19 de octubre de 2011

Sobre la novela (20). Luis Rosales y el mundo de la invención artística cervantina

El poeta español Luis Rosales Camacho (1910-1992) fue un integrante destacado de la Generación del 36, aquel movimiento literario conformado por narradores, poetas y dramaturgos que comenzaron a desarrollar su obra en la época de la Guerra Civil Española y la inmediata posguerra, entre ellos Miguel Hernández (1910-1942), Camilo José Cela (1916-2002) y Miguel Delibes (1920-2010). En todos ellos, naturalmente, pesó la fractura civil y el drama existencial que supuso la contienda y la posterior instauración del régimen franquista. "Sobre esta generación ha girado la historia española -declaró Rosales en ocasión de recibir el Premio Cervantes en 1982-. Ha girado como hacen las puertas, forzando el interior y dejando el gozne en el vacío. No hay una puerta histórica que gire sino creando un vacío y nosotros hemos sido la generación suprimida, el vacío que necesitaba la historia para seguir siendo historia". La obra poética de Rosales fue evolucionando desde las formas clásicas hacia el vanguardismo surrealista, publicando sus primeros poemas en la revista "Granada Gráfica" para luego hacerlo en "Los Cuatro Vientos", la última revista colectiva del grupo de poetas de la Generación del 27. Mientras realizaba sus estudios de Filosofía y Filología continuó con su actividad literaria con una temática fuertemente imbuida de ideología falangista, catolicismo y conservadurismo social. La detención de García Lorca, su amigo, mientras estaba refugiado en la casa familiar de los Rosales fue un episodio que, de alguna manera, oscureció la repercusión de su obra. Rosales, que desde 1937 y hasta su cierre al año siguiente, colaboró en la revista falangista "Jerarquía", fue abandonando paulatinamente las ideas autoritarias de su juventud para pasar a propiciar la restauración de la monarquía a mediados de los años '70. Fue director de las revistas "Estafeta literaria", "Cuadernos Hispanoamericanos" y "Nueva Estafeta", la única en su época que incorporó entre sus colaboraciones obras escritas en otras lenguas de España además del castellano, como el catalán, el vascuence y el gallego. Como profundo conocedor del Siglo de Oro español, en 1962 ingresó como miembro de número en la Real Academia Española. Desde 1986 colaboró de manera periódica con el diario "ABC", escribiendo principalmente sobre música, pintura y literatura. Apasionado admirador de Miguel de Cervantes (1547-1616), de quien dijo que "jamás ha habido en España un escritor que se haya desenfadado tanto, que haya jugado tanto, que haya trabajado una materia sin hacer, que se haya afirmado y que se haya desmentido tanto", Rosales escribió varios artículos y ensayos sobre el autor de las "Novelas ejemplares", entre ellos "Cervantes y la libertad" y "La originalidad de la segunda parte del Quijote". Otros ensayos de su autoría son "Lírica española", "El sentimiento del desengaño en la poesía barroca", "Pasión y muerte del Conde de Villamediana" y "Garcilaso, Camoens y la lírica española del Siglo de Oro". Lo que sigue es el prólogo que Rosales escribió para la edición de "El licenciado Vidriera" que la editorial Salvat realizó en España en 1969. En él, el autor de "La casa encendida" resalta la ruptura con la estética del Renacimiento que significó la irrupción de las nuevas técnicas empleadas por Cervantes en sus obras, que ensancharon el campo de la novela y le confirieron un aire de modernidad.

PROLOGO A "EL LICENCIADO VIDRIERA" Y OTRAS NOVELAS EJEMPLARES

Cuando se dice, y se repite, que Cervantes es el creador de la novela moderna, todos pensamos, juzgando sobre seguro, que ha ganado este título escribiendo el "Quijote". En efecto, su valor es tan alto que aminora y empalidece al resto de la obra cervantina. A veces, demasiado. A veces, hasta hacerla desaparecer. Nada menos que el maestro Miguel de Unamuno sustenta esta opinión con extremismo rayano en el escándalo: ''¿No hemos de tener nosotros por el milagro mayor de don Quijote el que hubiere hecho escribir la historia de su vida a un hombre que, como Cervantes, mostró en sus demás trabajos la endeblez de su ingenio?". Con las migajas de su mesa pudieran contentarse muchos, pero no nos extrañen demasiado la bizarría, ni la arbitrariedad de este enjuiciamiento. Unamuno no es cervantista, es quijotista, y para demostrarlo desbarra adrede, pero en el fondo, al escribir estas palabras, no hace crítica literaria: se identifica con don Quijote; es decir, se convierte en el protagonista de la novela y, de manera muy cervantina, se rebela contra su autor. Mas no es orégano todo el monte. La crítica literaria se quijotiza también un poco al tocar este punto, y así escribe Próspero Merirnée que el estilo de las "Novelas ejemplares" es superior al de la primera parte del "Quijote". Su opinión es tan tajante y convencida como la de Unamuno y entre una y otra quedamos en el aire. Y la verdad es que las "Novelas ejemplares" tuvieron en España, durante el siglo XVII, mayor aceptación aún que la inmortal novela cervantina. Veintitrés ediciones, una tras otra, se hicieron de ellas. Se comentaron hasta la saciedad, se vivieron y se imitaron. Su éxito internacional fue también tan pasmoso, que a los pocos meses de su publicación ya estaban traducidas al francés. Algo tendrá el agua cuando la bendicen. La primera edición de las "Novelas ejemplares", hecha en papel de la tierra (es decir, en papel nacional), fue impresa probablemente por los frailes cartujos del Paular y debió salir al público hacia fines de agosto de 1613. Su cronología, sin embargo, es bastante insegura, puesto que su fecha de publicación no corresponde a la de redacción. Los estudios, muy numerosos, hechos hasta el presente para fijar su cronología parten de un mismo error y no han logrado resultados definitivos, ni siquiera satisfactorios. Vaya esto por delante, sin meternos en más probanzas ni averiguaciones. No es ésta la ocasión. Hoy por hoy, bastará recordar lo que sabemos con certidumbre: antes de finalizar el siglo XVI ya estaban escritas las principales novelas cortas cervantinas: "Rinconete y Cortadillo", "El celoso extremeño", "El curioso impertinente", tan querido por Azorín, y la "Historia del cautivo". A esta lista segura puede añadirse el "Quijote" en su primera redacción, concebida en la cárcel de Sevilla como novela corta. Así pues, antes de fin del siglo ya había llegado el arte de Cervantes a su máxima perfección. Dato curioso y digno de atender. Por los años del 1590, un escritor que, por razones sorprendentes, mantenía inédita su obra, ya era en aquel entonces, probablemente, el mayor novelista del mundo. Para comprender las motivaciones psicológicas de esta actitud inconcebible, piense el lector moderno en el extraño caso de Franz Kafka. Es el único parangón que se puede encontrar a este respecto dentro del campo de la novela.


Y bien, ¿qué papel representa en el mundo la aparición de las "Novelas ejemplares"? Tanto Hainsworth como González de Amezúa, que han publicado los más interesantes estudios que conocemos sobre las "Novelas ejemplares", destacan su valor y su modernidad. En su obra magistral "Cervantes, creador de la novela corta española", escribe así Amezúa: "Hainsworth dice que las dos notas características de las 'Novelas ejemplares' son el arte de la concentración y el arte de la sugestión; agudamente observa que el verdadero carácter de la novela cervantina, que la distingue y separa de la italiana, no es solamente su extensión, su honestidad literaria y cierta gravedad suya, sino que además constituye un anticipo de la novela moderna". Veamos nosotros en qué consiste esta modernidad que representa la aportación fundamental de Cervantes a la técnica novelesca. Para destacarla será preciso echar una ojeada, siquiera sea en un santiamén, sobre el carácter de la novela del Renacimiento. Es indudable que los lances extraordinarios agradan y sorprenden al lector (al de aquel tiempo y al de nuestros días), y, por gustarle, constituyen un elemento principalísimo en la novela. Tan principal, que al correr de los tiempos se han fundido ambas expresiones, pues lo novelesco se ha llegado a identificar con lo interesante. Cuando decimos que alguien tiene una vida novelesca, nos referimos a que su vida está llena de acontecimientos insólitos que tienen gran atractivo para nosotros. En la novela del Renacimiento se confundía el valor estético con el interés despertado por la curiosidad y se consideraba que fijar la atención del lector y entretenerlo con aventuras de naufragios, combates, adulterios y niños expósitos yendo y viniendo por el mundo era la obligación del novelista. Todo el mundo la tenía que cumplir. La tensión brusca, misteriosa y dramática con que arranca "La fuerza de la sangre" es el mejor ejemplo de la obediencia a este lugar común en la obra cervantina. En realidad, la inclinación del novelista al cultivo de los temas insólitos era una ley, una constante estética que regía de manera absoluta la novelística anterior a Cervantes. Pudiera formularse de este modo: en la novela del Renacimiento la vida cotidiana carece de interés -esto es, carece de calor estético- porque lo cotidiano se identifica o se confunde con lo vulgar. Lo que acaece todos los días no tiene rango artístico. Los personajes no pueden ser humildes, han de ser principales; los ambientes, aristocráticos y refinados. Estos eran los tiempos. Aun en el mundo propio de las "Novelas ejemplares", los casos amorosos novelados, antes que ser reales o ejemplares (creo oportuno advertir, de pasada, que nunca son ejemplares en el sentido estricto de esta palabra), deben ser interesantes o sorprendentes. Ante todo y sobre todo, lo que busca Cervantes al elegir la trama de sus obras no es la ejemplaridad de los sucesos, ni aun su valor documental, sino más bien su carácter insólito y sorprendente. Así dice Ginés de Pasamonte a don Quijote, hablando de la historia de su vida que tiene escrita con sus pulgares: "Lo que sé decir a voacé es que trata de verdades, y son verdades tan lindas y tan donosas que no puede haber mentiras que se le igualen".


Elige pues Cervantes generalmente, para la trama de sus novelas, hechos verídicos, sucedidos, pero, además, excepcionales. No es extraño. Todo hecho excepcional tiene interés y todo aquello que despierta nuestro interés suele tener valar estético. Las historias de amor que carecen de lances excepcionales podemos y debemos admirarlas, pero son aburridas y carecen de atracción para el público. Por ello afirma Cervantes que "la fábula literaria agrada tanto más cuanto más tiene de lo dudoso", y por la misma razón pide Aristóteles -cuya "Poética" es la clave de la preceptiva renacentista- que "las peripecias sean extremadas y el desenlace sorprendente". Análoga inclinación a lo patético y extremado se resume en el dicho: "A mal Cristo, mucha sangre''', cifra y compendio de la ilusión artística del pueblo. El refrancito encierra toda la preceptiva popular. En resumen, en la novela anterior a Cervantes, tratadistas, autores y público coinciden igualmente al estimar que los hechos patéticos y excepcionales son los únicos novelables. Pues bien, con las "Novelas ejemplares" va a romperse esta ley, y su ruptura representa la gran innovación técnica cervantina. Recordemos el texto fundamental en que expresa Cervantes su nueva concepción de la novela. Dice Berganza en "El coloquio de los perros": "Y quiérote advertir una cosa, de la cual verás la experiencia cuando te cuente los sucesos de mi vida, y es que los cuentos unos encierran y tienen la gracia en ellos mismos, otros en el modo de contarlos". El texto es de oro. Lo que afirma Berganza, al desgaire, es que unos cuentos interesan por la acción y otros por el estilo. Nada más y nada menos. En el primer caso, seguimos todavía dentro de la estética del Renacimiento o, si se quiere, de la estética clásica; en el segundo nos encontramos dentro de un nuevo mundo: el mundo de la invención artística cervantina. El paso entre una y otra actitud es decisivo, ensancha el horizonte de la novela y concede al creador, al novelista, un nuevo margen de libertad. Cualquier suceso, ya sea importante ya trivial, puede considerarse como argumento novelesco. Lo excepcional y lo atrayente puede ser el estilo. Las cosas han cambiado y el mundo propio de la novela ha encontrado su cauce. Ahora bien, como lo más personal de un autor es su estilo, la nueva técnica cervantina no sólo ensancha el campo de la novela, no sólo amplía sus temas, hace también que la personalidad del autor desempeñe un nuevo papel en el proceso de la creación artística. Estas son las consecuencias fundamentales del gran descubrimiento técnico de Cervantes y las que le confieren su modernidad.


Vamos a compendiarlas. La primera consecuencia, yo la llamaría la primera liberación cervantina, consiste en que el argumento de una novela no tiene ya que ser excepcional y sorprendente: basta con que se encuentre bien narrado. La segunda liberación, sobre la cual no nos podemos extender, consiste en la liberación del escritor, que anteriormente se encontraba aherrojado por el tema y ahora, debe encontrar su propio estilo, su estilo personal, es decir, encontrarse a sí mismo. Nosotros la llamaríamos la liberación del escritor como tal escritor. Aunque el segundo aspecto es, desde luego, mucho más importante que el anterior, en este prólogo vamos a limitarnos al comentario del primero. La valoración cervantina del estilo concede al novelista su plena autonomía; ateniéndose a ella, puede escribir sobre lo que quiera. Por lo tanto, y ya a partir de este descubrimiento, la vida cotidiana, la vida por sí misma, adquiere rango artístico; a partir de este instante puede escribirse una novela como "Rinconete y Cortadillo", que es propiamente una novela sin acción, una novela donde no ocurre nada. Este ha sido, repito, el gran descubrimiento cervantino; descubrimiento que le permite considerar cualquier situación vital, aun las inverosímiles o triviales, como argumento novelable. Por ejemplo la aventura de las Camachas, el episodio de las brujas en "El coloquio de los perros", tiene tal acumulación de detalles realistas, que acaba por parecerle al lector no sólo verosímil, sino practicable. La realización de este milagro corresponde al estilo. Démosle aquí un puesto de honor. Así pues, a partir de Cervantes ya no hay barrera alguna entre lo literario y lo vital. Este criterio, que no coincide con el realismo del siglo XIX, aunque le sirve de punto de partida, ha sido valorado y puesto en práctica en nuestro tiempo -recuérdense, por ejemplo, las novelas de García Márquez-, y en él radica, para nosotros, la permanente modernidad de nuestro autor.


Las "Novelas ejemplares" son muy distintas. Las narraciones que componen la primera edición cervantina no pueden compararse fácilmente. Carecen de unidad. Su estilo es muy distinto; su técnica, diversa; su sentido, no sólo diferente, sino contrapuesto; su logro estético, también. Al lector que se complace con la lectura de "El amante liberal" no puede complacerle, de igual modo, "El casamiento engañoso". Son mundos contrapuestos. Dada esta variedad, la crítica cervantina, desde hace luengos años, las reparte en dos grupos muy claramente definidos. Recordemos la opinión de Ortega y Gusset, que las divide en el grupo realista y en el grupo en que prima el azar y la aventura por la aventura, y traigamos también a colación un hecho muy curioso: es sorprendente y aleccionador que, aunque las razones de su agrupación han sido muy distintas, la estimación valorativa ha sido general y casi unánime. Los representantes de las tendencias literarlas más opuestas han subrayado, generalmente, como más destacado un mismo grupo de novelas. Así pues, como un cadáver más no importa al mundo, vamos a echar también nosotros un cuarto a espadas en la cuestión, dividiendo las "Novelas ejemplares" en dos grupos con arreglo a un criterio objetivo: la opinión de Cervantes que hemos expuesto anteriormente. De esta, manera, la norma de nuestra división será acertada, aun cuando la inclusión de cada una de las novelas en su grupo correspondiente siga siendo dudosa y personal. Cervantes afirmaba, como recordarán nuestros lectores, que unos cuentos tienen la gracia en sí mismos, es decir, en el argumento, y otros en la manera de narrarlos. Esta será la norma de nuestra división. Las "Novelas ejemplares" cuyo valor predominante estriba, a la manera italiana o tradicional, en el argumento, son las siguientes: "El amante liberal", "La fuerza de la sangre", "Las dos doncellas" y "La señora Cornelia". Las novelas cuyo valor predominante, a la nueva manera cervantina, se apoya en el estilo, son las siguientes: "Rinconete y Cortadillo", "El celoso extremeño", "El licenciado Vidriera", "El casamiento engañoso" y "El coloquio de los perros". Las novelas restantes: "La gitanilla", "La española inglesa" y "La ilustre fregona", pueden considerarse como un término medio entre ambas técnicas. Digamos finalmente que, durante los siglos XVIII y XIX, "La gitanilla" y "La ilustre fregona" han sido las novelas ejemplares de mayor influencia y aceptación, dentro y fuera de España. Para muestra, basta un ejemplo: Esmeralda, la protagonista de "Nuestra Señora de París", de Víctor Hugo, es como un eco de Preciosa: tiene su misma independencia y su virtud desenvuelta y alegre. "La gitanilla" tiene indudablemente dos redacciones y la segunda de ellas representa la madurez del estilo cervantino. Su argumento, romántico y atractivo, no se apoya en la observación, carece de verismo y tiene cierta semejanza con "La ilustre fregona".  Tal vez en nuestro tiempo la admiración por estas dos nove­las ha cedido terreno. Preferimos lo agrio. Preferimos la crudeza de "El casamiento engañoso" y la restallante sequedad de "El licenciado Vidriera". El lector tiene la palabra.