En “¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?”
incluye escenas de dos adolescentes que se acompañan hasta una clínica privada
de abortos. En Argentina, como quizá sepa, todavía se está luchando para
conseguir el derecho al aborto seguro, legal y gratuito. ¿Cómo espera que la
novela sea leída por los feminismos locales?
Me parece
que cada quien lee una novela de modo un poco diferente, así que no puedo
hablar acerca de lo que las mujeres jóvenes, como colectivo, tendrán que decir
acerca de esta novela como novela feminista. Era un libro que simplemente
intentaba ser fiel a las experiencias de las mujeres jóvenes de la época -que
era 1972, al interior de los Estados Unidos. Así que, en cuanto a su valoración
de la experiencia femenina y de la dificultad como temas dignos para una
novela, es por supuesto feminista.
Las adolescentes de “¿Quién se hará cargo del
hospital de ranas?” se encuentran en la tumba de Estherina Foster a fumar
marihuana, almorzar, charlar o besarse con sus novios. Cuando Berie ve por
última vez a Sils piensa “cómo cada muerte hace del mundo un lugar más
solitario”. ¿Por qué le interesa trabajar en su narrativa con la muerte y la
pérdida?
El primer
título que había pensado para esa novela era “Almuerzo en el cementerio”, pero
después vi la pintura de las ranas y lo cambié. Crecí cerca de un cementerio,
jugaba en el cementerio, hacía picnics en el cementerio; el cementerio me
parecía un espacio interesante para activar la idea arqueológica de algo que ya
pasó, del mundo que hemos perdido. No sé si me obsesiona la muerte, aunque en
la novela que estoy escribiendo ahora hay muertes. Pero no mueren chicos
atropellados, para que no me acusen de escribir cosas terribles. Yo puedo
escribir sobre la muerte y las pérdidas, pero hay situaciones peores como Chernóbil
o Nagasaki.
¿Se podría decir que “¿Quién se hará cargo del
hospital de ranas?” es una versión femenina de “El guardián entre el centeno”,
de Salinger?
Suena muy
bien, pero probablemente no podría decirse. En 1949 salió publicado un relato
de Salinger en una revista para amas de casa. Ese relato luego no fue incluido
en ninguno de esos libros y prácticamente no se conoce. Es un relato brillante
sobre el Holocausto. Quise publicarlo y le escribí al hijo, Matt Salinger, que
es actor y productor de cine, muy exitoso. Me contestó de forma horrible, algo
así como que “este pedido evidencia que usted no entiende para nada la obra de
mi padre”. Así que habrá que aguantarse hasta que Matt decida dar a conocer esa
historia.
En sus relatos aparecen todo tipo de mujeres, en
sus distintas versiones. Cada tanto reaparecen los debates -y en la Argentina
ahora mismo sucede- sobre si quien escribe se considera a sí misma feminista,
si usa el término o no para definirse a sí misma o su obra. ¿Cómo lo vive
usted?
Yo soy
feminista pero no es que escribo manifiestos feministas ni nada parecido. Asumo
que mi trabajo será feminista porque escribo sobre mujeres y porque soy
feminista. Pero no se trata en ningún caso de una cuestión didáctica o
polémica. Y quizá algunas ramas del feminismo tengan una pelea con A, con B o
con C, pero no es un tema para mí. Por otra parte, salvo en “Autoayuda”, que es
el único libro donde no aparece la figura masculina, en todos los demás sí
aparecen protagonistas hombres. ¡Y son divertidos de escribir! Puedo ser un
hombre a lo largo de veinticinco páginas. Quizá no pueda ser un hombre a lo
largo de toda una novela, eso sería duro. ¡Y además muy aburrido! Además, sería
redundante. De algún modo empecé a escribir porque sentía que no había suficientes
historias sobre mujeres contemporáneas. Había algunas, pero sentía que el mundo
necesitaba más. Entonces eso se convirtió en una especie de intención para mí.
“A veces, como una feminista en el mundo, es
difícil permanecer satisfecha”, escribe en uno de sus ensayos. ¿Cuál es el
cambio más urgente que debería ver en el mundo para estar contenta?
Menos
condescendencia masculina, que a veces hasta se muestra disfrazada de
feminismo.
En “¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?”
hay numerosas referencias a la cultura estadounidense, y de hecho en una de las
críticas al libro lo señalan como a “un libro que la gente leerá para entender
la vida tal y como la vivíamos en la última década”. ¿Cómo se mete la propia
era de una escritora en los libros que escribe?
En “¿Quién
se hará cargo del hospital de ranas?” yo estaba interesada en la música, que
instruye en gran medida la vida de los adolescentes -o al menos solía hacerlo.
Crecí en una era de música de primer nivel, y aquellas canciones que escuchábamos
en la radio y en nuestros tocadiscos quedaban totalmente cargadas en nuestros
cerebros.
Aunque nunca ha estudiado música, en numerosas
ocasiones ha reconocido que le apasiona. ¿Hay alguna relación especial entre
componer música y escribir ficción?
Los
autores de ficción están muy interesados en la voz humana y en el ritmo de
ciertas palabras y discursos. Pero también deberían interesarse por los
sentimientos, muy difíciles, que la música a veces es capaz de capturar y
reproducir. A los escritores les gustaría ser capaces de hacer lo mismo. Nunca
he conocido a un escritor que no ame la música.
“Soy un fabricante de oraciones. Como un
fabricante de donas, solo que más lento”, dice un personaje de DeLillo. Se
podría decir lo mismo de usted. ¿Cómo fabrica Lorrie Moore sus frases?
Las
oraciones las fabrico con mucho café. Trato de escuchar la voz de la historia,
la voz de la narradora, y busco lo que hay que decir después y la manera más
directa de hacerlo. A veces me quedo mirando el café porque tengo la impresión
de que me salen construcciones medio accidentales a medida que voy escuchando
esa voz. La lucha principal de los escritores es con las limitaciones del
lenguaje. Por eso se debe arrojar todo lo que uno tiene al lenguaje, se debe
escuchar y avanzar, oración tras oración, poniendo el oído en lo que sigue de
la propia historia. Nunca tengo todo tan fríamente calculado en la escritura,
sino que escucho a medida que voy escribiendo. Escribir es hacer que el
lenguaje cante. Yo solía fumar cuando escribía, pero ahora no. ¡A veces extraño
tanto fumar! Lo primero que tengo es una situación y un personaje. Después
viene la voz, que es lo más importante para poder empezar; es probable que las
primeras oraciones que escriba sean malas, que no estén en sintonía con esa
voz. Pero una vez que tengo la voz y la narradora, ahí arranco con la
escritura.
¿En qué sentido cree que los ensayos críticos de
su libro “A ver qué se puede hacer” son una forma de la autobiografía?
Hay pocos
ensayos personales en “A ver qué se puede hacer”. Cualquier crítica es una
forma de la autobiografía porque revela lo que piensa el autor. A veces
incorporo cuestiones autobiográficas porque no me gusta escribir reseñas tan
duras. En un ensayo sobre Joyce Carol Oates menciono una frase que me dijo mi
hijo: “Las estrellas están más allá del espacio exterior. Están más allá de
América de Sur. Están en Rusia”.
¿Cómo fue la experiencia de escribir algunos
ensayos más personales? ¿Está considerando volver a la primera persona o es
como bailar con zapatos incómodos en un casamiento?
Escribir
ensayos personales no es algo que haya hecho demasiado, pero quizás lo vuelva a
hacer en el futuro.
¿Qué tipo de libertad le ofrece el género que
ejercitó en “A ver qué se puede hacer”?
La mayoría
de estos textos son sólo respuestas a narraciones de la vida real. Así que no
hace falta inventar nada.
Hay varios trabajos sobre Alice Munro en el
libro. Más allá de las diferencias como escritoras, pareciera que comparten una
sensibilidad similar, ¿no?
Sí, hay
una conexión con las cosas que me gustan de los cuentos de Alice Munro. Aunque
parezca extraño, no nos conocemos personalmente. Nunca la vi en mi vida.
Quizá también compartan en un futuro no muy
lejano ser dos escritoras premio Nobel de Literatura…
No, no
creo. Me puse muy contenta cuando se lo dieron a Alice Munro porque premiarla
con el Nobel como cuentista es un honor para todas las personas que escriben
cuentos. Ella escribe cuentos como nadie más ha escrito.
Ha mencionado que siempre vuelve a la literatura
de Alice Munro. ¿Es ella su autora favorita?
Oh,
probablemente. Ha transformado radicalmente lo que puede hacer un cuento. Es
una artista brillante y una ve cosas nuevas cada vez que la relee. Bueno, Munro
es tal vez la mejor escritora de cuentos que haya vivido. O sea, esto no es un
concurso, pero a veces ciertas cosas parecen claras.
¿Cree que los mejores narradores todavía son de
los Estados Unidos?
¡Lo creo!
Los latinoamericanos tendemos a creer que la
innovación dentro de la narrativa estadounidense parece prevalecer en los
cuentos más que en las novelas…
Creo que
las novelas de escritores estadounidenses de los años ‘60 y ‘70, Vonnegut,
Sorrentino, Barthelme, también fueron experimentales.
En los últimos años, coincidentemente con la
aparición de traducciones de la obra de Roberto Bolaño, pareciera que los
autores latinoamericanos son más reconocidos entre los lectores
estadounidenses. ¿Hay algún autor de la región que le haya llamado la atención?
Bolaño
está bellamente traducido y todavía es leído por muchos escritores jóvenes.
Cuando estaba haciendo mi posgrado todos amábamos a Puig, a Cortázar y a
Fuentes. También me gustan Luisa Valenzuela y Ariel Dorfman. Me encanta el
trabajo de Bolaño. Pero realmente el traductor es clave. Desafortunadamente no
leo en español, lo cual es una verdadera desventaja. Él tiene buenos
traductores.
Cuando está trabajando con un material: ¿sabe de
antemano si va a derivar en un cuento o en una novela? ¿Hay algo que percibe a
medida que va trabajando o es previa la decisión?
Me ocurre,
por lo general, que concibo el material de un modo más pequeño o comprimido si
va a ser un cuento. Por lo general lo sé. Creo que tengo un par de cuentos que
pensé que iban a ser novelas pero finalmente no lo fueron. Con “¿Quién se hará
cargo del hospital de ranas?” pensé que iba a tener una novela enorme de
novecientas páginas. En mi concepción de novela el asunto siempre es el tiempo,
el paso del tiempo. Incluso puede haber dos tiempos que conversan entre sí.
Alice Munro hace esto en sus cuentos, pero es la única escritora de cuentos que
tiene esa capacidad. Pero de todas maneras los cuentos de Alice no son
realmente tan cortos y yo siempre dije que todos son novelas frustradas. Por
otra parte, si el relato pide más de un punto de vista, necesitás una novela
para eso.
“A veces, cuando los cuentistas se ponen a
escribir novelas se vuelven desenfadados. Inspiran profundo y dejan de lado la
vergüenza: algo parecido a lo que les pasa a los tímidos con el vino”, leemos
también en “A ver qué se puede hacer”. ¿Diría que es su caso?
Espero que
no. Aunque, algunas veces, si una novela es demasiado larga puede que hayas
hablado de más.
Sus personajes sufren crisis personales, están
divorciados, afrontan dolorosas rupturas y se enfrentan a la muerte. ¿Es la
literatura el espejo que refleja el trauma de la vida?
La
literatura es una conversación con la vida en muchos niveles diferentes. Puede
ser una especie de espejo, sin duda. Es una destilación, como el vapor que se
condensa en un espejo cuando te acercas y respiras.
En sus cuentos recurren algunos temas más bien
duros (enfermedad, muerte, separación, sensación de fracaso), pero están
siempre tratados con una alta dosis de ironía y sarcasmo. Hace años incluso
usted declaró que siempre trataba de escribir “Romeo y Julieta” pero terminaba
saliéndole otra cosa. ¿Es el humor una especie de “autoayuda” para atravesar
ese tipo de cuestiones, en la escritura y tal vez en la vida “real”?
El humor
es un hábito de la mente. Yo creo, con toda sinceridad, que la mayor parte de
la gente tiene ese hábito en mayor o menor medida. Es parte de mi trabajo como
escritora de ficción llevar a la página el modo en que la gente habla y piensa.
En la vida real, la gente es increíblemente divertida. Ponga seis personas en
una habitación y cada uno de ellos dirá algo divertido dentro el término de una
hora. El reconocimiento de nuestro propio absurdo, y del absurdo de otros, es
una forma de autoayuda, supongo.
El humor tiene un papel importante en su
trabajo. Parece que cuanto mayor es el desafío, mayores son las posibilidades
de que surja como una herramienta poderosa, dinámica. ¿Cómo definiría la
importancia del humor?
El humor
es liberación de tensión, pero también indica supervivencia y es el tono y el
punto de vista de alguien que ha sobrevivido. No es que los problemas no
regresen, pero el humor lo pone a uno por delante en el tiempo, en un lugar
donde ha triunfado sobre la adversidad. El humor es principalmente la verdad.
Es la conciencia humana que se niega a ajustarse a las ideas prescritas de respuesta.
También suele ser sólo un accidente, una colisión de dos cosas dispares.
¿Y qué papel desempeña el humor en su escritura?
Está ahí
para recordarnos lo divertida que la gente puede ser realmente, y lo variada
que es la vida, y que el mundo no siempre es terrible. El humor es un acto de
resistencia y supervivencia.
¿Cómo describiría su sentido del humor?
Estoy
interesada en las contradicciones y en el choque entre distintos tonos.
¿Cómo logra balancear el humor con las escenas
tristes? ¿Le sale naturalmente o es el resultado de mucho trabajo?
La vida es
así. Yo apenas la estoy reflejando.
En estos días estuvo hablando mucho de la
presencia del humor en su trabajo, que muchas veces está metido en la
estructura misma de las oraciones y de las palabras que usa, además de las
descripciones. ¿Qué ocurre con esto cuando una obra se traduce? ¿Le afecta
personalmente esta cuestión de alguna manera?
Por suerte
no tengo que encargarme de eso. La verdad es que no tengo ni idea de lo que
dicen mis libros cuando los traducen. Yo no hago la traducción y, por un lado
me siento afortunada al ser traducida, pero por otro lado considero que los
traductores reciben, de alguna manera, una maldición. Yo asumo que no debe ser
fácil traducir lo que hago. Quizá en “¿Quién se hará cargo del hospital de
ranas?” la cosa funcione mejor.
De todas maneras es difícil, por cómo construye
las oraciones y su forma de utilizar el lenguaje.
Es que soy
muy cuidadosa en la manera de poner una palabra o sacarla. Y es raro: en la
traducción todo eso se va. Así que no sé. Creo que hay una colaboración, pese a
que quien sea que haga la traducción está escribiendo un nuevo libro basado en
mi libro. Supongo que las mejores traducciones son aquellas en las que los
autores pueden hablar el idioma y hacer algún tipo de supervisión. Creo que
Javier Marías o Luisa Valenzuela lo hacen.