Emilio del Carril
Puerto
Rico (1959)
El
recogedor de culpas caminaba por villas y poblados en la búsqueda de personas
para extraerles el sentimiento que tanto les afectaba. A su paso dejaba un
ambiente de alegría. Acomodaba las culpas en una cajita hecha por los dioses.
Un día no pudo más con el peso de las culpas ajenas y renunció a su puesto.
Como no consiguió sustituto, decidió deshacerse del envase. Después de muchas
vacilaciones, le regaló la cajita a una muchacha llamada Pandora.
REVOLUCIÓN
Slawomir Mrozek
Polonia
(1930-2013)
En
mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa. Hasta
que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí. Durante un
tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver. Llegué
a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho,
su situación central e inmutable. Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El
resultado fue inconformista. La novedad volvió a animarme, y mientras duró me
conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que
no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi
posición preferida. Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y
no quedo más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en
medio. Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una
habitación es más que inconformista. Es vanguardista. Pero al cabo de cierto
tiempo… Ah, si no fuera por ese "cierto tiempo". Para ser breve, el armario en
medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario. Era necesario
llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos
límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que
traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando
la vanguardia es ineficaz, hay que hacer
una revolución. Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado
dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir
en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna.
Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez
"cierto tiempo" también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no
sólo no llegué a acostumbrarme al cambio -es decir, el cambio seguía siendo un
cambio-, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio,
pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo. De modo que todo habría
ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó
tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la
cama. Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto
a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba. Ahora
la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me
consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario.
PATERNIDAD RESPONSABLE
Carlos Alfaro Gutiérrez
Carlos Alfaro Gutiérrez
España
(1947)
Era
tu padre. Estaba igual, más joven incluso que antes de su muerte, y te miraba
sonriente, parado al otro lado de la calle, con ese gesto que solía poner cuando
eras niño y te iba a recoger a la salida del colegio cada tarde. Lógicamente,
te quedaste perplejo, incapaz de entender qué sucedía, y no reparaste ni en que
el disco se ponía rojo de repente ni en que derrapaba en la curva un autobús y
se iba contra ti incontrolado. Fue tremendo. Ya en el suelo, inmóvil y medio
atragantado de sangre, volviste de nuevo los ojos hacia él y comprendiste. Era,
siempre lo había sido, un buen padre, y te alegró ver que había venido una vez
más a recogerte.
EL PUÑAL
Jorge Luis Borges
Argentina
(1899-1986)
En
un cajón hay un puñal. Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis
Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo
Carriego lo tuvo alguna vez en la mano. Quienes lo ven tienen que jugar un rato
con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a
apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con
precisión en la vaina. Otra cosa quiere el puñal. Es más que una estructura
hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy
preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó
y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre.
En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña
el puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige
porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida
para quien lo crearon los hombres. A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta
fe, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.
LA TACITA
José María Merino
España
(1941)
He
vertido café en la tacita, he añadido la sacarina, remuevo con la cucharilla y,
cuando la saco, observo en la superficie del líquido caliente un pequeño
remolino en el que se dispersa en forma elíptica la espuma del edulcorante
mientras se disuelve. Me recuerda de tal modo una galaxia que, en los cuatro o
cinco segundos que tarda en desaparecer, imagino que lo ha sido de verdad, con
sus estrellas y sus planetas. ¿Quién podría saberlo? Me llevo ahora a los
labios la tacita y pienso que me voy a beber un agujero negro. Seguro que la
duración de nuestros segundos tiene otra escala, pero acaso este universo en el
que habitamos esté constituido por diversas gotas de una sustancia en el trance
de disolverse en algún fluido antes de que unas gigantescas fauces se lo beban.
EL DRAMA DEL
DESENCANTADO
Gabriel García Márquez
Colombia
(1927-2014)
El
drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a
medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos,
las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de
felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de
modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había
cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión
de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la
pena de ser vivida.
LA TRISTEZA
Rosario Barros Peña
España
(1935)
El
profe me ha dado una nota para mi madre. La he leído. Dice que necesita hablar
con ella porque yo estoy mal. Se la he puesto en la mesilla, debajo del tazón
lleno de leche que le dejé por la mañana. He metido en el microondas la
tortilla congelada que compré en el supermercado y me he comido la mitad. La
otra mitad la puse en un plato en la mesilla, al lado del tazón de leche. Mi
madre sigue igual, con los ojos rojos que miran sin ver y el pelo, que ya no
brilla, desparramado sobre la almohada. Huele a sudor la habitación, pero cuando
abrí la persiana ella me gritó. Dice que si no se ve el sol es como si no
corriesen los días, pero eso no es cierto. Yo sé que los días corren porque la
lavadora está llena de ropa sucia y en el lavavajillas no cabe nada más, pero
sobre todo lo sé por la tristeza que está encima de los muebles. La tristeza es
un polvo blanco que lo llena todo. Al principio es divertida. Se puede escribir
sobre ella, “tonto el que lo lea”, pero, al día siguiente, las palabras no se
ven porque hay más tristeza sobre ellas. El profesor dice que estoy mal porque
en clase me distraigo y es que no puedo dejar de pensar que un día ese polvo
blanco cubrirá del todo a mi madre y lo hará conmigo. Y cuando mi padre vuelva,
la tristeza habrá borrado el “te quiero” que le escribo cada noche sobre la
mesa del comedor.
LAS LÍNEAS DE LA MANO
Julio Cortázar
Argentina
(1914-1984)
De
una carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha de pino
y baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continúa por
el piso de parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro
de Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván y por fin
escapa de la habitación por el techo y desciende en la cadena del pararrayos
hasta la calle. Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito, pero con atención
se la verá subir por la rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva
al puerto. Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia,
entra en el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta
el muelle mayor y allí (pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para
trepar a bordo) sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la
cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor y en una
cabina, donde un hombre triste bebe coñac y escucha la sirena de partida,
remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hasta
el codo y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que
en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola.
DIEZ MILLONES DE
AUTOMÓVILES
Ramón Gómez de la Serna
España
(1888-1963)
El
orgullo de la gran ciudad se había cumplido por fin. Ya tenía diez millones de
automóviles. Casi nadie pasaba por las calles y las aceras se habían suprimido.
A lo más en algunas vías de la ciudad habían dejado una especie de alero para
peatones desgraciados. Pero aquella tarde de un domingo estival, caracterizado
por una atmósfera pesada, los gases de los diez millones de automóviles
intoxicaron toda la ciudad y los turistas que llegaron en la madrugada se
encontraron con el triste espectáculo de todos los habitantes raseros de las
calzadas, caídos en los sofás de sus coches, catalepsiados para siempre por la
asfixia.
DE LA TORRE
DE LA TORRE
Eliseo Diego
Cuba
(1920-1994)
El
cazador, echado en el suelo pétreo del valle, sueña. Sueña un león enorme.
Irritado comprueba en el sueño que su bestia apenas tiene forma. En un esfuerzo
que estremece su cuerpo logra diferenciarle las pupilas, las cerdas de la
melena, el color de la piel, las garras. De pronto despierta aterrado al sentir
un peso fatal en el cráneo. El león le clava los colmillos en la garganta y
comienza a devorarlo.
El león, echado entre los huesos de su víctima, sueña. Sueña un cazador que se acerca. Su rabia le hace aguardarlo sin moverse, esperar a distinguirlo enteramente antes de lanzarse a destruirlo. Cuando por fin separa las venas tensas en las manos, despierta y es demasiado tarde. Las manos llevan una fuerte lanza que le clavan en la garganta rayéndola. El cazador lo desuella, echa los huesos a un lado, se tiende en la piel, sueña un león enorme. Los huesos van cubriendo todo el valle, ascienden por la noche en una alta torre que no cesa de crecer nunca.
El león, echado entre los huesos de su víctima, sueña. Sueña un cazador que se acerca. Su rabia le hace aguardarlo sin moverse, esperar a distinguirlo enteramente antes de lanzarse a destruirlo. Cuando por fin separa las venas tensas en las manos, despierta y es demasiado tarde. Las manos llevan una fuerte lanza que le clavan en la garganta rayéndola. El cazador lo desuella, echa los huesos a un lado, se tiende en la piel, sueña un león enorme. Los huesos van cubriendo todo el valle, ascienden por la noche en una alta torre que no cesa de crecer nunca.