El resurgimiento de la
ultraderecha y el crecimiento de China en el comercio mundial
En “La historicidad del pueblo y los límites del populismo”, un artículo aparecido en la revista “Nueva Sociedad” nº 274 en abril de 2018, la Doctora en Ciencia Política argentina María Victoria Murillo (1967) se refirió a las condiciones de este sistema: “La reacción populista se caracteriza por la emotividad de su promesa redentora y por un voluntarismo que recobra la acción política por sobre los límites impuestos por la racionalidad de los mercados y de saberes expertos. Los actos simbólicos son claves en demostrar la capacidad del populismo para subyugar a estos poderes fácticos haciendo de la nacionalización, por ejemplo, no solamente una estrategia económica de intervención estatal, sino también un símbolo de soberanía popular sobre actores externos que tratan de someterla. En este sentido, los rituales populistas iluminan la importancia no solamente en el líder, sino también en las masas que participan en el proceso. La reacción populista responde a una realidad material, pero incluye una dimensión no sólo de reparación de la injusticia anterior, sino de protagonismo en el proceso. Esta definición pone el acento en el impacto de la construcción del concepto de soberanía popular, en la histórica debilidad de los Estados latinoamericanos y en el efecto de los ciclos político-económicos que producen reacciones frente a procesos de exclusión, para explicar el carácter inclusivo de las experiencias populistas”.
Por su parte el economista argentino Claudio Katz (1954) analizó en su ensayo “Desenlace del ciclo progresista” el declive de los gobiernos de la región llamados populistas por algunos o progresistas por otros. Para él, el progresismo en la región se vio afectado por ensayos neodesarrollistas fallidos, especialmente en la incapacidad de canalizar las rentas agroexportadoras hacia actividades productivas sostenibles. En este contexto, a pesar de que el aumento del gasto social logró distender la protesta social, el descontento se extendió durante esos gobiernos, minando gradualmente su respaldo. “El ciclo progresista -escribió- permitió conquistas democráticas que introdujeron derechos bloqueados durante décadas por las elites dominantes. También se impuso un hábito de mayor tolerancia hacia las protestas sociales. Además, el periodo progresista incluyó la recuperación de tradiciones ideológicas antiimperialistas. También involucró transformaciones internacionalmente valoradas por los movimientos sociales”. Sin embargo, podría decirse que, durante la segunda década del siglo actual, dichos gobiernos fueron incapaces de sostener el consenso y no pudieron evitar que buena parte de la ciudadanía advirtiera los límites de los cambios operados durante esa etapa.
Ese agotamiento de los ciudadanos dio como resultado el triunfo electoral de gobernantes neoliberales de derecha, cuyos mayores exponentes fueron Mauricio Macri (1959) en Argentina y Jair Bolsonaro (1955) en Brasil. También ascendió la derecha en Chile, en Colombia, en El Salvador, en Paraguay, en Perú y en Uruguay, gozando todos ellos de la aprobación y el fuerte apoyo de los sucesivos mandatarios norteamericanos George Bush (1946), Barack Obama (1961) y Donald Trump (1946). En el caso de la Argentina, el viraje hacia el neoliberalismo impulsado por Macri fue respaldado por Estados Unidos con la firma de una serie de acuerdos de cooperación y un descomunal préstamo del FMI con el fin de apoyar el crecimiento y los “avances en la modernización de la economía argentina”, según palabras de Trump. Y en el caso de Brasil porque, según opinó el ultraderechista Steve Bannon (1953), el principal estratega de la Casa Blanca durante el primer gobierno de Trump, “Bolsonaro representa el camino del capitalismo esclarecido y ejerce un liderazgo populista nacionalista”.
Por entonces, China había experimentado una enorme transformación económica debida principalmente a las reformas políticas y estratégicas que el país implantó a principios del siglo XXI. Ello le permitió situarse entre las primeras potencias mundiales, algo que tuvo enormes implicancias políticas, económicas y estratégicas, principalmente al resquebrajar el orden configurado por la hegemonía estadounidense, sobre todo a sus monopolios en áreas clave como energía, ciencia y tecnología, producción, infraestructura y finanzas. Fue a partir de 2001 que la participación de China en el comercio mundial se potenció gracias a su entrada en la World Trade Organization (Organización Mundial del Comercio - OMC). Como consecuencia de ello, en 2018 desbancó a Estados Unidos como principal socio comercial a nivel mundial.
Cuando Xi Jinping (1953) asumió la presidencia de la República Popular China en 2013, la política exterior del país cambió significativamente. Paulatinamente fue involucrándose en la economía global y su influencia comenzó a sentirse en muchos países tanto de Asia y África como de América Latina. Como bien lo explicó el analista económico nicaragüense Oguer Reyes Guido (1977) en “El ascenso de China y sus implicaciones para América Latina. Una redefinición de la arquitectura económica global”, un artículo aparecido en la revista “Observatorio de la Economía Latinoamericana” nº 204 en 2014, “la impresionante evolución económica que ha tenido China está planteando una serie de desafíos a las naciones que hasta inicios del siglo XXI habían dominado el planeta. Tras la caída del Muro de Berlín, los Estados Unidos han pretendido crear un nuevo orden mundial de carácter unipolar. En los primeros años del siglo XXI esta táctica política ha producido resultados verdaderamente nefastos para los Estados Unidos, debido a que se encuentran muy cuestionados por los Estados y los ciudadanos de diferentes regiones del mundo”.
“Existen una serie de acciones que China ha venido realizando en Latinoamérica -agregó- que tienen un importante impacto político. Para comprender en profundidad lo sensible que es Estados Unidos en el tema de Latinoamérica hay que hacer notar que, tradicionalmente, se había considerado esta región como una zona geográfica de influencia exclusiva de los Estados Unidos. Ahora bien, el nuevo posicionamiento de China en la región ha venido a desafiar los viejos paradigmas acerca de la hegemonía de los Estados Unidos. En la coyuntura actual, el paradigma de la doctrina Monroe, ‘América para los americanos’, se ha derrumbado debido a que China ha cobrado una importancia extraordinaria en América Latina. La región ha dejado de estar bajo la influencia exclusiva de los Estados Unidos”.
Y concluyó: “A la par de esta coyuntura política, en América Latina, desde una perspectiva más amplia, las inversiones chinas están revolucionando la estructura económica de la región con elevadísimas inversiones en infraestructura de logística y transporte para expandir el comercio hacia el Pacífico. China no limita su comercio con América Latina a la exportación de productos manufacturados y la compra de materias primas, sino que importa productos de alto valor agregado. En ese sentido ha intensificado sus relaciones comerciales con Brasil, Chile, Colombia, Nicaragua, Perú y Argentina. Dentro de su dinámica de expansión, China ha puesto en práctica una serie de alianzas estratégicas con países de diversas partes del mundo. Un lugar especial han tenido, dentro de la política expansiva china, las alianzas estratégicas con países de la región Latinoamericana. Esta región representa para la potencia asiática considerables ventajas en términos de obtención de materias primas, tierras para el cultivo, y otros aspectos fundamentales para el funcionamiento de su país”.
Los docentes universitarios y militantes políticos Fernando Esteche (1967), Guillermo Caviasca (1967) y David Acuña (1977), en su ensayo “Destinados por la providencia. Una historia de la relación del Imperio con Nuestramérica”, consideraron que “ciertamente, Estados Unidos se encontró, en las ya dos décadas que van de este milenio, con una alteración de sus previsiones (o imprecisiones) geopolíticas. El enorme crecimiento chino, con un modelo alternativo de acumulación y de relaciones internacionales, y el resurgimiento de Rusia, como potencia que juega sus propios intereses en la arena internacional, colocaron a la OTAN y a los anglosajones, encabezados por Estados Unidos en el dilema de llevar adelante el enfrentamiento del presente: sacar a Rusia del juego e impedir que China supere a Estados Unidos y, paralelamente, eliminar o disminuir los márgenes de autonomía de las nuevas potencias regionales. En América Latina, eso se traduce en el disciplinamiento de su ‘patio trasero’. La presencia rusa y, sobre todo china, es la principal hipótesis de conflicto de la etapa”.
“En la región -agregaron-, se orienta a la neutralización o expulsión de esos competidores, porque, según el anteúltimo comandante de la Armada de los Estados Unidos Craig Faller, se trata de una región donde ‘estamos conectados con las naciones en todos los ámbitos; mar, aire, tierra, espacio, cibernética y, lo que es más importante, con nuestros valores’, y señaló a China y a Rusia, como ‘actores malignos’ a combatir. La general Laura Richardson asumió el mando del Comando Sur de Estados Unidos en un momento de agudización de la lucha por la hegemonía mundial. La jefa militar declara públicamente que América Latina es un territorio propio de Estados Unidos, y es ‘visible que el resto de occidente reconoce esta situación’. Las actividades y documentos públicos del Comando Sur muestran la orientación de las preocupaciones y como se van materializando las líneas de acción principales y específicas. Ciberdefensa, seguridad cooperativa, amenazas china y rusa, defensa de ‘un modo de vida’, de las ‘libertades y los derechos humanos’, contra los ‘regímenes autoritarios” y una concepción de los inmensos recursos naturales de la región como sujeto de defensa interamericana común, para ser aprovechados por instituciones comunes”.
En la actualidad, China se ha convertido en el principal socio comercial de Argentina, desplazando de esa condición a Brasil. Con China, la argentina también firmó en 2023 un acuerdo de intercambio financiero llamado “swap”, un mecanismo por el cual se comprometió a pagar con periodicidad una serie de flujos monetarios a cambio de ir recibiendo otros flujos. Ante la calamitosa situación económica que atraviesa el país presidido por Javier Milei (1970) -asesorado por su hermana Karina Milei (1973), quien ejerce la mayor influencia política y personal del presidente-, el gobierno se vio obligado a solicitar varios créditos al FMI e incluso al Tesoro de los Estados Unidos. Esto incluyó un swap otorgado por el Secretario del Tesoro estadounidense Scott Bessent (1962) con el objetivo de reforzar las reservas del Banco Central.
Por el momento no se han ofrecido mayores detalles sobre las garantías que ofrece la Argentina para garantizar los términos del acuerdo, pero extraoficialmente se habla de la entrega de recursos minerales como el petróleo, el gas, el litio, el cobre y los metales electropositivos como el neodimio-hierro-boro y el samario-cobalto (fundamentales para la transición energética) que se encuentran en lo que se denomina “tierras raras” situadas en el noroeste del país. Esto además de permitir la instalación de una base de submarinos al servicio de la armada norteamericana en Ushuaia con el fin de consolidar su presencia militar en el Atlántico Sur y la Antártida, y de reducir al mínimo la influencia de China en esa parte del continente.
De ser esto cierto, constituiría la mayor entrega de la soberanía argentina a Estados Unidos. Nunca, entre el medio centenar de presidentes ya sean constitucionales o de facto que gobernaron al país desde su independencia, se produjo semejante vasallaje. No existen antecedentes en la historia argentina de una cesión de facultades soberanas tan explícita a una potencia extranjera. La subordinación de Milei hacia Trump no es más que una sumisión geoestratégica que ignora el desarrollo nacional hacia el mediano y largo plazo. Es evidente que a Milei y a sus seguidores liberal-libertarios no les interesa esta coyuntura. Como si eso no fuera suficiente, ha nombrado en puestos clave a ex ejecutivos del JP Morgan, el banco más grande de Estados Unidos y una de las mayores empresas financieras del mundo, perpetuando de ese modo un modelo que prioriza el mercado por sobre la soberanía nacional. De esa manera favorece más a los intereses de la élite global que a las necesidades del país en crisis.
En el coloso financiero de Wall Street trabajaron el actual Ministro de Economía Luis Caputo (1965), el Secretario de Política Económica y Viceministro de Economía José Luis Daza (1958), el Presidente del Banco Central Santiago Bausili (1974), el recientemente nombrado Canciller Pablo Quirno (1966), el Vicepresidente del Banco Central Vladimir Werning (1974), el Secretario de Finanzas Alejandro Lew (1974), y el Presidente de Nucleoeléctrica Argentina y ex Jefe de Gabinete de Asesores Presidenciales Demián Reidel (1971). En una reciente visita a la Argentina, el Director Ejecutivo del JP Morgan Jamie Dimon (1956) señaló que “el presidente argentino Javier Milei está haciendo un buen trabajo reformando la problemática economía del país”. Y añadió: “Si logra continuar implementando sus políticas durante el resto de este mandato, y quizá en un segundo mandato, podría transformar la Argentina”, y describió al presidente argentino como una “fuerza de la naturaleza”.
Esto no es más que otra evidencia de la pérdida de la soberanía económica, algo que para muchos economistas es una “ocupación financiera” que recuerda a nefastas experiencias vividas durante el Proceso de Reorganización Nacional, la dictadura militar que gobernó al país entre 1976 y 1863, cuando el Ministerio de Economía estaba a cargo de José Alfredo Martínez de Hoz (1925-2013). Su modelo económico se caracterizó por la devaluación del peso, una alta inflación, el aumento del endeudamiento y una gran subordinación financiera. El plan de entonces sólo benefició a los grandes grupos económicos y financieros, a expensas de un gran costo social y la pérdida de la industria nacional. Y otro ejemplo fue el llamado “Mega-Canje” implementado en 2001 por el entonces ministro de Economía Domingo Cavallo (1946) durante el gobierno del citado Fernando de la Rúa. El plan pretendía aliviar los pagos de intereses y de capital de la gigantesca deuda externa argentina, canjeándola por una nueva que permitiera pagarla en un plazo mayor. Sin embargo, ese canje tuvo un costo exorbitante e implicó el incremento de la deuda externa, lo que llevó al país a una profunda crisis económica que provocó el estallido social de diciembre de ese año.



