27 de marzo de 2013

Paparruchadas (2). El Papa de la guerra sucia

Que la Iglesia Ca­tólica Apostólica Romana viene en declive no es ningún secreto. Pierde vocaciones al sacerdocio, pierde fieles y, lo que es más im­portante, pierde influencia social y política. No podía ser de otro modo después de tanto acumular riquezas, defender curas pedófilos, sostener posiciones reaccionarias y alejarse de las preocupaciones y las necesidades de los pueblos. Es evidente que la Iglesia estaba necesitando -y preparando- un giro en su máxima y más visible conducción internacional. Le ha­cía falta un urgente reciclado en busca de recuperar algo del presti­gio y el espacio perdidos. La llama­tiva jubilación anticipada del ex miembro de las Juventudes Hitlerianas Joseph Ratzinger (1927) se produce en este marco. Y no por casualidad Bergoglio ya había quedado en segundo lugar en la anterior votación.
Existen dos razones centrales para la elección de Bergoglio. Una tiene que ver con la proveniencia geográfica, ya que hace nada menos que seis siglos que no se elegía un Papa nacido fuera de Europa. Y la nacionalidad no es para nada ajena a lo que pasa polí­ticamente en el mundo. Es evidente que se trata de un hecho histórico, no celestial sino terrenal. La asunción de un Papa polaco a poco de iniciada la rebelión en el Este europeo no fue casual ni inocente. Tampoco lo es ésta. Latinoamérica vive desde hace años vientos de cambios sociales y políticos. Y el Vaticano, que además sufre un enorme descrédito, necesita mostrar otro rostro y a la vez lograr mayor ingerencia, al menos en las tierras donde vive casi la mitad de sus fieles. El hecho de ser argentino -y, por ende, latinoamericano- fue entonces un factor no menor a la hora de decidir una región de origen para el nuevo Papa, a través del cual la Iglesia sin duda buscará incidir en ella.
El otro factor tiene que ver con sus caracte­rísticas personales. Jesuita, o sea disciplinado. Conservador en las cuestiones esenciales (aunque no del ala más reaccionaria), o sea garantía de mantener los dogmas y con ca­pacidad de conducir al conjunto. Y austero, el ingrediente final ade­cuado. Más papable que Bergoglio, nadie. El nombre elegido, sus pri­meros gestos y palabras confirman que la orientación de la cúpula ca­tólica es mostrar una Iglesia que se acerque a los pobres. Ha tenido actitudes de apertura hacia problemas sociales como la trata de personas, la corrupción estatal y la pobrezao sea el perfil que hoy busca la Iglesia. Pero en los temas más estructurales, que hacen al dominio económico e ideológi­co clerical, sostiene las posturas medievales de siempre: custodia de la educación religiosa, cruzada contra el matrimonio igualitario y combate al derecho al aborto, entre otras cuestiones.
Bergoglio fue denunciado por haber negado, bajo la dictadura, cobertura a curas de su propia Orden luego secuestrados y torturados. Para tapar hechos, el Vaticano habla de campañas. Si uno de esos curas hace poco se reconcilió es porque antes no lo estaba. Y decir, como lo dijo Bergoglio, que supo de los secuestros de bebés recién por el año 2000 es un insulto a la inteligencia. La cúpula católica fue una apoyatura clave del genocidio, la deuda externa y la entrega del país. El Papa Francisco encabeza una institución reaccionaria que no dejará de serlo. Martin Luther King (1929-1968), pastor estadounidense de la Iglesia Bautista, dijo en una oportunidad que "nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda". Ambos ingredientes se conjugan en los eufóricos y entusiastas seguidores del "Papa del fin del mundo".
Bill Van Auken (1950), político y activista del Socialist Equality Party (Partido Socialista por la Igualdad) de Estados Unidos y candidato presidencial en las elecciones de 2004, es periodista del "World Socialist Web Site" (WSWS), sitio en el que ha escrito numerosos artículos de investigación sobre la política imperial de su país. En él publicó el 25 de marzo de 2013 una declaración referida a la elección del nuevo Papa, en el que parece refrendar aquella frase del poeta francés Jean de La Fontaine (1621-1695): "Todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que esté de moda".

EL PAPA DE LA GUERRA SUCIA

Por más de una semana los medios han inundado al público con una ola de banalidades eufóricas. Se trata de la elección de un nuevo Papa en la Iglesia Católica Romana. Esta interminable celebración del dogma y ritual alrededor de una institución que desde hace siglos es asociada a la opresión y el atraso está sellada con un carácter profundamente antidemocrático. Es un reflejo del giro hacia la derecha y del repudio de los principios democráticos por todas las estructuras políticas incluyendo el principio de separación entre Iglesia y Estado consagrado en la Constitución estadounidense.
¡Qué lejos se encuentra de los ideales políticos que animaron aquellos quienes redactaron ese documento! Fue la opinión de Thomas Jefferson que "en cada país y en cada era, el sacerdote es hostil a la libertad. Siempre está aliado al déspota, siendo cómplice de sus abusos a cambio de su propia protección". La opinión de Jefferson -y el carácter reaccionario del servil reportaje de los medios- no encuentra mayor confirmación que en la identidad del nuevo Papa, oficialmente celebrado como un ejemplo de "humildad" y "renovación".
Colocado en el trono papal se encuentra otro duro enemigo del marxismo, de la ilustración y de toda manifestación del progreso humano. También se trata de un hombre que está profunda y directamente implicado en uno de los más grandes crímenes desde la Segunda Guerra Mundial: la "guerra sucia" argentina. En medio de la pompa y las ceremonias del día de la elección, un representante del Vaticano tuvo que responder públicamente a interrogatorios sobre el pasado del nuevo Papa Francisco, el arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio. Éste descartó las acusaciones hechas contra Bergoglio, llamándolas maniobras de "elementos anticlericales de izquierda". No es de extrañar que "elementos de izquierda" denuncien la complicidad de los líderes de la Iglesia en la "guerra sucia", obra de la Junta Militar que gobernó a Argentina entre 1976 y 1983. Eran de izquierda muchos de los 30.000 trabajadores, estudiantes, intelectuales y otros que fueron "desaparecidos" y asesinados, y las decenas de miles de personas que fueron encarceladas y torturadas.
Pero algunos de los críticos más duros del nuevo Papa son de la misma Iglesia Católica, incluyendo a sacerdotes y trabajadores laicos que han declarado que Bergoglio los entregó a los torturadores como parte de un trabajo colaborativo para "limpiar el patio" de la Iglesia de "izquierdistas". Uno de ellos, el sacerdote jesuita Orlando Yorio, fue secuestrado junto con otro sacerdote después de ignorar una advertencia de Bergoglio, en aquel entonces cabeza de la Orden Jesuita en Argentina, de que detengan su labor en barrios pobres de Buenos Aires. Durante el primer juicio a los líderes de la Junta Militar en 1985, Yorio declaró: "Estoy seguro de que él mismo entregó la lista con nuestros nombres a la Marina". Los dos fueron conducidos al centro de tortura de la infame Escuela de Mecánica de la Armada y mantenidos por más de cinco meses antes de ser drogados y botados en un pueblo afuera de la ciudad.
Bergoglio estaba ideológicamente predispuesto a apoyar las matanzas políticas que fueron desatadas por la Junta. A comienzos de la década del '70 se había asociado con la derechista Guardia de Hierro del peronismo, cuyos cuadros -junto con elementos de la burocracia sindical peronista- formaron los escuadrones de la muerte conocidos como la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), que condujeron una campaña de exterminación de izquierdistas opositores antes que la Junta tomara el poder. El almirante Emilio Massera, jefe de la Marina y el ideólogo principal de la Junta, también empleó a la Guardia de Hierro, particularmente en la eliminación de la propiedad personal de los "desaparecidos".
Yorio, quién murió en el 2000, acusó a Bergoglio de tener "comunicación con el almirante Massera; le habrían informado que yo era el jefe de los guerrilleros". Para la Junta la más mínima expresión de oposición al orden social existente o la simpatía a los oprimidos equivalía a terrorismo. El otro sacerdote que fue secuestrado, Francisco Jalics, recordó en un libro que Bergoglio les había prometido que le diría al Ejército que no eran terroristas. Según Jalics: "Por parte de declaraciones posteriores hechas por un oficial y treinta documentos a los cuales obtuve acceso después, fuimos capaces de comprobar, sin ningún lugar a dudas, de que este hombre no cumplió su promesa, sino que, al contrario, presentó una falsa denuncia al Ejército".
Bergoglio declinó aparecer en el primer juicio a la Junta así como a procesos posteriores en los cuales fue convocado. En el 2010, cuando finalmente se sometió a un interrogatorio, los abogados de las víctimas lo describieron como "evasivo" y "mentiroso". Bergoglio afirma que sólo se enteró después del fin de la dictadura de la práctica de la Junta de robar los bebés de las madres desaparecidas, las cuales habían sido secuestradas, mantenidas hasta que dieran a luz y entonces ejecutadas; sus hijos luego pasarían a familias de los militares o la policía. Esta mentira fue desenmascarada por las personas que le habían pedido ayuda para encontrar a familiares perdidos.
La colaboración con la Junta no fue una mera flaqueza personal de Bergoglio sino una política de la jerarquía católica, que apoyó los objetivos y métodos del Ejército. El periodista argentino Horacio Verbitsky expuso el intento de encubrimiento de Bergoglio a esta sistemática complicidad en un libro que Bergoglio escribió, el cual editó pasajes comprometedores de un memorando que registraba un encuentro entre el liderazgo de la Iglesia y la junta en noviembre, cuatro meses antes del golpe militar. La declaración extirpada incluía el compromiso de la Iglesia: "De ninguna manera pretendemos plantear una posición de crítica a la acción de gobierno" dado que "un fracaso llevaría, con mucha probabilidad, al marxismo", por lo cual "acompañamos al actual proceso de reorganización del país". El documento original expresa de forma explícita la "comprensión, adhesión y aceptación" en relación al nefasto "Proceso" que desató el reino del terror contra la clase trabajadora argentina.
Este apoyo no fue de ninguna manera platónico. En los centros de tortura y detención había sacerdotes asignados, cuyo trabajo no era atender y consolar a aquellos que sufrían tortura y muerte, sino ayudar a los torturadores y asesinos a sobrepasar todas sus angustias de conciencia. Usando parábolas bíblicas como la de "separar el trigo de la paja", ellos aseguraban a aquellos que operaban los llamados "vuelos de la muerte" (prisioneros eran drogados, desnudados y lanzados al mar) que estaban haciendo "la obra de Dios". Otros curas participaban en las sesiones de tortura y trataban de usar el rito de la confesión para extraer información para los torturadores. Esta colaboración contó con la aprobación del Vaticano y de ahí hacia abajo.
En 1981, en la víspera de la guerra de Argentina con Gran Bretaña por las Islas Malvinas, el Papa Juan Pablo II viajó a Buenos Aires, apareció con la Junta y besó a su entonces jefe, el general Leopoldo Galtieri, sin decir ni una palabra sobre los miles que habían sido torturados y asesinados. Como Jefferson señalaba, la Iglesia "siempre está aliada a déspotas". Lo fue en España apoyando a los fascistas de Franco; colaboró con los nazis mientras éstos llevaban a cabo el Holocausto en Europa, y también dio su apoyo a los Estados Unidos durante la guerra en Vietnam.
El que se nombre a una persona como Bergoglio como Papa -y su celebración por los medios noticieros y en los círculos gobernantes- es una dura advertencia. El mensaje es claro: a la vez que se aceptan los horribles crímenes llevados a cabo en Argentina hace treinta años, aquellos en el poder contemplan usar métodos similares una vez más para defender el capitalismo de la creciente lucha de clases y de la amenaza de la revolución social.