8 de marzo de 2013

Wislawa Szymborska. Dos poemas


La escritora mexicana Elena Poniatowska (1932) escribió en febrero de 2012 pocos días después del fallecimiento de la excepcional poetisa polaca Wislawa Szymborska: "De ir a Polonia alguna vez, mi mayor ilusión hubiera sido visitar (si ella me lo permitía) a Wislawa Szymborska. Era una poeta cuya edición de diez mil ejemplares se agotaba en una semana y los polacos la sentían cercana. Salía a la calle con su sombrerito y decían: allí va Wislawa. Escribía sobre ellos, sobre su vida cotidiana y su millón de risas, siempre cultivó el territorio familiar, lo que nos es común, lo que sucede de la mañana en la noche, lo que les pasa a los hombres y lo que resienten los árboles. Escribió de sus padres, de Hania, su sirvienta, de los judíos asesinados durante la guerra. Escribió de ti, de mí, de todos nosotros aunque hubiera un océano de por medio. Dijo que nosotras, las mujeres, sólo estamos vivas cuando un hombre nos ama y que negarnos este amor equivale a matarnos. Nunca fue sentimental y sí resultó, para muchos, un poco impertinente. Todo se le iba hacia el buen humor y por eso terminó siendo versátil, ingenua y sobre todo fuerte. De sí misma, decía que escribía en voz baja. Decía que sus señas personales eran el entusiasmo y la desesperación. Según ella, nada es sagrado para aquellos que piensan. Además sabía reírse. Se reía de la solemnidad, se reía de los clichés. Los que la leían le ponían música a su escritura".
En octubre de 1996, cuando recibió el premio Nobel, declaró: "Cuando escribo siempre tengo la sensación de que alguien está detrás de mí haciendo muecas. Por eso huyo, todo lo que puedo, de las grandes palabras. En el habla cotidiana, la cual no recapacita sobre cada palabra, usamos expresiones como 'la vida común'', 'los acontecimientos comunes'... Sin embargo, en la lengua de la poesía, donde se pesa cada palabra, ya nada es común. Ninguna piedra y ninguna nube sobre esa piedra, ningún día y ninguna noche que le suceda. Y sobre todo, ninguna existencia particular en este mundo. Todo indica que los poetas tendrán siempre mucho trabajo".
Wislawa Szymborska vivió la mayor parte de su vida en un suburbio de Cracovia. Allí pasó sus últimos años, recluida en un pequeño departamento sin lujo alguno en un edificio descolorido sin ascensor, donde falleció a los ochenta y ocho años, tranquila, mientras dormía. Discreta, tímida, retraída, siempre alejada de los organismos institucionales y de los congresos de escritores, Szymborska escribió poemas maravillosos como los que siguen:

IDEA

Me vino a la cabeza una idea
¿para un verso? ¿un poema?
Muy bien -le digo-  quédate, hablemos,
tienes que contarme más de ti.
Ella me murmura algo al oído.
Desde hace mucho me preocupa ese asunto.
¿Pero un poema sobre eso? No, seguro que no.
Ella me murmura algo al oído.
Eso es lo que tú crees -le respondo-,
ni siquiera sabría cómo empezar.
Ella me murmura algo al oído.
Te equivocas -le digo- un poema concentrado y breve
es más difícil de escribir que uno largo.
No me tortures, no insistas, porque no va a salir bien.
Ella me murmura algo al oído.
Como quieras, lo voy a intentar, ya que te empeñas,
pero de antemano te digo lo que va a pasar.
Ya verás, lo escribo lo rompo y lo tiro a la basura.
Ella me murmura algo al oído.
Tienes razón -le digo- claro que hay más poetas.
Otros lo harán mejor que yo,
te puedo dar nombres, direcciones.
Ella me murmura algo al oído.
Sí, claro que los voy a envidiar.
Nosotros nos envidiamos hasta los malos poemas.
Y éste quizá debería… quizá debería tener.
Ella me murmura algo al oído.
Exactamente, tener esos rasgos que enumeras.
Así que mejor cambiemos de tema.
¿Te apetece un café?
Ella solamente suspira,
comienza a desaparecer.
Y desaparece.  


MI DIFÍCIL VIDA CON LA MEMORIA

Soy mal público para mi memoria.
Quiere que continuamente escuche su voz,
y yo no dejo de moverme, carraspeo,
escucho y no escucho,
salgo, regreso y vuelvo a salir.
Quiere ocupar mi atención y mi tiempo por completo.
Cuando duermo le resulta fácil.
De día, depende, y eso le molesta un poco.
Me desliza insistente antiguas cartas, fotografías,
trata hechos importantes y sin importancia,
pone la mirada en paisajes inadvertidos,
los puebla con mis muertos.
En sus historias siempre soy más joven.
Es agradable, sólo que para qué seguir insistiendo en eso.
Los espejos me dicen otra cosa.
Se enfurece cuando me encojo de hombros.
Y, vengativa, me echa en cara todos mis errores,
graves, luego fácilmente olvidados.
Me mira a los ojos, espera a ver qué digo.
Al final me consuela con que pudo haber sido peor.
Quiere que viva ya sólo con ella y para ella.
De preferencia en una habitación oscura y cerrada,
y en mis planes hay siempre un sol presente,
nubes actuales, caminos en curso.
A veces estoy harta de su compañía.
Le propongo separarnos. Desde hoy y para siempre.
Entonces sonríe compasiva,
pues sabe que para mí también sería una condena.