4. Sobre la historia, su ética y su causalidad
Hacia los
comienzos del siglo XIX Hegel distinguía tres maneras de considerar a la
historia: la inmediata, la reflexiva y la filosófica. En la primera, la tarea
del historiador se limita a describir los hechos y acontecimientos de los
cuales fue testigo. Esta simultaneidad con los sucesos lo inhibe de añadir
reflexión alguna a su representación de los hechos, por lo que su descripción
sería una suerte de crónica sucinta que no permite ahondar en la idiosincrasia
de los mismos. Por su parte, la historia reflexiva no se queda en la
descripción del presente sino que lo trasciende, haciendo hincapié en la
peculiaridad de los hechos estudiados. Esta categoría puede subdivide a su vez
en varios tipos: la historia general (en la que el historiador sintetiza los
acontecimientos partiendo de la historia inmediata escrita por otros autores y
la interpreta de acuerdo con su visión particular); la historia pragmática (en
la que el historiador, de manera didáctica, rescata la verdad racional de las
leyendas y mitos, pero sin desmontar la historia misma sino contando una
historia de la historia); la historia especial (en la que el historiador
analiza diversos aspectos de la vida de un pueblo tales como el arte, la
religión, la ciencia o el derecho, pero considerándolos desde el punto de vista
universal); la historia novelada (en la que el historiador describe de manera
prolija los rasgos particulares del pasado haciendo uso de una cantidad
abrumadora de datos y detalles superficiales que, muchas veces, desvían la
atención de sus aspectos más relevantes); y la historia crítica (en la que el
historiador investiga el nexo interior de los hechos, es decir, las causas y
los fundamentos de lo sucedido y, con una mirada crítica, construye una
reflexión en torno al crédito que le merecen las narraciones históricas). Por
último, la historia filosófica, la que más sedujo a Hegel, se interesa
principalmente por encontrar, de manera racional, reflexiva y cuidadosa, el
sentido de la totalidad del proceso histórico. Para el autor de “Philosophie
der geschichte” (Filosofía de la historia), la historia filosófica parte del
supuesto -que admite como verdadero- de que la existencia humana ha
transcurrido racionalmente y de acuerdo con un fin último y absoluto que está
determinado por la razón y la voluntad de la providencia divina. Este fin
último, según Hegel, consiste en que el espíritu se haga consciente de su
libertad, de modo que ésta pueda realizarse.
Sirva esta
introducción para aclarar que tanto los elogios como los rechazos que generó el
revolucionario ruso de origen ucraniano León Trotsky pueden ser incluidos en cualquiera
de las categorías descriptas más arriba. Todos los historiadores, sociólogos o
escritores cuyos textos aparecen en secuencia tras este prolegómeno, han
opinado sobre este líder político y teórico marxista desde alguna de estas
perspectivas. Y lo han hecho sobre una figura que ha despertado a lo largo de
su vida -y más aún después de su muerte- todo tipo de controversias y ha
generado una interminable cantidad de debates y la edición de centenares de
ensayos e investigaciones sobre su vida, sus ideas y su obra. La imagen de
Trotsky, inevitablemente, fluctúa según el punto de vista político de cada
historiador. Así, por un lado fue una persona fascinante y excepcional, con una
incansable energía y capacidad de trabajo, dueño de una enorme cultura e inteligencia
y un extraordinario talento como orador y escritor. Por otro, un autócrata, un
traidor, un revolucionario burgués y escisionista fanático, vacilante a la hora
de tomar decisiones, extremadamente subjetivista y voluntarista, torpe para
diseñar sus tácticas políticas, brutal en el trato con sus enemigos, impulsor
de una conspiración masónica sionista y hasta desaprensivo con los integrantes
de su familia. Es lo que ocurre cuando se analiza a una figura como la de
Trotsky, cuya existencia se vio atravesada por múltiples circunstancias, unas
veces trágicas, otras imperiosas, a veces causales, otras azarosas, pero
siempre trascendentales y decisivas para el curso de la historia, esa historia
de la que suele decirse que es un gigantesco rompecabezas al que le faltan
numerosas piezas.
Karl Marx
afirmaba que la historia “tendría un carácter muy místico si no hubiese en ella
lugar para el azar. Este mismo azar se convierte naturalmente en parte de la
línea general de desarrollo y viene compensado por otras formas de azar. Pero
la aceleración y el retraso dependen de elementos accidentales como éstos, en
los que se incluye el carácter usual de los individuos que se encuentran al
frente de un movimiento que se inicia”. Dice el historiador británico E.H. Carr
en su ya aludida “What is history?” (¿Qué es la historia?) que Marx ofrecía así
una apología del azar en la historia desde un triple punto de vista. “En primer
lugar, no es muy importante; puede acelerar o retardar el desarrollo de la
historia, pero está implícito que no puede alterar de modo radical el curso de
los acontecimientos. En segundo lugar, un azar viene contrarrestado por el
otro, de forma que a la postre el elemento casual se ha eliminado a sí mismo. Tercero:
el azar se ilustra especialmente en el carácter de los individuos”. El
temperamento de Trotsky, ¿aceleró o retardó el desarrollo de la historia?
¿Alteró de manera sustancial el curso de los acontecimientos que desembocaron
en la Revolución de Octubre? El novelista ruso León Tolstoi, en el epílogo de
su inmortal “Woina i mir” (Guerra y paz) ponía al azar y al genio en igualdad
de condiciones, viendo en ellos una manifestación de la incapacidad humana de
comprender las causas últimas.
Poco más
de un siglo antes que Marx escribiese su “Grundrisse der kritik der politischen
ökonomie” (Contribución a la crítica de la economía política) en el que hacía
la distinción entre devenir y desarrollo para el tratamiento de la historia, el
filósofo político francés Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu
(1689-1755) opinaba en su ensayo “Considérations sur les causes de la grandeur
des romains et de leur décadence” (Consideraciones sobre las causas de la
grandeza de los romanos y de su decadencia) que “si una causa particular, como
el resultado accidental de una batalla (se refiere a la Batalla de
Constantinopla en 1453), ha reducido un Estado a la nada es porque había una
causa general que hizo que dicho Estado pudiese hundirse con una sola batalla”.
Podría decirse entonces, siguiendo esta línea de razonamiento, que la toma del
Palacio de Invierno fue la “causa particular” y las tensiones sociales que
sacudían a la Rusia zarista producto de la pobreza del campesinado, la escasez
de alimentos, la desastrosa participación en la Primera Guerra Mundial, las
miserables condiciones de trabajo de los obreros y el oscurantismo del régimen
absolutista que impedía el libre desenvolvimiento de la vida cultural y
política y las aspiraciones de libertad y democracia de los intelectuales
reformistas (Trotsky entre ellos) fueron la “causa general”.
Si
partimos de la afirmación del historiador irlandés John B. Bury (1861-1927) en
cuanto a que “la historia es una colisión entre dos cadenas causales
independientes”, ¿cómo podemos descubrir en la historia una secuencia coherente
de causa y efecto? ¿Cómo podemos encontrar un significado en la historia si en
cualquier momento nuestra secuencia puede verse quebrada o desviada de su curso
por otra secuencia, irrelevante desde nuestro punto de vista? A fines del año
1907, tras concurrir en Stuttgart al Congreso de la Internacional Socialista,
Vladimir Lenin debió
ocultarse en Suecia sabiendo que la policía secreta del zar había emprendido
una búsqueda febril contra él. En esas circunstancias, no llegó a tiempo al
buque rompehielos que, tal como estaba proyectado, debía transportarlo y se vio
obligado a recorrer a pie tres kilómetros por una capa de hielo en ciertas
zonas muy frágil. Lo acompañaban dos finlandeses cuyos nombres no pasaron a la
historia. En un momento de la caminata el hielo cedió bajo sus pies y, cuando
estaba a punto de morir ahogado, sus acompañantes lo salvaron literalmente por
los pelos. Esta secuencia, de haber tenido otro desenlace, pudo haber cambiado
rotundamente la historia. ¿Se puede hablar en este caso de azar, o debemos
hacerlo de causa y efecto? Trotsky, por su parte, reforzó la teoría de la
compensación y el auto-cancelamiento de los accidentes mediante una analogía
ingeniosa: “El proceso histórico todo él es una refracción de la ley histórica
al pasar por lo accidental. Con jerga biológica, diríamos que la ley histórica
se realiza mediante la selección natural de los accidentes”.
Todos los lazos horizontales entre fenómenos sobrevenidos simultáneamente, al igual que todas las estructuras en un instante dado, deben ser expresados en valores corrientes de la época. Sin embargo, la historia muchas veces se ve obligada a considerar como simultáneos ciertos acontecimientos que, de hecho, han tenido lugar en el curso de uno o varios años. En ese sentido, y retomando a Trotsky, la huelga en la fábrica Putilov de San Petersburgo en enero de 1905 que culminó con una violenta represión que dejó un saldo de alrededor de mil cuatrocientos manifestantes muertos y unos tres mil heridos, o la reforma agraria en favor de los grandes terratenientes emprendida por el Ministro del Interior Piotr Stolypin (1862-1911) que generó una gran reacción e implicó la ejecución de algo más de mil opositores al régimen, o la desesperada Ofensiva de Galitzia ordenada por el Ministro de Guerra del Gobierno Provisional Aleksandr Kérenski (1881-1970) en julio de 1917 que produjo unas treinta y siete mil víctimas, acontecimientos todos ellos que no ocurrieron simultáneamente, ¿fueron accidentes? Los cinco muertos y unos pocos heridos que produjo la toma del Palacio de Invierno la noche del 24 al 25 de octubre de 1917, ¿compensan los más de ochocientos mil que fueron condenados a fusilamiento y los seiscientos mil que murieron en presidio durante los treinta años de gobierno de Iósif Stalin?
Todos los lazos horizontales entre fenómenos sobrevenidos simultáneamente, al igual que todas las estructuras en un instante dado, deben ser expresados en valores corrientes de la época. Sin embargo, la historia muchas veces se ve obligada a considerar como simultáneos ciertos acontecimientos que, de hecho, han tenido lugar en el curso de uno o varios años. En ese sentido, y retomando a Trotsky, la huelga en la fábrica Putilov de San Petersburgo en enero de 1905 que culminó con una violenta represión que dejó un saldo de alrededor de mil cuatrocientos manifestantes muertos y unos tres mil heridos, o la reforma agraria en favor de los grandes terratenientes emprendida por el Ministro del Interior Piotr Stolypin (1862-1911) que generó una gran reacción e implicó la ejecución de algo más de mil opositores al régimen, o la desesperada Ofensiva de Galitzia ordenada por el Ministro de Guerra del Gobierno Provisional Aleksandr Kérenski (1881-1970) en julio de 1917 que produjo unas treinta y siete mil víctimas, acontecimientos todos ellos que no ocurrieron simultáneamente, ¿fueron accidentes? Los cinco muertos y unos pocos heridos que produjo la toma del Palacio de Invierno la noche del 24 al 25 de octubre de 1917, ¿compensan los más de ochocientos mil que fueron condenados a fusilamiento y los seiscientos mil que murieron en presidio durante los treinta años de gobierno de Iósif Stalin?
El economista
británico Alfred Marshall (1842-1924) escribió alguna vez que “debe evitarse
por todos los medios posibles que se estudie, como muchos lo hacen, la acción
de una causa por separado sin tener en cuenta las demás, cuyos efectos están
fundidos con los de ella”. Aquí vale la pena recordar las acotaciones del ya
mencionado Carr cuando alude a la teoría conocida como “la nariz de Cleopatra”
que el filósofo francés Blaise Pascal (1623-1662) formuló en su obra “Pensées
sur la religión” (Pensamientos sobre la religión y otros temas). Dice Carr: “Es
una teoría según la cual la historia consiste en rasgos generales, en una serie
de acontecimientos determinados por coincidencias fortuitas, y tan sólo
atribuibles a las causas más casuales. El resultado de la batalla de Actium no
se debió a las causas que suelen exponer los historiadores, sino al encantamiento
amoroso en que Cleopatra tenía a Antonio”. Siguiendo ese razonamiento, el
historiador británico ya citado Edward Gibbon escribió que “un humor
acrimonioso que afecte una sola fibra de un solo hombre puede prevenir o
suspender la miseria de las naciones” al referirse al ataque de gota que sufrió
el sultán otomano Beyazıd Yildirim (1360-1403) y lo imposibilitó de marchar
sobre Europa central a comienzos del siglo XV. Algo similar apuntó el Primer
Ministro británico Winston Churchill (1874-1965) al recordar que, cuando el rey
de Grecia Aléxandros de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg (1893-1920)
murió a causa del mordisco de un mono domesticado de su propiedad, este
accidente disparó toda una cadena de acontecimientos que culminaron en la
desastrosa Guerra Greco-Turca: “Murió un cuarto de millón de personas por el
mordisco de aquel mono”. El propio Trotsky comentó en su autobiografía acerca
de la fiebre que contrajo en una cacería de patos, lo que lo inmovilizó en el
momento crítico de su pelea con la troika soviética en el otoño de 1923: “Puede
preverse una revolución o una guerra, pero resulta imposible prever las
consecuencias de una cacería otoñal de patos salvajes”.
Otro
aspecto a tener en cuenta a la hora de analizar la vida de Trotsky es aquel que
se basa en juicios éticos sobre su desempeño político. El filósofo e historiador
italiano Benedetto Croce decía en su clásico ensayo “La storia come pensiero e
come azione” (La historia como hazaña de la libertad) que cuando un historiador
hace una acusación a una figura del pasado, “olvida la gran diferencia de que
nuestros tribunales (sean jurídicos o morales) son tribunales del presente,
instituidos para hombres vivos, activos y peligrosos, en tanto que aquellos
otros hombres ya comparecieron ante el tribunal de sus coetáneos y no pueden
ser nuevamente condenados o absueltos. No puede hacérseles responsables ante
ningún tribunal, por el mero hecho de que son hombres del pasado que pertenecen
a la paz de lo pretérito y de que en calidad de tales no pueden ser más que
sujetos de la historia, ni les cabe sufrir otro juicio que aquel que penetra y
comprende el espíritu de su obra. Los que, so pretexto de estar narrando
historia, se ajetrean con ademán de jueces, condenando acá e impartiendo su
absolución allá, y pensando que tal es la tarea de la historia... son
generalmente reconocidos como carentes de todo sentido histórico”. Para Croce,
el “historicismo” o sea la ciencia de la historia “es la afirmación de que la
vida y la realidad son historia y nada más que historia. Y la historia no es
forma, sino contenido; como forma no puede ser más que intuición o hecho
estático. La historia no investiga leyes ni forja conceptos; ni induce, ni
deduce; no construye leyes universales y abstracciones, aunque supone
intuiciones. El mundo de lo sucedido, de lo concreto, de lo histórico, es lo
que se llama el mundo de la realidad y de la naturaleza, y comprende lo mismo
la realidad física que la espiritual o humana. Todo este mundo es intuición”.
La
novelista inglesa Jane Austen (1775-1817) escribió en su “Northanger Abbey” (La
Abadía de Northanger): “Me maravillo a menudo de que la historia resulte tan
pesada, porque gran parte de ella debe ser pura invención”. Luego de su
destitución del Politburó, después del Comité Central y finalmente del Partido
Comunista en 1927, Trotsky fue deportado a Kazajistán y, dos años más tarde,
desterrado de la Unión Soviética. Durante las décadas siguientes, fue
vituperado y denigrado en cuanto ámbito controlado por el estalinismo existiese
en el mundo. Fue acusado de contrarrevolucionario y fascista, sus escritos
fueron prohibidos y todas las referencias a su papel en la Revolución Rusa
fueron suprimidas de los libros de historia. El 7 de marzo de 1935, como
preludio a los Procesos de Moscú, el Comité Central del PCUS ordenó retirar las
obras de Trotsky de las bibliotecas de toda la Unión Soviética. También se
tomaron medidas grotescas como la de suprimir su imagen de una fotografía
tomada el 5 de mayo de 1920 durante una arenga de Lenin a miembros del Ejército
Rojo frente al teatro Bolshói en la plaza Swerdlow de Moscú, o la de realizar
cortes de un tercio de su metraje a la épica película “Oktyabr” (Octubre) del
director Sergei Eisenstein (1898-1948). También se exhumaron todos los comentarios
negativos de Lenin acerca de Trotsky y se ocultaron todos los comentarios
positivos. Todas estas acciones, ¿son pura invención? ¿Tienen sentido
histórico?
Vale la
pena recordar que la relación entre la historia y la moral fue siempre muy
compleja y las discusiones en torno a ella son generalmente muy ambiguas. Es
prácticamente innecesario decir que un historiador no tiene por qué formular
juicios morales acerca de la vida privada de los personajes de su narración.
Las posiciones del historiador y el moralista no son las mismas, de manera que
un historiador debería interesarse por los aspectos morales sólo en la medida
en que estos afectaron a los acontecimientos históricos. Al respecto dice Carr
en la obra antes citada que esto vale tanto para las virtudes como para los
defectos. “Se nos dice que Pasteur y Einstein fueron hombres de vida privada
ejemplar, santa incluso. Pero suponiendo que hubieran sido maridos infieles,
padres desalmados y colegas sin escrúpulos, ¿quedarían menguadas sus
respectivas obras de importancia histórica? Ello no quiere decir que la
moralidad privada carezca de importancia, ni que la historia de la moral no sea
parte legítima de la historia. Pero el historiador no se detiene en pronunciar
juicios morales acerca de las vidas privadas de individuos que desfilan por sus
páginas. Tiene otras cosas que hacer”.
Añade
Carr: “El historiador se enfrenta con múltiples causas. Si se encuentra en la
necesidad de analizar las causas de la revolución bolchevique, podrá aludir a
las sucesivas derrotas militares rusas, al colapso de la economía rusa bajo la
presión de la guerra, a la eficaz propaganda de los bolcheviques, al hecho de
que el gobierno zarista no resolviese el problema agrario, a la concentración
de un proletariado empobrecido y explotado en las fábricas de Petrogrado, al
hecho de que Lenin supiera lo que se proponía y que nadie lo supiera del otro
lado; en suma, a todo un conjunto heterogéneo de causas económicas, políticas,
ideológicas y personales, de causas a largo y a corto plazo”. Y concluye: “El
verdadero historiador, puesto ante la lista de causas que lleva reunidas,
sentirá una compulsión profesional a reducirlas a un orden, a establecer cierta
jerarquía causal que fijará las relaciones entre unas y otras, a decidir qué
causa debe considerarse como la causa básica, la causa de todas las causas.
Pero el historiador siempre debería recordar que, antes de ponerse a escribir
historia, es producto de la historia”.
Trotsky no
se conformó con una simple explicación mecanicista de la historia, sino que
hizo intervenir en ésta -y especialmente en los procesos revolucionarios- un
factor humano de carácter psicológico, es decir, propia e irreductiblemente humano.
Además insistió en que para la "toma de conciencia revolucionaria"
por parte de las masas “no pueden olvidarse las condiciones generales de la
existencia". Como consecuencia de esta premisa llegó finalmente a la
conclusión de que "los cambios radicales que se producen a lo largo de una
revolución son provocados, en realidad, no por los estremecimientos episódicos
de la economía que tienen lugar en el curso de los hechos mismos, sino por las
modificaciones capitales que se han acumulado en las mismas bases de la
sociedad durante la época precedente. No olvidemos que las revoluciones son
realizadas por hombres, aunque sean anónimos. El materialismo no ignora al
hombre que siente, piensa y obra, pero lo explica”. Trotsky produjo una obra
histórica acerca de hechos de su tiempo en los que participó de manera activa,
cultivando así lo que el historiador estadounidense Arthur
Schlesinger (1917-2007) llamó “historia presencial”, es decir, la rama de la
historia contemporánea conformada por las narraciones de quienes tomaron parte
en los acontecimientos. Estas obras -a diferencia de las memorias- están
dotadas de un enfoque histórico. Al historiar sobre los sucesos de su tiempo,
Trotsky emprendió un camino no transitado por la historiografía de la época.
¿En qué otra cosa puede consistir la tarea del historiador?