1º parte:
Algunas opiniones sobre el autor de “La metamorfosis”
Mucho se ha escrito sobre la vida y la obra del escritor checo Franz Kafka (1883-1924). A su muerte era un escritor prácticamente ignorado por el público y sólo conocido por versados grupos literarios alemanes, austríacos, checos y judíos. Y aún después de ser traducida su obra a varios idiomas pocos años después de su fallecimiento, no alcanzó a ser en un primer momento nada más que una curiosidad para los especialistas en letras. Sólo después de la Segunda Guerra Mundial pasó a ser un autor conocido por la gran mayoría de los lectores y empezó a considerársele como uno de los grandes genios de la literatura contemporánea. Su obra había sido publicada sólo en partes antes de su muerte. Que el total de su producción literaria (relatos, novelas, ensayos, cartas, diarios, artículos) fuese conocida, se debió a que su gran amigo el escritor checo Max Brod (1884-1968), a quien había conocido en 1902 cuando ambos eran estudiantes en la Deutsche Karl Ferdinands Universität de Praga, no cumplió los deseos de su amigo de destruir la totalidad de sus manuscritos inéditos e hizo todo lo contrario, dedicando el resto de su vida a publicar, divulgar y comentar la obra kafkiana. Gracias a ello, su nombre se convirtió de manera fulminante en uno de los más difundidos de las letras del siglo XX y fueron surgiendo en Berlín, Buenos Aires, Londres, Nueva York, París, etc., diversos trabajos de apreciación e interpretación de sus libros.
Entre los textos que Brod escribió pueden citarse “Franz Kafkas glauben und lehre” (Pensamiento y enseñanzas de Franz Kafka), “Über Franz Kafka” (Sobre Franz Kafka) y “Franz Kafka, eine biographie” (Franz Kafka, una biografía). En este último escribió: “Los pocos que tuvieron el privilegio de escucharlo leer su propia prosa experimentaron su ardiente entusiasmo, el tremendo impulso creativo y la pasión que había detrás de su trabajo. Que sin embargo lo repudiara se explica, primero, por ciertas experiencias tristes que lo inclinaron al auto sabotaje y, por lo tanto, al nihilismo con respecto a su propia obra; e, independientemente de eso, se explica por el hecho de que había puesto su trabajo en los más altos estándares religiosos pero que, arrebatado por el tormento y la duda, nunca pudo satisfacer. A menudo hablaba de cómo lo que ya había escrito o publicado lo persuadían de seguir trabajando. Había que vencer mucha resistencia antes de que se publique un volumen suyo. No obstante, disfrutaba realmente de los hermosos libros terminados y, ocasionalmente, del efecto que tenían en los lectores. Hubo veces en las que se contemplaba con benevolencia, también a su obra nunca del todo sin ironía, pero amistosamente, lo que ocultaba el enorme sufrimiento de alguien que lucha sin concesiones por lo absoluto”.
Lector en su juventud de autores como Miguel de Cervantes (1547-1616), Johann von Goethe (1749-1832), Charles Dickens (1812-1870) y Gustave Flaubert (1821-1880), con el correr del tiempo se hizo admirador de las ideas y pensamientos de científicos y filósofos como Blas Pascal (1623-1662), Charles Darwin (1809-1882), Sören Kierkegaard (1813-1855), Ernst Haeckel (1834-1919) y Friedrich Nietzsche (1844-1900). En 1906, tras obtener el título de Doctor en Leyes, comenzó a escribir en lengua alemana. Hipersensible, acuciado por un sentimiento de soledad y aislamiento en medio del ámbito social en el que le tocó vivir, consideraba al mundo burgués como un universo deshumanizado y se sentía incapaz de encontrar una vía para salir del absurdo y el desorden caóticos imperantes.
Si bien pertenecía a la minoría alemana que habitaba en Praga, su estirpe era judía.
A comienzos de 1912 conoció al actor polaco Jizchak Löwy (1887-1942) quien representaba obras teatrales en yiddish, el idioma de la comunidad judío-germana de Europa Central considerado habitualmente como un habla vulgar, una jerga. Con él Kafka trabó una gran amistad y pronto organizaron una velada en el Židovská Radnice (Ayuntamiento Judío), en el cual Löwy dio un recital en yiddish y Kafka dictó una conferencia titulada “Einleitungsvortrag über jargón” (Conferencia introductoria sobre la jerga). A todo esto, no muy lejos de allí, quien sería considerado años después una figura clave tanto para la literatura en habla hispana como para la literatura universal, Jorge Luis Borges (1899-1986), vivía con su familia en Ginebra, Suiza. Allí estudió en el Collège Calvin donde aprendió francés, idioma que agregó al inglés aprendido en su niñez con una institutriz británica en su Buenos Aires natal.
Muchos
años después, siendo ya famoso, recordaría en un artículo publicado en el periódico español “El País”: “Mi primer recuerdo
de Kafka es del año 1916, cuando decidí aprender el idioma alemán. Antes lo
había intentado con el ruso, pero fracasé. El alemán me resultó mucho más
sencillo y la tarea fue grata. Tenía un diccionario alemán-inglés y al cabo de
unos meses no sé si lograba entender lo que leía, pero si podía gozar de la
poesía de algunos autores. Fue entonces cuando leí el primer libro de Kafka
que, aunque no recuerdo ahora exactamente, creo que se llamaba ‘Once cuentos’. Me
llamó la atención que Kafka escribiera tan sencillo, que yo mismo pudiera
entenderlo a pesar de que el movimiento expresionista, que era tan importante
en esa época, fue en general un movimiento barroco que jugaba con las infinitas
posibilidades del idioma alemán”. Ese fue sólo el comienzo del interés del
autor de “Historia universal de la infamia” sobre el autor de “Das Schloss” (El
castillo).
Para
muchos estudiosos de la obra de Kafka, su estilo literario estaría asociado al expresionismo,
aquel movimiento vanguardista alemán de la segunda década del siglo XX que
trató de expresar con sus cambios en el arte, la desorientación del ser humano
en una Alemania agobiada por la miseria, las angustias y las guerras. Para
otros, en cambio, Kafka rechazó lo emotivo y sentimental predominantes en la
literatura expresionista y, con una desbordante imaginación y una fría mirada
sobre las personas y las cosas, combinó el realismo y con lo fantástico. Como
quiera que sea, sin dudas sus obras son una clara manifestación de sus
conflictos internos: las relaciones con su padre, la frustración en el amor, la
soledad, la aversión al trabajo burocrático y el papel de la culpa. Pero
también presentaron su visión amarga, pesimista y sin esperanzas sobre un porvenir
monstruoso marcado por la indefensión ante la vida, la soledad, la
deshumanización y la alienación de los hombres en un mundo absurdo, sórdido y sombrío.
Su angustiosa narrativa promovió interpretaciones tanto de literatos como de
filósofos y psicólogos.
El filósofo y crítico literario alemán Walter Benjamin (1892-1940) por ejemplo, escribió en el artículo titulado “Franz Kafka. Zur zehnten wiederkehr seines todestages” (Franz Kafka. En el décimo aniversario de su muerte) incluido en su recopilación de ensayos “Über literatur” (Sobre literatura): “La obra de Kafka es una obra profética. Las singularidades sumamente precisas de las que está repleta deben ser entendidas por el lector sólo como pequeños signos, indicios y síntomas de desplazamientos que el escritor siente abriéndose paso en todas las relaciones, sin poder él mismo adaptarse a los nuevos órdenes. De modo que no le queda nada más que, con una sorpresa en la que por cierto se mezcla el horror pánico, responder a las casi incomprensibles distorsiones de la existencia que delatan el ascenso de estas leyes. Kafka está tan colmado de estas cosas que no es imaginable ningún suceso que no quede distorsionado bajo su descripción -que aquí no quiere decir otra cosa que indagación-. En otras palabras, todo lo que él describe hace declaraciones sobre algo distinto de sí mismo”.
Por otro
lado, el filósofo y sociólogo alemán Theodor Adorno (1903-1969) expresó en “Aufzeichnungen
zu Kafka” (Apuntes sobre Kafka) incluido en “Kulturkritik und gesellschaft”
(Crítica cultural y sociedad): “En lugar de la dignidad del hombre, supremo
concepto burgués, aparece en él la salvadora meditación y recuerdo de la
semejanza con el animal, semejanza de la que se nutre todo un estrato de su
narrativa. Kafka no glorifica el mundo sometiéndose a él, sino que resiste a él
mediante la no-violencia. Ante ésta, el poder debe confesar ser lo que es; en
esto se basa Kafka. En la penumbra, Kafka busca a tientas una imagen de la
felicidad. Surge de la incredulidad herméticamente aislada del sujeto hacia la
paradoja de que puede ser amada al mismo tiempo. A quien le han pasado por
encima las ruedas de Kafka se le ha acabado la paz con el mundo, así como
cualquier oportunidad de consolarse a sí mismo emitiendo el juicio de que el
mundo va mal”.
La obra de
Kafka tuvo también un gran impacto en escritores y filósofos existencialistas
como Jean Paul Sartre (1905-1980) y Albert Camus (1913-1960). En “Qu'est-ce que
la littérature?” (¿Qué es la literatura?), escribió Sartre: “Siempre he pensado
que si la literatura no lo era todo, no era nada. Y cuando digo todo, entiendo
que la literatura debía darnos no sólo una representación total del mundo -como
pienso que Kafka la ha dado de su mundo- sino también que debía de ser un
estímulo de la acción, al menos por sus aspectos críticos. Kafka nos muestra la
vida del ser humano perpetuamente trastornada por una trascendencia imposible,
y esto sucede porque él cree que existe dicha trascendencia. Su universo es, a
la par, fantástico y rigurosamente verdadero”. Por su parte Camus opinó en “L'espoir
et l'absurde dans l'oeuvre de Franz Kafka” (La esperanza y lo absurdo en la
obra de Franz Kafka): “Todo el arte de Kafka consiste en obligar al lector a
releer. Sus desenlaces, o la ausencia de desenlaces, sugieren explicaciones,
pero que no se revelan claramente y que exigen, para que parezcan fundadas, una
nueva lectura del relato desde otro ángulo. A veces hay una doble posibilidad
de interpretación, de donde surge la necesidad de dos lecturas”.
En cuanto al escritor y antropólogo francés Georges Bataille (1901-1962), surrealista en sus comienzos y adepto al misticismo después, en 1957 publicó el ensayo “La littérature et le mal” (La literatura y el mal), en el que dedicó uno de sus capítulos a Kafka. Allí escribió: “Kafka fue quizá el más astuto de los escritores. En contra de muchos modernos, él quiso ser precisamente escritor. Comprendió que la literatura, lo que él quería, le negaba la satisfacción que esperaba, pero siguió escribiendo. Sería incluso imposible decir que la literatura le decepcionó. No le decepcionó, en todo caso, en comparación con otros fines posibles. Kafka vivía, como todo escritor auténtico, bajo el imperativo de la primacía del deseo actual. Es cierto que se sometió al suplicio de un trabajo de oficina pero nunca sin quejas, ya que no contra los que le obligaban a aceptarlo sí por lo menos contra su mala suerte. Se sintió siempre excluido de la sociedad que le empleaba. En aquel mundo caduco y feudal austríaco, el joven israelita mantuvo sin concesiones, hasta el último aliento, un combate desesperado. Jamás tuvo esperanzas”.
En la
Argentina, no sólo Borges analizó la obra de Kafka, también lo hicieron otros
escritores. Entre ellos puede mencionarse a su gran amigo Adolfo Bioy Casares (1914-1999)
quien, además de sus grandes novelas “La invención de Morel” y “El sueño de los
héroes” y numerosos volúmenes de cuentos, al cumplirse veinte años del
fallecimiento de su entrañable amigo publicó “Borges”, un libro en el que narró
las innumerables charlas e intercambio de opiniones que mantuvo con él durante
sus algo más de cincuenta años de amistad. Curiosamente, en una de ellas contó
que su amigo -con quien escribió en coautoría “Seis problemas para don Isidro
Parodi” y “Crónicas de Bustos Domecq”- una mañana de domingo en 1952 le aseguró
que era “indispensable destruir todos los papeles porque el día menos pensado
uno desaparece y los amigos le publican esas grietas y esos estigmas”.
¿Casualidad? ¿Similitud con el pedido que Kafka le hiciera a Max Brod en el otoño
de 1923?
El
escritor checo fue tema de muchas de esas conversaciones, y Bioy Casares
escribió sobre él: “Kafka seguramente pensaba por parábolas. Seguramente no
tenía más explicación de sus cuentos que lo que decía el texto; está bien: su
tema es la relación del hombre con un dios y con un cosmos incomprensible.
Dios, al final del libro de Job, el dios que manda al Leviatán, es el dios de
Kafka, el dios totalmente incomprensible. Pero Kafka no explica ni necesita explicar:
su misterio es el misterio del mundo o de la vida. Kafka inventó un tipo
totalmente nuevo de relato; pero, a diferencia de todos los inventores o
precursores, ha sabido manejar su invento con notable economía y lucidez,
utilizando una cantidad mínima de elementos. Esta sencillez de sus
composiciones es uno de sus mayores méritos”.
Al cumplirse el quincuagésimo aniversario de la muerte del autor de “Der prozess” (El proceso), la escritora, periodista y crítica literaria argentina Beatriz Sarlo (1942) publicó en la revista “Crisis”, que dirigía el gran escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015), un artículo titulado “Kafka, el acusado”. En él consideró que “en las novelas y los relatos de Kafka -y de manera obsesiva en sus diarios y su correspondencia- se repiten algunas situaciones básicas que tienen que ver, en un plano de realizaciones simbólicas, con la afirmación de una identidad a partir de situaciones de segregación, de aislamiento... En toda la literatura de Kafka las relaciones se basan sobre malentendidos: las palabras significan cosas diferentes para unos y otros, las señales y los símbolos son interpretados por los personajes de manera siempre equívoca. Y, sin embargo, la palabra -la escritura- fue la obsesión, el camino y la meta al mismo tiempo, de la vida de Franz Kafka”.
Y otro gran escritor argentino, Ricardo Piglia (1941-2017), autor, entre otras reconocidas obras, de “Respiración artificial”, “Plata quemada” y “Cuentos morales”, publicó en 1999 “Formas breves”, un ensayo dedicado al análisis de la cuentística en el cual pude leerse: “Los finales son formas de hallarle sentido a la experiencia. Sin finitud no hay verdad y, sin duda, éste es el mayor desafío para un autor de cuentos. De ahí la magistralidad de Kafka quien, a la inversa y a diferencia de la tradición cuentística que encriptaba el desarrollo de la historia secreta, afirmaba y confirmaba que en el comienzo de todo cuento siempre hay ‘vacilación’ pero también ‘certeza’, al hacer enigmática y obscura a la historia visible y, en cambio, exponer de modo sencillo y diáfano al final de su relato a la historia secreta. Kafka descubre un nuevo modo de leer: la literatura le da forma a la experiencia vivida, la constituye como tal y la anticipa”.
“Un día -diría Borges allá por los años ’70-, no sabremos la vida de Kafka pero sus cuentos seguirán contándose”. En el año 2005 se fundó en Praga el Franz Kafka Museum. Allí se exhiben primeras ediciones de sus obras, cartas, diarios, manuscritos, fotografías, dibujos y estudios y comentarios realizados por escritores y críticos literarios. Entre estos últimos hay una nota de Borges refiriéndose al citado Max Brod, quien publicó toda la obra del autor post-mortem en contra de los pedidos explícitos del escritor de nunca difundirla. Sobre este episodio Borges escribió: “Fue el acto de desobediencia más agradecido en la historia humana”.