece que suena algo confuso. A ver, pongamos un ejemplo: a veces
soñás con una persona y cuando despertás te das cuenta de que su aspecto en el
sueño no correspondía con esa persona. La imagen podía ser cualquier cosa,
podía ser otro o podía ser algo que apenas se veía pero, no obstante ello, de
un modo inexplicable vos sabías en el sueño que esa persona era él y no otra.
¿Nunca te pasó eso?
No.
Hay elementos invisibles, inasibles, de una
persona que son los que componen el Ser. Es lo que aparece cuando uno dice
"este sentimiento es fulano". En el sueño sabés que es él, pero no sabés
porqué, la imagen no corresponde, la situación no corresponde, pero vos igual
sabés que es esa persona. Estos elementos intangibles no tienen forma fija de
expresión convencional y se captan vía inconsciente en los estados de trance o
en los sueños. Es decir, en los estados que no están supervisados por el yo.
Estados donde se suspendió la función crítica del intelecto.
¿El
objetivo del taller sería que una persona escriba desde su voz interior?
Claro.
Ahí el
taller estaría redondeado.
Que el alumno sea lo que es.
¿Pero a
nivel artístico no hay necesidad de otras cosas, de cuestiones técnicas de
equilibrio, de proporción? ¿O cuando se logra hablar desde el yo eso ya viene
incluido?
Exacto. Todas esas medidas que inventaron los
críticos, son a posteriori. Primero está la obra y después viene el análisis de
los recursos, técnicas y esto y lo otro… pero el artista no tiene que pensar en
eso, el artista tiene que pensar en lo que siente y en lo que está viendo en su
mente y ponerlo. Eso ya tiene un equilibrio propio, da un equilibrio artístico.
Que sea convencional o no es otra cosa, pero no se construye el arte con
técnicas. Tú preguntabas antes si la hipnosis del arte se puede dar por medios
técnicos sin poner en juego el alma y resulta claro que sí, evidentemente eso
es posible. Podés conseguir atrapar la atención y lograr una gran concentración
del que recibe el mensaje, sea pictórico, literario, por medios exclusivamente
técnicos sin poner en juego nada personal. Es algo muy difícil de lograr, algo
que da mucho trabajo y el resultado… Hay obras que te encantan, que son
exclusivamente intelectuales y que igual te atrapan, pero no sé bien qué queda
al final de todo eso. Tiendo a pensar que no queda mucho, al menos no como
memoria personal. Es decir no queda como una experiencia personal, algo que uno
abrigue al extremo de sentir, de decir "“esto yo lo viví". Son sólo pequeños
trances que consiguen captar la atención del lector sin modificarlo.