Actualmente director del Centro de Estudios sobre Genocidio de
la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Feierstein es autor de los libros "El
genocidio como práctica social" y "Memorias y representaciones", obras que son el resultado
de dos décadas de investigación sobre el tema. "Para penar acciones como el terrorismo, la
insurgencia o los secuestros extorsivos se comienza a exigir un estatuto que
fue construido para las matanzas sistemáticas cometidas por los Estados -dice el sociólogo argentino-. Para
ciertos juristas, casi ningún crimen es calificable como genocidio e infinitas
situaciones se califican como crímenes contra la humanidad. Las garantías del
derecho penal comienzan a caer cada vez ante más casos". No obstante, la figura del genocidio escaló posiciones en las
sentencias de los últimos años contra los represores de la última dictadura sufrida por la Argentina. Al comienzo fueron fallos "en el marco de un genocidio", luego un fiscal usó esa figura para acusar
directamente por el "delito de genocidio", y el año pasado todas las querellas, la Fiscalía y el Tribunal acusaron y condenaron por ese
delito. ¿Cuáles son los efectos simbólicos de una configuración penal pensada
en esos términos? En "Memorias y representaciones", Feierstein compara el "genocidio" con los efectos de otras dos representaciones sobre el terror: guerra y
crímenes de lesa humanidad. "El objetivo es poder demostrar críticamente las
consecuencias de estos relatos tratando de salir de una discusión acerca de si
uno sería verdadero y los otros falsos -dice-, parándonos en otra pregunta:
¿qué consecuencias genera para nuestro presente y futuro cada construcción de
sentido?". En la entrevista publicada por el diario "Página/12" el 3 de marzo de 2013 a cargo de Alejandra
Dandan, Feierstein profundiza sus reflexiones sobre el genocidio, sus significados y sus consecuencias, y analiza el
uso de ese delito que cada vez con más frecuencia se hace en las sentencias
contra los represores de la dictadura.
¿Por qué "Memorias y representaciones"?
El eje de mi trabajo previo -"El genocidio como
práctica social"- era demostrar que el genocidio constituía una tecnología de
poder, que no terminaba con el aniquilamiento material sino que cobraba
consistencia en lo que llamé "realización simbólica": cómo y cuándo el terror
cobra sentido en nuestras prácticas. Eso me llevó a analizar el "posgenocidio". Aunque es parte del propio genocidio, preguntarme: ¿qué es lo que ocurre después
del aniquilamiento y cómo funcionan los procesos de representación? No lo hice
sólo con el ánimo de comprender, sino para actuar políticamente. Analizar si
existieron maneras de resistir, de limitar las consecuencias del terror.
Trabajé con otras disciplinas para entender cómo funciona la memoria, el
trauma; cómo afectan nuestros procesos identitarios. Las herramientas de la
sociología, la historia o la filosofía no eran suficientes.
El libro
tiene algo de accesible y una preocupación científica. ¿Qué destinatarios
pensó?
Es exageradamente ambicioso porque el posible
lector es una cantidad de públicos distintos y hay una preocupación política
muy inmediata vinculada con la coyuntura, en relación con los operadores
jurídicos y la importancia de comprender los distintos tipos de calificación
jurídica. Un lector privilegiado son los jueces, querellantes, fiscales, todos
los sectores, incluso los perpetradores y sus defensores. Pero como el eje son
los "trabajos de elaboración" hay un intento para que sea accesible a
cualquiera, incluso pensar analogías con otros procesos en tanto una hipótesis
central es que el genocidio transforma las identidades de todos los miembros de
la sociedad y que el terror afecta al conjunto social. Por otro lado, hay una
preocupación de plantear una serie de hipótesis arriesgadas en el diálogo
interdisciplinario y en especial por el interpelar psicoanalítico.
En la
primera parte recurre a la neurociencia y aparece el eje de la "des-sensibilización", que va a ser importante en la segunda parte, y la
construcción de la figura del genocidio.
El objetivo es comprender cómo funciona el
cerebro y la estructura psíquica que constituyen el sustrato de los procesos
con los que quiero trabajar. Una preocupación central es poder desarrollar
hipótesis en función del carácter adaptativo de lo que llamo "procesos de
des-sensibilización": comprender cómo nos "ajenizamos" de los procesos de
terror que vivimos. Trato de encontrar fundamentos en procesos mucho más
primarios y explicar por qué un ser vivo resulta "adaptativo" por perder el
registro de sensaciones de aquello sobre lo cual no se tiene capacidad de
actuar. Cuando un sistema nervioso es sometido a una agresión frente a la cual
no tiene ninguna posibilidad de reaccionar, la única respuesta adaptativa es
disminuir su conexión (des-sensibilización) a modo de hacer vivible su
continuidad. El dolor es un alerta para la acción, pero si la acción es
imposible el dolor se vuelve inútil.
¿Cómo se
vincula con el genocidio esta sociedad que amputa su capacidad de sentir dolor?
El tercer capítulo intenta cuestionar una
mirada que podría llamar de cierto historicismo ingenuo, que cree que la
ciencia social podría revelar una única verdad de los hechos. Trato de plantear
que nuestro sistema de representación construye sentido, que no es lo mismo que
construir verdad. No hay una sola forma dar sentido a la realidad caótica y
para constituirnos como sujetos sociales con identidad damos sentido a ese caos
de estímulos, priorizamos unos sobre otros. Esto me lleva al eje del libro:
tratar de comprender las consecuencias de las tres grandes construcciones de
sentido alrededor del "terror" que hemos sufrido como sociedad: los que lo
conciben como "guerra", como "crímenes de lesa humanidad" y como "genocidio".
Antes de
cada uno, ¿por qué dice que la Justicia tiene un rol prioritario en esa
construcción?
Creo que los efectos de sentido se construyen
en muchos planos, pero el jurídico tiene un peso cualitativo ya que hemos
puesto a la Justicia en el rol de sanción de verdades colectivas. Es el ámbito
fundamental de sanción de nuestras representaciones colectivas sobre el pasado
y por eso el libro.
¿Cuáles
serían esos sentidos?
Una de las variables más relevantes para
analizarlos es la "afección": la relación entre una "identidad-nosotros" y el
proceso de "terror-ejercicio" en lo social. Hay tres tipos de reconstrucciones claramente
distintas. El discurso de la "guerra" piensa en clave binaria, de bandos. Una
división social que opone dos identidades y dos grupos. Tiene algunas ventajas
porque piensa en términos de grupos, de sujetos sociales. Pero su desventaja es
quitar complejidad al ejercicio del terror, es decir, cosifica en roles rígidos
a los participantes de ese proceso al ponerlos como bandos. Otro riesgo es la
teoría de los dos demonios: al reducirlo a grupos muy pequeños de población y
poder plantear la idea de una ajenidad del conjunto social. La idea de que los
que confrontaban eran grupos marginales y que el conjunto social se encontraba
afuera de la confrontación.
¿Y los
crímenes de lesa humanidad?
La representación es totalmente distinta, pero
su característica se basa en el componente liberal: la comisión de delitos
particulares cometidos desde el Estado contra los ciudadanos, por lo tanto el
afectado por el terror es el ciudadano en términos individuales. Podemos tener
perspectivas más amplias o más acotadas. Que no sólo se ve el secuestro,
asesinato, sino la violencia sexual, pero el concepto de lesa humanidad hereda
el principio individualista de la lógica penal.
¿Genocidio?
Genocidio aporta la potencia del concepto de "grupo", permite quebrar una lógica binaria y pensar que el terror afecta al
conjunto social, incluso incluyendo allí a los propios perpetradores. Que el
terror transforma a los sujetos sociales en una cantidad amplísima de niveles y
de prácticas. Que es imposible no ser afectado por una sociedad que instala el
terror sistemático con respecto al conjunto de su población.
Ahí hay
una "sociedad" reemplazando lo que en otras perspectivas tenía al "Estado":
¿sociedad como víctima pero también responsable?
Nos permite pensar la complejidad de que a la
vez la mayoría de la población fue víctima de ese terror y responsable de su
reproducción. Guillermo O'Donnell lo explicitó de modo brillante con el
concepto "liberación de los microdespotismos".
¿Y cómo
opera lo social "des-sensibilizado"?
Creo que una reacción social fuerte de los
juicios, aún hoy y pese a la inclusión de la figura de genocidio en numerosas
sentencias, es que todavía es profundamente hegemónica la mirada que entiende
lo que se está juzgando como lo que les ocurrió a los afectados directos. Lo
que ocurrió con gente que no es parte de mi propia identidad, quienes pasaron
por un campo de concentración o los familiares y en todo caso la respuesta del
ciudadano medio podría ser un mayor o menor nivel de solidaridad o empatía donde
sigue siendo fuerte la incapacidad de pensar su propia afección. En ese
contexto, con el planteo de genocidio va ganando fuerza el pensar el terror
como la destrucción del grupo nacional argentino. El avance en las sentencias y
en la discusión colectiva puede ser un aliciente para poner sobre la mesa las
afecciones en cada una de nuestras prácticas, tanto de los miembros de la
generación que la vivió como de los hijos...
Usted
habla de esto en el libro pero, ¿no sólo los efectos en "hijos" de afectados directos?
A ese terror legado por sus padres, y legado
traumáticamente y no explícitamente, porque fue legado por padres que
hegemónicamente creen que ese terror no los tocó. Y entonces ese legado es
mucho más inconsciente, pero justamente son los legados más difíciles de
revertir y procesar...
Se dijo
que al no estar incluida la figura de los perseguidos políticos en la
Convención, la idea de genocidio despolitiza a las víctimas.
Creo que eso tiene varios problemas. Por un
lado, todos los procesos genocidas a lo largo de la historia tuvieron
motivación política. Por otro, pensar la identidad centralmente como política y
en particular la identidad política partidaria produce, a mi modo de ver, un
empobrecimiento de la comprensión de ese proceso porque deja por fuera montones
de relaciones sociales que no remiten a la identidad partidaria. Los delegados
gremiales, dirigentes barriales, estudiantes, muchos tenían identidades
partidarias, algunos menos claras o cruzadas: lo político nos atraviesa de
modos mucho más complejos que lo partidario. La idea de "grupo nacional" termina de instalar la complejidad de los procesos genocidas: la destrucción de
vínculos sociales que se vinculan con el rediseño de sistemas de poder, que es
en lo que se basa la política, opera en todos los lazos de la política nacional
transformando nuestra identidad.
Otra
crítica es que la idea del genocidio aparece determinada por la experiencia
nazi.
Cada representación evoca tipos de analogías
distintas. El genocidio está analogado al nazismo, y eso tiene ventajas y
desventajas. La cara negativa es su vinculación directa con el racismo y una de
las consecuencias más negativas es la experiencia de Guatemala, donde hubo una
fuerte despolitización del proceso de exterminio al priorizarse la identidad
indígena por sobre el componente nacional y político de los grupos destruidos,
que incluían indígenas y ladinos. En el caso argentino se acentuó la idea de
grupo-nación y no con su carga racista o étnica, pero permitiendo una fuerte
politización. Pero otra forma de esa analogía es muy favorable. En la lucha
contra la impunidad está instalado que los perpetradores nazis no pudieron
escapar a la condena y, aunque no del todo cierto, opera en la resistencia
contra la impunidad como expresan el canto del "Como a los nazis...".
¿El "genocidio" cambia las penas?
Resulta muy sugerente que, pese a que normativa
y doctrinariamente las figuras de lesa humanidad y genocidio no deben medirse
distinto en términos de penas, haya una tendencia muy creciente a establecer
penas más severas y cumplimiento de prisión de condenas más severos en aquellos
que reconocen la existencia de genocidio aun cuando no se fundamenta de esa
manera. Es particularmente llamativo; muestra la fuerza que imprime el concepto
incluso en ámbitos donde no tendría fuerza efectiva. Esto es parte de lo que
estoy evaluando en mi segundo volumen.
¿La idea de "grupo nacional" se usa porque era la que estratégicamente se podía usar en la
Convención sobre Genocidio, o cree que da cuenta de otros anclajes?
Pensar la experiencia argentina como
destrucción parcial del grupo nacional argentino surge como respuesta
coyuntural técnica a la posibilidad de incluir el "caso argentino" en la
Convención a partir de la exclusión de los grupos políticos. Pero esa
resolución coyuntural tuvo una potencia conceptual impensada para transformar
todo el modo de pensar y representar el genocidio.
¿Por qué?
Desde su sanción como concepto jurídico en
Naciones Unidas, el genocidio era pensado básicamente en clave binaria: el
aniquilamiento de un grupo por otro grupo sin percibir que de ese modo se
legitimaba la estructura de pensamiento de los propios genocidas. Como el caso
del genocidio nazi, sería un grupo alemán aniquilando a otro grupo judío como
si fueran dos entidades esencialmente distintas, que era lo que planteaba el
nazismo: que los judíos no eran alemanes, no eran europeos. Por el contrario,
la idea del aniquilamiento del "propio grupo" confronta con ese objetivo
genocida de separar a una parte de la población del "nosotros", de un nosotros
colectivo. Pero una vez aparecida esta línea fue sugerente volver al creador
del término: Raphäel Lemkin, un judío polaco que pensaba al genocidio como la
destrucción de la identidad de los oprimidos dentro del propio grupo nacional.
¿Cómo ve
lo que está pasando con los juicios?
Me parece que hay un eje entre lo posible y lo
imposible. A mi modo de ver, tuvo que ver con la persistencia de un núcleo muy
duro de los que tuvieron la terquedad de luchar por lo imposible. Muchos,
incluso yo mismo, veíamos como imposible que la Justicia tuviera la
flexibilidad de poder darles a los hechos su nombre más preciso. Creo que las
sentencias muestran dos cosas. Una, que un proceso puede seguir avanzando en la
medida en que hay quien siga reclamando y que sólo podemos conquistar algo
cercano a lo posible si luchamos por lo imposible; y dos, el proceso muy básico
en el desarrollo del ser humano de fetichización: creer que nuestros productos
cobran autonomía en relación con nuestras acciones, y en verdad el proceso de
justicia es un producto humano y es afectado por las acciones de los colectivos
humanos. Ese proceso que nos hace creer que nuestros productos cobran vida
propia y que el derecho tendría sus lógicas que estarían más allá de nosotros,
y esta terquedad de aquellos que luchaban pidiendo lo imposible permitió
quebrarlo y mostrar que la Justicia es una producción humana y entonces lo
imposible es en verdad posible.