3 de octubre de 2019

Lorrie Moore: “La literatura es una conversación con la vida en muchos niveles diferentes” (2)

Nacida en Glens Falls, Nueva York, Lorrie Moore asistió a la St. Lawrence University y, tras graduarse, trabajó durante dos años como asistente legal en un estudio jurídico de Manhattan. Luego ingresó a la Cornell University, donde obtuvo una Maestría en Bellas Artes. Casi la totalidad de los cuentos de su tesis de maestría fueron reunidos en su primer libro de cuentos: “Self-help” (Autoayuda), publicado en 1985. Un año antes se había incorporadoa la Facultad de Humanidades de la University of Wisconsin-Madison, donde enseñaría escritura creativa durante los siguientes treinta años. Mientras tanto fueron apareciendo los libros de cuentos “Like life” (Como la vida misma) y “Birds of America” (Pájaros de América). Uno de los cuentos del primero -“You’re ugly, too” (También eres feo)- se incluyó más tarde en “The best american short stories of the century” (Los mejores relatos norteamericanos del siglo), editado por John Updike (1932-2009). En tanto que el segundo contenía una docena de cuentos, la mayoría originalmente publicado en las revistas “The New Yorker”, “Elle” y “ The Paris Review”, y en el periódico “The New York Times”. Uno de los cuentos -“People like that are the only people here” (Gente así es la única que hay por aquí)- ganó el O. Henry Award en 1998. Así mismo publicó las novelas “Anagrams” (Anagramas), “Who will run the frog hospital?” (¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?) y “A gate at the stairs” (Al pie de la escalera) e incursionó en la literatura infantil con “The forgotten helper” (El ayudante olvidado). Lo último de su producción es el libro de cuentos “Bark” (Gracias por la compañía) y el tomo de ensayos “See what can be done” (A ver qué se puede hacer) donde incluyó las reseñas y crónicas de libros, películas y series de televisión que escribiera para “The New York Review of Books”. A continuación, la segunda parte del resumen de entrevistas que concediera a diversos medios periodísticos de Argentina, Chile, España y Uruguay.


En “¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?” incluye escenas de dos adolescentes que se acompañan hasta una clínica privada de abortos. En Argentina, como quizá sepa, todavía se está luchando para conseguir el derecho al aborto seguro, legal y gratuito. ¿Cómo espera que la novela sea leída por los feminismos locales?

Me parece que cada quien lee una novela de modo un poco diferente, así que no puedo hablar acerca de lo que las mujeres jóvenes, como colectivo, tendrán que decir acerca de esta novela como novela feminista. Era un libro que simplemente intentaba ser fiel a las experiencias de las mujeres jóvenes de la época -que era 1972, al interior de los Estados Unidos. Así que, en cuanto a su valoración de la experiencia femenina y de la dificultad como temas dignos para una novela, es por supuesto feminista.

Las adolescentes de “¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?” se encuentran en la tumba de Estherina Foster a fumar marihuana, almorzar, charlar o besarse con sus novios. Cuando Berie ve por última vez a Sils piensa “cómo cada muerte hace del mundo un lugar más solitario”. ¿Por qué le interesa trabajar en su narrativa con la muerte y la pérdida?

El primer título que había pensado para esa novela era “Almuerzo en el cementerio”, pero después vi la pintura de las ranas y lo cambié. Crecí cerca de un cementerio, jugaba en el cementerio, hacía picnics en el cementerio; el cementerio me parecía un espacio interesante para activar la idea arqueológica de algo que ya pasó, del mundo que hemos perdido. No sé si me obsesiona la muerte, aunque en la novela que estoy escribiendo ahora hay muertes. Pero no mueren chicos atropellados, para que no me acusen de escribir cosas terribles. Yo puedo escribir sobre la muerte y las pérdidas, pero hay situaciones peores como Chernóbil o Nagasaki.

¿Se podría decir que “¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?” es una versión femenina de “El guardián entre el centeno”, de Salinger?

Suena muy bien, pero probablemente no podría decirse. En 1949 salió publicado un relato de Salinger en una revista para amas de casa. Ese relato luego no fue incluido en ninguno de esos libros y prácticamente no se conoce. Es un relato brillante sobre el Holocausto. Quise publicarlo y le escribí al hijo, Matt Salinger, que es actor y productor de cine, muy exitoso. Me contestó de forma horrible, algo así como que “este pedido evidencia que usted no entiende para nada la obra de mi padre”. Así que habrá que aguantarse hasta que Matt decida dar a conocer esa historia.

En sus relatos aparecen todo tipo de mujeres, en sus distintas versiones. Cada tanto reaparecen los debates -y en la Argentina ahora mismo sucede- sobre si quien escribe se considera a sí misma feminista, si usa el término o no para definirse a sí misma o su obra. ¿Cómo lo vive usted?

Yo soy feminista pero no es que escribo manifiestos feministas ni nada parecido. Asumo que mi trabajo será feminista porque escribo sobre mujeres y porque soy feminista. Pero no se trata en ningún caso de una cuestión didáctica o polémica. Y quizá algunas ramas del feminismo tengan una pelea con A, con B o con C, pero no es un tema para mí. Por otra parte, salvo en “Autoayuda”, que es el único libro donde no aparece la figura masculina, en todos los demás sí aparecen protagonistas hombres. ¡Y son divertidos de escribir! Puedo ser un hombre a lo largo de veinticinco páginas. Quizá no pueda ser un hombre a lo largo de toda una novela, eso sería duro. ¡Y además muy aburrido! Además, sería redundante. De algún modo empecé a escribir porque sentía que no había suficientes historias sobre mujeres contemporáneas. Había algunas, pero sentía que el mundo necesitaba más. Entonces eso se convirtió en una especie de intención para mí.

“A veces, como una feminista en el mundo, es difícil permanecer satisfecha”, escribe en uno de sus ensayos. ¿Cuál es el cambio más urgente que debería ver en el mundo para estar contenta?

Menos condescendencia masculina, que a veces hasta se muestra disfrazada de feminismo.

En “¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?” hay numerosas referencias a la cultura estadounidense, y de hecho en una de las críticas al libro lo señalan como a “un libro que la gente leerá para entender la vida tal y como la vivíamos en la última década”. ¿Cómo se mete la propia era de una escritora en los libros que escribe?

En “¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?” yo estaba interesada en la música, que instruye en gran medida la vida de los adolescentes -o al menos solía hacerlo. Crecí en una era de música de primer nivel, y aquellas canciones que escuchábamos en la radio y en nuestros tocadiscos quedaban totalmente cargadas en nuestros cerebros.

Aunque nunca ha estudiado música, en numerosas ocasiones ha reconocido que le apasiona. ¿Hay alguna relación especial entre componer música y escribir ficción?

Los autores de ficción están muy interesados en la voz humana y en el ritmo de ciertas palabras y discursos. Pero también deberían interesarse por los sentimientos, muy difíciles, que la música a veces es capaz de capturar y reproducir. A los escritores les gustaría ser capaces de hacer lo mismo. Nunca he conocido a un escritor que no ame la música.

“Soy un fabricante de oraciones. Como un fabricante de donas, solo que más lento”, dice un personaje de DeLillo. Se podría decir lo mismo de usted. ¿Cómo fabrica Lorrie Moore sus frases?

Las oraciones las fabrico con mucho café. Trato de escuchar la voz de la historia, la voz de la narradora, y busco lo que hay que decir después y la manera más directa de hacerlo. A veces me quedo mirando el café porque tengo la impresión de que me salen construcciones medio accidentales a medida que voy escuchando esa voz. La lucha principal de los escritores es con las limitaciones del lenguaje. Por eso se debe arrojar todo lo que uno tiene al lenguaje, se debe escuchar y avanzar, oración tras oración, poniendo el oído en lo que sigue de la propia historia. Nunca tengo todo tan fríamente calculado en la escritura, sino que escucho a medida que voy escribiendo. Escribir es hacer que el lenguaje cante. Yo solía fumar cuando escribía, pero ahora no. ¡A veces extraño tanto fumar! Lo primero que tengo es una situación y un personaje. Después viene la voz, que es lo más importante para poder empezar; es probable que las primeras oraciones que escriba sean malas, que no estén en sintonía con esa voz. Pero una vez que tengo la voz y la narradora, ahí arranco con la escritura.

¿En qué sentido cree que los ensayos críticos de su libro “A ver qué se puede hacer” son una forma de la autobiografía?

Hay pocos ensayos personales en “A ver qué se puede hacer”. Cualquier crítica es una forma de la autobiografía porque revela lo que piensa el autor. A veces incorporo cuestiones autobiográficas porque no me gusta escribir reseñas tan duras. En un ensayo sobre Joyce Carol Oates menciono una frase que me dijo mi hijo: “Las estrellas están más allá del espacio exterior. Están más allá de América de Sur. Están en Rusia”.

¿Cómo fue la experiencia de escribir algunos ensayos más personales? ¿Está considerando volver a la primera persona o es como bailar con zapatos incómodos en un casamiento?

Escribir ensayos personales no es algo que haya hecho demasiado, pero quizás lo vuelva a hacer en el futuro.

¿Qué tipo de libertad le ofrece el género que ejercitó en “A ver qué se puede hacer”?

La mayoría de estos textos son sólo respuestas a narraciones de la vida real. Así que no hace falta inventar nada. 

Hay varios trabajos sobre Alice Munro en el libro. Más allá de las diferencias como escritoras, pareciera que comparten una sensibilidad similar, ¿no?

Sí, hay una conexión con las cosas que me gustan de los cuentos de Alice Munro. Aunque parezca extraño, no nos conocemos personalmente. Nunca la vi en mi vida.

Quizá también compartan en un futuro no muy lejano ser dos escritoras premio Nobel de Literatura…

No, no creo. Me puse muy contenta cuando se lo dieron a Alice Munro porque premiarla con el Nobel como cuentista es un honor para todas las personas que escriben cuentos. Ella escribe cuentos como nadie más ha escrito.

Ha mencionado que siempre vuelve a la literatura de Alice Munro. ¿Es ella su autora favorita?

Oh, probablemente. Ha transformado radicalmente lo que puede hacer un cuento. Es una artista brillante y una ve cosas nuevas cada vez que la relee. Bueno, Munro es tal vez la mejor escritora de cuentos que haya vivido. O sea, esto no es un concurso, pero a veces ciertas cosas parecen claras.

¿Cree que los mejores narradores todavía son de los Estados Unidos?

¡Lo creo!

Los latinoamericanos tendemos a creer que la innovación dentro de la narrativa estadounidense parece prevalecer en los cuentos más que en las novelas…

Creo que las novelas de escritores estadounidenses de los años ‘60 y ‘70, Vonnegut, Sorrentino, Barthelme, también fueron experimentales.

En los últimos años, coincidentemente con la aparición de traducciones de la obra de Roberto Bolaño, pareciera que los autores latinoamericanos son más reconocidos entre los lectores estadounidenses. ¿Hay algún autor de la región que le haya llamado la atención?

Bolaño está bellamente traducido y todavía es leído por muchos escritores jóvenes. Cuando estaba haciendo mi posgrado todos amábamos a Puig, a Cortázar y a Fuentes. También me gustan Luisa Valenzuela y Ariel Dorfman. Me encanta el trabajo de Bolaño. Pero realmente el traductor es clave. Desafortunadamente no leo en español, lo cual es una verdadera desventaja. Él tiene buenos traductores.

Cuando está trabajando con un material: ¿sabe de antemano si va a derivar en un cuento o en una novela? ¿Hay algo que percibe a medida que va trabajando o es previa la decisión?

Me ocurre, por lo general, que concibo el material de un modo más pequeño o comprimido si va a ser un cuento. Por lo general lo sé. Creo que tengo un par de cuentos que pensé que iban a ser novelas pero finalmente no lo fueron. Con “¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?” pensé que iba a tener una novela enorme de novecientas páginas. En mi concepción de novela el asunto siempre es el tiempo, el paso del tiempo. Incluso puede haber dos tiempos que conversan entre sí. Alice Munro hace esto en sus cuentos, pero es la única escritora de cuentos que tiene esa capacidad. Pero de todas maneras los cuentos de Alice no son realmente tan cortos y yo siempre dije que todos son novelas frustradas. Por otra parte, si el relato pide más de un punto de vista, necesitás una novela para eso.

“A veces, cuando los cuentistas se ponen a escribir novelas se vuelven desenfadados. Inspiran profundo y dejan de lado la vergüenza: algo parecido a lo que les pasa a los tímidos con el vino”, leemos también en “A ver qué se puede hacer”. ¿Diría que es su caso?

Espero que no. Aunque, algunas veces, si una novela es demasiado larga puede que hayas hablado de más.   

Sus personajes sufren crisis personales, están divorciados, afrontan dolorosas rupturas y se enfrentan a la muerte. ¿Es la literatura el espejo que refleja el trauma de la vida?

La literatura es una conversación con la vida en muchos niveles diferentes. Puede ser una especie de espejo, sin duda. Es una destilación, como el vapor que se condensa en un espejo cuando te acercas y respiras.

En sus cuentos recurren algunos temas más bien duros (enfermedad, muerte, separación, sensación de fracaso), pero están siempre tratados con una alta dosis de ironía y sarcasmo. Hace años incluso usted declaró que siempre trataba de escribir “Romeo y Julieta” pero terminaba saliéndole otra cosa. ¿Es el humor una especie de “autoayuda” para atravesar ese tipo de cuestiones, en la escritura y tal vez en la vida “real”?

El humor es un hábito de la mente. Yo creo, con toda sinceridad, que la mayor parte de la gente tiene ese hábito en mayor o menor medida. Es parte de mi trabajo como escritora de ficción llevar a la página el modo en que la gente habla y piensa. En la vida real, la gente es increíblemente divertida. Ponga seis personas en una habitación y cada uno de ellos dirá algo divertido dentro el término de una hora. El reconocimiento de nuestro propio absurdo, y del absurdo de otros, es una forma de autoayuda, supongo.

El humor tiene un papel importante en su trabajo. Parece que cuanto mayor es el desafío, mayores son las posibilidades de que surja como una herramienta poderosa, dinámica. ¿Cómo definiría la importancia del humor?

El humor es liberación de tensión, pero también indica supervivencia y es el tono y el punto de vista de alguien que ha sobrevivido. No es que los problemas no regresen, pero el humor lo pone a uno por delante en el tiempo, en un lugar donde ha triunfado sobre la adversidad. El humor es principalmente la verdad. Es la conciencia humana que se niega a ajustarse a las ideas prescritas de respuesta. También suele ser sólo un accidente, una colisión de dos cosas dispares.

¿Y qué papel desempeña el humor en su escritura?

Está ahí para recordarnos lo divertida que la gente puede ser realmente, y lo variada que es la vida, y que el mundo no siempre es terrible. El humor es un acto de resistencia y supervivencia.

¿Cómo describiría su sentido del humor?

Estoy interesada en las contradicciones y en el choque entre distintos tonos.

¿Cómo logra balancear el humor con las escenas tristes? ¿Le sale naturalmente o es el resultado de mucho trabajo?

La vida es así. Yo apenas la estoy reflejando.

En estos días estuvo hablando mucho de la presencia del humor en su trabajo, que muchas veces está metido en la estructura misma de las oraciones y de las palabras que usa, además de las descripciones. ¿Qué ocurre con esto cuando una obra se traduce? ¿Le afecta personalmente esta cuestión de alguna manera?

Por suerte no tengo que encargarme de eso. La verdad es que no tengo ni idea de lo que dicen mis libros cuando los traducen. Yo no hago la traducción y, por un lado me siento afortunada al ser traducida, pero por otro lado considero que los traductores reciben, de alguna manera, una maldición. Yo asumo que no debe ser fácil traducir lo que hago. Quizá en “¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?” la cosa funcione mejor.

De todas maneras es difícil, por cómo construye las oraciones y su forma de utilizar el lenguaje.

Es que soy muy cuidadosa en la manera de poner una palabra o sacarla. Y es raro: en la traducción todo eso se va. Así que no sé. Creo que hay una colaboración, pese a que quien sea que haga la traducción está escribiendo un nuevo libro basado en mi libro. Supongo que las mejores traducciones son aquellas en las que los autores pueden hablar el idioma y hacer algún tipo de supervisión. Creo que Javier Marías o Luisa Valenzuela lo hacen.