9 de agosto de 2023

Jorge Luis Borges y Franz Kafka. ¿Afinidad, influjo, embeleso?

3º parte: El editor de Kafka

En el año 2010 apareció el libro “Autoren, bücher, abenteuer. Betrachtungen und erinnerungen eines verlegers” (Autores, libros, aventuras. Observaciones y recuerdos de un editor), obra en la que, contada por su nieto, se narra la biografía de Kurt Wolff (1887-1963), el editor alemán que fue responsable de la primera edición de una obra de Kafka. Se trata de “Betrachtung” (Contemplación), un volumen con dieciocho relatos que el escritor checo había escrito entre 1904 y 1912. Gracias a una invitación del citado Max Brod, Wolff se trasladó desde Leipzig, donde tenía sus oficinas, hasta Praga. Allí recibió de manos de Brod -acompañado por Kafka- los primeros manuscritos de quien calificó como un  personaje “callado, torpe, tierno, vulnerable, intimidado como un colegial examinándose del bachillerato”, alguien “con los ojos más bellos y la expresión más conmovedora de un hombre sin edad, que tenía treinta años por aquel entonces pero parecía entre enfermo y muy enfermo”.
En “Autores, libros, aventuras. Observaciones y recuerdos de un editor” se reproducen además las memorias de Wolff y la correspondencia que mantuvo con Kafka. Según cuenta el editor, Kafka dudaba entre publicar o no. Por un lado se ilusionaba pero por otro lado sentía mucha vergüenza. Wolff comenta que aquel día, al despedirse, escuchó algo que nunca había oído decir a un escritor: “Siempre le quedaré más agradecido porque me devuelva mis manuscritos que por su publicación”. Esa primera edición se hizo con una tirada de ochocientos ejemplares y las ventas fueron escasas. No obstante al año siguiente, 1913, Wolff publicó como relato el primer capítulo de la novela “Der heizer” (El fogonero), obra a la que más tarde Brod le cambió el título porAmerika” (América). Luego publicó “Die verwandlung” (La metamorfosis) en 1915 y “Ein landarzt” (Un médico rural) en 1918. De cada una de ellas se vendieron menos de mil ejemplares.
A raíz de ello, Wolff le escribió a Kafka: “Usted y yo sabemos que, por lo general, son precisamente las cosas mejores y más valiosas las que no encuentran eco inmediato, sino que no lo hacen hasta más adelante, y nosotros seguimos creyendo en los lectores alemanes y en que alguna vez poseerán la capacidad de recepción que estos libros merecen”. En octubre de 1918, en referencia a “In der strafkolonie” (En la colonia penitenciaria), en otra carta le dijo: “Tengo el gusto de proponerle la publicación de este relato por el que tanta estima siento, si bien mi amor se mezcla también con cierto horror y estupor ante la estremecedora intensidad de un argumento tan terrible”.
Luego, en 1923, en otra carta de dijo a Kafka: “Muy señor mío, adjunto le remitimos la liquidación y los porcentajes de sus ingresos conforme a las ventas del año económico 1922-1923. Aprovechamos la ocasión para manifestarle de nuevo que las magras cifras de liquidación de sus libros no disminuyen en absoluto el placer que supone para nosotros su pertenencia a nuestra editorial. Asimismo le expresamos que, con absoluta independencia del éxito o el fracaso, anunciaremos sus libros en todos los catálogos y boletines y en cuantos anuncios hagamos, y estamos convencidos de que los tiempos venideros sabrán conceder el valor que merecen a la extraordinaria calidad de estos relatos en prosa suyos”. Al año siguiente, tras la muerte del escritor, todos les manuscritos que Kafka le había entregado a Max Brod, permanecieron guardados durante décadas en la casa de su secretaria, Esther Hoffe (1906-2007). Según relata Wolff en sus memorias, fueron Rainer Maria Rilke (1875-1926), Thomas Mann (1875-1955) y Hermann Hesse (1877-1962) “los primeros en reconocer el genio único y extraordinario que fue Kafka”.


A todo esto en Buenos Aires con tan sólo veintitrés años de edad, Borges imprimía su primer libro: “Fervor de Buenos Aires”. Impreso en la Imprenta Serantes con una tirada de tan sólo trescientos ejemplares, para su tapa se utilizó un grabado realizado por Norah Borges (1901-1998), su hermana. Al respecto en su “Autobiografía”, publicada por primera vez en inglés en 1970 por “The New Yorker”, contó Borges: “Escribí los poemas entre 1921 y 1922 y el libro apareció a principios de 1923. El volumen fue impreso en cinco días. Había negociado un libro de sesenta y cuatro páginas, pero el manuscrito resultó demasiado largo y a último momento fue necesario suprimir sin piedad cinco poemas; no recuerdo absolutamente nada de ellos. El libro fue producido con espíritu un tanto juvenil. No hubo corrección de pruebas, no se incluyó un índice y las páginas no estaban numeradas”. La edición de este poemario fue pagada por su padre.
Un año antes, más precisamente en enero de 1922, Kafka había comenzado a escribir “Das schloss” (El castillo) en Spindlermühle, un centro turístico checo al cual había ido con la intención de recuperarse de su enfermedad. En julio, Max Brod le dijo en una carta que estaba leyendo la parte de la novela que le había enviado y le comentó que su impresión era positiva y le sugirió que la terminase, algo que Kafka nunca hizo. Fue así que, en 1926, Kurt Wolff la publicó inconclusa en Múnich. Las ventas fueron otra vez exiguas: mucho menos de las mil quinientas copias que se habían imprimido. Por entonces Borges acababa de publicar su primer libro en prosa: “Inquisiciones”. La impresión de apenas quinientos ejemplares fue hecha en los talleres gráficos Inca de la ciudad de Buenos Aires, y su publicación corrió por cuenta de la Editorial Proa. El libro no tuvo reediciones porque Borges, arrepentido de lo que había escrito, se negó. Tampoco aceptó que se lo incluyera en sus obras completas que la editorial Emecé lanzó en 1974 y recién sería reeditado póstumamente por su viuda en 1994. ¿Similitud con la idiosincrasia kafkiana o mera casualidad?
Ahora bien, ¿es lícito afirmar que es enorme la influencia que Kafka ejerció sobre Borges? Muchos teóricos y críticos literarios se han explayado sobre este tema. Para algunos existe una clara intertextualidad entre ambos, para otros la temática de sus obras muestran un claro paralelismo. Para algunos trataron los mismos temas -los laberintos, la eternidad, el infinito- de forma diferente, para otros ambos tuvieron la capacidad de dar un giro a sus historias y darles una proyección incluso casi mitológica, partiendo de temas muy simples. Para algunos los sueños y las pesadillas ocupan un lugar importante en la obra del uno y el otro, para otros ambos escritores tenían la misma concepción de la literatura. Para algunos Borges y Kafka, cada uno a su modo, prefiguraron un mundo que no existía, para otros los cuentos de Borges, escritos ya en su período de madurez, presentan concomitancias estilísticas con los de Kafka… Es más, el propio Borges reconoció alguna vez la influencia y la posterior imitación del modelo kafkiano, y la presencia de éste en su obra.


El catedrático y escritor argentino Jaime Alazraki (1934-2014) expresó en su ensayo “La prosa narrativa de Jorge Luis Borges”: La narrativa de Kafka es una forma de rebelión contra ese mundo reglado y ordenado por la lógica aristotélica, es un esfuerzo por trascender esa realidad inventada por la razón; para lograrlo Kafka vuelve al mito, al símbolo, a la parábola, en resumen a esas formas que buscan llegar a la realidad por un camino muy distinto al seguido por la razón. Por esto mismo algunas de sus narraciones se resisten a toda comprensión lógica y permanecen impenetrables dentro de su hermetismo. En Borges también encontramos un sistema de mitos, el mundo como sueño o libro de Dios, el tiempo cíclico, la ley de causalidad, el idealismo de todos los tiempos, pero en ellos Borges ha mitificado los ‘hallazgos’ de la filosofía y las ‘revelaciones’ de la teología. En esta operación Borges reduce esas ideas a creaciones de la imaginación, a intuiciones que ya no se diferencian fundamentalmente de cualquier otra forma mítica. Mientras las parábolas de Kafka tienen su único contexto en esa realidad intuida por el propio Kafka, los símbolos troquelados por Borges encuentran siempre un contexto preciso en teorías y doctrinas creadas por la inteligencia humana”.
Y en “El texto como palimpsesto: lectura intertextual de Borges” afirmó: “Kafka hace emerger sus ficciones de un drama personal con su tiempo y los absurdos anexos a la realidad de su tiempo y las ficciones de Borges representan un esfuerzo por trascender el tiempo y la realidad histórica y ver el drama humano en una escala infinita, en un plano abstracto y metafísico. Lo absurdo, la postergación infinita, el mundo como laberinto, la instancia de seres superiores en obras como ‘El Congreso’ o ‘La Biblioteca de Babel’, señalarían la presencia de Kafka y de la temática kafkiana en los cuentos de Borges. Mientras que Kafka aborda el tema desde un punto de vista más existencial, en Borges toda angustia aparece refrenada oponiendo al absurdo del mundo una elegante ironía”.
Por su parte el profesor y escritor cordobés Oscar Caeiro (1937-2020), analizó en su ensayo “Leer a Kafka. El hombre de las mil angustias” las similitudes entre “El castillo” y el cuento de Borges “El Congreso”. “En varias ocasiones -escribió Caeiro-, al relacionar a Borges con Kafka se ha derivado hacia ciertas raíces comunes de dos textos: ‘El castillo’ del maestro praguense y ‘El Congreso’ de Borges. Este relato publicado como opúsculo en 1971, cuyo narrador se presenta al comienzo con su nombre, Alejandro Ferri, se escribe bajo la fecha ‘Buenos Aires, 1955’. Unos años después de esa primera publicación, fue incluido por Borges en ‘El libro de arena’. Al hablar de su texto, dice Borges que ‘el opaco principio’ (se entiende de ‘El Congreso’) quiere imitar el de las ficciones de Kafka. Tal ‘opaco principio’ han de ser las páginas dedicadas a caracterizar a Alejandro Ferri, el narrador. Opaco, porque no es diáfano, es triste, melancólico”.


Y agregó luego: “El comienzo de ‘El castillo’ también es opaco, estaba oscuro y pronto tuvo K. que buscar algún lugar donde pasar la noche, donde no lo conocían, ni siquiera sabía si allí había un castillo. Poco a poco consiguió que lo dejaran dormir allí e intentó además que no lo echaran. Y uno se pregunta si esa situación se resuelve inmediatamente o, al revés, se mantiene dudosa. “El narrador de ‘El Congreso’, sin saber bien de que se trata cuando lo invitan a formar parte de ese grupo de gente que va a constituir el Congreso del Mundo, no está al tanto de todo, pero paulatinamente se incorpora en el grupo. Es algo parecido lo que se desarrolla en las páginas de Kafka, donde el protagonista entabla diálogos con distintos personajes y tiende a familiarizarse”.
También los sueños y las pesadillas ocupan un lugar importante en la obra de ambos. El 2 de junio de 1935 Borges publicó en el diario “La Prensa” un artículo titulado “Las pesadillas y Franz Kafka”. Allí escribió: “Aventuro esta paradoja: componer sueños es una disciplina literaria de reciente inauguración. Es verdad que de Luciano de Samosata a Quevedo (o si se quiere, de Isaías al Dante) muchos escritores han simulado la relación de un sueño, pero sus diversas ficciones no guardan el menor parecido con lo que nuestra mente suele expedir en las madrugadas confusas. No son visuales, y muy contadas veces son mágicos; son más bien oratorios, moralistas, chascarrilleros. Tampoco los sueños de Kafka son continuados; cada uno de ellos apareja una sola intuición. Tienen clima y traiciones de pesadilla. Es harto fácil denigrar los cuentos de Kafka a juegos alegóricos. De acuerdo; pero la facilidad de esa reducción no debe hacernos olvidar que la gloria de Kafka se disminuye hasta lo invisible si la adoptamos. Franz Kafka, simbolista o alegorista, es un buen miembro de una serie tan antigua como las letras; Franz Kafka, padre de sueños desinteresados, de pesadillas sin otra razón que la de su encanto, logra una mejor soledad. Lo atroz de las figuras de la pesadilla, ¿no está en su falsedad? Su horror incomparable, ¿no es el horror de sabernos bajo el poder de un proceso alucinatorio? Ese clima es precisamente el de los relatos de Kafka. No sabemos -y quizá no sabremos nunca- los propósitos esenciales que alimentó. Aprovechemos ese favor de nuestra ignorancia, ese don de su muerte, y leámoslo con desinterés, con puro goce trágico. Ganaremos nosotros y ganará su gloria también”.
Al respecto, en 2014 el escritor y psicoanalista argentino Luis Gusmán (1944) publicó en “Luvina”, la revista literaria de la Universidad de Guadalajara, “Borges, Kafka: el sueño y la pesadilla”. Allí, entre otras cosas, aseguró que “tanto Borges como Kafka tienen un corpus sobre los sueños. Creo que, de alguna manera, estos dos escritores le otorgaban al sueño un carácter ficcional. Un cuento oral o escrito fue inventado para ser contado. Un sueño fue soñado para ser contado. Pero creo que ambos le daban mucha importancia al espacio donde ocurría el sueño”. Y especificó: “Resumo las coincidencias entre Borges y Kafka. 1) El aspecto biográfico del sueño; 2) el despertar; 3) en qué lugar estamos cuando soñamos; 4) la necesidad de contar el sueño; 5) el sueño es una obra de ficción. Que haya coincidencias no excluye encontrar en ellas diferencias en el tratamiento que Borges y Kafka hacen del tema”.


Agregó más adelante: “Kafka tiene sueños pesadillescos. Por ejemplo, el de un perro acostado sobre su cuerpo con una pata cerca de su cara. Lo que confirma lo pesadillesco del sueño es que al despertar hay un temor a volverse a dormir, cerrar los ojos y volver a verlo. También sueña con el torso de una mujer de cera que le oprime el pecho. Sueña que está durmiendo sobre un durmiente de las vías del ferrocarril y un tren le pasa por encima. Kafka cuenta otro sueño en que su cuerpo es despedazado por un ancho cuchillo de carnicero con una regularidad mecánica que nos recuerda el mecanismo de la máquina de ‘La colonia penitenciaria’. En Borges, el sueño ‘La prueba’, que recopila en el ‘Libro de sueños’: Coleridge vuelve con una rosa como la prueba material de que en su sueño verdaderamente ha atravesado el paraíso. Kafka ha sido sometido a una lectura más pesadillesca de la realidad, mientras que sobre Borges ha pesado una lectura más laberíntica, ya que sus sueños han quedado más del lado del mito y de lo fantástico que de lo ominoso”.
En 1985 la editorial “Hyspamerica” publicó “América. Relatos Breves” de Kafka. En su prólogo Borges escribió: “1883, 1924. Esas dos fechas delimitan la vida de Franz Kafka. Nadie puede ignorar que incluyen acontecimientos famosos: la primera guerra europea, la invasión de Bélgica, las derrotas y las victorias, el bloqueo de los imperios centrales por la flota británica, los años de hambre, la revolución rusa, que fue al principio una generosa esperanza y es ahora el zarismo, el derrumbamiento, el tratado de Brest-Litovsk y el tratado de Versalles, que engendraría la Segunda Guerra. El destino de Kafka fue transmutar las circunstancias y las agonías en fábulas. Redactó sórdidas pesadillas en un estilo límpido. No en vano era lector de las ‘Escrituras’ y devoto de Flaubert, de Goethe y de Swift. Era judío, pero la palabra judío no figura, que yo recuerde, en su obra. Ésta es intemporal y tal vez eterna. Kafka es el gran escritor clásico de nuestro atormentado y extraño siglo”.