13 de noviembre de 2025

Testimonios sobre una persistente intromisión (2/5)

La relación bilateral entre Estados Unidos y Argentina hacia mitad del siglo XX

A comienzos de 1939, el por entonces Teniente Coronel Juan D. Perón (1895-1974) fue designado agregado militar de Argentina en Italia, donde se desempeñó en el Comando de la División Andina Tridentina, en la División de Infantería de Montaña de Piamonte y en la Escuela de Alpinismo de Aosta. En las numerosas cartas que le envió a su cuñada, le habló de los “grandes valores morales del nazismo” y del “gran movimiento espiritual contemporáneo del fascismo”. Pocos años después, el 10 de marzo de 1943, se conformó una logia de tendencia nacionalista en el seno del Ejército Argentino bajo el nombre de Grupo de Oficiales Unidos (GOU), una organización en la cual participó activamente Perón, quien jugó un rol clave en la preparación de la llamada Revolución del ’43, el golpe de Estado que el 4 de junio de ese año derrocó al presidente Ramón Castillo (1873-1944), el último de la Década Infame.
La dictadura instaurada adoptó por decreto, entre otras medidas, la disolución de los partidos políticos, el establecimiento de la educación religiosa en las escuelas públicas y la imposición de un control rígido en la difusión de noticias. Los tres generales que gobernaron de facto con el título de presidente fueron Arturo Rawson (1885-1952), quien  lo hizo tan sólo por tres días sin llegar a prestar juramento ya que debió renunciar debido a las presiones internas que tuvo tras nombrar en su gabinete a hombres enrolados en las filas del conservadurismo; luego lo sucedió Pedro Pablo Ramírez (1884-1962) entre el 7 de junio de 1943 y 9 de marzo de 1944; y después lo hizo Edelmiro J. Farrell (1887-1980) entre el 9 de marzo de 1944 y el 4 de junio de 1946. Éste, un año antes aprobó el Estatuto Orgánico de los Partidos Políticos con el objetivo de restaurar la democracia y convocó a elecciones, las cuales se celebraron el 24 de febrero de 1946 y fueron ganadas por Perón, quien venció a una alianza conformada por la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, el Partido Comunista y el Partido Demócrata Progresista.
Un año antes, el citado presidente norteamericano Franklin Roosevelt había nombrado como embajador en la Argentina a Spruille Braden (1894-1978), cuyo cargo fue confirmado por el presidente Harry S. Truman (1884-1972) tras la muerte de su antecesor, quien había fallecido poco después del nombramiento. Truman actuó como embajador en la Argentina entre 21 de mayo y el 23 de septiembre de 1945, un período en el que participó activamente en fomentar la oposición al por entonces Vicepresidente, Ministro de Guerra y Secretario de Trabajo Juan D. Perón. En su discurso inaugural dado el 29 de mayo en el Club Americano de Buenos Aires, una entidad fundada en 1918 para promover las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Argentina, declaró sin rodeos que su misión “tenía por objeto proteger y promover todos los legítimos intereses de su país. Si una minoría de malintencionados intentara llegar a estas costas, la colectividad norteamericana y su embajada la rechazarán con más indignación que los propios argentinos”.
En varias ocasiones declaró que existía en la Argentina una clara evidencia de conceptos nazi-fascistas y militaristas en los “arbitrarios decretos que amenazan las inversiones extranjeras y que en grado variado ponen bajo control gubernamental al comercio, las finanzas, los partidos políticos e incluso el culto”. Mantuvo varias reuniones con Perón, las que oscilaron entre amables y hurañas. Durante su breve desempeño como embajador promovió el activismo de los partidos políticos, de la Sociedad Rural, de la Unión Industrial Argentina y de periódicos como “La Prensa”, “La Nación” y “El Mundo”, que informaban sobre los acontecimientos de esa época desde una perspectiva ultra conservadora muy crítica. Cuando a mediados de agosto el gobierno estadounidense le indicó que regresara al país para ocupar el cargo de Secretario de Estado para Asuntos Americanos, dio un discurso de despedida en el Plaza Hotel en el que afirmó: “Que nadie imagine que mi traslado a Washington significará el abandono de la tarea que estoy empeñando”. Se refería a su campaña en contra de la posible candidatura de Perón a la presidencia, algo que ya se rumoreaba en las calles de Buenos Aires.


Unos días antes de su partida se reunió con opositores políticos, militares y eclesiásticos a esa candidatura e hizo declaraciones criticándolo abiertamente. “La voz de la libertad -declaró- se hace oír en esta tierra y no creo que nadie logre ahogarla. ¡La oiré yo, en Washington, con la misma claridad que en Buenos Aires!”. El hecho de que Braden había aglutinado a los sectores más ligados al imperialismo norteamericano como los grandes industriales y los terratenientes con lazos con la industria y los negocios cerealeros, mientras que Perón, desde la Secretaría de Trabajo había tomado numerosas medidas que favorecían a los trabajadores como aumentos de salarios, extensión de las jubilaciones a los empleados de comercio, y los pagos por indemnización, por las ausencias por enfermedad, por las vacaciones y el aguinaldo anual, fueron los motivos por los cuales utilizó el lema “Braden o Perón” como eslogan de su campaña electoral, algo que le rindió buenos resultados.
Braden fue reemplazado por George Messersmith (1883-1960), un veterano diplomático que mantuvo una relación algo más amistosa con quien ganó las elecciones el 24 de febrero y asumió la presidencia el 4 de junio de 1946. Desde un primer momento la intención del nuevo embajador fue normalizar las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Argentina. Para él, no había peligro de un avance del nazismo sino de la influencia de la Unión Soviética en América Latina, y consideraba a Perón como una barrera infranqueable para esa contención. Esa posición no era bien vista en Washington por Braden, quien desde su cargo de Secretario de Estado para Asuntos Americanos, proponía que todos los bienes de las Potencias del Eje que habían sido derrotas en la guerra pasaran a formar parte del patrimonio de Estados Unidos. Rápidamente, Messersmith de envió una carta al Secretario de Estado a cargo de la política exterior de Estados Unidos James Byrnes (1882-1972) diciéndole: “Estaríamos cometiendo un grave error si alentáramos a los argentinos a tomar medidas arbitrarias contra las propiedades del enemigo, y al mismo tiempo correríamos el riesgo de crear precedentes que podrían afectar desfavorablemente los intereses norteamericanos, británicos y de otros países extranjeros”.


Por esos días, el gobierno de los Estados Unidos publicaba, con el título de “Consultation among the american republics with respect to the argentine situation” (Consulta entre las repúblicas americanas respecto de la situación argentina), un documento que, por iniciativa de Braden, proponía internacionalmente la ocupación militar de Argentina, algo a lo que Messersmith se opuso diciendo que el gobierno era constitucional y que era injusto describirlo como “fascista y autoritario, e inamistoso hacia Estados Unidos”. El conflicto ideológico entre Braden y Messersmith siguió hasta junio de 1947 cuando el primero salió del Departamento de Estado, y el segundo dejó de ocupar el cargo de embajador en la Argentina.
A todo esto, apenas dos días después de asumir la presidencia, Perón inició vínculos diplomáticos con la Unión Soviética, sin por ello dejar de intentar llevar adelante una política de creciente acercamiento a los Estados Unidos. Nació así lo que denominó la “Tercera Posición”, para generar vínculos con las dos potencias dominantes luego del declive del Reino Unido tras la Segunda Guerra Mundial. Con la Unión Soviética firmó convenios para suministrarle carne, lana, aceite de lino, cueros, tanino y otros productos agropecuarios, mientras que ésta le vendía material ferroviario, carbón, petróleo y materias primas industriales. En cuanto a Estados Unidos, le exportaba principalmente productos agrícolas, ganaderos, lana y minerales, mientras que Estados Unidos le exportaba a Argentina productos manufacturados, maquinarias y equipamiento para la industria pesada.
En lo sucesivo, las relaciones entre el gobierno de Perón y los presidentes Harry Truman (1884-1972) hasta 1953 y con su sucesor Dwight Eisenhower (1890-1969) fueron fluctuantes y controvertidas. Los empresarios norteamericanos se quejaban por las dificultades que tenían sus empresas para funcionar en la Argentina dado el nacionalismo económico llevado adelante por Perón. En febrero de 1950 llegaron al país el embajador Stanton Griffis (1887-1974) y el subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos Edward Miller (1911-1968) quienes se ocuparon especialmente de la situación de las empresas Swift & Company y Braniff International Airways. Perón se comprometió a dictar las medidas necesarias para resolver las quejas presentadas por los representantes de las compañías norteamericanas, sin embargo, el embajador Griffis informó a Washington que persistía “una sensación de incertidumbre” que generaba una “barrera psicológica para la inversión norteamericana”.


Un par de años después, Perón intentó obtener créditos e inversiones desde Washington dado que la situación económica general del país había entrado en crisis, lo que llevó a acrecentar el malestar social. Aumentó la inflación, se congelaron los salarios, se restringió el gasto público, se redujeron las reservas y se produjeron las primeras huelgas de algunos sindicatos aliados. Eisenhower respondió cerrando un acuerdo con el gobierno argentino para que la compañía petrolera Standard Oil de California (de la que unos de sus directores era Spruille Braden) explorara y explotara los recursos petrolíferos del sur argentino. Este convenio le dio en cierto sentido un alivio económico a la Argentina, pero, dadas las enormes ventajas que implicaba para la economía norteamericana, para muchos sectores tanto civiles como militares significaba una gran declinación de la soberanía.
En simultáneo, Perón había cambiado notoriamente su relación con la Iglesia Católica. Al comienzo de su gobierno había declarado que los peronistas “no solamente hemos admirado y admiramos la liturgia y los ritos católicos, sino que admiramos y tratamos de cumplir esta doctrina”. Entre las medidas que tomó por entonces figura un sustancial aumento de los salarios del personal eclesiástico tradicionalmente pagados por el Estado. Pero la creación en 1954 del Partido Demócrata Cristiano, apoyado por la Iglesia Católica, generó en Perón cierto rencor y desconfianza pues se consideraba el único y legítimo representante de la doctrina cristiana en la política argentina. Allí comenzó un conflicto que se incrementó cuando, como respuesta, Perón decretó la prohibición de la realización de procesiones religiosas y concentraciones católicas en lugares públicos, la supresión de la enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas, la abolición de subsidios a colegios católicos, la ley de divorcio, la apertura de prostíbulos, la regulación de la prostitución estableciendo medidas de profilaxis y la igualdad jurídica de los hijos legítimos y los nacidos fuera del matrimonio, medidas todas ellas que causaron el rechazo de la jerarquía católica.
Para el historiador argentino Fermín Chávez (1924-2006), según afirmó en un artículo publicado en la revista “Primera Plana” nº 507 el 13 de septiembre de 1973, “la contrarrevolución de 1955 no fue gestada en 1954. No nació con el negocio petrolero iniciado con la Standard Oil, ni en el conflicto con la Iglesia argentina. La confabulación venía tomando cuerpo desde la segunda mitad de 1950 y principios de 1951”. Efectivamente, el Departamento de Estado norteamericano nunca dejó de posar su mirada sobre la Argentina. Pasó de evaluar al gobierno de Perón como “uno de los experimentos más interesantes de la historia mundial” y de declarar que Perón tenía “la firme intención de alentar todos los aspectos de nuestras relaciones mutuamente beneficiosas”, a manifestar cínicamente, poco antes del golpe que lo derrocaría (algo que ya se preveía desde hacía un tiempo) que “respecto de los asuntos internos de Argentina, no corresponde que nos interesemos por ellos, así que independientemente de lo que pensemos respecto de algunos de los métodos de Perón, debemos mantener un discreto silencio al respecto”.
Ya en junio de 1955, en momentos en que la situación de las libertades y los derechos cívicos habían empeorado, aviones de la Marina Naval y de la Fuerza Aérea bombardearon la Casa de Gobierno y el Ministerio de Ejército con el objetivo de asesinar a Perón. Si bien el intento fue frustrado, los bombardeos sobre edificios públicos provocaron la muerte de más de trescientas personas y cerca de dos mil resultaron heridas. En respuesta, grupos civiles peronistas quemaron numerosas iglesias y la curia arzobispal, lo que provocó la excomunión de Perón por parte del Vaticano. Los intentos de conciliación, bajo el apoyo de las Fuerzas Armadas, resultaron en vano; en todo caso, exacerbaron la oposición civil y militar.


Los historiadores argentinos Mario Rapoport (1942) y Claudio Spiguel (1953-2019) puntualizaron en “Relaciones tumultuosas. Estados Unidos y el primer peronismo”: “Finalmente, el 16 de septiembre de 1955, un golpe de Estado que se dio a llamar ‘Revolución Libertadora’ terminaría con el gobierno de Perón. La cambiante política del gobierno marcaba, según la oposición, grandes signos de debilidad. Por otra parte, la alta burguesía industrial y agropecuaria buscaba una mayor apertura del comercio exterior y a las inversiones extranjeras, así como el fin de los controles autoritarios del gobierno. Además, el gobierno confió demasiado en las Fuerzas Armadas para defenderlo, cuando un grupo dentro de éste impulsaba el golpe. Así es que, el 23 de septiembre, el general Lonardi juró como presidente provisional del país”. Eduardo Lonardi (1896-1956) gobernó poco menos de tres meses y fue sucedido por el general Pedro E. Aramburu (1903-1970), quien gobernó hasta mayo de 1958.
Si bien no hay evidencias de una participación explícita estadounidense en la Revolución Libertadora, sí las hay sobre su apoyo al golpe militar y la posterior proscripción a Perón. El presidente estadounidense Eisenhower ya desde su asunción en 1953 venía combatiendo al nacionalismo emergente en la región en el marco de la Guerra Fría, algo que ponía en peligro el “destino providencial” de su país. Llevando adelante una política económica entre liberal y conservadora, priorizó la construcción en masa de armas nucleares y se autoproclamó seguidor de la “Good neighbor policy” (Política de buen vecino), el principio de política exterior concebido por el presidente Franklin Roosevelt en 1933. Sin embargo, en esa materia, más que la política del buen vecino, su punto de referencia era la doctrina Monroe, un método que se utilizó como justificación a los golpes de Estado, a las dictaduras y a las represiones que se producirían en el continente en las siguientes tres décadas.
El gobierno de facto resultante fue bien recibido por Estados Unidos ya que produjo una mayor cooperación bilateral en los años posteriores, incluyendo el apoyo argentino a la política estadounidense durante la llamada “Crisis de los misiles” de 1962, cuando aviones espías estadounidenses descubrieron que se habían desplegado bases soviéticas de misiles en Cuba. Argentina fue el primer país en apoyar públicamente el bloqueo a la isla gobernada por Fidel Castro (1926-2016), lo que le sirvió para obtener el reconocimiento del presidente John F. Kennedy (1917-1963). Esas políticas de acercamiento también se dieron en materia de cooperación militar, tanto en la compra de uniformes y armamentos como en el dictado de cursos para los oficiales de la Escuela Superior de Guerra en la United States Military Academy (Academia Militar de los Estados Unidos), también conocida como West Point, y en el Western Hemisphere Institute for Security Cooperation (Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad), conocido como Escuela de las Américas.