¿Recuerda cuándo, por qué, dónde decidió
convertirse en escritora? ¿Fue una decisión consciente?
Era algo
que tenía la esperanza de poder hacer desde los veinte años, más o menos. No
sabía muy bien cómo debía actuar para que diera resultado. Pero siempre trabajé
duro.
¿Cuál es el error más común al momento de
empezar a escribir?
El error
es escribir casualmente, ligeramente. Desde fuera hacia dentro, en vez de
hacerlo desde el centro de uno mismo.
¿Cómo es escribir desde el centro de uno mismo?
Creo que
muchos escritores tienen miedo de lo que saben y sienten, y escriben de cosas
sobre las que no tienen mucho conocimiento ni sentimientos. Es una manera de
sentirse más seguros. Se trata de escribir sobre lo que te importa. A menudo, a
muchos no les importa sobre el tema que escriben y es un gran error. Pero una
vez que empiezan a hacerlo, mejoran. Uno debe escribir sobre lo que sabe, sobre
el mundo y lo que le importa en la vida. No hay que darle la espalda a eso.
Pero es aterrador escribir sobre las cosas más importantes que vos sabés. Y
sobre lo que te interesa. Pero es algo que tenés que hacer si vas a escribir.
¿Cuál fue el primer relato que escribió?
Cuando era
adolescente escribía historias pequeñas, y casi todas tenían un poco de magia
en ellas. Un tiempo después publiqué un cuento en la revista “Seventeen” que
era bastante sombrío y no tenía nada de magia.
Pensando en Abby Mallon, la protagonista de “Es
más de lo que puedo decir de cierta gente”, ¿se sintió, como ella, forzada a
convertirse en una persona sociable? ¿Qué son el tiempo y la soledad para un
escritor?
Todos los
escritores son buenos para la soledad. Tienen que serlo. Todo lo demás es
tropezar.
Las reseñas de “Es más de lo que puedo decir de
cierta gente” fueron muy elogiosas, aunque, y recuerdo especialmente la de
Julian Barnes en “The New York Review of Books”, todas coinciden en señalar a
grandes rasgos que, en relación con libros anteriores, usted “ha madurado, ha
alcanzado mayor profundidad, ha pasado de cierto experimentalismo a formas más
conservadoras”. ¿Qué siente usted frente a esos comentarios?
Como yo
también escribo reseñas, generalmente me siento comprensivamente compadecida de
la desesperación de los reseñadores por tratar de encontrar algo para decir
sobre un libro. La reseña de Julian Barnes, ya que usted la menciona, parece
muy amable y generosa, pero, como le sucede a la mayoría de los autores, yo
generalmente soy la que menos entiende qué pretende decir en realidad una
reseña de un libro mío.
¿Qué piensa usted sobre ese supuesto cambio en
su obra?
Me gusta
esa expresión, “supuesto cambio”. Estoy de acuerdo con usted en que tal vez es
supuesto. Yo estoy simplemente tratando de tropezar hacia adelante, tratando en
cada libro de escribir lo mejor que puedo.
¿En qué medida le parece que sus libros
anteriores eran “más experimentales” y el éste “menos experimental”?
Tal vez en
todos mis libros haya cierta dosis de lo que aquí, en los Estados Unidos, se
llama experimentalismo, pero en “Es más de lo que puedo decir de cierta gente”,
quizás el experimentalismo que antes era más abierto se haya vuelto más sutil y
absorbido dentro del relato. Quizás ahora el impulso experimental adopta menos
la forma de una innovación estructural y más la de un motivo metanarrativo. Si
yo tuviera que señalar algún modo en que mi obra haya cambiado un poco, diría
que en mis últimos tres libros, a diferencia de en los dos primeros, hay un
mayor sentido del espacio -paisaje y ubicación-. Fue algo deliberado, porque no
había casi nada de eso en mis trabajos iniciales. En aquel entonces yo tal vez
estaba un poco demasiado influida por Beckett.
Leí que le gusta caminar, luego sentarse en un
banco a mirar a la gente pasar. Además de contar con una imaginación poderosa,
¿es importante entrenar el ojo?
No
necesitás entrenar como un atleta. Observar al mundo es simplemente algo que
los escritores hacen. Aunque supongo que todos hacen eso y los escritores son
los que, además, toman notas y escriben sobre eso.
“Cómo convertirse en escritora”, uno de los
cuentos de “Autoayuda”, parte así: “Primero, trata de ser otra cosa.
Cualquiera”. Luego, “fracasa miserablemente”. Y eso “sólo para comenzar”. ¿Es
escribir todavía un desafío para usted?
Sí,
siempre es como si estuviera empezando de cero. No sé por qué pasa así, y tal
vez uno no está empezando de cero porque ha absorbido todo tipo de
conocimientos literarios, de experiencia y de trucos, pero nunca se siente así.
Escribir siempre es un desafío. Y más a medida que uno envejece. Tengo un
montón de hábitos de postergación y de tácticas para detenerse y distraerse con
cualquier cosa. Además, el café tiene que ser perfecto para que el cerebro se
encienda bien.
¿Qué cosas tiene que dejar ir una escritura para
conquistar su personalidad?
Probablemente
haya que trabajar para suprimir la autoconciencia. Lo cual es una buena idea
para todas las cosas.
Si la escritura no comienza exactamente cuando
alguien se sienta a escribir, ¿cuándo comienza en su caso?
Al
caminar, leer, cocinar, tomar trenes, bañarme, hablar con amigos…
¿Encontró el tono y el ritmo de su prosa desde
que comenzó a escribir?
Escribo
siguiendo lo que me dicta mi oído. Y el oído de una siempre es una cosa
misteriosa. Pero o crees en tu oído o estás perdida. Cada pieza narrativa
demanda su propio sonido, su propia voz. Yo veo todos mis relatos por separado,
pero obviamente, si los ponemos juntos, me parece que se pueden encontrar
ciertas cosas, tonos, ritmos, en común.
¿Cómo se siente con respecto a su ritmo de
escritura?
Me
gustaría tener más tiempo y usarlo de modo más eficiente.
¿Se considera una escritora lenta?
Completamente.
¿Lucha mucho durante el proceso creativo?
Sí. Igual,
las cosas varían de un proyecto al otro.
Un rasgo que se subraya de sus obras es el
irónico, ¿cómo lo piensa?
Creo que
probablemente todos los escritores utilizan la ironía hasta cierto punto: se
trata simplemente de emparejar el tono, el tema y el resultado de una manera
paradójica e inesperada.
¿Qué puede decir de la relación que mantiene con
sus personajes? ¿Cómo la definiría?
Me
interesan mucho. ¿Es eso a lo que se refiere? Pero tengo claro que yo no soy
ellos. Sobre todo porque son muchos y a todos les pasan demasiadas cosas.
¿Qué le inspira? ¿Cómo definiría su proceso de
escritura?
Normalmente
imagino un conjunto de circunstancias que podrían dramatizar algo que para mí
es interesante e importante. Después me imagino a los personajes, luego la voz
narrativa y, por último, la estructura.
¿Es difícil para los escritores lidiar con la
cuestión pública que implica el oficio que tienen, mientras se dedican a
escribir en solitario y alejados del mundo?
Todos esos
temas pertenecen a un costado muy distinto de la profesión. Cuando tengo que
salir al público tiene más que ver con el negocio del libro pero para nada con
el arte de escribir. ¡Realmente no tiene nada que ver con escribir! En mis
comienzos pensaba: “Oh, esto será maravilloso”. Primero publicaba solamente con
mis iniciales y me dije: “Esto será genial, no voy a necesitar ni siquiera
salir de casa”. Pero de a poco, cuando empezaron a salir más libros, los
editores me empezaron a pedir más y más exposición. En definitiva tampoco me
molesta porque, en general, me gusta la gente. Me gusta salir de casa. Y no es tan
terrible. A la vez, no ocurre tan frecuentemente. Lo que pasó anoche en ese
maravilloso teatro no ocurre muy seguido. En parte porque no tengo tantos
libros, quizá eso pasa una vez cada cinco o diez años. Así que realmente no es
algo con lo que tenga que lidiar a diario.
Justamente en “Cómo convertirse en escritora”,
uno de los relatos de “Autoayuda” hay mucho humor alrededor del oficio de
escribir. ¿De alguna manera sigue sintiendo que es un desafío ponerse a
trabajar en un material nuevo?
El principal
desafío hoy por hoy para escribir, para volver a escribir algo nuevo, es
encontrar el tiempo y el espacio. Ideas tengo un montón, todavía. Tengo menos
que cuando era joven pero sigo teniendo muchísimas ideas. El problema es que
ahora tengo un montón de responsabilidades, tengo que dar clases, ocuparme de
mi hijo y muchas más cosas que debo mantener en mente. Yo tenía una docente que
solía decir: “No podés escribir todo el tiempo”. Y yo pensaba: “La verdad es
que nunca lo sabré”. Nunca lo sabré porque siempre tengo responsabilidades. Así
que, en todo caso, el desafío es limpiar todo eso y hacerse el espacio. Por
supuesto que en algunos momentos la escritura presenta ciertas batallas. Cuando
escribí “Cómo convertirse en escritora” yo escribía todo el tiempo y muchísimo.
Era mucho más joven y no tenía tantas responsabilidades. De alguna manera me
estaba riendo de esa lucha por escribir. En realidad no era una lucha que yo
experimentaba sino una lucha sobre la que quería hablar.
¿Es un arte o un oficio escribir? ¿Se transmite?
Sin duda,
algunos aspectos de la escritura pueden ser enseñados. Y muchos otros aspectos
pueden ser aprendidos. El talento no puede ser concedido, pero puede ser
alentado.
Hablando de la docencia: ¿es posible enseñarle a
alguien a escribir ficción?
¡Siempre
vuelve esa pregunta! Creo que se puede ayudar a alguien. Por lo general los
estudiantes vienen con algo de talento y saben cómo escribir. Entonces uno les
puede enseñar a leer. Y especialmente se les puede enseñar cómo leer su propio
trabajo. Además se puede alentar, editar y guiar. En ese sentido se puede
enseñar, como se puede enseñar cualquier materia. ¿Se le puede enseñar a
alguien a pintar? Sí y no. ¿Se puede enseñar matemática a alguien? Sí y no. Es
algo un poco mezclado. Pero definitivamente se puede alentar a los estudiantes
y además se les puede hacer ahorrar un montón de tiempo. Hay algunos proyectos
en los que se quieren embarcar que están mal desde el inicio y pueden terminar
en una pérdida de tiempo. Uno les puede decir: “No vayas por ahí, no lo hagas”.
Pero si deciden continuar, es su decisión. Si se enfrentan a algo pese a que
alguien se opuso, también se está testeando a alguien en su deseo. En
definitiva hay un montón de formas de enseñar y la mayor parte del tiempo uno
enseña al darles material para leer.
¿De qué modo cree usted que ayudan los cursos de
escritura creativa a quien quiere dedicarse a escribir, según su propia
experiencia personal como alumna y como profesora y también en general?
Los cursos
de escritura, tal como están planteados en los Estados Unidos, abren una vía
para que los escritores jóvenes, que de otro modo podrían no tener dinero o
tiempo para escribir, ingresen en una comunidad de escritores y dediquen un
período de sus vidas a esa empresa. Es una especie de prueba. Se prueba la
devoción, se prueba la pasión. Y se prueban las habilidades. No es una
educación convencional, y los escritores que ya son económicamente
autosuficientes y forman parte de una comunidad literaria no necesitan, emocional
o artísticamente, enrolarse en tales cursos. Pero para otros escritores jóvenes
que están luchando de un modo más aislado o económicamente problemático, esos
programas y cursos son como salvavidas. Democratizan la oportunidad de
escribir, que es una idea importante. Existe cierta noción romántica de que más
allá de lo aislado que alguien pueda estar o de lo pobre que sea, si quiere
escribir, escribirá. Pero no es verdad siempre. Muchos jóvenes escritores muy
bien dotados, especialmente los que no provienen de la clase media alta, caen
derrotados por los obstáculos que la vida le pone al arte, y entonces los
cursos de escritura son un modo de remediar eso.
Trabajar como profesora de escritura creativa,
¿redunda en algún tipo de beneficio o perjuicio para su propia escritura?
Mi propio
trabajo como profesora de escritura es con frecuencia un verdadero placer,
especialmente si hay una buena conexión con los alumnos. Las reuniones se
llevan a cabo una vez a la semana, y allí se discuten los trabajos de lectura y
escritura asignados. ¿Qué cosa mejor podría haber? Pero, para serle franca, eso
tiene poco y nada que ver con mi propio trabajo de escritura.
¿Qué tipo de consejos les da a sus alumnos?
Suelo
pedirles que escriban algo que jamás les mostrarían a sus propios padres. Eso
muchas veces los libera y les permite escribir trabajos muy interesantes. Si
están tratando únicamente de complacer, incluso de manera inconsciente, el
resultado va a ser mediocre. Como profesora, tenés que enseñarles a ubicarse de manera
que escriban desde el centro de sí mismos. Básicamente, la manera sentimental
de decirlo sería: escriban desde el corazón.
“Escribir es al mismo tiempo la excursión hacia
adentro y hacia afuera de la propia vida”, afirma en uno de los ensayos del
libro “A ver qué se puede hacer”. ¿Cómo fue esa excursión en “¿Quién se hará
cargo del hospital de ranas?”.
Hay mucho
inventado en esa novela, pero también utilicé cosas reales de mi adolescencia.
Aunque yo no lo hice, tenía amigas adolescentes que se besaban entre sí. Me
acuerdo de que alguien me dijo en Inglaterra que era una novela homoerótica
pero no homosexual, y yo no supe qué pensar… Me desconcertó el comentario. No
lo veo así, pero es una interpretación posible. Yo lo pienso más en el sentido
de la intensidad que hay en la relación entre dos chicas adolescentes muy
románticas y posesivas entre ellas. Ahora los adolescentes son distintos. No sé
lo que está pasando, sí sé lo que me cuentan mis estudiantes y por eso me
parece que cambió mucho. Ahora las adolescentes están todo el tiempo
concentradas y estudiando, queriendo agradar a los padres, exactamente lo
opuesto a lo que hacíamos nosotras, las adolescentes de mi generación, que no
queríamos para nada agradar a los padres. Todos quieren entrar a la universidad
y son muy competitivos. Nosotros no éramos competitivos, no estábamos
concentrados en eso. Cuando yo era adolescente, no teníamos esa necesidad de
ser la mejor y llegar a algún lado. Me parece que éramos un poco más libres.
“Siempre tuve problemas con cualquier cosa
parecida a una institución”, dice en uno de los ensayos. Y las chicas de la
novela tienen el sentimiento de que las leyes son sus enemigas y no se llevan
bien con la autoridad o las instituciones. ¿El clima de época de los años '70
la formó en ese cuestionamiento?
Creo que
sí. La frase que mencionás, en Estados Unidos se asocia también a las
instituciones de salud mental. Juego un poco con las dos cosas. Crecí en los
años '60, cuando la guerra de Vietnam se intensificaba, y también las marchas y
las protestas. Solo tenés la vida que tenés y asumo que todo ese espíritu de la
contracultura es como una comida que te nutre, aunque no sea muy consciente de
cuánta importancia haya tenido esa comida en lo que escribo.