5 de agosto de 2018

Claudia Piñeiro: “Los que trabajamos con el lenguaje tenemos que limar palabras ásperas”

Claudia Piñeiro (1960) inicialmente estudió la carrera de Contadora Pública y ejerció la profesión durante diez años hasta descubrir el impulso irrefrenable de dedicarse por completo a la literatura. Egresada de la Escuela de Arte Dramático de Buenos Aires donde estudió dramaturgia, ahora es escritora, dramaturga, guionista de televisión y colaboradora de distintos medios gráficos. Entre sus obras pueden mencionarse las novelas “Tuya”, “Las viudas de los jueves”, “Elena sabe”, “Un comunista en calzoncillos”, “Las grietas de Jara”, “Betibú”, “Una suerte pequeña” y “Las maldiciones”; el libro de cuentos “Quién no”, y las obras teatrales “Un mismo árbol verde”, “Morite, gordo” y “Tres viejas plumas”. En los últimos tiempos se ha convertido en una de las voces más fuertes de la Campaña por el aborto legal, seguro y gratuito en la Argentina. A continuación, un resumen editado de las entrevistas que concedió a la revista “Palabras” (2017, sin fecha precisa) y al diario “Infobae” (30 de septiembre de 2018), ambos de Argentina; y a el diario “El Tiempo” de Colombia (15 de abril de 2018).


En alguna entrevista dijiste que para empezar a escribir literatura uno debía primero leer mucho, ¿cómo se empieza a leer?

Para mí leer es un entrenamiento, y si uno deja de hacerlo por un tiempo es difícil inmediatamente volver a concentrarse en la lectura. Me parece que si uno tiene un ritmo de leer periódicamente, lee más fácil y de todo. Entonces, hay que entrenar, y es muy importante lo que uno elija al principio, porque si arrancas con algo que no te gusta, que es muy difícil, y sentís que no vas a llegar al final, te vas a frustrar. Hace un tiempo, al terminar una charla en una escuela para adultos a la que me habían invitado porque habían leído “Tuya”, se me acercó un señor muy grande y me dijo: “Estoy emocionado, me dieron el libro en la escuela, lo leí y lo terminé. Ahora siento que puedo leer cualquier otro libro, porque nunca  había pensado que era capaz de terminar una novela”. Creo que eso se aplica a cualquier lector; a mí me pasó a muy temprana edad con “Relatos de un náufrago”, leí esa novela de García Márquez, y después quise leer todo, porque logré sentir que transitar la lectura de esa historia fue algo maravilloso, entonces quise más.

¿Leés cuentos?

Sí, mucho.

¿A quiénes leés?

Bueno, leo a Samanta Schweblin, a Mariana Enríquez, a Vera Giaconi. Hace poco leí el de Betina González.

Estás hablando en todos los casos de mujeres narradoras.

Guillermo Martínez me gusta mucho también, Federico Falco. Y de afuera bueno, por ejemplo Clarice Lispector y Natalia Guinzburg son dos autoras que para mí son extraordinarias, no diría que Natalia Guinzburg es cuentista porque es otro tipo de cosa, pero son relatos cortos. Clarice Lispector tiene muchos cuentos. Patricia Highsmith me gusta mucho como cuentista también. Bueno, Hemingway... Chejov es un autor que en general no se lo conoce tanto como cuentista porque son tan maravillosas las obras de teatro que la gente lo recuerda como dramaturgo, pero para mí es uno de los cuentistas que más me interesa.

Vos sos muy lectora, y de pronto te estás yendo de viaje o lo que sea, ¿siempre llevás libros de cuentos para leer?

¿Sabés que no lo elijo porque sea cuento u otra cosa? Hay un autor que me interesa y que yo vengo siguiendo o alguien que me dice “escuché que tal libro” y voy y lo llevo. Pero no lo pienso en función a si es cuento o es novela. Igual hay mucho más para elegir del campo de la novela porque se publica mucha más novela que cuento, ¿no?

¿Pensás que el lector de tu reciente libro de cuentos es el lector o lectora tradicional de tus novelas?

Yo creo que sí pero que además se van a sumar otros que no lo eran, me parece. Me parece que el lector de mis novelas, como decís vos, va a encontrar los mismos mundos, los mismos personajes, en otras anécdotas, en otras circunstancias, pero también alguno que no me conozca como novelista a lo mejor es una buena forma de empezar a ver de qué hablo, qué cuento, cuál es mi universo. Porque son como pequeñas grageas de cosas que también están desarrolladas en novelas. Me gustaría decirte una cosa más con respecto a los cuentos que me parece importante. Este año en el Premio Gabriel García Márquez, que es uno de los premios más importantes del mundo de cuentos, tenemos tres argentinos finalistas: Pablo Colacrai, Santiago Craig y Edgardo Cozarinsky. Es nuestra tradición, ¿no? Digamos, Borges, Cortázar, Di Benedetto, tenemos una tradición de cuento que me parece que siempre volvemos ahí, de alguna manera.

Si pudieras invitar a dos personajes literarios a tomar una copa o un café, ¿a quiénes elegirías?
A Charles Swann, el eterno enamorado de Odette en “En busca del tiempo perdido”, de Proust, y a Tom Wingfield, el hermano de “El zoo de cristal”, de Tennesse Williams. Me gustan siempre los puntos de vista “laterales”. La frase final de Swann, cuando confiesa que para colmo hizo todo lo que hizo por una mujer que al principio ni siquiera le gustaba, merece un café. Y la necesidad de Tom de contar como testigo el mundo que oprimió a su hermana Laura (“Levántate y brilla”, decía su madre cada mañana al levantarlos) me hace sentir la necesidad de que él me cuente su propio mundo, aquel que logró tener al huir.

De los libros que leíste de niña, ¿cuál recordás con más aprecio?
“Chico Carlo”, de la uruguaya Juana de Ibarbourou. El cuento “La mancha de humedad” era mi propio mundo privado: imaginarme historias recostada en la cama a partir del dibujo que el agua de lluvia había trazado en el cielo raso de mi habitación.

¿Qué libro te hubiera gustado escribir?
El “Buenos Aires affair”, de Manuel Puig. O cualquier otro de él. Hay muchos escritores argentinos que merecen un lugar en la historia universal de la literatura. Algunos ya lo tienen: Borges, Cortázar. Otros, creo que hay que recomendarlos hasta que se los conozca como merecen y no sean olvidados. Saer, Di Benedetto y Puig, por ejemplo.

¿Tenés alguna manía al escribir? Un cuaderno especial, un bolígrafo, un lugar...
Muchas libretas para anotar palabras que luego no entenderé. Pero tengo colección de libretas y lápices negros. También me gusta que estén cerca mis gatos. Pero eso solo sucede si trabajo en casa, y he logrado trabajar en otros sitios: bares, hoteles, viajes. Allí no puedo llevar a mis gatos.

¿Qué libros recomendarías?

En cuanto a las recomendaciones intento ser muy cuidadosa porque no creo que el mismo libro funcione para cualquier persona, creo que el libro que uno debe leer es el que lo va a atrapar; y que hay que comenzar por libros cortos. Entonces, si tengo que recomendar uno de García Márquez, te recomiendo “Relatos de un náufrago”, porque es una historia que tiene acción, tiene emoción y es corta. Junto a esa obra creo que otros  libros hermosos para iniciarse en la lectura son: “Distancia de rescate” de Samanta Schweblin, “Seda” de Alessandro Baricco y “La nieta del señor Linh” de Philippe Claudel; libros pequeños en tamaño, enormes en escritura y distintos absolutamente.

Fuiste a hablar al Congreso y fuiste a los programas de TV por el compromiso concreto que tuviste sobre todo con el proyecto de legalización del aborto. ¿Tenés claridad sobre qué fue lo que disparó esa necesidad tuya de comprometerte así?

Yo creo que a veces confluyen cosas. Por un lado el aborto es un tema sobre el que yo vengo pensando hace tiempo. Algunos te dicen: “Ay, ¿recién ahora venís a hablar del aborto?”. No, recién ahora hablamos todos del aborto porque antes no se podía debatir el tema del aborto. Pero digamos que yo tengo dos novelas que hablan del aborto, tengo un cuento que habla del aborto y que está en este volumen pero que lo escribí hace siete años. O sea que es un tema, como tantos otros, que a mí me obsesiona y sobre los que he hablado a lo largo de mi vida como escritora, literariamente. Pero bueno, además de eso también como escritora yo arranqué un año dando una conferencia de apertura en la Feria del Libro donde el planteo básico era cuál es el lugar del escritor en la sociedad. ¿Tiene el escritor que involucrarse o no con lo que pasa en la sociedad? No con todos los temas, no quiere decir que tenemos que hablar de todo porque no sabemos de todo. Pero hay algunos temas en los cuales si no hablás, también estás hablando. El silencio también habla. Entonces, en esos temas donde vos sentís que si no hablas también estás hablando, ¿nos metemos o no nos metemos? ¿Qué hacemos? Después yo tengo una energía que una vez metida ya es como que no me paran. En ese sentido ya es como que empezás a conocer gente, empezás a conocer la lucha, empezás a ver el trabajo de tantas mujeres durante trece años en la Campaña y ves gente joven que por la calle te para… Ya te empezás a sentir de alguna manera responsable. Porque como vos tenés un lugar por el que te hacen entrevistas o que te escuchan en determinados medios, cuando te piden: che, ¿podemos hacer tal cosa? Si no lo hacés, te sentís responsable porque es una causa que a mí me interesa. Pero esa intensidad te quita no solamente tiempo sino energía, porque uno tiene la cabeza muy puesta en eso. Y también desde el punto de vista literario, que la cabeza está tan tomada por esos temas que querés escribir de otra cosa y no te sale, entonces necesitás que decante un poco tanta información, tanta pasión, tanto pensar temas relacionados con el aborto, la violencia de género, el “Ni una menos”.

Te agredieron mucho, te están agrediendo mucho. ¿Cómo convivís con eso?

Mirá, bastante mejor de lo que me imaginé. Porque en general las agresiones no son interesantes desde mi punto de vista, no son agresiones relevantes, son más esas agresiones que todos tenemos a través de las redes sociales. Ya casi como que me causa gracia, ¿no? La última vez habían hecho como una placa falsa de “La Nación” que decía que yo había dicho que morían 250.000 mujeres argentinas por año por atenderse con ginecólogos varones. Entonces todos me insultaban por lo idiota que era por haber dicho eso. Yo pensaba: ¿pero esta gente puede pensar que alguien dijo eso? ¿De verdad creen que alguien puede haber dicho eso?

Decís que no son relevantes pero hubo una acción, puntualmente, que pasó cierto límite y fue cuando quisieron prohibir tu presencia en la presentación de Leonardo Padura. Ahí ya la cosa tomó otro color.

No, ahí sí porque básicamente es un acto de censura y además es un acto de impedirte trabajar. Porque yo iba a trabajar, yo iba a hacer una entrevista a un escritor que venía a presentar su libro, y empezaron a llamar a la empresa que me contrataba para pedir que me descontratara. Y eso sí me parece que es una agresión muy violenta porque no solamente es una censura sino que te impide trabajar. Y me parecía como muy extraño que en la Argentina pasara algo así ya a esta altura, ¿no? Como muchas otras cosas que vimos estos últimos tiempos que yo pensé que ya no las iba a volver a ver. A veces me impresiona mucho que alguien pueda desear tanto mal.

Sos una de las escritoras que más viaja y la que más vende afuera por lo que también seguramente te preguntan por este país. ¿Cómo te sentís en ese lugar?

Mirá, este año todo el tiempo que viajé se me acercaron después de las conferencias chicas y también varones a hablarme del tema de la ley del aborto en la Argentina porque este tema se expandió en toda Latinoamérica. Entonces vas a Colombia, vas a México, y saben todo lo que pasó acá, saben lo de los pañuelos, te preguntan, te agradecen, te dicen sigan con la lucha, después de la ley que no salió te dicen bueno, ya va a salir, te consuelan. O sea, es un tema que está en toda Latinoamérica, y creo que ese es el gran problema por el cual la Iglesia se atacó tanto en la parte de la discusión en el Senado. Porque se habían dado cuenta de que no solamente era un tema que había tomado la Argentina sino que se expandía a Latinoamérica. Entonces por un lado está eso. ¿Pero sabés qué noto en el último tiempo cuando voy a las conferencias? Viste que termina la conferencia y te levantan la mano y te hacen preguntas. Muchas preguntas relacionadas con la discriminación con respecto a los géneros y la perspectiva de género. Mucha gente que te dice: “¿Puede dar alguna palabra con respecto a cómo es en la Argentina el tema de la perspectiva de género? ¿Cómo se maneja eso?”. Y te das cuenta cuando te lo preguntan que lo que quieren es que los ayudes a que también en su comunidad, porque a veces no vas a las capitales de los países, a veces vas a pequeños pueblos en los países, se empiece a hablar de determinados temas que están tapados, que están ocultos, que no se comentan.

¿Y cómo es el tema de la perspectiva de género en la Argentina?

Yo creía que éramos un país muy abierto donde era un tema superado y que nadie ya más iba a tener una palabra de discriminación hacia nadie por su elección sexual. Me equivoqué, porque después de esta ley hemos visto declaraciones que uno no se imaginaba posibles, ¿no? Creo que todo el ataque que hay a la Ley de Educación Sexual Integral (ESI) tiene que ver con una homofobia tremenda. O sea, vos leés, y algo que hacemos los escritores y que podemos ayudar a los otros es desarmar ese discurso. Cuando vos desarmás el discurso, lo que hay atrás es una homofobia terrible, un miedo a que la homosexualidad sea contagiosa, que si vos a los chicos les decís que en el mundo hay gente que elige otro tipo de sexualidad entonces ellos se van a contagiar de ese mal. Son cosas absolutamente fuera de cualquier análisis.  Yo estoy muy asombrada con eso que pasó. Te digo, más que con el aborto con lo que pasó después con esta ley.

Con lo que sigue pasando, digamos.

Con lo que sigue pasando. Porque se desinforma, porque se dicen cosas falsas, pero siempre yo parto de la base de que el otro no es una mala persona y que el otro de verdad cree eso y me da mucha pena que la gente esté asustada porque la Ley de Educación Sexual viene para proteger a los niños, para que los niños sepan que si alguien los toca tienen que ir a denunciar; para que conozcan su cuerpo y sepan qué no tienen que hacer con su cuerpo, fuera de la casa y también dentro de la casa, porque muchos abusos son dentro de la casa. Para todo eso está la educación sexual, y para tener una sexualidad plena, feliz, para cuidarse cuando tengan relaciones sexuales, etcétera, cada cosa acomodada a la edad que corresponda. Entonces, que haya tanta gente tan preocupada porque supuestamente se les va a lavar la cabeza a sus hijos me da mucha pena. Me da mucha pena porque debe ser gente que está sufriendo por algo que no es así.

¿Sentís que te perdiste cosas por ser mujer?

Yo siento que no me las perdí pero soy absolutamente consciente de que el sistema hace que muchas mujeres sí se los pierdan. Entonces me parece que hay que dejarlo visibilizado siempre. Yo como escritora creo que hice lo que quería hacer y seguramente seguiré haciendo otras cosas y no me sentí relegada en ese sentido. Cuando era contadora entré a un estudio de auditoría que era uno de los mejores del mundo, de la Argentina, el año que tomaron por primera vez mujeres. Entonces entramos tres mujeres, porque tenían una ley antidiscriminatoria en los Estados Unidos y los obligaban a tomar mujeres. Entonces entramos tres mujeres, yo era la mejor alumna de la UBA, me había recibido con un año libre y con el mejor promedio. Los hombres que entraron con nosotras no eran los mejores, las otras dos chicas seguramente eran así con tantas buenas notas como las mías, pero los hombres eran hombres que seguramente eran buenos contadores pero no los mejores de su camada.

No sobresalientes.

No sobresalientes. Entonces, que yo haya podido hacer eso no quita que ahí había una discriminación absoluta. Cada vez que trabajé en una empresa, excepto cuando trabajé con Jorge Sivak. En las otras empresas en las que trabajé, siempre se les pagaba más a los hombres que a las mujeres. Y cuando yo tenía que poner sueldos y me quejaba de esto me decían: “Bueno, pero el hombre es el que mantiene el hogar”, una falsedad absoluta. Pero además el salario remunera un trabajo no una situación personal, o sea vos trabajás y tenés un salario, después si vos tenés que mantener a tres personas, cuatro o cinco es otro tema. Más allá de la falsedad de que los hombres son los que mantienen la casa, ¿no? Pero peleas de este tipo he tenido a lo largo de toda mi vida. Después también he tenido suerte de trabajar con hombres muy feministas, yo trabajé con Oscar Blotta que era un machista feminista, o es un machista feminista porque por un lado es machista y por otro lado tenía “Emmanuelle”, la revista que, te acordás, era súper feminista, etcétera, etcétera. Entonces es como una persona encantadora que a mí me ayudó muchísimo y me enseñó mucho del oficio de la escritura de revistas. Y después trabajé con Ricardo Rodríguez, que es guionista. Yo estudiaba guión con María Inés Andrés, una mujer de la época de María Herminia Avellaneda, de Leda Valladares, egresadas de la Facultad de Tucumán, mujeres re portentosas y que han hecho lo que quisieron también en sus profesiones y oficios. Ella tenía un curso de guión donde le pedían guionistas, porque en ese momento no había escuelas de guión, ni cine ni nada, y cada vez que había un trabajo yo estaba o embarazada o acababa de parir, porque tuve tres hijos muy seguidos. Entonces cuando nació mi última hija, que tenía un mes, me dice: “Mirá, Ricardo Rodríguez -que estaba haciendo en ese momento “Grande Pa”, “Amigos son los amigos”, los grandes éxitos de la televisión- necesita un guionista y tenés que ir vos”. Y le digo: “Pero yo tengo que seguirle dando la teta a mi hija”. Me dice: “No, bueno, no importa, eso es un problema de él, vos vas y le decís que yo digo que vos sos la persona y que él solucione el problema, a ver cómo lo soluciona”. Ahora yo veo que las chicas vienen con otra potencia, pero nosotras necesitábamos que alguien te diera como el empujoncito de “bueno, no pasa nada si sos mujer”. Entonces fui y le dije: “Mirá, vengo porque me dijo María Inés Andrés tal y tal cosa, pero yo tengo una hija a la que le tengo que dar por lo menos un año la teta”. “Bueno, traéla”, me dijo. Entonces yo iba con la bebé chiquitita a trabajar; si la tenía que atender la atendía, hacía lo que tenía que hacer, y me volvía a casa.

Muy atípico.

Hasta que después pude empezar a dejar leche o que mi mamá venía y se la llevaba un rato a pasear, me la traía. También a veces uno cuenta con la suerte de tener madres o amigas que te ayudan. Pero siempre cuento esa anécdota porque así como estuve en un mundo muy complicado para la mujer, a veces tenés la suerte de encontrarte con determinados personajes, no quizás el sistema, pero personajes como Ricardo Rodríguez, que te dan una mano. O sea tuve la suerte de encontrarme con personas que me dieron una mano.

¿Cuál libro recomendarías leer para entender mejor Argentina?
“Facundo” de Sarmiento, o “El matadero” de Echeverría.

¿Finalmente, cómo comenzar a leer a Claudia Piñeiro?

Nuevamente esto depende del lector, yo tengo libros muy íntimos y personales como “Una suerte pequeña”, “Un comunista en calzoncillos”, o “Elena sabe”, si te gustan las historias más personales, casi de cámara, te diría que es por allí. A quienes les interesa que les pinte un mundo, una sociedad, le recomendaría “Las viudas de los jueves”, “Betibú” o “Las maldiciones”, y para el que quiere algo intermedio, “Las grietas de Jara”, que te pinta el mundo del trabajo en una empresa capitalista que te obliga a hacer determinadas cosas, pero es un libro de personaje.