29 de mayo de 2021

Jorge Luis Borges: “Uno escribe lo que puede y no lo que quiere. Creo que, en definitiva, todo es finalmente autobiográfico” (1)

¿Qué se puede decir de Jorge Luis Borges (1899-1986) que no haya sido dicho ya? Se sabe que nació en el barrio de San Nicolás de la ciudad de Buenos Aires en una típica casa porteña de fines del siglo XIX con patio, azotea y aljibe. Que entre sus ancestros había militares que participaron entre 1850 y 1880 en numerosos enfrentamientos y batallas durante las guerras que por entonces asolaron a la Argentina. Que su infancia transcurrió en el barrio de Palermo, por entonces un barrio marginal de inmigrantes, cuchilleros, compadritos y malevos. Que aprendió a leer en inglés antes que en castellano orientado por su abuela. Que a los siete años escribió en inglés un resumen de la mitología griega. Que a los nueve tradujo del inglés una obra de Oscar Wilde (1854-1900). Que a los quince, estando con su familia en Ginebra, Suiza, escribió algunos poemas en francés mientras estudiaba el bachillerato. Que en 1919, viviendo en España, publicó poemas en la prensa literaria de ese país. Que en 1921, ya en Buenos Aires, recorriendo los arrabales del sur redescubrió su ciudad natal y comenzó a escribir poemas sobre ese descubrimiento. Que en 1923 publicó “Fervor de Buenos Aires”, su primer libro de poemas. Que al año siguiente hizo otro tanto con “Luna de enfrente” e “Inquisiciones”. Que para 1925 ya era considerado el máximo exponente de la vanguardia literaria argentina. Esto por nombrar sólo algunos de los aspectos biográficos de sus primeros años que son de sobra conocidos. Ello no impide que siempre resulte interesante conocer sus recuerdos, sus ideas, sus opiniones, sobre todo cuando ya contaba con setenta y cinco años de edad y tenía a sus espaldas un largo y fecundo camino recorrido en las letras argentinas.
Fue la abogada, periodista y escritora uruguaya María Esther Gilio (1922-2011) quien en diciembre de 1973, tras dos días consecutivos de entrevistas con el autor de obras memorables como “El Aleph” y “El libro de arena”, por citar sólo algunas, logró penetrar en la intimidad de su memoria a través de charlas en las que alcanzó un acercamiento humano con el entrevistado al profundizar y ahondar en cosas que se desconocen o sólo se intuyen. Dicha entrevista aparecería en la revista “Crisis” nº 13 de mayo de 1974, y luego sería publicada en formato de libro reuniendo charlas con otros escritores bajo el título “Emergentes” de ediciones De la Flor en 1986, y más tarde en “Conversaciones”, del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, en 1993. Lo que sigue a continuación es la primera de las tres partes de la extensa charla que mantuvo con Jorge Luis Borges.


Cuénteme de su infancia.
 
Bueno. Recuerdo mis largos veraneos de entonces. Algunos en la quinta de mi tío Francisco Haedo en Montevideo en el Paso del Molino, en la calle Lucas Obes, sobre un arroyo que se llamaba Quitacalzones. Mis veraneos en las estancias. Cuando chico era bastante jinete, bueno como todo el mundo.
 
Como todo el mundo que pertenece a su clase.
 
¿Ser jinete?
 
Seguro, los chicos no son jinetes salvo que sean del campo o de clase alta. Los chicos de la ciudad juegan al fútbol.
 
Eso es verdad, pero cuando yo era chico la palabra fútbol era desconocida salvo en los colegios ingleses. En cambio a casi todo el mundo le gustaban las riñas de gallos.
 
¿Veía, de niño, riñas de gallo?
 
Niños y mujeres no iban a las riñas. Vi más tarde. Me gusta el campo.
 
Recuerda con placer, ¿verdad?
 
Sí. Me gustaba nadar. Aprendí en el arroyo Ramallo. Mis recuerdos… bueno, tengo esos recuerdos comunes a todo chico. Las vacaciones en el campo, los peones.
 
¿Estaba con ellos, escuchaba sus conversaciones?
 
Los peones son muy parcos. Posiblemente porque se sienten distintos.
 
Era un niño feliz.
 
Si, tal vez. El otro recuerdo importante para mí es la biblioteca de mi padre. Una gran biblioteca con una mayoría de libros ingleses porque su madre era inglesa. Él me dejaba leer cualquier cosa.
 
¿Veía bien de niño?
 
Veía mal, pero los miopes ven lo que está cerca. Acercaba bien los libros y leía. Yo me he educado en la biblioteca de mi padre. Como dijo Bernard Shaw: “Mi educación fue interrumpida por mis años escolares”. Tal vez la educación de todos los niños es interrumpida por los años escolares, ¿no?
 
Otra vez debo recordarle su clase.
 
¿Usted cree? ¿Por qué?
 
Porque a las escuelas van los hijos de todo el mundo. En la mayoría de los casos el maestro está en mejor situación para educar un niño que sus padres.
 
Me parece horrible aplazar a alguien.
 
¿Por qué pensó en eso?
 
No sé. Yo soy profesor de literatura inglesa y en veinte años sólo reprobé a dos alumnos.
 
¿Sería en definitiva el sentimiento de que uno no puede ser juez de otro?
 
Sí… puede ser eso.
 
¿O es el dolor que le da producir dolor a otro?
 
Es, tal vez, la sensación de que cada uno debe salvarse a sí mismo, y aquí vuelvo a Bernard Shaw. Cuando él oía decir que Jesucristo era Dios que había tomado forma humana y se había hecho crucificar, decía: “Un caballero no puede aceptar la salvación que le ofrece otro, tiene que salvarse él mismo”. Disculpe si la estoy escandalizando. Yo no creo en el cielo ni en el infierno, y no creo que un hecho ajeno pueda salvarme o condenarme, porque si fuera así yo sería culpable de todos los crímenes que se cometen también. Volviendo a mi infancia, esos son mis recuerdos fundamentales, la biblioteca de mi padre… Nosotros vivíamos en ese entonces en un arrabal: Palermo. El de los cuchilleros y payadores.
 
¿Ese mundo de cuchilleros y payadores usted lo veía, lo imaginaba, o era una cosa sobre la que oía?
 
No, no, no. Todo eso estaba muy cerca, y por demasiado cerca no me interesaba. Evaristo Carriego era amigo nuestro y venía a casa todos los domingos, pero a mí no me interesaba su poesía, me interesaban más los cuentos de Stevenson o “Las mil y una noches”.
 
¿Qué edad tenía cuando empezó a leer?
 
Yo no me acuerdo de mí mismo cuando no sabía leer. No podría decirle cuándo empecé a leer. Si no supiera que a los tres años no pude haber leído diría que siempre leí. Tanto en inglés como en español porque… ¿posiblemente estoy aburriéndola? Yo tenía una abuela criolla.
 
De origen español.
 
No, no, de origen criollo, a los españoles no podía verlos. Los llamaba “los godos”. Y tenía también una abuela inglesa. Yo sabía que tenía que hablar de dos modos diferentes. De cierto modo con mi abuela criolla y de otro con mi abuela inglesa. Al cabo de un tiempo me fue revelado que esos dos modos de hablar, entera o casi enteramente distintos, eran la lengua castellana y la lengua inglesa. Mi abuela criolla sabía la “Biblia” de memoria.
 
¿Fue educado en alguna religión?
 
Voy a explicarle. Mi madre era católica como todas las señoras argentinas, es decir, sin entender absolutamente nada de religión. Mi padre era librepensador, como todos los señores argentinos también. Como Spencer. Mi abuela paterna era muy religiosa, protestante. Cuando llegó el momento de la primera comunión, mi padre me dijo: “Mirá, para mí es una ceremonia absurda, pero para tu madre es muy importante. ¿Querés hacer la primera comunión o querés esperar a haber llegado a alguna conclusión sobre estos hechos? Mi hermana eligió hacer la primera comunión y es católica, yo elegí no hacerla y soy libre pensador todavía, aunque eso parezca anticuado.
 
¿Considera que hay algún hecho en su infancia que lo ha marcado de alguna manera a usted o a su literatura?
 
Muchas cosas. Las espadas de mis abuelos por ejemplo.
 
¿En qué sentido?
 
Provocaban mi fantasía. También el retrato de mi bisabuelo, el coronel Suárez, me impresionaba mucho. Él ganó la batalla de Junín. Salió de Buenos Aires con San Martín a los dieciséis años. Cuando volvió a los veintisiete la familia no lo conocía. Y mi abuelo Borges que inició su carrera militar defendiendo la plaza sitiada de Montevideo, la plaza sitiada por los blancos de Oribe, y tenía en ese momento catorce años. Luego tomó parte en la batalla de Caseros, en la división oriental de César Díaz, y tenía dieciséis años. Después ya vino una larga carrera militar: dos balas en la guerra del Paraguay, las campañas con…
 
Usted tiene una gran añoranza de todo eso. ¿Le hubiera gustado?
 
Sí, sí, sí. Pero no sé si hubiera servido.
 
Aparte de que hubiera servido o no. Tal vez su añoranza es también de no haber servido. Se ve en sus cuentos, en “El sur” por ejemplo. Ese personaje es usted mismo.
 
Sí, sí. Ese es un cuento autobiográfico, en parte.
 
Ahí está eligiendo su muerte. Preferiría morir acuchillado en la llanura que morir en un quirófano.
 
Sí. Matar o ser muerto acaso no sea peor que envejecer, morir en la cama o sufrir la noche, dije alguna vez.
 
Sufrir la noche. ¿Sufre realmente la noche? Porque leyéndolo, a veces, uno tiene la sensación de que usted siente cierta felicidad no viendo, de que eso no le pesa, e incluso al contrario. En el cuento sobre Homero, el héroe descubre que ha dejado de ver. Usted dice: “Sintió como quien reconoce una música o una voz”, y luego: “Lo había encarado con temor, pero también con júbilo, esperanza y curiosidad”.
 
No, una cierta felicidad no. Pero yo nunca viví en un mundo visual. Por ejemplo…
 
¿Qué quiere decir con que nunca vivió en un mundo visual?
 
Por ejemplo, yo sé que tengo, lo ha asegurado mi madre que no me engaña, dos corbatas. En otras épocas habré tenido más, pero nunca he sabido cuántas.
 
Me parece que eso tiene más que ver con otras características suyas. Usted dice: “Nunca viví en un mundo visual”. Tampoco táctil. Usted no sabe cuántas corbatas tiene porque no le interesan las corbatas, simplemente.
 
Yo no sé cuál es el color de la ropa que llevo. Por ejemplo me ha sucedido de estar enamorado de una mujer, muy enamorado, este… este… y no poder imaginármela bien.
 
Explíqueme qué quiere decir exactamente.
 
Imagino el ambiente de ella, la felicidad de estar con ella. Eso sí lo imagino. Pero si me preguntan el color de sus ojos, la forma de la nariz o de su boca, yo no sabría contestar.
 
¿Entonces lo que le llega de una mujer qué es? ¿Su manera de hablar por ejemplo?
 
¡Ah, no! pero… pero… No, pero es que yo creo que hay algo misterioso ahí, aun en el tema de la inteligencia. Uno va a una reunión, uno conversa con varias personas. Entre esas personas hay una que hace observaciones agudas y hay otra que no dice nada o que dice trivialidades. Al salir uno piensa: fulana de tal es una imbécil y la otra es inteligente.
 
¿Cuál es la inteligente, la que dijo las cosas agudas o la otra?
 
No, la que no dijo nada. Uno ha sentido la inteligencia de un modo misterioso. En cambio una persona puede decir cosas inteligentes y dejar la impresión final de que es idiota. Posiblemente eso ocurra porque una persona brillante es fácilmente una persona vanidosa, entonces uno siente antipatía por ella, ¿no?
 
Veamos algunas de las constantes de su literatura: las bibliotecas. Usted ha vivido la mayor parte de su vida entre bibliotecas, la de su padre, la Nacional… ¿en qué momento escribió esas historias de bibliotecas?
 
Mientras trabajaba en la de Almagro. En la Nacional comprobé que estaba rodeado de novecientos mil libros, un paraíso de libros que me estaba negado porque no podía leer. Sólo leía las carátulas, los títulos. Ahora ni eso. Lo único que veo son sombras, bultos, luces, el color blanco y el color amarillo.
 
¿Cómo se sintió cuando se dio cuenta que no podía leer más?
 
Cuando sentí eso fue allí, en la biblioteca. Un día me di cuenta de que sólo veía las letras muy muy grandes. Entonces recordé una frase del filósofo alemán Steiner: “Cuando algo concluye -no sé, una mujer lo deja a uno, o lo que sea, o se pierde la vista- uno debe pensar que empieza algo nuevo”. Claro que ese consejo es un poco inútil porque uno sabe lo que ha perdido y no sabe lo que comienza. Con todo, yo dije: “Aquí va a empezar algo”.
 
¿En el momento en que sintió que había perdido la vista?
 
Sí.
 
Usted lo relata en el cuento de que le hablaba: “Una terca neblina le borró las líneas de la mano, la noche se despobló de estrellas”.
 
Sí, hablando de Homero. Entonces volví estudiar anglosajón, inglés antiguo. Más tarde comencé a escribir con una amiga un libro sobre Spinoza y además, ahora, estoy corrigiendo mi obra que Emecé publicará completa. Tengo setenta y cuatro años y mis facultades imaginativas e inventivas están mermando.
 
Usted siente eso. ¿O lo dicen sus críticos?
 
No, no. No sé. Tal vez lo dicen mis críticos. Yo siento eso. Bueno, voy a hacer algo que no requiera esas facultades.
 
¿Qué entiende por corregir sus obras?
 
Lo que en general se entiende por corregir. Además pienso dejar caer ciertas cosas que no me gustan.
 
¿Qué cosas? Cosas enteras no.
 
Sí, cosas enteras sí. Estoy tratando de hacer un libro que me desagrade menos que los anteriores. Hay ciertas composiciones que voy a dejar caer del todo porque me parecen muy sensibleras, muy tontas.
 
¿Qué, por ejemplo?
 
No, no es cuestión de hacerles propaganda. Libros enteros voy a dejar caer, porque no me gustan, me parecen ridículos.
 
¿Será un buen crítico de usted mismo?
 
No sé, pero soy el único crítico de que dispongo.
 
Por lo menos con un criterio que usted respeta…
 
Bueno, después de todo yo escribí esas cosas con mi criterio también. Suponga que yo estoy escribiendo y se me ocurre hacer alguna modificación. ¿Por qué no voy a usar ese mismo criterio dos años después? Eso es propiedad mía y yo mismo no me voy a hacer ningún pleito.
 
¿Cómo se siente cuando piensa que dejará una obra tan vasta?
 
De esa obra se encargarán el polvo y el olvido.
 
¿Está seguro que va a ser olvidado?
 
Estoy totalmente seguro.
 
¿En serio?
 
Pero si lo que yo he escrito no vale nada.
 
¿Pero usted está hablando en serio?
 
A mí no me gusta lo que yo escribo. Tendré algunos cuentos que son buenos porque habrá algún eco de Kipling, por ejemplo.
 
Pero, ¿por qué no le gusta lo que escribe? ¿Nunca le gustó o ahora mira para atrás y no le gusta?
 
No sé, uno escribe lo que puede y no lo que quiere. Uno no toma la decisión de ser Shakespeare.
 
Pero toma la decisión de ser Borges, y hay toda una generación que lo aplaude en varios idiomas. Una generación de críticos, de lectores.
 
Ese es un criterio estadístico.