2 de octubre de 2019

Lorrie Moore: “La literatura es una conversación con la vida en muchos niveles diferentes” (1)

Autora de culto, Lorrie Moore (1957) es una de las escritoras estadounidenses más interesantes de la actualidad. Combinando el humor entendido como una forma de piedad con un existencialismo un poco deprimente, la digresión con la sentencia lapidaria, y la riqueza inventiva de su lenguaje con la virtud de condensar experiencias complejas en imágenes sencillas, sus historias no tienen artificios, son un reflejo de la vida, de lo que ocurre cada día, de la rutinas en las que viven las personas. Tanto en sus cuentos como en sus novelas, los personajes parecen pedir que se les hable cuando, en realidad, lo único que quieren es que se los escuche, y hasta parecen vivir al borde de casi todo preguntándose si no será mejor lo que les aguarda al fondo del abismo. Con diálogos incisivos y a veces disparatados, muchas veces teñidos de pesadumbre, de amargura, muestra a los lectores una madura comprensión del cotidiano comportamiento humano. Su carrera como escritora comenzó en 1976 con “Raspberries” (Frambuesas), cuento con el que ganó un concurso de ficción de la revista “Seventeen”, la que lo publicaría en enero del año siguiente. A partir de allí, publicaría morosamente cuatro libros de cuentos, tres novelas y un tomo de ensayos, los que, con el correr del tiempo, serían traducidos a una gran cantidad de idiomas. A fines de septiembre del corriente año, fue una de las invitadas a participar en el 11° Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA) que se realizó en el tradicional teatro Cervantes sito en la capital argentina. Su presencia generó una enorme expectativa, la que fue ampliamente satisfecha al cierre del evento que incluyó clases abiertas, talleres, paneles, lecturas y, por supuesto, numerosas entrevistas. Lo que sigue es la primera parte de un extracto editado de las que concediera a Valeria Tentoni de la librería “Eterna Cadencia”, y a Agustina Larrea, Victoria Pérez Zabala, Cecilia Rodríguez y Silvina Friera de los periódicos “Infobae”, “La Nación”, “La Izquierda Diario” y “Página/12” respectivamente. A ellas se le han agregado partes de otras charlas que la escritora mantuvo con Pablo Ingberg (diario El País, Uruguay, 2001), Esteban Catalán (Revista Dossier, Chile, 2007) e Inés Martín Rodrigo (diario ABC, España, 2015).


¿Recuerda cuándo, por qué, dónde decidió convertirse en escritora? ¿Fue una decisión consciente?

Era algo que tenía la esperanza de poder hacer desde los veinte años, más o menos. No sabía muy bien cómo debía actuar para que diera resultado. Pero siempre trabajé duro.

¿Cuál es el error más común al momento de empezar a escribir?

El error es escribir casualmente, ligeramente. Desde fuera hacia dentro, en vez de hacerlo desde el centro de uno mismo.

¿Cómo es escribir desde el centro de uno mismo?

Creo que muchos escritores tienen miedo de lo que saben y sienten, y escriben de cosas sobre las que no tienen mucho conocimiento ni sentimientos. Es una manera de sentirse más seguros. Se trata de escribir sobre lo que te importa. A menudo, a muchos no les importa sobre el tema que escriben y es un gran error. Pero una vez que empiezan a hacerlo, mejoran. Uno debe escribir sobre lo que sabe, sobre el mundo y lo que le importa en la vida. No hay que darle la espalda a eso. Pero es aterrador escribir sobre las cosas más importantes que vos sabés. Y sobre lo que te interesa. Pero es algo que tenés que hacer si vas a escribir.

¿Cuál fue el primer relato que escribió?

Cuando era adolescente escribía historias pequeñas, y casi todas tenían un poco de magia en ellas. Un tiempo después publiqué un cuento en la revista “Seventeen” que era bastante sombrío y no tenía nada de magia.

Pensando en Abby Mallon, la protagonista de “Es más de lo que puedo decir de cierta gente”, ¿se sintió, como ella, forzada a convertirse en una persona sociable? ¿Qué son el tiempo y la soledad para un escritor?

Todos los escritores son buenos para la soledad. Tienen que serlo. Todo lo demás es tropezar.

Las reseñas de “Es más de lo que puedo decir de cierta gente” fueron muy elogiosas, aunque, y recuerdo especialmente la de Julian Barnes en “The New York Review of Books”, todas coinciden en señalar a grandes rasgos que, en relación con libros anteriores, usted “ha madurado, ha alcanzado mayor profundidad, ha pasado de cierto experimentalismo a formas más conservadoras”. ¿Qué siente usted frente a esos comentarios?

Como yo también escribo reseñas, generalmente me siento comprensivamente compadecida de la desesperación de los reseñadores por tratar de encontrar algo para decir sobre un libro. La reseña de Julian Barnes, ya que usted la menciona, parece muy amable y generosa, pero, como le sucede a la mayoría de los autores, yo generalmente soy la que menos entiende qué pretende decir en realidad una reseña de un libro mío.

¿Qué piensa usted sobre ese supuesto cambio en su obra?

Me gusta esa expresión, “supuesto cambio”. Estoy de acuerdo con usted en que tal vez es supuesto. Yo estoy simplemente tratando de tropezar hacia adelante, tratando en cada libro de escribir lo mejor que puedo.

¿En qué medida le parece que sus libros anteriores eran “más experimentales” y el éste “menos experimental”?

Tal vez en todos mis libros haya cierta dosis de lo que aquí, en los Estados Unidos, se llama experimentalismo, pero en “Es más de lo que puedo decir de cierta gente”, quizás el experimentalismo que antes era más abierto se haya vuelto más sutil y absorbido dentro del relato. Quizás ahora el impulso experimental adopta menos la forma de una innovación estructural y más la de un motivo metanarrativo. Si yo tuviera que señalar algún modo en que mi obra haya cambiado un poco, diría que en mis últimos tres libros, a diferencia de en los dos primeros, hay un mayor sentido del espacio -paisaje y ubicación-. Fue algo deliberado, porque no había casi nada de eso en mis trabajos iniciales. En aquel entonces yo tal vez estaba un poco demasiado influida por Beckett.

Leí que le gusta caminar, luego sentarse en un banco a mirar a la gente pasar. Además de contar con una imaginación poderosa, ¿es importante entrenar el ojo?

No necesitás entrenar como un atleta. Observar al mundo es simplemente algo que los escritores hacen. Aunque supongo que todos hacen eso y los escritores son los que, además, toman notas y escriben sobre eso.

 “Cómo convertirse en escritora”, uno de los cuentos de “Autoayuda”, parte así: “Primero, trata de ser otra cosa. Cualquiera”. Luego, “fracasa miserablemente”. Y eso “sólo para comenzar”. ¿Es escribir todavía un desafío para usted?

Sí, siempre es como si estuviera empezando de cero. No sé por qué pasa así, y tal vez uno no está empezando de cero porque ha absorbido todo tipo de conocimientos literarios, de experiencia y de trucos, pero nunca se siente así. Escribir siempre es un desafío. Y más a medida que uno envejece. Tengo un montón de hábitos de postergación y de tácticas para detenerse y distraerse con cualquier cosa. Además, el café tiene que ser perfecto para que el cerebro se encienda bien.

¿Qué cosas tiene que dejar ir una escritura para conquistar su personalidad?

Probablemente haya que trabajar para suprimir la autoconciencia. Lo cual es una buena idea para todas las cosas.

Si la escritura no comienza exactamente cuando alguien se sienta a escribir, ¿cuándo comienza en su caso? 

Al caminar, leer, cocinar, tomar trenes, bañarme, hablar con amigos…

¿Encontró el tono y el ritmo de su prosa desde que comenzó a escribir?

Escribo siguiendo lo que me dicta mi oído. Y el oído de una siempre es una cosa misteriosa. Pero o crees en tu oído o estás perdida. Cada pieza narrativa demanda su propio sonido, su propia voz. Yo veo todos mis relatos por separado, pero obviamente, si los ponemos juntos, me parece que se pueden encontrar ciertas cosas, tonos, ritmos, en común.

¿Cómo se siente con respecto a su ritmo de escritura?

Me gustaría tener más tiempo y usarlo de modo más eficiente.

¿Se considera una escritora lenta?

Completamente.

¿Lucha mucho durante el proceso creativo?

Sí. Igual, las cosas varían de un proyecto al otro.

Un rasgo que se subraya de sus obras es el irónico, ¿cómo lo piensa?

Creo que probablemente todos los escritores utilizan la ironía hasta cierto punto: se trata simplemente de emparejar el tono, el tema y el resultado de una manera paradójica e inesperada.

¿Qué puede decir de la relación que mantiene con sus personajes? ¿Cómo la definiría?

Me interesan mucho. ¿Es eso a lo que se refiere? Pero tengo claro que yo no soy ellos. Sobre todo porque son muchos y a todos les pasan demasiadas cosas.

¿Qué le inspira? ¿Cómo definiría su proceso de escritura?

Normalmente imagino un conjunto de circunstancias que podrían dramatizar algo que para mí es interesante e importante. Después me imagino a los personajes, luego la voz narrativa y, por último, la estructura.

¿Es difícil para los escritores lidiar con la cuestión pública que implica el oficio que tienen, mientras se dedican a escribir en solitario y alejados del mundo?

Todos esos temas pertenecen a un costado muy distinto de la profesión. Cuando tengo que salir al público tiene más que ver con el negocio del libro pero para nada con el arte de escribir. ¡Realmente no tiene nada que ver con escribir! En mis comienzos pensaba: “Oh, esto será maravilloso”. Primero publicaba solamente con mis iniciales y me dije: “Esto será genial, no voy a necesitar ni siquiera salir de casa”. Pero de a poco, cuando empezaron a salir más libros, los editores me empezaron a pedir más y más exposición. En definitiva tampoco me molesta porque, en general, me gusta la gente. Me gusta salir de casa. Y no es tan terrible. A la vez, no ocurre tan frecuentemente. Lo que pasó anoche en ese maravilloso teatro no ocurre muy seguido. En parte porque no tengo tantos libros, quizá eso pasa una vez cada cinco o diez años. Así que realmente no es algo con lo que tenga que lidiar a diario.

Justamente en “Cómo convertirse en escritora”, uno de los relatos de “Autoayuda” hay mucho humor alrededor del oficio de escribir. ¿De alguna manera sigue sintiendo que es un desafío ponerse a trabajar en un material nuevo?

El principal desafío hoy por hoy para escribir, para volver a escribir algo nuevo, es encontrar el tiempo y el espacio. Ideas tengo un montón, todavía. Tengo menos que cuando era joven pero sigo teniendo muchísimas ideas. El problema es que ahora tengo un montón de responsabilidades, tengo que dar clases, ocuparme de mi hijo y muchas más cosas que debo mantener en mente. Yo tenía una docente que solía decir: “No podés escribir todo el tiempo”. Y yo pensaba: “La verdad es que nunca lo sabré”. Nunca lo sabré porque siempre tengo responsabilidades. Así que, en todo caso, el desafío es limpiar todo eso y hacerse el espacio. Por supuesto que en algunos momentos la escritura presenta ciertas batallas. Cuando escribí “Cómo convertirse en escritora” yo escribía todo el tiempo y muchísimo. Era mucho más joven y no tenía tantas responsabilidades. De alguna manera me estaba riendo de esa lucha por escribir. En realidad no era una lucha que yo experimentaba sino una lucha sobre la que quería hablar.

¿Es un arte o un oficio escribir? ¿Se transmite?

Sin duda, algunos aspectos de la escritura pueden ser enseñados. Y muchos otros aspectos pueden ser aprendidos. El talento no puede ser concedido, pero puede ser alentado.

Hablando de la docencia: ¿es posible enseñarle a alguien a escribir ficción?

¡Siempre vuelve esa pregunta! Creo que se puede ayudar a alguien. Por lo general los estudiantes vienen con algo de talento y saben cómo escribir. Entonces uno les puede enseñar a leer. Y especialmente se les puede enseñar cómo leer su propio trabajo. Además se puede alentar, editar y guiar. En ese sentido se puede enseñar, como se puede enseñar cualquier materia. ¿Se le puede enseñar a alguien a pintar? Sí y no. ¿Se puede enseñar matemática a alguien? Sí y no. Es algo un poco mezclado. Pero definitivamente se puede alentar a los estudiantes y además se les puede hacer ahorrar un montón de tiempo. Hay algunos proyectos en los que se quieren embarcar que están mal desde el inicio y pueden terminar en una pérdida de tiempo. Uno les puede decir: “No vayas por ahí, no lo hagas”. Pero si deciden continuar, es su decisión. Si se enfrentan a algo pese a que alguien se opuso, también se está testeando a alguien en su deseo. En definitiva hay un montón de formas de enseñar y la mayor parte del tiempo uno enseña al darles material para leer.

¿De qué modo cree usted que ayudan los cursos de escritura creativa a quien quiere dedicarse a escribir, según su propia experiencia personal como alumna y como profesora y también en general?

Los cursos de escritura, tal como están planteados en los Estados Unidos, abren una vía para que los escritores jóvenes, que de otro modo podrían no tener dinero o tiempo para escribir, ingresen en una comunidad de escritores y dediquen un período de sus vidas a esa empresa. Es una especie de prueba. Se prueba la devoción, se prueba la pasión. Y se prueban las habilidades. No es una educación convencional, y los escritores que ya son económicamente autosuficientes y forman parte de una comunidad literaria no necesitan, emocional o artísticamente, enrolarse en tales cursos. Pero para otros escritores jóvenes que están luchando de un modo más aislado o económicamente problemático, esos programas y cursos son como salvavidas. Democratizan la oportunidad de escribir, que es una idea importante. Existe cierta noción romántica de que más allá de lo aislado que alguien pueda estar o de lo pobre que sea, si quiere escribir, escribirá. Pero no es verdad siempre. Muchos jóvenes escritores muy bien dotados, especialmente los que no provienen de la clase media alta, caen derrotados por los obstáculos que la vida le pone al arte, y entonces los cursos de escritura son un modo de remediar eso.

Trabajar como profesora de escritura creativa, ¿redunda en algún tipo de beneficio o perjuicio para su propia escritura?

Mi propio trabajo como profesora de escritura es con frecuencia un verdadero placer, especialmente si hay una buena conexión con los alumnos. Las reuniones se llevan a cabo una vez a la semana, y allí se discuten los trabajos de lectura y escritura asignados. ¿Qué cosa mejor podría haber? Pero, para serle franca, eso tiene poco y nada que ver con mi propio trabajo de escritura.

¿Qué tipo de consejos les da a sus alumnos?

Suelo pedirles que escriban algo que jamás les mostrarían a sus propios padres. Eso muchas veces los libera y les permite escribir trabajos muy interesantes. Si están tratando únicamente de complacer, incluso de manera inconsciente, el resultado va a ser mediocre. Como profesora, tenés que enseñarles a ubicarse de manera que escriban desde el centro de sí mismos. Básicamente, la manera sentimental de decirlo sería: escriban desde el corazón.

“Escribir es al mismo tiempo la excursión hacia adentro y hacia afuera de la propia vida”, afirma en uno de los ensayos del libro “A ver qué se puede hacer”. ¿Cómo fue esa excursión en “¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?”.

Hay mucho inventado en esa novela, pero también utilicé cosas reales de mi adolescencia. Aunque yo no lo hice, tenía amigas adolescentes que se besaban entre sí. Me acuerdo de que alguien me dijo en Inglaterra que era una novela homoerótica pero no homosexual, y yo no supe qué pensar… Me desconcertó el comentario. No lo veo así, pero es una interpretación posible. Yo lo pienso más en el sentido de la intensidad que hay en la relación entre dos chicas adolescentes muy románticas y posesivas entre ellas. Ahora los adolescentes son distintos. No sé lo que está pasando, sí sé lo que me cuentan mis estudiantes y por eso me parece que cambió mucho. Ahora las adolescentes están todo el tiempo concentradas y estudiando, queriendo agradar a los padres, exactamente lo opuesto a lo que hacíamos nosotras, las adolescentes de mi generación, que no queríamos para nada agradar a los padres. Todos quieren entrar a la universidad y son muy competitivos. Nosotros no éramos competitivos, no estábamos concentrados en eso. Cuando yo era adolescente, no teníamos esa necesidad de ser la mejor y llegar a algún lado. Me parece que éramos un poco más libres.

“Siempre tuve problemas con cualquier cosa parecida a una institución”, dice en uno de los ensayos. Y las chicas de la novela tienen el sentimiento de que las leyes son sus enemigas y no se llevan bien con la autoridad o las instituciones. ¿El clima de época de los años '70 la formó en ese cuestionamiento?

Creo que sí. La frase que mencionás, en Estados Unidos se asocia también a las instituciones de salud mental. Juego un poco con las dos cosas. Crecí en los años '60, cuando la guerra de Vietnam se intensificaba, y también las marchas y las protestas. Solo tenés la vida que tenés y asumo que todo ese espíritu de la contracultura es como una comida que te nutre, aunque no sea muy consciente de cuánta importancia haya tenido esa comida en lo que escribo.