18 de noviembre de 2025

Enrique Carpintero: “Hoy el neoliberalismo funciona como un sentido de vida donde vale el ‘sálvese quien pueda’, desarrollando así la violencia destructiva y autodestructiva” (2/2)

Enrique Carpintero fue docente en la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y participa frecuentemente en congresos, seminarios y charlas sobre salud mental y psicoanálisis. Ha escrito numerosos artículos en diferentes publicaciones. Entre ellos pueden citarse “El traumatismo social generalizado”, “Contra el negacionismo, una memoria colectiva”, “El Cordobazo en la salud mental” y “Los nuevos modos del fascismo en las democracias occidentales” en el diario “Página/12”; “La cultura del miedo legitima al poder (Violencia e inseguridad en un mundo inseguro)” y “Las fuerzas del cielo se afirman en sus propuestas neofascistas” en la revista digital “La Tecl@ Eñe”; “Primer Congreso Virtual de Psicoanálisis” y “Actualidad de ‘El Fetichismo de la mercancía’” en la revista “Herramienta”; y “‘El Eternauta’ y la importancia del héroe colectivo luchando contra el opresor”, “La conspiración en la literatura de Roberto Arlt”, “La cólera neofascista y la trama corposubjetiva en la que se desarrolla el miedo”, “La época de un traumatismo generalizado que abarca al conjunto de la sociedad”, “Un fin de época atravesado por claroscuros del que surgen monstruos”, “Poder y subjetividad: las formas actuales de control” y “Patologías del neoliberalismo” en la revista “Topía”. En coautoría con el psicoanalista y editor de la revista “Topía” Alejandro Vainer (1965) ha publicado “Psicología. Entre la represión y la resistencia”, “Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y salud mental en la Argentina de los ‘60 y ’70. Tomo I (1957-1969)” y “Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y salud mental en la Argentina de los ‘60 y ’70. Tomo II (1970-1983)”. Gran defensor de los derechos humanos y destacado estudioso de la obra del filósofo neerlandés Baruch Spinoza (1632-1677), es también un mayúsculo analista del totalitarismo del Siglo XXI marcado por el neoliberalismo extremo y el ascenso de los modelos neofascistas apoyados por el capital financiero.


A continuación, la segunda parte de la combinación de fragmentos de las entrevistas publicadas en el sitio web de “Radio Perfil” el 7 de agosto de 2025, en el diario “Página/12” el 10 de noviembre de 2025 y en el medio de información digital “Tinku” el 1 de noviembre de 2022, a cargo de Jorge Fontevecchia, Oscar Ranzani y Mario Hernández respectivamente.
 
¿Cuáles son, según su criterio, las principales diferencias entre el fascismo clásico y los neofascistas contemporáneos?
 
En primer lugar, en el libro hablo de la tentación neofascista, hay una tentación. No podemos decir que este sea un gobierno neofascista. Sí es un gobierno que está compuesto por muchas personas neofascistas de diferentes características ¿Por qué hablo de neofascismo? En primer lugar, porque el neofascismo implica poder diferenciar ciertas cuestiones que se practican inclusive desde el gobierno, donde ellos hablan de anarcocapitalismo. Me parece una falta de respeto hacia las posiciones anarquistas, que no tienen nada que ver, porque el gobierno de Milei utiliza el Estado en su beneficio o para ser más preciso en beneficio de ciertos sectores económicos. Básica y fundamentalmente de los sectores económicos del capital financiero. Y es donde aparecen las contradicciones entre los sectores del capital financiero y aquellos sectores del capital agrario, industrial y comercial que quieren también tener sus beneficios y creo que este es un poco el juego que hoy se está haciendo donde le están marcando un poco la cancha. El gobierno de Trump manda una ayuda a Milei, pero fundamentalmente a estos sectores del capital financiero que corren peligro sus intereses.
 
¿Este es el punto fundamental para diferenciarlo con el fascismo clásico?
 
Sí, el fascismo clásico se caracterizaba por ser un gobierno -hablemos de Mussolini, básicamente, y de Hitler-, estatista, nacionalista, era un gobierno donde su planteo era desarrollar básicamente el capital industrial. Fundamentalmente, era un gobierno donde el autoritarismo estaba basado en desarrollar las fuerzas productivas en función de los intereses de las burguesías de cada país. Desde allí usaban una violencia explícita -los camisas pardas en Alemania; los camisas negras en Italia- contra las fuerzas socialistas, comunistas, anarquistas que tenían un predominio muy grande. Esto es una diferencia fundamental en relación a este fascismo. Por eso, lo llamo neofascismo, en tanto este neofascismo se apoya en el neoliberalismo. Este neofascismo se apoya en un liberalismo del miedo. Este es un punto que para mí es central. Es un liberalismo donde el miedo es lo que está permanentemente presente: el miedo a no conseguir trabajo, el miedo si tengo trabajo a perderlo, el miedo a no llegar a fin de mes, el miedo al otro humano que me puede atacar, que me puede limitar en mis intereses, en tanto lo que predomina -y lo que plantea- es un individualismo darwiniano todos contra todos.
 
¿La principal consecuencia psicológica a nivel social que provocó el gobierno de Milei es la ruptura de lazo social?
 
Hay varias cuestiones. Yo diría que Milei -y todos estos liberalismos porque esto ocurre no solamente acá, sino en el mundo también, pero vamos a ir a la particularidad acá-, se apoya en esta ruptura del lazo social que venía previamente. Acá hay lo que yo llamo un traumatismo social generalizado que, en todo caso, lo que hace Milei es agudizarlo, pero ya estaba previamente este traumatismo social generalizado. Traumatismo social generalizado donde lo que predominan son lo que en el psicoanálisis llamamos los efectos de la pulsión de muerte. Es decir, la violencia destructiva, la violencia autodestructiva. Es así que nos encontramos con patologías muy graves que predominan como depresiones, adicciones, ansiedad. Y fundamentalmente algo que aparece, pero no se habla mucho porque es un problema muy grave, que es el tema de los suicidios e intentos de suicidios, especialmente en la población joven y los adolescentes, en tanto se encuentran con un mundo del cual no tienen salida.
 
Usted brinda un dato espeluznante en el libro: cada noventa segundos se suicida una persona en el planeta. ¿Cuáles son las principales causas más allá de la singularidad de cada caso?
 
Claro, esto es un dato de la Organización Mundial de la Salud. Si hablamos en el mundo hay un montón de factores: guerras, situaciones económicas espeluznantes en determinado tipo de países. Pero en general, si tomamos nuestro país, Europa, Estados Unidos, lo que aparece es un fracaso de ciertas políticas que intentaban atenuar los efectos del neoliberalismo y que han llevado a esta situación de la sensación de que no hay salida, no hay proyecto, no hay futuro. Hay muchos datos para ver esto. Uno de ellos son los suicidios y los intentos de suicidios, pero también hay un dato que salió hace unas semanas que es llamativo: el 40% de las parejas en la ciudad de Buenos Aires no quieren tener hijos, pero además es un fenómeno que se repite en todo el mundo, en tanto la sensación que tienen es que les están dejando un mundo que es peor que el que estamos viviendo. Esto también es una situación inédita.
 
Y en relación con esto que está diciendo, ¿se puede decir que la principal consecuencia social del neoliberalismo extremo es que busca imponer un modo de vida y no solo un modelo económico?
 
Exacto, exacto. Acá hay una cuestión. No nos tenemos que olvidar que el neoliberalismo surge bajo un modelo de fuerza. En primer lugar, aparecen Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Lo primero que hizo Thatcher para imponer su modelo no solamente económico, sino como ella decía, un modelo social, una forma de vida, fue doblarle el brazo a las huelgas fundamentalmente mineras. Finalmente, lo logró hacer. Margaret Thatcher dejó morir a tres o cuatro mineros en la huelga de hambre, no le importó hasta que levantaron la huelga. Y después, acá en América Latina, el neoliberalismo se inició y se apoyó primero en el gobierno de Pinochet. Fue en la dictadura de Pinochet y segundo acá con el modelo de Videla y compañía con Martínez de Hoz. En estos dos países, el neoliberalismo se apoyó y se sostuvo en dos gobiernos autoritarios. Y hoy -y éste es el punto-, el neofascismo se monta sobre una sensación de desesperanza de grandes sectores de la población, una sensación de no salida de este traumatismo social generalizado para generar una falsa ilusión de que nos podemos salvar solos, que en la medida en que somos emprendedores, que podemos emprender determinados tipos de cosas, podemos llegar a conseguir nuestros objetivos. Esta ilusión es la que se sostiene en ciertos sectores que le ha permitido a Milei ganar la elección. Es cierto que Milei recibió varios cachetazos y los va a seguir recibiendo, pero lo que no debemos dejar de lado es que este neofascismo, estas posiciones de ultraderecha han prendido en cierto sector de la población.
 
En relación a eso que está diciendo, ¿cree que es posible cambiar la cultura de una sociedad cuando el neoliberalismo extremo inoculó el odio hacia lo ajeno? Parte de la sociedad que mamó ese odio y parece ser que forma parte de una cultura, no solo de una política.
 
Sí, creo que el neofascismo llevó adelante una perspectiva y generó ciertas expectativas de una gran parte de la población de ideas conservadoras, de derecha, autoritarias; o sea, fascistas, pero que también permitió que volviera una memoria histórica, que acá nos olvidamos. Nuestro país siempre ha tenido fuerzas de derecha muy importantes. Voy a recordar dos hechos que han quedado en la historia, pero que están en la memoria de nuestro país. Uno, en la época del nazismo, acá en la Argentina: en el Luna Park se hizo el acto nazi más importante en el mundo fuera de Alemania. Uno ve las fotos y dice: ¿Qué pasó? ¿Esto es de acá, Argentina? ¿Esto es el Luna Park? Y segundo, la época de la Semana Trágica acá, cuando se hizo el primer y único “pogrom” contra los judíos en el barrio del Once. Es decir, estas posiciones de ultraderecha forman parte de nuestra historia. Si bien esto siempre ha quedado en la historia como algo que producía cierta vergüenza y se ha tapado, creo que hoy esto es lo que aparece como una forma de manifestarse públicamente.
 
Pero, por otro lado, si bien existía lo que usted dice, era una cuestión marginal. Hoy alcanzó una masividad que no era la de aquellos tiempos.
 
Exactamente, ahí está el punto. Hoy ser ultraconservador, hoy ser de derecha, hoy ser fascista no da vergüenza, como daba hace no mucho tiempo atrás. Al contrario, se lo vive como una posibilidad. Esto pasa hoy acá, en la Argentina y en el mundo. Entonces, de ahí está el cómo enfrentamos a esta cultura de derecha, a esta cultura del neofascismo, con una cultura que nos plantee otro tipo de perspectiva, una perspectiva de relación con el otro, de poder generar una posibilidad de encontrarnos con los otros en función de un bienestar común. Esta es la lucha. Acá hay una complejidad de fenómenos, porque no podemos decir dos más dos son cuatro. Por otro lado, aparece lo que yo llamo acá como una cultura donde lo que predomina es un exceso de realidad.
 
¿Qué quiere decir con el exceso de realidad?
 
Cuando hablo de un exceso de realidad no es que se ha perdido la forma de entender, sino que aparece una realidad, y nos encontramos con una sobrecarga sensorial y emocional que el aparato psíquico no puede procesarla simbólicamente. Desde allí nos encontramos con varias cuestiones. Una es un desbordamiento del aparato psíquico. Los dispositivos actuales nos bombardean sin cesar con noticias, imágenes u opiniones, lo cual nos lleva a una indigestión psíquica, por decirlo de alguna manera. Por otro lado, aparece esta dificultad de elaboración donde el trauma para ser elaborado requiere un tiempo de reflexión, un tiempo y un espacio para ser procesado simbólicamente. Este exceso de realidad dificulta este proceso de simbolización. Esto tiene un impacto en la subjetividad, lo cual plantea una desvitalización del sujeto, una sensación de impotencia y una dificultad de poder diferenciar muchas veces dónde está lo real, dónde está lo imaginario, dónde está lo virtual.
 
Usted encuentra muy actual la filosofía de Spinoza, sobre todo cuando intenta responder por qué los sujetos apoyan a quienes los esclavizan y los someten...
 
Sí la encuentro. Spinoza lo planteó en el siglo XVI, atravesó diferentes siglos esta exposición y de diferentes maneras. Hoy aparece con una complejidad que es diferente a otras épocas, en la cual vamos a encontrar dispositivos sociales y la cual produce procesos de desidentificación y desubjetivación que deja inerme al sujeto ante la sensación de fragmentación de las relaciones sociales. Esta civilización, como yo decía, o esta cultura, está atrapada por la pulsión de muerte, por la violencia destructiva, autodestructiva, la sensación de vacío, la nada. De allí que nos encontramos con la fragmentación de las afecciones comunes, por ejemplo, de los trabajadores en este proceso de desidentificación. Como siempre, el principal problema de nuestra sociedad es el problema de la alteridad. O sea, del reconocimiento del otro. Este neofascismo apunta a que el otro no solamente no existe, sino que el otro es un enemigo al cual yo tengo que combatir. De allí, la necesidad de generar espacios individuales, familiares, sociales y políticos, donde podamos encontrarnos con los otros.
 
Así como hay una desidentificación, como dice usted, también hay una fuerte identificación por parte de otro sector de la sociedad en lo que tiene que ver con la crueldad y en destruir y, si es posible, al otro o al diferente, ¿no?
 
Acá hay otro tema que yo diferencio. Es válido y es cierto poder entender esta crueldad, pero yo discuto mucho cuando se plantea que Milei está loco -que puede ser-, o que es cruel -cosa que es cierto-, pero para no caer en una psicologización tenemos que entender que esto es efecto o consecuencia de defender determinado tipo de intereses económicos que hace que genere sacar lo peor del ser humano. Todos los seres humanos tenemos esta crueldad, así como tenemos esta ternura. Ahora de ahí es que nos encontramos con una cultura que lo que nos saca es la parte más negra, más siniestra nuestra, que estaría ligado a la crueldad o una cultura que lo que nos saca es el amor, la soledad, la ternura. Esto es el planteo spinoceano. Spinoza plantea la forma de luchar contra las pasiones tristes (el odio, la violencia, la crueldad) y que predominen las pasiones alegres (el amor y la solidaridad). Y no para que esta desaparezca porque siempre está en el ser humano.

17 de noviembre de 2025

Enrique Carpintero: “Hoy el neoliberalismo funciona como un sentido de vida donde vale el ‘sálvese quien pueda’, desarrollando así la violencia destructiva y autodestructiva” (1/2)

El psicoanalista, ensayista y editor argentino Enrique Carpintero (1958) estudió en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y se doctoró en psicología en la Universidad Nacional de San Luis (UNSL). En 1991 fundó la editorial y la revista “Topía”. La primera publica principalmente libros que abordan temas como la subjetividad, la identidad, el malestar social, la violencia, la ética y la política desde una perspectiva crítica que dialoga con distintas disciplinas. La segunda es una publicación cuatrimestral cuya temática abarca disciplinas y temáticas diversas como el psicoanálisis, la cultura, la sociedad, la clínica psicoanalítica, el trabajo corporal, etc. De ambos emprendimientos culturales Carpintero es el director. Entre sus libros publicados figuran “Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos”, “El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser”, “Historia del psicoanálisis en la Argentina”, “La alegría de lo necesario. Las pasiones en Spinoza y Freud”, “El psicoanálisis en la Revolución de Octubre”, “Spinoza, militante de la potencia de vivir” y “La tentación neofascista. El odio y el miedo como política del sometimiento”.


Lo que sigue es la primera parte de una combinación de fragmentos de las entrevistas publicadas en el sitio web de “Radio Perfil” el 7 de agosto de 2025, en el diario “Página/12” el 10 de noviembre de 2025 y en el medio de información digital “Tinku” el 1 de noviembre de 2022, a cargo de Jorge Fontevecchia, Oscar Ranzani y Mario Hernández respectivamente.

Me gustaría que hiciera una síntesis didáctica de su último libro, “La tentación neofascista”, que me parece absolutamente interesante y muy oportuno para tratar de divulgarlo lo máximo posible.

El libro está dividido en dos partes. La primera es el sujeto como portador de la cultura. Es decir, cuando hablo de cultura habló de civilización. Y destaco cómo la cultura actual está basada en lo que yo llamo "un exceso de realidad” que produce monstruos. Exceso de realidad no es más realidad, sino todo lo contrario. Es una realidad que excede nuestras posibilidades de simbolización y a lo que los psicoanalistas llamamos pulsión de muerte, que es la violencia destructiva y autodestructiva. Hoy, no solamente acá sino en el mundo, se asientan determinado tipo de políticas que yo llamo neofascistas. Hoy nos encontramos con un autoritarismo neoliberal y neofascista representado por Javier Milei. Tenemos que diferenciar al neofascismo de lo que realmente se consideraba el fascismo clásico, que es el fascismo de los años 30, en Europa, de Mussolini y Hitler. Eran políticas estatistas y nacionalistas, y la violencia iba dirigida hacia el otro, básicamente socialistas y comunistas, los cuales se dedicaban a atacarlos. Antes el fascismo era industrialista y estatista, ahora el neofascismo es financiero y neoliberal. Hoy es todo lo contrario. Las políticas neofascistas autoritarias están basadas en una política neoliberal. Y, así como el fascismo clásico se apoyaba en el capital industrial, hoy el fascismo neoliberal se apoya en el auge del capital financiero. Desde ahí se basa generando una ilusión en la cual, desde este individualismo, el neofascismo no solamente plantea un neoliberalismo en el plano económico, sino como un sentido de vida. Esto ya lo decía una de las fundadoras del neoliberalismo, que era Margaret Thatcher, quien decía que no había sociedad, lo que había eran sólo los individuos, y que teníamos que llegar al alma y al corazón de cada una de las personas. Creo que, en este sentido, hoy el neoliberalismo funciona como un sentido de vida, donde acá vale el “sálvese quien pueda” y un determinado proceso de desarrollo de la violencia destructiva y autodestructiva. Esto ha generado un traumatismo social generalizado muy claro, que nos lleva a que haya índices muy altos de depresión, angustias, y suicidios. En especial en toda la franja de adolescentes y de jóvenes, algo de lo que se habla muy poco. Hoy nos encontramos con veintisiete suicidios por día, de los cuales el 80% son adolescentes y jóvenes. Hay zonas, como por ejemplo toda la zona de la costa, en donde se ha declarado casi una pandemia, es decir, de salud mental. Yo me paré en poder escribir este libro en el sentido de que es un desafío ético, porque en tanto psicoanalista yo trabajo con la pulsión de vida y me encuentro con un gobierno cuyos efectos están ligados a la pulsión de muerte.
 
Déjeme hacer una comparación. Es correcto lo que usted dice de que el fascismo de los años ‘30 se apoyaba en el industrialismo. Mientras que el neofascismo del siglo XXI, en el caso de Argentina pareciera tener más bien apoyo en la cuestión financiera. Pero no así en Trump, que plantea una industria como un regreso a los 30 de Estados Unidos, un industrialismo. ¿Qué diferencia encuentra usted en el carácter entre Trump y Milei?
 
En primer lugar, Donald Trump es presidente de la principal potencia mundial, completamente diferente a Argentina. Pero yo creo que él, si bien plantea toda una serie de políticas restrictivas y en relación con la entrada de capitales y a los capitales que van o las mercancías que salen, con grandes impuestos, él no se plantea tampoco una política industrialista, sino que sigue defendiendo las perspectivas neoliberales con las características propias de Estados Unidos y con las características propias de un imperio que está en crisis y necesita ver de qué manera se apropia de sectores de capital. Milei básicamente toma un modelo que no es el de Trump, sino el de Viktor Orbán, el de Hungría, que está hace quince años en el poder. Eso es un poco lo que hacen estos neofascismos. Es decir, usan la democracia para subir al poder y luego se dedican, básica y fundamentalmente, a limar todas las libertades civiles, sociales y políticas que se lograron en todos estos años. Hay puntos de coincidencia en los diferentes neofascismos en el mundo, y puntos de divergencia en función de las características propias de cada país. Por ejemplo, un tema central en Europa y en Estados Unidos, es el tema de los inmigrantes, cosa que acá, si bien está más o menos planteado, no es un problema que surja como determinante.
 
Entrevistamos a Andrea Colamedici, autor de ese libro “Hipnocracia”, y dijo que su búsqueda inicial era encontrar una palabra que sustituyera a “fascismo”. Se trata de la megalomanía italiana, dado que ellos inventaron el fascismo y el Imperio Romano, entonces también tenían que inventar el nuevo término. Colamedici plantea como carácter de diferenciación esta especie de hipnocracia de las redes sociales y la nueva aristocracia de Silicon Valley. En lugar de industrialismo, lo que hay es inmaterialismo. Y eso es lo que controla las mentes y el dinero. Las inversiones que anunciaron este año las tres grandes compañías de inteligencia artificial de los Estados Unidos son más de cien mil millones de dólares en desarrollo de inteligencia artificial. ¿Qué ve usted allí de esta inmaterialidad?
 
Me parece que tenemos que diferenciar el liberalismo clásico, que está basado en toda la perspectiva democrática republicana, del neoliberalismo. Es decir, el neoliberalismo lo iniciaron Reagan y Thatcher, y no dudaron en implementar formas violentas contra los sectores pobres o populares. Después, en América Latina, la base del neoliberalismo está dada en dos dictaduras: la de Pinochet y la de Videla y compañía acá en Argentina. Lo que implica el neoliberalismo es un desarrollo fuerte de las fuerzas productivas que no necesitan de la democracia republicana, sino todo lo contrario. Es decir, molesta la democracia republicana. En ese sentido, lo que vamos a encontrar es que estos gobiernos liman todas estas libertades democráticas para generar una política basada en el odio y el miedo como una forma de sometimiento. Esa política está metida dentro de lo que se llama la hipnocracia. Es decir, lo que se desarrolla en el libro es cómo las redes sociales lo que generan son procesos de desubjetivación y procesos de desidentificación. Esto lleva a que quedemos atrapados hipnóticamente, como plantea el libro, y desaparecemos como sujeto. Sobre estos procesos de desidentificación y desubjetivación se genera este traumatismo social generalizado, y sobre esa base se asienta este neofascismo. Me parece bien buscar otro término. A mí me parece que el término neofascismo alude a algo que en la conciencia histórica es muy fuerte, que es alertar sobre un gobierno autoritario. Las fuerzas de derecha o de extrema derecha también apelan a una conciencia histórica de derecha para poder revitalizar esta perspectiva de derecha, que en nuestro país tiene una historia. Acá, a principios del siglo se hizo el primer y único “pogrom” en América Latina. Acá se hizo el acto más importante nazi en el mundo, en el famoso acto en el Luna Park. Y después, la dictadura militar, la cual contó con un consenso fuerte. Creo que ellos apelan a esa memoria histórica de derecha, y han hecho un trabajo muy fuerte, porque no vienen del aire. Hubo un fracaso de los sectores de la oposición, en los sectores socialdemócratas en Europa y Estados Unidos, y acá en los sectores progresistas ligados al peronismo o al gobierno K. Lo que se plantearon fue cómo limar los efectos del neoliberalismo sin plantearse un desarrollo industrial de nuestro país. El otro día leí una frase que me parece buena, que decía: “¿Cómo volvemos a que ser fascista de vergüenza?”. Hoy no solamente no da vergüenza, sino que se ha transformado como una especie de desafío. Me parece importante poner el eje en el tema del fascismo, en tanto implica toda una memoria histórica y todo un corte en relación con aquellos que plantean gobiernos autoritarios y aquellos que planteamos formas democráticas y de desarrollo de la sociedad.
 
Ha escrito varios libros y artículos sobre Spinoza. Tal vez podríamos decir que es su filósofo de cabecera. ¿Quién era Baruch Spinoza?
 
Podemos decir algunas cuestiones. Fue un filósofo del siglo XVII. Él vivió una época que estaba signada por la impronta de la religión. La religión era un elemento fundante de la sociedad de toda esa época en Occidente. Digamos que no se concebía una persona que no tuviera o no perteneciera a alguna religión, ya sea judía, católica o mahometana en el caso de las religiones monoteístas. Obviamente en Occidente lo hegemónico era la religión cristiana y sus diferentes variables: católica y protestante. Baruch, que nació con el nombre de Bento Spinoza, vivía en Ámsterdam. Nació en Ámsterdam. Perteneció a una familia sefardí, en Ámsterdam había una comunidad muy importante de sefardíes producto de que habían escapado de la Inquisición en España y Portugal. Recordemos que, en 1492, cuando se descubre América, se expulsan a todos los judíos de España. Es la forma en que los Reyes Católicos buscan unir a los españoles. Muchos de ellos van a Portugal, en Portugal terminan echándolos y van a distintos lugares. Un lugar fundamental es Holanda que vivía una suerte de tolerancia religiosa. Ahí se instala una comunidad judía sefardí muy importante. Sefardí porque viene de Sefarad que era como nombraban a España los judíos en esa época. Y todo este proceso hizo que esta comunidad judía sufriera muchas transformaciones. A algunos se los obligaba a ser cristianos, otros se mantenían siendo cristianos mientras que en forma secreta conservaban la religión judía. Todos estos eran los «nuevos cristianos» como se los denominaba. Spinoza venía de una familia así, esto implicaba una subjetividad, una forma de pensar. El judío estaba acostumbrado a pensar en secreto, a no decir cosas. Spinoza nace en una familia de comerciantes sefardí. Su madre muere joven, fallece su padre y sus dos hermanos y, en principio, queda él con un hermano dirigiendo una empresa familiar comercial. Ya siendo muy joven tiene una formación judía y a partir de ahí empieza a concebir ciertas cuestiones que no eran toleradas dentro de esa sociedad como, por ejemplo, que el alma no iba a trascender luego de la muerte, que no había nada más que el cuerpo y, fundamentalmente, que Dios no era un dios trascendente. No existía un Dios trascendente, lo que él pensaba era un Dios inmanente. La inmanencia es un elemento central en Spinoza y forma parte de que no hay nada fuera del mundo, no hay nada fuera de la cosa, no hay nada trascendente en ninguna cosa o en ninguna persona. En este sentido él negaba este Dios trascendente, que podía castigar, sancionar o hablar. A partir de ahí Spinoza empieza a concebir con el tiempo un Dios que llama Naturaleza. Para él la Naturaleza es Dios. Algunos hablan de un panteísmo en Spinoza, que casualmente es un término que utilizan para definir la filosofía de Spinoza, pero en realidad no es panteísta. Porque el panteísmo sostiene que en todas las cosas de la naturaleza está Dios, o sea que Dios está en una silla, en una cucaracha, en el ser humano, etc. Acá Spinoza no dice lo mismo, lo que dice es que la Naturaleza es Dios. Por eso muchos sostenemos que Spinoza es el padre de los ateos. Pero bueno, antes de desarrollar la mayoría de estas concepciones es reprendido por los rabinos mientras que se lo obliga a que no trate de pensar en estas cosas, él se niega y finalmente se le hace lo que se llama un “herem”, se lo expulsa de la comunidad. El “herem” es uno de máxima, es decir, ninguna persona de la comunidad se puede acercar a unos metros de él ni puede hablar, por supuesto, con él, ya sean amigos o familiares. Participó de muchas cuestiones, fundamentalmente escribe el “Tratado teológico político”, que es una intervención política que hace en esa época sobre cuestiones en relación con la democracia, la monarquía y la multitud, que en términos actuales podríamos decir que es el colectivo social, y donde fundamenta una democracia radical. Una democracia donde todos tienen derecho sobre todas las cosas para poder decidir. En síntesis, es un crítico de dos elementos fundamentales. La pregunta que se hace Spinoza es por qué la gente apoya situaciones o posiciones políticas que los transforma en esclavos, creyéndose que pueden ser libres. De ahí se desprenden dos cuestiones que lo transforman en un crítico radical: el miedo y la esperanza. A través del miedo se domina a la gente y la esperanza, una esperanza pasiva y no una esperanza activa, no de esa esperanza que nos permite a todos nosotros poder generar una lucha, sino esa esperanza pasiva en la cual estamos esperando que alguien nos solucione los problemas, llámese Dios, llámese Hitler, quien sea. Un ser superior que creemos nos va a solucionar los problemas y no pensarnos a nosotros mismos dentro del colectivo social quienes podemos transformar, modificar y resolver los problemas.
 
¿Por qué estudiar en la actualidad un filósofo del siglo XVII?
 
Esto lo planteo en la “Introducción”, hay varias cuestiones. Una de las fundamentales va ligada a lo que tiene que ver con pensar una democracia radical. Lo que plantea Spinoza es que el colectivo social, la multitud se potencia, no a partir de participar de derechos que da la sociedad, sino de participar en cómo generar la potencia de cada uno de los sujetos, es decir, un colectivo social es importante en la medida que sus miembros puedan potenciar sus posibilidades, lo que él llama las pasiones alegres, potenciar todo eso que nos lleve a la creatividad y no solamente es una cuestión en relación con los derechos. Hoy las sociedades actuales evidentemente tenemos muchos derechos, pero nos lleva permanentemente a una democracia donde lo que predomina es la impotencia. En este sentido es importante cómo pensar formas de organización democrática donde podamos lograr a nivel individual y colectivo esta generación de potencialidades. En especial, y yo tomo algunas cuestiones, hoy lo que encontramos son formas autoritarias, fascistas o neofascistas, que detrás de un supuesto pensamiento libertario, que nos deja a todos encerrados en nuestro propio narcisismo, nuestro propio individualismo, caemos en cuestiones que nos llevan a estar todos contra todos. Es un desafío que hoy tenemos en la sociedad actual no solo acá, en Argentina, sino en el mundo.

16 de noviembre de 2025

Testimonios sobre una persistente intromisión (5/5)

La sumisión total de Argentina

En una reciente entrevista difundida por la “Radio Perfil” de Argentina, el Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires Ariel Goldstein (1987) habló sobre el avance de la derecha radical a nivel global. El autor del ensayo “La cuarta ola. Líderes, fanáticos y oportunistas en la nueva era de la extrema derecha” sostuvo que “esta cuarta ola de la derecha radical, y particularmente su crecimiento en América Latina, va a permanecer. A diferencia de las anteriores, ahora lo que hay es una internacional reaccionaria operando a cara descubierta: Milei, Vox, Meloni y Trump forman parte de una red global que ya no oculta sus vínculos y que está destruyendo la democracia bajo la concentración oligárquica del poder”. Y precisó: “La primera ola es la ola del fascismo y sus influjos en América Latina: el nacionalismo, el fascismo, el catolicismo, el hispanismo de los años ’30 y ‘40, que tuvo influjo en el integralismo en Brasil, un poco en el peronismo en la Argentina y en sus corrientes de derecha. La segunda ola es la ola del macartismo en los Estados Unidos, que nace y se despliega en nuestra región con la Guerra Fría, después de la Revolución Cubana, con las dictaduras en el Cono Sur: con Pinochet, con Videla, con la idea de que hay que proteger a la civilización cristiana occidental del enemigo comunista ateo. Después tenemos una tercera ola, que es la ola de Collor de Mello, de Menem, de Fujimori, que es la ola neoliberal, la de la caída del muro, del Consenso de Washington. Y ésta es la cuarta ola, que para mí se define particularmente porque es un nuevo anticomunismo 2.0, con las redes sociales y con las conexiones internacionales”.
Y agregó: “Antes la extrema derecha ocultaba sus vínculos en común. Pensamos en la represión de la Operación Cóndor en el Cono Sur: eso no estaba a la vista; saltó después, que estaba todo coordinado con Estados Unidos, con Kissinger. Pero ahora lo que hay es: Milei es amigo de Vox, es amigo de Giorgia Meloni, es amigo de Trump. Trump lo rescató con el salvataje financiero. Esto es la internacional reaccionaria operando a cara descubierta, y ya no hay un ocultamiento de esto. Esa es la virtud de la extrema derecha: saber unirse globalmente. Y eso la hace muy poderosa. En todas las olas hay una guerra: una guerra fría, una guerra caliente, una guerra latente. Antes, la amenaza a Occidente venía de Rusia, ahora viene de China, pero finalmente es Estados Unidos quien conduce a Occidente en esa guerra contra esos adversarios. Hoy nuestro país está completamente subordinado a los Estados Unidos. Scott Bessent dicta la política económica a través de tweets sobre lo que va a pasar en los mercados: los regula, los desregula. Estamos totalmente atados de pies y manos a Donald Trump”.


Ante esta innegable coyuntura cabe preguntarse si Estados Unidos puede mantener sus objetivos actuales de dominio sobre América Latina y el Caribe con la Doctrina Monroe. Cuando surgió este dogma, los enemigos eran las viejas potencias coloniales europeas. Ahora se estigmatiza la injerencia de Rusia y la competencia económica de China. Si bien en un discurso ante la Organización de Estados Americanos (OEA) en noviembre del 2013, el entonces Secretario de Estado John Kerry (1943) aseguró que la Doctrina Monroe “había muerto” y que su país aspiraba a una relación “de iguales” con la región, pasó muy poco tiempo para que, bajo la primera presidencia de Trump, su sucesor Rex Tillerson (1952) proclamase la “plena vigencia” del pensamiento monroista para profundizar la hegemonía sobre América Latina y el Caribe con el objetivo de fortalecer la democracia.
Cuando los actuales gobiernos de Estados Unidos y Argentina hablan de democracia, ¿de qué están hablando? ¿De desmantelar y sumir en el caos a las instituciones estatales que pudieran interponerse en su camino? ¿De acaparar un poder con tintes de autoritarismo con el fin de implementar políticas extremas que privan a los ciudadanos de sus derechos fundamentales? ¿De intentar inconstitucionalmente convertir la presidencia en una autocracia sin rendición de cuentas? ¿De reprimir la libertad de expresión para sofocar la disidencia? ¿De promover una mayor acumulación de capital y de ganancias de las grandes corporaciones? ¿De tomar medidas que maximizan la desigualdad y llevan a la penuria a millones de trabajadores? ¿De afirmar que la libertad y la democracia son incompatibles? Tras las declaraciones de Trump justificando sus intervenciones tanto económicas como militares con el fin de construir un mundo libre, de defender la libertad y de expandir la democracia, está claro que, con las medidas que está tomando, nada de eso está sucediendo. Lo que claramente planea es retomar la antigua orientación imperial de su país.
Para muchos sociólogos y politólogos entre Trump y Milei hay puntos de coincidencia clarísimos. Con un estilo político belicoso caracterizado por muestras de torpeza, de autoritarismo, de vulgaridad y de brutalidad, ambos son practicantes destacados de la corriente moderna de la política de extrema derecha, marcada por los ataques a las instituciones, el descrédito de los medios de comunicación, la desconfianza en la ciencia, el culto a la personalidad y el narcisismo. Tampoco es menor su fuerte presencia en las redes sociales, donde ambos se comunican e interactúan directamente con sus seguidores. También economistas consideran que los dos tienen una plena identificación en muchos aspectos, entre ellos un enfoque claro hacia el individualismo y la meritocracia, y la creencia de que en todas las sociedades hay ganadores y perdedores dentro de un juego libre en el que todos participan bajo las mismas reglas. Estas creencias ideológicas a menudo generan conflictos y divisiones en la sociedad, lo que no hace más que polarizarla cada vez más.


Allá por 1968, el filósofo e historiador húngaro Georg Lukács (1885-1971) advertía en su ensayo “Demokratisierung heute und morgen” (Democratización hoy y mañana): “La democracia de hoy es la democracia de un imperialismo manipulador en cuyo dominio se reina mediante la manipulación. Sabemos que estamos violando la etiqueta de la cientificidad, hoy considerada respetable, al escribir sin comillas palabras como imperialismo o colonialismo. El desprecio que en general impera en las ciencias sociales en el plano ideológico, impide en primer lugar, la tarea social de esclarecer el conflicto cualitativo del estado económico del presente con relación al del pasado. La libertad y la igualdad, de ninguna manera desaparecen en este proceso; sus formas cada vez más socavadas llenan, como contenido, los intereses cada vez más concretos de la burguesía. Cuanto menos la libertad está unida por el contenido a los ideales (las ilusiones) del origen, tanto mayor es la gloria tributada al fetiche vacío de la libertad; cuanto más dominan la vida real los intereses de los grandes grupos políticos o económicos, tanto mayor el honor que se le hace a este fetiche como utilización y coronación de cada expresión propagandística. La desideologización es la veneración ideológica de la libertad sin sustancia”.
Esa “libertad sin sustancia” es la que está aplicando el presidente argentino desde que asumió. Mientras grita desquiciadamente cada dos por tres “¡viva la libertad, carajo!”, no hace más que referirse a la libertad que tienen las grandes empresas, nacionales y multinacionales, para hacer grandes negocios multimillonarios e imponer sus reglas y condiciones al conjunto de la población que, en la práctica, no goza de ningún beneficio, al contrario, cada día que pasa se ve más perjudicada. Sus políticas de ajuste desencadenaron el resquebrajamiento de la seguridad social, de las empresas públicas, del poder adquisitivo de la clase media -motor del consumo- y, obviamente, de las poblaciones más empobrecidas. Trabajadores de la salud, la ciencia y la educación han sufrido una gran merma en sus ingresos, y son más de dieciséis mil las pequeñas y medianas empresas que bajaron sus persianas. Y ni hablar de los jubilados, la mayoría de los cuales han sido sumidos en la pobreza y la precariedad. En definitiva, su libertad no es más que una “libertad insustancial” que no garantiza la justicia social, la igualdad de oportunidades ni la participación democrática de la mayor parte de la ciudadanía.
Hace casi cien años, en su obra “Das unbehagen in der kultur” (El malestar en la cultura) el padre del psicoanálisis Sigmund Freud (1856-1939) consideraba que la libertad, si no se orientaba como patrimonio cultural, en el fondo era una idea caótica. “La idea de libertad tiene que estar ligada a la justicia”, y planteó que “si no hay una rebelión contra una injusticia, la libertad es sólo la expresión de un narcisismo que no acepta restricciones. La libertad y la verdad son entidades que van unidas en una interrelación que las hacen interdependientes en su sentir y expresar en el ser humano. Para poder mostrar nuestra verdad, tenemos que ser libres en el pensar y actuar, y para poder ser libres en el pensar y actuar, debemos concebir nuestra propia verdad. La que apercibimos en el mundo externo y la que sentimos en el interior de nuestra conciencia”. ¿Son realmente libres los argentinos ante un presidente que tras su asunción declaró que “siempre les dije la verdad y no es gratis, pero prefiero decir una verdad incómoda antes de una mentira confortable”? ¿O acaso no son “mentiras confortables” las que proclama asiduamente? ¿Lo hace porque es un esquizofrénico que tiene alucinaciones, padece delirios, vocifera discursos incoherentes y no percibe la realidad social? ¿O lo hace porque la percibe muy bien pero no le importa porque es un sociópata?


Rodeado de una caterva de funcionarios con nefastos antecedentes, desdeña constantemente la Constitución Nacional, promulga leyes por decreto, veta proyectos que le son enviados desde el Congreso y, mediante las redes sociales, no sólo hace anuncios, sino que también insulta a sus opositores. Para cualquier persona deberían ser cognoscibles las persistentes contradicciones que emanan de su boca. Así, por ejemplo, su ministro de Economía Luis Caputo pasó de ser “un irresponsable que se fumó quince mil millones de dólares de reserva” a ser “el mayor experto financiero” y “el mejor ministro de Economía de toda la historia argentina”. Su ministra de Seguridad Patricia Bullrich pasó de ser “una terrorista que ponía bombas en jardines de infantes” a ser “una formidable y maravillosa ministra que hace un trabajo fenomenal”. El ex ministro de Economía Domingo Cavallo pasó de ser “el mejor ministro de Economía de toda la historia porque fue el único que domó la inflación” a ser “un impresentable que insultaba a todo el mundo y no tenía equilibrio fiscal”. El ex presidente Mauricio Macri pasó de ser alguien que “me aportó elementos de su experiencia ya que tenía las ideas y la dirección correctas” a ser “un ladrón, un mediocre carente de ideas”.
Y ni qué decir de sus incoherentes opiniones sobre el FMI, la organización financiera internacional de las Naciones Unidas con sede en Washington. Hace un tiempo Milei declaraba que “los liberales detestamos al FMI. El FMI ni siquiera debería existir, porque es una institución perversa. Cuando un país está a punto de explotar después de hacer un montón de zafarranchos y que ya nadie lo financia, ¿qué hace? Pone la guita y le permite tirar el ajuste para adelante”. Hoy, cuando el FMI acaba de apoyar financieramente a la Argentina mediante un swap de veinte mil millones de dólares, Milei declaró: “Quiero agradecerle a toda la junta directiva del Fondo Monetario Internacional y en especial a Kristalina Georgieva, la presidenta del organismo, por el acuerdo al que hemos llegado. Es un programa inédito porque es la primera vez en la historia que el Fondo aprueba un programa que no es para financiar la transición de una macroeconomía desordenada a una ordenada, sino para respaldar un plan económico que ya ha rendido sus frutos”.
Al poco tiempo de haber asumido el gobierno, el presidente anarco-capitalista hizo un fuerte ajuste ortodoxo para, según él, ordenar algunas variables macroeconómicas: alza del tipo de cambio, suba de impuestos, aumento en las retenciones a las exportaciones, incremento significativo de las tarifas de servicios públicos (luz, agua, gas, transporte), suspensión de obra pública, reducción de las transferencias a provincias, etc. Todas estas medidas fueron tomadas sin ningún tipo de compensación de ingresos ni acuerdo de precios, lo que implicó una reducción sensible de los ingresos en términos reales y tuvieron un costo social elevado. Unos meses después, el Congreso Nacional aprobó la Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos, un paquete legislativo que incluyó el Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), una norma que fue redactada, entre otros, por el ministro de Economía Caputo y el ministro de Desregulación y Transformación del Estado Federico Sturzenegger (1966). Según declaró Milei, ese paquete de beneficios fiscales, tributarios y legales para la inversión privada extranjera o nacional haría que la recuperación económica fuese más rápida, sostenible y duradera. Y, según conceptualizó con su habitual cinismo el vocero presidencial Manuel Adorni (1980), ese decreto era “una herramienta para atraer inversiones significativas para la economía nacional, que de lo contrario no se desarrollarían”.


Unos años antes, en 2009, el periodista francés especialista en temas medioambientales y económicos Hervé Kempf (1957) publicó “Pour sauver la planète, sortez du capitalism” (Para salvar el planeta, salir del capitalismo), una obra en la cual, entre otras cosas, expresó que “nada mejor para simbolizar esta nueva fase del capitalismo que las palabras utilizadas por los comentaristas: antes ‘inversor’ designaba a un empresario que comprometía su capital en una operación industrial o comercial de resultado incierto; ahora el término califica a las personas y a las firmas que juegan en el mercado financiero y que no son, en realidad, más que especuladores. De hecho, el mercado financiero mundial se convirtió en un sistema de fraude en el que las deudas creadas por la especulación se pagan con nuevos endeudamientos, sin garantías reales”. Ahora que, según Milei, ha llegado el momento de invertir en la Argentina, ¿serán estos últimos los “inversores” que vendrán al país?
Hace pocos días, el Representante Comercial de Estados Unidos Jamieson Greer (1979) anunció un “Acuerdo Marco” comercial con la Argentina e indicó que el mismo “reafirma la alianza estratégica” entre ambas naciones sobre la base de “valores democráticos compartidos y una visión común de libre empresa, iniciativa privada y mercados abiertos”. Milei celebró este “acuerdo”: “Estados Unidos ha decidido abiertamente ser el líder de la región y lo celebro con fuerza. Antes, Estados Unidos se preocupaba por ayudar a quienes no eran aliados, alimentando a sus propios enemigos. Hoy han hecho un giro copernicano, que es fabuloso. Es decir: apoyo a los aliados y ningún apoyo a los no aliados. Me parece brillante”. En concreto, el alineamiento servil de Milei con Estados Unidos marca un preocupante retroceso en la autonomía y la soberanía nacionales. No es más que un ejemplo del neocolonialismo económico que impera en el país en la actualidad, un país dominado por los intereses financieros estadounidenses que ponen a la Argentina como el principal exponente en Latinoamérica del “destino providencial” norteamericano, aquel criterio que desde hace doscientos años viene utilizando para proteger sus intereses, fortalecer su liderazgo continental, imponer un orden oligárquico y favorecer su desarrollo imperialista.  

15 de noviembre de 2025

Testimonios sobre una persistente intromisión (4/5)

El resurgimiento de la ultraderecha y el crecimiento de China en el comercio mundial

En “La historicidad del pueblo y los límites del populismo”, un artículo aparecido en la revista “Nueva Sociedad” nº 274 en abril de 2018, la Doctora en Ciencia Política argentina María Victoria Murillo (1967) se refirió a las condiciones de este sistema: “La reacción populista se caracteriza por la emotividad de su promesa redentora y por un voluntarismo que recobra la acción política por sobre los límites impuestos por la racionalidad de los mercados y de saberes expertos. Los actos simbólicos son claves en demostrar la capacidad del populismo para subyugar a estos poderes fácticos haciendo de la nacionalización, por ejemplo, no solamente una estrategia económica de intervención estatal, sino también un símbolo de soberanía popular sobre actores externos que tratan de someterla. En este sentido, los rituales populistas iluminan la importancia no solamente en el líder, sino también en las masas que participan en el proceso. La reacción populista responde a una realidad material, pero incluye una dimensión no sólo de reparación de la injusticia anterior, sino de protagonismo en el proceso. Esta definición pone el acento en el impacto de la construcción del concepto de soberanía popular, en la histórica debilidad de los Estados latinoamericanos y en el efecto de los ciclos político-económicos que producen reacciones frente a procesos de exclusión, para explicar el carácter inclusivo de las experiencias populistas”.
Por su parte el economista argentino Claudio Katz (1954) analizó en su ensayo “Desenlace del ciclo progresista” el declive de los gobiernos de la región llamados populistas por algunos o progresistas por otros. Para él, el progresismo en la región se vio afectado por ensayos neodesarrollistas fallidos, especialmente en la incapacidad de canalizar las rentas agroexportadoras hacia actividades productivas sostenibles. En este contexto, a pesar de que el aumento del gasto social logró distender la protesta social, el descontento se extendió durante esos gobiernos, minando gradualmente su respaldo. “El ciclo progresista -escribió- permitió conquistas democráticas que introdujeron derechos bloqueados durante décadas por las elites dominantes. También se impuso un hábito de mayor tolerancia hacia las protestas sociales. Además, el periodo progresista incluyó la recuperación de tradiciones ideológicas antiimperialistas. También involucró transformaciones internacionalmente valoradas por los movimientos sociales”. Sin embargo, podría decirse que, durante la segunda década del siglo actual, dichos gobiernos fueron incapaces de sostener el consenso y no pudieron evitar que buena parte de la ciudadanía advirtiera los límites de los cambios operados durante esa etapa.
Ese agotamiento de los ciudadanos dio como resultado el triunfo electoral de gobernantes neoliberales de derecha, cuyos mayores exponentes fueron Mauricio Macri (1959) en Argentina y Jair Bolsonaro (1955) en Brasil. También ascendió la derecha en Chile, en Colombia, en El Salvador, en Paraguay, en Perú y en Uruguay, gozando todos ellos de la aprobación y el fuerte apoyo de los sucesivos mandatarios norteamericanos George Bush (1946), Barack Obama (1961) y Donald Trump (1946). En el caso de la Argentina, el viraje hacia el neoliberalismo impulsado por Macri fue respaldado por Estados Unidos con la firma de una serie de acuerdos de cooperación y un descomunal préstamo del FMI con el fin de apoyar el crecimiento y los “avances en la modernización de la economía argentina”, según palabras de Trump. Y en el caso de Brasil porque, según opinó el ultraderechista Steve Bannon (1953), el principal estratega de la Casa Blanca durante el primer gobierno de Trump, “Bolsonaro representa el camino del capitalismo esclarecido y ejerce un liderazgo populista nacionalista”.


Por entonces, China había experimentado una enorme transformación económica debida principalmente a las reformas políticas y estratégicas que el país implantó a principios del siglo XXI. Ello le permitió situarse entre las primeras potencias mundiales, algo que tuvo enormes implicancias políticas, económicas y estratégicas, principalmente al resquebrajar el orden configurado por la hegemonía estadounidense, sobre todo a sus monopolios en áreas clave como energía, ciencia y tecnología, producción, infraestructura y finanzas. Fue a partir de 2001 que la participación de China en el comercio mundial se potenció gracias a su entrada en la World Trade Organization (Organización Mundial del Comercio - OMC). Como consecuencia de ello, en 2018 desbancó a Estados Unidos como principal socio comercial a nivel mundial.
Cuando Xi Jinping (1953) asumió la presidencia de la República Popular China en 2013, la política exterior del país cambió significativamente. Paulatinamente fue involucrándose en la economía global y su influencia comenzó a sentirse en muchos países tanto de Asia y África como de América Latina. Como bien lo explicó el analista económico nicaragüense Oguer Reyes Guido (1977) en “El ascenso de China y sus implicaciones para América Latina. Una redefinición de la arquitectura económica global”, un artículo aparecido en la revista “Observatorio de la Economía Latinoamericana” nº 204 en 2014, “la impresionante evolución económica que ha tenido China está planteando una serie de desafíos a las naciones que hasta inicios del siglo XXI habían dominado el planeta. Tras la caída del Muro de Berlín, los Estados Unidos han pretendido crear un nuevo orden mundial de carácter unipolar. En los primeros años del siglo XXI esta táctica política ha producido resultados verdaderamente nefastos para los Estados Unidos, debido a que se encuentran muy cuestionados por los Estados y los ciudadanos de diferentes regiones del mundo”.
“Existen una serie de acciones que China ha venido realizando en Latinoamérica -agregó- que tienen un importante impacto político. Para comprender en profundidad lo sensible que es Estados Unidos en el tema de Latinoamérica hay que hacer notar que, tradicionalmente, se había considerado esta región como una zona geográfica de influencia exclusiva de los Estados Unidos. Ahora bien, el nuevo posicionamiento de China en la región ha venido a desafiar los viejos paradigmas acerca de la hegemonía de los Estados Unidos. En la coyuntura actual, el paradigma de la doctrina Monroe, ‘América para los americanos’, se ha derrumbado debido a que China ha cobrado una importancia extraordinaria en América Latina. La región ha dejado de estar bajo la influencia exclusiva de los Estados Unidos”.


Y concluyó: “A la par de esta coyuntura política, en América Latina, desde una perspectiva más amplia, las inversiones chinas están revolucionando la estructura económica de la región con elevadísimas inversiones en infraestructura de logística y transporte para expandir el comercio hacia el Pacífico. China no limita su comercio con América Latina a la exportación de productos manufacturados y la compra de materias primas, sino que importa productos de alto valor agregado. En ese sentido ha intensificado sus relaciones comerciales con Brasil, Chile, Colombia, Nicaragua, Perú y Argentina. Dentro de su dinámica de expansión, China ha puesto en práctica una serie de alianzas estratégicas con países de diversas partes del mundo. Un lugar especial han tenido, dentro de la política expansiva china, las alianzas estratégicas con países de la región Latinoamericana. Esta región representa para la potencia asiática considerables ventajas en términos de obtención de materias primas, tierras para el cultivo, y otros aspectos fundamentales para el funcionamiento de su país”.
Los docentes universitarios y militantes políticos Fernando Esteche (1967), Guillermo Caviasca (1967) y David Acuña (1977), en su ensayo “Destinados por la providencia. Una historia de la relación del Imperio con Nuestramérica”, consideraron que “ciertamente, Estados Unidos se encontró, en las ya dos décadas que van de este milenio, con una alteración de sus previsiones (o imprecisiones) geopolíticas. El enorme crecimiento chino, con un modelo alternativo de acumulación y de relaciones internacionales, y el resurgimiento de Rusia, como potencia que juega sus propios intereses en la arena internacional, colocaron a la OTAN y a los anglosajones, encabezados por Estados Unidos en el dilema de llevar adelante el enfrentamiento del presente: sacar a Rusia del juego e impedir que China supere a Estados Unidos y, paralelamente, eliminar o disminuir los márgenes de autonomía de las nuevas potencias regionales. En América Latina, eso se traduce en el disciplinamiento de su ‘patio trasero’. La presencia rusa y, sobre todo china, es la principal hipótesis de conflicto de la etapa”.


“En la región -agregaron-, se orienta a la neutralización o expulsión de esos competidores, porque, según el anteúltimo comandante de la Armada de los Estados Unidos Craig Faller, se trata de una región donde ‘estamos conectados con las naciones en todos los ámbitos; mar, aire, tierra, espacio, cibernética y, lo que es más importante, con nuestros valores’, y señaló a China y a Rusia, como ‘actores malignos’ a combatir. La general Laura Richardson asumió el mando del Comando Sur de Estados Unidos en un momento de agudización de la lucha por la hegemonía mundial. La jefa militar declara públicamente que América Latina es un territorio propio de Estados Unidos, y es ‘visible que el resto de occidente reconoce esta situación’. Las actividades y documentos públicos del Comando Sur muestran la orientación de las preocupaciones y como se van materializando las líneas de acción principales y específicas. Ciberdefensa, seguridad cooperativa, amenazas china y rusa, defensa de ‘un modo de vida’, de las ‘libertades y los derechos humanos’, contra los ‘regímenes autoritarios” y una concepción de los inmensos recursos naturales de la región como sujeto de defensa interamericana común, para ser aprovechados por instituciones comunes”.
En la actualidad, China se ha convertido en el principal socio comercial de Argentina, desplazando de esa condición a Brasil. Con China, la argentina también firmó en 2023 un acuerdo de intercambio financiero llamado “swap”, un mecanismo por el cual se comprometió a pagar con periodicidad una serie de flujos monetarios a cambio de ir recibiendo otros flujos. Ante la calamitosa situación económica que atraviesa el país presidido por Javier Milei (1970) -asesorado por su hermana Karina Milei (1973), quien ejerce la mayor influencia política y personal del presidente-, el gobierno se vio obligado a solicitar varios créditos al FMI e incluso al Tesoro de los Estados Unidos. Esto incluyó un swap otorgado por el Secretario del Tesoro estadounidense Scott Bessent (1962) con el objetivo de reforzar las reservas del Banco Central.
Por el momento no se han ofrecido mayores detalles sobre las garantías que ofrece la Argentina para garantizar los términos del acuerdo, pero extraoficialmente se habla de la entrega de recursos minerales como el petróleo, el gas, el litio, el cobre y los metales electropositivos como el neodimio-hierro-boro y el samario-cobalto (fundamentales para la transición energética) que se encuentran en lo que se denomina “tierras raras” situadas en el noroeste del país. Esto además de permitir la instalación de una base de submarinos al servicio de la armada norteamericana en Ushuaia con el fin de consolidar su presencia militar en el Atlántico Sur y la Antártida, y de reducir al mínimo la influencia de China en esa parte del continente.


De ser esto cierto, constituiría la mayor entrega de la soberanía argentina a Estados Unidos. Nunca, entre el medio centenar de presidentes ya sean constitucionales o de facto que gobernaron al país desde su independencia, se produjo semejante vasallaje. No existen antecedentes en la historia argentina de una cesión de facultades soberanas tan explícita a una potencia extranjera. La subordinación de Milei hacia Trump no es más que una sumisión geoestratégica que ignora el desarrollo nacional hacia el mediano y largo plazo. Es evidente que a Milei y a sus seguidores liberal-libertarios no les interesa esta coyuntura. Como si eso no fuera suficiente, ha nombrado en puestos clave a ex ejecutivos del JP Morgan, el banco más grande de Estados Unidos y una de las mayores empresas financieras del mundo, perpetuando de ese modo un modelo que prioriza el mercado por sobre la soberanía nacional. De esa manera favorece más a los intereses de la élite global que a las necesidades del país en crisis.
En el coloso financiero de Wall Street trabajaron el actual Ministro de Economía Luis Caputo (1965), el Secretario de Política Económica y Viceministro de Economía José Luis Daza (1958), el Presidente del Banco Central Santiago Bausili (1974), el recientemente nombrado Canciller Pablo Quirno (1966), el Vicepresidente del Banco Central Vladimir Werning (1974), el Secretario de Finanzas Alejandro Lew (1974), y el Presidente de Nucleoeléctrica Argentina y ex Jefe de Gabinete de Asesores Presidenciales Demián Reidel (1971). En una reciente visita a la Argentina, el Director Ejecutivo del JP Morgan Jamie Dimon (1956) señaló que “el presidente argentino Javier Milei está haciendo un buen trabajo reformando la problemática economía del país”. Y añadió: “Si logra continuar implementando sus políticas durante el resto de este mandato, y quizá en un segundo mandato, podría transformar la Argentina”, y describió al presidente argentino como una “fuerza de la naturaleza”.
Esto no es más que otra evidencia de la pérdida de la soberanía económica, algo que para muchos economistas es una “ocupación financiera” que recuerda a nefastas experiencias vividas durante el Proceso de Reorganización Nacional, la dictadura militar que gobernó al país entre 1976 y 1863, cuando el Ministerio de Economía estaba a cargo de José Alfredo Martínez de Hoz (1925-2013). Su modelo económico se caracterizó por la devaluación del peso, una alta inflación, el aumento del endeudamiento y una gran subordinación financiera. El plan de entonces sólo benefició a los grandes grupos económicos y financieros, a expensas de un gran costo social y la pérdida de la industria nacional. Y otro ejemplo fue el llamado “Mega-Canje” implementado en 2001 por el entonces ministro de Economía Domingo Cavallo (1946) durante el gobierno del citado Fernando de la Rúa. El plan pretendía aliviar los pagos de intereses y de capital de la gigantesca deuda externa argentina, canjeándola por una nueva que permitiera pagarla en un plazo mayor. Sin embargo, ese canje tuvo un costo exorbitante e implicó el incremento de la deuda externa, lo que llevó al país a una profunda crisis económica que provocó el estallido social de diciembre de ese año.

14 de noviembre de 2025

Testimonios sobre una persistente intromisión (3/5)

La Doctrina de Seguridad Nacional desde las dictaduras hasta las revoluciones pasivas

A partir del comienzo de la década de los ’60, los sucesivos gobiernos estadounidenses aplicaron en Latinoamérica lo que se conoció como Doctrina de Seguridad Nacional, una ideología promovida en marzo de 1947 por el entonces presidente de Estados Unidos, el ya citado Harry Truman, con la intención de contrarrestar con la asistencia militar del Departamento de Defensa, cualquier agresión contra regímenes afines a la política exterior de Washington. Bajo esa premisa, Estados Unidos apoyó todos los golpes militares que se produjeron en Latinoamérica. La gran ofensiva injerencista llevada adelante bajo esa doctrina, en cierto modo puede relacionarse con la teoría del “Big stick” (Gran garrote), un concepto utilizado en 1901 por el antes mencionado presidente Theodore Roosevelt para realizar negociaciones y pactos con los países latinoamericanos, pero mostrando siempre la posibilidad de una intervención armada.
Roosevelt era un gran aficionado a la caza mayor. Tras dejar la presidencia en 1909, viajó a África para participar en un safari patrocinado por el Smithsonian Institution (Instituto Smithsoniano), una institución dedicada a la investigación científica. Según narró en su libro “African game trails” (Senderos de caza africanos) publicado en 1910, una noche durante la cacería, se le acercó un nativo y le explicó que, para cazar, según establecía una tradición ancestral, había que hablar en voz baja pero siempre teniendo un garrote a mano. “Speak softy and carry a big stick, you will go far” (habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos) escribió Roosevelt, y con esa táctica hizo dar los primeros pasos al imperialismo estadounidense y a su actuación como potencia mundial, intereses que dejó en claro, tal como se mencionó anteriormente, en 1904 en su Corolario a la Doctrina Monroe.
Lo concreto es que, empleando la Doctrina de Seguridad Nacional, Estados Unidos participó activamente en la instauración de distintas dictaduras latinoamericanas como la de Paraguay entre 1954 y 1989; las de Perú entre 1962 y 1963, y entre 1968 y 1980; las de Ecuador entre 1963 y 1966, y entre 1972 y 1979; la de Brasil entre 1964 y 1985; las de Bolivia entre 1964 y 1966, entre 1969 y 1978, y entre 1980 y 1982; la de Uruguay entre 1973 y 1985; la de Chile entre 1973 y 1990; y las de Argentina entre 1966 y 1973, y entre 1976 y 1983. En el caso particular de Argentina, la primera de ellas se autodenominó Revolución Argentina y fue presidida primero por el general Juan C. Onganía (1914-1995), luego por el general Roberto Levingston (1920-2015) y concluyó bajo el mando del general Alejandro Lanusse (1918-1996).
Por entonces, durante el gobierno de Richard Nixon (1913-1994), su vicepresidente Nelson Rockefeller (1908-1979) emitió un informe en el cual valoró la bondad de las dictaduras militares que actuaban con la estrecha colaboración del Departamento de Estado y de la Central Intelligence Agency (Agencia Central de Inteligencia - CIA). Entre otros conceptos, expresó: “Virtualmente todos los gobiernos militares en el hemisferio han llegado al poder para ‘rescatar’ al país de un gobierno incompetente o de una situación económica o política intolerable. Históricamente, estos regímenes han variado ampliamente en sus actitudes hacia las libertades civiles, la reforma social y la represión”. Y agregó: “En muchos países de Sud y Centroamérica, los militares forman el más poderoso grupo político en la sociedad. Los hombres militares son símbolo de poder, autoridad y soberanía, y foco del orgullo nacional. Han sido tradicionalmente considerados en la mayoría de los países como los árbitros últimos del bienestar de la nación”.


Más adelante, el Proceso de Reorganización Nacional (tal como se denominó a la dictadura cívico-militar-clerical que gobernó desde el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976) contó con el apoyo de diversos sectores del empresariado, de la burguesía, de la oposición antiperonista y de la Iglesia Católica. Aunque la CIA no intervino directamente en el golpe, el presidente estadounidense Gerald Ford (1913-2006) brindó apoyo político, económico y militar a la dictadura iniciada por Jorge Rafael Videla (1925-2013), una dictadura que haciendo uso del “terrorismo de Estado”, produjo miles de desapariciones, asesinatos, torturas, violaciones, apropiación de menores, exilios forzosos, persecución del activismo obrero, supresión de derechos civiles. etc. Una política represiva que fue implementada a través del Plan Cóndor, una campaña de represión que coordinó a varios países de Sudamérica y contó con el apoyo de sectores civiles y de los Estados Unidos.
Videla ejerció la presidencia de facto hasta fines de marzo de 1981. Luego fue sucedido por los generales Roberto Eduardo Viola (19241994), Leopoldo Fortunato Galtieri (1926-2003) y Reynaldo Bignone (1928-2018), dictadores todos ellos apoyados desde Washington -con algunos reparos- por Gerald Ford (1913-2006) y James Carter (1924-2024) sucesivamente. Las objeciones fueron en todo caso engañosas, ya que ninguno de ellos objetó la sistemática utilización del Plan Cóndor, una campaña de represión política implementada en noviembre de 1975 por los líderes de los servicios de inteligencia militar de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay, para la cual Estados Unidos planificó y coordinó la formación sobre métodos de tortura, y proporcionó apoyo técnico y ayuda militar a los militares golpistas, algo que se canalizó con frecuencia a través de la CIA.
En “Caída de las dictaduras y procesos de democratización en América Latina en el siglo XX”, un artículo publicado en el sitio web “estudyando.com”, se describieron aspectos de esos procesos dictatoriales. Entre otras cosas dice: “Las dictaduras implementaron políticas económicas neoliberales, abriendo sus mercados al capital extranjero, pero al mismo tiempo generaron un aumento en la desigualdad social. La represión fue una constante: desapariciones forzadas, torturas y exilios políticos se convirtieron en prácticas sistemáticas. Sin embargo, hacia los años ‘80, estos regímenes comenzaron a mostrar signos de debilidad. Las crisis económicas, la presión internacional y el creciente descontento social socavaron su legitimidad, abriendo paso a demandas de democratización. Hacia fines de los años ‘70 y principios de los ‘80, el escenario internacional comenzó a cambiar. Organismos internacionales como la Organización de los Estados Americanos (OEA) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU), empezaron a condenar las dictaduras, mientras que países europeos, especialmente España y Suecia, brindaron asilo a exiliados políticos. La presión económica también jugó un papel clave: el endeudamiento externo y las crisis financieras de los años ‘80 limitaron la capacidad de los regímenes militares para mantenerse en el poder. Así, la combinación de factores internos y externos creó las condiciones para que América Latina iniciara su transición hacia la democracia”.


Y agrega más adelante: “El retorno a la democracia en América Latina no fue un proceso inmediato ni pacífico. Una vez derrotadas las dictaduras, los nuevos gobiernos democráticos enfrentaron enormes desafíos en la reconstrucción institucional y social. La herencia de represión, censura y corrupción dejó sociedades fracturadas y economías debilitadas. La democratización también implicó reformas políticas, como la convocatoria a asambleas constituyentes en varios países para redactar nuevas cartas magnas que garantizaran derechos civiles y políticos. Sin embargo, la inestabilidad económica, los altos niveles de pobreza y la persistencia de elites tradicionales dificultaron la profundización de la democracia. En muchos casos, los nuevos gobiernos tuvieron que aplicar ajustes neoliberales bajo presión de organismos como el FMI, lo que generó malestar social y protestas”.
Efectivamente, la transición de las dictaduras militares a nuevos gobiernos democráticos se fue dando paulatinamente durante la década de los ’80. Por esos años se produjo una gran recesión mundial que redujo los precios internacionales de las materias primas latinoamericanas y esto, combinado con el gran endeudamiento externo que habían contraído gran parte de los países de América Latina con el International Monetary Fund (Fondo Monetario Internacional - FMI) y el World Bank (Banco Mundial - BM), provocó una crisis económica que dificultó la administración político-económica de los gobernantes elegidos democráticamente. Luego, durante la última década del siglo XX, siguiendo las premisas impulsadas por el citado presidente de Estados Unidos Ronald Reagan y la Primera Ministra del Reino Unido Margaret Thatcher (1925-2013), países como Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Paraguay y Perú profundizaron políticas económicas neoliberales.
El proceso de consolidación de ese modelo como fase capitalista contemporánea
supuso, tal como lo consideró en 1999 el historiador y ensayista inglés Perry Anderson (1938) en “Neoliberalism: a provisional assessment” (Neoliberalismo: balance provisorio), “un complejo proceso de confrontaciones sociales y de crisis. Confrontación con las fuerzas instituciones y culturales de las décadas pasadas, confrontación con los movimientos sociales que pretendían una perspectiva emancipatoria diferente y, por último, confrontación también con las fuerzas que postulaban otras salidas capitalistas a la crisis”. En el caso de Argentina, los gobiernos de Carlos Menem (1930-2021) primero y Fernando de la Rúa (1937-2019) después, adoptaron políticas neoliberales con privatizaciones y recorte del gasto público, lo que, sumado al aumento del desempleo, la restricción de la extracción de dinero de los bancos, la represión de las protestas y los numerosos escándalos de corrupción, llevaron al estallido social generalizado la noche del 19 de diciembre de 2001.


También otros países latinoamericanos sufrieron por entonces de manera dramática crisis económicas. Pueden mencionarse a Paraguay, Uruguay y Venezuela y, en menor medida Bolivia y Colombia. Como respuesta, surgieron durante los primeros años de la primera década del 2000 varios gobiernos calificados como “populistas”, aplicando políticas que, en combinación el nacionalismo, el liberalismo y el socialismo, de algún modo democratizaron la participación social, política y económica y generaron órdenes sociales más igualitarios. En esa línea pueden mencionarse el gobierno de Venezuela entre 1999 y 2013, el de Argentina entre 2003 y 2015, el de Brasil entre 2003 y 2016, el de Bolivia entre 2006 y 2019, y el de Ecuador entre 2007 y 2017. Todos ellos hicieron coexistir los agronegocios, la industria petrolera, el extractivismo y la minería con una ambigua tendencia a la inclusión política y social.
Tal como expresó la Doctora en Ciencias Sociales argentina Lorena Soler (1975) en “Populismo del siglo XXI en América Latina”, tras una década caracterizada por políticas de ajuste estructural, reformas fiscales, la drástica reducción del gasto público y la desregulación económica, todo ello acompañado por una brutal transferencia de recursos estatales a capitales privados cuyo resultado fue la configuración de un indicador inequívoco: el incremento de la pobreza y el aumento de la desigualdad de la distribución del ingreso y de la riqueza, “lo que se puso en crisis fue el núcleo de esa hegemonía neoliberal, constituido por un conjunto de prácticas económicas y políticas orientadas a imponer reglas de mercado -desregulaciones, privatizaciones, austeridad fiscal- y a limitar el rol del Estado a la protección de los derechos de propiedad privada, el libre mercado y el libre comercio. La crisis del consenso neoliberal puso a toda la región frente a experiencias políticas inéditas. La academia y el campo intelectual acuñaron un conjunto de categorías porosas para dar cuenta de un cambio de época que fue inesperado tanto para los observadores como para los propios actores políticos”.
Y agregó: “El derrotero de nuevos gobiernos en Venezuela, en Brasil, en Argentina, en Bolivia y en Ecuador, fue producto de contextos atravesados por el conflicto social y de la presencia significativa de los más diversos movimientos sociales, organizaciones políticas y expresiones más anómicas, como ‘ciudadanos indignados’, que tomaron protagonismo a raíz de la crisis surgida tras la implementación de las reformas neoconservadoras impulsadas a partir del denominado ‘Consenso de Washington’ y el recorte o la eliminación de políticas básicas de ciudadanía social”. Se refería al conjunto de medidas del gobierno estadounidense que, a diferencia de la Doctrina Monroe que proponía la intervención y la coerción diplomática, decidió intervenir mediante instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos.


Con estas medidas, lo que buscaba Washington era mantener su hegemonía, su “destino providencial” sobre Latinoamérica, algo que lograron porque en América Latina los ciclos progresistas de las primeras dos décadas del siglo XXI realizaron transformaciones materiales y simbólicas innegables, pero bajo una lógica de integración subordinada: ampliaron derechos sin alterar el patrón de acumulación. La redistribución se hizo compatible con el extractivismo, y la representación con la desmovilización. La potencia popular fue traducida en administración estatal, y el conflicto en consenso. En definitiva, lo que hicieron todos esos gobiernos fue lo que hace casi cien años el filósofo, sociólogo y periodista italiano Antonio Gramsci (1891-1937) denominó “revolución pasiva”.
El historiador y ensayista inglés Perry Anderson (1938) en “The H-word: the peripeteia of hegemony” (La palabra con H: la peripecia de la hegemonía), no sólo analizó las ideas de Gramsci sino también describió la forma en que el concepto de hegemonía había sido aplicado a la política internacional en el pensamiento estadounidense para analizar las relaciones entre Estados a partir de su nuevo rol protagónico como potencia mundial. En cuanto a Gramsci, sabido es que fue encarcelado en 1926 por oponerse férreamente el régimen fascista de Benito Mussolini (1883-1945). Estando en prisión escribió “Quaderni del carcere” (Cuadernos de la cárcel), una serie de treinta y tres ensayos en los que expresó que “toda revolución pasiva supone una modernización conservadora: un cambio sin revolución, una adaptación desde arriba de las clases dominantes que incorpora elementos de las clases subalternas sin que éstas adquieran poder real”.
Como bien explica el dirigente del espacio político “Encuentro Patriótico” Nicolás Mayr (1984) en su documento titulado “De la revolución pasiva a la contrarrevolución agresiva”, para Gramsci “este tipo de proceso no es una excepción, sino un mecanismo recurrente en la historia del capitalismo: la capacidad del poder de absorber lo subversivo, reorganizando su hegemonía sin recurrir a la represión abierta. La revolución pasiva es una revolución sin sujeto revolucionario, un cambio sin conflicto visible. Gramsci advertía además que toda revolución pasiva contiene su propia contradicción estructural: al inhibir la energía popular, genera una crisis de legitimidad a mediano plazo. El poder se vuelve incapaz de sostener el consenso que construyó porque la promesa de cambio, una vez frustrada, se convierte en resentimiento. Y ese resentimiento, cuando no encuentra una salida emancipatoria, se vuelve reaccionario”.
Agrega más adelante Nicolás Mayr: “El siglo XXI perfeccionó la técnica del transformismo. Los Estados posneoliberales aprendieron a traducir demandas radicales en políticas de gestión emocional: inclusión financiera, consumo como ciudadanía, derechos culturales sin redistribución estructural. El deseo de igualdad fue sustituido por el deseo de reconocimiento, y la militancia por la autoafirmación identitaria. El resultado fue una hegemonía afectiva: el progresismo ya no pedía sacrificio, sino empatía. Pero la empatía, convertida en tecnología de gobierno, se volvió anestesia. Pero la anestesia no es neutral: desactiva la capacidad de afectarse políticamente. Cuando todo se vuelve gestión emocional, la rabia -que es motor de lo histórico- se patologiza. El pueblo se vuelve espectador de su propio agotamiento”.