La gran
narradora argentina Luisa Valenzuela (1938) se sintió atraída por la escritura
desde muy joven y empezó a publicar textos en la adolescencia en diversas revistas
como "Atlántida", "El Hogar", "Esto Es" y "Ficción". Los avatares de su vida personal
la llevaron a vivir en diversas ciudades del mundo (París, México, Barcelona,
Nueva York), hasta que, en 1989, volvió definitivamente a Buenos Aires, donde
suele ejercer el periodismo en calidad de columnista. Su extensa obra literaria
comprende, entre otros títulos, "Cola de lagartija", "Realidad nacional desde
la cama", "Novela negra con argentinos", "Cuidado con el tigre" y "La máscara sarda,
el profundo secreto de Perón" (novelas); "Los heréticos", "Aquí pasan cosas raras", "Simetrías" y "Tres por cinco" (cuentos); "Juego de villanos", "ABC de las microfábulas" y "Brevs. Microrrelatos completos hasta hoy" (microrrelatos); y "Peligrosas
palabras. Reflexiones de una escritora", "Escritura y secreto", "Los deseos oscuros
y los otros (cuadernos de New York)", "Acerca de Dios (o aleja)" y "Taller de
escritura breve" (ensayos). Su obra ha sido extensamente traducida y estudiada;
ensayos al respecto y cuentos suyos figuran en innumerables antologías y libros
de texto del mundo entero. A mediados del año pasado, Valenzuela fue nombrada
Ciudadana Ilustre de Buenos Aires y, por esos mismos días, ofició de anfitriona
activa de las reuniones de la Asociación Mundial de Escritores, PEN, entidad
que la nombró su presidenta en Buenos Aires. Su última obra publicada es "Entrecruzamientos",
un ensayo en el que la autora establece sincronías, convergencias,
motivaciones, intereses y obsesiones en las trayectorias literarias y de vida
de dos grandes de la literatura iberoamericana: Julio Cortázar (1914-1984) y
Carlos Fuentes (1928-2012). Concebida como un homenaje y al mismo tiempo una muestra
de cariño y admiración, esta obra es producto de una seria indagatoria sobre la
obra literaria y parte de la vida personal de estos escritores, a partir de
explorar veredas ignotas para la crítica y la historiografía. Más que un
trabajo de análisis del discurso o de textos literarios, Valenzuela define este
ensayo como un fisgoneo por las cavernas de la
imaginación de esos dos grandes escritores, tan dispares y a la vez con tantos
puntos de encuentro. Lo que sigue es un compendio de las entrevistas realizadas
por Ángel Vargas para la edición del 27 de octubre de 2014 del periódico "La
Jornada", y por Silvana Boschi para el nº 556 de la revista "Ñ" aparecida el 24 de
mayo de 2014. En ellas, la escritora habla, entre otros temas, sobre las
actividades del Pen Club Internacional, la vitalidad del mundo editorial argentino
y los entrelazamientos entre el mexicano Fuentes y el argentino Cortázar, dos
grandes referentes del "boom" de la literatura latinoamericana.
¿Para qué fueron las reuniones del PEN en Buenos
Aires?
Lo que
quiere hacer este centro acá es revivir. Porque hay un importante
reconocimiento de los argentinos en el ámbito de la literatura. No se trata de
un sindicato para apoyar a los escritores individualmente, sino que una de las
grandes misiones del PEN es defender la libertad de prensa, la libertad de
escribir, la libertad de la palabra, los derechos humanos en los escritores. El
presidente actual, John Ralston Saul, es sumamente activo. Es un politólogo
canadiense que también es novelista, muy buen novelista. Entonces aúna las dos
cosas y trabaja en la defensa los derechos humanos de los escritores, en países
donde hay escritores y periodistas muertos, perseguidos. Es una herramienta
global para defenderlos, porque aisladamente no podés hacer nada.
¿Cree que la literatura está en crisis?
Justamente
en estos días, con la gente del PEN, reconocíamos que acá anda mucho mejor el
libro publicado en papel que en otras partes del mundo. Porque acá hay un
respeto a las pequeñas editoriales, que tienen el mismo nivel que las grandes,
en la difusión, en la librería. En los Estados Unidos no reseñan un libro
en "paper". Acá hay algo mucho más democrático y el libro sobrevive,
muchas veces gracias a los pequeños editores. Y los jóvenes escritores tienen
la posibilidad de publicar.
¿Cómo era la relación literaria con su mamá, la
escritora Luisa Mercedes Levinson?
Era
unilateral. Yo estaba muy entusiasmada con las cosas de ella, ella era más
reservada con las mías. Pero a mí me encantó cuando empezó a publicar, le hice
un álbum enorme de recortes. Mi madre decía que éramos Alejandro Dumas padre e
hijo, y a mí me ofendía porque yo quería ser Alejandro Dumas padre.
Su hija también es artista, la pintora Ana Lisa
Marjak. ¿O sea que ustedes el ADN artístico lo transmiten de madres a hijas?
Hay una
línea matrilineal muy fuerte. Mi abuela, creo que mi bisabuela también, era
hija única. A mí me interesaba mucho el ambiente que se vivía en mi casa, a mi
hija no le interesó tanto. Yo espiaba eso y después me iba de aventuras. Me
casé a los veinte años, muy joven, creo que para escaparme de mi casa. Yo no quería
ser escritora, me parecía interesante lo que decían pero eran muy pasivos.
Había tenido mucho contacto con Borges, quien escribió un cuento en
colaboración con mi madre, y conocí a otros grandes escritores de la época:
Sabato, Bioy Casares, Mallea.
¿Cómo se fue dando en sus textos la narración de
los temas políticos?
Son cosas
que se te cuelan, que no podés evitar. Estás viviendo aquí todos esos años tan
violentos, y el tema se te impone. Porque aunque yo crecí al lado de estos
escritores que creían que era un anatema hablar de política en la literatura,
uno también es un animal político, y no podés vivir en la torre de marfil.
Entonces me invadió de a poco y escribí algunas cosas. Sobre todo ese libro
que se llama "Cuidado con el tigre". Pero cuando aprendí realmente fue cuando volví al país, después de haber estado viajando un tiempo, en el '73-'74. Me encontré con la Argentina de la Triple A que no era la que yo había
dejado. Entonces ahí entendí que escribía o no podía pertenecer. Y para mí, el
entender, el escribir, hace que pueda integrarme a lo que está sucediendo, aunque
sea pésimo.
¿Qué está escribiendo ahora?
Ah, nunca
lo había hecho, pero ahora me metí en libros por encargo. Yo escribía novelas
tranquila, alguna vez me dijeron, "bueno, la queremos rápido". Con "La
máscara sarda", por ejemplo, me apuré muchísimo, porque pensé que el tema
iba a saltar y me lo iban a robar, pero nadie se interesó tanto, nadie quiso
enterarse de esta leyenda de que Perón había nacido en Cerdeña. Pero me apuré y
en cinco meses el libro estaba impreso. Ahí aprendí a escribir muy rápido. Entonces
se me ocurrió decirle a la gente de Alfaguara que tenía un libro sobre Cortázar
y Fuentes, y me lo pidieron. Mientras tanto tengo en la hornalla de atrás, como
dicen los ingleses, un libro sobre máscaras que es lo que más me apasiona en la
tierra.
¿De qué trata el libro de Fuentes y Cortázar?
Se
llama "Entrecruzamientos". Yo ya había presentado muchos libros de Fuentes,
y también trabajé con textos de Cortázar, a quien conocí, y pensé que iba a
encontrar tres o cuatro entrecruzamientos, entre otros que Fuentes hizo la
Cátedra Cortázar en Guadalajara. Entonces propuse eso, Fuentes de un lado,
Cortázar del otro. Y cuando empecé a escribir, encontré millones de momentos en
los que se cruzan, de una manera u otra. Se convirtió en una cosa exploratoria
de la relación entre ellos y de los temas que tocaron separadamente, y de sus
encuentros, que eran muchos más de lo que yo pensaba.
¿Por qué
considera necesaria una reflexión de esta naturaleza, la de confrontar o
entrecruzar a estos dos escritores?
Entre otras cosas, por la unión entre el norte y
el sur que ellos representan. Ambos son los dos extremos de la América
hispánica que se abrazan de manera muy particular. Eso me parece muy interesante:
tener una mirada del sur, así un poco más fría, aunque Cortázar no lo fuera; la
mirada del norte más barroca, desde la parte más tropical de ese mundo de
Fuentes en el que las abuelas le contaban historias. Son muchos los puntos de
coincidencia en su vida. Los dos son profundamente latinoamericanos y nacidos
fuera de sus respectivos países: Cortázar, en Bruselas, mientras Fuentes, en
Panamá. Ambos pasaron su adolescencia en Buenos Aires, buscaron como sitio de
descanso Londres, hicieron su último viaje a la capital argentina antes de
morir y se encuentran enterrados en el cementerio de Montparnesse.
El
acercamiento que usted hace a Fuentes y Cortázar y la relación entre ellos, ¿es
más afectivo que académico?
No me interesó hacer algo muy formal, porque no
es algo que tenga que ver conmigo. No soy académica, no tengo el rigor
universitario, soy una escritora de ficción de mucha experiencia, y lo que
entró en juego también es mi experiencia periodística, algo que agradezco
mucho. Esto me permitió manejar un material diverso, encontrar las
conjunciones, armar la historia brevemente, no expandirme en explicaciones
tediosas. Además, en última instancia, uno escribe el libro que le gustaría
leer. Entonces este es un libro con el tipo de tono de voz que yo disfrutaría.
No sabría hacerlo de otra manera aunque quisiera. Por eso no soy crítica
literaria, tampoco estoy dando una opinión. Me gusta indagar, la exploración,
la aventura del conocimiento. Son temas que a ellos dos también les interesaba,
esa aventura del conocimiento, esa sed y curiosidad de saber, que lleva a
grandes escritores a profundizar en muchos campos.
¿Hay mucho
trabajo detrás de este ensayo?
Tuve que adentrarme profundamente tanto a su
literatura como lo que se ha escrito sobre ellos. Por suerte tenía material,
muchos libros marcados, porque yo también leo y hago anotaciones. Además, he
presentado muchos libros sobre Fuentes y escribí cosas sobre Cortázar.
Entonces, eso me permitió tener material trabajado, aunque debí volver a
profundizar y encontrarme con asombros. No habría podido hacer este libro, ni
ningún otro, si eso no implicaba aventurarme en un terreno para mí desconocido,
donde he ido haciendo descubrimientos a cada paso. Estuve atenta, a la caza de
la información, viendo cómo Cortázar y Fuentes trabajan y tienen tan
profundamente arraigados temas como, por ejemplo, el tiempo, de maneras
diferentes pero equivalentes. Cortázar piensa en el tiempo tipo la
cinta de Moebius, que se repliega sobre sí misma, mientras
Fuentes tiene tiempos simultáneos, a partir de una frase de Platón que dice que
cuando la eternidad se mueve es el tiempo. Y él va buscando esas referencias. Ambos
tienen obsesiones parecidas, aunque las ven cada uno desde miradas muy
distintas. Pero la indagatoria es similar, así como la obsesión por la
escritura. Son grafómanos los dos. Escribieron siempre.
¿Qué fue
lo que más le sorprendió y le conmovió al hacer este trabajo?
Me conmovía mucho, por el lado de Cortázar, todo
lo que él trata de decir, lo inefable, porque él trata de decir aquello que no
puede ser dicho; de Fuentes, cuando sigue esas fantásticas recomendaciones
nietszcheanas de crear las nuevas ceremonias porque Dios ha muerto. Eso me
resultó muy estimulante. Me
sorprendí a cada paso. No sabía, por ejemplo, de la hermana de Fuentes, Berta,
y que tuviera un par de libros publicados. La hermana de Julio también queda
muy relegada al olvido; la niega un poco, porque tenía la idea de incesto, cosa
que él va confesando. Muy raro que este hombre vaya confesando estos sueños que
tiene. Fue una especie de juego,
también, irme encontrado con esas asociaciones del deseo como un caballo, que
aparece tanto en Fuentes como en Cortázar en distintos momentos de su
literatura. Sin embargo, lo que más
me encantó fue releer y encontrarme con esos dos autores tan prodigiosos y
humanos, tan brillantes, lúdicos y excepcionales. Fue muy lindo, como conversar
con ellos otra vez, al lado.
¿Cómo influyeron en su carrera los diez años que
vivió en Estados Unidos, cuando muchos escritores argentinos se iban a Europa? ¿Tuvo
que ver con que su obra se conociera menos acá?
Sí,
posiblemente. A mí me invitaron a Estados Unidos como escritora residente, a
Nueva York. Pero yo ya tenía un grado de amor, de fascinación con ese país
cuando escribí "El gato eficaz", y conocí por primera vez Nueva York, una
ciudad a la que le tenía mucho miedo. Yo no quería ir, extrañaba Europa, pero
Nueva York me fascinó, en su violencia, en su locura, en los aspectos más
oscuros, que son tan literarios. También creo que soy una escritora un poco incómoda.
No toco los temas de las mujeres, en general, y el ir y venir al país también
incomodó. Igual siento que hay un reconocimiento inesperado al ser nombrada Ciudadana Ilustre de la Ciudad.
¿Cómo ve el mundo literario argentino?
Lo que me
da lástima es que esté atomizado, porque es riquísimo, pero tenemos poco
contacto los unos con los otros. Y después empiezan estas grescas de si alguien
es K o no es K, y eso me parece atroz y muy poco conducente. Pero la riqueza
es fantástica. Hay un fervor literario extraordinario en este país, por eso me
interesa también lo de rearmar el PEN, porque podríamos reagruparnos, hacer un
poco una cierta hermandad, apolítica, donde no haya intereses personales.