18 de octubre de 2019

H.P. Lovecraft: el alquimista alucinado (I)


Howard Phillips Lovecraft nació el 20 de agosto de 1890 en Providence, Rhode Island; era hijo de Winfield Scott Lovecraft y de Sarah Susan Phillips, ambos de ascendencia predominantemente inglesa. La madre de Lovecraft, que tenía numerosos hermanos y hermanas, no estaba despojada de distinción; su padre, por otra parte de condición modesta, poseía una biblioteca importante cuya estantería a menudo sirvió de refugio al joven Lovecraft. Era viajante de comercio y la gente solía reprocharle sus aires pomposos. Tres años después del nacimiento de Howard sufrió una serie de trastornos de índole neurológica por lo que fue incapacitado legalmente y hubo necesidad de imponerle al niño un tutor judicial.
Cinco años más tarde, llegado al punto culminante de una enfermedad que lo alejaba cada vez más de la normalidad, terminó por morir en el Butler Hospital, un centro psiquiátrico de Providence. Winfield Lovecraft estaba afectado de paresia (una parálisis parcial de la musculatura) y Sarah -que era neurótica- había decidido principalmente resguardar a su hijo de los rigores y de los peligros de la vida. No sólo es probable sino muy verosímil que Lovecraft nunca supo ni se enteró de las “molestias” que sufría su padre y de la manera como murió.
En Providence, Howard pasó su infancia y su juventud en un círculo relativamente restringido, alrededor de esta ciudad que contaba con una campiña sonriente, atravesada por el río Seekonk. Los Lovecraft pasaron los años correspondientes a la primera infancia de Howard en Auburndale, Massachussetts, donde vivían con una amiga de la madre de Howard, Louise Imogen Guiney (1861-1920), poetisa muy conocida. Su madre, que lo amaba hasta la locura, lo llevó algunas veces a Dudley, Massachussets; allí trabó el más amplio conocimiento con la naturaleza que, como escribiera más tarde “despertó su sentido de lo fantástico”.
Aparte de los años pasados en el College Hope, tuvo una formación autodidacta. Ese muchachón un poco enjuto era de un temperamento enfermizo; durante largos períodos de su adolescencia y de su edad adulta, fue un semi impedido. Tal vez porque era muy mimado, sensible en exceso y manifiestamente distinto a la mayoría de los muchachos de su edad -lo apasionaban la lectura, la química, la geografía-, desde muy temprano comenzó a crearse un mundo para él, o más bien a darle, mediante la escritura, una forma concreta a su universo imaginario.


Fue precoz, tanto en su infancia como en su adolescencia. “Cuando tenía tres años o menos escuchaba ávidamente los típicos cuentos de hadas, y los cuentos de los hermanos Grimm están entre las primeras cosas que leí, a la edad de cuatro años. A los cinco me regalaron ‘Las mil y una noches’, y pasé horas jugando a los árabes, llamándome Abdul Alhazred, lo que algún amable anciano me había sugerido como típico nombre sarraceno”, recordaría años después.
Apenas tenía uso de razón cuando ya escribía poemas y, hacia los trece años, compuso su primera historia “The beast in the cave” (La bestia en la cueva), dentro de la tradición gótica. Pero sus primeros escritos, a partir de los siete años, eran en su mayoría ajenos a la ficción. Se interesó en tal forma por la astronomía que pronto se encontró comprometido en la publicación de una revista mimeografiada, “The Rhode Island Journal of Astronomy” y, a los dieciséis años, entregaba cada mes un artículo sobre los fenómenos astronómicos corrientes al “Providence Tribune”. Todavía iba a clases, pero su estado de salud no le permitía entrar en la Universidad como lo había proyectado.
Es muy probable que los orígenes aristocráticos de sus ancestros maternos influyesen en su obra literaria inicial. Un componente común en esa época fue su marcado odio racial, pues en sus escritos un componente común fue asociar la virtud moral y el elevado intelecto civilizador a la raza blanca, mientras que los corruptos villanos de sus historias eran por lo general personas de clase baja, racialmente impuras, de raza no europea y de piel oscura, carente de virtudes e intelectualmente inferiores. Algunas de sus opiniones racistas más cruentas pueden localizarse en sus primeras poesías escritas en 1912, particularmente en “On the creation of niggers” (Sobre la creación de los negros) y “New England fallen” (La caída de Nueva Inglaterra), en las que plasmó de una forma muy cruda sus prejuicios, caracterizando explícitamente en el primero a la gente negra como bestias subhumanas, y deplorando en el segundo la ruina del “terreno ancestral, donde, de niño, jugué” por el “enjambre alienígena que se congrega en nuestra orilla”.


En 1914, Lovecraft se adhirió a la United Amateur Press Association y allí encontró no sólo a numerosos colegas que rápidamente se convirtieron en amigos y corresponsales, sino también un desahogo para una parte de sus obras de imaginación. En 1916, la United publicó su historia titulada “The alchemist” (El alquimista), escrita en 1908, y luego apareció “La bestia en la cueva” en la pequeña revista de “The Vagrant”. Sólo a partir de 1917, Lovecraft se puso a escribir los cuentos que habrían de asegurarle un lugar preponderante entre los autores norteamericanos de relatos macabros; aquel año escribió “Dagon” (Dagón), la primera historia aparecida en el número de octubre de 1923 de la revista “Weird Tales”.
Pero no fue la primera vez que Lovecraft se manifestó como escritor profesional: en 1922, su cuento melodramático “Herbert West: reanimator” (Herbert West: reanimador) apareció en la “Home Brew”, y más tarde, en el mismo año, esa misma revista publicó igualmente su historia de horror “The lurking fear” (El miedo que está al acecho), con ilustraciones del artista californiano Clark Ashton Smith (1893-1961). Pero fue la fundación de Weird Tales (1923) lo que debía asegurarle un mercado hasta su muerte prematura en 1937.
Nunca tomó compromiso alguno que supusiese una sujeción de su naturaleza demasiado sensible a cualquier clase de dominación; sin embargo intentó enrolarse en la guardia nacional de Rhode Island en 1917, pero lo eliminaron por inaptitud física, específicamente por sus “malestares nerviosos”. La fortuna de la familia no cesaba entonces de declinar, sobre todo luego de la muerte del abuelo materno de Lovecraft, Whipple V. Phillips, ocurrida en 1904. La pobreza influyó sobre la existencia de Lovecraft. Ante todo, como no era capaz de “hacer dinero”, debió restringirse y vivir el resto de sus días con casi 15 dólares por semana; así, se encontró cada vez más sometido a la dominación afectuosa no sólo de su madre sino igualmente de las hermanas de ésta, las señoras Clark y Gamwell, quienes fueron las únicas que lo sobrevivieron hasta 1941.


La declinación de la señora de Lovecraft fue acelerada: terminó por recluirse en el Butler Hospital en marzo de 1919. Esta mujer estaba agotada mental y físicamente, obsesionada por la cercanía de la bancarrota. Consideraba a su hijo como “un poeta de un grandísimo vuelo” y presentaba serios desequilibrios psíquicos de variado orden. Dos años más tarde, en mayo de 1921, la señora Lovecraft murió. Si bien la muerte de su padre tuvo en el niño Lovecraft escasas repercusiones debido a que prácticamente no pudo conocerlo, la de su madre le supuso una fuerte conmoción.
La bancarrota de su familia, que lo llevó de una casona patricia a una pensión compartida con sus tías en Providence alimentó su resentimiento social. Pero también ese descenso le abrió las puertas a un intercambio de cartas con decenas de escritores y admiradores en las que iría matizando su racismo.
Howard, creyendo que no podía ganarse la vida con una actividad literaria creadora, ofreció sus servicios como “corrector” de textos en prosa o en versos, y de esta manera se aseguró una renta que apenas sobrepasaba el mínimo vital. Su actividad como corrector le procuró nuevos amigos y corresponsales, del mismo modo que su trabajo para “Weird Tales”. Lovecraft redactó un largo texto para el mago e ilusionista húngaro Harry Houdini (1874-1926), “Marginalia”, y también estimuló a otros autores sugiriéndoles, en ciertos casos, temas de novela. Así, fue el inspirador de un bello cuento del reverendo Henry S. Whitehead (1882-1932) para el que imaginó el punto de partida viendo un espectáculo de feria en Nueva York: era un embrión de un mellizo que formaba un tumor. Esta actividad, asimismo lo puso en contacto con la escritora de origen ucraniano Sonia Greene (1883-1972), por entonces radicada en Brooklyn, para quien hizo el trabajo de revisión de una de sus obras: “The invisible monster” (El monstruo invisible), publicada en la “Weird Tales” y que llevaba la marca de Lovecraft. También colaboró con ella en sus cuentos “Four o'clock” (Cuatro en punto) y “The horror at Martin's Beach” (El horror en la Playa Martin).
La señora Greene, una mujer de negocios divorciada siete años mayor que él, propietaria de una elegante tienda de modas en la Quinta Avenida y escritora aficionada, era miembro de la United Amateur Press Association. La describen como una mujer grande, morena y llena de gracia. Sin duda fue atraída por el tímido Lovecraft, un hombre que no era proclive al matrimonio, ni siquiera a una relación estable o simplemente a mantener una relación que incluya el contacto físico. Sin embargo, con todas sus deficiencias, apostó a una relación con una mujer de personalidad completamente distinta a la suya. Se casaron en Nueva York, en marzo de 1924.


El matrimonio duró poco. La relación estuvo marcada por contrastes insalvables. Lovecraft era obsesivamente reservado mientras que Sonia era compulsivamente extrovertida. Menos de dos años después se separaron y finalmente se divorciaron algunos años más tarde. No podían entenderse por muchas razones: Lovecraft escribía en 1931 que su “única experiencia matrimonial se había terminado frente a un tribunal de divorcios por razones financieras en un 99 por ciento”. Pero no eran las únicas: en 1931 escribía al escritor norteamericano Vernon Shea (1912-1981): “Dificultades financieras, unidas a divergencias crecientes en nuestras aspiraciones y relativas al medio en el que creíamos vivir, nos condujeron al divorcio sin que mediaran reproches de un lado o del otro, ni tampoco acrimonia”.