20 de octubre de 2019

El campo, la carne y las elecciones en el Buenos Aires colonial


Desde el 4 de agosto de 1826 hasta el 25 de setiembre de 1858, se publicó semanalmente en Buenos Aires el periódico en lengua inglesa “British Packet and Argentine News”. Fundado por Thomas George Love (1793-1845), un contable inglés que arribó al Río de la Plata en 1820, aparecieron en total 1.666 números y la impresión se hizo, sucesivamente, en las imprentas de Jones, del Estado, de la Gaceta Mercantil, de Hallet, de Crónica y, por último, en la del propio periódico.
El origen del semanario estuvo en el notorio incremento de las relaciones comerciales entre la Argentina y Gran Bretaña luego de las guerras de emancipación de Hispanoamérica, y la consiguiente consolidación de la comunidad británica en el Río de la Plata. Lo notable del “British Packet”, si se lo compara con otros periódicos de la primera mitad del siglo XIX, fue su inicial independencia de criterio y su capacidad de crítica en todo lo concerniente a la vida pública y las costumbres de la época.
El escritor e historiador franco-argentino Paul Groussac (1848-1929), que no fue complaciente con nadie sino todo lo contrario, decía sobre su editor en un artículo recogido en su obra “Anales de la Biblioteca”: “Su tono habitual es la ironía risueña y sus crónicas sociales, teatrales y callejeras son deliciosas, a diferencia de la desesperante indigencia de otros periódicos que sólo contienen vociferaciones y adulaciones oficiales. Nutrido en las letras clásicas, Love prodiga las citas de Virgilio y Shakespeare a propósito del baño en el río, de las bandas musicales de los cívicos que tocan en la Alameda o en la esquina de las calles Perú y Victoria”.
El periódico no se limitaba a transcribir los documentos oficiales sino que casi siempre le agregaba su propio comentario, según los casos correctivo o simplemente didáctico. En esa línea, el 12 de mayo de 1827 publicó un artículo titulado “Ávidos de tierras”, que decía textualmente: “Creemos que la totalidad de las tierras del Estado están arrendadas a particulares. Desde el comienzo de la guerra han sido tomadas con inusitada avidez. El estancamiento del comercio, combinado con el cambio producido en la moneda circulante, ha contribuido, sin duda, a esto. El primero ha inmovilizado grandes capitales, mientras que la depreciación del último actuó como estímulo para inversiones en propiedades permanentes y mejoradas, como pueden considerarse los establecimientos de pastoreo y agrícolas, tanto para los individuos como para el gobierno, en las actuales condiciones. El interés público mira hacia el interior y promete producir beneficios esenciales para el país, reforzando la riqueza y los recursos de la Nación. Desde el año 1820, la provincia de Buenos Aires ha padecido una gran sequía, que impidió buenas cosechas de trigo en todo este período y produjo efectos más o menos perjudiciales en la cría de ganado. En algunos de esos años, la sequía llegó a ser muy intensa, como ocurrió en otras épocas, especialmente a fines del siglo pasado; pero la repetición durante los últimos seis años hace necesarias lluvias abundantes y frecuentes, que esperamos caigan este año, a juzgar por la fuerza con que la estación de las lluvias ha comenzado en el interior. En Buenos Aires, acaban de iniciarse y nos dan esperanzas no menos sólidas. Un buen año nos dará carne y pan abundante, así como también otros artículos de primera necesidad que produce el país y, con esto, las calamidades de la guerra no se sentirán tanto. Como hasta ahora no se han hecho tentativas para asegurar riegos permanentes por medio de pozos u otras reservas, no puede menos que desearse el auxilio constante de un tiempo favorable”.


El mismo día y con el título “La carne liberal”, publicó lo siguiente: “Como consecuencia de la escasez de carne fresca que se ha experimentado durante los últimos tiempos, el presidente de la República ha emitido un decreto por el cual el precio de la carne se ha fijado en seis reales la arroba, para la de mejor calidad, y en cinco para la de inferior. Si estas reglamentaciones resultaran insuficientes para mantener una constante y amplia afluencia de carne fresca, el gobierno otorgará el privilegio exclusivo para proveer el mercado de ese artículo, a aquellas personas que puedan ofrecer hacerlo en los términos más razonables. El preámbulo del decreto muestra evidentemente que el principio que hasta el momento rigió a esta parte de la economía municipal ha resultado equivocado. La competencia, en la mayoría de los países, es la mejor garantía de precio equitativo en las mercancías; mientras que ni la autoridad misma puede, sin interferir en los derechos individuales, obligar a la venta de propiedad privada de cualquier clase, con pérdida. El gobierno está enterado de esto, pero se ha demorado en anular el sistema establecido debido a los prejuicios que existen con respecto a sus atribuciones, que hasta ahora han comprendido la intervención en la venta de los artículos de primera necesidad, especialmente de carne y pan. Las reglamentaciones existentes continuarán en vigor sólo hasta el fin del año actual, cuando el mercado se abrirá a todos y los precios quedarán libres de limitaciones, con excepción, quizás, de algunos casos particulares. La atención que hasta el momento ha prestado la policía al peso de los artículos continuará y cualquier vendedor que sea sorprendido defraudando en el peso será enviado a servir en el ejército o, si es inapto, por dos años en trabajos públicos”.


Unos meses más tarde, el 3 de noviembre de 1827, bajo el título “La situación nacional”, decía: “La Nación Argentina se encuentra por cierto en una situación muy particular. Después muchos años de revolución, tras haber pasado por todas las vicisitudes de la vida pública, todavía nos vemos obligados a discutir las bases fundamentales de aquellos principios sin los cuales no puede existir la libertad cívica. Parece que la opinión pública no ha tenido tiempo de definirse a favor de ninguno de ellos y, lejos de descubrir en el pueblo reglas invariables de conducta política, sólo encontramos una especie de oscuridad visible, un caos de ideas inconexas, expuestas a tomar direcciones contradictorias de acuerdo con el acontecer de los hechos y con los hombres que se presentan en la escena pública. Amigos sinceros de este país y cálidamente interesados en su gloria y su felicidad, deploramos esta incertidumbre en que se debate la opinión pública y haremos todos los esfuerzos, dentro del alcance de nuestros recursos y de la línea de imparcialidad que nos hemos trazado, para contribuir a desarraigar un mal que tememos fructificará con las consecuencias más desastrosas. Ante todo, nos es penoso ver la primera de las instituciones públicas, las elecciones, sometida a la irregularidad de una legislación ocasional y desprovista de una base firme que es la única que puede asegurar su permanencia. Sabemos que la legislación tiene un gran vacío en este aspecto tan importante, pero lo que la ley no ha hecho, debe hacerlo la opinión pública. Si el pueblo estuviera ilustrado sobre estas cuestiones, no veríamos de nuevo ahora la manzana de la discordia arrojada entre los partidos”.
El 1 de diciembre de 1828 se consumó un golpe de Estado a manos del general Juan Lavalle (1797-1841) para derrocar al por entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires Manuel Dorrego (1787-1828) quien, doce días más tarde sería fusilado. En su edición del 26 de diciembre, el "British Packet and Argentine News" publicó un pormenorizado detalle de los funerales del general derrocado haciendo mención a los conspiradores de la rebelión militar, entre ellos Martín Rodríguez (1771-1845), Julián Agüero (1776-1851), Ignacio Álvarez Thomas (1787-1857), Salvador M. del Carril (1798-1883), Valentín Alsina (1802-1869) y Florencio Varela (1807-1848), por lo que el periódico fue clausurado.
Recién un año más tarde, cuando las tropas federales derrotaron a los unitarios que respondían a Lavalle y Juan Manuel de Rosas (1793-1877) fue proclamado Gobernador y Restaurador de las Leyes e Instituciones de la Provincia de Buenos Aires, el periódico volvió a aparecer, por lo que resueltamente se inclinó a favor de la causa federal y, con la discreción que lo distinguía, no eludió sus simpatías por Rosas.
Tiempo después, en el ejemplar del día 8 de diciembre de 1832, apareció la noticia “La reelección de Rosas”: “El brigadier general Juan Manuel de Rosas ha sido reelecto gobernador y capitán general de la provincia de Buenos Aires. El 8 de diciembre de 1829 había asumido el cargo de gobernador y por haberse cumplido los tres años fijados por la ley, su mandato expira el día de la fecha. El 5 del corriente, a la una de la tarde, la Sala de Representantes se reunió y procedió a elegir gobernador de la provincia. Estaban presentes 36 de sus miembros y votaron de la siguiente manera: por el brigadier general Juan Manuel de Rosas, 29 votos; por don Tomás Manuel de Anchorena, 4; por don Vicente López, 2; por don Luis Dorrego, 1. Concluida la votación, el presidente proclamó la elección del señor Rosas, la que fue recibida con grandes aplausos por parte de los espectadores que en número considerable ocupaban la galería. Varias composiciones poéticas impresas que fueron distribuidas detallaban los servicios del señor Rosas y lo llamaban orgullo de América, César argentino, héroe y salvador de la República”.
Si algunos aspectos de las noticias de aquella época guardan alguna semejanza con la actualidad es mera coincidencia.