30 de mayo de 2021

Jorge Luis Borges: “Uno escribe lo que puede y no lo que quiere. Creo que, en definitiva, todo es finalmente autobiográfico” (2)

Innumerables son los ensayos que se han escrito sobre Borges y su obra. En muchos de ellos se menciona el hecho de que, a pesar de ser un escritor de valía ya en los años ’30 del siglo pasado tras la publicación no sólo de poemarios sino también de tomos de ensayos como “Inquisiciones”, “Evaristo Carriego” o “El idioma de los argentinos”, su reputación como emblema de la más joven vanguardia del país recién sería advertida tras el reconocimiento que en ese sentido hiciera desde Europa el crítico literario francés Roger Caillois (1913-1978) al traducirlo y escribir sobre él en diversos artículos. Por entonces Borges había fundado las revistas “Prisma” y “Proa” y escrito con regularidad en distintos medios periodísticos como el diario “La Prensa” y las revistas “Nosotros”, “Inicial”, “Criterio” y “Síntesis”.
En 1933 “Crítica”, el periódico de mayor tirada en Buenos Aires, lanzó un suplemento sabatino titulado “Revista multicolor de los sábados”, el cual fue codirigido por Borges y Ulises Petit de Murat (1907-1983). En él Borges publicó varias biografías ficticias utilizando el mismo procedimiento que el escritor francés Marcel Schwob (1867-1905) empleara para escribir su “Vies imaginaires” (Vidas imaginarias) en 1896. Borges las construyó a partir de sus lecturas de Emanuel Swedenborg (1688-1772), de Mark Twain (1835-1910), de Herbert Asbury (1889-1963), de “Las mil y una noches”, de “El conde Lucanor”, de la Enciclopedia Británica, etc., ficciones varias de ellas que luego formarían parte de su libro “Historia universal de la infamia”. Al respecto diría años más tarde que Schwob “inventó biografías de hombres reales de los cuales poco o nada quedaba registrado. En cambio yo leí acerca de personas conocidas y deliberadamente varié y distorsioné los datos a mi capricho”. Esas historias, agregó, “son el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar (sin justificación estética alguna vez) ajenas historias. De estos ambiguos ejercicios pasó a la trabajosa composición de un cuento directo -‘Hombre de la esquina rosada’- que firmó con el nombre de un abuelo de sus abuelos, Francisco Bustos, y que ha logrado un éxito singular y un poco misterioso”.
Mientras tanto colaboraba en la revista “El Hogar”, un semanario popular en el que escribía dos veces al mes un par de páginas sobre libros y autores extranjeros, y en “Sur”, la mítica revista que Victoria Ocampo (1890-1979) había fundado en 1931, para la cual escribió ensayos sobre temas literarios, reseñas de libros y comentarios sobre cine. También por esa época conoció a quien sería su amigo inseparable hasta el final de sus días: Adolfo Bioy Casares (1914-1999), escritor con el que entabló una sólida relación amistosa y literaria marcada por su mutua fascinación por la literatura y con quien llegaría a publicar más de una docena de libros, algunos firmados con sus propios nombres y otros con seudónimos.
María Esther Gilio fue autora de numerosos ensayos, biografías y entrevistas que, desde mediados de los años ’60, publicó en medios de prensa tanto de su país como extranjeros. A renglón seguido la segunda parte de la amena charla que la periodista uruguaya mantuvo con Borges, un diálogo en el que el entrevistado mostró -según contó la entrevistadora- una expresión “vagamente feliz” al recordar la educación y las diferencias sociales en su infancia, y entre otras cosas expuso su particular percepción de la vida cotidiana y sus modos de pensar la ficción y la poesía.
 

¿Usted piensa que si hubiera otra vida caería en el infierno?
 
No, ¡cómo voy a caer en el infierno! Ni en el infierno ni en el cielo. Yo no merezco ni castigo ni recompensa. He vivido como he podido. Tratando de ser una persona justa, razonablemente justa. Hay tantas cosas en el sentido contrario que yo no entiendo… Por ejemplo, la venganza no la entiendo.
 
Sin embargo usted en sus cuentos suele referirse a la venganza y es posible pensar que le causa placer.
 
Sí… mis cuentos… pero si una persona que me ha hecho una injuria y yo tengo motivos de resentimiento la olvido casi enseguida, de modo que yo no estoy peleado con nadie, no le deseo mal a nadie. A nadie.
 
Esa es una forma de despreciar al otro…
 
Ah, puede ser, pero… pero…
 
Es más útil. ¿Le parece más útil? ¿Socialmente más útil?
 
¡No!, ¡qué socialmente! Porque si usted está pensando en una persona, odiándola -todo esto está escrito, estoy plagiándome a mí mismo- usted depende de la otra, es un poco esclavo de la otra. Es su sirviente. Como un hombre cuando una mujer lo deja, lo único que puede hacer es olvidarla, porque si no se condena a sí mismo a la desdicha. Sobre todo si se vuelve sensiblero, si busca encontrarse con ella, si vuelve al barrio en que ella vive. Todo eso es molesto para la otra persona que lo sabe y desdichado para uno. Desde luego, el valor no es tan fácil. Pero cuando pasa el tiempo, el valor llega, ¿no?, porque llega el olvido. Porque la vida trae otras cosas. La realidad es muy inventiva, la realidad le trae a uno intereses nuevos y personas nuevas. Claro que para una persona a mi edad es bastante difícil; a los setenta y cuatro años no es fácil esperar novedades, entonces uno tiene que inventarlas. En el ‘55 yo inventé el estudio del anglosajón y después del escandinavo antiguo.
 
¿Para leer qué?
 
Desgraciadamente de todas las naciones germánicas de la Edad Media la que produjo una literatura más rica es la escandinava. La literatura anglosajona, la inglesa, es rica. Pero no sabían escribir en prosa. Cuando llegué a Islandia se me llenaron los ojos de lágrimas. Me sentía tan conmovido de pensar que estaba en Islandia.
 
¡Qué extraño! ¿Por qué lo conmovía tanto Islandia?
 
Hablan la lengua como hace siete siglos. Desprecian a los noruegos y a los suecos porque su lengua se ha deformado. Fui en otoño, el sol estaba muy bajo en el horizonte. La luz era la que correspondería a nuestro atardecer. Además es un país de clase media. No hay ni grandes miserias ni grandes fortunas. Para mí la clase media es una clase superior. La aristocracia es muy parecida al pueblo.
 
¿Sí?
 
En todos los países.
 
¿En qué se parecen?
 
Son muy nacionalistas y el pueblo también lo es. Les da por las mismas cosas. Les interesa el lujo, las carreras.
 
¿De veras? Pero, ¿qué es lo que le encuentra de bueno a la clase media? Es la clase que tiene más miedo a los cambios. La que está más llena de trabas, la más conservadora.
 
¡Y está bien que sea conservadora! Yo… si pudiera irme…
 
¿A dónde?
 
No sé… para otra parte.
 
¿Le gustaría irse a vivir a otro lado?
 
No, me gusta Buenos Aires, porque viajar… para un ciego…
 
Pero querría irse.
 
Yo creo que voy a terminar quedándome aquí.
 
¿Sí?
 
Sí, yo quiero mucho a Buenos Aires, aunque es una ciudad tan fea.
 
Buenos Aires no es fea; es muy parecida a París.
 
París es muy fea y Buenos Aires también. Mire Florida, con esas tinas que le han puesto en el medio. En México, por ejemplo, la gente es mucho más educada que aquí.
 
Esa debe ser una impresión de viajero.
 
En México nadie levanta la voz. En una reunión había una señora que hablaba a gritos, me acerqué: argentina. Noticias policiales casi no hay.
 
Pero, ¿cómo me va a decir eso?
 
Además, ¿usted cree que allá se comen picantes?
 
Sí.
 
No, ellos comen a la manera americana. Me acuerdo del reto que me dio mi padre el día que le conté que había estado en el mercado del Abasto y había comido chinchulines y parrillada. Me dijo: “¡Pero no te da vergüenza a vos?, ¡un criollo comiendo esas cosas! Esas cosas se reservan para los mendigos y para los negros. Ningún señor come esas cosas”. La verdad es que son inmundas. Son las vísceras de los animales, la parte más innoble.
 
Es muy interesante lo que decía su padre. Conocer a los padres de alguien puede a veces aproximarlo a uno a explicaciones de cosas que parecían incomprensibles.
 
Bueno, pero estamos apartándonos del tema, ¿en qué estábamos?
 
Usted me contaba de cuando dejó de ver.
 
Yo era un buen latinista, y siento haber perdido el latín, es una lástima, un idioma tan lindo, y actualmente no lo sé. Sin embargo debería insistir, ¿no? ¿Qué estamos haciendo? Estamos hablando una especie de cocoliche del latín, el idioma español es una especie de cocoliche del latín.
 
Pero a esta altura nuestra lengua ya tomó su camino.
 
Yo pertenezco a la Academia y es muy malo eso de amontonar palabras. Cuanto menos palabras tenga un idioma mejor.
 
¿Ah sí?
 
¿Qué ventaja puede haber en que tenga muchas palabras?
 
Las palabras dan matices.
 
Es que no dan matices.
 
¿Cómo que no?
 
Solamente acumulan nomás. En América tenemos una ventaja y es que, fuera del Brasil, hablamos el mismo idioma. Lo que debería hacer la Academia es eliminar diferencias: no incluir ni americanismos ni andalucismos.
 
¿De qué serviría? A la lengua no le importa la Academia.
 
Los que están echando a perder el idioma son los diarios. Hablan de una misma persona y la llaman de un modo diferente: el señor fulano en una línea, el primer mandatario en otra, el señor presidente en otra. Si la persona no ha cambiado, por qué hacerse el genio nombrándola de maneras diferentes. Yo estuve en México y no tuve ninguna dificultad de entenderme con nadie. Hablaba con todo el mundo, todo el mundo me entendía. En cuanto a todo eso de “chamaco, mira tú” está sólo en las películas. Sin embargo la Academia se pasa incorporando argentinismos y americanismos. Una vez le echaron en cara a Roberto Arlt su ignorancia total del lunfardo. Bueno, dijo él, yo me he criado en Villa Luro, allá en los arrabales, junto a la gente pobre, entre malevos, y no he tenido tiempo de estudiar el lunfardo. Imagínese que alguien en la conversación dijera: “Fulana era un mosaico diquero” o “La rantifusa milonguera”. Yo he sido amigo de muchos orilleros, hasta de cuchilleros también, y jamás les he oído decir una palabra en lunfardo.
 
Cómo se da la situación de escribir entre dos. No le pregunto por libretos, porque me parece más fácil. Digo un libro serio.
 
La única manera de hacerlo es olvidar que son dos.
 
¿Cómo puede ser eso, cómo puede olvidarse?
 
Si uno tiene amistad con la otra persona, acepta la idea del otro cuando es mejor y no quiere imponer la propia por vanidad. Uno piensa simplemente en la otra idea. Si usted me pregunta a mí cuál frase de los libros hechos con Bioy es mía o de él, yo no sé. Él tampoco sabe.
 
Pero en la práctica, ¿cómo ocurre eso?
 
En la práctica dedicamos dos o tres noches a estudiar el argumento.
 
¿Nunca va saliendo a medida que escriben?
 
Ah, no, no.
 
¿Y cuando el cuento lo escribe solo?
 
Cuando yo escribo un cuento solo, sé muy bien cuál es el principio y cuál es el final, lo que ocurre en el medio me va siendo revelado a medida que escribo.
 
Usted siempre utiliza la palabra revelado. “Me fue revelado”, como si una voz ajena a usted le dictara.
 
No, es como si el cuento ya existiera y yo fuera viéndolo cada vez más cerca. Al principio lo que veo es una forma general vaga, con más claridad en las dos puntas.
 
Onetti me dijo una vez: “Sé lo que va a pasar, no sé cómo va a pasar”.
 
Viene a ser lo mismo. A veces me ha ocurrido con un cuento que he escrito dos páginas y de golpe me doy cuenta de que las cosas no sucedieron así. Entonces las borro y vuelvo para atrás.
 
¿Cuánto le lleva escribir un cuento?
 
Mucho, mucho. Escribo muy lentamente. De un tirón hice uno que se llamaba… espere… espere… El cuento de un hombre que sueña con otro…
 
“Ruinas circulares”.
 
Sí, ese cuento lo hice en una semana, lo cual para mí es una gran velocidad.
 
¿Qué le pasa con la poesía?
 
La poesía la trabajo mucho. Cuando termino un cuento o un poema lo dejo, no los nueve años que recomendaba Horacio, pero sí nueve días. A mí me cuesta mucho escribir.
 
¿Nunca se propuso escribir novela?
 
Novela no, no. No; sé que es un esfuerzo inútil, pues antes del capítulo cuarto la abandonaría. No se pueden escribir trescientas páginas valiosas. La novela terminará por desaparecer. La mejor novela tiene largas parrafadas inútiles, destinadas simplemente a servir de puente entre un episodio y otro, verdadero relleno.
 
¿Usted cree que el problema de su vista ha influido en sus temas?
 
No en la elección. Ha influido en otros sentidos. Ha influido en la mayor sencillez con que escribo. Hay palabras que uno se atreve a escribir y no se atreve a dictar porque las considera rebuscadas. Yo creo escribir ahora de un modo más sencillo. Con una sintaxis que se parece más al lenguaje oral. Claro que eso cambia según las personas. En el caso de Henry James, él se acostumbró a dictar y como era un conversador brillante se le ocurrían frases larguísimas.
 
Su problema determinó en definitiva modificaciones de tipo formal.
 
Sí. Yo soy una persona muy torpe para la expresión oral, por eso tengo tendencia a abreviar, en cambio Henry James no. Era un hombre que hablaba muy pomposo, entonces cuando caminando de una punta a la otra de la pieza se sentía…
 
Genial.
 
Sí, genial, le salían párrafos de media página.
 
Nunca pensé que una circunstancia exterior pudiera modificar un estilo. Cuando yo le hice la pregunta me refería más bien a su visión del mundo que se refleja en sus obras. Pensé que sus obsesiones literarias eran las de alguien a quien se le fue cerrando uno de los accesos al exterior.
 
No, no.
 
Recuerdo una conferencia suya; usted dijo: “Las casas son para mí laberintos”.
 
Sí… pero siempre fueron laberintos, no sólo cuando dejé de ver.
 
Su mundo literario con espejos, tigres…
 
Cuchillos.
 
Cuchillos… ¿no es el específico mundo que recrea alguien que sólo ve luces, sombras?
 
No, no, no. ¿Usted sabe? Actualmente trato de huir de ese mundo para no parecerme demasiado a Borges; cuando hago una frase muy característica mía la tacho.
 
¿Por qué?
 
Para que no digan: acá está Borges, repitiéndose a sí mismo.
 
También pueden decir: “Acá está Borges en la búsqueda de algo nuevo que no puede compararse, evidentemente, con lo anterior”.
 
Bueno, eso no me importa. Se han escrito no sé si cuarenta o cincuenta libros sobre mí. De esos cuarenta o cincuenta libros yo he leído uno solo.
 
¿Realmente no le importa lo que dicen de usted?
 
No me importa.
 
¿En cuál de sus historias le parece que usted está más presente de una manera consciente? Ya me lo contestó, pero quizás, quiera extenderse.
 
En todas ellas. Aun en las fantásticas porque en ellas me siento más cómodo. Estoy narrando una historia que sucede en otra época, en otro país, puedo soltarme. El lector no tiene por qué suponer que hay allí nada personal. En cambio si estoy hablando de un hombre de ahora y lo describo parecido a mí, el lector puede rastrearme a mí mismo y yo me inhibo.
 
Es decir que a través de lo fantástico usted puede dar rienda suelta a lo que quiere decir.
 
Sí, yo creo que en definitiva todo lo que uno escribe es finalmente autobiográfico. Sólo que eso puede ser dicho, “nací en tal año, en tal lugar” o “había un rey que tenía tres hijos”.