15 de agosto de 2023

Jorge Luis Borges y Franz Kafka. ¿Afinidad, influjo, embeleso?

5º parte: Los informes de Georgie

No son pocos los investigadores en literatura que han hallado la presencia de Kafka en la obra de Borges. Así, por ejemplo, se han encontrado afinidades entre “Die wahrheit über Sancho Pansa” (La verdad sobre Sancho Panza) y “Pierre Menard, autor del Quijote”, entre “Ein bericht für eine akademie” (Informe para una academia) y “El informe de Brodie”, entre “Prometheus” (Prometeo) y “Los cuatro ciclos”, entre “Der prozess” (El proceso) y “La biblioteca de Babel”, entre “In der strafkolonie” (En la colonia penitenciaria) y “Deutsches Requiem”, etc. etc. Y también se resaltó el uso en varias de las obras de ambos escritores del narrador que forma parte de la historia que está contando, es decir, que es un personaje dentro de la trama.
En los últimos años de su vida Borges mantuvo frondosos diálogos radiales con el escritor Osvaldo Ferrari (1948), los que serían reunidos por editorial Sudamericana en tres tomos con el título “En diálogo”. No fueron reportajes o entrevistas, sino estrictamente conversaciones en las que Borges mostró no sólo su tarea como escritor sino también su labor como lector. En uno de ellos manifestó que Kafka podía ser leído más allá de sus circunstancias históricas. “Kafka vendría a ser el gran escritor clásico de este, nuestro atormentado siglo. Y posiblemente será leído en el porvenir y no se sepa bien que escribió a principios del siglo XX, que fue contemporáneo del expresionismo, que fue contemporáneo de la Primera Guerra Mundial. Todo eso puede olvidarse: su obra podría ser anónima. Posiblemente las fábulas de Kafka ya son parte de la memoria de los hombres. Y podría ocurrir con ellas lo que podría ocurrir con ‘El Quijote’, digamos: podrían perderse todos los ejemplares de ‘El Quijote’ pero ya la figura de Don Quijote es parte de la memoria de la humanidad. Creo que ‘El castillo’, ‘El proceso’, pueden ser parte de la memoria humana y reescribirse con distintos nombres, con circunstancias diversas; pero ya la obra de Kafka es parte de la memoria de la humanidad”.
En 1952 Borges publicó “Otras inquisiciones”, un libro de ensayos en el cual reveló sus preferencias literarias. Sus artículos versaron sobre escritores como Francisco de Quevedo (1580-1645), Samuel Coleridge (1772-1834), Nathaniel Hawthorne (1804-1864), Oscar Wilde (1854-1900) y, por supuesto, Franz Kafka. Sobre él escribió “Kafka y sus precursores”, en el cual manifestó: “Yo premedité alguna vez un examen de los precursores de Kafka. A éste, al principio, lo pensé tan singular como el fénix de las alabanzas retóricas; a poco de frecuentarlo, creí reconocer su voz, o sus hábitos, en textos de diversas literaturas y de diversas épocas. Registraré unos pocos aquí, en orden cronológico”.


“El primero es la paradoja de Zenón contra el movimiento. Un móvil que está en A (declara Aristóteles) no podrá alcanzar el punto B, porque antes deberá recorrer la mitad del camino entre los dos y antes, la mitad de la mitad, y antes, la mitad de la mitad, y así hasta el infinito; la forma de este ilustre problema es, exactamente ‘El castillo,’ y el móvil y la flecha y Aquiles son los primeros personajes kafkianos de la literatura. En el segundo texto que el azar de los libros me deparó, la afinidad no está en la forma sino en el tono. Se trata de un apólogo de Han Yu, prosista del siglo IX, y consta en la admirable ‘Antología razonada de la literatura china’ de Margouliès. Éste es el párrafo que marqué, misterioso y tranquilo: ‘Universalmente se admite que el unicornio es un ser sobrenatural y de buen agüero; así lo declaran las odas, los anales, las biografías de varones ilustres y otros textos cuya autoridad es indiscutible. Hasta los párvulos y las mujeres del pueblo saben que el unicornio constituye un presagio favorable. Pero este animal no figura entre los animales domésticos, no siempre es fácil encontrarlo, no se presta a una clasificación. No es como el caballo o el toro, el lobo o el ciervo. En tales condiciones, podríamos estar frente al unicornio y no sabríamos con seguridad que lo es. Sabemos que tal animal con crin es caballo, y que tal animal con cuernos es toro. No sabemos cómo es el unicornio’".
“El tercer texto procede de una fuente más previsible; los escritos de Kierkegaard. La afinidad mental de ambos escritores es cosa por nadie ignorada; lo que no se ha destacado aún, que yo sepa, es el hecho de que Kierkegaard, como Kafka, abundó en parábolas religiosas de tema contemporáneo y burgués. Lowrie, en su ‘Kierkegaard’, transcribe dos. Una es la historia de un falsificador que revisa, vigilado incesantemente, los billetes del Banco de Inglaterra; Dios, de igual modo, desconfiaría de Kierkegaard y le habría encomendado una misión, justamente por saberlo avezado mal. El sujeto de otra son las expediciones al Polo Norte. Los párrocos daneses habrían declarado desde los púlpitos que participar en tales expediciones conviene a la salud eterna del alma. Habrían admitido, sin embargo, que llegar al Polo es difícil y tal vez imposible y que no todos pueden acometer la aventura. Finalmente, anunciarían que cualquier viaje -de Dinamarca a Londres, digamos, en el vapor de la carrera-, o un paseo dominical en coche de plaza, son, bien mirados, verdaderas expediciones al Polo Norte. La cuarta de las prefiguraciones la hallé en el poema ‘Temores y escrúpulos’ de Browning, publicado en 1876. Un hombre tiene, o cree tener, un amigo famoso. Nunca lo ha visto y el hecho es que éste no ha podido, hasta el día de hoy, ayudarlo, pero se cuentan rasgos suyos muy nobles y circulan cartas auténticas. Hay quien pone en duda los rasgos, y los grafólogos afirman la apocrificidad de las cartas. El hombre en el último verso, pregunta: ‘¿Y si este amigo fuera Dios?’”.


“Mis notas registran asimismo dos cuentos. Uno pertenece a ‘Historias impertinentes’ de León Bloy y refiere al caso de unas personas que abundan en globos terráqueos, en atlas, en guías de ferrocarril y en baúles, y que mueren sin haber logrado salir de su pueblo natal. El otro se titula ‘Carcasona’ y es obra de Lord Dunsany. Un invencible ejército de guerreros parte de un castillo infinito, sojuzga reinos y ve monstruos y fatiga los desiertos y las montañas, pero nunca llegan a Carcasona, aunque alguna vez la divisan. Este cuento es el estricto reverso del anterior; en el primero nunca se sale de una ciudad; en el último, nunca se llega”.
“Si no me equivoco, las heterogéneas piezas que he enumerado se parecen a Kafka; si no me equivoco, no todas se parecen entre sí. Este último hecho es el más significativo. En cada uno de esos textos está la idiosincrasia de Kafka, en grado mayor o menor, pero si Kafka no hubiera escrito no la percibiríamos; vale decir, no existiría. El poema ‘Temores y escrúpulos’ de Robert Browning profetiza la obra de Kafka, pero nuestra lectura de Kafka afina y desvía sensiblemente nuestra lectura del poema. Browning no lo leía como nosotros lo leemos. En el vocabulario crítico, la palabra precursor es indispensable; pero habría que tratar de purificarla de toda connotación y polémica o de rivalidad. El hecho es que cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro. En esta correlación nada importa la identidad o la pluralidad de los hombres. El primer Kafka de ‘Contemplación’ es menos precursor del Kafka de los mitos sombríos y de las instituciones atroces que Browning o Lord Dunsany”.
Entre fines de 1967 y comienzos de 1968, Borges pronunció seis conferencias en la
Harvard University. En una de ellas, la titulada “El arte de contar historias”, citó entre muchos otros a escritores como Geoffrey Chaucer (1343-1400), Herman Melville (1819-1891), Henry James (1843-1916) y Joseph Conrad (1857-1924). En cuanto a Kafka precisó: “Cuando leemos ‘El castillo’ de Franz Kafka, sabemos que el hombre nunca entrará en el castillo. Es decir, no podemos creer de verdad en la felicidad y en el triunfo. Y quizás esta sea una de las miserias de nuestro tiempo. Me figuro que Kafka sentía prácticamente lo mismo cuando deseaba que sus libros fueran destruidos: en realidad quería escribir un libro feliz y victorioso, y se daba cuenta de que le era imposible. Hubiera podido escribirlo, evidentemente, pero el público hubiera notado que no decía la verdad. No la verdad de los hechos, sino la verdad de sus sueños”.


Años después, en las postrimerías de su vida, publicó el 3 de julio de 1983 en el diario español “El País” un artículo titulado “Un sueño eterno”. Allí aseguró: “Me llamó la atención que Kafka escribiera tan sencillo, que yo mismo pudiera entenderlo, a pesar de que el movimiento impresionista, que era tan importante en esa época, fue en general un movimiento barroco que jugaba con las infinitas posibilidades del idioma alemán. Después, tuve oportunidad de leer ‘El proceso’ y a partir de ese momento lo he leído continuamente. La diferencia esencial con sus contemporáneos y hasta con los grandes escritores de otras épocas, Bernard Shaw o Chesterton, por ejemplo, es que con ellos uno está obligado a tomar la referencia ambiental, la connotación con el tiempo y el lugar. Es también el caso de Ibsen o de Dickens. Kafka, en cambio, tiene textos, sobre todo en los cuentos, donde se establece algo eterno. A Kafka podemos leerlo y pensar que sus fábulas son tan antiguas como la historia, que esos sueños fueron soñados por hombres de otra época sin necesidad de vincularlos a Alemania o a Arabia. El hecho de haber escrito un texto que trasciende el momento en que se escribió es notable. Se puede pensar que se redactó en Persia o en China y ahí está su valor. Y cuando Kafka hace referencias es profético. El hombre que está aprisionado por un orden, el hombre contra el Estado, ese fue uno de sus temas preferidos”.
“Yo traduje el libro de cuentos cuyo primer título es ‘La trasformación’ y nunca supe por qué a todos les dio por ponerle ‘La metamorfosis’. Es un disparate, yo no sé a quién se le ocurrió traducir así esa palabra del más sencillo alemán. Cuando trabajé con la obra, el editor insistió en dejarla así porque ya se había hecho famosa y se la vinculaba a Kafka. Creo que los cuentos son superiores a sus novelas. Las novelas, por otra parte, nunca concluyen. Tienen un número infinito de capítulos, porque su tema es de un número infinito de postergaciones. A mí me gustan más sus relatos breves y aunque no hay ahora ninguna razón para que elija a uno sobre otro, tomaría aquel cuento sobre la construcción de la muralla. Yo he escrito también algunos cuentos en los cuales traté ambiciosa e inútilmente de ser Kafka. Hay uno, titulado ‘La biblioteca de Babel’ y algún otro, que fueron ejercicios en donde traté de ser Kafka. Esos cuentos interesaron pero yo me di cuenta que no había cumplido mi propósito y que debía buscar otro camino”.
“Kafka fue tranquilo y hasta un poco secreto y yo elegí ser escandaloso. Empecé siendo barroco, como todos los jóvenes escritores y ahora trato de no serlo. Intenté también ser anónimo, pero cualquier cosa que escriba se conoce inmediatamente. Kafka no quiso publicar mucho en vida y encargó que destruyeran su obra. Esto me recuerda el caso de Virgilio que también le encargó a sus amigos que destruyeran la inconclusa ‘Eneida’. La desobediencia de estos hizo que, felizmente para nosotros, la obra se conservara. Yo creo que ni Virgilio ni Kafka querían en realidad que su obra se destruyera. De otro modo habrían hecho ellos mismos el trabajo. Si yo le encargo la tarea a un amigo, es un modo de decir que no me hago responsable”.
“Kafka ha sido uno de los grandes autores de toda la literatura, para mí es el primero de este siglo. Yo estuve en los actos del centenario de Joyce y cuando alguien lo comparó con Kafka dije que eso era una blasfemia. Es que Joyce es importante dentro de la lengua inglesa y de sus infinitas posibilidades, pero es intraducible. En cambio Kafka escribía en un alemán muy sencillo y delicado. A él le importaba la obra no la fama, eso es indudable. De todos modos, Kafka, ese soñador que no quiso que sus sueños fueran conocidos, ahora es parte de ese sueño universal que es la memoria. Nosotros sabemos cuáles son sus fechas, cuál es su vida, que es de origen judío y demás, todo eso va a ser olvidado, pero sus cuentos seguirán contándose”.


El 24 de abril de 2008 María Kodama, la viuda y albacea de Borges, se refirió al probable vínculo entre las obras de Kafka y Borges en una entrevista emitida por Radio Prague International, un medio de radiodifusión de la capital de la República Checa: “Son dos literaturas muy diferentes, naturalmente dos personalidades totalmente diferentes. Pero Borges reconoció desde el comienzo la importancia y la complejidad de Kafka. Y aún en una traducción imaginaba cómo debía ser ese autor en la lengua original. La atracción va como de escritor a escritor, fundamentalmente por el desarrollo de los temas y por la originalidad con que presenta ese mundo asfixiante que padecía Kafka”. Cuando se le preguntó qué haría si tuviese que elegir entre la prosa y la poesía de Borges, contestó: “Es muy difícil porque para mí la prosa de Borges es una prosa poética, no es una prosa descriptiva como la de muchos otros escritores sobre todo nuevos, de este momento. Es una prosa poética que tiene un ritmo especialísimo, de modo que para mí es indiferenciable, aunque sé que uno es prosa y otro poesía, para mí es un todo de poesía, así que es muy difícil elegir entre uno y otro. Pero yo creo que sí, que él prefería ser poeta y no prosista, yo creo que sí”.
Respecto al Premio Nobel que Borges nunca recibió, respondió: “Afortunadamente Borges se quedó sin el Nobel, porque como él decía, se ha convertido en el mito escandinavo, el hombre al que nunca le dieron el Nobel, así que estaba contentísimo de que no se lo dieran. Un día se encontró con un señor por la calle que le dijo: ‘Ay, maestro, qué dolor, cada vez que lo pierde es un duelo nacional. Yo le voy a pedir a Dios para el año próximo’. ‘No, Dios lo libre, eso es imposible, si me lo dan, me voy a convertir en un número en una lista. Si no me lo dan soy el mito escandinavo, y es mucho mejor ser el mito escandinavo’, así que estaba contentísimo de que no se lo dieran”.
Y, finalmente, contó una jugosa anécdota: “Una mañana nos despertamos en Estados Unidos y él me dijo que iba a dictarme un poema, al que le puso un título en alemán, ‘Ein traum’, que quiere decir ‘Un sueño’. Es un poema muy breve donde el protagonista es Kafka. Borges siempre corregía, vivía corrigiendo. Ese poema me llamó la atención porque al cabo de dos reediciones no lo había corregido. Entonces yo le pregunté: ‘Pero Borges, qué extraño. Corrige todo y esto no’. Y él me dijo: ‘Ah, no puedo, porque ese poema no es mío, ese poema me lo dictó Kafka en un sueño, no es mío, es de Kafka, entonces yo no lo puedo tocar’. Y es el único poema en toda su obra que jamás fue corregido”.